MIGRAR LAS IDEAS AL HUMANISMO Y LAS POLÍTICAS HACIA LA EFICACIA
2018/08/05
Editorial de Gara
En el contexto de la tragedia que supone el rescate diario de docenas de personas en el Mediterráneo y la noticia de que muchas de ellas mueren en esa travesía –según ACNUR 60.000 han emprendido este año ese viaje y más de 1.500 han fallecido en el intento–, la llegada de grupos de migrantes desamparados a las ciudades vascas ha provocado una reflexión sobre qué hacemos y qué deberíamos hacer ante esta realidad. Una reflexión de carácter ético y político, un debate complejo en el que los preceptos y los prejuicios sirven de poco si no se traducen en decisiones y en una nueva cultura de la acogida. Va a haber que cambiar políticas y cultura política.
Los testimonios de migrantes recogidos por Iraia Oiarzabal en un reportaje hoy en GARA muestran algunas de las casuísticas que viven estas personas. En general, relatan sus penas, sus dificultades y sus ambiciones. Al ponerles cara y voz, abandonan esa masa con salvavidas rojos que recogen las duras imágenes que llegan del Mediterráneo o los tránsitos furtivos por fronteras y aeropuertos. Evidentemente, son personas, y están aquí, con sus problemas y sus necesidades, junto con una voluntad expresa de aportar a nuestra sociedad. Sus demandas interpelan a la sociedad vasca, a la ciudadanía y a las instituciones.
«Yo también soy persona», sí, pero mala
En nuestro entorno a nadie ha sorprendido el discurso racista de Pablo Casado. En Euskal Herria es bien conocido ese mensaje xenófobo por parte del PP. Uno de los hombres fuertes de Casado, Javier Maroto, fue un precursor en este terreno. Es cierto que, quizás, el grado de hipocresía del nuevo líder sacándose fotos con los migrantes a los que él quiere abandonar a su suerte y diciendo «yo también soy persona» excede a todo lo visto hasta ahora. Hasta como demagogo es un fanático.
La experiencia de Gasteiz tiene dos caras. La primera fue negativa, dado que con ese discurso Maroto logró conseguir más votos en las elecciones. Por mucho que esté demostrado que la aportación que los migrantes hacen a las sociedades receptoras es positiva tanto en términos netos como relativos, aunque la percepción de muchos de esos votantes sobre cómo afectan estas comunidades a nuestra realidad sea falsa, no cabe despreciarla. Si no, corre el riesgo de enquistarse y fortalecerse.
La segunda lección fue muy positiva, porque la sociedad civil de Gasteiz logró que el resto de fuerzas políticas no permitiesen que Maroto gobernara. La plataforma Gora Gasteiz consiguió que ese mandato democrático por los derechos humanos y la convivencia se impusiese al del racismo y la xenofobia. Fue vibrante y ejemplar. El balance político de aquel acto de cooperación y generosidad tiene claroscuros, sin duda, pero evitó institucionalizar la segregación. Frente al discurso del miedo se alzó el del coraje y la solidaridad.
La sociedad vasca está, en general, en parámetros sociales y morales divergentes a los que sostiene el PP. Aunque algunos crean que son más, en nuestra sociedad hay casi tantos migrantes como votantes tiene el PP, cerca de un 10%. La gran diferencia es que mientras unos piden respeto los otros piden que no se respete a esas otras personas. Hay proteger a los primeros.
Un autobús que no va a pasar de largo
Si algo está claro es que este fenómeno no va a cesar. No hay muro más grande que un mar ni represión más perversa que no dar auxilio a un náufrago. Nada puede interpelar más fuertemente al ser humano que niños y niñas ahogadas. Sin embargo, esas miles de personas siguen intentando llegar a nuestro continente en busca de una vida mejor. Es una crisis humanitaria. Nadie quiere dejar su tierra y su familia sin fecha ni opción de retorno. Lo que dejan atrás estas personas no es una opción de vida, porque si tuviesen alternativa a migrar, la mayoría la cogerían, igual que haría todo el mundo. Esa empatía, esa conciencia humanista, debe guiar la acción política de las fuerzas que creen en los derechos humanos y luchan por la igualdad y la libertad.
También ha quedado claro que la sociedad vasca no está preparada como debería, que las instituciones no han actuado con previsión y que más allá de los discursos se muestran desconcertadas. Y ello pese a ser conscientes de que esta realidad, más allá de picos puntuales, es estructural y permanente. No hay, por lo tanto, otra opción que gestionarla con rigor a corto, a medio y a largo plazo. Una vez más, la sociedad civil va por delante de las instituciones.