La paradoja conservadurismo-progresismo

Para aplicar a los gobiernos de Grecia, Brasil, Argentina, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, México y, sobre todo, Bolivia.

Índice:

Primera parte
Disyuntiva
Liberación o decadencia
Segunda parte
Caracterizaciones
El meandro de los gobiernos progresistas
Conservadurismo de los intelectuales
El conservadurismo de los gobiernos progresistas
Tercera parte
Recorridos
Devaluación del proceso de cambio
De la “ideología” populista
Representaciones extractivistas de la madre tierra y del capitalismo
La concepción destructiva de la energía
La extemporaneidad de la política
El eterno retorno del poder
La cualidad de la duración
La venganza del poder
Tribunales oficiosos



La paradoja conservadurismo-progresismo
Raúl Prada Alcoreza

Prologo

La paradoja, si bien ya no forma parte del esquematismo dual de las contradicciones; de todas, maneras hay todavía como una irradiación, un halo que queda, como rastro, de ese esquematismo. En la paradoja no hay dualidad sino aparejamiento, si podemos hablar así, del contraste en un mismo fenómeno, acontecimiento integrado. El suceder del fenómeno es paradójico, contrastes formando parte del mismo acontecer. Podríamos decir que se trata de la misma onda, de la misma vibración de la cuerda[1].

Sin embargo, hay que ir más allá de esta imagen, aunque dinámica y compleja, de la paradoja, no solamente por la irradiación, el halo, el rastro, del que hablamos, sino por lo que siempre hemos anotado; la multiplicidad del acontecimiento, la manifestación dinámica del acontecimiento singular plagado de plurales singularidades proliferantes. También por los tejidos en devenir y entrelazados del espacio-tiempo. Por lo tanto, en principio, podríamos imaginarnos un universo o pluriverso de paradojas entrelazadas, en manifiesta afectación y complementariedad. No hay pues una paradoja, sino múltiples, en distintas escalas, y dándose simultáneamente.

Después, podíamos imaginarnos la simultaneidad dinámica de la complejidad como una sinfonía musical. Estamos ante un universo o pluriverso compuestos por múltiples y plurales cuerdas, en distintas escalas; estamos ante una sinfonía compleja, compuesta, a su vez, por múltiples sinfonías, en distintas escalas. Ante esta imagen maravillosa de sinfonía musical, la imagen de la paradoja se esfuma; ya no expresa esta complejidad entrelazada. Habría sido nada más que el correctivo pasajero del esquematismo dualista.

La paradoja conservadurismo-progresismo, el ensayo que presentamos, usa todavía la imagen de la paradoja, ciertamente rica, también compleja, alejada ya del esquematismo dualista de las contradicciones; sin embargo, como hicimos notar, todavía afectada por el rastro de lo que dejó atrás. Recurrimos a la figura de la paradoja para interpretar los contrastes evidentes de los gobiernos progresistas. Como dejamos claro en varios escritos, no se trata ni de contradicción dialéctica, ni de determinismo económico, ni de incidencia de las conspiraciones, sino de la fenomenología paradójica de la existencia, de la vida, de las sociedades. Fenomenología paradójica no asumida por la episteme de la modernidad, no aceptada por la filosofía, salvo la anti-filosofía intempestiva de Friedrich Nietzsche, no pensada por las ciencias humanas y sociales, tampoco asumida por la política, en sentido restringido, en sentido institucional; es más, es descartada ostensiblemente por ella. La institucionalidad consolidada en las sociedades modernas y en los Estado-nación, se instituyen y constituyen descartando, desechando la paradoja; son mallas institucionales encargadas, no solo de la captura de las fuerzas, sino de convertir en realidad, obviamente institucional, el esquematismo dual de las contradicciones y de los antagonismos. Hay toda una arqueología y genealogía del despliegue de estos esquematismos; desde el esquematismo religioso del bien y el mal, hasta el esquematismo político del amigo y enemigo, pasando por tantos dualismos construidos por las sociedades institucionalizadas. Al construir su institucionalidad en el imaginario del esquematismo dualista, el Estado, construye el orden institucional como artificialidad adiposa sobre los espesores de intensidad de la realidad efectiva, la complejidad dinámica de la biodiversidad. Mientras la existencia y la vida no dejan de ser paradójicas, manifestarse en sus formas, contenidos y expresiones paradójicas, lasociedad institucionalizada, el Estado, interpreta esta complejidad esquemáticamente, reduciéndola a dualismos simples, antagónicos. Con este gran equivoco, cree cortar la paradoja en dos, oponerlas, ya muertas, y cree que se resuelven las problemáticas imponiendo la dominancia, la valoración, de uno de los polos sobre el otro polo, si no es que pretende hacerlo desaparecer, con lo que habría acabado consigo mismo también, pues, ninguno de los polos puede subsistir sin el otro. En vez de resolver problemas, el esquematismo dualista se convierte en un gran problema, por su disposición esquemática y sobre todo por su violencia epistemológica.

Los dualismos ya institucionalizados, por lo tanto, materializados institucionalmente, aparecen en las formas históricas, culturales y políticas conocidas. Hay soberanos y subordinados, gobernantes y gobernados, autoridades y obedientes; hay también amos y esclavos, señores y siervos, déspotas y soldados, burgueses y proletarios; dominantes y dominados; hay también Estado y sociedad; Estado dominante y Estado subordinado. En los ámbitos de las religiones monoteístas persistentes, hay todavía el antagonismo entre fieles e infieles. La lista es larga. Estos antagonismos son construcciones del poder; están ahí, para la reproducción del poder. ¿Qué sería del poder sin los antagonismos? ¿Qué sería del poder sin el esquematismo dualista?

La paradoja conservadurismo-progresismo contiene tres partes; Disyuntiva, Caracterizaciones y Recorridos. La primera parte, se plantea la necesidad de la decisión en la disyuntiva liberación o decadencia; la segunda parte, interpreta los decursos políticos de los “procesos de cambio” de los gobiernos progresistas, desde la perspectiva paradójica; la tercera parte, analiza los algunos recorridos de los gobiernos progresistas.

En la primera parte, Disyuntiva, contamos, en un bloque, con consideraciones críticas; se trata de consideraciones conceptuales deconstructivas y de diseminación, en el umbral del pensamiento complejo; después, viene un bloque empírico, por así decirlo, donde se ejemplifica con eventos coyunturales del “proceso de cambio” boliviano. En el tercer bloque, se plantea la disyuntiva política.

Este ensayo, La paradoja conservadurismo-progresismo, se encuentra ya en un contexto de ensayos, que incursionan en la episteme compleja. Algunos de estos otros ensayos son Antiproducción, Diseminaciones, El mundo del espectáculo.

Primera parte
Caracterizaciones
Liberación o decadencia

Desplazamientos críticos
Más allá del amigo y enemigo

Sobre la política, en sentido restringido

Los opuestos son parte de una relación; si no fuera así, no serían opuestos. Es la relación la que los convierte en opuestos. Lo que es uno es en relación al otro; lo que afecta el otro en uno; lo mismo pasa con el otro; lo que afecta el uno en el otro. Ni el uno ni el otro se explican por sí mismo; se explican en la relación. No hay un en sí ni en uno ni en otro. Hay que descartar toda interpretación esencialista, que busca el secreto en el en sí de uno o de otro, o de uno y de otro. Por lo tanto, tampoco hay secreto; hay relaciones constitutivas.

El dualismo o los dualismos han tratado de explicarse la contradicción por las esencias del uno y del otro, como si hubiera una oposición en sí, cuando la oposición es construida en la relación. La clave es la relación constitutiva de uno y de otro. La relación no puede concebirse como dualismo, sino como relación, como actividad relacional, como dinámica relacional; entonces, como ligazón, que puede ser entendida también como complicidad, en el tejido espacio-temporal.

La relación es una curva construida por ambos; esa relación es mirada por ambos como oposición; empero, mirada, más allá de ellos, como complicidad, es la que configura los ciclos del antagonismo, interpretado por ambos, los ciclos de la concomitancia, interpretando más allá de ellos. No es posible salir de esta dualidad imaginaria si se mantiene la relación constitutiva; es menester salir de esta relación; la única manera es conformando otra relación o relaciones constitutivas, que en vez de mostrar, en las unilateralidades, la contradicción de los opuestos, muestre lo que efectivamente se da, la concomitancia; empero, ahora, de una manera complementaria, o quizás de otras formas.

Creer que hay una esencia en uno de los polos o en ambos es atribuir contenidos anteriores a la relación, lo que no es posible. Esta atribución es una herencia religiosa, que separa el mundo entre el bien y el mal, herencia que se convierte en filosófica, cuando se muda este dualismo inicial en múltiples dualismos, que pretenden explicar esencialmente la presencia de las contradicciones, incluso el carácter inmutable de los sujetos involucrados. Estos dualismos los hereda la política, en sentido restringido, y las “ideologías”, construyendo éstas dualismos esquemáticos y maniqueos.

El problema no son los sujetos, identidades filosóficas-psicológicas, conceptos atribuidos a pluralidades de subjetividades, en constante devenir. El problema no son las supuestas esencias, fantasmas teóricos, sino las relaciones mismas, sobre todo aquellas que constituyen dominaciones.

La pregunta es entonces: ¿Cómo emerge la relación? Ciertamente la relación es establecida por los y las involucradas, en ese acto de percepción, de reconocimiento, de comunicación, de acción, de contacto. Se trata de una relación constitutiva, que, a su vez, ha sido constituida. Pero, ¿por quienes? Los que establecen la relación no son los mismos que la padecen; han sido transformados por la relación constituida por ellos, en su condición anterior. ¿Cómo es que ocurre esto? La tesis que ha atravesado la filosofía dialéctica es que el acto constitutivo de la relación de dominación es la violencia inicial; la victoria de uno en la lucha a muerte y la derrota del otro, marcan el comienzo mismo de la relación de dominación. La renuncia del otro a continuar la lucha, por lo tanto a someterse, da lugar a la aceptación no sólo de la victoria del otro respecto de uno, sino de la dominación del otro sobre uno mismo. Sin embargo, esta tesis no deja de ser una metáfora histórica, pues las relaciones no se establecen entre personas aisladas, sino entre sociedades, comunidades, colectivos, grupos.

Es muy difícil aceptar que una sociedad actúe como si fuera una persona sobre otra sociedad, que también actúe como si fuera otra persona. Las sociedades no son personas; tampoco una parte de la sociedad, que actuara sobre otra parte de la sociedad. Las sociedades mismas, las comunidades, los colectivos, los grupos, hasta los individuos, suponen asociaciones, composiciones sociales, por lo tanto relaciones. Entonces estamos ante genealogías de relaciones. Relaciones humanas y relaciones de los humanos con otros seres, con los territorios que habita y recorre. Las relaciones mismas son inherentes a la condición humana; las relaciones mismas son inherentes a los seres, las relaciones mismas son inherentes a los territorios. No hay algo que no sea relación, que no esté constituida por relaciones. Entonces es imposible pensar algo aislado, algo puro, indivisible; todo, por así decirlo, es plural, está dado por relaciones, asociaciones y composiciones.

No se puede separar algo de su composición, de su constitución relacional. Si es algo, lo es por este acontecimiento relacional. Por lo tanto son inconcebibles las identidades, las esencialidades, salvo por ilusión abstracta; es decir, por especulación racional. Lo que hay son composiciones en contante devenir, en contante descomposición y recomposición. La existencia y la vida, en sus multiplicidades, son pues este devenir plural, en distintos niveles y a distintas escalas, de proliferaciones múltiples de composiciones, descomposiciones y recomposiciones relacionales.

No se puede separar relaciones de las composiciones; ambas forman complejidades articuladas y dinámicas. Se puede decir que la complejidad está inscrita desde la ínfima partícula hasta las fabulosas masas molares del universo, incluyendo los agujeros negros. La complejidad está inscrita en las plurales y proliferantes formas de la vida, la complejidad está inscrita en la composición de las sociedades, humanas y no humanas.

Entonces los individuos, que son otras complejidades, que suponen composiciones y relaciones, establecen relaciones, heredan relaciones, asumen relaciones sociales, cambian las relaciones, sobre la base de las relaciones y composiciones que son ellos mismos. Entonces estamos ante devenires de relaciones y composiciones, donde se encuentran estas experiencias y memorias, a las que interpretamos y las configuramos como narrativas, figuras a las que nombramos y les atribuimos identidades.

Somos pasajeros, si se quiere, individualmente, sin embargo, formamos parte de continuidades recurrentes y en devenir, continuidades que nos constituyen y nos envuelven. Continuidades de las que somos fragmentos fugaces, testimonios momentáneos de la profusión creativa de la vida. Quizás experimentaciones de estas complejidades relacionales y de composiciones en devenir. Lo maravilloso es ser parte de esta creación recreadora existencial y vital.

Esta fugacidad y momentaneidad, esta condición de fragmento, no nos hace insignificantes, sino parte de una de las aventuras de estas capacidades creadoras de las relaciones y composiciones infinitesimales.

¿Quién es el enemigo?

El enemigo es la amenaza, es lo que se teme y se odia; es el mal. El enemigo es lo opuesto, lo que afecta desde el exterior; aparece como inminente ataque, terror, invasión. El enemigo es repulsivo, es, incluso, un monstruo. No solamente la defensa ante el enemigo, sino su asesinato, es indispensable para la sobrevivencia y tranquilidad.

Empero, para el enemigo, yo soy su enemigo. Tiene los mismos pensamientos y sentimientos respecto a mí. También quiere asesinarme, por bien de su sobrevivencia y tranquilidad. Estamos, ambos, condenados a odiarnos, a temernos, a buscar nuestra desaparición. Estamos en guerra desde tiempos inmemoriales.

Para nuestros imaginarios, esta guerra sólo acaba con una victoria, de uno o del otro. Incluso así, parece que nunca acaba, pues los derrotados no renuncian a la revancha, no aceptan la derrota, busca la oportunidad de un nuevo enfrentamiento para lograr la victoria añorada. Solo acabaría con la desaparición completa de uno o del otro. ¿No implica esto, en realidad, la desaparición de ambos? Al final los enemigos se encontraran entrelazados en la muerte.

Los enemigos son, en el fondo, parecidos. Ambos odian, temen, consideran al otro un monstruo; ambos están dispuestos asesinar al monstruo, a la amenaza, al terror. Es este parecido el que los encamina a la muerte. Si hubieran sido diferentes, no hubieran pensado de manera parecida. Hubiera preponderado el asombro y la curiosidad, se hubieran dejado seducir por la diferencia, tomada como alteridad. Hubieran preferido aprender del otro.

En el fondo, el enemigo es uno mismo, ese parecido al otro, al que se odia y se teme. Es la insatisfacción con uno mismo; el espíritu de venganza responde a la consciencia culpable. ¿Se puede decir que es el poco afecto que tenemos hacia nosotros mismos? El problema del enemigo no está en el enemigo, sino es uno mismo. Uno es su propio enemigo. Este desgarramiento, esta consciencia desdichada, nos arrastra a la desesperación y a la infelicidad. El único sentido que encontramos es este encono y esta tarea de acabar con el enemigo.

¿Es éste un sentido? En todo caso, ¿qué clase de sentido es? ¿De vida o de muerte?

El enemigo es un imaginario, aunque este imaginario se sustente en una maquinaria armada. Es una construcción imaginaria, emergida de nuestro desgarramiento, de la consciencia desdichada, del espíritu de venganza, de la consciencia culpable. El enemigo, que es uno mismo proyectado en el otro, aparece en la relación antagónica conformada entre los dos enemigos mutuos. Sobre la base de esta relación se componen las instituciones encargadas de la guerra, siendo la más importante el Estado. Una vez construidas las máquinas de guerra, no queda más que usarlas, hacer el más grande daño posible en los enemigos.

Es una guerra de nunca acabar, a no ser que se logre el aniquilamiento completo.

La pregunta que queda en los muertos es: ¿valió la pena este sacrificio?

¿Quién es el amigo?

El amigo no puede ser uno mismo; nadie es amigo de sí mismo. El amigo es el complemento, el apoyo, la solidaridad, la fraternidad, incluso la concomitancia afectiva. Pero, ¿quién puede ser el amigo? Se dice que los próximos, con los que convives, los vecinos, los compañeros de clase, los compañeros de ruta, los de tu pueblo, los coterráneos, también los extranjeros que se cruzan en el camino. Sin embargo, no se deja de desconfiar de estas amistades; de vez en cuando, si no es a menudo, se aparecen también como enemigos o, si se quiere, como amigos falsos. ¿Hay realmente amigos? O hay que decir: ¡O amigos, no hay ningún amigo!

Si los amigos terminan, a veces, siendo enemigos circunstanciales, ¿por qué el enemigo absoluto no puede ser amigo?

Hemos dicho que los enemigos son parecidos, por eso se odian, se temen, quieren asesinarse. Entonces, ¿este parecido no hace posible que puedan ser amigos? ¿Se puede decir que el que aparece como amenaza, como terror, como monstruo, precisamente porque se parece, porque tiene el mismo temor, el mismo odio, el mismo deseo de matar, es evidentemente el que puede ser el amigo absoluto?

Sería no solo una paradoja, sino el ciclo de la paradoja, lo que contiene la paradoja como secreto, como contraste dinámico de un mismo movimiento. ¿Siendo yo mismo enemigo de mí mismo, no podría ser mi enemigo absoluto amigo absoluto de mí mismo?

No es el odio que se convierte en amor; no es dialéctica; es paradoja. Según nuestra tesis, el odio al otro es también insatisfacción conmigo mismo; ¿la satisfacción plena con uno mismo puede llevar al amor al otro, al que se consideraba el enemigo absoluto?

Partiendo de la pregunta de los muertos, ¿valió la pena?, el amor a la vida también es un amor a todos, al que consideraba otro, el enemigo. No se trata del amor cristiano, que es un amor falso, un amor interesado, para ganarse la entrada al cielo, no es amor al prójimo, no es dar la otra mejilla, cuando te han abofeteado una de las mejillas. No se renuncia jamás a la defensa, por amor a la vida. Es amor a lo que se encuentra más allá del dualismo esquemático y maniqueo de amigo y enemigo. Es amor a la vida y sus creaciones insólitas, sus juegos al azar, sus profusas manifestaciones, sus experiencias encontradas, sus memorias dinámicas. Este amor a la vida o amor de la vida misma nos permite descubrir que la guerra sangrienta entre enemigos arranca de los imaginarios delirantes de los enemigos, que inventan un enemigo como sentido de vida, cuando ese sentido no lo encuentran en la vida misma, pues están ocupados en la guerra, por eso no pueden apreciar lo único que tienen, lo único que hay, la vida proliferante y creativa.

El amor a la vida no implica dejar de luchar. Se lucha por la vida, en defensa de la vida, en defensa de los bienes comunes que otorga la vida. Empero, ¿se lucha contra el enemigo? ¿No es este enemigo absoluto también el amigo absoluto, enemigo de sí mismo, tal como lo que le ocurre a uno? Hay que liberarse del enemigo que uno tiene dentro, este enemigo íntimo, que me desgarra, que me convierte en consciencia desdichada, hay que liberar al enemigo de su enemigo interno, de su propia consciencia desdichada, de su propio desgarramiento, que lo empuja al abismo de la nada. La lucha es por liberar la potencia social.

Esta lucha no es guerra de aniquilamiento, es contra-guerra, es contra-poder. Cuando se olvida la premisa primordial de la emancipación y el axioma de la liberación, que es liberar la potencia social, se cae en la guerra de exterminio, en el mismo método y la misma estrategia que llevó a construir el poder y el Estado, las máquinas de guerra, las instituciones de captura, que tienen atrapada a la humanidad en guerras fratricidas.

¿Es la mujer una amiga o enemiga para el hombre? ¿Es el hombre un amigo o enemigo de la mujer?

Se dice, por sentido común, que la mujer es la pareja del hombre, que el hombre es la pareja de la mujer. ¿Es amiga, es amigo? ¿Puede serlo? Para intentar responder a estas preguntas vamos a efectuar una digresión, vamos a retomar lo que escribimos, a propósito, en Paradojas de la rebelión y en Acontecimiento político.

En el primer ensayo, en el apartado La guerra, el concepto y la metáfora, escribimos:

La guerra quiere decir conflicto armado; según el diccionario etimológico viene del germánico werr, cuya fuente es el alemán antiguo werra, que significa confusión, discordia, contienda; también proviene del indoeuropeo wers, que quiere decir confundir. Sorprendentemente se encuentra en una familia lingüística donde se hallan los términos barrendero, barrer, basura[2]. Se dice que no se puede hablar de hostilidades prolongadas hasta bien entrada la edad de piedra, cuando la comunidad logró un relativo grado de organización. Se constata esto arqueológicamente por la presencia de fortificaciones. La guerra parece formar parte intrínseca de las historias de las sociedades humanas, de sus memorias, de sus experiencias pasadas y presentes, también de sus expresiones artísticas y literarias, que figuran estos recuerdos intensos. La guerra, según Carl Schmitt es la hostilidad extrema, no solo como efectuación, sino también como posibilidad[3]. En este caso no hablamos del enemigo, en el sentido de inmicus, sino de hostis; si se quiere, el enemigo extremo, el hostil. Alguien al que se puede matar, al que hay que matar, alguien que es posible matar, sin problemas morales o jurídicos, pues se trata de la guerra, donde se suspenden los derechos. Según Schmitt el concepto político antecede al Estado y la política tiene como matriz la guerra; la política vendría a ser una prolongación de la guerra por otros medios. Entonces, de acuerdo a esta interpretación, el sentido ancestral, “originario”, de la política se encontraría en la guerra, en el concepto de la guerra, como experiencia o posibilidad. Empero, para este autor, la guerra extrema, siendo la guerra la hostilidad extrema, es la guerra civil, la guerra fratricida. Con esto, llegamos a la paradoja de que el enemigo extremo, el hostis, es el hermano. Derrida escribe a propósito en Políticas de la amistad lo siguiente:

“No habría una cuestión del enemigo – o del hermano -. El hermano o el enemigo, el hermano enemigo, ésa es la cuestión, la forma cuestionadora de la cuestión, esa cuestión que yo planteo porque ella se me plantea a mí en primer lugar. Yo la planteo solamente desde el momento que cae sobre mí sin miramientos, en la ofensiva y en la ofensa. En el crimen o en el agravio. La pregunta me hiere, es una herida en mí. Sólo la planteo, esta pregunta, solo la planteo efectivamente allí donde me pone en cuestión. Agresión, traumatismo, guerra. El enemigo es cuestión, y mediante el hermano, el hermano enemigo, aquélla se asemeja originariamente, se asemeja indiscerniblemente al amigo, al amigo de origen (Freund) como amigo de alianza, hermano jurado, de acuerdo con el “juramento de fraternidad”, Schwurbrüderschaft. La pregunta está armada. Es el ejército – amigo enemigo[4]”.

El enemigo es el hermano. Podríamos extremar esta hermenéutica extremista y llegar a decir el enemigo es uno mismo. Esta declaración de enemigo, la concepción que encierra esta declaración, no solamente convierte la política, la diferencia política, en una guerra, en una hostilidad extrema, sino que abre la posibilidad de convertir la pugna política en un asesinato. Esta concepción de la política ha llevado al ejercicio político, a la paranoia política, a cometer el crimen político. La historia política, en sus momentos más extremos, está plagada de asesinatos políticos. Uno de los casos más notorios es el asesinato de los miembros del comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética, ordenados por Stalin, el único miembro del comité central que quedó vivo. A esto fue reducido el centralismo democrático.

El convertir la política de manera inmediata en una guerra, abre la posibilidad, en el sentido que usa esta palabra Carl Schmitt, en convertir, de manera inmediata, al enemigo político en enemigo de guerra; por lo tanto, abre la posibilidad de comprender como necesidad su inminente destrucción, justificada como acto de guerra. La pasión política, el fanatismo político, la paranoia política, llevan indefectiblemente a esta posibilidad. Tal parece, que cuando se llega a un callejón sin salidas, cuando no se ven salidas para el conflicto, la contradicción la diferencia política, la única salida que se encuentra es la destrucción del enemigo, la guerra, ya sea efectiva o, en su caso, como concepto, posibilidad, y también, si se quiere, como metáfora. La guerra entendida como exterminio.

Después de dicho todo esto, la pregunta es: ¿Por qué no se acepta, no se tolera, la crítica? ¿Se cree que se está en la verdad suprema, fundamental, qué se es la verdad misma, ya no solamente en el sentido yo soy el Estado, sino yo soy el proceso de cambio? ¿Se cree que esto da derecho absoluto a extirpar la crítica, prohibir el pensamiento libre, incluso y sobre todo en las filas y partícipes del proceso, en tanto lucha de multitudes, movimientos sociales anti-sistémicos, naciones y pueblos indígenas originarios, proletariado nómada y pueblo boliviano? ¿O, viendo, desde otra perspectiva, se tiene la recóndita intuición de garrafales errores, de desfases irremediables, en la conducción del proceso, por lo tanto, se deduce, sin mucha convicción, que se trata de cerrar filas? En uno u otro caso, la muerte de la crítica equivale también a la muerte del proceso de cambio; esto significaría la muerte de las dinámicas moleculares propias de la vida de un proceso vital[5].

En el segundo ensayo, en el apartado sobre La política, más allá del amigo y enemigo, se escribe:

El concepto de lo político se ha estructurado a partir de esa dicotomía del amigo y enemigo, primordialmente a partir de la identificación del enemigo. Como si se hubiera hecho política contra el enemigo, de la misma manera como se le ha hecho la guerra. Desde esta perspectiva habría pues un continuo entre guerra y política, política y guerra. Izquierdas y derechas parecen compartir este arquetipo. Empero, este modelo es el único posible para la política, en todas sus versiones, incluyendo a la política en sentido pleno, lo que comprende la lucha de clases y las luchas por las emancipaciones. Jacques Derrida pone en cuestión esta estructura en Políticas de la amistad, hace una interpretación crítica, deconstructiva, de los sedimentos discursivos que sostienen la historia de la política pensada a partir de la diferenciación amigo/enemigo. En esta deconstrucción se abre a otras posibilidades de concebir la política, ya no desde la dicotomía amigo/enemigo, poniendo en consideración también la interpretación crítica de las políticas de la amistad. Ahí aparece la figura alterativa de la mujer como absoluta alteridad, también aparecen consideraciones criticas de las éticas, alumbrando otras posibilidades de las experiencias humanas, afectivas, lúdicas, estéticas, éticas y lúcidas. Es conveniente un repaso por estas perspectivas que posibilitan la comprensión de la política ya no como la continuación de la guerra por otros medios, ya no como identificación del enemigo, sino en términos de las políticas de la amistad[6].

El primer capítulo lleva el sugestivo título de Oligarquías: Nombrar, enumerar, contar. Comienza con una frase, atribuida a Aristóteles, que la recoge Montaigne, la frase dice:

Oh, amigos míos, no hay ningún amigo.

A lo largo del texto, para no entrar en la discusión del origen de esta frase, pues se convierte en rumor, que atraviesa los tiempos, Derrida figura un cuadro donde el sabio moribundo reúne a los amigos para decirles eso, que no hay ningún amigo. La discusión sobre los significados de esta frase forma parte de las reflexiones del texto. Esta frase es contrastada con la de Nietzsche, quien se expresa de manera opuesta, empero con la misma lógica:

Oh, enemigos, no hay ningún enemigo.

Esta frase también tiene su cuadro y su personaje, se trata del loco viviente. Ambas frases nos dicen que no hay amigo, que no hay enemigo. Haciendo con esto desaparecer la política como confrontación. Las significaciones de las implicaciones de que no haya enemigo también son expuestas y reflexionadas a lo largo de la interpretación crítica. En ambos casos lo que llama la atención es que no se tenga en cuenta a la mujer, en las consideraciones de la amistad. ¿Es que la mujer no pude ser amigo? ¿Tampoco enemigo? Lo que pone en juego las estrategias de la fraternidad, las formas de la amistad entre hombres. ¿Por qué la mujer es tan difícil de asumir por la filosofía?

Este es el tema, ¿cuáles son los límites de la amistad? Cuando entra la mujer, más allá del erotismo y la religión, ¿qué espacio abre? ¿Qué clase de relación? No hablamos sólo de la amistan entre mujeres, la sororidad, sino lo que políticamente propone su presencia activa, su interpelación. ¿Qué forma de política se libera? ¿Más allá del amigo y enemigo? ¿Más allá de la confrontación? No parece tratarse del retorno al matriarcado, como utopía buscada en el pasado más remoto, sino otra forma de relación, construida como contrapoder. ¿Más allá de los constructos histórico-culturales de género, de sexo? ¿A qué clase de subjetividades ingresaríamos? Al respecto, también debemos preguntarnos sobre los alcances demoledores de la des-patriarcalización, demoledores en cuanto a la historia de la institucionalidad, la institucionalidad como agenciamientos concretos de poder. Entra también en juego la familia, las figuras de la familia.

La liberación femenina da lugar a otro comienzo, pues demuele no sólo las estructuras institucionales, sino los arquetipos sobre los que se han basado estas estructuras y estas instituciones. Hablamos de la posibilidad de la construcción de otras relaciones, prácticas y concepciones de la política, hablamos de la política no patriarcal, tampoco conformada en base a la identificación del enemigo y la dicotomía amigo/enemigo. Esta posibilidad, la posibilidad de esta experiencia también tiene que ver con otra atmósfera de sensaciones y sensibilidades, también otra ética. La pregunta es pertinente: ¿Cómo sería el mundo sin las instituciones patriarcales, fundadas en esta matriz y arquetipo del poder que es el patriarcalismo? Esta pregunta induce a otra: ¿Cómo serían los sujetos y las intersubjetividades en este mundo des-patriarcalizado? Estos temas son fuertes e importantes en lo que respecta al horizonte abierto por el debate de la descolonización, por las exigencias políticas de la descolonización. Las formas de la dominación colonial, formas múltiples, son relaciones de poder que atraviesan los cuerpos e inscriben en ellos historias políticas, también modelaciones e identidades, constructos culturales. La dominación masculina sobre las mujeres, el cuerpo de las mujeres, pasa por estas construcciones culturales y modelaciones. ¿Qué pasa cuando las mujeres se liberen de estas representaciones sociales, de estos constructos culturales, de estas identidades, qué potencialidades se liberan, no sólo en las mujeres sino también en los hombres?

Estos problemas nos llevan a volver a la cuestión de la genealogía del Estado. Esta institución macro-política, que también corresponde al imaginario del poder, que es el gran cartógrafo y la instrumentalización compleja de las tecnologías de poder que atraviesan los cuerpos. No sólo entendido como un instrumento separado de la lucha de clases, para mejor servir a la burguesía dominante. Sino una maquinaria fabulosa construida sobre la experiencia política de la modulación y modelación de los cuerpos, podríamos decir colonización de los cuerpos. Con estos tópicos la problemática de la colonización se agranda enormemente, pues se encuentra íntimamente vinculada con la expansión y proliferación de las tecnologías de poder, tecnologías de poder que tenían que atender a las tareas de domesticación de los cuerpos en los extensos territorios conquistados y colonizados. Ya no se trata solamente de disciplinar los cuerpos, sino inscribir en ellos formas de comportamiento de subordinación, sometimiento, supeditación, convertirlos en cuerpos marcados, pero también aptos no solo para el trabajo y la producción sino también como flujos de energía, como recursos biológicos, de los que se puede absorber información genética y prácticas útiles a la acumulación y concentración del poder.

Entonces se trata de pensar la posibilidad de una práctica y concepción política sobre la base de la descolonización radical, que pone en suspenso los múltiples mecanismos de dominación que atraviesen los cuerpos. La liberación entonces de las potencialidades corporales, estéticas, éticas, creativas, de nuevos ámbitos de relación, de nuevos espacios de prácticas, de nuevos imaginarios, universos simbólicos, lingüísticos y figurativos. Un nuevo horizonte político, de la política y de lo político, de las prácticas, de las fuerzas y de las relaciones, un mundo alternativo, otra alternativa civilizatoria y cultural, ya no estructurados en la dicotomía amigo/enemigo, sino más allá. ¿Qué es el más allá del amigo/enemigo? Esta es una pregunta primordial cuando nos preguntamos sobre los umbrales y horizontes de la política. Será una pregunta latente a lo largo del análisis[7].

¿Cuándo hablamos de hombre y mujer de qué hablamos? ¿De la clasificación de género; es decir, de la economía política patriarcal? ¿Hablamos de los roles institucionalizados, trabajo y reproducción? ¿Hablamos de las imágenes románticas? ¿Hablamos de las imágenes del feminismo? ¿Hablamos de la mujer como alteridad? En este último caso, entonces estamos más allá de la economía política patriarcal, más allá de la economía política de género, estamos más allá del hombre y la mujer. Lo que recuerda la mujer al poder es el cuerpo, la potencia del cuerpo, que teme el poder; la dominación patriarcal es también dominación sobre los cuerpos; dominación compuesta por estrategias, diagramas y tecnologías de poder, que buscan inscribir habitus políticos en la superficie del cuerpo, inocular subjetividades subalternas en el espesor del cuerpo; buscan capturar la energía y las fuerzas que emanan de los cuerpos, usar esta energía y estas fuerzas para la reproducción del capital y del poder. La alteridad al poder y al capital es el cuerpo, lo que puede el cuerpo, lo que excede el cuerpo a las mallas institucionales de captura, a los diagramas disciplinarios, de control y simulación, lo que excede a las máquinas de guerra.

La mujer, entendida como alteridad absoluta, es el cuerpo, la potencia, como alteridad absoluta, el devenir que desborda las mallas y los diques institucionales. No se trata de convertir a la mujer en una amiga, de incorporarla en la fraternidad, que es la red de complicidades masculinas, formando una sororidad, que sería lo mismo, solo que simétrico, sino de seguir la alteridad de la mujer, de atravesar con ella las mallas institucionales patriarcales, de demoler el Estado, de destruir el poder, liberando la potencia social, abriendo el decurso a contra-historias efectivas, inventando mundos posibles.

Descripciones singulares
El desvarío electoral

No se trata de escoger entre un anti-electoralismo a secas y un electoralismo compulsivo. Todo depende de la coyuntura y del contexto, del campo de fuerzas, sobre todo de la situación específica. El problema es cuando se usa la consigna anti-electoralista suspendida de la coyuntura y el contexto; lo mismo cuando se usa la consigna electoralista de la misma manera. Lo peor es cuando el electoralismo se convierte en el procedimiento para conservar el poder. El electoralismo se convierte en un burdo procedimiento que sustituye a las tareas políticas estratégicas; en el caso de los gobiernos progresistas, se convierte en el burdo procedimiento que sustituye las tareas de transformación estructural e institucional. Ya sólo se trata de obtener la mayoría, mejor si es mayoría absoluta. Para lograrlo se emplea de todo, demagogia, retorica, propaganda estridente, hasta se encubren crasos errores y corrupciones. Se pierde no solamente objetividad sino la condición ética-moral. Lo grave es cuando esta conducta desastrosa se concibe como “revolucionaria”, se la efectúa a nombre de la “revolución”. Es cuando se ha perdido no solamente todo referente y orientación, sino se ha perdido toda perspectiva; es un naufragio en la nada del hastío, pero también en el todo de lo grotesco.

Se ha perdido el entusiasmo de las elecciones de 2005 y 2009, ahora se repite mecánicamente, como un hábito, la compulsión electoral, como si este fuera el fin, ganar elecciones, obtener la mayoría. ¿Para qué? Para hacer lo que se ha hecho, pésimas administraciones públicas, corroídas por las prácticas paralelas de la corrupción, encubiertas por la mayoría congresal, como si al hacerlo, lograrían hacer desaparecer el hecho. Desaparece en la ficción aritmética de la mayoría congresal, pero no desaparece de la realidad efectiva, tampoco se crea que desaparezca de las mentes; queda como recuerdo, incluso como culpa. ¿Para seguir el curso de la desnacionalización, de la re-colonización, de las políticas monetaristas, avalando el extractivismo colonial del capitalismo dependiente? ¿Creen que porque ganan cambian las cosas? Lo que hacen también podían haberlo hecho los otros, su oposición; en esto no hay diferencia, salvo los distintos discursos.

Lo dijimos antes, la izquierda, usando este término esquemático, no es electoralista; lo que no quiere decir que sea anti-electoralista per se. Tiene sentido político ir a elecciones después de victorias políticas, como aconteció el 2005, cuando se ratificaron estadísticamente las victorias políticas de la movilización prolongada de 2000-2005; lo mismo ocurrió el 2002, cuando se obtuvo la segunda mayoría, elecciones que ratificaron las victorias políticas de la guerra del agua y del bloqueo indígena-campesino. También se puede decir algo parecido de las elecciones de 2009, que ratifican la victoria de la Asamblea Constituyente y la victoria política y militar sobre las oligarquías regionales beligerantes. Pero, ¿qué pasa con las elecciones posteriores? ¿Qué victoria política se dio? Ninguna; lo que hay es retroceso, regresión, decadencia, desnacionalización, recolonización, restauración calamitosa del Estado-nación, en sus formas más vulnerables, corrosión institucional y corrupción descomunal. En otras palabras, ocurre como en todas partes, el poder hace su trabajo de topo, pero también epidérmico, incorpora a los “revolucionarios” en la maquinaria de poder, convirtiéndoles en sus engranajes. Como se trata de una maquinaria que chirria, se da este ajuste y adaptación en la forma como funciona el poder. Hay ecuaciones que sintetizan esto: Poder=Corrupción; Poder=Dominación; Poder=Cinismo; Poder=Simulación.

Cuando la “izquierda” olvida que es contra-poder y se enamora del poder, el poder, al seducirla, la encanta y encandila, llevándola al abismo, enloqueciéndola. Comparando esta evidencia con la epopeya, esto no le ocurrió a Ulises en la Odisea, pues Ulises, tal como lo narra el canto XII de la Odisea, prevenido por la diosa Circe del peligro del canto de las Sirenas, ordenó tapar con cera los oídos de sus remeros y se hizo atar al mástil del navío. Les dijo a los remeros: si por el hechizo del canto pedía que lo liberasen, debían apretar aún más fuerte sus ataduras. Gracias a esta artimaña Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir. Estas criaturas seductoras se precipitaron al abismo al verse derrotadas. En cambio, en el caso de la odisea de la “izquierda”, al no “taparse los oídos”, mas bien, al dejarse encandilar por los embelesos del poder, se dejó hechizar por los cantos de sirena; entonces estas criaturas, el poder, se devoraron a la “izquierda”.

Las elecciones a gobernaciones y municipios de este año, 2015, son eso, parte de esta calamitosa decadencia, de este olvido de la movilización prolongada y de la Constitución. Forma parte de la seducción del poder, de los cantos de sirena. Solo que se trata de sirenas bastante desencantadoras, obesas, que, sin embargo, atraen a los candidatos; se trata de la sirenas de la corrupción, de la dominación, del cinismo, de la simulación. Hay un dicho paceño que dice a falta de marraqueta buenas son las caucas, aunque no se aplique en este caso, pues la marraqueta y las caucas son sabrosas; empero, hace alusión a un dicho que puede ser de los candidatos, a falta de transformaciones bueno es el poder.

Basta revisar los programas de los candidatos para darse cuenta cuán lejos están de la Constitución; es más, la ignoran. En lo que respecta a las regiones, a los departamentos y a los municipios, desconocen el entramado de competencias privativas, exclusivas, concurrentes y compartidas. No tienen la menor idea de la finalidad del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico; tampoco tienen noción del sistema de gobierno constitucional, la democracia participativa, pluralista, directa, comunitaria y representativa. Entre unos y otros, oficialistas y oposición, compiten en lo mismo, solo que unos lo hacen desde el gobierno, y los otros desde el estrado. Compiten en promesas asistenciales o, en su caso, promesas extravagantes; todas descontextuadas del mandato constitucional. Unos y otros tienen el perfil del politiquero, del demagogo. La política ha vuelto a sus cauces ordinarios, la gravitación del poder ha hecho esfumar los sueños; se trata de la política pedestre que comparte la clase política en todo el mundo.

Sorprende entonces tanto acaloramiento de diputados y senadores oficialistas, que hacen esfuerzos denodados en destacarse en despropósitos, como, por ejemplo, encubrir, cuando se sabe fehacientemente los alcances de la corrupción, justificar violencias tontamente, que no se sabe para que se ejecutan, ¿para amedrentar? Hablan para los medios como si se jugara el destino de un proceso que ya ha muerto. Es patético, sobre todo cuando lo hacen de temas escabrosos o de casos insulsos.

Hay pues un desvarío electoral. Todo se resume al cómputo y a la compulsa electoral. El fin es obtener la mayoría a como dé lugar; el fin justifica los medios; sin embargo, es un fin que se ha perdido en los medios y son medios que llevan al fin del camino, la consumación de la decadencia.

Figuraciones circunstanciales en la trama política

Un perfil del mapa de las elecciones departamentales y municipales

Lo que tenemos a mano no son los datos oficiales del Tribunal Electoral, sino los resultados en boca de urna; pero, éstos ya nos definen los mapas de las composiciones estadísticas de la votación, sus distribuciones y diferencias, en los departamentos y municipios del país. No se trata de elucubrar sobre estos resultados, sino de interpretar las tendencias, captadas por los resultados en boca de urna.

Nuestra posición es anti-electoralista; sin embargo, esto no quiere decir que no tengamos que decir nada sobre la composición electoral, sobre el mapa descriptivo que se perfila. A pesar de nuestra crítica a la decadencia electoralista, que ya no expresa la verificación estadística de las victorias políticas, como aconteció el 2002, 2005, hasta el 2009, sino que expresa el retorno a la inercia, a la costumbre electoralista, que usurpación de la voluntad general, mejor dicho, de las voluntades colectivas, otorgando a los representantes la delegación de las voluntades, es indispensable comprender el funcionamiento del voto, la decisión del voto, la distribución del voto, definido, como efecto de masa, por la población votante.

A groso modo, se puede decir que la derrota electoral del MAS en el departamento de La Paz, tanto en el mismo departamento como en las ciudades de El Alto y La Paz, es el más duro golpe sufrido por el partido oficialista. Las veinte provincias le han retirado la confianza; la Ciudad rebelde de El Alto ha desplazado su voto masivo a una candidata mujer de la oposición, candidata, que entre otros atributos, ha sido constituyente; la ciudad de La Paz ha decidido mantener la administración de la Alcaldía en manos de quienes han demostrado eficiencia funcionaria. El departamento de La Paz, de mayoría aymara, tanto rural como en la ciudad de El Alto, de composición mestiza, en la ciudad de La Paz, entrelazada con composiciones aymaras y de migraciones de otros departamentos, le ha quitado su confianza al MAS. Todo esto ha ocurrido a pesar de que el mismo presidente ha acompañado notoriamente a los candidatos oficialistas.

Diciéndolo de una manera exagerada, para ilustrar, este hecho es ya lapidario para el partido gobernante, que tenía a uno de sus bastiones fuertes precisamente en el departamento de La Paz. Se ha escuchado repetir a “analistas” oficialistas, también a algunos “analistas” de la oposición, que las elecciones “nacionales” son diferentes a las elecciones departamentales y municipales, pues, en estas últimas, no se encuentra el “jefe”, el líder. Lo que no observan estos “analistas” es de qué si bien en las últimas elecciones “nacionales” ha vuelto a ganar el MAS, obteniendo 2/3 del Congreso, la población votante lo ha hecho sin entusiasmo, como cuando sucedía en elecciones anteriores, sino con desencanto; pero, votando por el desencanto debido a la inercia, bajo un criterio pragmático o quizás desesperado. No votar por los que derrotamos, no votar por los que recuerdan al pasado que descartamos con la movilización prolongada. Los resultados estadísticos, las cifras, la mayoría absoluta, no corroboran, en este caso, apoyo entusiasta, apoyo activo, como en anteriores elecciones, sino una especie de costumbre, incluso de pena, hasta de nostalgia por los mejores tiempos, donde había entusiasmo y confianza. Por otra parte, todavía la mayoría de la población está atrapada por la convocatoria del mito, por el caudillo, aunque este mito y este caudillo se encuentren deslucidos y deteriorados.

No vamos a decir que es una derrota demoledora, sino que puede convertirse en una derrota demoledora, como un anuncio o señal, dependiendo de los desenlaces de los subsiguientes hechos. Los gobernantes y el partido gobernante no entienden que no se encuentran en una coyuntura parecida a la del 2006, tampoco en el periodo álgido del 2006 al 2009, sobre todo en el lapso intenso de la Asamblea Constituyente, sino en fases sucesivas de decadencia. Tampoco entienden que no son los mismos, que el poder los ha tomado, los ha cooptado, que son engranajes del poder; por lo tanto, cumplen funciones de dominación. Prefieren creer que nada ha cambiado, que su líder sigue siendo el mismo, el símbolo donde se reconoce la esperanza, que su forma de práctica política sigue siendo la misma, como cuando las practicas sindicales servían para sostener las resistencias, las movilizaciones y la ofensiva popular. No se dan cuenta que ya no son los mismos; no han podido resistir a las seducciones del poder. Han preferido conservar el poder, convertir este objetivo en estrategia, dejando atrás las tareas emancipadoras que creía la población que tenían. Su estadía en el poder los ha demolido.

Podemos hablar de otras derrotas, en otros departamentos y ciudades capitales, otras alcaldías; empero, de alguna manera, una parte importante de estos casos pueden considerarse como probables, dadas las secuencias electorales anteriores. No ganaríamos mucho, en el análisis, siendo minuciosos con estos resultados. El terremoto aconteció en La Paz.

Félix Patzi, aymara de la provincia de Aroma, sociólogo, doctorado en Ciencias del Desarrollo, habiendo sido ministro de Educación, después vapuleado inmisericordemente por el gobierno, el presidente, el vicepresidente, los oficialistas, se ha convertido en el vengador, pues los aymaras, alteños y paceños, que votaron por él, lo hacen un poco para vengarse de la desilusión. Era muy difícil vencer al MAS en el departamento de La Paz; el control de la CSUTCB; en parte, cierto control sobre la dirigencia de la Federación de Trabajadores Campesinos de La Paz; el control significativo de la dirigencia de la FEJUVE del Alto; obviamente el control y la disponibilidad de la Alcaldía del Alto y de la Gobernación de La Paz; convertían al partido oficialista en inexpugnable. Sin embargo, sus murallas han sido derribadas por un intelectual crítico aymara, por una joven alteña, que se ha ganado el corazón de los jóvenes alteños, y por un alcalde paceño, que deriva de buenas administraciones municipales. ¿Qué nos dice todo esto? ¿Nuevos lideratos, como adelantan, a voz en cuello, los “analistas”? ¿Nuevas fuerzas políticas, como pronostican estos “analistas”? Estas sus dos interpretaciones son débiles; con mucha facilidad descartan no un liderato, el del caudillo presidente, sino un acontecimiento político, que fue Evo, aunque no haya sido por sus atributos, como creen los llunk’us y los apologistas, sino por la composición de las fuerzas, su combinación con los imaginarios colectivos, la convocatoria del mito. Un acontecimiento político no es un evento electoral, por más sorprendente que sea; un acontecimiento político es una multiplicidad de sucesos, de eventos, de procesos, singulares, que se articulan, de tal manera, convergiendo hacia puntos de ruptura, que cuando ocurren inauguran una nueva época. Félix Patzi, en cambio, tiene muchos atributos; empero, todavía no es acontecimiento político.

Incluso, si se puede decir, sin mucha convicción todavía, que Evo ha dejado de ser acontecimiento político, mientras no se de otro acontecimiento político, que no necesariamente tiene que expresarse como convocatoria del mito, tampoco encarnado en el cuerpo de una persona, de otro caudillo, pueden darse formas, mas bien, colectivas y comunitarias, los vencedores de las elecciones en el departamento de La Paz solo pueden desplegarse a la sombra del acontecimiento político crepuscular. Este es el tema y no otro, desde la perspectiva política, en sentido amplio.

¿Qué y quienes derrotaron al MAS? No fueron solamente los dos gladiadores y la gladiadora, vencedores en la contienda electoral departamental y municipal de La Paz, sino fue el costo del poder, sino fueron ellos mismos, sus gestiones municipales, sus gestiones gubernamentales, sus gestiones legislativas, jurídicas y electorales. Fueron los llunk’us, que son como termitas que se comen la madera de la casa. Fueron los que rodean a Evo, a quienes tiene que cargar con el prestigio que encarnaba su persona y su cuerpo, con el valor del mito. Sus acompañantes se llevaron parte de él, de su prestigio y de su valor simbólico; le arrancaron la vestimenta, dejándolo desnudo, le arañaron la piel, dejándole heridas, incluso parte de la carne. No se trata de exculpar al líder, al caudillo, al presidente, no se trata de volverlo una víctima de sus entornos, no se trata de convertir a sus entornos en culpables, de ninguna manera, sino se trata de comprender el funcionamiento dramático de las máquinas de poder; máquinas que se cobran vidas, que exigen sacrificios, que destruyen a personas. Este funcionamiento de las máquinas de poder no solamente corresponde a la historia política reciente boliviana, sino corresponde a la historia política reciente de todos los países del mundo. Es la forma de funcionamiento de las máquinas de poder en la modernidad.

Son dramáticas las historias del poder y de los poderosos, sobre todo cuando tienen pretensiones “revolucionarias”. El poder se escarnece particularmente con ellos; les juega una mala pasada. Mientras se ilusionan que pueden usar el poder, el poder deja que esto crean los gobernantes, mientras los envuelve en su telaraña seductora, convirtiéndolos en marionetas de las lógicas de poder, inherentes al Estado, a las mallas institucionales del Estado y del sistema-mundo capitalista. Ciertamente estas historias no acontecen de la misma manera, hay una gran variedad, distintos recorridos, escenarios; empero, los desenlaces se parecen, pues los “revolucionarios” terminan agobiados por su eterno combate contra los “enemigos” de la “revolución”, que aparecen por todas partes, hasta en sus propias filas. Cuando lo hacen, hacen lo mismo que sus antecesores derrocados, reprimen, convierten al Estado en policial, acuden el Estado de excepción, directamente o indirectamente, al suspender derechos; entonces, al hacer lo mismo se parecen tanto a los anteriores gobernantes derrocados que ya no se sabe quiénes son, en realidad, ni si la “revolución” es eso, perseguir a “enemigos” y conspiradores.

En relación a estos dramas sorprende la locución de deprimentes discursos, que no han aprendido nada, ni entienden lo que ocurre. Uno es de “derecha” y otro es de “izquierda”. El primero, supone que los gobernantes populares son de lo peor, corruptos, tiranos, vulneradores de leyes y derechos, como si sus representantes recordados, los gobernantes conservadores, nacionalistas, liberales y neoliberales, no lo hayan sido. De esta interpretación deducen que la salida a la crisis política es retornar a los gobiernos conservadores, cuando, por lo menos, se respetaba la institucionalidad. Como si la institucionalidad tenga que reducirse al orden, que defiende sus privilegios y, sobre todo, sus subordinaciones a la vorágine de empresas trasnacionales extractivistas, a los términos de intercambio impuestos por la geopolítica de los estados imperiales. Si bien, el gobierno popular ha caído nuevamente en el circuito de la dependencia, en el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, los términos de intercambio no son los mismos; los han mejorado notoriamente. Que no es aceptable que la soberanía se reduzca a esto, estamos de acuerdo; empero, hay una diferencia entre mejorar notoriamente los términos de intercambio que aceptar sumisamente los términos de intercambio que te impone la geopolítica imperial. Este discurso recalcitrante de “derecha” no ha entendido nada, no se basa en ninguna experiencia social, ni en la suya propia; se basa en sus prejuicios, a los que coloca como si fueran certezas.

El otro discurso recalcitrante, de “izquierda”, reduce la historia a un guion de dibujos animados; donde los personajes pierden espesor, se presentan estereotipados, entonces encarnan valores, el bien, el mal; aparecen definidos de una manera simple, los buenos, los malos. Las leyes de la historia son también simples, se reducen a contradicciones esquemáticas, cuya superación empuja la evolución, el desarrollo y el progreso. Al respecto hay dos consecuencias interpretativas; una que deduce que los gobiernos reformistas o pequeñoburgueses, como les gusta nombrar, estaban destinados a la traición, a la reforma limitada; entonces, también son enemigos de clase. La otra variante es la que habla de contradicciones principales y contradicciones secundarias, acudiendo a la teoría de las contradicciones de Mao Zedong, como si esta teoría, que responde a una coyuntura en la lucha de clases y en la guerra antiimperialista en China, pueda ser utilizada universalmente, descontextuada del campo de fuerzas y del espacio-tiempo donde emerge. No parece haber sido esta la pretensión de Mao, cuando se trataba de responder de una manera específica a una situación concreta. Entonces, deducen que los gobiernos populistas o nacionalistas son per se antiimperialistas; esta es la contradicción principal. Que las contradicciones en el seno del pueblo, y con el gobierno nacionalista, es secundaria. La consecuencia política es el apoyo al gobierno popular en su lucha antimperialista y postergar la lucha en el contexto de las contradicciones en el seno del pueblo. No se ponen a pensar, por lo tanto, no reflexionan ni analizan las situaciones concretas; no se preguntan si realmente el gobierno nacionalista efectúa una lucha antiimperialista o si su actitud demagógica es el mejor apoyo al imperialismo, precisamente por inhibir las capacidades críticas y de lucha del pueblo. Este esquematismo maniqueo, por más elocuente que sea con adjetivos y calificativos rudos, que pretenden, por ser rudos, ser “revolucionarios”, no es más que conservadurismo recalcitrante. Este discurso tampoco ha entendido nada, no ha aprendido de la experiencia social y de la memoria social de las luchas y de las revoluciones en la modernidad. Si Mao Zedong hubiera pensado como ellos, seguramente hubiera caído en las manos de Chiang Kai-shek.

La mejor defensa de un proceso de cambio es la crítica. La crítica busca evitar la caída al círculo vicioso del poder, círculo que ha entrampado, primero, después derribado, a las revoluciones en la modernidad, sobre todo a las revoluciones socialistas. El apoyo crítico respalda, más que al gobierno populista, a la potencia social que desencadenó el proceso de cambio. Reducir el apoyo al gobierno nacionalista es transferir la potencia social a la representación y delegación del gobierno; esto es ir más lejos que el cretinismo parlamentario, esto es caer en un cretinismo político, que reduce la actividad revolucionaria a apoyar a gobiernos populistas, en la fase de la contradicción principal, para después pasar, en la fase de la contradicción secundaria, a cumplir con resolver las contradicciones en el seno del pueblo.

Probables tendencias cuantitativas

Interpretación descriptiva de las elecciones departamentales y municipales

La cantidad es una sumatoria. Distintas cantidades son comparables, una es mayor o menor que la otra, o equivalente. Cantidades diferentes responden a su diferencia cualitativa, dependiendo de la cualidad de referencia. La estadística compara estas cantidades aritméticamente; pueden formar parte ambas de una totalidad; entonces como partes de la totalidad ocupan porciones. Esta relación, en realidad, es una probabilidad; si se multiplica por cien, es una proporción; sin embargo, la proporción es una hipótesis de interpretación descriptiva. La explicación de la proporción se encuentra en la probabilidad. Por, lo tanto, se puede interpretar las proporciones como probabilidades; esto ayuda a comprender que se trata de tendencias; no de valores estáticos. Vamos a interpretar los resultados electorales, de las elecciones departamentales y municipales, que son cantidades, desde la perspectiva de las probabilidades; es decir, como cifras que expresan tendencias, medidas en su magnitud. Como los datos son conocidos, han sido publicados, como resultados en boca de urna, no vamos a detenernos en la enumeración de estas probabilidades, multiplicadas por cien, tomadas como proporciones. Vamos a referirnos a sus tendencias, mejor dicho a la interpretación cualitativa de sus tendencias cuantitativas.

A groso modo, se puede decir que se observa un desplazamiento de la votación en los polos demográficos del eje central, La Paz y Santa Cruz, hacia lo que se ha venido denominando el voto castigo al oficialismo, sobre todo en el caso de La Paz, pues en el caso de Santa Cruz como que se retoman las tendencias de anteriores alecciones a las “nacionales” de 2014. Lo mismo ocurre en Tarija, al sur; en cambio, al norte, en Pando, se observa un desplazamiento de la votación por el partido de gobierno, salvo lo que ha acontecido en la ciudad de Cobija. Al centro, en Cochabamba, el MAS ha preservado su hegemonía departamental, perdiendo en la ciudad de Cochabamba. Se puede decir casi lo mismo respecto al borde sur-oeste, Oruro y Potosí, y al centro-sur, Chuquisaca, perdiendo en la ciudad de Oruro. Hay segundas vueltas para definir las victorias electorales, donde la diferencia no llega al 10%, de acuerdo a lo que establece la Constitución al respecto. Estas son las tendencias generales de las elecciones departamentales y municipales.

Tomando en cuenta este panorama estadístico, no se puede decir que se ha mantenido la estructura cuantitativa, configurada, más o menos, desde las elecciones de 2005; algo que, de alguna manera, pretenden los intérpretes oficialistas. La pérdida en el departamento de La Paz, incluyendo a El Alto y La Paz, cambia el perfil de la estructura cuantitativa. En este sentido, se puede sugerir una hipótesis interpretativa; la tendencia anterior, que era de mayoría absoluta para el MAS, ha cambiado; la tendencia parece ser que es a perder la mayoría absoluta. Ya hemos escuchado, varias veces, la cantaleta de que las elecciones “nacionales” son diferentes a las elecciones departamentales y municipales. Esta es una verdad de perogrullo, que sin embargo, en este caso no explica las variaciones del mapa de las cantidades departamentales. La pérdida de La Paz es categórica. Ciertamente ya no sorprenden los argumentos leguleyos de los “analistas” oficialistas. La argucia o triquiñuela de abogados no sirve ni ayuda en la interpretación de los datos. Está bien para ellos, para tranquilizar sus consciencias.

No vamos a preguntarnos por qué ha ocurrido esto, el cambio de la tendencia cuantitativa de la votación; se puede caer en especulaciones, en el peor de los casos, o lograr explicaciones adecuadas, desde el análisis histórico-político. Nos remitimos, en todo caso, a escritos anteriores[8]. Lo que interesa es interpretar descriptivamente el mapa de las tendencias cuantitativas.

Volveremos a concentrarnos en el departamento de La Paz, para no perder el hilo, pues en el resto de los departamentos, salvo Pando, se retoman, con variantes, tendencias o inclinaciones al voto, dadas en anteriores elecciones. Lo que ha cambiado es la inclinación al voto en el departamento de La Paz y en el departamento de Pando. Es más fácil interpretar estas tendencias en Pando, pues se puede acudir a la hipótesis provisional de la presencia de la población migrante del sur, sobre todo quechuas, aymaras y mestizos de los departamentos de La Paz, Cochabamba, Oruro y Potosí. Es más difícil interpretar lo acontecido en el departamento de La Paz. Se puede acudir a la hipótesis de voto castigo; pero, no es suficiente. Dejando los datos generales, entrando, un poco, a datos más detallados, vemos que si bien el MAS ha perdido la gobernación y dos alcaldías de ciudades importantes, ha conservado su peso en el consejo departamental y en los consejos municipales. En otras palabras, el cambio de tendencia, no se da de una manera abrupta, mostrando caídas abismales, sino se da así, por así decirlo, variando la tendencia y preservando pesos anteriores. De todas maneras se ha dado un cambio de tendencia; lo que puede considerarse punto de inflexión. Este hecho no se oculta con la cantaleta de la diferencia entre elecciones “nacionales” y elecciones departamentales; tampoco con el argumento pertinente de que el partido oficialista ha conservado su peso en los consejos.

Hablar de tendencias estadísticas, sobre todo de estadísticas que ponderan la inclinación del voto, no sostiene estimaciones sólidas; no quiere decir que las tendencias se pueden mantener irreversiblemente. Esto no depende de la estructura estadística, sino de lo que acontezca cualitativamente en el acontecer social, político y económico, también en el acontecer de la psicología de masas. El valor interpretativo de estas tendencias se encuentra en el análisis regresivo, la comparación con la “historia” cuantitativa de las tendencias electorales. En este sentido, se puede sugerir la hipótesis interpretativa del punto de inflexión y el cambio de tendencia electoral.

Hemos dicho que no íbamos a buscar explicaciones del por qué aconteció esto, el cambio de tendencia. Sin embargo, sin necesidad de hacerlo, se puede sugerir hipótesis de interpretación de lo que parecen expresar los comportamientos electorales.

Se observa un comportamiento electoral mecánico, incluso si su tendencia haya cambiado. Se trata de efectos de masa de desilusiones individuales. No estamos ante conductas auto-determinantes. La población votante está lejos de la democracia participativa, de la deliberación colectiva, de la construcción colectiva de las decisiones. Se trata, por así decirlo, de votos, al mejor estilo liberal, de delegación y representación, renunciando a la afirmación de las voluntades singulares. Para decirlo crudamente, se trata de una población votante dependiente de la “ideología” delegativa y representativa formal liberal. No ha salido de esta atmósfera de dependencias y subordinaciones; en estos comportamientos electorales no hay nada de rebelde ni de rebelión. Las rebeliones quedaron en la movilización prolongada de 2000-2005, incluso en las marchas por la defensa de la Asamblea Constituyente y la Constitución. No se puede esperar ninguna rebelión de un comportamiento electoral liberal, sea favor o en contra del oficialismo. Las interpretaciones de que se trata de una “rebelión en las urnas” es pura especulación o, si se quiere, exageración mediática. Lo preocupante entonces es el haber perdido la capacidad de rebelión social, el haberse conformado con el estilo pragmático del gobierno.

Desde la perspectiva del poder constituyente esta situación es preocupante, pues no se puede esperar de estos comportamientos electorales ni voluntad de cambio, ni voluntad de aplicar la Constitución, tampoco de defender la Constitución. Estos comportamientos conformistas no transforman, sino, mas bien, reiteran las dependencias sociales, políticas, económicas y culturales. No hay nada, desde nuestro punto de vista, de qué alegrarse. Está lejos el contar con disponibilidad de fuerzas y predisposición de voluntades para realizar transformaciones estructurales e institucionales, para materializar la Constitución, para recorrer la transición del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico.

Disyuntiva política
Liberación o decadencia

No se trata de una oposición, de una contradicción; la liberación no es opuesta a la decadencia. Se trata de experiencias distintas, como si correspondieran a mundos diferentes. Pero, ¿por qué plateamos como un dilema entre liberación o decadencia? Porque, aunque no son opuestos, tampoco contradictorios, si no nos encaminamos a la liberación, si no se opta por emanciparse de las dominaciones, no solo quedamos subordinados, dominados, reducidos a las nuevas formas de esclavización, por más edulcorantes que sean estas formas, sino que caemos en la decadencia.

Podemos considerar la decadencia como colapso social, como ocaso de una cultura, de una civilización, de una sociedad. Comienza con la declinación de las fuerzas que sostienen a la sociedad, a sus asociaciones y composiciones, sobre todo a sus instituciones. Se trata de un descenso de la vitalidad social, de la energía contenida y que circula, de una perdida irremediable de energía; se podría hablar hasta de una entropía. Estamos como ante un crepúsculo cultural, civilizatorio y social. La decadencia es un anuncio de la muerte de un sistema social. Estamos ante una inminente caída. Del decaimiento, del agotamiento, hemos pasado a la ruina, a la destrucción de las estructuras, composiciones e instituciones del sistema social. Una forma de sociedad, preponderante antes, se hunde. Cuando estos son los síntomas, estamos ante la caducidad del sistema social mismo; el sistema tiene dificultades para reproducirse; se degenera y termina por periclitar.

Por cierto, ésta es una interpretación trágica; es como una narrativa apocalíptica. Puede resultar hasta exagerada, pues, en la historia efectiva, las culturas, las civilizaciones, las sociedades, no desaparecen; subsisten, absorbidas por las nuevas formas culturales, las nuevas formas civilizatorias, el nuevo sistema social, que les otorga nuevos contenidos y nuevas expresiones. Empero, el tema y nuestra discusión no es si las sociedades, cultura y civilizaciones, desaparecen o no, sino cómo interpretar los síntomas de la decadencia.

Nuestra interpretación es distinta, no es trágica, tampoco dramática, es paradójica. De alguna manera, para ilustrar, el apogeo comparte con la decadencia los espacios de concurrencia de la sociedad; ésta tiene que optar, constantemente, entre rutas hacia el apogeo o rutas hacia la decadencia. La decadencia no es desorden, sino derrumbe, perdida de fuerzas y de energía, perdida de vitalidad. Se cae en la decadencia cuando se derrochan las fuerzas y energía. No se entienda este derroche como gasto sin retorno, al estilo de Georges Bataille, sino como diseminación. El gasto sin retorno del excedente es recuperado simbólicamente. En el caso de la decadencia no hay recuperación simbólica; hay pérdida sin valorización simbólica, hay pérdida sin interpretación social. ¿Se trata del sin sentido? No, pues hasta el sin sentido es interpretable; se trata de la falta de sentido, incluso de sin sentido. Es como lo que se pierde nunca hubiera existido. No deja huella de ninguna clase.

Se trata de una descomposición total, absoluta; de la descohesión completa. En otras palabras, de la perdida de relaciones. Entonces, ¿cómo puede subsistir la decadencia, en este desaparecer, en este hundimiento, si no hay relaciones? Hay que comprender que se trata de un transcurso de des-relacionamientos, de des-cohesiones, de des-composiciones. Llamemos a este estado o periodo de corrupción la manifestación de la putrefacción.

En este periodo preponderan los abalorios, la artificialidad, los montajes, la estridencia, la pantalla, la simulación vulgar y grotesca. Es como, al desaparecer, lo que se descompone, diera alaridos espantosos. Sin embargo, sabemos que estas son metáforas; ¿qué es lo que ocurre con la decadencia? No hablamos de la decadencia de un cuerpo, hablamos metafóricamente de la decadencia del Estado; institución imaginaria de la sociedad, asentada en la materialidad de mallas institucionales de la modernidad. Entonces hablamos de la decadencia institucional. ¿Cómo explicar esto, ya no desde la irradiación metafórica? Las instituciones no son cuerpos vivos, son, por así decirlo estructuras sociales construidas por asociación de mónadas, de individuos, de grupos, de colectivos, de clases sociales. Entonces la decadencia de las instituciones tiene que ver con la decadencia de las prácticas y de las relaciones de los que establecen las instituciones. Si se puede describir de esa manera, se trata del deterioro de las relaciones y prácticas sociales, que sostienen las instituciones; en este caso, el Estado. ¿Cuándo se puede decir que se deterioran las relaciones y las prácticas? ¿Cuándo ya no cumplen plenamente sus funciones para las que han sido conformadas? ¿Se da como un desgaste en la medida que la recurrencia se repite en el tiempo? ¿Se vuelven anacrónicas respecto a los cambios de contexto? Estos son las preguntas a las que debemos primero responder.

El Estado-nación moderno ha sido conformado por la burguesía. Aunque sea el resultado de un campo de luchas, la clase social que le ha dado un perfil, una forma, un contenido y una expresión al Estado es la burguesía. La burguesía se presenta como clase universal, como representante de la nación, como expresión progresista de la sociedad, como perfil de la libertad y la democracia; sobre todo de las instituciones modernas que garantizan la libertad, la democracia y el libre funcionamiento de la economía. La “ideología” presenta al mundo burgués como el logro de la sociedad, de su evolución, de su desarrollo, de su progreso y su democracia. La burguesía no solo ha logrado el dominio, sino la hegemonía, pues las demás clases sociales se encuentran dentro de esta atmósfera “ideológica”; decodifican e interpretan el mundo a partir de esta “ideología”. Sin embargo, si bien la “ideología” convence, es una cultura, en la que participan todos, no puede sustituir a la materialidad de las prácticas, de las relaciones y las estructuras sociales.

Hablando en el lenguaje histórico-político, la guerra no ha terminado, no concluye con la última guerra, la revolución burguesa, no es el fin de la historia. La guerra persiste en la filigrana de la paz; esta guerra sorda, aunque estalla, intermitentemente, bulliciosa, es la lucha de clases. El nuevo pueblo conquistado, dominado y sometido a leyes que no son suyas, es el proletariado. Es un pueblo dentro del mismo pueblo de la nación y del Estado. Es el pueblo concreto que desgarra las pretensiones universales y homogéneas del pueblo abstracto o de las representaciones institucionales del pueblo. Entonces, en primer lugar, lo que se desgasta es la “ideología”; ya no puede encubrir la guerra en la filigrana de la paz.

Por otra parte, como no se trata de un solo país, una sola sociedad y un solo Estado-nación, sino de un mundo complejo, lleno de países, variados y diferentes, de sociedades plurales y de Estado-nación, aunque representados jurídica y políticamente como de la misma estructura institucional, son composiciones histórico-políticas diferentes. En este mundo, unos Estado-nación subordinan a otros Estado-nación, los someten, proyectan su geopolítica; primero, a escala regional, después a escala mundial. Estos Estado-nación dominantes es a lo que se ha llamado imperialismo. Entonces la “ideología” burguesa ha quedado corta ante la envergadura de temas, tópicos y problemas que tiene que atender y explicar. La “ideología” se expande, proponiendo nuevas narrativas; una de ellas es la historia universal. El imperialismo amplia la “ideología” con la narrativa de la tarea civilizatoria de los países desarrollados; ocupa países subdesarrollados, los subordina a sus órbitas económicas, de expansión e incremento de la acumulación de capital. Configura y conforma una geopolítica del sistema-mundo capitalista. La “ideología” imperialista acabada, después de varios devaneos y contingencias, es la del orden mundial, macro estructura transversal de las mallas institucionales mundiales, malla institucional de las instituciones multinacionales y los organismos internacionales, contando con Naciones Unidas, como la cúspide de este orden mundial. Se trata de un orden mundial que establece la relación democrática entre los Estado-nación.

Sin embargo, esta “ideología” imperialista tampoco hace desaparecer la guerra en la filigrana de la paz. La guerra no es ocultada, mas bien, es mostrada abiertamente, como guerras civilizatorias, como guerras justas, como guerras en defensa de la democracia, de las instituciones modernas, de los derechos democráticos, de los derechos humanos, de la paz. El problema aparece evidenciado, en su distorsión, cuando en los Estado-nación subalternos los gobiernos asumen esta “ideología”. Las contradicciones y los contrastes son evidentes. La “ideología” se hace trizas, es interpelada por los pueblos colonizados, los pueblos sometidos y subordinados. La guerra reaparece como guerra antiimperialista; su antecedente es la guerra anticolonial. La guerra antimperialista contiene, en su historia efectiva, la guerra anticolonial. Asistimos a un nuevo desgaste de la “ideología”, en su versión imperialista.

Como la “ideología” no funciona de por sí, requiere que se la haga funcionar; los dispositivos y engranajes son las instituciones, los discursos institucionales, los Estado-nación; podemos decir, que también se desgastan estos discursos, estas instituciones, estos Estado-nación, pues, si bien, sostienen el funcionamiento de la “ideología”, este sostenimiento queda anacrónico, insuficiente, superado por la complejidad de las contingencias de la lucha de clases, de la guerra anticolonial y antiimperialista. El desgaste del que hablamos se muestra en su desmesura exhaustiva. La persistencia en una “ideología”, inútil e inservible ya, muestra patéticamente los síntomas de la decadencia.

El problema “ideológico” reaparece después, a pesar de las guerras de la independencia, de la independencia nacional, de la liberación nacional, incluso de las revoluciones socialistas; la “ideología” se vuelve a extender, a amplificar, a complejizar abigarradamente. El discurso socialista pretende haber superado la “ideología” burguesa construyendo una “ideología” socialista. Ya no es la burguesía la representante universal de la sociedad sino la burocracia del Estado socialista. La “ideología” es “ideología” porque es representación, sustituye al mundo efectivo por las representaciones institucionales; después, porque pretende no ser representación sino la verdad del mundo, la verdad descarnada del mundo, la ciencia positiva, la descripción del mundo tal como es. La “ideología” es “ideología” porque encubre dominaciones; de la dominación de la burguesía se ha pasado a la dominación de la burocracia.

Actualmente los llamados gobiernos progresistas pretenden ampliar la extensión de la “ideología”. Dicen que son los dispositivos estatales del socialismo del siglo XXI, que habría superado los errores y las contradicciones del socialismo real del siglo XX. Sin embargo, mantiene toscamente a dos clases sociales con pretensiones universales, la burguesía y la burocracia. Se hace doblemente evidente la insuficiencia de la “ideología”. Se refuerza doblemente la decadencia. Los comportamientos decadentes aparecen en sus dobles guiones y narrativas, la narrativa burguesa y la narrativa burocrática. Se cae doblemente en la corrosión y corrupción, que son como los desbordes escandalosos de estas excedencias de lo incongruente.

¿Cómo salir de la decadencia? Hay que salir de la “ideología”, de sus ampliaciones ad hoc y abigarradas. Lo que equivale a decir también salir de las dominaciones polimorfas, de sus cristalizaciones institucionales. Esto implica llevar a término las emancipaciones múltiples, en la consecución de las liberaciones múltiples. En vez de “ideología” recuperar la capacidad de la imaginación radical y del imaginario radical. En vez de instituciones fosilizadas, instituciones plásticas, flexibles y desechables, sirviendo como herramientas para solucionar problemas; no, como ahora, cuando las instituciones, el Estado, se han convertido en problema, el problema mayúsculo que atenta contra la sobrevivencia humana.

Segunda parte
Caracterizaciones
El meandro de los gobiernos progresistas

Conservadurismo de los intelectuales

Dedicado a Víctor Hugo Quintanilla Coro, a José Luis Saavedra, intelectuales quechas, a Pablo Mamani Ramírez, Lucía Choque, a María Eugenia Choque, a Esteban Ticona, a Carlos Mamani Condori, al Inka Waskar Choquehuanca, a Félix Patzi, intelectuales aymaras. También dedicado al historiador aymara Roberto Choque. De quienes aprendí y aprendo de la densa perspectiva anti-colonial y descolonizadora encarnada.
Intencionalidad

Esta es una crítica al conservadurismo intelectual y a la apología de los gobiernos progresistas. Dos actitudes que debilitan la potencia social, que debilitan las fuerzas de las luchas emancipatorias, liberadoras y de-coloniales, que transfieren la potencia y la fuerza a la captura institucional, por lo tanto a la usurpación representada de las conquistas sociales.

De la intelectualidad

Hay una imagen, un tanto difundida, de que los “intelectuales” son, por lo general críticos; esta imagen compartida compite con otra más popular; de que los “intelectuales” habitan en la estratosfera, que deambulan en los aires, con los pies suspendidos, sin pisar la tierra. Ambas imágenes son equivocadas; en primer lugar, porque es un grupo muy reducido de los “intelectuales” que es crítico; la aplastante mayoría es, en realidad, conservadora. Legitiman el régimen cuestionado por las y los críticos. La gran mayoría de los “intelectuales” es realista, “pragmática”, funcional al sistema. En segundo lugar, la gran mayoría de los “intelectuales” pisa tierra, pisa tierra firme, conocen muy bien las reglas del juego y los intereses vigentes. Aunque hay, entre ellos, una zona de incertidumbre, cuando se aproximan a una cierta forma de “crítica”, que no deja de ser formal, a pesar de los escenarios que se montan, permitidos. Estos “intelectuales”, de cierta postura “crítica”, saben distinguir lo “viable” de lo “imposible”, lo aconsejable de lo extremo. La dosis “crítica” no puede comprometer ciertos márgenes de movimiento, ciertos intervalos de desplazamientos, no se pueden cruzar ciertos límites. Estos márgenes, estos límites tienen que ver con el Estado. No se puede tirar por la borda al Estado; en manos de los gobiernos progresistas es un instrumento de ampliaciones democráticas, de mejoras sociales, de redistribuciones del excedente. Hay que distinguir gobiernos progresistas de gobiernos claramente de “derecha”. Este punto de vista es plenamente realista; por lo tanto, conservador.

Lo que elude esta “crítica” realista es la cuestión estatal; es decir, la cuestión del poder. El Estado es esencialmente violencia concentrada, el Estado es el aparato privilegiado de las estructuras de poder, de los diagramas de poder, el Estado es la macro-institución primordial de los agenciamientos de poder. Hablar del uso del Estado es casi una ilusión; pues es precisamente el Estado, como campo institucional, como campo burocrático, como campo politico, el que termina usando a los “revolucionarios” y a los progresistas[9]. Se puede decir que, estando en el Estado, a la larga, “derechas” e “izquierdas” terminan pareciéndose, pues usan la violencia física y simbólica del Estado como aparato de represión, pues terminan expropiando la voluntad general, las voluntades colectivas y sociales. La dramática historia de las revoluciones nos muestra esta ruta sinuosa. Las revoluciones cambian el mundo, el mundo no va ser lo que era antes; empero, todas las revoluciones se hunden en sus contradicciones. No pueden resolver el problema del Estado y del poder[10].

No es que digamos que esta “critica” sensata no tenga validez. Obviamente que la tiene, pues no se puede confundir tipos de gobiernos, gobiernos, con pretensiones socialistas, gobiernos progresistas, gobiernos nacionalistas, con gobiernos declaradamente pro-capitalistas, gobiernos reaccionarios, gobiernos neo-liberales. Esta es una premisa histórica política; empero, de aquí no se puede concluir que es mejor no criticar a los gobiernos progresistas, pues favorece a la “derecha”. Tampoco se puede concluir, incluso criticándolos, que, por esta razón, es mejor que se queden en el Estado a entregar el Estado a la “derecha”. Pues, qué es el Estado sino aquel instrumento construido por las clases dominantes, que termina invistiendo a los ocupantes de turno como funcionarios, como técnicos del ejercicio de las dominaciones polimorfas. El problema no es tanto quién ocupa el Estado, sino que el Estado no haya sido desmantelado para instaurar, en su lugar, formas participativas de gestión.

Cuando los gobiernos progresistas terminan haciendo lo mismo que los gobiernos liberales y neoliberales, el problema del poder, de la recurrente reiteración de las formas de poder, se manifiesta patentemente. No sólo en lo que respecta a la represión, al uso de la violencia concentrada del Estado, a la criminalización de la protesta, a la persecución de los dirigentes indígenas, como ocurre en Ecuador y en Bolivia, sino en lo que respecta al modelo colonial del capitalismo dependiente, que es la economía extractivista y el Estado rentista. Las diferencias que marcaban a los gobiernos progresistas, diferencias que tienen que ver con ampliaciones democráticas, beneficios sociales, redistribución del ingreso, terminan haciéndose difusas, sobre todo, si consideramos, que el multiculturalismo liberal llegó a reconocer la interculturalidad. También se hacen difusas las fronteras cuando son los gobiernos neo-liberales los que inventaron el microcrédito y los famosos bonos, además del uso accionario de las AFPs; medidas que han mantenido los gobiernos progresistas.

La tarea no es mantener a los gobiernos progresistas, sino transformar la sociedad y demoler al Estado, aunque sea en una larga transición. Los gobiernos progresistas se proponen mantenerse en el poder, púes gozan de la legitimidad histórica de que son “revolucionarios”. Eso basta. Los “intelectuales” de la “crítica” sensata, también creen que la tarea es sostener a los gobiernos progresistas, a pesar de sus crasos errores. Esto es caer en el mito de los caudillos, como también caer en el mito del Estado como instrumento, que antes estuvo al servicio de las clases dominantes, y ahora puede estar al servicio de las clases dominadas, de las naciones y pueblos colonizados.

El Estado no va dejar de ser lo que es, sencillamente porque sus ocupantes sean otros; los nuevos ocupantes son simplemente los nuevos funcionarios del mismo sistema de poder. Tampoco se puede disociar la relación del Estado con el capital; el Estado es una estructura fundamental en la acumulación de capital, por lo tanto, en la realización del capital. Se podría decir que el Estado es el capital porque garantiza su desenvolvimiento acumulativo. De la misma manera no se puede disociar el Estado del orden mundial de dominación y control; es un dispositivo de este orden de dominación y control. Los Estado-nación son útiles para la transferencia de los recursos naturales, de las periferias al centro del sistema-mundo capitalista. Lo que tarden en manifestarse estas evidencias, depende de contextos, coyunturas, relación de los gobernantes con las clases explotadas y colonizadas, con las naciones y pueblos subordinados. Depende de la vulnerabilidad de los nuevos ocupantes; cuánto más retóricos más pronto caen en la lógica de una maquinaria de poder, aunque chirriante y aparatosa. En contraste, cuánto más convicción tengan en lo que llaman la transición, más se prolonga la ilusión de usar al Estado. Empero, más tarde o más temprano, termina imponiéndose el peso gravitatorio de un fabuloso instrumento de dominación, vigilancia, disciplinamiento y control.

Apostar por mantener en el Estado a los gobiernos progresistas, es volver a repetir el error del apoyo incondicional, que se le otorgó a la Unión Soviética, suponiendo que era la patria socialista que había que defender, que era la representación del proletariado universal; cuando al no criticar, al no poner en evidencia el camino “despótico” optado, usurpando a los consejos (soviets) la democracia obrera y campesina, lo que se hacía, al final de cuentas, es contribuir, paradójicamente a su caída. Esto acaecía con todo su dramatismo, pues el burocratismo, el centralismo, el autoritarismo, el verticalismo, terminaron minando las defensas del proceso de transformación. Lo que menos requieren los procesos de cambio es el apologismo, tampoco requieren sólo de “crítica” sensata, sino se advierte de la necesidad de crítica radical; tocar de raíz los problemas. Se requiere que la crítica radical acompañe y sea acompañada de participaciones y movilizaciones sociales, que cuestionen la vía burocrática de “cambio”; movilizaciones sociales que impongan de manera activa la participación colectiva, comunitaria y social. Requieren transferir las decisiones a la construcción colectiva y participativa.

No es sostenible el argumento de que, lo que acabamos de decir, favorece a la “derecha”. Lo que favorece a la “derecha” es que los gobiernos progresistas vuelvan a recorrer las rutas conocidas de reproducción del poder, pues terminan en el laberinto politico, que lleva a los gobiernos a su propia caída. La “revolución” no culmina con la toma del poder, la “revolución” sólo puede continuar profundizándose como “revolución” dentro de la “revolución”, transformando las prácticas “revolucionarias”; sino ocurre esto, lo más probable es que concurra la contra-revolución dentro de la “revolución”, efectuada por los mismos “revolucionarios” en el poder.

Las crisis de los “procesos” de cambio, puestas en evidencia en Bolivia, Ecuador y en Brasil por las movilizaciones sociales, las movilizaciones indígenas, los conflictos reivindicativos, las interpelaciones comunitarias, muestran claramente los límites de los gobiernos progresistas, sus innegables contradicciones, su peligrosa orientación hacia un Estado policial. No se puede cerrar los ojos ante semejantes manifestaciones interpeladoras, no se puede seguir sosteniendo que es mejor el mal menor, que es mejor preservar al gobierno progresista que volver a los gobiernos neo-liberales. El problema no es éste, mantener o no mantener al gobierno progresista; el problema es continuar con el “proceso” de cambio, que no puede darse sino cambiando, transformando. Esta continuidad, esta profundización, esta transformación, no puede darse sin la participación colectiva, comunitaria y social. Esta no es tarea de burócratas; estos sólo saben repetir la gestión pública establecida, la administración de las normas. Apostar por mantener al gobierno progresista es apostar a detener el proceso, a congelarlo en el punto de la toma del poder, por una vía u otra, por vía electoral o “revolucionaria”; equilibrarlo en el momento mismo de la ilusión, cuando la historia sigue su curso. Aquí se expresa patentemente el conservadurismo de los “intelectuales” de la crítica sensata.

Marx decía que no hay peor derrota que no haber intentado. De la manera sensata, entonces, se apuesta a la peor derrota; contentarse con lo poco conquistado, el gobierno, sin haber demolido el poder, las estructuras de poder, los diagramas de poder disciplinarios, los diagramas de poder coloniales, constituidos en la modernidad. Esta tarea de demolición no necesariamente se tiene que efectuar de la noche a la mañana, puede darse en una transición, que incluso puede ser larga, dependiendo de la correlación de fuerzas y de las condiciones de posibilidad histórica; empero, una cosa es esto, demoler el Estado, desmantelar el poder, aunque sea en una transición larga, y otra cosa es preservar el Estado, preservar el poder, preservar al gobierno progresista en el Estado.

El conservadurismo intelectual radica en renunciar efectivamente a construir mundos alternativos, aunque se lo diga discursivamente. La construcción de mundos alternativos se lo hace alterativamente; alterando la reproducción del poder, en sus formas polimorfas, alterando la reproducción del capital, en las formas concretas de acumulación. Siendo dos de ellas las preponderantes en la contemporaneidad; una, el extractivismo expansivo; otra, la especulación financiera. Dos formas a las que apuestan los gobiernos progresistas.

Defensa crítica de los procesos de cambio

Cuando hablamos de defensa crítica de los procesos de cambio no hablamos, indudablemente de la defensa de los gobiernos progresistas, que son composiciones burocráticas, que son la parte, en todo caso, más conservadora de los procesos. Los apologistas han confundido la defensa de los procesos, defensa, que debería corresponder a la profundización de los cambios, con la defensa de los gobiernos progresista. Esta confusión es conservadora y hasta peligrosa para los procesos mismos. Los procesos de cambio de los que hablamos se han inscrito en sus constituciones políticas; los gobiernos progresistas han vulnerado sistemáticamente sus constituciones, sobre todo en el caso de Bolivia y Ecuador, que cuentan con constituciones que establecen el Estado plurinacional. La defensa de las constituciones, en estos casos, significa defenderlos contra sus gobiernos que vulneran las constituciones. Aquí no hay donde perderse; no se puede hablar de distinguir a gobiernos progresistas de gobiernos de “derecha”. Usando este término tan discutible, heredado del imaginario de la revolución francesa, es “derecha” violar la Constitución y los derechos colectivos consagrados en la Constitución.

Frente a la continuidad expansiva del modelo extractivista, que es la opción seguida por los gobiernos progresistas, no queda otra cosa que defender la madre tierra, los derechos de los seres de la madre tierra, defender los derechos comunitarios, los derechos colectivos, los derechos de las naciones y pueblos indígenas, defender el derecho de los pueblos a modelos alternativos al extractivismo, al capitalismo, a la modernidad y al desarrollo. Esta defensa es contra los gobiernos progresistas, pues ellos son los que llevan adelante la expansión extractivista a nombre del “desarrollo”.

Frente a la centralización desmesurada de los mandos, el verticalismo autoritario, que reproduce cristalizados burocratismos y autoritarismo, heredados del Estado liberal, no queda otra cosa que defender la democracia participativa, establecida por la Constitución. Esta defensa del ejercicio plural de la democracia se lo hace también contra los gobiernos progresistas, que descartan, en la práctica, cualquier participación y control social, salvo si es demagógica y teatral.

Frente a la decisión gubernamental de solventar la expansión del uso de los transgénicos, que según el presidente de Bolivia, son una solución para la soberanía alimentaria, apoyando taxativamente a los empresarios involucrados en la producción de soya, no queda otra cosa, que defender la producción y los cultivos orgánicos. Esta defensa también se lo hace contra los gobiernos que introducen normas de apoyo al empleo de los transgénicos y la ampliación de la frontera agrícola.

Frente a la entrega de las reservas fiscales mineras a las empresas trasnacionales, mediante leyes mineras de promoción al capital extranjero, que en Bolivia también tiene un aditamento, la entrega de reservas a la vorágine de las llamadas cooperativas mineras, que de cooperativas sociales no tienen nada, sino son instancias que encubren formas salvajes de propiedad privada, no queda otra cosa que defender las reservas fiscales, que son propiedad de los pueblos. Esta defensa también es contra los gobiernos que orientan una política minera de extractivismo depredador.

Frente a la escalada de corrupción descomunal que se efectúa, en unos casos, a nombre de la formación de una nueva burguesía, de una burguesía nativa, término tan inapropiado para ocultar el robo al erario del país, otras veces se oculta bajo teatrales orquestaciones institucionales, que dicen luchar contra la corrupción y la transparencia, que, sin embargo, se ciegan ante evidentes y conocidas proliferantes prácticas de corrupción institucionalizada, no queda otra cosa que enfrentarse a la impostura de los gobiernos progresistas. En este caso, es más criminal desatar prácticas paralelas perversas institucionalizadas, pues corroen las propias bases éticas y morales de legitimación del proceso de cambio.

Frente a políticas monetaristas, que entregan el ahorro nacional al sistema financiero internacional, dispositivo hegemónico y dominante del ciclo del capitalismo vigente, evitando generar espacios alternativos de contra-moneda y contra sistema financiero[11], no queda otra cosa que defender la valorización concreta de los productores locales frente a estas políticas monetaristas de los gobiernos progresistas.

En todos estos casos la defensa del gobierno, confundir la defensa del proceso con la defensa del gobierno, es pues contraproducente, pues debilita a las posibilidades, las potencialidades y las fuerzas del proceso. Esta posición conservadora es debilitante, desactiva la vigilancia, el control, la interpelación, de los movimientos sociales, de los pueblos y las comunidades. Esta perspectiva conservadora tiene una visión esquemática inmóvil. Hay “derecha” e “izquierda”; dos campos estáticos, definidos por siempre, como entidades eternas, como sustancias a-históricas, olvidando las dinámicas políticas y sociales, fluidas y complejas. Los gobiernos, por más que se proclamen populares, progresistas, socialistas, “revolucionarios”, pueden devenir en gobiernos reaccionarios si es que toman medidas represivas, antidemocráticas, inconstitucionales, aunque lo hagan a nombre de la defensa de la “revolución”. Mucho más aún si las medidas reproducen las mismas estructuras de dominación polimorfas, aunque se lo haga a nombre de los indígenas, sin consultarles, como corresponde. Lo que es un uso simbólico de la víctima de la colonización y colonialidad. Al ocupar el lugar el lugar del otro, en la estructura colonial mantenida, se termina siendo el otro, el “blanco”, el dominador, el colonizador, pues al mantenerse la estructura colonial, se hace lo que hacía el “blanco”. No se trata, obviamente, como lo anotó Frantz Fanón, de sólo cambio de color, en el puesto de mando, sino de ocupar el lugar, que debería haber sido destruido y no tomado.

El problema de esta etapa de los procesos políticos, llamados de cambio, etapa de gestión de gobierno, es el dilema planteado de qué hacer con el Estado. El problema es creer que el Estado puede ser usado, como si fuese un instrumento neutral, el problema es creer que basta que el instrumento cambie de mano, para que tenga otros fines, como si el Estado no estuviera constituido por relaciones históricamente cristalizadas. El problema del Estado es antiguo en la historia de los movimientos sociales anti-sistémicos, en la historia de las “revoluciones”, en la historia política, así como también es antigua la reiteración del fetichismo estatal.

El conservadurismo de esta posición intelectual radica en la apuesta por los gobiernos progresistas y no en la potencia social, no en la capacidad y potencialidad de las comunidades, no en la capacidad de la dinámica molecular de las sociedades. Este no sólo es un fetichismo estatal, sino un fetichismo institucional, que considera que la fuerza social, producente y productiva, está en las instituciones, y no en la capacidad producente y productiva de la gente. Las instituciones son el efecto molar, el efecto de masa, el efecto estadístico de las dinámicas moleculares[12]. En esta etapa, la de las gestiones gubernamentales, es cuando se pierde el rumbo del proceso, cuando se escabulle la posibilidad del proceso, pues, en vez de orientar las políticas a una deconstrucción del Estado, se orienta a una consolidación mayúscula del Estado.

A estas alturas de las historias políticas de la humanidad, ya deberíamos haber aprendido las grandes lecciones. La ruta de la institucionalización de la “revolución”, la ruta de la estatalización de la “revolución”, es destructiva de la misma “revolución”. Es la clausura misma de la “revolución”. Ciertamente, no se puede negar, que hacer otra cosa, que la que se hizo en el pasado, es difícil, requiere de invención, creatividad, imaginación e imaginario radicales. Este es el desafío, para no repetir la dramática historia de las “revoluciones” hundidas en sus contradicciones.

Ahora bien, la defensa crítica de los procesos de cambio debe ser contextuada en cada uno de los países en cuestión. No es la misma situación, la complexión de las fuerzas, en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil. Se trata no sólo de contextos distintos, sino de historias sociales y políticas diferenciales. El campo politico es variado en los países; la distribución de las fuerzas es diferente. No se puede proponer sólo una defensa crítica general del proceso; las características de la defensa crítica del proceso son también variadas. La lucha tenaz en Venezuela contra una “derecha” y burguesía fuerte, que goza de convocatoria, además del apoyo de la Casa Blanca de Estado Unidos de Norteamérica, a pesar de las fuerzas, disponibilidad, y convocatoria popular del gobierno bolivariano, obliga a considerar la distinción planteada por la “crítica” sensata, la distinción entre “derecha” e “izquierda”, recurriendo a estos términos esquemáticos. Incluso a pesar de los graves problemas burocráticos y de corrosión del propio gobierno. No ocurre lo mismo ni en Ecuador, ni en Bolivia, donde la “derecha” política se encuentra disminuida y sin convocatoria apreciable, en tanto la “derecha” económica, que es de clase, que corresponde a la reproducción de la burguesía, se halla aliada al gobierno, gozando de sus beneficios, que corresponden, por ejemplo, a las políticas monetaristas, a las políticas agrarias, a la suspensión de la función económica y social, a la suspensión del saneamiento de tierras, a la suspensión del control sobre tala de bosques. En estos casos no aparece tanto el peligro de que la “derecha” tome el gobierno, sino que el gobierno progresista se siga derechizando.

El caso brasilero es notoriamente diferente; hablamos de un gobierno que claramente ha optado por una alianza con la burguesía, incorporada al propio gobierno, un gobierno que ha optado por el aburguesamiento de la casta dirigente del PT, un gobierno que tiene un claro diseño de geopolítica regional[13]. Por último hablamos de un gobierno que no ha hecho la reforma agraria esperada por el movimiento campesino más grande del mundo, el movimiento sin tierras (MST). Más bien defiende a los latifundios y a las empresas monopólicas de los transgénicos, como la Monsanto. No es pues una sorpresa que en este país continental, cuyo Estado ha concebido una geopolítica regional y continental, que abarca también al África, por lo menos sud-sahariana, se hayan dado las gigantescas protestas contra el gobierno de Dilma Rouseff, que ha destinado una cuantiosa y fabulosa inversión en la infraestructura del mundial de futbol, beneficiando a las empresas constructoras, descuidando el bien estar social. También, no es pues de ninguna manera desconocido, la legendaria lucha de los pueblos indígenas contra el avasallamiento de sus tierras, avasallamiento ahora efectuado con los mega-proyectos de las macro-hidroeléctricas, como es el caso del proyecto faraónico de Belo Monte.

Por otra parte, no se puede decir, pues tampoco es sostenible, que la crítica radical a los gobiernos progresistas debilita la lucha antiimperialista. Al contrario, le otorga actualidad, pues pone en el tapete las transformaciones dadas en la forma imperialista; propone una lucha contra el imperialismo, de carne y hueso, tal como es hoy; descarta seguir dibujando una figura obsoleta del imperialismo, que corresponde las condiciones histórico-políticas-económicas de mediados del siglo XX. Mantener la imagen de esta figura y lanzarse discursivamente a la lucha antiimperialista, no es otra cosa que pelear contra un fantasma, cuando en los hechos se mantienen buenas relaciones con el imperialismo de carne y hueso. El imperialismo de hoy es el orden mundial de dominación global e integral, conformado por los organismos internacionales, el sistema financiero internacional, el entramado de redes de las empresas multinacionales y trasnacionales, el centro dinámico y cambiante del sistema-mundo capitalista, que ha incorporado a las llamadas potencias emergentes(BRICs), que tiene como gendarme a la híper-potencia del complejo económico-industrial-tecnológico-cibernético-mediático de los Estados Unidos de Norteamérica. Un orden mundial de dominación global e integral, que articula distintos planos y atraviesa ocupando todos los espacios posibles e imaginables de la existencia social, así como de la vida, los ciclos de la vida, la información genética. Estamos ante un sistema global e integral de dominación mundial, que avanza a su unificación, comprometiendo a estados, por más diferentes que sean y pretendan cierta soberanía, comprometiendo todos los recursos naturales, por más pretendidamente nacionales que aparezcan; la subsunción formal, real y virtual de los procesos de explotación de los recursos naturales ha llegado a formas concomitantes y de dependencia agudas, por más propios que se declaren los recursos naturales. La acumulación ampliada de capital, en las condiciones de este capitalismo financiero-trasnacional-posindustrial-cibernético-mediático, ha llegado a espeluznantes dimensiones cuantitativas, a impresionante eficacia cualitativa, además de la asombrosa rapidez y velocidad de desplazamientos logradas. Nadie puede decir, en estas condiciones, que es independiente, que escapa a estas formas de dominación y explotación del capitalismo tardío, nadie puede decir que puede lograr un desarrollo capitalista autónomo, local, regional, propio, sea “andino-amazónico” u otro específico. Esto no sólo es una ilusión desdichada sino una insensatez descomedida. Por eso, pretender una acumulación originaria local, mediante la expansión del extractivismo, para pasar a la industrialización y de ahí a formas de soberanía alimentaria, no es más que una ilusión al servicio de la acumulación ampliada desbordante y especulativa del capitalismo tardío, políticamente conformado como imperio.

Esta es otra razón por la que no se puede apoyar a la orientación económica escogida por los gobiernos progresistas, pues se basan en esta ilusión descomedida y en esta “estrategia” de “desarrollo”, que termina, precisamente, impulsando las formas de acumulación combinadas del sistema-mundo capitalista; reiteradas y recurrentes formas de acumulación originarias, por despojamiento y desposesión; acompañando a desplegadas y dinámicas formas de acumulación ampliada. Esta ruta es la de la reproducción de la dependencia, del colonialismo y del capitalismo, en las condiciones vertiginosas del presente. Esta ruta también es la destrucción de la “naturaleza”, de la madre tierra, de la vida, de sus ciclos vitales, comprometiendo la sobrevivencia humana.

Los gobiernos progresistas en su laberinto

En adelante haremos descripciones de los contextos y coyunturas, diferenciales y análogas, en los que se encuentran los gobiernos progresistas.

En Genealogía de la dependencia escribimos:

En lo que corresponde al balance de las rutas desarrollistas contemporáneas, sobre todo en lo que respecta a las llamadas potencias emergentes, es aleccionador leer a Francisco de Oliveira cuando hace un análisis ilustrativo de lo que ocurre con la potencia emergente de Brasil[14]. El autor de El neo-atraso brasileño propone dos hipótesis interpretativas; una, que por un lado fueron las actividades rurales de subsistencia, el trabajo informal y la precarización de los salarios los que subsidiaron el crecimiento de la industria y los servicios. La segunda hipótesis se refiere a la emergencia de una nueva burguesía compuesta por técnicos, economistas y banqueros, núcleo duro del Partido de los Trabajadores (PT). Ambas condiciones determinan la identidad paradójica que adquiere el capitalismo periférico en esta parte del mundo, aquí el capitalismo se financia con la explotación de los trabajadores, en tanto que el progreso sucede siempre en otro lugar, allí donde se produce la ciencia y la tecnología de punta, en el centro del sistema-mundo capitalista.

Este balance es contundente, no hay desarrollo en las potencias emergentes, por lo menos entendiendo a este fenómeno de una manera integral, sino neo-atraso, repitiendo las condiciones perversas de este rezago. El desarrollo de las fuerzas productivas deja en la ruina a una parte de la humanidad, el subdesarrollo aparentemente deja de existir, no así sus calamidades, el trabajo informal, el mismo que se transforma en un indicador de la desagregación social. Lo que se produce son modernidades heterogéneas y de contrastes. Por un lado, centros urbanos que imitan el iluminismo edificado de las urbes del norte, burguesías articuladas a las redes del capital financiero, por lo tanto que forman parte de la misma burguesía globalizada; por otro lado, incluso en las mismas ciudades, cordones, espacios, amplias zonas de marginamiento y economía informal, incluso ilícita. Grandes mayorías discriminadas. En las potencias emergentes se ha dado lugar a la emergencia industrial, que no es otra cosa que el desplazamiento de la desindustrialización del centro del sistema-mundo capitalista, que ha optado por tecnología de punta, transfiriendo tecnología obsoleta a las llamadas potencias emergentes. En estos lugares se ha dado lugar a la formación de nuevas burguesías, que no tendrían nada que envidiar a las burguesías del norte, sobre todo en lo que respecta a su opulencia; empero este esplendor se construye sobre la base del marginamiento, la informalización de las grandes mayorías explotadas y dominadas, que habitan las zonas, los espacios del neo-atraso y la pobreza repetida descomunalmente. La emergencia de las potencias se basa en la destrucción devastadora de la naturaleza, la ampliación de la frontera agrícola, el uso de los transgénicos. De esta manera los costos de este progreso son demasiado altos como para hacerlo sostenibles.

No hay pues destino con el desarrollismo, tampoco con el neo-nacionalismo. Lo que hacen, en el mejor de los casos, en el caso de las potencias emergentes, es volver a modificar los términos de intercambio en las lógicas de acumulación del capital, modificar su participación en la estructura mundial de dominación capitalista. Por eso, podemos volver a decir, que los nacionalismo están mucho más cerca de las ilusiones liberales criollas y gamonales que de los proyectos emancipatorios y libertarios de los movimientos sociales, naciones y pueblos indígenas originarios. Están más cerca de repetir las formas coloniales, las del colonialismo interno, también las reiteradas cadenas de la dependencia, que de lograr construir las soberanías plurales que requiere un mundo alternativo de autodeterminaciones, auto-convocatorias, de participaciones sociales y ejercicios plurales de la democracia. Si bien los nacionalismos heroicos forman parte de la historia de las luchas, pretender repetirlos en los ciclos contemporáneos del capitalismo es apostar en una repetición burda y cómplice de las formas de acumulación mundial capitalista por despojamiento[15].

Brasil

Lo que acabamos de recoger, comentando el sugerente e iluminador libro de Francisco de Oliveira, titulado El neo-atraso brasilero, y cuya metáfora interior es la figura aglomerada del ornitorrinco, es la caracterización que vamos a manejar para referirnos, en general, a los países de los gobiernos progresistas, aunque esta caracterización no solamente sea válida para estos países sino para el conjunto de los países del continente, que forman parte de la geografía móvil periférica, semi-periférica y central, incluso en las condiciones de BRICs, como es el caso de Brasil. Francisco de Oliveira usa la metáfora del ornitorrinco para configurar el llamado desarrollo brasilero; el autor escribe:

Altamente urbanizado, con poca fuerza de trabajo y población en el campo, aunque sin ningún residuo pre-capitalista; por el contrario, con presencia de un fuerte agrobusiness. A esto se suma un sector completo de la segunda revolución industrial, avanzando titubeante por la tercera revolución, la molecular-digital o informática. Por un lado, una estructura de servicios muy diversificada – sobre todo cuando está ligada a los estratos de altos ingresos que, en rigor, son más ostensiblemente perdularios que sofisticados – . En el otro extremo, una estructura muy primitiva, ligada directamente al consumo de los estratos pobres. Posee también un sistema financiero todavía atrofiado pero que, precisamente por la financiarización y el aumento de la deuda interna, acapara una gran proporción del PIB[16].

Comentando el análisis y la caracterización que hace Francisco de Oliveira, en el libro citado, escribimos:

Francisco de Oliveira visualiza la recreación y expansión de la informalidad, la mantención del crónico desempleo, el encubrimiento del subempleo, como formas de articulación y subvención a la acumulación de capital, formas completamente articuladas y funcionales a los sistemas de industrialización e incursión en la tecnología molecular-digital. Combinaciones que forman parte de esa complementariedad y recreación violenta entre la forma de acumulación ampliada y la forma de acumulación originaria por despojamiento. Todo esto atravesado por un sistema financiero que cubre el funcionamiento económico, succionando las esferas y los circuitos económicos a la lógica de la financiarización, que empuja al uso especulativo del capital financiero. Produciendo entonces un endeudamiento externo e interno que caracterizan a las actuales economías dependientes, llamadas emergentes. Este ornitorrinco económico y social se sostiene sobre la extensa base de la diferenciación social excluyente y marginada de la distribución de la riqueza y el excedente, que se concentran desproporcionalmente en la minoría poblacional de empresarios privilegiados por el monopolio y el apoyo estatal, a la que se suman las clases medias beneficiadas por la expansión de los servicios e impulsadas al consumo. La gran mayoría de la población está condenada a vivir en los márgenes de esta modernidad, pasando de ser el ejército industrial de reserva a la masa gigantesca de trabajadores informales, proletariado nómada y habitante de los barrios prohibidos.

Se trata del reino de la informalidad, el desvanecimiento del salario, del adelanto del costo de producción.

“La tendencia moderna del capital es suprimir el adelanto: el pago a los trabajadores pasa a depender de los resultados de las ventas de los productos-mercancía. En las formas de tercerización del trabajo precario, y en lo que – entre nosotros – se continúa denominando “trabajo informal”, éste es un cambio radical en la determinación del capital variable. Así, aunque parezca extraño, los rendimientos de los trabajadores pasan a depender de la realización del valor de las mercancías, lo que antes no ocurría. En los sectores todavía dominados por la forma salario, sigue en pie la anterior modalidad, tanto es así que la reacción de los capitalistas es des-emplear la fuerza de trabajo. El conjunto de los trabajadores es transformado en la suma independiente de un ejército de activos y de reserva, que se intercambia no de acuerdo con los ciclos de negocios, sino diariamente”[17].

Esto es, se produce la suspensión de la producción, de la valorización de la producción, por lo tanto de la valorización del tiempo socialmente necesario del trabajo. Lo que se hace, sobre la base de su ocultamiento, es abrir nuevamente las temporalidades de la súper-explotación, así como del dominio absoluto de la circulación y el mercado, obligando a la gente al sacrificio y a la donación de sus vidas en aras de la realización de la ganancia. Suspendiéndose con esto los derechos conquistados en la historia de las largas luchas sociales. Desde entonces ya no se trata de los derechos, tampoco del sujeto de los derechos, sino de la realización descarnada de las ventas y de los resultados del sistema. Se vive entonces la dramática experiencia de la precarización, de la fragmentación, de la dispersión y la diseminación de las formas de vida y de las formas de organización. La realización de las súper-ganancias, la construcción deslumbrante de las grande urbes metropolitanas, la conformación de barrios de ensoñación y oasis paradisiacos, contando también con los moles comerciales y de consumo para las clases medias, sólo se pueden dar si al mismo tiempos se transfieren los costos de la magnificencia a extensas zonas suburbanas, a expansivos entornos de miseria, a favelas interiores o ruralidades vaciadas y detenidas en el tiempo. El costo no sólo se materializa en los perfiles de la marginación y la exclusión, sino también en la conformación de mundos paralelos y periféricos[18].

En relación a las últimas movilizaciones dadas en Brasil (junio-octubre 2013), de usuarios, de jóvenes y estudiantes, contra el incremento de los pasajes, el mal servicio y las descomunales inversiones en la infraestructura del mundial de futbol, Pablo Ortellado, en Os protestos de junho entre o processo e o resultado[19], escribe:

Las protestas de junio dejan dos legados opuestos: por un lado, a la explosión de manifestaciones con reivindicaciones difusas y sin contar con orientación en la consecución de resultados; por otro lado, la lucha contra el incremento de tarifas del pasaje de transporte, lucha efectuada por el Movimento Passe Livre (MPL), lucha que expresa un profundo sentido de táctica y estrategia.

Durante los momentos finales de la campaña contra el incremento de los pasajes, la lucha fue tomada por asalto por la proliferación de reivindicaciones. Cuando el incremento fue derogado, la agitación quedó como desprovista y la difusión de reivindicaciones proliferantes se apoderó, a la vez, del proceso. Estableciéndose un activismo procesual muy poco orientado a conseguir resultados. En relación a fenómenos semejantes en otros países, lo acontecido fue más lejos: no se trata de la dificultad de encontrar un objetivo viable común, como ocurrió en la ocupación de Wall Street o como aconteció con el 15M español, sino de la incapacidad de encontrar un horizonte ideológico común, aunque éste sea vago. La ausencia de orientación política, donde el movimiento se consumió en problemas procesales, principalmente en los relativos a los modos de lucha. Es por esta razón que los debates que se dieron a finales de 1990 en torno de Black Bloc resurgieron con toda fuerza, ahora en la forma de discusiones sobre los límites entre una respetable y cívica movilización ciudadana y una criminalizada acción de vándalos. Sin objetivos claros, los procesos fueron discutidos en clave principista y sin referencia a sus resultados. En relación a este aspecto, junio fue el mes en el cual explotó una indignación difusa, que es un enigma a ser descifrado por la gran narrativa y sus analistas.

La estrategia del Movimento Passe Livre (MPL) es el resultado de una acumulación de experiencias y aprendizajes de las luchas sociales demandantes.

En el año 2003, los estudiantes de Salvador bloquearon las calles de la ciudad para protestar contra el aumento de los pasajes de ómnibus. La movilización fue espontanea y horizontal, sin embargo, carecía de personas o grupos de referencia legitimados por el movimiento para hacer de interlocutores con el poder público. En ausencia de esas referencias, la UNE hizo este papel y terminó subordinando, a la manera leninista, las reivindicaciones de los estudiantes por la reducción del precio de los pasajes en su agenda partidista. El MPL aprendió de esta experiencia, tomó conciencia que era preciso que el movimiento tuviese una expresión política propia, al mismo tiempo horizontal y contraria al aumento – en otras palabras, que estuviese de acuerdo con su proceso y su propia meta.

El MPL aprendió de la experiencia y se desenvolvió en la lógica inmanente de las lucha de los jóvenes y estudiantes contra el incremento del costo de los pasajes. La evolución de la lucha por rebaja de los pasajes, durante los años 1980, a la lucha por el “passe livre estudantil”, durante los años 1990, y desde aquí, hacia la lucha contra el incremento del precio de los pasajes, durante los primeros años del siglo XXI, revelan una lógica de lucha orientada a la ampliación de derechos que, debidamente interpretada, apunta a la tarifa cero y a la des-mercantilización del transporte para todos. Esta concepción no fue impuesta por un programa leninista externo, sino que fue extraído de la propia lucha autónoma de los estudiantes.

Las lecciones aprendidas, en lo que van diez años del movimiento social, permitieron al MPL una notable combinación estratégica y táctica entre valorización del proceso y orientación al logro de resultados. Por un lado, el movimiento supo preservar y cultivar la lógica horizontal y contracultural, que se dio tanto en la lucha de los estudiantes contra el incremento, como en el movimiento contra la liberalización económica, de donde proceden muchos de los militantes. Por otro lado, el MPL supo establecer, de manera táctica, una meta objetiva factible: la derogación del incremento. Esta meta parece “corta”, sin embargo, no lo es, en la medida, que se encuentra ligada a la meta más ambiciosa de transformar un servicio mercantil en derecho social universal.

El antecedente de la derogación del incremento o de reducir el precio de los pasajes por la primera vez aconteció en Florianópolis en el 2004 y en São Paulo en el 2013. El objetivo de la reducción se re-direccionó de la lógica de la tarifa, ampliándose hacia una reducción creciente, tendiendo al límite lógico de la tarifa cero. Al conquistar la derogación del incremento, la reivindicación de la tarifa cero fue inmediatamente lanzada en el corazón del debate político. La doble victoria de reducir el costo de los pasajes y llevar al centro del debate político la reivindicación de la tarifa cero, por medio de una acción autónoma, contando con una estrategia clara, es el más importante legado de las protestas de junio. Este legado no llega a ser un nuevo paradigma de las luchas sociales del Brasil, sin embargo, es ya un modelo de acción que combina la forma política horizontal y contracultural de los nuevos movimientos, contando con un maduro sentido de estrategia[20].

¿Cómo podemos desentrañar las jornadas que desde junio de 2013 conmueven Brasil? ¿Son revueltas contra el capitalismo de Estado, contra la burguesía sindical formada por el PT en el poder, contra esta renuncia expresa a la política de la luchas de clases, optando por la administración de los fondos de pensiones[21], la participación como sindicalistas en los puestos claves directivos, no solo del gobierno, sino de los fondos, de los bancos, de las empresas, impulsando a las gigantes empresas brasileras a competir en el mundo con sus homologas? ¿Es una rebelión de los jóvenes, de los estudiantes, de los usuarios y consumidores, es decir, de una parte de las mayorías del pueblo y de la población, una parte que no participa de los entornos e irradiaciones ondulatorias de esta élite sindical? ¿Se trata del levantamiento de los nuevos marginados de estas grandes urbes y metrópolis, completamente articuladas a los flujos y retroalimentaciones del capital financiero? Nuevos marginados decimos, pues se trata de clases medias afectadas, en contraposición del proletariado beneficiado por la política de democratización y moralización del capital, orientado por Luiz Inácio Lula da Silva; un proletariado beneficiado por el “desarrollo”, el crecimiento económico, por su participación en la dirección y beneficios de las empresas, por su participación en la estrategia de los fondos de pensiones. ¿Se trata de una nueva contradicción, como fenómeno del capitalismo tardío, donde se enfrentan sectores sindicalizados, organizados, con influencia e intervinientes en el poder, aburguesados, contra sectores sociales atomizados, fragmentados, diseminados, sin influencia, alejados del poder, restringidos a los avatares de las exigencias de la cotidianidad, como la del transporte y sus costos? ¿O son problemas del propio crecimiento de una potencia emergente, que no puede llevar a todos sus habitantes, a todos sus pobladores, a todos sus estratos sociales, de la misma manera, otorgándoles beneficios similares, y al mismo tiempo? Por último, ¿se trata de una nueva generación de luchas, de movimientos sociales anti-sistémicos, que se caracterizan por su compacidad horizontal, sin estructuras jerárquicas, sin considerarse vanguardias, que ejercen resistencias contra-culturales y contra-hegemónicas, como interpreta Pablo Ortellado? Estas son las preguntas que colocan en la mesa estas jornadas de movilización de los indignados brasileros.

El 2010 las llamadas clases medias engrosaron ampulosamente la estructura social, con la entrada al estrato social de 30 millones de personas, en movilidad social, constituyendo ya el 50% de la población. Se estima que para el 2014 las clases medias lleguen a conformar el 56% de la población, sumando 113 millones de personas[22]. A propósito de esta movilidad social, Raúl Zibechi anota que: en tanto los sectores más pobres llegarían a ser por primera vez en la historia del Brasil menos de un tercio de la población. Sólo estos datos nos muestran transformaciones de la sociedad, de su estructura social, de su perfil, de su contenido de clase. No se puede negar, con estas descripciones, que los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva impactaron positivamente en estas transformaciones sociales, no se puede negar los efectos del gobierno progresista en la redistribución del ingreso, como afirma Boaventura de Sousa Santos[23]. Ciertamente; empero, en contraste, tenemos la elocuencia cualitativa de la movilización social en las ciudades. A esta situación contrastante, debemos añadirle la resistencia de los pueblos indígenas a las macro-hidroeléctricas, que destruyen sus territorios, que dañan el medio ambiente, que contaminan y depredan los ecosistemas, que afectan las cuencas de los ríos.

Partamos coincidiendo con Pablo Ortellado, que estamos ante un modelo de acción que combina la forma política horizontal y contracultural de los nuevos movimientos, contando con un maduro sentido de estrategia. Se trata de la manifestación, el despliegue y la expresión de los nuevos movimientos sociales anti-sistémicos, sobre todo de aquellos que se han caracterizado como de los “indignados”, aunque los mismos sean variados y distintos, no sólo debido a sus contextos, la razón por la que estallan, así como por sus historias políticas propias. Las movilizaciones brasileras no estallan exactamente debido a las consecuencias dramáticas de la crisis financiera, como en Europa, sino que estallan como parte de una lucha, que ya cuenta con su propia historia, por la ampliación de derechos, que podemos llamarla profundización de la democracia. Estalla como parte de las contradicciones de una potencia emergente, así como también como parte de las contradicciones de los procesos de cambio, de los que forman los gobiernos progresistas de Sud América.

La ruta escogida, la del desarrollo, la ruta ya transmontada por los llamados países desarrollados, la ruta de la revolución industrial, la ruta de la modernidad, la ruta por la que los gobiernos progresistas logran transformar la estructura social, sobre todo en Brasil y también en Venezuela, aunque también ha ocurrido, con menor intensidad en Ecuador, así como en Bolivia, es una ruta, en todo caso, problemática. Ciertamente esta ruta ha ocasionado el engrosamiento notable de la participación proporcional de las clases medias, aburguesando al sostén social de la nueva conducción estatal, sea sindicalista, como en Brasil, sea partidista, como en el caso de Venezuela, sea profesional, como en el caso de Ecuador, sea campesino, como en el caso de Bolivia; sin embargo, esta ruta desarrollista no parece ser la ruta apropiada, en la etapa actual del ciclo del capitalismo vigente. Lo que estas “revoluciones” han conseguido es, en el mejor de los casos, la modernización de la estructura social, apta ahora para el insaciable consumo. En esto se parecen, aunque considerando distintas escalas; se diferencian en sus nombres. Se nombran como “revolución” por la democratización y moralización del capital, en el caso de Brasil, como socialismo del siglo XXI, en el caso de Venezuela, como “revolución” ciudadana, en el caso de Ecuador, como “revolución” democrática y cultural, en el caso de Bolivia.

Los jóvenes que salieron a las calles, en el fondo, lanzando el mensaje implícito, dicen: por esa ruta no queremos ir, no estamos de acuerdo, queremos otros mundos alternativos posibles. Es mil veces más importante leer este mensaje que escuchar el discurso demagógico de los gobiernos progresistas, discurso, de por sí trillado y harto conocido. Ellos, los gobiernos progresistas, dicen: somos los representantes genuinos del pueblo, somos los libertadores del siglo XXI, somos la conquista, en el poder, de una historia de largas luchas sostenidas; no dejaremos que la “derecha” retorne. Cumpliremos con la estrategia definida, con la planificación del desarrollo. Este discurso patriarcal, fuera de dejar de lado la democracia participativa, atribuyéndose el monopolio de las decisiones, otorgándose el monopolio de la representación, de la legitimidad y de la violencia legítima, supone que ellos, los gobiernos progresistas, son de “izquierda”.

Sin embargo, todo depende de la perspectiva y el referente. Si hipotéticamente vemos de otro modo; por ejemplo definir qué “derecha” es el usufructuó del poder, el monopolio de la violencia y de la representación, el aburguesamiento por procedimientos burocráticos o financieros, entonces los gobiernos progresistas son la “derecha”, pues la “derecha” es un lugar en la estructura de poder, estructura espacial y temporal bio-social-económica-cultural. Entonces podemos concluir, que la “derecha”, mas bien, se ha mantenido, se ha preservado, cambiando de ocupantes, incluso metamorfoseándose, modernizándose, tecnificándose, democratizándose. Entonces lo que hace “derecha”, la función de “derecha”, es el lugar que se ocupa y el ejercicio que se cumple. El capitalismo contemporáneo no requiere de los perfiles de la vieja burguesía, personal, familiar, propietaria privada; de manera distinta, requiere de perfiles técnicos, altamente calificados, que se mueven por redes, que no requieren ser propietarios de empresas, sino gozar de grandes sueldos y jugosos beneficios, además de acceder a circuitos financieros y puestos de decisión estratégica. Como muestra el caso brasilero, la burguesía hoy, requiere de amplia base social organizada, para esto son buenos los sindicatos. Por lo tanto, se puede formar una burguesía sindical, cuando los sindicatos participan en el control de fondos, bancos y empresas[24]. Ciertamente, con esta experiencia se cae la teoría leninista; el proletariado, por lo menos la aristocracia obrera, puede llegar a conformar una burguesía o un estrato importante de la burguesía. Los explotados de hoy ya nos son los proletarios, por lo menos los proletarios sindicalizados, sino lo que llamaba Frantz Fanón, los condenados de la tierra. Por eso, seguir hablando de “derecha” e “izquierda”, no tiene mucho sentido, pues se deviene “derecha”, cuando se tiene el control del Estado.

La lucha de los indignados brasileros se hilvana, a su manera, con la lucha de los indignados del mundo, forma parte de las nuevas formas de protesta, de las nuevas causas de protesta, de las nuevas modalidades de protesta. Como dice Pablo Ortellado, estos movimientos no son del todo espontáneos, tienen sus estrategias, vienen de una acumulación de experiencias. Quizás la más cercana son las jornadas de Seattle, cuando grupos de activistas y movimientos anti-sistémicos se juntaron para boicotear la reunión del grupo que controla el mundo. Algunas de sus tácticas son reconocidas como anarquistas, sobre todo las calificadas de violentas, otras de sus tácticas corresponden a proyectos autogestionarios, auto-determinantes y autonomistas. La proximidad con los anarquistas es grande; se diferencian en los métodos de acción. Sobre todo se parecen en las formas organizativas horizontales, no representativas, no delegativas, contra-culturales y contra-hegemónicas. Lo que quieren impedir es que organizaciones de la izquierda tradicional, leninistas, usurpen las reivindicaciones de los movimientos, y terminen imponiendo mediaciones vanguardistas. Son ciertamente nuevos movimientos, nuevos modelos de movilización, cuyos objetivos no es la toma del poder, sino el desmantelamiento del poder, su deconstrucción y destrucción, creando formas autonomistas de gestión social, colectiva y comunitaria.

La tarifa cero, el concebir el transporte como un derecho, es reclamar lo común, frente a lo público y lo privado. El enfrentamiento entonces es claro. Las formas privadas y las formas públicas, aunque sean estas progresistas, socialistas, nacionalistas, populares, son formas del sistema-mundo capitalista, de la acumulación originaria y de la acumulación ampliada de capital. Todas estas formas, por más democráticas que sean, en sentido formal, reproducen la acumulación de capital, llamado eufemísticamente desarrollo. Si se quiere un mundo, o mundos, alternativo al capitalismo, cualquiera sea su forma, la forma Estado y la forma gobierno, se tiene que salir de la ruta del desarrollo. Desde esta perspectiva se hace indispensable la crítica radical a los gobiernos progresistas, el combate contra la ilusión del desarrollo.

El titubeo de los intelectuales de la “critica” sensata, que termina apoyando a los gobiernos progresistas, es manifiesto en este dilema. Se hallan más apegados al esquematismo maniqueo de “derechas” e “izquierdas”[25], se hallan atrapados en el mito institucional de que el referente privilegiado es el Estado y no la dinámica molecular social. La “crítica” sensata termina alimentando el imaginario estatal, el imaginario institucional, termina alimentando el fetichismo del Estado y el fetichismo institucional. Esta posición es conservadora pues se mantiene en el mismo campo político, en el mismo mapa político, que hay que desdibujar.

Bolivia

Bolivia parece una continuidad del Perú, tanto por la historia precolombina. Historia que tiene que ver con la conformación del Tawantinsuyo; lo que los estudiosos y los historiadores que derivan de los cronistas, conocen como incanato. Unos llamaron al Tawantinsuyo el “Imperio Inca”, sin nunca aclarar qué entienden por imperio, asimilando el término analógicamente a lo que la historiografía y ensayística consideró imperio, ateniéndose a la historia euroasiática. Historia que tiene que ver también con la historia del Virreinato del Perú, que administraba las tierras del interior, las sierras del Alto Perú. Bolivia también parece una continuidad de la Argentina, sobre todo por lo que acontece con el Virreinato del La Plata, así también con las vinculaciones de los guerrilleros charqueños con el ejército independentista de Belgrano, así como con el legendario caudillo gaucho Güemes. En la intersección de ambas geografías administrativas virreinales se encuentra lo que se denominó institucionalmente la Audiencia de Charcas, base geográfica y geopolítica de lo que va venir a ser Bolivia. Por último, también podemos decir, que Bolivia parece una continuidad del Paraguay, sobre todo por la historia de las misiones, principalmente jesuíticas, que son las que dieron un carácter propio, religioso, a la colonización del Chaco y la Amazonia; podemos hablar de esta continuidad a partir también de las continuidades geográficas y ecológicas, los parecidos de los asentamientos, remarcando la continuidad guaraní.

Ciertamente también, invirtiendo la perspectiva, viendo desde una mirada interior, se puede decir que, mas bien, el Perú parece una continuidad de Bolivia, sobre todo por las prolongaciones serranas y los condicionamientos geográficos de la Cordillera de los Andes; lo mismo podemos decir en lo que respecta a la Argentina, que es como una continuidad de Bolivia, remontándonos al acontecimiento constitutivo del entorno potosino y su irradiación económica y social, debido a los circuitos de la plata, los circuitos de la coca y los circuitos de los ponchos. De la misma manera podemos hablar de Paraguay, pues la inmensa geografía de las misiones abarcaba desde la Amazonia peruana hasta el Chaco paraguayo, pasando por Apolobamba, Moxos, Guarayos, los llanos, la Chiquitanía y el Chaco boliviano. No se trata de privilegiar ninguna de las perspectivas, en la interpretación de los parecidos y las analogías, sino de lograr una hermenéutica dinámica, de las dinámicas ecológicas, geográficas, poblacionales, sociales, económicas, políticas y culturales. Esta hermenéutica integral y dinámica es indispensable sobre todo con vistas a la integración continental.

Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo respecto a Brasil? ¿La barrera lingüística se convierte en una barrera inexpugnable? ¿No podemos hablar de continuidad histórica, social, económica y política, a pesar de la evidente continuidad ecológica amazónica? Sería sorprendente afirmar esto cuando hablamos de la frontera más extensa que comparte Bolivia con Brasil. Para comenzar, descartemos la hipótesis de la barrera lingüística, pues la fluida actividad en la frontera nos muestra lo contrario, el “portoñol” y el bilingüismo se han convertido en los códigos transfronterizos. Sorprende que se diga esto contando también con una historia precolombina abundante en la proliferación de pueblos amazónicos, cuya estrategia comunitaria, social y espacial era, que a partir de un límite demográfico, el pueblo se divide, y siguen su curso en los recorridos acuáticos y terrestres de la Amazonia. Muchos pueblos nativos amazónicos y chaqueños se refugiaron en lo que hoy es Bolivia, pues correspondían a territorios del interior, de más adentro, ante el avance de los colonizadores portugueses. Sorprende también no aceptar continuidades entre Bolivia y Brasil, si contamos, de la misma manera, con las historias compartidas de las llamadas misiones, después por características similares de los asentamientos hacendados. El auge del caucho va provocar, en ambos países, la economía de la goma, además de la disputa por el control territorial de la siringa, llegándose así a la guerra del Acre, cuando Bolivia perdió el más grande desgajamiento geográfico. Hay pues continuidades entre Bolivia y Brasil, se vea desde una perspectiva u otra, interna o externa. Lo que pasa es que se ha investigado y escrito muy poco sobre estas continuidades. Es hora de hacerlo.

¿Qué se puede decir respecto a Chile? País con la que Bolivia tiene una frontera traumática, desde la guerra del Pacífico; conflagración perdida, que derivó en el desgajamiento más traumático de su historia, la pérdida de Atacama y de la costa del Pacífico. Claro que hay continuidades. Atacama fue territorio complementario aymara, fue parte de la geografía política de la República de Bolívar, que se cambió de nombre por Bolivia. La guerra del Pacífico enemistó a sus estados, pero no así, a sus pueblos. La exportación minera, la exportación petrolera, además de las otras exportaciones diversas, pasan por los puertos del norte de Chile; lo mismo ocurre con gran parte de las importaciones. Por otra parte, saltándonos a los escenarios culturales, últimamente hay una invasión folklórica boliviana a las ciudades del norte de Chile, donde las bandas orureñas son altamente cotizadas, acompañando las mimesis de la morenada, la diablada y la saya; jóvenes chilenos bailan entusiasmadamente estas danzas. Incluso en una interpelación de los estudiante movilizados, en las resientes revueltas estudiantiles, que luchan por una educación fiscal, des-privatizada y de calidad, han bailado frente a la policía la danza guerrera del tinku. Son estas continuidades las que deben preponderar sobre el recuerdo traumático de la guerra del Pacífico.

Bolivia, a pesar del imaginario institucionalizado, no está aislada; al contrario forma parte de bloques subcontinentales, de ecologías, de desplazamientos poblacionales, de características demográficas, de composiciones sociales, económicas, políticas y culturales, diversas, que, confluyen, en este interior íntimo, que son las territorialidades de adentro, donde el diablo perdió el poncho o el ángel perdió su virginidad. Ese lugar, que es como el “inconsciente” geográfico, si podemos hablar así, abusando de los términos, tanto relativos al psicoanálisis como a la ciencia del espacio. Este interior, estas tierras de adentro, es el lugar de archivo de la memoria social. Lugar también, donde los problemas no se resuelven, sino se guarecen, ante tempestades, esperando eternamente su resolución. Lugar, por último, donde la historia se encuentra en suspenso.

Se puede decir que Bolivia ha tenido de todo, compartiendo estas continuidades; señoríos aymaras, suyos, territorialidades y espesores culturales, ligados al incanato, pueblos itinerantes amazónicos y chaqueños, reducciones y fundaciones, intendencias, de la época de las reformas borbónicas, levantamientos indígenas, constitutivas de su historia, mestizajes variados, recuperación de las poblaciones indígenas, economías mineras, la de la plata y la del estaño, principalmente, economía del petróleo, economía de las haciendas, economía de la goma, sin olvidar la fugaz economía del guano y del salitre, que no supo retener en sus manos. Se conformó una burguesía minera, después una burguesía agroindustrial, fue asolada por caudillos militares, después sostuvo el peso de las burocracias liberales y de las burocracias nacionalistas. Bolivia es andina, amazónica y chaqueña, además de haber sido atacameña, por el desierto de Atacama y la costa, que perdió en la guerra del Pacífico.

Con una mirada retrospectiva, se puede decir que Bolivia es, de alguna manera, inconclusa; no llega a consolidar el Estado-nación; hay, al respecto, notoriamente y lamentablemente, una palpable ausencia de estrategia política. No consolidó una burguesía minera, no culminó las tareas democrático-burguesas de la revolución nacional de 1952, no terminó de integrar a sus diversos territorios; tampoco, ahora, da curso a la continuidad de la “revolución” indígena, pachacuti, no da curso a la continuidad de la descolonización. Todo queda a medias, como en una extraña suspensión fatal.

¿Qué es entonces lo que cohesiona a Bolivia, fuera de su acto constitutivo y la reproducción de sus instituciones? Por más paradójico que parezca, lo que cohesiona a Bolivia es su propia diversidad diferencial, la confluencia de las continuidades mencionadas, de estos bloques histórico-geográficos distintos, la complementariedad de estos bloques, su interculturalidad e intraculturalidad efectivas, aunque no asumidas institucionalmente. En definitiva, se puede decir que, lo que cohesiona a Bolivia es la voluntad, las voluntades plurales, que quieren mantener las alianzas, que los ciclos estatales han confundido con pactos. Los pactos son institucionales, representativos, poco efectivos en la cohesión “real”, empero altamente efectivos en la cohesión “ideológica”. Bolivia se ha convertido en el lugar de la articulación de lo diverso. Todas las formaciones lo son, pues todas las formaciones sociales son abigarradas, unas más saturadas que otras; las formaciones más homogenizadas, de todas maneras, tienen como substrato lo abigarrado, en las condiciones dadas ancestralmente. Sin embargo, en Bolivia, el abigarramiento adquiere una cualidad permanente, que comparte con la característica histórica de suspender todo, de dejarlo pendiente todo. Por lo tanto, la articulación de lo diverso también adquiere una cualidad dramática. La cohesión pasa por la crisis y la catarsis, para lograr emergencias masivas, experiencias intensas de interpelación.

Desde la guerra anticolonial pan-andina del siglo XVIII, cuando, en los territorios del Alto Perú, la insurrección de Tupac Amaru se radicalizó bajo el comando de Tupac Katari, experimentando intensidades mayores, hasta la movilización prolongada de 2000 al 2005, cuyo dramatismo e intensidades, manifiestan la capacidad de gasto heroico, pasando por la insurrección de abril de 1952, sin olvidarnos de la historia de los levantamientos indígenas, donde sobresale la intervención del ejército aymara de Zarate Willka en la guerra federal de fines del siglo XIX, ni de las resistencias mineras, las transgresiones populares, las multitudinarias marchas proletarias e indígenas, estas resistencias, levantamientos, rebeliones, manifiestan claramente la apuesta por la voluntad arronjada.

No pasa, como dice René Zavaleta Mercado, que la crisis hace inteligible la formación social abigarrada, sino es la forma intensa como se asume la crisis, es la voluntad “plebeya” que apuesta a un nuevo nacimiento lo que hace inteligible las dinámicas de la formación abigarrada. De este modo, se puede decir que el levantamiento indígena del siglo XVIII, que la intervención aymara en la guerra federal, que la insurrección proletaria y nacional-popular de 1952, que la movilización prolongada descolonizadora del primer quinquenio del siglo XXI, son actos de conocimiento. Abren horizontes de visibilidad.

El problema vuelve después de estos gastos heroicos, cuando hay que cuidar de este nacimiento; ocurre como si no se pudiera dar lugar a una resolución estructural; se vuelven a dejar en suspenso las tareas, la construcción de lo nuevo, manteniendo abigarradamente las viejas estructuras e instituciones, combinadas con las nuevas estructuras e instituciones que se haya podido crear. Entonces se vuelve al juego del eterno retorno de la suspensión, de lo indeterminado y de indefinición. Esta característica, esta combinatoria de condiciones de posibilidad históricas, sin resolverse, quizás sea su potencia y posibilidad, de mantener también abierta la puerta de lo alternativo. Quizás por esta razón sea desde Bolivia desde dónde hay que lanzar la convocatoria para la integración continental. Cuando hablamos de integración lo hacemos pensando en la integración “plebeya”, en la integración por procedimientos de los pueblos, de ninguna manera, en la integración burocrática, teatral y demagógica de los estados y gobiernos.

Una pregunta es indispensable, a propósito de la caracterización marxista: ¿Bolivia es un país capitalista, atrasado y dependiente, de desarrollo desigual y combinado? Bueno, muchos países lo son, de la inmensa geografía periférica del sistema-mundo capitalista. Eso no dice mucho de su especificidad, de su singularidad, lo que hace que sea lo que es, su particularidad. Otra pregunta, del mismo estilo: ¿Bolivia es una formación social abigarrada? También muchos países lo son, no sólo periféricos. ¿Dónde está entonces su característica propia? Quizás se encuentre en esa manera inacabada de constituirse, de avecindar sus construcciones inconclusas, formando “barrios” barrocos históricos, donde conviven en la simultaneidad del presente los distintos proyectos inconclusos. En parte se parece a la figura del niño de Heráclito, que construye castillos de arena, para deshacerlos y volver a construirlos, siempre de distinta forma. La diferencia radica en que se trata de un niño u niña, o ambos, una criatura hermafrodita, que no termina de construir lo que hace jugando, tampoco destruye sus semi-productos completamente, sino los deja, para construir, sin terminar, otros, al lado. ¿Cuándo escogerá los que le gustan, para terminarlos? ¿Cuándo hará una amalgama de todos? ¿O, mas bien, se perderá en el laberinto que ha construido?

Bueno, Bolivia no es un sujeto, es un país, también un Estado-nación, es una representación, un imaginario, sostenido en una “realidad” institucional. Son los y las bolivianas los y las que “juegan” con la historia de esta manera. Ahora bien, ¿esta “inconstancia” forma parte de su ser, de su manera de ser? Ciertamente no todos son así, y quizás ninguno, sino que es el efecto masivo de los desacuerdos, pequeños y grandes. Se podría decir que los bolivianos no nos ponemos de acuerdo, pero, tampoco nos dejamos imponer un acuerdo de pocos o, incluso, de muchos. ¿Podremos llegar a un consenso? El método de la fuerza no parece ser una buena solución. Como cantaba Benjo Cruz[26], ¿cuándo podremos bolivianos tomar juntos, un vaso de chicha o de cerveza, y hablar? Aunque, tomar chicha y cerveza, lo hacemos casi a diario, sin embargo, no juntos, sino solo con los nuestros, los allegados, de lo que se trata, en definitiva, es de ejercer la democracia participativa. Buscar el consenso, aunque su construcción colectiva tarde. El consenso no se logra sin sacar todo lo guardado, sin poner todas las “huacaychas” en la mesa. Lo qué preguntaba Benjo Cruz es cuándo nos sincerábamos. No es de ninguna manera mala esta idea. Quizás sea un buen comienzo. Sin embargo, para que pueda darse este sinceramiento, se requiere una condición de posibilidad histórica básica; suspender las simulaciones, las representaciones, las pretensiones de legitimidad, los juegos de poder. Se trata del ejercicio de una democracia directa, también del ejercicio de la democracia comunitaria. ¿Esta condición de posibilidad es viable? No se trata de contar o no con una estrategia, con una geopolítica, que tal parece, no se la tiene; no se trata de contar o no con un proyecto, que sí se lo tiene; este proyecto es la Constitución. Empero, el gobierno cree que es un documento de propaganda, que en la práctica no se puede cumplir; el partido de gobierno, si es que lo hay, pues el MAS parece un partido electoral, de apoyo a los eternos candidatos, considera que la interpretación de la Constitución es la oficial, aunque esté plagada de contradicciones insostenibles. Se trata de otra cosa, se trata, de lo que establece la Constitución, de la construcción colectiva de la decisión política, de la construcción colectiva de la ley, de la construcción colectiva de la gestión pública. En pocas palabras, se trata del sistema de gobierno, que establece la Constitución; la democracia plural y participativa.

El problema crucial es ciertamente ¿qué hacemos con el capitalismo? Ya sabemos lo que el capitalismo hace con nosotros. No vamos a repetir lo que ha elucidado la crítica de la economía capitalista, desde Marx hasta nuestros días. Estos análisis son contundentes, sobre todo aquéllos que estudian la expansión de las relaciones capitalistas al campo, al área rural. Al respecto, hemos expresado nuestras diferencias con estos análisis; pero, por el momento, independientemente de estas diferencias, queremos resaltar la pregunta ¿qué hacemos con el capitalismo? La respuesta a esta pregunta marca la ruta que sigue, de acuerdo a la modalidad de la respuesta.

El modelo soviético buscado abolir el capitalismo, aboliendo las relaciones de producción capitalistas, inclusive en el campo. Al embarcarse en la revolución industrial, requerida, indudablemente, ha construido un capitalismo de Estado, basado en la teoría del valor; por lo tanto, en la subsunción de la fuerza de trabajo al excedente apropiado burocráticamente. Los nacionalismo, de la liberación nacional, vale decir, los que postulaban salir de la órbita de la dependencia mediante la sustitución de importaciones, también revolución industrial, que, sin embargo, aceptaban mantenerse transitoriamente en el capitalismo, reprodujeron formas combinadas de capitalismo; capitalismo de Estado, capitalismo empresarial privado, “capitalismo” mixto, capitalismo bajo el control de empresas trasnacionales, capitalismo financiero, capitalismo comercial, formas de acumulación incipientes en un disperso universo de talleres, pero también de propiedades familiares de la tierra. Los actuales gobiernos progresistas de Sud América también aceptan mantenerse dentro del capitalismo, de la misma manera, transitoriamente, empero, pretendiendo iniciar un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI, en unos casos, y socialismo comunitario, en el caso de Bolivia. En estos proyectos progresistas también se da una combinación abigarrada de formas de capitalismo; casi los mismos mencionados anteriormente, con el aditamento de formas de capitalismo cooperativo y “capitalismo” comunitario[27], como en el caso de Bolivia. También hay que añadir la peculiaridad brasilera, que combina el abigarramiento o, lo que llama Francisco de Oliveira, el modelo del “ornitorrinco”, con un capitalismo trasnacional propio, contando con empresas, supuestamente estatales monopólicas, capaces de competir con las empresas trasnacionales del tradicional centro del sistema-mundo capitalista. Parce una condena; las rutas no-capitalistas o transitorias terminan re-articuladas a la reproducción del capital a escala mundial, también a escala nacional. ¿Dónde está la clave para salir del capitalismo? ¿Si no es el cambio de la forma de propiedad, expropiando a los expropiadores, si tampoco lo es, como dicen Enrique Ormachea y Nilton Ramírez[28], una barrera al capitalismo la propiedad comunitaria de la tierra, pues en la medida que su inserción en el mercado, en el caso de la quinua, el mercado internacional, la comunidad termina formando parte de los ciclos de acumulación de capital, cuál es la clave para escapar a la vorágine capitalista? ¿Se puede escapar a este condicionamiento mientras exista un sistema-mundo capitalista?

Depende desde qué teoría se responda. Sin ocuparnos de las teorías “burguesas”, que ciertamente se han desarrollado técnicamente mucho, desde los tiempos de Marx hasta ahora, sino quedándonos con la teoría marxista; vemos que las tesis apuntan a la transición. De lo que se trata es de crear las condiciones objetivas y subjetivas, mediante la revolución industrial y mediante la lucha “ideológica”, para dar el salto al socialismo en pleno sentido de la palabra. Esta transición ha resultado dramática, se tome una modalidad u otra. El problema del marxismo es su filosofía de la historia y su creencia en la providencia racional de la historia. No hay tal cosa, salvo en la cabeza hegeliana de los marxistas. Lo que se pueda hacer depende de la decisión consensuada de los pueblos, ahora, más que nunca, afectados, en su sobrevivencia, por la descomunal productividad y dominación financiera capitalista. Lo privado y lo público son formas de propiedad, pero también son formas institucionales, formas estructurales de relaciones sociales, que existen y se reproducen porque expropian lo común, forma de acceso directo a los recursos, a los saberes, a las ciencias, al intelecto general, a las tecnologías. Lo común no requiere esperar nada, ninguna transición, ningún regalo de la providencia de la historia; sólo requiere recuperar lo común de sus expropiadores, los propietarios capitalistas y el Estado. Y eso es posible ahora y aquí. El problema es la decisión colectiva, la construcción del consenso. El problema es político, no económico.

¿Esta dificultad tiene que ver con lo que llama el marxismo “ideología”, ahora extendiendo este concepto más allá del fetichismo de la mercancía, comprendiendo el fetichismo del Estado, el fetichismo de las instituciones, el fetichismo del poder? Es posible, si ampliamos el concepto. Pero, también tiene que ver con la capacidad de captura que tienen las instituciones; el Estado, el mercado, el sistema financiero, los organismos internacionales. La lucha no solo es “ideológica”, sino también contra estas mallas de captura; por eso es indispensable fortalecer los flujos de las líneas de fuga, las prácticas alterativas, los desplazamientos, las resistencias, creando espacios liberados de estas capturas, que se muevan bajo las “lógicas” de la reproducción de lo común. La lucha es “ideológica”, política y material, en el sentido de la subversión de la praxis[29]. Hay que arrancarle a la dominación y control del capitalismo espacios-tiempos liberados, que recuperen lo común, reproduzcan lo común, garantizando los ciclos de la vida.

La lucha es descomunal; la lucha contra el capitalismo es mundial. La convocatoria se la dio en la Conferencia Mundial de los Pueblos contra el Cambio Climático, en Tiquipaya-Cochabamba, la convocatoria es a conformar una Internacional de los Pueblos contra el capitalismo y en defensa de la madre tierra. De esta resolución podemos concluir que se trata de avanzar a una gobernanza mundial de los pueblos, sin Estado y sin capital. Una asociación mundial de productores/ras, consumidores/ras y creadores/ras.

No podemos sorprendernos entonces que, durante las dos gestiones del gobierno popular, no sólo se hayan combinado abigarradamente distintas formas capitalistas, sino que se estén formando nuevos estratos de la burguesía, incorporando a campesinos ricos, colonizadores ricos, cocaleros ricos, comerciantes ricos y contrabandistas ricos. Hay pues una recomposición de la burguesía, sin que haya desaparecido la antigua burguesía. La defensa del gobierno, que no es, obviamente, la defensa del proceso, sino todo lo contrario, conduce, lo quieran o no los “defensores” a-críticos o de la crítica sensata, al apoyo a esta recomposición burguesa, sobre la base de la expansión del modelo extractivista del capitalismo dependiente y el paradigma del Estado rentista.

Ecuador

En la entrevista que hace Marta Harnecker a Alberto acosta, cuando le pregunta sobre si ¿el gobierno está contra la Constitución? Alberto Acosta responde:

Me ha costado mucho tiempo llegar a aceptar que hay una suerte de proceso impulsado desde el gobierno contra la Constitución de Montecristi, en contra de su propia Constitución. Hay una Ley de minería que está en contra de la Constitución, hay una Ley de Soberanía Alimentaria que además no aborda nada de lo de fondo y que también está en contra de la Constitución y ahora la Ley de Aguas … ¡Es dramático![30]

La siguiente pregunta es: “Tú estabas planteando que la Ley de aguas no respetaba la Constitución, ¿podrías argumentar más sobre éste tema?” Acosta responde:

La Constitución es muy clara en relación al tema del agua. El agua fue declarada en la Asamblea Constituyente de Montecristi como un derecho humano fundamental. El agua, entonces, no puede ser vista como un negocio. Por eso, al inicio del texto constitucional se estableció, en el artículo 12, que “el derecho humano al agua es fundamental e irrenunciable. El agua constituye un patrimonio nacional estratégico de uso público, inalienable, imprescriptible, inembargable y esencial para la vida”.

La trascendencia de estas disposiciones constitucionales es múltiple. En tanto derecho humano se superó la visión mercantil del agua y se recuperó la del “usuario”, es decir, la del ciudadano y de la ciudadana, en lugar del “cliente”, que se refiere solo a quien puede pagar. En tanto bien nacional estratégico, se rescató el papel del Estado en el otorgamiento de los servicios de agua; papel en el que el Estado puede ser muy eficiente, tal como se ha demostrado en la práctica. En tanto patrimonio se pensó en el largo plazo, es decir, en las futuras generaciones, liberando al agua de las presiones cortoplacistas del mercado y la especulación. Y en tanto componente de la Naturaleza, se reconoció en la Constitución de Montecristi la importancia de agua como esencial para la vida de todas las especies, que hacia allá apuntan los Derechos de la Naturaleza.

Ésta constituyó una posición de avanzada a nivel mundial. Dos años después de la incorporación de este mandato constituyente referido al agua, el 28 de julio del 2010, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la propuesta del gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia declarando “el derecho al agua segura y al saneamiento como un derecho humano”.

El actual proyecto de ley de aguas no es privatizador, lo reconozco paladinamente, pero tampoco es des-privatizador. ¿Qué quiere decir esto? Que está bien que no se abra la puerta a la privatización, pero tienes que dar paso, como manda la Constitución, hacia una profunda redistribución de la tierra y del agua[31].

La explicación de Alberto Acosta al respecto es la siguiente:

La tendencia monopolizadora del agua en el agro es notoria. La población campesina, sobre todo indígena, con sistemas comunales de riego, representa el 86% de los usuarios. Sin embargo, este grupo apenas tiene el 22% de la superficie regada y accede apenas al 13% del caudal. Mientras que los grandes consumidores, que no representan el 1% de unidades productivas, concentran el 67% del caudal.

Para un indígena es muy difícil acceder al agua, para un terrateniente es muy fácil. Los terratenientes tienen agua incluso para sus piscinas o lagos artificiales para su diversión, cuando los campesinos no tienen agua para cultivar sus parcelas, que son pequeñas o de tierras poco fértiles, ¡esa es la cruda realidad! Por eso tiene que redistribuirse el agua, como tendrá que redistribuirse la tierra, si realmente estamos construyendo un proyecto revolucionario[32].

La aclaración de Acosta sobre el carácter de la ley de aguas del gobierno, precisa que la misma: no reconoce eso. Y peor aún, ahora el presidente Correa ha dicho que esta ley no es fundamental ni prioritaria. Esto es algo más grave todavía[33].

En la comparación con la ley de aguas anterior, relativa al régimen liberal, dice:

La ley anterior neoliberal era privatizadora, establecía la posibilidad de privatizar el agua, de hacer del agua un producto mercantilizado. Los artículos sobre el agua de la Constitución del 2008 revierten lo establecido en la Constitución de 1998. En esa carta magna, una Constitución neoliberal, se establecía que el agua potable y de riego así como los servicios relacionados con su utilización “podrá prestarlos directamente o por delegación a empresas mixtas o privadas, mediante concesión, asociación, capitalización, traspaso de la propiedad accionaría o cualquier otra forma contractual”. No puedo aceptar con que se mantenga la ley de los neoliberales, esa ley tiene que cambiar. Ese es un tema de fondo[34].

La entrevistadora, después toca temas concomitantes, como la relación de la Ley de aguas y las concesiones del gobierno. El análisis del que presidió la Asamblea Constituyente de Montecristi se desenvuelve así:

El ejercicio democrático, de construcción colectiva de la nueva Constitución ecuatoriana, se enmarca en la recuperación de espacios de soberanía nacional y local. La disputa por el agua, recordémoslo, fue intensa en el país. Varios fueron los actos privatizadores. El más notable fue el de Interagua, en Guayaquil. Esta empresa sencillamente suspendió el acceso a quienes no pagan unas tarifas colocadas al antojo de los intereses privados, en función de la rentabilidad que define dónde y cómo invertir, dónde y cómo dar servicios y en dónde no.

Habría que anotar, por ejemplo, en este recuento de incongruencias, que resulta una violación constitucional la ampliación de la concesión a Interagua autorizada por el gobierno del presidente Correa. Me preguntó si el gobierno se ha propuesto pactar con Jaime Nebot, el alcalde de Guayaquil, el gran líder local de las fuerzas de la derecha. Sorprende también el mantenimiento de las concesiones para las embotelladoras de agua y las aguas termales, marginando a las comunidades de su aprovechamiento. ¿Cómo podemos hablar entonces de un proceso revolucionario? Esas son cosas que van debilitando el proceso de reforma y van desgastando lo que tenía de espíritu revolucionario este gobierno, que apenas se perfila como reformista[35].

El otro tema crucial, donde se hace patente el comportamiento del gobierno, es la Ley de Minería. La pregunta de Marta Harnecker es: “¿Y qué pasa con la Ley de minería que tantas críticas tiene?” Alberto Acosta responde:

La Ley de minería tiene muchos errores, muchos problemas. Por ejemplo, no se respetaron los derechos colectivos establecidos en la Constitución. En el artículo 57 de ésta se establece que tiene que haber una consulta pre-legislativa cuando se trate de derechos colectivos: hay que consultar a las comunidades para recoger sus criterios e incorporarlos. “Es cierto—dirá alguien—, ya esa gente nombró a sus asambleístas, ellos tienen todo el poder”. Pero lo que nosotros queremos no es eso, sino que haya una activa participación de la sociedad y que se escuche a todas las voces. Lamentablemente esto no está ocurriendo[36].

La posición del ex-presidente de la Asamblea Constituyente frente al tema de la minería, en sus distintas formas de explotación, particularmente en lo que respecta a la explotación a cielo abierto, se expresa de la siguiente manera:

Yo estoy en contra de la minería metálica a gran escala a cielo abierto. Aquí en el Ecuador no debe haber este tipo de minería por una razón muy simple: tenemos en esos territorios una enorme biodiversidad y comunidades cuya vida puede estar en riesgo, además tenemos muchas alternativas más interesantes que la minería. Conozco un estudio de las empresas mineras —como de unas 900 páginas— que, en sus conclusiones, recomienda que los países que tengan alternativas a la minería a gran escala deben desarrollar esas alternativas y no dar paso a esa minería. Ecuador no es Chile, donde se explota mineral en un desierto. No, aquí hay una enorme biodiversidad que va a estar en riesgo. Esa es mi posición. Ahora, eso no quiere decir que no haya que poner en orden la minería existente, la minería a pequeña escala, artesanal y de subsistencia, en donde reina el caos[37].

A la entrevistadora le hace recuerdo que: yo fui ministro de Energía y Minas y no cabe duda que hay que poner en orden esa minería existente, y allí si hay que trabajar mucho, muchísimo, para ir cambiando las cosas. Siguiendo con la exposición, Acosta dice:

En Montecristi aprobamos un mandato minero para empezar a organizar el sector. Trabajé intensamente en este tema. Estaba consciente de los problemas existentes y sabía que cuando fui ministro no pude avanzar mucho en arreglar la situación. Lamentablemente el gobierno luego no cumplió la totalidad de dicho mandato. Las consecuencias de incumplimiento están a la vista: el caos se mantiene y la violencia crece[38].

Después se toca un tema importante, que está en boca de los gobernantes progresistas, la ampliación considerable del excedente, en relación a la posibilidad de financiar el desarrollo nacional por otras vías. Alberto Acosta dice:

Ahora, si no explotamos los recursos minerales, ¿de dónde vamos a sacar la plata para financiar el desarrollo nacional? Ese es el tema que está a la orden del día. La solución existe si hay el conocimiento y la voluntad política para enfrentar el reto. Existen múltiples fuentes de financiamiento de la economía al margen de extractivismo. Empecemos por corregir las mayores disfuncionalidades existentes. Ecuador extrae petróleo, Ecuador exporta petróleo, pero Ecuador importa derivados del petróleo porque no tiene la suficiente capacidad de refinación. Y esos costosos derivados del petróleo, como el diesel, los quema para generar electricidad en plantas térmicas contaminantes. No aprovechamos energías alternativas y renovables, como la hidráulica, la solar, la eólica, la geotermia, recuérdese que nosotros literalmente dormimos sobre volcanes activos. Esa es una gran tarea, transformar la matriz energética reduciendo la dependencia del petróleo y sus derivados.

Ahora, por ejemplo, ¿por qué no discutimos y encontramos respuestas a una serie de subsidios a los combustibles, mucho de los cuales no están beneficiando a los sectores populares, sino a los sectores más acomodados de la población? En el año 2008, los subsidios bordearon los 3 mil millones de dólares. No se trata de quitar los subsidios a la bruto, es decir a lo neoliberal. No, de ninguna manera. Hay que hacerlo con creatividad, de manera selectiva. Los subsidios deben mantenerse para los grupos empobrecidos y marginados, no para los acomodados.

Adicionalmente, en el Ecuador, y en prácticamente todos los países del mundo empobrecido, se precisa una adecuada política tributaria. Los que más ganan y más tienen deben contribuir en mayor medida al financiamiento del Estado. Con el gobierno del presidente Rafael Correa se registra una cierta mejoría en la presión fiscal. Esta se acerca al 13% en relación con el Producto Interno Bruto. Pero todavía estamos lejos de lo que debería ser una meta aceptable. El promedio en América Latina es del 24%, el promedio del mundo desarrollado es del 44%, el promedio de Europa es del 46%. En Bolivia, para no irnos tan lejos, la presión fiscal bordea el 20%. Nuestra meta debería ser un 35%. Por lo pronto, si duplicamos la presión fiscal, con impuestos directos progresivos —impuestos a la renta, a la herencia y al patrimonio, especialmente— habríamos resuelto por mucho tiempo el tema del financiamiento sin poner en riesgo nuestras verdaderas riquezas: la vida de muchos compatriotas y de la Naturaleza. Pero además, hay que avanzar en el combate a la evasión y la elusión. Por ahí también hay que avanzar, es decir en la honestidad y conciencia fiscal de la ciudadanía y en el sector empresarial.

Por último, cuando estamos enumerando una serie de opciones para conseguir el financiamiento que requiere la economía ecuatoriana sin destrozar más la Naturaleza, recordemos que las actividades petroleras y también las mineras provocan elevados costos ambientales. Costos que, por lo demás, no entran nunca en los cálculos de rentabilidad que hacen las empresas e incluso el gobierno. Costos que luego, de una u otra manera, se los traslada de manera brutal a la sociedad. La Texaco, para recordar, había dejado pasivos ambientales superiores a los 27 mil millones de dólares, incluso hay estimaciones que duplican o triplican dicha cifra. Además, hay que maximizar el ingreso del Estado por cada barril de petróleo que se extrae. Allí hay un enorme potencial para ingresos adicionales.

De todas maneras, tenemos que desmontar la creencia de que la renta de la Naturaleza es lo que va a resolver nuestros problemas. Nosotros hemos sido el principal productor y exportador de cacao y banano en el mundo, pero no nos desarrollamos. Exportamos todo tipo de frutas, espárragos, flores, exportamos camarones, exportamos petróleo, pero no nos desarrollamos ¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo país-producto? ¿Cuándo vamos a ser país-inteligencia, país conocimiento? ¿Cuándo vamos a aprovechar las capacidades de los seres humanos, individual y colectivamente hablando? ¿Cuándo vamos a hacer eso? Mientras no hagamos eso, vamos a seguir presos de lo que yo llamo “la maldición de la abundancia”. Mientras tanto seguiremos siendo pobres porque somos ricos en recursos naturales. Y esas sociedades, sobre todo las petroleras y las mineras, tienen características perversas: economías rentistas, prácticas sociales clientelares y gobiernos autoritarios con una democracia endeble.

Por la vía del “desarrollismo senil”, como dice Joan Martínez Alier, no se encontrará la salida a este complejo dilema. El reto radica en encontrar una estrategia que permita construir el Buen Vivir aprovechando los recursos naturales no renovables, transformándolos en “una bendición” como recomienda el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, pero sin depender exageradamente de ellos. Sólo así saldremos de la trampa de la pobreza y del subdesarrollo.

Sólo un ignorante o un mal intencionado podrían sostener que la crítica al extractivismo implica la negación total de la utilización de los recursos naturales. No se trata de cerrar los actuales campos petroleros en explotación, pero sí de discutir seriamente sobre si conviene seguir ampliando la frontera petrolera con todos los impactos devastadores que eso significa[39].

El gobierno de Correa promulgó una ley de aguas inconstitucional, afectando los derechos colectivos, consagrados en la constitución, y apunta a una política minera devastadora, expandiendo el modelo extractivista a la minería, beneficiando a la acumulación originaria y ampliada capitalista. Las protestas de las organizaciones indígenas y del pueblo ecuatoriano se han hecho sentir; sin embargo, el gobierno ha seguido impávido, imponiendo la decisión autoritaria y vertical del mandatario.

Como se podrá ver, son notorias las analogías de los gobiernos progresistas, sobre todo, en este caso, entre el gobierno boliviano y el gobierno ecuatoriano. Son similares sus contradicciones respecto a la Constitución. ¿Por qué sus gobernantes creen que las constituciones de sus países no son de utilidad práctica, por eso, lo práctico es vulnerarlas? Por otra parte, ¿por qué, al final de cuentas, los pueblos dejan que esto ocurra, sin defender la Constitución y los derechos múltiples consagrados; salvo, es cierto, de honradas excepciones, como la resistencia y la lucha de las organizaciones indígenas, además de las intermitentes asonadas populares, cuando la conducta del gobierno llega al escándalo, como en el caso, en Bolivia, de la suspensión neoliberal a la subvención de los carburantes y la descongelación de los precios en el mercado interno, favoreciendo palpablemente a las empresas trasnacionales del petróleo, así como las protestas, marchas y bloqueos contra la Ley de aguas gubernamental, en el Ecuador? Este es el asunto.

La respuesta parece evidente. Los gobiernos progresistas no pueden salir del modelo extractivista del capitalismo dependiente. Creen, como sus antecesores neo-liberales, que esta es la base del desarrollo; a diferencia de éstos, los nacionalistas y progresistas lo hacen nacionalizando, aunque sea a medias, no como los nacionalistas del periodo heroico, de mediados del siglo XX, cuando la nacionalización significaba expropiación de los expropiadores. Respecto a la diferencia entre estos gobiernos progresistas y lo que ocurrió en la Unión Soviética y la República Popular China, es que el capitalismo de Estado en estos últimos realizó la revolución industrial, aunque de una manera forzada y militarizada, en tanto que los gobiernos nacionalistas, después, los progresistas, sólo atinan a ampliar el modelo extractivista.

Ciertamente, es diferente, como hemos anotado, el caso Brasilero; sin embargo, no hay que olvidar las observaciones de Francisco de Oliveira, al respecto. El modelo brasilero se parece al ornitorrinco; se trata de una combinación donde, si bien están presentes la segunda y la tercera revoluciones, industrial y tecnológica, se alcanza el desplazamiento a la cibernética, esta ultra-modernidad, que comprende también la industrialización, de la modernidad clásica, se encuentra enlazada a la tercerización de la economía, a la base extractivista, en constante expansión, a la ampliación de la frontera agrícola, en detrimento ecológico, al crecimiento desmesurado de las ciudades, atravesadas por extensas zonas marginales, empujando a una explotación salvaje del proletariado nómada. Toda esta combinación no evita caracterizar al modelo del ornitorrinco como extractivista y neo-extractivista, pues a pesar de la industrialización, la segunda revolución tecnológica y la tercera cibernética, la estructura de esta composición se basa en el modelo extractivista y en las exportaciones primarias de Brasil.

Los gobiernos progresistas no pueden salir del modelo extractivista porque no tienen voluntad para hacerlo, porque están atrapados en un imaginario desarrollista. Para ellos, la historia tiene que continuar, de la misma manera, que en el pasado, salvo bajo el control del Estado, que redistribuye los ingresos, bajo el criterio de políticas rentistas. Esta opción, esta ruta tomada, los convierte en dispositivos del orden mundial de dominación y control capitalista, por más estridente que sea su retórica anti-imperialista. Este es el tema, ante el cual no se puede cerrar los ojos, bajo el argumento que se trata de gobiernos de “izquierda” y que no se debe dejar este lugar a la “derecha”.

Venezuela

Basándonos en el diagnóstico que hace Víctor Álvarez[40] de la revolución bolivariana y del socialismo del siglo XXI, en La Convocatoria del mito[41], escribimos:

Es ilustrativo el balance que hace Víctor Álvarez de parte del proceso de la revolución bolivariana. Tomando nota y registrando nuestras impresiones, diremos que:

1. Al parecer la revolución bolivariana aparece como proceso constituyente, como desborde del poder constituyente, como interpelación al estado de cosas, a las estructuras de poder, a la desigualdad social, a la oligarquía parásita, a la economía extractivista y el Estado rentista.

2. Se gesta entonces una nueva Constitución, ideando una nueva república, la quinta, cuya composición y contenido responda a la “ideología” bolivariana, basada en el pensamiento de Simón Bolívar, pensamiento actualizado al siglo XXI, transformando su horizonte liberal en un horizonte socialista.

3. La oligarquía y la burguesía rentista venezolana reaccionan ante el avance político popular con un golpe de Estado y boicot a la producción del petróleo. Las tensiones y contradicciones sociales y políticas llegan a un punto máximo. El intento de restauración de la oligarquía y la burguesía es desbaratado por la movilización popular en defensa del presidente Hugo Chávez y por el contragolpe de las Fuerzas Armadas.

4. A partir de esta victoria política y militar popular el proceso se radicaliza. Claramente se propone la transición al socialismo. Se piensa en un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI. Lo sugerente de este socialismo no está tanto en nombrarse como del siglo XXI, donde una mayoría de comentaristas hacen hincapié, sino en las formulaciones concretas; en la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. También con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas.

5. En este transcurso y ante estas tareas aparecen las dificultades y obstáculos de la transición. Las alianzas políticas en el poder no son las más adecuadas para esta transición y la profundización del proceso. Los sectores que tienen mayor incidencia en el gobierno y en la institucionalidad estatal no son las clases sociales que pueden sostener la construcción del socialismo, el proletariado y los campesinos, tampoco los sectores más populares de las urbes. Se da entonces como una limitación de los alcances y una disminución de los ritmos del proceso, a pesar de los beneficios obtenidos por la inversión social.

6. Hablando de los alcances cualitativos del proceso y de las transformaciones estructurales, se constata que no se ha salido de la economía extractivista y del Estado rentista, que todavía está pendiente la conformación del modelo productivo, orientado a la soberanía alimentaria, basado en gran parte en la propiedad social y la organización comunitaria. Esta constatación fue compartida por el mismo Hugo Chávez[42].

Da la impresión que en Venezuela se combate una descomunal batalla, entre dos bloques históricos confrontados; entre el boque histórico conservador y elitista, compuesto por la burguesía, los terratenientes, es decir, la oligarquía, que, además, incorpora a una tecnocracia que estuvo al servicio de las empresas petroleras trasnacionales, a la antigua burocracia, a los grandes comerciantes, a una clase media alta, beneficiada por el renta liberal y neoliberal, a la iglesia y otras instituciones de influencia, como los medios de comunicación empresariales, por un lado; y el bloque histórico nacional-popular, compuesto por el proletariado nómada migrante, el proletariado sindicalizado, los distintos estratos campesinos, las clases populares urbanas, las clases medias bajas, las organizaciones de base, las comunas, las misiones, por otro lado. Es una lucha de clases, por cierto; empero mediada por aparatos “ideológicos”; en el primer caso, del bloque histórico conservador elitista, hablamos no solamente de los medios de comunicación coaligados a este bloque, sino de toda una atmósfera “ideológica” conformada, por lo menos en el último siglo XX, de toda una “ideología” hecha carne, convertida en comportamientos y en conductas, en prejuicios, en imaginarios. Una “ideología” que considera al capitalismo como “realidad” natural, incluso la forma de capitalismo dependiente en el subcontinente sudamericano. En el otro caso, del bloque nacional-popular, también se cuenta con aparatos “ideológicos”; uno de los principales es el partido, ahora llamado PSUV, que cuenta también con el dominio de influyentes medios de comunicación masivos estatales, además de contar con influencia incluso en medios privados, fuera del apoyo de los medios populares, que gozan de cierta autonomía, que incluso les permite llegar a hacer críticas, en algunos casos. El bloque conservador cuenta con un frente amplio de coalición; sin embargo, no se puede hablar de partido, en pleno sentido de la palabra. Se trata de un frente inestable, que reúne variados intereses, perspectivas, discursos y proyectos. El “partido”, en este caso, es todo el bloque, tal como lo teoriza Antonio Gramsci.

Estas mediaciones no son las que distorsionan la lucha de clases, sino que la llevan, precisamente al terreno “ideológico”. En este espacio-tiempo las “cosas” no son como lo que se dice o, usando a Michel Foucault, no del todo adecuadamente, mas bien figurando, las palabras no son las cosas. La mediación del partido, en el bloque nacional-popular, interpreta la lucha a su manera, de una manera bolivariana, por así decirlo, en los términos de la consolidación del Estado-nación bolivariano y la transición al socialismo del siglo XXI. Sin embargo, podríamos decir, que el problema no es este, el de la interpretación, del proyecto, del programa político y, obviamente, de la Constitución. Esto nos llevaría trasladar la discusión a la validez de las interpretaciones, de los proyectos y los programas políticos. Al final se trata del programa político y de la interpretación política que goza de gran convocatoria masiva y organizada. No es pues una discusión teórica la que va definir el curso de los acontecimientos. Tampoco podemos inclinarnos por una interpretación más “ortodoxa” o, si se quiere, más “radical”, que no goza de convocatoria popular, formando parte de las alucinatorias iluminaciones de un pequeño grupo vanguardista. La política, la acción política, no se resuelve racionalmente, sino por el juego y correlación de las fuerzas. El problema es otro; el problema es que el partido se convierte en la representación legítima de las colectividades del bloque popular, que el partido en el poder conforma una casta burocrática, que monopoliza las decisiones, y termina llevando el proceso de transición por los caminos conocidos de la expropiación de las voluntades colectivas por la voluntad centralizada del partido. Por último concurre el aburguesamiento de la jerarquía del partido, que lleva a la repetición del guión, harto conocido, de la sustitución de la antigua burguesía por la burguesía burocrática. Las contradicciones, tensiones, conflictos y confrontaciones, perturban la cohesión del bloque, aunque todavía no estallen, debido a la confrontación con el bloque conservador. El problema es la reproducción de viejas prácticas políticas, jerárquicas, centralistas, autoritarias, “vanguardistas”, en el mejor de los casos, demagógicas, en el peor de los casos.

La “verdad” del partido prepondera y se impone, descartándose la construcción colectiva del saber social de la transformación, que sólo se puede construir participativamente. La opción realista y “pragmática” del partido, que, además, exige disciplina, termina reforzando los condicionamientos aceptados efectivamente, la dependencia del modelo extractivista y el círculo vicioso de la dependencia por reiteración y recurrencia del modelo extractivista. La matriz de la crisis política y económica, que afronta el partido en el poder y el bloque popular, se encuentra en estos condicionamientos aceptados, como regla “pragmática”. Es, obviamente, pedir peras al olmo, que el partido atribuya el desenvolvimiento de la crisis a la propia práctica partidaria, a la burocratización, a la mediación partidaria, que en muchos casos termina siendo prebendal y clientelar. La culpabilidad se la atribuye a la “derecha” y al imperialismo. Si bien la “derecha” tiene que ver con el boicot, como ocurrió el 2003, si bien el imperialismo conspira, como lo hizo contra el gobierno de Salvador Allende en Chile; esto ya se sabe que es así, en distintos contextos, variando en formas y estilos. También se sabe que hay que luchar contra el boicot y contrala conspiración; pero, lo que es inconcebible es que se contribuya a este boicot y a esta conspiración con errores, que se buscan ocultar con propaganda. Es como una crónica anunciada; los personajes se apegan a su papel, a pesar, de que tienen la libertad, de decidir otro rumbo.

La crítica radical a los gobiernos progresistas no es, para qué se caigan, como creen los apologistas del partido; este es un tema de las decisiones colectivas, no de “vanguardias”. ¿Cómo se puede plantear tal cosa si no se puede sustituir este vacío político con una alternativa constatable, vigente, dinámica, emergente? No se trata de que no hay que dejar este lugar a la “derecha”, sino de que si la invención social no puede todavía sustituir el lugar vacío, lo indispensable es evitar que el proceso se rife por la propia gestión del partido.

Conclusiones

Tres conclusiones son indispensables:

1. La necesidad de la interpelación de la crítica, entendida como tal, radical, pues no puede haber crítica sin tocar los problemas en sus raíces, sin tocar las condiciones de posibilidad histórica de los problemas, como también de la misma crítica.

2. Los gobiernos progresistas, los gobiernos “revolucionarios”, son dispositivos provisionales, en la bisagra de las épocas, la pasada y la nueva que nace; son productos institucionales ligados a la herencia institucional y burocrática del Estado. Lo urgente se encuentra en la liberación de la potencia social, la invención y creatividad colectiva, que desmantelan estos aparatos para construir composiciones dinámicas y participativas.

3. La defensa de los procesos de cambio no puede confundirse con la defensa de los gobiernos; hacerlo es un suicidio. Se confunden las transformaciones, lo que posibilita las transformaciones, la participación movilizada, con la representación conservadora e institucionalizada de la conquista del poder. Es cuando las criaturas se convierten en los buitres que comen las entrañas del pueblo.

El conservadurismo de los gobiernos progresistas

Se denomina gobiernos progresistas a estas expresiones políticas que forman parte del llamado viraje a la “izquierda”, dado por los gobiernos populistas, con pretensiones del nuevo socialismo, el del siglo XXI. Después de la experiencia política vivida respecto de estos gobiernos, que incluso han continuado secuenciales gestiones, podemos preguntarnos sobre el carácter de este progresismo, calificativo atribuido por los intelectuales de “izquierda”.

Se dice que estos gobiernos son progresistas porque se oponen al neoliberalismo, que remplazan a los gobiernos neoliberales, que los antecedieron; siguiendo otra ruta, la de la soberanía nacional, la de la recuperación de los recursos naturales, en manos extranjeras; la de la ampliación de los derechos democráticos, no solo reestableciendo los derechos del trabajo y sociales, anulados por el neoliberalismo, sino incorporando derechos colectivos. Se identifica este viraje a la “izquierda” con la declarada transición al socialismo, puesta como finalidad de estos gobiernos. Se puede llegar a aceptar estos contrastes de los gobiernos progresistas respecto a los gobiernos neoliberales; empero, ¿es suficiente este contraste para decláralos progresistas? ¿Progresismo respecto a qué? ¿Al neoliberalismo? Por cierto, que puede ser; sin embargo, ¿se puede sostener este calificativo de progresismo cuando hablamos de las problemáticas enfrentadas en la actualidad? Por ejemplo, el impacto destructivo del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. ¿No observamos acaso que estos gobiernos progresistas son los más compulsivos extractivistas? ¿Podemos hablar en este caso de progresismo? ¿No es más bien lo contrario, conservadurismo? Otro ejemplo, los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios, que corresponden a las tareas de descolonización. ¿No han mostrado, patentemente, más bien, estos gobiernos progresistas, su apego, hasta fanático, por el desarrollo y el progreso; mitos cuestionados en la contemporaneidad, llevándoles, esta ansiedad moderna, a políticas anti-indígenas? ¿Dónde está aquí el progresismo? ¿Si hablamos de la profundización de la democracia, no han manifestado abiertamente un endurecimiento centralista, autoritario, vertical y burocrático, llevando al extremo el culto a la personalidad del caudillo; mito al que recurren para cohesionarse, en vez de las convocatorias democráticas y participativas? ¿Dónde está aquí lo progresista? Más parece, evidentemente, retornos a los conservadurismos recalcitrantes de formas de poder centralizantes, verticalistas, autoritarias, burocráticas, que caracterizaron a los gobiernos conservadores y nacionalistas de “derecha”. Entonces, ¿qué quieren decir los intelectuales de “izquierda” cuando hablan de progresista, calificando a estos gobiernos del viraje a la “izquierda”?

Podemos, incluso, ir a más detalle. Cuando revisamos sus políticas soberanas, vemos, que después de nacionalizar, si es que lo hicieron, en vez de comprar acciones, como en cualquier bolsa de valores, terminan cediendo a las presiones de las empresas trasnacionales “nacionalizadas”, a las que se les indemniza, se les restituye “gastos declarados”, sin control; empresas, que siguen teniendo el control general de los mercados y del monopolio de la industrialización, incluso, como en el caso de Bolivia, el control técnico de la empresa nacionalizada. Industrialización, ahora, en manos de las llamadas potencias emergentes, industrialización que subsume las materias primas a la vorágine de la valorización. Los gobiernos progresistas vuelven a convocar a las empresas privadas, sobre todo trasnacionales, para otorgarles concesiones. ¿Dónde está el progresismo aquí? Sobre todo teniendo en cuenta, que no nos encontramos en la mitad del siglo XX, cuando los gobiernos nacionalistas de “izquierda” y populistas nacionalizaban expropiando e intentaban la ruta de la sustitución de importaciones. Nos encontramos ya en el siglo XXI cuando el mito de la industrialización se ha desvanecido ante el avance de la revolución tecnológica, científica y cibernética. Los gobiernos progresistas del siglo XXI no son consecuentes como lo fueron los gobiernos nacionalistas de “izquierda” y populistas del siglo XX, en estos temas. Vemos que en esto, hay por lo menos un doble reforzamiento conservador; respecto a los gobiernos nacionalistas de “izquierda” del siglo XX, están en rezago y distantes, pues no son consecuentes como aquéllos lo fueron. Ciertamente hay que considerar el anacronismo, parcialmente alterativo[43], del gobierno bolivariano de Venezuela, que a diferencia de los otros gobiernos progresistas, forma parte protagónica de la revolución nacional-popular, denominada revolución bolivariana, combinada con la conformación de comunas autogestionarias y demisiones, que son, estas últimas, los proyectos sociales del gobierno, en gran escala, como disposiciones y recorridos a lo que llama socialismo del siglo XXI.

Respecto a la revolución tecnológica-científica-cibernética, los gobiernos progresistas no la han asumido ni la entienden, salvo quizás lo que ocurre con el gobierno progresista de la potencia emergente de Brasil; no entra en su imaginario, solo atinan a repetir tardíamente el anhelo de reproducir la revolución industrial británica en su país y dos siglos después. Con el aditamento que no tienen el cuidado de conformar las condiciones de posibilidad de la industrialización; condiciones de posibilidad, que obviamente, no se restringen a la nacionalización, pues se requiere una revolución cultural y científica, incluso, aunque no compartimos, con características modernas, de las más actuales, requiere de la masa crítica de científicos, por lo tanto, de su formación. Otra vez, en este caso, es una excepción Brasil, pero también Argentina; sin embargo, en el caso Argentino, esto es logro del pasado; las irradiaciones de la revolución industrial peronista, no tanto así una preocupación del momento. Por eso mismo, se puede decir que Brasil está más avanzado, ahora, en lo que corresponde a tomar en cuenta e implementar, parcialmente, las revoluciones tecnológicas, científicas y cibernéticas. ¿Dónde está pues el progresismo de estos gobiernos? En la cabeza de los intelectuales de “izquierda”, que se han convertido en los apologistas de estos gobiernos barrocos.

El panorama se complica, si relacionamos a estos gobiernos progresistas con las responsabilidades y tareas ecológicas, que nos compete a las sociedades humanas en la contemporaneidad. Los gobiernos progresistas han convertido a la ecología en una enemiga, casi aliada, si no lo es ya, en su imaginario, del “imperialismo”. Llama la atención esta conducta anti-ecologista, no solamente debido al contraste de esta conducta extractivista con su demagogia de “defensa de la madre tierra”, sino porque, hoy, la lucha ecologista forma parte de la lucha anti-capitalista, del capitalismo de hoy, no del fantasma del capitalismo de mediados del siglo XX, que es la figura que tienen en su imaginario los gobiernos progresistas. No hablamos del ecologismo “light”[44], sino del ecologismo como tal, como teoría de la complejidad, como práctica de integración de las sociedades humanas a los ciclos vitales de los ecosistemas[45]. Los gobiernos progresistas no defienden, efectivamente, es decir, en la práctica, a la madre tierra, menos los derechos de los seres de la madre tierra y sus ciclos vitales; tampoco son, efectivamente, en la práctica, anti-capitalistas, salvo solo de palabra, en dramáticos discursos, donde se desgarran las vestiduras; empero, promueven, efectivamente, el capitalismo, en todas sus formas, desde el capitalismo salvaje hasta el capitalismo monopólico trasnacional, pasando por el capitalismo cooperativo, el capitalismo comercial, llegando a promover el capitalismo más devastador, el capitalismo financiero, íntimamente vinculado al capitalismo extractivista.

Si comparamos a los gobiernos progresistas con todos estos otros referentes, dejando la comparación con los gobiernos neoliberales, que es el único referente donde podría llamarse a estos gobiernos como progresistas relativos, vemos que estos gobiernos son abrumadoramente conservadores.

La caracterización exhaustiva de estos gobiernos “progresistas” adquiere un tono grave si comparamos sus políticas, su perfil político, con las tareas urgentes, emancipadoras, de desmotar las estructuras patriarcales, que en conjunto, hacen a la matriz de los diagramas de poder patriarcal. La exacerbación machista, en todas sus formas, se exalta en estos gobiernos populistas. Es aquí, en este lugar, donde vemos claramente el barroco perfil, el contenido, la expresión conservadores de estos gobiernos “progresistas”.

Añadiendo un tópico más, si comparamos a los gobiernos progresistas con la tan decantada e institucionalizada tarea de integración continental, la integración de América Latina y el caribe, vemos que a lo único que llegan estos gobiernos es, saliendo del imaginario del discurso de integración, a conformar instituciones de integración, que alimentan la burocracia de las utopías no cumplidas. Estos gobiernos están lejos de encaminarse a la constitución la Patria Grande; en la práctica, reviven la reproducción, en distintas versiones, de las repúblicas que instauraron sus oligarquías.

Entonces la insostenibilidad de una caracterización como la de los gobiernos progresistas es problema del imaginario intelectual de “izquierda”, que prefiere recurrir al esquematismo dual de conservadores/progresistas, derechas/izquierdas, neoliberales/posneoliberales, para justificar sus tibias posiciones críticas y sus cómplices posiciones inactivas, empero, si apologistas.

¿Qué son los gobiernos progresistas?

La diferencia que los distingue de los gobiernos neoliberales solo los caracteriza parcialmente; hay que buscar, en el orden de relaciones con el mundo, otras peculiaridades de estos gobiernos, para lograr una caracterización completa, por lo menos en una coyuntura, mejor si es una gestión, mucho más en gestiones de un periodo. Como hemos visto, las otras peculiaridades logradas, precisamente por estas relaciones en el orden del mundo, pero, también en el desorden del mundo, por así decirlo, muestran, mas bien, analogías que comparten con otras formas de gobierno, incluso los gobiernos neoliberales. Analogías que tienen que ver, en primer lugar, con la forma de Estado; se trata del Estado liberal, instaurado, después de las guerras de independencia. No se puede decir que esta forma de Estado haya cambiado, ni con la revolución nacional-popular, ni menos, ahora, con la llegada de los gobiernos progresistas. Siguen siendo repúblicas, por más que el discurso de uno de los gobiernos progresistas, el que se reclama de “gobierno de los movimientos sociales”, incluso pretende ser “gobierno indígena”, diga que no lo es. La república se caracteriza por la forma de Estado, que separa sociedad de Estado, que constituye la formalidad institucionalizada de la democracia representativa, conformando la división de poderes, que, aunque no se cumplan en la práctica, encontrándose los órganos de poder controlados por el ejecutivo, de todas maneras, está en la arquitectura estructural del Estado y en el modelo ideal del funcionamiento de este Estado, está en su Constitución. Ni con la revolución nacional, ni con la llamada “revolución cultural y democrática”, en otro país se llama “revolución ciudadana”, el Estado ha dejado de ser liberal. Las palabras y los discursos no tienen la magia para cambiar la forma de Estado. Que la Constitución establezca la condición y la estructura jurídica-política de Estado Plurinacional, no quiere decir que se cumpla, por arte de norma establecida; pues para que ocurra esto tienen que darse transformaciones estructurales e institucionales, que trastoquen la forma de Estado. Esto no ha ocurrido. En la historia política moderna, los únicos lugares donde se ha dado el trastrocamiento en la forma de Estado es donde se dieron las llamadas revoluciones socialistas, que conformaron lo que se conoce como socialismo real.

Los gobiernos progresistas no efectuaron las transformaciones estructurales e institucionales, que ocasionen la transformación de la forma de Estado, como ocurrió en el socialismo real. Estas transformaciones podían haber sido de otra manera, con otras rutas, como lo que establece la Constitución boliviana, instaurando, jurídicamente y políticamente, la condición plurinacional, la condición comunitaria, la condición autonómica, la condición intercultural, la condición participativa y la condición ecológica. Sin embargo, estas condiciones quedaron en la Constitución; el gobierno progresista boliviano ha consolidado, como no lo hizo el gobierno de la revolución nacional, el Estado-nación; es decir, ha avanzado más en la consolidación del Estado-nación que lo efectuado por el gobierno de la revolución nacional.

Los dos gobiernos progresistas, cuyas constituciones establecen la condición plurinacional del Estado, han dejado esta condición jurídico-política en la Constitución, para abocarse, en la práctica, a consolidar el Estado-nación. El gobierno progresista de Venezuela, cuya Constitución no tiene la pretensión plurinacional, sino claramente de consolidación plena y soberana de Estado-nación, no manifiesta, en la práctica, este desajuste, esta dislocación entre Constitución y las prácticas políticas. Sin embargo, la Constitución bolivariana expresa la condición participativa, incluso comunitaria del Estado; participación que llegó hasta la conformación de las comunas. Ahí se quedó, pues la participación no salió de esta innegable experiencia autogestionaria, aunque sea parcialmente autogestionaria, tal como establece la Constitución, empero, circunscrita a áreas delimitadas de la sociedad, sin llegar a transformar la relación Estado y sociedad. El Estado sigue siendo la institución imaginaria de la sociedad y la sociedad sigue subordinada, desvalorizada frente al ideal del Estado, que pretende ser la síntesis de la sociedad, la sociedad política. Las prácticas políticas no han dejado su elaboración burocrática, la racionalidad vertical y diferida, concentrada desmesuradamente en la función presidencialista; no han abandonado, de ninguna manera, la razón de Estado. A pesar de los avances, se está lejos de la democracia participativa integral y de una sociedad comunitaria autogestionaria, como proyecta la Constitución.

En lo que respecta al gobierno progresistas de Brasil, recogiendo lo que dijimos en Acontecimiento Brasil, en Gramatología del acontecimiento y en Acontecimiento Político[46], queda claro que la práctica política de las gestiones de gobierno del Partido de los Trabajadores está muy lejos del proyecto socialista del PT. Ciertamente las condiciones sociales de amplias mayorías han mejorado, sobre todo en el sentido de su aburguesamiento, incorporando a grandes contingentes poblacionales a las clases medias; cincuenta millones según Raúl Zibechi[47]. Pero, se está lejos de haber atendido las necesidades de los otros grandes contingentes de un país de más de 200 millones de habitantes. También no se ven sustanciales avances en lo que respecta a su independencia económica, a pesar de ser considerada Brasil potencia emergente. Francisco de Oliveira denomina a la composición abigarrada de la formación económica-social brasilera el neo-atraso brasilero, comparándola, metafóricamente, con un ornitorrinco[48]. Estamos ante la prolongación social, pues no podemos llamarla socialista, de lo que Francisco de Oliveira llama la modernización conservadora.

Los otros gobiernos progresistas, que se parecen menos a serlo, pues están mucho más cerca de lo que fueron los gobiernos neoliberales, que lo que ocurre con los anteriores gobiernos progresistas mencionados, son los gobiernos de Argentina y de Uruguay. Usando una descripción figurativa de Mariestella Svampa, en lo que respecta a Argentina, podemos decir que se vive la prolongación del eterno retorno peronista. No se trata, de ninguna manera, de desconocer los desplazamientos logrados en la formación económico-social argentina por la revolución populista. Indudablemente el peronismo fue un acto de soberanía, con todas las contradicciones que arrastró esta revolución populista, como en el caso de Getúlio Vargas, en Brasil; tampoco de desconocer desplazamientos, de menor envergadura, de los gobiernos kirchneristas respecto a los gobiernos neoliberales; sino de conmensurar la magnitud del progresismo de estos gobiernos rioplatenses en comparación de la magnitud del progresismo de los anteriores gobiernos progresistas mencionados. Si bien todos los gobiernos progresistas, incluyendo al gobierno progresista de Nicaragua, del que no mencionamos nada todavía, ni tampoco auscultaremos en este ensayo, además de otros gobiernos no progresistas, conforman el ALBA, haciéndolos afines en lo que respecta a la integración latinoamericana y del Caribe, esto no quiere decir que sean por igual progresistas.

Estamos en menos condiciones para decir algo que no sea una generalidad, en lo que respecta a Uruguay. Nos falta información; posponemos su caracterización más detallada para después; otro ensayo. De todas maneras, la impresión que tenemos es que el progresismo uruguayo no abandonó el modelo neoliberal; incluso estaría rezagado en esto en comparación con el gobierno progresista argentino.

Volviendo a la pregunta ¿qué son los gobiernos progresistas?, proponemos las siguientes caracterizaciones:

Caracterización genealógica de los gobiernos progresistas

1. Los gobiernos progresistas del siglo XXI son la expresión crepuscular del Estado-nación, en plena crisis múltiple desenvuelta. Crisis no solo de legitimación, por lo tanto, crisis “ideológica”, sino crisis estructural de la forma Estado, en todas sus variaciones. Se trata de la crisis del Estado como institución imaginaria de la sociedad y como estructura de poder institucionalizada. Si se muestran progresistas, a los ojos bondadosos de los intelectuales de “izquierda”, es porque la crisis múltiple del Estado-nación la experimentan acompañados por el pueblo, que también ve con ojos esperanzadores a estos gobiernos del viraje a la “izquierda.

2. En los gobiernos progresistas se manifiesta políticamente la crisis social, la crisis de la sociedad, que ha sido capturada por las mallas institucionales del Estado. Sociedades institucionalizadas que todavía apuestan a la esperanza y expectativa de lograr transiciones adecuadas, en el camino de las emancipaciones, a través de estos gobiernos progresistas, que tienen de progresistas más en las pretensiones discursivas que en el ejercicio práctico del poder, en el ejercicio y ejecución de las política de gestiones, que son, mas bien, la recurrencia reiterativa de las políticas burocráticas establecidas en la arquitectura del Estado moderno y en las prescripciones del orden mundial.

3. Los gobiernos progresistas juegan y se mueven en los límites de los márgenes de maniobra, que deja abiertos el sistema-mundo capitalista. No cruzan estos límites, se quedan como en el umbral del otro horizonte o los otros horizontes histórico-políticos-culturales-civilizatorios por venir. En este sentido, los gobiernos progresistas forman parte del sistema-mundo capitalista, de la economía-mundo capitalista y del orden mundial, del imperio. Garantizan en las periferias del sistema-mundo el funcionamiento de la geopolítica del sistema-mundo, que ahora diferencia tres espaciamientos; centros, periferias y potencias emergentes, entonces, mediaciones geopolíticos de amortiguamiento.

4. Desde la perspectiva de las estructuras de larga duración, los gobiernos progresistas son la continuidad apaciguada de la colonialidad. Se comportan como los gobiernos conservadores, después liberales, seguidos por los nacionalistas, en esta secuencia, por los gobiernos neoliberales, culminando con los gobiernos populistas, en lo que respecta a las naciones y pueblos indígenas originarios. Como todos los gobiernos mencionados, tienen en sus cabezas una vaga astronomía del desarrollo, convertido en mito y finalidad suprema. Este imaginario desarrollista, que, sin embargo, adquiere connotaciones paradójicas con su apego al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, los lleva a comportarse como gobiernos anti-indígenas. En el fondo, aunque no lo declaren abiertamente, las más de las veces, de todas maneras, develándose, de vez en cuando, en declaraciones repentinas y agitadas ante las interpelaciones de los pueblos indígenas, conciben a las naciones y pueblos indígenas, a sus comunidades y territorios como obstáculos para el desarrollo.

5. Los gobiernos progresistas, como los otros gobiernos, son anti-ecologistas. Su imaginario desarrollista obstruye su visión, la que se ciega ante la evidencia de la crisis ecológica, llamada eufemísticamente cambio climático.

6. Los gobiernos progresistas son patriarcales hasta la médula del hueso. Si bien, toman en sus discursos las “reivindicaciones de las mujeres”, esto no los hace no patriarcales y no machistas; es apenas un gesto magnánimo de condolencia sobre las dominadas y subordinadas mujeres de parte del patriarca progresista.

7. Los gobiernos progresistas son la evolución, usando ilustrativamente este término discutible, de la matriz republicana, instaurada por las oligarquías regionales del continente, que se opusieron al proyecto de la patria grande, tanto en la versión indígena de Túpac Amaru, como en la versión liberal de Simón Bolívar.

Tercera parte
Recorridos
Devaluación del proceso de cambio

Más que de deterioro, incluso de decadencia, como hablamos antes, en otros escritos, vamos a hablar de devaluación del “proceso de cambio”. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando se reduce al “proceso de cambio” a características menos apropiadas, para un proceso histórico-político, menos adecuadas para hablar de cambio. Por ejemplo, cuando se reduce un “proceso de cambio” al tamaño del simbolismo de un caudillo; por lo tanto, cuando se cree que el “proceso de cambio” es el caudillo. No hay nada más fetichista, incluso en el sentido más pedestre de la palabra, que considerar a un proceso histórico-político como nombre personal de un líder. Aquí se muestra patentemente no solamente un conservadurismo recalcitrante, sino también se evidencia las manifestaciones más dramáticas de la sumisión; constatándose el deseo del amo de parte de los dominados.

El clamor de los incorregibles llunk’us por la relección, que haciéndose a los ingeniosos, denominan re-postulación, que no es otra cosa, sin que se den cuenta, que una necedad más de los aduladores; es pues un ejemplo de la devaluación del “proceso de cambio”. Es más, incluso, se preocupan por recurrir a la reforma constitucional para lograrlo. Ellos, los llunk’us, que nunca se preocuparon por hacer cumplir la Constitución, tampoco comprenderla, porque tampoco la leyeron con atención. Se desesperan para llegar a la reforma constitucional para lograr la reelección. Este es el tamaño del “proceso de cambio” en su peregrino imaginario.

Sin embargo, a pesar de estas estrechas dimensiones, que imaginan que es el “proceso de cambio”, se consideran los gladiadores de una “revolución democrática y cultural”; que de revolución tiene el disfraz “revolucionario” y la estridente demagogia antiimperialista, cuando siguen entregando los recursos naturales como materias primas a las potencias imperiales, que dicen combatir. Que de cultural tiene la reducción de la descolonización al folklore de los nombres y de los ritos caricaturescos, para beneplácito de los turistas “izquierdistas”, que buscan satisfacer sus anhelos con una pantomima de “revolución”. Ambos, los usurpadores de la movilización prolongada, efectuada por el pueblo heroicamente, y estos “izquierdistas” dramáticos y turísticos, se auto-convencen complacientemente que asisten a una “revolución”, justificando, de paso, sus anodinos recorridos por la vida.

Tienen a su favor la propaganda, la publicidad y la concurrencia cambalache de los medios de comunicación, que controlan. Con eso creen confirmar sus extravagantes delirios de grandeza histórica. Sin embargo, esto no es más que la fama provisional y fugaz lograda con estos montajes bulliciosos.

No se trata de estar contra la reelección. Este no es el problema, como cree la llamada oposición de “derecha” o de “izquierda”. Estos son los problemas falsos, por así decirlo, en política. El problema de fondo es que el “proceso de cambio”, se comparta o no con el mismo, siendo de “derecha” o de “izquierda”, ha sido reducido a la mínima expresión de lo estrafalario; el culto tardío a la personalidad de un caudillo imaginario, pues el hombre real, que sostiene el mito, es otro sujeto, otra figura, otra patente existencia, en las circunstancias pedestres de la vida cotidiana.

El llamado “proceso de cambio”, quiéranlo o no, los unos y los otros, de todas maneras, fue un acontecimiento político y social. Por decir algo, como habla la costumbre del lenguaje, entró en los anales de la historia. El hecho que se lo haya reducido al tamaño del prejuicio desolado de los aduladores, para quienes la historia se reduce a la historieta de personajes idealizados, convertidos en héroes de papel, es, por cierto, la muestra de la patente devaluación política de este acontecimiento multitudinario.

No pretendemos convencer a los inconvencibles, a los llunkús, que es la muchedumbre que ronda el poder; esto es perder tiempo. Tampoco interpelarlos; esto es gastar pólvora en gallinazos. Se trata de reflexionar con los jóvenes rebeldes heterodoxos iconoclastas, quienes son los que continuaran la lucha por las emancipaciones y liberaciones descolonizadoras y anticapitalistas.

¿Por qué reflexionar sobre estos temas? No solo como pedagogía política, sino porque debemos aprender las lecciones de las historias políticas de la modernidad, sobre todo de las revoluciones. No se toma el poder, el poder te toma; convierte en engranajes de su fabulosa maquinaria a estos engreídos gobernantes “revolucionarios”. No se resuelve la crisis del “proceso de cambio” oponiéndose a la reelección. La crisis del “proceso de cambio”, si es que no está ya muerto, se resuelve peleando por el proceso, defendiendo el proceso, profundizando el proceso, que es la única manera de defenderlo, contra los que usurparon el proceso. Si el proceso ya está muerto, como parece, es iniciando otro proceso, evitando repetir el circulo vicioso del poder. Esto no pasa por discutir la reelección o la no reelección; este no es el dilema. Sino por cómo desmantelar el poder, el Estado, liberando la potencia social, aprendiendo colectivamente a autogobernarse, a auto-gestionarse, desplegando y articulando complementariedades entre los pueblos, entre los productores, consumidores, habitantes de los ecosistemas.

Se imponga o no se imponga la reelección, que son los estrechos desenlaces a los que apuesta la oposición, la situación política será parecida, si no es la misma. En un caso, los usurpadores de las victorias alcanzadas por los movimientos sociales continuaran el camino de la decadencia; en el otro caso, se habrá sustituido a los actuales gobernantes, por otros, que piensan lo mismo de la política y del poder, salvo sus discursos y poses institucionalistas, en un caso; salvo sus discursos y poses de consecuencia, en otro caso. Esta no es la salida; ninguna de sus posibilidades acuñadas. La salida sigue siendo a lo que apostaron, en su inicio, las movilizaciones sociales; el autogobierno, la democracia participativa, el pluralismo político, social, cultural, lingüístico, como transiciones descolonizadoras, como transiciones de las rutas alternativas hacia las formas del pos-capitalismo. Esta salida histórica-política no se logra, obviamente, con simulaciones y montajes, con disfraces de elocuencia “revolucionaria”, ancladas en la glorificación del mito del caudillo. Sino con otros gastos heroicos, continuando la lucha, convocando a los pueblos del mundo, a conformar alianzas y confederaciones de pueblos, autónomos, capaces de autogobiernos.

Otro problema, en relación a lo que acabamos de decir, es que se apuesta a la provisionalidad del momento, al subterfugio a la mano, que es la que considera los problemas aparentes y no los problemas de fondo. Ya que la “derecha” no cree en el cambio, sino en la institucionalidad liberal, hablaremos de la “izquierda”, que si habla de cambio, de transformaciones, de la “revolución” postergada. La “izquierda” cree que resuelve el problema de la postergación de la revolución cambiando al caudillo por un frente de “izquierdas”, si es que no es la pobre versión de buscar otro caudillo como el nuevo líder, repitiendo la misma historia, con otro personaje. Esto no es más que querer ocupar el lugar del caudillo, sin cambiar la estructura de poder; es más, el único cambio posible, para salir de la condena del círculo vicioso del poder, es destruir la estructura de poder, liberando la potencia social.

La nueva generación de luchas, ya comenzadas, en el mundo, no apunta pues a nuevas figuras en el círculo vicioso del poder, que es la continuidad de las genealogías del poder, sino a liberar la potencia social, saliendo del fetichismo institucional y de la economía política generalizada. En los países de los llamados gobiernos progresistas, el comenzar los recorridos de esta nueva generación de luchas se hace más difícil, no solamente porque, de alguna manera, los gobiernos progresistas generan todavía ciertas expectativas, por más opacas y disminuidas que se den, sino porque las voluntades de lucha han sido disipadas por los propios gobiernos progresistas, que se han ocupado de destruir a las organizaciones sociales y a los movimientos sociales, convirtiéndolos en aditamentos sumisos a las pulsiones del caudillo y a los caprichos del entorno palaciego.

Es pues toda una tarea activista no tanto la reconstrucción de los tejidos sociales de los movimientos sociales, sino el constituir los nuevos tejidos sociales autogestionarios, autónomos, libertarios, de contra-poder.

De la “ideología” populista

Representaciones extractivistas de la madre tierra y del capitalismo

A propósito de la Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida

Creen que la Madre Tierra es una deidad, que se debe mencionar y convocar en los foros internacionales, en la Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida, para beneplácito de los organismos internacionales y de la “izquierda internacional”; “izquierda” tan necesitada de ideales, pues los que tiene, todavía ateridos en el Estado del socialismo real derrumbado, les resulta un tanto anticuadas. Cuando salen de los foros y conferencias vuelven a la vida cotidiana de la política pragmática; se olvidan de la Madre Tierra, que quedó en los altares de los foros; como ocurre con todos los creyentes que van a misa. Se entregan compulsivos a los despavoridos avatares devastadores del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. No ven contradicción alguna entre sus discursos altisonantes – para consumo tedioso y ceremonial de estos encuentros, foros y conferencias internacionales contra el cambio climático, donde se golpean el pecho y prometen enmendar los males desatados por el capitalismo – y sus conductas y comportamientos realistas y pragmáticos, que hallan en la expansión extractivista la ruta necesaria para el “desarrollo”.

Olvidan fácilmente su propia historia reciente, plagada de atentados contra la Madre Tierra y los territorios indígenas originarios. No les parece inconsecuente haber declarado la guerra al capitalismo, en defensa de la Madre Tierra, en la Cumbre de Copenhague (COP 15 2009), convocando a una Contra-Cumbre en Tiquipaya-Cochabamba –Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya, Cochabamba, 20 al 22 de abril 2010 –, donde en vez de repetir el mismo discurso combativo anti-capitalista en la sede de la Cumbre, se expone insólitamente un discurso pedestre y patriarcal en contra de la Coca-Cola y los pollos con hormonas, que transforman en gay y calvos a los que consumen estas mercancías. Rebajando, con este discurso pedestre, el discurso convocante de Copenhague a la lamentable expresión homofóbica, prejuiciosa y recalcitrantemente conservadora, del patriarca otoñal.

Después de haber intentado hasta más de tres veces, recientemente, construir la carretera extractivista, que desbroza el núcleo del TIPNIS, ampliando la frontera agrícola, confiriendo a empresas petroleras trasnacionales concesiones, prohibidas por la Constitución; concesiones otorgadas en una zona del territorio indígena donde escasean comunidades y abunda el bosque, dejando sin atención precisamente a la zona del parque donde abundan las comunidades. Decenas de comunidades desparramadas en esta otra zona, comunidades merodeadas por los ríos Isiboro, Sécure e Ichoa. Después de haber firmado las resoluciones de la Conferencia de los Pueblos contra el Cambio Climático, en 2010, donde se prohíbe, entre otras cosas, la afectación a bosques primarios. Después de haber saboteado las marchas indígenas en defensa de su territorio, la VIII y la IX, reconocido por la Constitución, que establece jurídica y políticamente el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico; condición plurinacional, comunitaria e intercultural basada en la preexistencia de las naciones y pueblos indígenas originarios. Después de haber manipulado una Consulta espuria, que contraviene la Constitución, al no ser con consentimiento, previa, libre e informada, y haber destruido a las organizaciones indígenas, el CIDOB y el CONAMAQ. Después de haber promulgado una Ley Minera, no solamente el colmo de extractivista, matricida en lo que respecta a la Madre Tierra, sino traición a la Patria, al entregar onerosamente los recursos mineros a las empresas trasnacionales; yendo, incluso, más lejos de lo que los neoliberales no se hubieran atrevido. Vuelven a convocar a una Cubre contra el Cambio Climático y en defensa de la Madre Tierra, Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida, sin inmutarse de la evidenciada incongruencia, ni ver en ello flagrantes contradicciones.

La política se les antoja una secuencia de audacias, como collar de perlas chutas. No importa si no concuasan; lo importante es escenificarlas para deleite de propios y ajenos, propios y ajenos que tienen una vaga idea de la ecología; pero, también una peregrina idea del sistema-mundo capitalista. Se sienten satisfechos después de haber hablado tanto, en los foros, cumbres y conferencias, en defensa de la Madre Tierra; deidad convocada en ocasión de las ceremonias del poder; deidad asesinada en las reiteradas y continuas ocasiones por parte del realismo político y las políticas extractivistas del Estado rentista. Se sienten consecuentes “revolucionarios” al haber pronunciado estruendosos discursos anticapitalistas, del que tienen una ambigua representación, aterida en las contingencias y estructuras disipadas del siglo pasado, cuando, ahora, en el presente siglo, en curso, son los solícitos propulsores del “progreso” y del “desarrollo”, que encarna el capitalismo tardío, dominado por el capitalismo financiero y extractivista.

¿Habrá que comprender entonces que se trata de “ideología”, de “ideología” populista? Como toda “ideología”, se sustenta en los fetichismos; esta vez, en el fetichismo del desarrollo, pero, también en el fetichismo del caudillo, en el fetichismo institucional, sobre todo en el fetichismo del poder y en el fetichismo del Estado, convertidos en fines míticos de la “revolución democrática y cultural”. Estado-nación consolidado como nunca antes, incongruente forma de construir el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico; incompatible forma de negar su nacimiento y revivir al muerto o, por lo menos, decrépito Estado-nación, herencia colonial.

Una “ideología” populista, que se representa el extractivismo como técnica, casi neutral, del “desarrollo”, que se representa el capitalismo como gobernanza sin caudillos; sin patriarcas otoñales, ni padres bondadosos del pueblo. Por lo tanto, creen, en complementación, que el socialismo es consecuencia de la bondad patriarcal, del amor a la patria, que se reduce al canto a la bandera, consecuencia del celo partidario, de la lealtad sin límites al gobierno progresista, incluso en sus desavenencias y veleidosas inconsistencias. Estos “revolucionarios” opacos, celajes en el crepúsculo civilizatorio de la modernidad, en la agonía especulativa del sistema-mundo capitalista de la acumulación originada y ampliada de capital, de la contabilidad abstracta del valor, terminan desnudados y empujados a su propia vulnerabilidad. Mientras se desentienden de los cementerios mineros, que deja el extractivismo, de los bosques destruidos, de las cuencas contaminadas, de las sociedades corrompidas, de las instituciones corroídas, de la soberanía enaltecida, empero, saboteada, al adjudicar concesiones a los monopolios de la tecnología, de los mercados, del capital, que otorga el capitalismo dependiente. Monopolios trasnacionales, verdaderos dueños del control de las reservas de recursos naturales, denominadas materias primas.

La “ideología” populista funciona no solamente como paradigma adormecedor de masas, sino, sobre todo, como clima artificial, atmósfera edulcorante, clima político retenido en las esferas del poder. Ambiente codiciado, que sugestiona a los cuerpos congregados, ilusionándolos con el compás de las imágenes transmitidas y ofrecidas. Clima artificial, que cobija a los cuerpos congregados, en torno al caudillo, hechizándolos con la narrativa política populista, que interpreta lo que acaece en el “proceso de cambio”. Interpreta, desde la trama dramática del misericordioso padre, que retorna, después de haber perdido su trono, de haber sufrido la vía crucis y el calvario de los desterrados en el seno de su propia tierra. La interpretación “ideológica”, en el caso populista, discurso más apegado a la retórica que a la argumentación lógica, está cerrada, concluida. Ésta, la narrativa populista, es la verdad del “proceso de cambio”. Las contradicciones que aparecen, no son verídicas, sino inventos de la “oposición”, de la conspiración de la “derecha” o de los descontentos y descarriados.

La “ideología” es eso, como dice Karl Mannheim en Ideología y utopía, masa ideacional[49], que podemos considerar, de mejor manera, como un bloque ideacional, más o menos sistematizado, más o menos articulado o, mejor dicho, compactado; orientando su formación discursiva a la legitimación institucional, como dice el mismo Mannheim. Sin embargo, no por esto, se puede hacer caso de su pretensión de verdad, como si fuese la única interpretación adecuada del momento, de la coyuntura, del periodo, de la época, del contexto, del país, de la región, del mundo, de donde emerge. Como toda interpretación es susceptible de contrastaciones, es discutible; propicia a someterla a crítica. Sin embargo, la “ideología” no pretende ser una interpretación, entre muchas, sino la interpretación verdadera. Este es el problema.

El problema de la “ideología” es que, si bien, en un principio, al ser una interpretación, sobre todo emergente, en un periodo de crisis y en un contexto en crisis, por lo tanto, logrando interpretar, quizás mejor que otros discursos, ya rezagados, la situación que le toca experimentar, una vez cumplido los primeros pasos, sigue el ciclo de todos los discursos y de todas las interpretaciones; el camino a la obsolescencia. Este es uno de los problemas de la “ideología”; el otro es más grave. Al aferrarse a la verdad “ideológica”, los que recurren a su paradigma, a sus tramas preformadas, a sus narrativas inconmovibles, terminan atrapados en sus telarañas, a tal punto que se resisten a ver, a observar, a reconocer, en la realidad, otra cosa que no sea la verificación de la “ideología”. Cuando se llega a este entrampamiento, los “ideólogos” en boga, los que consumen lealmente el imaginario “ideológico”, han ingresado no solamente a su decadencia, sino a una especie de seducción por la fantasía de las representaciones “ideológicas”. Este es el síntoma de la derrota anticipada.

Los populistas del siglo XX, de todas maneras, se beneficiaron de las renovaciones interpretativas, que ocasiona la “ideología” emergente, sobre todo de las luchas nacional-populares. Hay pues como una temporalidad, por así decirlo, aprovechable, cuando el discurso “ideológico” puede interpretar novedosamente la experiencia social; sin embargo, esta temporalidad no dura mucho; pues no tardan en llegar las contradicciones políticas y sociales en el “proceso” desatado. La diferencia con los populistas del siglo XXI es que estos últimos tienen menor temporalidad y menos espacio aprovechable. Las contingencias, las velocidades y ritmos de las crisis, en la contemporaneidad, exigen renovaciones rápidas y adecuadas de las interpretaciones. Por otra parte, los populistas del siglo XXI están menos dispuestos al diálogo y al debate, son menos abiertos a escuchar otras versiones, otras interpretaciones; incluso, son menos asequibles a la polémica y la controversia, como lo fueron los populistas del siglo pasado. Por eso, al cerrarse más antes, al desconocer la necesidad de lo que se llama el círculo hermenéutico, es decir, el recorrido alimentador y transformador de la interpretación renovada, de la crítica y de la reinterpretación, se vuelven rancios mucho más antes. Cuando esto ocurre, estos populismos dogmatizados no sirven incluso ni para la defensa del régimen, pues, en vez de permitirle buena información, la obstruyen, cegándolo ante las contingencias, como caminando a un suicidio no premeditado.

Por último, el tercer problema de la “ideología” populista, mencionable ahora, es que, como toda “ideología”, no distingue entre representación y mundo; cree que el mundo es el mundo de las representaciones, sin entender que las representaciones emergen de las dinámicas inherentes al mundo, en constante devenir. Al hacerlo, al confundir “ideología” con realidad, sinónimo de complejidad, cree actuar en la realidad, cuando, en verdad, actúa en el imaginario “ideológico”, aunque esta actuación en el espacio imaginario termine repercutiendo, amortiguado, en los planos y espesores de intensidad de la realidad.

La concepción destructiva de la energía

A propósito del debate sobre la planta de energía nuclear

La modernidad, incluso parte de la posmodernidad, si podemos hablar así, han construido concepciones analíticas de la materia, como si la materia fuera descriptible a partir de las cualidades que son percibidas por la mirada humana; después, por las regularidades descubiertas en los fenómenos estudiados; regularidades convertidas en leyes de la física. Cuando la física relativista, ocasionando desplazamientos y rupturas epistemológicas, generando el sisma de la física, su revolución teórica e investigativa, homologó materia y energía, desencadenó concepciones fluidas, mutantes, integrales, de la materia[50]. A pesar de estas transformaciones conceptuales, que, además, tuvieron el alcance de replantear la concepción del tiempo y el espacio, al concebir el tejido del espacio-tiempo como dinámica compleja, por lo menos, en cuatro dimensiones, tres espaciales y una temporal, se preservó conservadoramente cierta manera analítica fragmentaria y sesgada en la exposición política del tema; por lo menos, en lo que se refiere al uso técnico de la nueva tecnología desprendida. Hablamos de la tecnología nuclear.

La física cuántica nos develó el maravilloso universo infinitesimal de las partículas micro-atómicas, de cómo los átomos eran composiciones de partículas infinitesimales, composiciones de fuerzas fundamentales, que tienen que ver con partículas más infinitesimales aún; además de comprender mejor la energía y la materia, en el espacio-tiempo cuántico. Cuando ciertos fenómenos, que se los nombraba como partículas, sin masa, aparecían, mas bien, como ondas, la energía y la materia se presentaron como paradoja. No se podía captar, al mismo tiempo, la ubicación y el momento de estas partículas-ondas. Lo que llevo a la interpretación de la incertidumbre de Heisenberg[51].

La búsqueda de la teoría unificada en la física contemporánea llevo a los físicos, teóricos e investigadores, a una incesante búsqueda de otras claves del universo. Ahora es la teoría de las cuerdas la que pretende esta unificación, que integra en un todo dinámico la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil y la fuerza gravitacional, la que todavía no había sido comprendida ni integrada por las teorías anteriores[52].

Este brevísimo repaso de las teorías físicas de la materia y la energía. En sus distintas escalas, en el tejido del espacio-tiempo, nos muestra la dinámica simultánea de la complejidad integrada del universo o del pluriverso. Desde esta perspectiva, resultan chocante esos discursos institucionales, gubernamentales, geopolíticos, incluso técnicos, sobre la energía nuclear, como si el hombre posmoderno o, si se quiere, el último hombre de la modernidad, la haya inventado o desencadenado por intervención técnica de la destrucción del núcleo del átomo. La energía nuclear, en el conjunto de energías, que hacen a la materia y sus composiciones diversas, en distintas escalas, es constitutiva del universo, desde el big-bang. Lo único que hace ser humano es imitar o capturar parte de esta energía. El problema, en el caso de la energía nuclear, que no es la única forma de energía donde ocurre esto, la desintegración, es que lo hace de manera destructiva, además, bajo consideraciones también destructivas.

Por este camino, el del dominio de la naturaleza, que es más una ilusión y una “ideología”, ha construido una tecnología, para empleo en la guerra, con efectos devastadores de destrucción masiva. No se sabe, por qué los humanos, sobre todo los que gobiernan, los que controlan el monopolio de estas armas y de esta tecnología nuclear, se sienten orgullosos de esto. Consideran que es como parte de la evolución y el desarrollo. No se dan cuenta que esta evolución y este desarrollo son interpretaciones sesgadas, lineales, por lo tanto, exiguas, para poder ya no explicar, sino ni siquiera describir la complejidad de la materia y la energía y de sus usos. Lo diremos en pocas palabras, dejando para otra ocasión una exposición crítica más detallada; la llamada tecnología nuclear, no solo por su uso en las armas de destrucción masiva, no es algo de lo que podría orgullecerse la humanidad, no solo porque tiene en sus manos las armas de su propio suicidio como especie, sino porque no parece que sea la forma más inteligente, más adecuada, más pertinente y efectiva, de aprovechar la energía nuclear, como parte del conjunto de energías, que hacen a la materia.

La tecnología “occidental”, que por cierto es una definición y asignación equivocada, pues la historia de la tecnología abarca el planeta y es más larga que la contada desde la revolución industrial británica; ha llamado la atención de los hombres de Estado de imperios “orientales” y después, de los llamados países periféricos de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Como si el secreto se encontrara en la tecnología, reducida a la aplicación de las ciencias en la instrumentalización al servicio de las políticas y geopolíticas. Esto es tener una mirada fetichista de la técnica, compartiendo una mirada fetichista de la ciencia, que acompañan a otros fetichismos, como el fetichismo de la mercancía. Los estados imperiales del “oriente”, después, los Estado-nación de las periferias, han tratado de imitar esta tecnología, como si fuese el secreto y la clave de la dominación, o si se quiere, del desarrollo, del progreso, de la modernidad.

La historia de la tecnología no se puede separar de las historias múltiples de las sociedades y de los saberes. Visto desde una perspectiva integral, la tecnología es la realización, en determinados planos de intensidad, de lo que acontece en bloques de planos y espesores de intensidad de las sociedades, integradas, a su vez, a sus ecosistemas, en sus ecologías. Para dar un ejemplo conocido, la llamada revolución industrial forma parte de lo que llamamos liberación de la potencia social, cuando la sociedad logra transformaciones horizontales y democráticas. Entonces, la revolución industrial no es un fenómeno meramente técnico, incluso meramente científico, sino una fenomenología social integral.

Hoy, en pleno crepúsculo del sistema-mundo capitalista, en plena clausura de la civilización moderna, hay gobiernos populistas o progresistas que están seducidos por lo que llaman una “revolución nuclear” o la meta del “ingreso a la era nuclear”. Discurso, que de por sí, muestra sus vacíos y sus miserias, que se hacen elocuentes en el balbuceo de los voceros defensores de la energía nuclear, de la instalación de “centros de energía nuclear”; aun cuando estos voceros se reclaman de “científicos” y profesionales del área, y no sean los acostumbrados sabelotodo de la política o, en su caso, algún letrado que funge de triste propagandista de lo que no entiende. Lo que muestra su retrasada formación académica, en todos ellos, sobre todo en los supuestos “científicos”, respecto a las trasformaciones epistemológicas provocadas por la física relativista y la física cuántica.

Como dice Marco Zubieta[53], buscan invertir un millonario gasto, en el comentado y debatido centro nuclear, cuyos beneficios son inciertos, a no ser que se crea en la demagogia, poco armada, sin argumentaciones coherentes, de estos voceros que hablan de los “beneficios médicos” y para la investigación. En realidad, estos voceros, eso se ve claramente en sus exposiciones, no saben de qué hablan.

Si reflexionamos sobre las historias de la modernidad, historias sociales, políticas, culturales, civilizatorias, tecnológicas y científicas, podemos concluir que lo que ha hecho el capitalismo es capturar saberes, capturar ciencias, capturar tecnologías, convirtiéndolos en meros instrumentos de la acumulación de capital; por lo tanto, empobreciéndolos. Las ciencias y las tecnologías, mas bien, se encuentran inhibidas en sus capacidades y posibilidades, por estas mallas institucionales restrictivas del capitalismo, que reducen el cambio a la infortunada contabilidad cuantitativa de la ganancia. La tarea de la humanidad, si es que no quiere embarcarse hacia su propia destrucción, es liberar a las ciencias y a las tecnologías de estas ataduras, liberando también a las sociedades, a las fuerzas sociales, de las capturas a las que son sometidas por las mallas institucionales del sistema-mundo capitalista, que conforma un orden mundial de las dominaciones polimorfas; afiliando en esto a todos los estados y gobiernos, sean conservadores, liberales, nacionalistas, del socialismo real, neoliberales o populistas.

Devenir energía

La energía es un concepto cuyo referente es, mas bien, plural. Se refiere a múltiples formas de energía, en distintas escalas, mutantes, conmutables, integradas, paradójicamente, a la conservación y transformación de la energía, en distintas escalas. Entonces habría que considerar la constelación de energías integradas en sus ciclos, recorridos, mutaciones, conmutaciones y transformaciones.

Una forma de energía no está sola en el universo ni en el planeta tierra, salvo en la mentalidad analítica abstracta de la racionalidad instrumental. Por ejemplo, ahora, en la contemporaneidad del capitalismo tardío, se jerarquiza económicamente la energía fósil, debido a su valorización en los circuitos especulativos del capitalismo financiero, cuando esta forma de energía no es más que una forma concreta en la constelación de ciclos integrados de la energía, en clave plural. La interpretación del capitalismo de la segunda revolución industrial por la explotación y uso industrial de la energía fósil, es parcial y sesgada. Esta selección mercantil de una forma de energía solo ocurre cuando se relega a las otras formas de energía, con las que se conforma una integralidad compleja y dinámica; este relegamiento es imaginario, se da en la “ideología” instrumental del capitalismo. Efectivamente, en las dinámicas materiales de la energía, no ocurre esto. Lo que muestra que la utilización de la energía por el sistema-mundo capitalista es no solamente parcial sino también irracional, por así decirlo.

La energía, en el sentido plural e integral, no es pues aprovechada racionalmente, tampoco se tiene un conocimiento integral del acontecimiento plural de la energía; lo que se tiene es una información y un conocimiento analítico fragmentado, al servicio de la reducción instrumental, que, a su vez, se reduce a servir a la contabilidad capitalista, que se imagina un “crecimiento”, que no es más que estadístico. La forma como el capitalismo captura energía, pues no es otra cosa, no produce efectivamente energía, que es otro mito moderno de la “ideología” en boga, es irracional pues arranca formas materiales concretas de energía como si fueran cosas, sin comprender que se trata de devenires, de ciclos, de integralidades, conservadas y transformadas. El sistema-mundo capitalista, su ciencia y su técnica, no actúan respecto dinámicas complejas, que son las que constituyen la energía, sino actúa en una supuesta cosa inorgánica, susceptible de extracción, captura o explotación. Por lo tanto, el capitalismo no actúa con la energía como devenir y ciclos integrados, en distintas escalas, sino en la representación analítica de la energía; reforzando, de esta manera, no solamente su “ideología” fetichista, sino su ilusión de que “domina la naturaleza”, de que forma parte de la evolución; tesis antropocéntrica, suponiendo, en esta trama imaginaria, de que desencadena “desarrollo” y “progreso”.

La forma de vida, si se puede hablar así, de las sociedades capturadas y atrapadas por las mallas institucionales del sistema-mundo capitalista, empobrece la vida, comprendida también en su dinámica compleja e integral, en distintas escalas. Este sistema-mundo no es capaz de integrarse a los ciclos vitales de la biodiversidad, tampoco a los ciclos existenciales del universo o el pluriverso, en sus distintas escalas. Solo extrae y deja desechos.

El sistema-mundo capitalista genera entropía, entonces muerte, en lo que respecta a la neguentropía, que es la vida. Solo aprovecha, capturando, una parte de la energía seleccionada, pues pierde la otra parte al no comprender sus devenires y ciclos conectados. No es capaz de integrarse a los devenires y ciclos de la energía plural, de la que, de todas maneras, forma parte, aunque no quiera verlo su imaginario antropocéntrico. No es capaz, por lo tanto, de formar parte activa, civilizatoria, de la infinita energía, por así decirlo, para ilustrar, que integra el universo.

Si revisamos la historia de los ciclos largos del capitalismo, podemos observar la asociación de cada ciclo con una forma concreta de captura y explotación de la energía. Se ha comportado entonces, a lo largo de su historia, de la misma manera; capturar y extraer cosas, como materias primas para sus cadenas productivas, o generando formas de energía, aparentemente nuevas, que no son otra cosa que capturas parciales de la mutación y transformación de la energía, contenida en la constelación energética, en sus distintas escalas. Por lo tanto, también capturando y extrayendo, en la mutación y transformación misma de la energía, dada desde el big-bang, como si fuesen cosas; además, convertibles monetariamente, en el delirante imaginario de la contabilidad capitalista.

Lo mismo pasa con la llamada energía nuclear. Se cree que se inventa o produce energía nuclear, cuando el universo está constituido, en sus dimensiones cuánticas, no solo por energía nuclear, sino por energía de composiciones de partículas y ondas infinitesimales, que conforman los campos de las fuerzas fundamentales; la energía ligad a la fuerza electromagnética, la energía ligada a la fuerza nuclear fuerte, la energía ligada a la fuerza nuclear débil, la energía ligada a la fuerza gravitacional. Tampoco comprende – en este caso, como en los otros, esta analítica nuclear, que es más bien el discurso político, que interpreta, a su manera, lo que mal entiende de la física – que lo que llama energía nuclear, que no es ni el substrato ni la base del devenir energía, forma parte de la constelación de energías integradas, en distintas escalas. En ese sentido actúa irracionalmente destruyendo el núcleo del átomo, creyendo que genera energía, al hacer esto, cuando lo que hace es generar radiación.

La extemporaneidad de la política

Llama la atención que la política institucionalizada esté retrasada respecto al presente. Sus referencias discursivas son las de un pasado, aunque sea un pasado inmediato, si no es mediato. Al imaginario político institucionalizado le cuesta tomar en cuenta el presente; no se encuentra en el presente. Pertenece a un pasado; por lo tanto, considera ese presente, que no toma en cuenta, pero, sin embargo, está situado en ese momento, desde las referencias y cuadros retenidos de un pasado. Los enemigos – pues la política, en sentido restringido, se construye a partir de la definición del enemigo -, a los que se refiere este discurso político, son los del pasado; cree que sigue peleando con ellos, aunque, en el presente ya no estén. Como por ejemplo, cuando el discurso oficial se refiere a los derrocados por la movilización prolongada (2000-2005), como si estuvieran en un presente (2015), y no ausentes, como si estuvieran tan activos, incluso en el poder, cuando, mas bien, fueron derrotados y en el presente sufren las consecuencias de su derrota. Este discurso no dice nada de los problemas en este presente, sobre todo no identifica a los obstáculos del proceso de cambio, sino que sigue culpando a esos enemigos o sus fantasmas de los males o tropiezos del proceso. Por eso, sus argumentos resultan anacrónicos, cuando quiere explicar sus dilemas en un presente, que no entienden ni toma en cuenta. Empero, se requiere, de todas maneras, hablar de sus dilemas, buscar explicar sus conductas y comportamientos, que a la vista saltan que son contradictorios, hasta confusos, incluso incongruentes.

El discurso político funciona para mantener una rutina, la emisión de palabras que, aunque no expliquen ni aclaren las políticas emprendidas, de todas maneras, custodian el contacto con el público, sobre todo con la masa de seguidores. No se trata de convencer a convencidos, pues este discurso no sirve para convencer, menos a los no convencidos, sino de alimentar sus afincados prejuicios, sus cristalizadas creencias, que comparten con el partido y los gobernantes. Pero, el problema que tratamos ahora no es éste, el de las concomitancias y complicidades entre bases y partido, sino el de la extemporaneidad de la política. Interesa saber o, por lo menos, entrever por qué sucede esto.

Una primera hipótesis interpretativa, que se nos ocurre, es que a la política institucionalizada no le interesa el presente, lo que ocurre en el presente, lo que hace al presente, pues no actúa en el presente; por más sorprendente que pueda parecer, aunque se encuentre, de todas maneras en ese presente. Actúa en el pasado. Este pasado se encuentra en el imaginario popular; por lo menos, es uno de los ámbitos del tejido complejo del imaginario social. Actúa, no en la memoria, pero si en los recuerdos, que no son exactamente la memoria, que, mas bien, es dinámica. Esta actuación refuerza los aspectos conservadores de lo popular, en vez de cuestionarlos; en cambio, desecha los aspectos avanzados, críticos e interpoladores de lo popular. De esta forma, en vez de apuntalar por el camino emancipador, mas bien, refuerza las cadenas heredadas por el pueblo.

Los analistas políticos se equivocan, sobre todo los analistas de “izquierda”, ya que a ellos les interesa el cambio, en hallar en la efectuación de la política institucionalizada populista el carácter progresista, que justificaría la presencia diligente del populismo. No ven que en lo popular hay, también, herencias conservadoras, cristalizadas, inscritas en los cuerpos y en las subjetividades constituidas; lo que ha permitido precisamente las dominaciones. Cuando se rebela el pueblo o las clases sociales explotadas y subordinadas, lo hace no desde esta herencia conservadora, que más bien inhibe la capacidad de lucha, sino desde la intuición subversiva[54]; esta forma de saber colectivo, que intuye la totalidad de la crisis y actúa para quebrar la maquinaria fabulosa de las dominaciones. La intuición subversiva es un acontecimiento explosivo, desbordante, conectivo, irradiante, tejedor de alianzas rebeldes. Cuando emerge, también tiene su ciclo, por así decirlo; no persevera por sí misma, una vez aparecida; se requiere para que ocurra esto de un activismo constante, que sea capaz de activar los tejidos, las alianzas, las reflexiones colectivas, como consecuencia de la intuición subversiva. Cuando este activismo desaparece o se pierde o es disipado, si no es reprimido, la intuición subversiva espontanea tiende a continuar su ciclo; una vez apagados los fuegos de la batalla, las subjetividades sociales tiende a volver al conformismo, que les ha caracterizado.

Uno de los síntomas del conservadurismo de los gobiernos progresistas, fuera de los que ya hablamos en otro escrito[55], es esta extemporaneidad de la política. Ligada a ésta concurre la faena discursiva gubernamental y partidaria de reforzamiento de los esquematismos conservadores, de los imaginarios del poder, inscritos en la carne y paseantes en la mente. Se nota claramente esta tendencia cuando los gobernantes, ungidos por la gloria de la revolución, efectuada por los movimientos sociales anti-sistémicos, descartan, descalifican y reprimen la crítica. La crítica no es aceptable, pues no se quiere ni pensar en la posibilidad de errores y contradicciones, pues, en efecto, lo que menos importa es el cambio y las transformaciones. Lo que importa es la conservación del poder, lo que llamamos prolongación del círculo vicioso del poder.

El análisis político de “izquierda” y los apologistas de estos gobiernos progresistas, al final, también, refuerzan, con este tipo de análisis y con esas apologías acríticas, los aspectos conservadores de lo popular; aspectos que tienen que ver con la inscripción en el cuerpo de las dominaciones perdurables. Por eso, también es indispensable interpelar a ese análisis político y a esa apología, como parte de las estructuras de dominación heredadas.

En esta interpelación, que es parte de la lucha libertaria y de emancipaciones múltiples, no interesa caer en el juego imberbe de las investiduras y las hipóstasis[56]; juego de disfraces, de quién es más “revolucionario” o de quién es “consecuente” con el “proceso de cambio”, que para los políticos oficialistas, la consecuencia se reduce a la lealtad al gobierno, a la cúpula palaciega, al partido, aunque todas estas instancias manifiesten elocuentemente contradicciones y contrasentidos, respecto al proceso mismo y la Constitución. La síntesis o el sumun de esta lealtad es la lealtad al caudillo. Con esto la dependencia popular, por lo menos, de la masa conformista popular, se hace no solo patente, sino que manifiesta claramente también un sumun de las dominaciones, que es precisamente la dominación patriarcal. Aunque se invista al mito del caudillo con oropeles progresistas, de todas maneras no deja de ser la encarnación de la estructura patriarcal, resumida en el nombre y el cuerpo del caudillo.

La interpelación y la critica a este análisis político de “izquierda” y a esta apología, no solamente es indispensable, debido al papel “ideológico” que juegan, sino es necesario, por cuanto este análisis y esta apología forman no solamente parte del reforzamiento de los aspectos conservadores populares, sino porque forman parte activa de esta reproducción conservadora de las dominaciones polimorfas, aunque hablen a nombre de la “revolución” y digan perseguir la emancipación y la liberación. Pues esto mismo, esta manera de presentarse, como “vanguardia”, cuando, en realidad, son los dispositivos más destructivos de las capacidades de luchas populares. Al investirse de “revolucionarios” y al efectuar este papel “ideológico” conservador de preservar las formas y las estructuras de poder, aunque cambien las élites, las consecuencias destructivas de las capacidades de lucha son más efectivas que si los hubieran realizado los dispositivos del Estado en mano de la llamada “derecha”.

Las revoluciones, los procesos de cambio, son importantes, entre otras cosas, además de poner en suspenso los mecanismos de dominación, ya sea por un momento, ya sea por un lapso, un periodo, corto o largo, por la pedagogía política multitudinaria. Lo indispensable es que esta pedagogía política continúe; esto no puede ocurrir sino por la tarea constante de la crítica, de la deconstrucción de los imaginarios heredados, por la crítica y desmontaje de la institucionalidad heredada, liberando la potencia social, su capacidad de autogobierno y construcción de decisiones colectivas. Empero, es esto, precisamente lo que no ocurre, una vez tomado el poder. Como por la atracción de una forma de gravitación, las revoluciones tienden a reforzar toda la malla institucional heredada, aunque le cambien de nombre, incluso, aunque efectúen reformas. Entonces, tienden a desechar la pedagogía política multitudinaria, optando más bien, en el mejor de los casos, por la “formación” de cuadros sumisos, que repiten los manuales; en el peor de los casos, por no dar lugar a ninguna formación, pues basta la claridad del caudillo y su clarividente.

La extemporaneidad de la política institucionalizada es un fenómeno compartido, en la historia política de la modernidad, por distintas formas de gubernamentalidad, sean de “izquierda” o de “derecha”. Solo que en el caso de la “izquierda”, resalta la extemporaneidad, debido a que se trata de posiciones que persiguen el cambio, las transformaciones, la revolución, aunque sean éstas representaciones meramente imágenes de propaganda.

El eterno retorno del poder

La cualidad de la duración

La duración hace alusión al transcurso de un fenómeno, a su desplazamiento en el tiempo, a su prolongación; quizás también al ciclo correspondiente, comprendiendo todas las etapas. Por otra parte, desde una interpretación filosófica y psicológica, la duración aparece como memoria; la memoria es el pasado que constantemente se actualiza. La duración, en política institucionalizada, connota variados significados; puede interpretarse como equilibrio, incluso como paz; pero, también, de manera opuesta, como dictadura, como imposición; es decir, como desequilibrio contenido por la violencia encubierta o abierta. Dependiendo de las circunstancias, condiciones, correlación de fuerzas, monopolio de las comunicaciones, distribución equitativa de representaciones o una aplastante representación dominante. Estas circunstancias no dependen del capricho o el deseo tanto del interpelado o del interpelante, tanto del gobernante o de la oposición. Depende del campo de fuerzas y sus formas institucionales, por lo tanto del alcance del sistema democrático, por así decirlo. Entonces, la descripción no depende tanto de lo que dicen los contrincantes, sino de lo que efectivamente ocurre con las fuerzas, las instituciones, las prácticas democráticas.

En todo caso, no es un buen procedimiento evaluar gestiones políticas por su duración. Pues la duración no dice mucho sobre la cualidad de la gestión; esto depende de otras consideraciones, que no son necesariamente de índole temporal. Si se trata de un gobierno liberal, la gestión tiene como parámetro jurídico a la ley, al orden institucional, los derechos civiles y políticos. Si se trata de un gobierno reformista, la gestión tiene como parámetro político el impacto social de las reformas. Si se trata de un gobierno revolucionario o pretendidamente “revolucionario”, la gestión tiene como parámetro esperado las transformaciones estructurales e institucionales.

Ahora bien, si una duración política viene acompañada por la corroboración de estos parámetros, por lo menos, en una proporción mayor, puede ponderarse la duración política positivamente, pues esto conlleva la acumulación ya sea institucional, en el sentido liberal, ya sea de impacto social, en el sentido reformista, ya sea de transformación, en el sentido revolucionario. ¿Qué pasa cuando esto no ocurre? Cuando el gobierno liberal no cumple con la institucionalidad, cuando el gobierno reformista no ocasiona impactos positivos sociales, cuando el gobierno revolucionario no transforma, no efectúa transformaciones estructurales e institucionales. En este caso, fuera de las consecuencias negativas, por así decirlo, en lo que respecta a la relación entre Estado y sociedad, la duración se convierte en una penuria, en una larga noche, que no acaba.

Festejar una duración prolongada política puede resultar un espectáculo caricaturesco, que forma parte del desgobierno, alterador de la institucionalidad, incumplidor de las reformas, impostor en cuanto a las pretensiones revolucionarias. Esto es lo que parece pasar en Bolivia, respecto al festejo de oficialistas, masa de llunk’us, dirigencias cooptadas. ¿Qué es lo que se festeja? ¿Un record en la historia política boliviana? Bueno, este es un acto más deportivo que un acto político, al estilo de Guinness World Records. ¿Se festeja el cumplimiento con la Constitución? Esto no sería posible pues las gestiones de gobierno, salvo una primera etapa, han vulnerado sistemáticamente la Constitución. ¿Se festeja las transformaciones institucionales y estructurales? Cuando éstas brillan por su ausencia. Las gestiones de gobierno han restaurado, extendido y consolidado el Estado-nación, no han puesto un solo ladrillo, una sola bolsa de cemento de los cientos, del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. A no ser que se festeje el entierro del Estado plurinacional, establecido en la Constitución, no tiene mucho sentido este festejo.

Sin embargo, hay un papel que cumplen también los festejos de este tipo. Se trata de la ceremonialidad del poder. El poder requiere del espectáculo, requiere de lo que se llamaba, antes, en las monarquías, cortes, que les hagan la corte a los representantes del poder. El poder solo puede cumplir en el imaginario; pues la realidad, como sinónimo de complejidad, le es ajena. Solo se cumple en las representaciones oficiales, que pueden llegar incluso a institucionalizarse; es decir, la representación teatral política puede adquirir vigencia burocrática. Se dice que se cumple, por lo tanto, como lo dice la autoridad, se cumple; no hay discusión alguna, a pesar del contraste con lo ocurrido y lo que ocurre. Se dice que se han nacionalizado los hidrocarburos, cuando se han desnacionalizado efectivamente con los contratos de operaciones. Se dice que ya somos Estado plurinacional por decreto, cuando toda la arquitectura, institucionalidad homogénea y nacional, se mantiene edificada y operando. Se dice que han mejorado las condiciones de vida de las mayorías, cuando lo que ha pasado es que sectores sociales privilegiados entre los des-privilegiados han ingresado a las “clases medias”. Se dice que ha mejorado la salud, cuando no hubo inversiones de proporciones y a gran escala en la logística de salud. No se puede confundir las medidas asistenciales, aunque de impacto inmediato y coyuntural, como los bonos, con la conformación de una infraestructura y estructura de salud que atienda el perfil epidemiológico de la población. Se dice que se avanza a la independencia económica, cuando el gobierno no ha salido de la esfera de las políticas monetaristas impuestas por el FMI y el BM; sobre todo, en vez de comenzar a salir del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, lo ha ahondado y extendido. Cuando apuesta al extractivismo y ha consolidado el carácter de Estado rentista. Se dice que se encamina la descolonización, cuando lo único que se hace es jugar son símbolos, nombres, imágenes, barnizando el viejo aparataje institucional, jerárquico y colonial. Sin embargo, no se trata, ahora, de extender esta lista, que por cierto, podría ser muy larga, sino de comprender la relación extravagante del festejo político y la duración que celebra.

Puede ser que haya algo que festejar; por cierto, es el avance de la política reivindicativa boliviana, respecto al litoral arrebatado. Lo que ha hecho este gobierno populista es continuar la línea trazada por los gobiernos liberales, desde la firma del Tratado de 1904, solo que lo ha hecho mejor y de manera consecuente, con buenos equipos y una buena política de difusión internacional. Además de contar con la figura de un presidente indígena, que ciertamente tiene un valor moral en un mundo diplomático, en un mundo global, cuyo pasado es colonial; por lo tanto, la consciencia culpable pesa. Podría decirse que la coyuntura mundial ha favorecido al planteamiento boliviano, fuera, claro está, de las razones argumentadas, que tienen que ver con la guerra del Pacífico. Sin embargo, si la celebración adquiere sentido en este tema y en este tópico, ¿por qué mezclarla o confundirla o diseminarla con el agasajo de una duración política harto discutible?

Aunque el Estado es la razón de Estado, entonces racionalidad institucional, en el contexto de la racionalidad instrumental, quizás el sumun de esta racionalidad, como maquinaria fabulosa en la racionalización social, el ejercicio del poder, la práctica gubernamental, no parece manifestarse muchas veces racionalmente; mas bien, parece el curso caprichoso de irracionalidades singulares, que pueden parecer azarosas o, en su caso, condenas de pasiones, que arrastran a las conductas y los comportamientos al goce y la satisfacción inmediatas o privadas. Que haya una razón de Estado no quiere decir que la razón de Estado se materialice racionalmente, tal cual el modelo ideal postulado por la razón de Estado. En los campos de fuerzas donde interviene el Estado se encuentran condiciones, circunstancias, características, formas, singularidades, que no ha tomado en cuenta la razón de Estado. Entonces los gobernantes se desesperan, pues deben, como principio categórico, implementar la razón de Estado, en mundos plurales, alterativos, cuyos decursos y prácticas no son necesariamente reconocidos institucionalmente. Lo que hace el Estado es amoldar a la sociedad plural al molde del ideal de Estado. Esto solo se puede hacer con una gama extendida de formas de violencia, de toda clase, desde las simbólicas hasta las físicamente demoledoras.

¿Es de esperar que los gobernantes se comporten racionalmente en esta dislocación entre ideal de la razón de Estado y la proliferante plural diferenciación social afanosa? Un comportamiento racional vendría a ser que, una vez, develada esta disociación entre razón de Estado y bullente sociedad, se corrija el ideal de la razón de Estado, buscando adecuar esta maquinaria, mas bien, a la múltiple sociedad, a las dinámicas plurales sociales. Empero, esto es lo que precisamente no se hace; se procede, al contario, de manera opuesta; se busca amoldar la plural sociedad al ideal homogéneo y abstracto de la razón de Estado. Este, por ejemplo, es un comportamiento irracional, un comportamiento acorde a la creencia de que lo real está en el Estado y lo caótico está en la sociedad, caos considerado como irrealidad, desde el punto de vista de la razón de Estado.

La figura que acabamos de mostrar, respecto a la disonancia entre Estado y sociedad, es todavía genérica. Los comportamientos políticos, entendiendo político en sentido restringido, en sentido institucional, se dan en formas singulares, en contextos determinados y en coyunturas concretas. Los comportamientos políticos se definen en el juego de composiciones entre perfiles humanos, estructuras institucionales heredadas, prácticas convertidas en habitus, historias políticas singulares, problemáticas afrontadas, concurrencias discursivas y disputas de poder. La irracionalidad aparece elocuentemente cuando los gobernantes exigen el cumplimiento de las leyes, las normas, la Constitución, cuando ellos no las cumplen. Aquí, empero, hay que resaltar no tanto esto de que los gobernantes no cumplen, sino hay que hacer hincapié en una contrastante situación configurada entre una maquinaria abstracta de dispositivos institucionales, que obligan a reproducir el modelo ideal de la razón de Estado, y la sociedad efectiva, dinámica, mutante y plural. Sociedad que se mueve inventando las mismas prácticas, incluso las mismas rutinas, otorgándoles siempre una singularidad distinta; si es que la inventiva social no despliega nuevas prácticas y otros ámbitos de relaciones.

Esta segunda figura sigue siendo teórica, aunque abarcadora de un sinnúmero de formas concretas de lo que hemos llamado irracionalismo político. Convendría, ahora, tocar directamente las formas concretas donde aparecen los contrastes singulares que mencionamos. Por ejemplo, la imagen que de sí que tiene el gobierno populista contrasta notablemente con hechos, con las políticas ejecutadas, con las situaciones conformadas, a partir de una secuencia de conductas y comportamientos gubernamentales, que no pueden llamarse estrategia, aunque así lo crean los gobernantes, sus voceros y apologistas. La imagen que tiene de sí el gobierno es que, además de contar con el presidente de mayor duración continua en la gestión de gobierno, es un gobierno que ha realizado la “revolución democrática y cultural”, conformando, instituyendo y consolidando el Estado Plurinacional. ¿Cómo puede corroborar esta imagen enaltecida? Ciertamente no son datos de verificación la propaganda y la publicidad ampliamente exhibidas, menos los discursos autocomplacientes y pomposos de valorización exacerbada del “proceso de cambio”, por parte de los voceros. Tampoco son datos de verificación los discursos esforzadamente agresivos, descalificadores, del “ideólogo” del populismo del siglo XXI, que ocultan su propia vulnerabilidad y escasez argumentativa con la violencia verbal. La contrastación solo es posible con la descripción misma de los sucesos, eventos, secuencias de hechos políticos. Cuando se hace esto, es difícil, sino imposible, corroborar la magnífica imagen que se hace de sí mismo el gobierno. En el detalle, nos remitimos a lo escrito al respecto, desde Horizontes de la descolonización hasta El conservadurismo de los gobiernos progresistas, pasando por Acontecimiento político, Drama y retórica de un gobierno reformista, Las mallas del poder, Cartografías políticas y económicas del chantaje y A la sombra del caudillo[57]. Lo que haremos ahora, es tratar de explicarnos este dislocamiento entre ideal de la razón de Estado y sociedad efectiva.

El eterno retorno del poder

En Crítica de la economía política generalizada[58] hablamos de la bifurcación, diferenciación, separación, entonces dualización, de lo abstracto respecto de lo concreto. El fetichismo institucional, el fetichismo del poder, el fetichismo estatal, tienen que ver con la economía política generalizada, como formas particulares de esta economía política generalizada, acompañando al conocido fetichismo de la mercancía, también al fetichismo patriarcal y al fetichismo colonial. Esta dislocación entre Estado y sociedad tiene que ver con la economía política generalizada, con todos sus fetichismos inherentes, por lo tanto, con la “ideología” generalizada. Empero, lo que interesa abordar ahora son las formas singulares manifiestas de estos fetichismos en formas de gobierno singulares.

Ahora bien, los fetichismos singulares, es decir, las “ideologías” en actividad, no parecen funcionar de manera compacta, como si quien la efectúa, la realiza, se encuentra atravesado por la “ideología”, estuviera, de manera inmediata, al alcance de todo el armazón de la “ideología”, tuviera a mano toda la estructura “ideológica”; no ocurre esto. Usando un concepto discutible, para ilustrar, se puede decir que ese quién no es necesariamente consciente del uso “ideológico”, así como del uso fragmentario de la “ideología”. Ese quien, generalmente, considera que su imaginario, su versión del mundo, sus discursos y prácticas, su posicionamiento, responden a la certeza que tiene del mundo; responde a la experiencia que tienen del mundo; por lo tanto, responde, de alguna manera, a cierta objetividad. No se cuestiona ni su imaginario, ni sus discursos, ni sus concepciones del mundo y sus tópicos, tampoco se cuestiona sus prácticas ni sus posicionamientos; las asume como certezas y en consecuencia actúa. Difícil sostener la hipótesis de este libre albedrío. No se viene al mundo desnudo, por así decirlo, aunque si corporalmente se venga desnudo a la vida. El mundo, que es tanto acontecimiento como representación, se encarga de transmitir la herencia de los fantasmas mundanos, que se nombran en las transmisiones culturales, lingüísticas, sobre todo institucionales. Para decirlo metafóricamente, el mundo, en cuanto representación, carga con el peso del pasado en la espalda del recién nacido. Ciertamente, el mundo en cuanto acontecimiento está en constante devenir; sin embargo, el mundo como representación, como imaginario, se afinca, se detiene, ancla, en un momento o lapso perdido, queriendo retenerlo y convertirlo en eterno. Esto solo puede ocurrir como recuerdo; por eso, es menester que las instituciones, que, en principio, son dispositivos de sobrevivencia, se conviertan también en las moradas de estos fantasmas mundanos, ungiéndolos en dueños y señores de estas moradas, donde también habitamos, por lo menos, en el espacio y el tiempo en que parte de nuestras fuerzas está capturada por las instituciones. Nos convertimos entonces en deudores de estos fantasmas. La inscripción de la deuda es la inscripción misma del nacimiento de la genealogía de las dominaciones[59].

El desfase entre mundo como representación y mundo como acontecimiento aparece como si fuera la previa bifurcación, anterior a la genealogía y arqueología de la economía política generalizada, anterior a la génesis, proliferación y articulación de las bifurcaciones que genera esta economía política generalizada. ¿Es este el arje del esquematismo dualista de la economía política generalizada? Es muy arriesgado afirmar esta hipótesis, contenida en la pregunta. En todo caso, habría que también aclarar por qué sucede esto, por qué el mundo como representación se separa, se afinca, se ancla, incluso se estanca, respecto al mundo como acontecimiento, en constante devenir. Afirmar la hipótesis mencionada sería como sugerir, aunque sea como posibilidad, que la disonancia entre mundo como representación y mundo como acontecimiento se encuentra en la capacidad imaginativa del ser humano, en su capacidad imaginaria; entonces, esto aparecería como la tesis de una condena: el ser humano estaría condenado a vivir imaginariamente en el mundo como representación o, si se quiere, vive en el mundo como acontecimiento, pero, lo asume imaginariamente en el mundo como representación.

Descartamos semejante hipótesis fatalista. La imaginación, como capacidad humana, es facultad corporal, como todas las facultades corporales, para la sobrevivencia, para la reproducción de la vida, para la creación vital. No podría esta facultad estar destinada a disociar el mundo como representación y el mundo como acontecimiento; pues en esta bifurcación, en este estancamiento de las representaciones, se encamina a las sociedades, no solamente al rezago representativo, no solamente a la “ideología”, sino a su propio aislamiento del mundo como acontecimiento, por lo tanto, aislamiento paradójico de la vida. En consecuencia, las sociedades se encaminarían en rumbo a su propia exposición vulnerable.

Podemos conjeturar, mas bien, que esto ocurre, la disociación, cuando la capacidad imaginativa, la facultad imaginaria, es capturada, atrapada, retenida, disminuida, inhibida y puesta al servicio, no de la sobrevivencia ni de la vida, ni de sus ciclos vitales y de su potencia creativa, sino del poder. Sin embargo, al respecto, el poder no aparece, en principio, como tal, como estructura, cartografía y diagrama de fuerzas instituido. Seguramente era, en un principio, incierta su presencia, ambigua y nebulosa, apenas posibilidad. Si nos circunscribimos a la figura de poder como relación de fuerzas, donde unas fuerzas dominan y otras son el objeto y la materia de la dominación, entonces, habría que sugerir la hipótesis interpretativa de que, siendo las sociedades campos, planos y espesores de fuerzas entrelazadas, vinculadas, asociadas y en composición, que establecen relaciones, es en los ámbitos de las relaciones mismas, en un conjunto de relaciones, donde estas relaciones se convierten de relaciones de cohesión social en relaciones de dominación. ¿Qué es lo que hace que un conjunto de relaciones sufra esta conversión?

No vamos a recurrir a las hipótesis deterministas como las conocidas hipótesis económicas, intérpretes de la historia, que presuponen lo que se tiene que explicar, la existencia de una economía o algo parecido. Economía ya formada, que vendría a ser algo así como la lucha por el control de la caza y de la recolección; después, de los bienes agrícolas; esta querella de los bienes se resume como la lucha por el excedente. Alguna de estas hipótesis económicas, interpretadas antropológicamente, sugiere que se trata de la lucha por el control de la descendencia, básicamente por el control de las mujeres y sus circulaciones. Estas hipótesis no solo suponen la economía sino el patriarcado, cuando estas conformaciones históricas hay que explicarlas en su genealogía. Estas hipótesis forman parte de la episteme linelista de la historia, además de formar parte de lo que hemos denominado el ámbito paradigmático de los esquematismos dualistas, dados en la episteme moderna. Preferimos optar por hipótesis interpretativas complejas, que sugieren entramados, entrelazamientos, de campos, planos y espesores sociales, distintos ámbitos de relaciones que se afectan. En algunos de los casos, de estas intersecciones, articulaciones o nudos, se ocasiona la emergencia del fenómeno de la dominación. Los mandos rotativos, las jefaturas, se convierten en mandos fijos. Las funciones de distribución, de redistribución, las funciones de transmisión de saberes, de conocimientos, de técnicas, las funciones de responsabilidad, se convierten en funciones de control, en funciones privilegiadas, en funciones de monopolio de saberes y técnicas; las funciones de responsabilidad se convierten en funciones jerárquicas, funciones de autoridad, que obliga obediencias.

Cuando se conforman y consolidad estas funciones, que en conjunto hacen a las dominaciones, cuando se cristalizan en estructuras y, después, en instituciones, es cuando se puede hablar de la presencia del poder en el ordenamiento y organización social. Es cuando, recién, se codifican las cosas como objetos de apetencia, susceptibles de almacenamiento y acumulación; se les atribuye culturalmente valor. Cando se busca controlar tierras y expandir el dominio sobre ellas; también es cuando, bajo estas iniciales mallas institucionales, las mujeres se convierten en riqueza, en valor, en símbolo de prestigio; por lo tanto, cuando se puede hablar, si se quiere, de una economía política de la circulación y el monopolio de las mujeres. Esto supone que estas mallas institucionales inaugurales adquieren el perfil patriarcal. Los decursos que toman las historias singulares de las sociedades, de la mayoría de ellas, es éste, la de una matriz institucional patriarcal. Como hemos dicho en otros escritos[60], las genealogías del poder, desde entonces, no han salido del horizonte patriarcal; es más, la modernidad lo ha ahondado y extendido, dándole formas variantes, incluso aparentemente flexibles.

Volviendo al tema de la dislocación entre razón de Estado y sociedad, buscando describir y explicar las formas singulares de esta dislocación, formas efectuadas por los gobiernos singulares, en sus prácticas, políticas, comportamientos y conductas, observamos, como dijimos antes, la recurrencia de la misma trama del poder, aunque cambien los momentos, las coyunturas, los contextos, las formaciones políticas, los guiones cambiantes y personajes distintos. Hay personajes que ocupan el lugar, la ubicación, la función, el papel, de la autoridad; que se encuentra ungida por el simbolismo de legitimidad. Otros personajes, más numerosos, son los que hacen la corte a la autoridad, la engalanan, la celebran, también, obviamente, apoyan en todo el menesteroso trabajo de la administración, así como hacen de consejeros. Otros personajes, que obedecen a los segundos, son los encargados de las tareas sucias; castigar, reprimir, amenazar, someter. Estos personajes están especializados en distintas formas de violencia simbólicas, solapadas, y cuando es necesario, son especialistas en las formas de violencia descarnadas. Acompañando a éstos, como complementando tareas, se encuentran los que narran las glorias del poder, de los símbolos del poder, de las autoridades. Los que se colocan en la verdad del poder, por lo tanto, descalifican a todos los que aparecen, según sus interpretaciones, como amenazas del poder. Estos desprenden discursos lapidarios, acusadores, descalificadores, denigrantes, convirtiendo a las amenazas en monstruos que hay que combatir y liquidar. Quizás la masa más numerosa es la de la muchedumbre de personajes que hacen de público, cuando son convertidos en interlocutores de las autoridades, también hacen de aprobación masiva y conformista de este círculo vicioso del poder.

Sin querer complicar este cuadro, que por cierto es sencillo, lo que queremos es ilustrar de que esta estructura estructurante de la trama del poder no cambia, lo que cambia son los guiones, los personajes, las sociedades singulares, las formas concretas de poder. Se reclamen unos de defensores de las santas escrituras y cometan crímenes atroces contra los que consideran paganos o herejes, incluso endemoniados; se reclamen otros portadores de las libertades democráticas, invadiendo, a nombre de ellas, a pueblos, a sus territorios, despojándolos de sus recursos naturales; se reclamen los terceros como protagonistas “revolucionarios” de la historia, como encarnando las leyes de la historia o la astucia de la razón, razón por la que creen justificada la instalación un Estado policial en sus países, anulando la democracia, aunque esta sea solo formal, sin profundizar, mas bien, el ejercicio de la democracia, en su forma participativa, justificando represiones y ocupaciones a nombre de la “revolución”, masacrando a las vanguardias de la misma; se reclamen los cuartos como los representantes de las víctimas, de los pueblos indígenas o de todos los pueblos de color, a nombre de esta descolonización, reducida a su sola presencia autóctona en el lugar que ocupaba el blanco, restauran la colonialidad con rostro indígena o de color, y repiten las mismas polimorfas dominaciones de antes y sus corrosiones institucionales, solo que otorgándole un matiz folclórico. Todos estos personajes, que parecen distintos, desde los discursos, desde las interpretaciones “ideológicas”, desde los guiones singulares, cumplen, en realidad, el recurrente papel que les otorga la reproducción del círculo vicioso del poder. Aunque los pretendidos “revolucionarios”, que no se sabe por qué los son, en esas condiciones, se asuman, imaginariamente, como los “héroes” de la novela de la “revolución”, y descarguen sus furias en los no creyentes, en las críticas, a pesar de sus discursos, másretóricos, que de contenido argumentativo, que mas bien, escasea, estos personajes engreídos y esforzadamente demostrativos, no hacen otra cosa que el papel de guaruras del orden establecido, que no es otro que el eterno retorno del poder pretendido.

La venganza del poder

Tribunales oficiosos

Revisando las historias políticas de la modernidad habría que preguntarse ¿si el régimen antiguo derrocado por la revolución ha sido efectivamente derrocado? Pues parece que, después de la derrota visible y constatable, en el plano de intensidad político, retorna como fantasma. Esta imagen me hace recuerdo a lo que dijo, una vez, David Choquehuanca, el Canciller del Estado Plurinacional de Bolivia, justo cuando sucedía el conflicto del “gasolinazo”. Dijo más o menos lo siguiente:

El Palacio – refiriéndose al Palacio presidencial, que popularmente conocemos como Palacio quemado – está como habitado por fantasmas. No comprendo cómo cambian tanto las personas, que ahora hacen de gobierno; cómo hemos llegado a enfrentar a nuestro pueblo, en este asunto del “gasolinazo”. Cuando escucho a los ministros informarle al presidente que todo está bien, después de semejante conflicto, me asombro de cómo están tan alejados de lo que ocurre. Me pregunto: ¿por qué a mí no me ocurre lo mismo? De pronto se me ilumina: es que yo me bañe en las aguas del lago sagrado, ellos no[61].

Esta figura, la de los fantasmas del Palacio quemado, es aleccionadora e ilustrativa. Siguiendo al relato y a la metáfora, podríamos decir que los derrocados han salido del Palacio, ya no gobiernan, empero, se han quedado sus fantasmas. O si se quiere, el Palacio mismo es como una fantasmagoría, mejor dicho, la morada de los fantasmas del poder; lugar donde los fantasmas hacen valer sus propios códigos, hacen valer la fuerza gravitatoria del pasado, envolviendo en esta campo gravitatorio a los nuevos gobernantes. Ocurre como si se ingresara a otro mundo, el mundo de los fantasmas, que es el mundo de los imaginarios del poder. En ese mundo, los nuevos gobernantes comparten de esta atmósfera fantasmagórica; poco a poco se convierten en parte de ellos, de esta muchedumbre de fantasmas. Aunque a diferencia de ellos, al salir del Palacio, se encuentran nuevamente en la calle, en la Plaza de armas, con la gente que aguarda. Pero, este resplandor de realidad es muy débil, pues los que aguardan son simpatizantes o admiradores, sino son militantes del partido oficialista. Después, los que acompañan son encomendados leales y serviciales; los otros lugares estatales donde se va a reuniones, pertenecen, como satélites, al dominio de los fantasmas del poder. No hay escapatoria, los nuevos gobernantes están atrapados en las redes del dominio fantasmagórico del poder.

Hemos usado esta metáfora fantasmagórica y sus imágenes desenvueltas para ilustrar un fenómeno político evidente, el de la mutación de una estructura institucional; por ejemplo, la del Estado-nación, que corresponde a la república, con su Estado de derecho, su Constitución, sus leyes, normas, reglas, procedimientos instrumentales, de carácter liberal. Si bien, en un principio, este sistema político funcionaba en acorde a toda esta estructura, subsistemas, intercambios y retroalimentaciones, teniendo en cuenta los códigos establecidos y efectuando las decodificaciones adecuadas, resulta que, a pesar de mantenerse toda la estructura, toda la composición del sistema político, los significados, los sentidos, las decodificaciones, van mutando. Ya no son interpretados como al principio, en función del equilibrio democrático, del ejercicio democrático, por cierto formal, sino que comienzan a ser interpretados en función de finalidades convertidas en absolutas; como, por ejemplo, la “defensa de la democracia” frente a las amenazas subversivas o de otra índole. Entonces los dispositivos de la democracia formal se convierten en dispositivos de defensa, ya no de cumplimiento de derechos. En esta mutación también se desencadena otra; el sentido de la democracia cambia. Ya no se trata de que la soberanía reside en el pueblo, aunque se lo siga diciendo, como de memoria, en un discurso plagado de inercia, sino de que la democracia es la Ley; después, la democracia es el Estado; por este camino, la democracia es la “seguridad del Estado”. En esta secuencia vienen las otras mutaciones de sentido; la democracia es el estilo de vida, la cultura, que somos como nación. La democracia adquiere no solo una tonalidad nacionalista, sino se vacía de sus contenidos igualitarios, deliberativos, reflexivos, de consensos, por más mínimos que sean, para llenar este vacío con contenidos casi opuestos, sino son del todo contradictorios. La democracia es la propiedad privada. Aquí no sería problema que se trate del respeto a la propiedad privada de los ciudadanos, propiedad privada de cada individuo, que se remite a sus cosas, su casa, sus ahorros, incluso, sus pequeñas parcelas; sin embargo, el sentido es la defensa de la gran propiedad privada, la propiedad monopólica. Con este paso, la democracia ha dejado de ser democracia, en el sentido histórico de la palabra, para ser algo que había derrocado la revolución democrática, oligarquía, poder de la oligarquía.

No es de extrañar que este fenómeno de la mutación política haya sucedido con las revoluciones socialistas, pues al parecer nos encontramos ante no solamente lo que hemos llamado el eterno retorno del poder, así como el círculo vicioso del poder, sino ante una genealogía cíclica de las dominaciones. Tampoco es de extrañar que lo mismo haya pasado con las revoluciones nacionalistas, en las periferias del sistema-mundo capitalista; así como no debe extrañarnos que esto suceda ahora con los gobiernos tildados de progresistas. El fenómeno de la mutación política debe ser estudiado y analizado en los contextos de las genealogías del poder. La pregunta es: ¿qué es lo que hace mutar a la estructura política? Otra vez, la hipótesis interpretativa a la que recurrimos es la del poder. Sin embargo, como en los otros casos, debemos entender el poder a partir de la descripción concreta de las singulares dinámicas de sus fuerzas involucradas, donde vamos a encontrar, mas bien, una variedad de formas.

Tomemos, primero, un ejemplo, el de los tribunales del Estado Plurinacional Boliviano, el Tribunal Electoral y el Tribunal Constitucional, en el gobierno progresista. Se supone que el Tribunal Electoral debe ser imparcial, debe garantizar la idoneidad de las elecciones, para esto debe conformar las condiciones adecuadas, técnicas, comunicacionales, de difusión, haciendo prevalecer los derechos consagrados en la Constitución. Sin embargo, resulta que asistimos a unas secuencias de incoherencias de parte de este Tribunal. Apresura el referéndum autonómico, dejando el rastro de atropellos del anterior Tribunal electoral, sin enmendar los efectos negativos causados. Apresura el lanzamiento del referéndum para modificar la Constitución, en el tema de la reelección del presidente, sin contar con la adecuada interpretación de la Constitución; tampoco sin contar con todas las condiciones adecuadas, descartando las situaciones contingentes, como si no hubieran existido los últimos conflictos regionales, como el de Potosí. En otras palabras, los derechos de los ciudadanos no cuentan. Para el colmo, retira a los magistrados, que cometieron delitos constitucionales y electorales en las elecciones a la gobernación de Chuquisaca; sin embargo, no repara el daño causado. Lo que era lógico y moralmente de esperar. Sus explicaciones son tan estrambóticas como ellos mismos, los miembros del Tribunal.

El Tribunal Constitucional hace gala de su desconocimiento de la Constitución, de su incomprensión del texto constitucional. La triste historia de este Tribunal ha sido la perseverante vulneración tenaz de la Constitución, tanto en el conflicto del TIPNIS, como en temas que han exigido su interpretación constitucional. Ahora, también se apresura a legalizar la pregunta del referéndum sobre la reelección, sin más miramientos, olvidando que la Constitución establece como sistema de gobierno la democracia participativa, pluralista, directa, comunitaria y representativa.

Como se puede ver, se denominan estos dispositivos tribunales, presentan una estructura institucional, que contiene normas, códigos, procedimientos, que se supone que contemplan la Constitución; sin embargo, la práctica de estos tribunales muestra la mutación política de la que hablábamos; sus mecanismos ya no son ni para garantizar la democracia en lo que respecta a las elecciones, los referéndums, las consultas, ya no sirven para garantizar el cumplimiento de la Constitución, sino se han convertido en engranajes para garantizar la reproducción del poder.

Conclusiones

En primer lugar, queremos dejar en claro, que no estamos en la competencia de quién tiene la verdad. Esta es una concurrencia religiosa. Lo que importa, desde la perspectiva del pensamiento complejo, es lograr la mejor comunicación e interpretación de la complejidad, sinónimo de realidad; por lo tanto, lograr el mejor conocimiento, dadas las circunstancias, las condiciones, la información, la experiencia y la memoria acumuladas, en un momento dado.

No es pues una competencia por la verdad, sino la percepción del mundo lo que está en juego. Lo que está en juego es lograr expresar e interpretar la complejidad de la forma más adecuada posible, en un momento determinado; no para decir la verdad, sino para lograr, con esta interpretación, una mejor incidencia y participación en los procesos entrelazados del acontecimiento. No se trata de valorar a una teoría por su acierto, que no puede ser más que relativo y parcial, sino de lograr la mejor complementariedad posible entre la expresión teórica y la experiencia y memoria social.

Consideramos que lo que llamamos episteme de la modernidad, comprendiendo sus etapas, periodos, coyunturas, incluso sus desplazamientos y rupturas, sus paradigmas, sus diferencias de método, sus diferencias de ciencias y saberes, ha desarrollado un tipo de conocimiento, íntimamente ligado a la razón instrumental. Ha construido un mundo representado a partir de su esquematismo dualista.

No se trata solo de una crítica a los gobiernos progresistas porque terminan siendo una impostura y reproduciendo el poder, las dominaciones, de otra forma, mas bien, clientelar, sino es, sobre todo, una crítica tanto el esquematismo dualista, característica de la episteme moderna; por lo tanto, de las interpretaciones, aparentemente antagónicas, de “derechas” e “izquierdas”, que, a pesar de sus diferencias discursivas e incluso de posiciones, forman parte de la misma estrategia epistemológica. Se complementan al oponerse. También es una crítica a las formaciones prácticas, a las maneras de hacer, instrumentales, que comparten “derechas” o “izquierdas”. Lo que termina mostrando que forman parte de la reproducción de poder, lo hagan de una forma o de otra. Crean que son irremediablemente antagónicos, estén predispuestos a matarse, incluso se maten de evidentemente. En sus imaginarios, en sus “ideologías”, puede considerarse antagónicas; empero, efectivamente terminan siendo formas distintas de las estructuras, diagramas, cartografías del poder.

De lo que se trata es de salir del círculo vicioso de poder; de no reproducir las genealogías del poder, las dominaciones polimorfas, los diagramas, las cartografías, las estructuras de Se trata de liberar la potencia social, de la que se alimenta el poder, que es una construcción artificial de las mallas institucionales, basadas en la economía política generalizada. Se trata de desandar el camino tomado por las sociedades históricas, que es el camino del Estado, de la genealogía del Estado. Pues este camino se ha construido sobre la violencia contra el cuerpo, inventándose el espíritu, después la razón, después la distintas formas de lo abstracto, descalificando las multiplicidades singulares de lo concreto.

No se puede salir del círculo vicioso del poder si se continúa por formas que, al final, lo reproducen, sean estas tan alentadoras como las promesas de igualdad, lograda por intervención estatal. En este caso, la igualdad se vuelve no solamente en una finalidad, sino también en una promesa repetida, anunciada, constantemente, incluso, llegado el caso extremo, de decretarla como medida de gobierno, como hecho ocurrido; mientras, que, efectivamente, la nueva forma de Estado, la nueva forma de gobierno, la nueva gubernamentalidad, recrean las viejas diferencias sociales al crear nuevas diferencias sociales; por ejemplo, la diferencia entre la burocracia y los simples.

Entonces, se intenta otras lecturas, otras interpretaciones, desde otra perspectiva, la de la complejidad, sinónimo de realidad, para poder describir la complejidad de un mundo desbordado y en constante devenir; para interpretar y expresar ese mundo de la experiencia y la memoria social, en su momentaneidad y periodicidad de las experiencias y memorias singulares.

Se intenta esto, no tanto para mostrar la riqueza de la perspectiva compleja, comparándola con la pobreza de la perspectiva del esquematismo dualista, sino para salir de la “ideología”, de la economía política generalizada, del círculo vicioso del poder.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Desde la sinfonía musical del universo hasta la sinfonía social A partir de alteridad y nomadismo. Dinámicas moleculares; La Paz 2015.

[2] Guido Gómez de Silva: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México 1998; México.

[3] Ver de Carl Schmitt El concepto de lo político; Ob. Cit. También revisar de Jacques Derrida Políticas de la amistad; Ob. Cit.

[4] Jacques Derrida; Ob. Cit.; Pág. 173.

[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza Las paradojas de la rebelión. Dinámicas moleculares; La Paz-2023-2015. http://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks.

[6]Jacques Derrida: Políticas de la amistad. Trotta 1998; Madrid. Debería decir: en términos de políticas más allá de la amistad.

[7] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. Amazon: https://kdp.amazon.com/dashboard?ref_=kdp_RP_PUB_savepub. http://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimento_pol__tico.docx.

[8] Ver de Raúl Prada Alcoreza Las mallas del poder. Dinámicas moleculares; La Paz 2014-2015.

[9] Ver de Raúl Prada Alcoreza Genealogía del Estado. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

[10] Ver de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el “proceso” de cambio. Bolpress, Dinámicas moleculares; La Paz 2013; Rebelión, Madrid 2013.

[11] El proyecto de la moneda de integración sucre y del Banco del Sud, diseñado por un grupo de economistas ecuatorianos, dirigidos por Pedro Páez Perez, concibe, en realidad, una contra-moneda y un “banco” alternativo al sistema financiero internacional, basado en complementariedades y compensaciones, estructurado en una lógica que retiene la valorización local, evitando su pérdida centralizada. Este proyecto fue aprobado y firmado por los gobiernos del ALBA, empero, ninguno de ellos entendió el proyecto, siguiendo en cambio, políticas monetaristas que los subordinan al sistema financiero internacional.

[12] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Devenir y dinámicas moleculares. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; La Paz 2013; Rebelión; Madrid 2013.

[13] Ver de Raúl Prada Alcoreza Guerra periférica y geopolítica regional. En torno a la guerra del Pacífico. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes de la razón; La Paz 2013.

[14] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo XXI-CLACSO.

[15] Raúl Prada Alcoreza: Genealogía de la dependencia. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares, Bolpress. La Paz 2011-2012.

[16] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasileño. Los procesos de modernización conservadora, de Getúlio Vargas a Lula. Siglo XXI, CLACSO, 2009. Buenos Aires. Pág. 144.

[17] Ibídem: Pág. 148.

[18] Raúl Prada Alcoreza: Ibídem; Ob. Cit.

[19] Esse texto é o capítulo final do livro 20 centavos: a luta contra o aumento (Editora Veneta, 2013).

[20] Ibídem: Ob. Cit.

[21] Revisar de Raúl Zibechi Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones de abajo. Bogotá 2012.

[22] Revisar de Raúl Zibechi Brasil Potencia; Ob. Cit. Capítulo 2; La ampliación de la élite en el poder, La trayectoria sindical, Sindicalistas en cargos estatales, El papel de los fondos de pensiones, ¿Nueva clase o capitalismo sindical?

[23] Boaventura de Sousa Santos: Las revueltas mundiales de indignación. Conferencia en La Paz; CIDES-UMSA; 17 de octubre de 2013.

[24] Revisar el libro citado de Raúl Zibechi; Ob. Cit.

[25] Revisar de Raúl Prada Crítica al esquematismo maniqueo. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas; La Paz 2013; Rebelión; Madrid 2013.

[26] Trovador y guerrillero, muerto en la guerrilla de Teoponte.

[27] Revisar de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F. Propiedad colectiva de la tierra y producción agrícola capitalista. El caso de la quinua en el Altiplano sur de Bolivia. CEDLA; La Paz, 2013.

[28] Ibídem.

[29] Ver de Raúl Prada Alcoreza La Subversión de la praxis. EPISTEME. Número 3. La Paz 1988.

[30] Ver de Marta Harnecker Tiempos políticos y procesos democráticos. Entrevista de Marta Harnecker a Alberto Acosta, ex presidente de la asamblea constituyente de ecuador.

[31] Ibídem.

[32] Ibídem.

[33] Ibídem.

[34] Ibídem.

[35] Ibídem.

[36] Ibídem.

[37] Ibídem.

[38] Ibídem.

[39] Ibídem.

[40] Revisar de Víctor Álvarez La transición al socialismo de la revolución bolivariana. Transiciones logradas y transiciones pendientes. CEDLA, Instituto de estudios Ecuatorianos, Centro Internacional Miranda; La Paz, 2013.

[41] Ver de Raúl Prada Alcoreza La convocatoria del mito. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas; La Paz, 2013.

[42] Ibídem.

[43] Ver de Raúl Prada Alcoreza Anacronismos conservadores. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/anacronismos-conservadores-o-anacronismos-alterativos/.

[44] Ver de Raúl Prada Alcoreza Ecologismo “light”. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. También https://pradaraul.wordpress.com/2015/06/19/el-ecologismo-light/.

[45] Ver de Raúl Prada Alcoreza Episteme compleja. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/episteme-compleja/.

[46] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político, también Gramatología del acontecimiento. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.

[47] Ver de Raúl Zibechi Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones desde abajo; Bogotá, D.C. – Colombia, marzo de 2012. Raúl Zibechi escribe: Como puede observarse… la mayoría absoluta de la población era pobre, pues tenía un ingreso familiar menor a tres salarios mínimos. Para 2010 las clases medias (el grupo C) crecieron en 30 millones de personas llegando a ser el 50% de la población, y en 2014 se estima llegará al 56%, unos 113 millones117. En tanto los sectores más pobres llegarían a ser por primera vez en la historia de Brasil menos de un tercio de la población. Estamos hablando de más de 50 millones de personas que ingresroan al consumo de masas. Ob. Cit.; págs. 50-51.

[48] Ver de Francisco de Oliveira El neo-atraso brasilero. El proceso de modernización conservadora, de Getúlio a Lula. Siglo XXI; Buenos Aires 2009.

[49] Ver de Karl Mannheim en Ideología y utopía. Fondo de Cultura Económica. México; 1993.

[50] Ver de Brian Greene El Universo elegante. Drakantos; Crítica-Planeta; Barcelona 2006.

[51] Ver de Raúl Prada Alcoreza Más acá y más allá de la mirada humana. Dinámicas moleculares; la Paz 2015.

[52] Ver de Raúl Prada Alcoreza Alteridad y nomadismo. Dinámicas moleculares; la Paz 2015.

[53]Ver de Marco Zubieta V. Nucleares y Nucleados. http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20151013/energia-nuclear-_318836_707264.html.

[54] Ver de Raúl Prada Alcoreza Intuición subversiva. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.

[55] Ver de Raúl Prada Alcoreza El conservadurismo de los gobiernos progresistas. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.

[56] Ver de Raúl Prada Alcoreza Investiduras, también Hipostasis. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15.

[57] Se pueden encontrar y descargar los libros citados de Raúl Prada Alcoreza en Dinámicas moleculares; La Paz 2013-15. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/. También en Amazon: https://kdp.amazon.com/bookshelf. Así como en Issuu: http://issuu.com/raulpradaalcoreza.

[58] Ver de Raul Prada Alcoreza Crítica de la economía política generalizada. Dinámicas moleculares; La Paz 2014-15. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/critica-de-la-economia-politica-generalizada-/.

[59] Revisar de Raúl Prada Alcoreza La inscripción de la deuda, su conversión infinita. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-inscripcion-de-la-deuda-su-conversion-infinita/. Tambien Amazon: https://kdp.amazon.com/title-setup/ANG3TQOM3B3ZV#cover-step.

[60] Ver de Raúl Prada Alcoreza Antiproducción, también Diseminaciones, así como El mundo como espectáculo. Dinámicas moleculares; La Paz 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/antiproduccion/. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/diseminaciones/. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/el-mundo-como-espectaculo/.

[61] Conversación con David Choquehuanca en el despacho de la Cancillería.

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