Los pueblos sacrificables y Atilio Borón

Atilio Borón, argentino ,el paladín de la izquierda burocrática y estatista del nuestro continente, constituye junto a su colega Emir Sader, brasileño, la,punta de lanza contra los proyectos y dinámicas emancipatorias que escapan de la ortodoxia de la gastada lucha por el poder. Ambos han sido secretarios generales de Clacso, la poderosa entidad académica que da pauta intelectual a lo largo del continente.
Borón aprovechó su cargo en Clacso para rebatir el libro de John Holloway “Cambiar el mundo sin tomar el poder” utilizando los canales, links y contactos de “su” entidad para hacerle llegar su verdad sobre la toma del poder a los miles de profesores, intelectuales y formadores de opinión de Clacso, descalificando el libro de Holloway, que vino a dar forma teórica a la magistral lucha zapatista por hacer otro mundo sin quedar prisioneros de la disputa de los cargos del poder.
Borón vuelve una y otra vez a cagar fuera del tiesto y esta vez lo hace con una cerrada defensa del dictador Ortega de Nicaragua. El autor de este artículo, Ángel Ocampo, destacado doctor investigador de la Universidad de Costa Rica, ha sacado la cara en nombre de centenas de investigadores cansados de la prepotencia intelectual del susodicho Borón.



Los pueblos sacrificables y Atilio Borón
Ángel Ocampo*
La Jornada

En el artículo Nicaragua, la revolución y la niña en el bote (Aporrea, 17/7/2018) y a raíz de la violencia que lleva tres meses en ese país, su autor, Atilio Borón, presenta algunas apreciaciones con las que defiende al actual gobierno sandinista. Interesa aquí no tanto el análisis de la coyuntura actual de Nicaragua y la región –aunque esté contenida–, sino discutir una tendencia que por carencial dista radicalmente de la sensibilidad necesaria a todo esfuerzo humano de emancipación: la tendencia a reificar los pueblos que luego serán sacrificados.

La consideración inicial: México y Centroamérica es una región de principalísima importancia estratégica. Esto no lo advierten los críticos del gobierno de Nicaragua cuando piden la destitución del presidente nicaragüense, pues con ello olvidan la amenaza futura que el autor conoce y sintetiza así: “Conclusión: la caída del sandinismo debilitaría el entorno geopolítico de la brutalmente agredida Venezuela, y aumentaría las (sic) chances para la generalización de la violencia en toda la región”. El esquema de dominó: caen Ortega-Murillo, cae Maduro y se cierne sobre México y América Central la amenaza de la violencia generalizada. Para impedir este desenlace fatal hay que mantener la primera pieza: Ortega y Murillo.

Presentar la generalización de la violencia como desenlace fatal ignora que esa generalización –es decir, su instalación estructural– ya tuvo lugar hace siglos y en diversas formas. No puede imputársele a la lucha de los pueblos su generación, menos su generalización. Quizás se refería el autor a la violencia armada. No se sabe. De todos modos, si fuera esta última, y concediendo que las condiciones mundiales actuales tornan dudosa la inexorabilidad de este desenlace (¿por qué el ejército de Estados Unidos querría debilitar al ejército más colaborador y eficiente que tiene en la región?), lo cierto es que la lucha de los pueblos siempre estará expuesta a generar aumento en los chances para la generalización de la violencia, incluida la armada. Pero, ¿deberá implicar esto la inhibición perpetua de los pueblos en sus luchas?, pues este horizonte es ineludible. Esta amenaza –que por supuesto existe– es una probabilidad a considerar, mas nunca un motivo para castrar a los pueblos en su interpelación permanente a sus gobernantes, quienes sólo del bienestar de los pueblos derivan su legitimidad.

El carácter inexorable del desenlace anunciado logra tornar convincente el imperativo de defender al gobierno de Nicaragua y presenta como necesario el sacrificio de estos pueblos, al reducir su sentido y valor al ser entorno geopolítico de un proyecto mayor al cual son sacrificables. Las necesidades concretas y reales de cada uno de estos pueblos quedan ninguneadas y el ninguneo de las necesidades suprime la posibilidad de denunciar su desatención. No se puede desatender aquello que no existe.

El autor remata con una imagen concebida contemplando con deleite el Caribe. En esa playa, asegura, divisé a lo lejos a una niña en un frágil botecito (que) manejaba un robusto marinero. Ahí tuvo lugar una epifanía: Se me ocurrió pensar que esa imagen podía representar con elocuencia al proceso revolucionario. El autor explica los significados de aquella alucinación a la que reconoce su estatus epistemológico: una ocurrencia. Y resulta ser ésta: La revolución es como aquella niña y el timonel es el gobierno revolucionario. Increíble. Al autor, Daniel Ortega le parece un robusto marinero a defender. Claro está, la niña no es el pueblo –dichosamente tampoco Zoilamérica–, sino el proyecto político que el autor cree otear en esas playas paradisiacas.

Para salvar ese bote en el que no está el pueblo, el autor propone que algunos de los otros botes que se encuentren en la zona se acerquen al que está en peligro y hagan que el desastrado timonel enderece el rumbo. Aunque ya las necesidades de los pueblos están ninguneadas aquí, esta metáfora genera varias inquietudes: ¿qué se quiere decir con acercarse; qué con enderezar y qué con los otros botes? Si ahora que se admite que está torcido, puesto que amerita enderezarse, y además desastrado, el régimen sandinista descalifica y reprime la protesta social, ¿qué será cuando se considere enderezado? La propuesta es pasiva con el robusto Ortega, no le asigna ningún papel. La solución revolucionaria no pasa por que la familia Ortega –en el momento que sea– suelte el timón del bote, aunque admite que es un timonel desastrado, sino que la acción deben tomarla los otros botes. El timonel liberado de toda responsabilidad.

* Doctor investigador de la Universidad de Costa Rica