Nicaragua ensangrentada y Daniel Ortega
Ortega y Rosario Murillo han ido más allá del bien del mal: ni son socialistas, ni capitalistas, ni populistas. Es un régimen del Yo.
Página Siete
domingo, 19 de agosto de 2018
Pablo Mamani Ramírez Sociólogo
300 muertos, torturados, auxilio médico negado, allanamiento de casas, etcétera, etcétera, es el resultado de la dictadura familiar de Ortega-Murillo en Nicaragua.
En Nicaragua y Venezuela las izquierdas gubernamentales se han bañado de sangre del pueblo, y otros parecen seguir ese mismo camino, a través de grupos parapoliciales, paramilitares y hechos de terror.
Nicaragua, después de la victoria Sandinista de 1979 y con el retorno en 2006 de Ortega al poder para aliarse con la Iglesia más conservadora y grupos de poder, ensangrentó ahora a esa Nicaragua que triunfó contra Somoza.
A partir de la alianza con el derechista Arnoldo Alemán con sentencia penal y los grupos conservadores, ha constituido un régimen de perplejidad. Es un régimen de perplejidad porque en lo económico es neoliberal, en ciertas políticas públicas es populista y en el discurso es socialista. Primero, su economía es neoliberal porque los derechos laborares no se respetan y el país está abierto a los capitales chinos y rusos que no respetan el medio ambiente ni el derecho de los trabajadores.
Los chinos-rusos son hoy ultracapitalistas que han superado a los capitalismos de Europa del siglo XIX y XX. Y el populista, pues, es muy parecido a los gobiernos del siglo XX tales como en Brasil, Argentina o Perú, donde reinaba la opulencia de la palabra pueblo con la miseria de ese mismo pueblo.
Y parecen socialistas en su discurso porque hablan del pueblo y de sus sufrimientos y de la igualdad social, pero en la práctica es antipueblo. Así, estos regímenes de economía neoliberal, instituciones corporativas, y neoextractivistas han envilecido al pueblo a través de sus acciones criminales. El pueblo que los ha elegido con gran entusiasmo y alegría, sufre ahora muertes alevosas de sus hijos.
Nicaragua es un régimen de poder que se basa en el paradigma cínico en sintonía con las “filosofías culturales” de la posmodernidad ladina. Es una nueva forma de poder y gobierno mestizo bajo el signo del pragmatismo donde ni es uno ni otro, sino gobiernos regidos por las pulsiones de la voluntad del Jefe. Si éste quiere la muerte de sus súbditos así será y si éste quiere que vivan también así ha de ser.
Es la voluntad suprema del Yo. Aquí la explicación de la causalidad de las relaciones de poder también ha quebrado. Y ha nacido entonces la lógica de contrariedad absoluta donde todos están contra todos o el uno está en contra de uno mismo.
La pareja Ortega-Murillo así, pues, disfrazada de sandinistas es el ejemplo trágico de la izquierda gubernamental de esta parte del mundo. Los históricos líderes del movimiento sandinista están en la oposición y son críticos al régimen y el pueblo nicaragüense ha sido masacrado en los tres meses del conflicto.
En ella han muerto hijos de excombatientes sandinistas para entonces enterrar el alma revolucionaria de un pueblo que derrotó al dictador Anastasio Somoza. Una lucha que vino del campo y ha terminado en las grandes ciudades de Nicaragua.
Se autoafirma ser socialista bajo ideologías de V. I. Lenin y Marx-Engel quienes han proclamado la dictadura del proletariado. Aquí, sin embargo, no es el proletariado nicaragüense el que gobierna sino un clan familiar que se autorrefiere marxista-leninista. Es decir, es una nueva élite izquierdista con mentalidades criminales que se presenta en descaro como el pueblo. Así la idea del gobierno del pueblo es una argucia para imponer el derecho del Yo sobre el derecho de Nosotros. O imponer el gusto del Jefe en contra del derecho del pueblo.
Entonces, la idea de socialismo del siglo XXI significa esta ostentosa paradoja y perplejidad porque es la única manera de entender que un gobierno mate a su mismo pueblo bajo la argucia del imperialismo, entre otros. Pues, entonces, la nueva izquierda es sangrienta igual que la vieja derecha que así no son antónimos, sino profundamente sinónimos.
La Nicaragua de Ortega-Murillo, por ejemplo, ha hecho de Masaya una ciudad muy parecida a la ciudad de El Alto en Bolivia y muy cercana de la capital Managua, cruelmente ensangrentada.
El barrio Monimbó es el dato inobjetable de este hecho. Allí la criminalidad política de Ortega se ha ensañado en contra de los pueblos indígenas, sectores populares, y contra los excombatientes o hijos de los exguerrilleros de la revolución de 1979.
Ellos han sido masacrados por paramilitares, policías y por grupos criminales, bajo el mito del sandinismo en un hecho de violencia que estalló en el día del 39 aniversario de la victoria sandinista de 1979. Ahí está expuesta en vitrina grande la criminalidad del socialismo del siglo XXI.
La OEA, Naciones Unidas y otros organismos internacionales de derechos humanos han hecho aguas por todo lado. En los hechos estas instituciones son ineficientes porque han observado los hechos desde el palco con algunas declaraciones que no hacen sino favorecer al régimen criminal de Ortega.
Un caso similar a la situación de la violencia de Estado judío de Israel en contra de los palestinos en el medio oriente. Allí se observa tal criminalidad, pero dichos organismos controlados por los poderes fácticos mundiales hacen muy poco. Lo cual es una ley que permite a los criminales actuar en la línea que quieren.
Por lo que Ortega-Murillo han ido más allá del bien del mal: ni son socialistas, ni capitalistas, ni populistas, aunque sus líneas de acción son esas. Es un régimen del Yo. Es un régimen de avaricia grupal y personal del Jefe. No les interesa el proyecto de sociedad, ni justicia social, ni la libertad y menos la seguridad económica de su pueblo. Gobiernan desde la ontología colonial.
Pues, al no haber sido casi nadie como mestizos frente a élites “blancas”, ahora traspiran un odio hacia sí mismos, y de paso piensan que hacen historia. Militarmente pueden haber tenido cierto éxito, pero políticamente son cadáveres intratables.
Aquí está el mayor desafío de las ciencias sociales de la América india morena-negra-mestiza de cómo leer esta nueva perplejidad de un régimen político y la “cultura” de simulación y diatriba eterna hacia sí misma.