Interpretaciones de la guerra del Chaco

La teoría es un recurso importante, en la medida que comprendemos que ésta es un instrumento de interpretación; de ninguna manera una verdad. Cuando confundimos la teoría con la enunciación de la verdad, caemos en la ilusión filosófica de las esencias, sustancias, núcleos espirituales de la realidad. La teoría es una interpretación adecuada, si se quiere, incluso, una explicación pertinente; pero, no se puede convertirla en un sustituto del acontecimiento.



agosto 18, 2018

Interpretaciones de la guerra del Chaco

Raúl Prada Alcoreza

¿Cómo responder a la pregunta? ¿Desde dónde, sobre todo, desde qué locus? No puede ser otro que desde la propia experiencia; pues si no se la hace desde ella o de la misma, cuando se intenta desde una exterioridad ajena, no se hace otra cosa que forzar y simular, dicho de manera suave. En concreto, no se está en condiciones de responder la pregunta. La pregunta solo puede ser respondida con sinceridad, con honestidad, desde la misma experiencia, mejor dicho, la propia memoria. Si se quiere, se da lugar a una interpretación desde los códigos logrados por la propia experiencia. Si lo que se tiene que interpretar está o se encuentra lejos de la experiencia, sobre todo de la memoria, resulta difícil sino imposible descifrar el referente desafiante. Empero, solo se tiene los recursos de la experiencia y de la propia memoria; también, si se quiere, de la formación o aprendizaje. Se trata de instrumentos de aproximación para lograr la interpretación. Un grave error sería sustituir lo que se tiene a mano, es decir, en el cuerpo, la propia fenomenología de la percepción, por simulaciones o paradigmas teóricos aprendidos, al margen de la experiencia. Pues de este modo se cae en deducciones abstractas, que no tienen sostén empírico, vale decir, sentido, sensible, vivido. De esta manera se está expuesto a cometer errores crasos, como inferir, desde la teoría abstracta, sin base sensible, sin substrato de la experiencia, deducciones lógicas; las cuales están lejos de parecerse a los fenómenos dados.

No estamos contra la teoría; no se entienda así lo que decimos. La teoría es un recurso importante, en la medida que comprendemos que ésta es un instrumento de interpretación; de ninguna manera una verdad. Cuando confundimos la teoría con la enunciación de la verdad, caemos en la ilusión filosófica de las esencias, sustancias, núcleos espirituales de la realidad. La teoría es una interpretación adecuada, si se quiere, incluso, una explicación pertinente; pero, no se puede convertirla en un sustituto del acontecimiento. Pero, el tema, de este ensayo, no es exactamente la teoría, sino de cómo respondemos a la pregunta; cualquiera sea ésta. Para hacerlo fácil, la pregunta sobre lo que es, lo que ocurre o ha ocurrido, incluso, volviendo a la pregunta, eufemísticamente filosófica, la pregunta por el ser.

La respuesta a la pregunta no puede partir de la teoría; ésta es, como dijimos, un instrumento hermenéutico. Tiene que partir del substrato existencial. No es pues desde la recuperación de la memoria del olvido del ser, como apunta Martín Heidegger, que es un enunciado de la divagación filosófica. Sino es desde el substrato sensible de la existencia, desde la memoria sensible, desde la vida. ¿Qué tenemos como vida para responder a la pregunta? En otras palabras, ¿qué dice la vida al respecto?

Ninguna vida, en la única manera que se da, en su singularidad, sincronizada con la integralidad misma de la potencia de la vida, es pobre, tiene poco que decir; toda vida, al ser la manifestación singular de la complejidad dinámica, sinónimo de realidad, es memoria sensible de la sincronización planetaria y de la sincronización del multiverso, en sus distintas escalas. La vida singular tiene que preguntarse sobre su singular forma de vivir, y desde ahí, tratar de comprender lo que ocurre a partir de la experiencia.

Para no seguir con la exposición general, que, de todas maneras, tiene su valor y sus alcances, vamos a tocar, mas bien, ahora, referentes concretos, por lo menos uno. Por ejemplo, ¿cómo interpretar ahora, en los espesores de la coyuntura, lo que nos pasa como bolivianos? Si seguimos lo que dijimos antes, debemos acudir a nuestra experiencia – aunque esta definición siga sonando a generalidad insostenible, pues ¿cómo puede haber una experiencia nuestra, colectiva, social?; a partir de sus substratos o la geología de sus sedimentaciones, tratar de evaluar el momento presente: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos en el momento presente? Es aconsejable. Quizás, comenzar por nuestras experiencias dramáticas, por lo menos consideradas como tales por la memoria colectiva social, aunque ésta sea sustituía por la memoria institucional estatal. Se dice que las experiencias dramáticas se encuentran en las guerras que padecimos, en las guerras que perdimos. Una de esas experiencias dramáticas es la guerra del Chaco.

Dicho de manera directa, sin mayor discusión o duda, entre otras, la pregunta sería: ¿Por qué perdimos la guerra del Chaco? Aunque haya quienes pongan en duda si es que la perdimos. A partir de esta pregunta, que no es necesariamente inicial o la primera, se puede derivar en otras, quizás más pertinentes: ¿Por qué nos involucramos en esa guerra? Bueno, independientemente de las respuestas tentativas, que no dejan de ser importantes, lo que parece ineludible es responder al padecimiento de los combatientes en la guerra. ¿Qué significa lo que experimentaron? ¿Cómo interpretar esta experiencia colectiva, en sus distintas escalas y planos de intensidad? Esta es parte de las preguntas implícitas que se hace Paul Tellería Antelo en Sed y sangre, aunque haga hincapié en los alcances de la narrativa, es decir, de la literatura[1].

La pertinencia del libro que citamos, en relación a las preguntas que hicimos, es que se pregunta desde una actualidad, mejor dicho, una coyuntura, la presente, que hace de referencia del texto, que trata de usar la interpretación literaria, no como un sustituto de ninguna verdad, sino como, precisamente, la incompletud de la narrativa, respecto a la totalidad o multiplicidad del acontecimiento. Este acercamiento al acontecimiento de la guerra a través de las narraciones, del trabajo, podríamos decir, literario sobre el referente de los fantasmas, la memoria, las distintas miradas y situaciones, centrales y periféricas, ayuda a sugerir interpretaciones desde los distintos lugares de la experiencia social, desde distintas coagulaciones de la memoria social, sobre todo, desde distintas composiciones sensibles.

Entonces lo que somos, lo que hemos llegado a ser en el momento presente, no corresponde a una perspectiva privilegiada o centralizada, sino a una distribución somatizada y semantizada de experiencias sociales. Se podría decir, como primera tentativa, de que somos esa diversidad de experiencias y memorias rescatadas y aludidas por las narraciones expuestas. Lo que también quiere decir que somos eso que se escapa a las narraciones que no pudieron, a pesar de todo, nombrar lo innombrable, el acontecimiento mismo de la guerra.

Lo importante de lo que acabamos de escribir radica en que lo que se menciona desbarata las verdades ideológicas y políticas sobre la guerra del Chaco. No puede sostenerse pues la hipótesis que resume semejante acontecimiento a la tesis del nacionalismo-revolucionario de que en las trincheras del Chaco se forjó la consciencia nacional, por más sugerente que sea esta hipótesis ideológica. Esta hipótesis, la del discurso del nacionalismo-revolucionario, por más implicativo que haya sido, sobre todo, considerando las consecuencias ideológicas, incluso teóricas, que haya tenido en la consciencia nacional, pretende absorber en su enunciación el núcleo de la verdad de lo acontecido, es más, de lo histórico-político nacional. Que se lo haya hecho de este modo, que haya adquirido, incluso, tanto teórico, interpretativo y académico, no termina resolviendo el problema. La hipótesis histórico-política de la formación de la consciencia nacional no absorbe ni resume el conjunto de las interpretaciones posibles de la experiencia social de semejante acontecimiento.

Las pretensiones de verdad teóricas, sobre todo, de las interpretaciones ideológicas, incluso académicas, jurídico-políticas, son exageradas. Formaron parte de la lucha ideológica y política contra lo que se denominó la oligarquía minera y terrateniente. Tuvieron utilidad política; empero, en la coyuntura presente, se han convertido en obstáculos epistemológicos, a decir de Gastón Bachelard. Para no dar muchas vueltas, como se dice comúnmente, ir al grano, si en la coyuntura no es fácil sostener la hipótesis de la formación de la consciencia nacional, entonces la misma hipótesis histórica-política del nacionalismo-revolucionario parece contrastada.

Partamos de lo siguiente: es indiscutible que la guerra del Chaco fue un acontecimiento dramático y trastrocador en la experiencia social y en la memoria social boliviana. Pero, de aquí ha sostener - no enunciar, que se lo puede hacer - que la guerra del Chaco forjó la consciencia nacional hay mucho trecho que resolver. Se entiende que esta tesis forma parte de la legitimidad de la revolución nacional de 1952; empero, queda pendiente lo que efectivamente haya ocurrido. El ejercicio de la investigación histórica entra aquí, ayuda a contrastar la hipótesis; también ayuda a encontrar otras hipótesis interpretativas; ayuda abrir una gama de interpretaciones. Sobre todo, nos enfrenta ante las descripciones minuciosas, cuadros y narraciones que nos enfrentan sino a hechos, por lo menos a sus aproximaciones representativas.

Sin embargo, tampoco las interpretaciones históricas, en el sentido descriptivo, incluso en el sentido teórico, explicativo, pueden cubrir lo innombrable del acontecimiento. La literatura puede ayudarnos a mejorar esta carencia de los recursos lingüísticos ante el acontecimiento; pero, acordémonos, que ella misma confiesa, de entrada, que está lejos de sustituir al acontecimiento; se concibe estéticamente como expresión lúdica del acontecimiento. Entonces, ¿quedamos sin respuestas, carentes, ante la pregunta? Sería exagerado concluir en esto. Como se dice, hay avances.

Lo que importa es comprender que la respuesta a la pregunta no es ideológica, teórica, histórica, tampoco literaria; la respuesta no se halla en los enunciados o interpretaciones, en las descripciones o narraciones, sino que solo puede ser de la misma índole del acontecimiento; la respuesta solo puede ser existencial. Somos lo que queremos ser y lo realizamos en los actos. ¿Qué somos? Si no hacemos nada, si nos conformamos, si aceptamos lo que dice el poder que somos, entonces terminamos siendo lo que dice el poder que somos. En contraste, si no aceptamos esta modelación del poder, no somos lo que dice, sino lo que buscamos ser. Yendo más lejos, si actuamos, si nos movilizamos, si buscamos ser la otredad, la diferencia creativa, entonces somos, en el momento presente, lo que buscamos, ese camino a la utopía.

El acontecimiento de la guerra del Chaco no ha dejado de estar presente en nosotros, en el momento presente, en lo que hemos llegado a ser. Sigue cuestionándonos, a pesar que nos hagamos a los desentendidos o como si se tratase de algo pasado, peor, de algo superado. No ha habido una reflexión colectiva sobre semejante acontecimiento; se ha aceptado pasivamente las interpretaciones ideológicas, incluso, mejor, las interpretaciones teóricas. No hablemos de otras guerras perdidas; quedémonos en ésta, la más reciente; el problema puede ser presentado de la manera siguiente: nos negamos a reflexionar sobre la experiencia y la memoria social de la guerra. Preferimos asumir las interpretaciones en boga; peor aún, las dadas en la escuela. Estamos lejos de cuestionarnos sobre nuestro involucramiento y actuación en semejante acontecimiento.

Teóricamente no podemos responder a una pregunta simple: ¿Por qué nos involucramos en una guerra entre países y pueblos víctimas del colonialismo y después del imperialismo? La tesis marxista de que la competencia imperialista empujó a nuestros países a la guerra puede sonar coherente, pero no exime de la responsabilidad. Fuimos a la guerra; morimos y matamos a hermanos. ¿A dónde apunta todo esto? No es ciertamente a golpearse el pecho. No hay culpables, sino responsables, como dijimos antes. Sino a una crítica a este nosotros; somos lo que hacemos. Una pregunta: ¿seremos capaces de hermanarnos con el pueblo paraguayo y hacer un solo país de poblaciones víctimas del imperialismo, de la competencia capitalista? Esta sería una manera elegante de lograr un desenlace sublime de esa guerra fratricida. ¿Podemos hacer lo mismo con los otros países con los que hemos estado en guerra? Si no somos capaces de hacer esto no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad histórica-cultural-civilizatoria.

Volviendo al libro de Paul Tellería Antelo, la literatura ayuda a enfrentar o decodificar las versiones heredadas o asumidas a medias desde la fenomenología de la escritura; vale decir, desde la confesión misma de la imposibilidad de nombrar lo innombrable, sin embargo, nombrado en la narrativa. Sin desmerecer los aportes de otras interpretaciones, ideológicas, teóricas, históricas, la literatura nos cuestiona sobre lo que somos desde las perspectivas de las experiencias y memorias sensibles.

[1] Leer Sed y Sangre de Paul Tellería Antelo. Editorial 3600; La Paz, 2017.