Gioconda Belli: “Ortega no me representa ni como nicaragüense ni como sandinista”
POR XIMENA TORRES CAUTIVO / FOTOGRAFÍA ARCHIVO 24 AGO 2018
La famosa escritora nicaragüense no escatima adjetivos para describir lo que está padeciendo su pueblo bajo el régimen de Daniel Ortega y su mujer y vicepresidenta, Rosario Murillo. Lo peor de todo, dice, es que fue su generación, la de los idealistas revolucionarios sandinistas que derrotaron al dictador Somoza, quienes los instalaron en el gobierno. Y ahora teme por su seguridad.
“Es peligroso escribir, pero es mi arma. Es mi herramienta para mantener la claridad mental y compartir y darle ánimo a la gente para continuar con esta lucha cívica que ha sido extraordinariamente disciplinada. Y, sí, temo que me pueda pasar algo, aunque por ser conocida tengo cierto nivel de protección. Si me agarran habría reacciones y repudio internacional, pero, dado como están las cosas, creo que a Daniel Ortega y a Rosario Murillo les da igual lo que el mundo piense de ellos”.
Gioconda Belli (70) es la escritora nicaragüense más famosa en el mundo y una de las más importantes de Latinoamérica. Con su pelo de leona, su look sexi, su literatura feminista, su pasado revolucionario, sus aventuras políticas y románticas (si es que se le puede llamar romance a la vez en que el año ‘80 el entonces Presidente de Panamá, Omar Torrijos, trató de violarla con la excusa de “quiero tener un hijo tuyo”), tiene el fuero que le da premios como el que acaba de recibir en Alemania. A comienzos de agosto la asociación de escritores alemanes le otorgó el Hermann Kesten 2018, y dijo de ella: “Como antigua compañera del sandinismo en la lucha contra la dictadura de Somoza, Belli se alza desde hace años contra el gobierno de Daniel Ortega, que ahora actúa con medios dictatoriales”.
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Fue en los 90 que Gioconda se alejó definitivamente de Daniel Ortega y su gobierno, al que, asegura vía telefónica desde Managua, nunca le tuvo simpatía ni mucho menos admiración. “Él jamás debió ser el director de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que se instaló en Nicaragua en 1979, tras el triunfo de la Revolución Sandinista. Es de bajo perfil, hosco, corto de palabras, sin carisma. Los nueve que integraban esa junta, que iba a manejar el país de manera leninista, pusieron al de menor estatura intelectual, porque veían la dirección como un trabajo burocrático y aburrido. Así fue como Ortega se fue adueñando del poder hasta ser elegido Presidente en 1984”.
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En los 90, cuando se produce la derrota electoral de Ortega, ella y muchos otros intelectuales sandinistas se distancian de él y del partido al que no lograron democratizar. “Él se adueñó del Partido Sandinista y nosotros nos retiramos al ver las cosas tremendas que hizo por recuperar el poder. Una de ellas, de lo peor, fue reconciliarse con su némesis, el cardenal Miguel Obando, que había sido su enemigo tenaz y terminó casándolo por la Iglesia con Rosario Murillo y dándole su apoyo político a cambio de que su gobierno prohibiera por ley el aborto terapéutico con que contábamos las mujeres nicaragüenses desde el siglo XIX”.
Debe ser muy frustrante para tu generación haber luchado contra la dictadura de Somoza y terminar con otra dictadura dirigida por algunos de tus compañeros de lucha.
Claro que estamos frustrados los que participamos de la Revolución Sandinista. Frustrados y furiosos, porque nunca pensamos que aquello contra lo que combatimos iba a repetirse. Esto no debió pasar jamás en Nicaragua. Es muy doloroso ver cómo una persona traiciona todo lo que hicimos y aquello en lo que creímos. Y lo realmente tremendo es que fuimos nosotros mismos quienes le dimos la autoridad para que gobernara. Daniel Ortega no me representa ni como nicaragüense ni como sandinista, aunque la frustración llega hasta cierto punto. Al punto en que veo un relevo de gente extraordinaria, joven, valiente, que lleva en la sangre el rechazo a la represión y a la tiranía. Lo hemos visto ahora en las protestas, en el movimiento que se inicia con el rechazo a la reforma del seguro social que quiso hacer el Gobierno. Ese movimiento opositor me llena de esperanzas.
ORTEGA, EL VIOLADOR
Gioconda no estaba en Managua cuando se iniciaron las protestas el 16 de abril pasado, que ya acumulan más de 400 muertos a manos de fuerzas policiales y paramilitares, jóvenes estudiantes en su mayoría. Andaba en Italia, participando de una residencia para escritores; luego voló a Madrid a presentar un libro y después a Alemania. Cuando volvió a su país, “me encontré con una Nicaragua diferente, con un nivel de represión muchisímo más cruel”, dice, con su tono plácido que no se aviene con los agitados y peligrosos tiempos que vive su país.
“Todos los días había algún ataque, algún incidente, había muertes. Es realmente una experiencia que no acaba. Ahora están en una fase diferente de captura a los que creen que tienen alguna relación con las protestas bajo la ficción de que son delincuentes, terroristas, golpistas. Es desconsolador el nivel de represión al que han llegado Daniel Ortega y Rosario Murillo. No se veía algo así en Nicaragua desde que echamos a Somoza en 1979. Ha habido marchas como nunca se han visto en Managua. He participado en varias y he visto cómo le disparan a la gente. Es una experiencia que no se borrará de nuestra memoria. El nivel de la represión es tan alto, que hay muchos que han debido irse del país”.
Habla de al menos 11 mil nicaragüenses que han salido al exilio, muchos a Costa Rica, donde la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) está acogiendo a los perseguidos políticos. “Solo en los últimos tres meses han entrado seis mil compatriotas a Costa Rica”.
¿Y tú te quedas?
Me da miedo, pero aquí estoy. Uno tiene que estar aquí y participar. Nunca me esperé que volvería a pasar estos riesgos, pero viví la detención cuando combatíamos a Somoza y la puedo volver a sufrir otra vez.
Gioconda no tuvo nunca una relación cercana con Daniel Ortega. Sí tuvo “confrontaciones muy fuertes con él cuando fui parte del Gobierno al comienzo y un encontronazo muy fuerte en los 90, cuando participé de su campaña y dije que íbamos a perder, lo que significó que me echaran del comando, aunque el tiempo me dio la razón”, dice. Con la vicepresidenta y primera dama de la nación guatemalteca, la llamativa Rosario Murillo, tuvo mayor cercanía. “Incluso le di refugio en mi casa en Costa Rica cuando salió al exilio durante la Revolución Sandinista. Eso fue antes de que se hiciera pareja de Ortega”.
¿Qué opinión tienes de ella?
Es un personaje excéntrico. El mundo conoció su calidad humana por la forma en que trató a su hija Zoilamérica Narváez, cuando ella acusó a su padrastro Daniel Ortega de haberla abusado sexualmente desde los 11 años. Rosario se puso del lado de él, descalificó las acusaciones de Zoilamérica y fue terrible con ella. La desconoció, la repudió. Una madre que hace algo así a una hija es una persona que no tiene capacidad de amar. Rosario Murillo lo único que tiene es un ansia de control enorme, una verdadera obsesión con Daniel Ortega y con su proyecto político. Es mesiánica y absolutamente inescrupulosa. Conocí su facilidad para mentir cuando estuve con ella en la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura y lo he vivido en estos 11 años en que ha estado en el poder con Ortega, manejando las comunicaciones del Gobierno. La suya es una comunicación orwelliana. Ella es absolutamente responsable de lo que sucedió en abril, cuando partieron las revueltas, porque Ortega estaba en Cuba. Fue ella quien mandó a una turba de la juventud sandinista a atacar a los que protestaban. No es que el marido sea mejor que ella, pero Rosario Murillo es quien está detrás de esta ola represiva. Y creo que los dos juntos son realmente peligrosos.
Literariamente, ¿se salva? ¿Qué tal poetisa es?
A nivel literario es una mujer que ha desfigurado el lenguaje. No sabe dónde detenerse en términos de adjetivos. Escribe unos discursos rimbombantes que emite todos los mediodías en radios y canales oficiales, y es la única que habla. Ha monopolizado la vocería del Gobierno y sus mensajes son los de una persona en extremo cristiana. Parece una catecúmena, suena como una sor Teresa de Calcuta, mentando a Dios, a la Virgen, al amor, al mismo tiempo que manda a matar gente. Es una manipuladora tremenda. Yo creo que ya no escribe poesía. En alguna época escribió buenos poemas, pero siempre tuvo ese problema de no saber dónde detenerse.
¿Crees que Daniel Ortega realmente violó a su hijastra?
Sí, creo que sí. Yo le hice una larga entrevista a Zoilamérica Narváez para uno de los periódicos de Nicaragua y vi en sus ojos y en sus palabras una absoluta sinceridad. Ortega cometió esas acciones deleznables y se libró de las acusaciones porque Nicaragua es un país machista, que siempre ha tolerado el abuso masculino, y porque Rosario Murillo lo apoyó y descalificó a su hija.
EN EL PAPEL DE UN HOMBRE
Se ríe Gioconda Belli, la escritora, cuando le comentamos que todo lo que está pasando en su país da para una novela y que la pareja gobernante ha sido comparada con los personajes de House of cards. Que todo comprueba aquello de que la realidad supera a la ficción.
“Esa novela no la escribiré yo. Pero es interesante tu observación. T.S. Eliot hablaba del objetivo correlativo, señalando que el escritor debe distanciarse del sentimiento y de la vibración del momento para hacer poesía o creación literaria. Hay que tomar distancia para abordar la realidad con objetividad. A mí este par de personajes torvos que son Andrés y Rosario no me inspiran, pero sé que hay muchísimos escritores jóvenes en Nicaragua que van a dejar estos días aciagos escritos. Estos hechos marcarán en ellos un antes y un después, y muchos tendrán que procesarlos escribiendo, porque cuando uno escribe… entiende”.
¿Qué estás entendiendo/escribiendo ahora?
Ahora estoy ocupada del lanzamiento de Las fiebres de la memoria, que será en octubre, en España. Es mi última novela. Cuenta la historia de un ancestro mío que tiene un pasado muy oscuro. Supuestamente mató a su esposa, aunque yo creo que no fue así, porque hice una investigación bien seria. Era un noble francés que escapó de ser juzgado en la Francia de Luis Felipe I de Orléans, en 1847. Viajó hasta Nueva York y pasó por Nicaragua en ruta a California en los tiempos de la fiebre del oro, pero se quedó en un pueblito del norte de Nicaragua, donde practicó la medicina. Ahí formó una gran familia con una viuda a la que le decían La Rosa Blanca, una mujer muy bella y muy valiente. Ese era el abuelo de mi abuela, y creo que su historia es fascinante porque tiene que ver con reinventarse. Es la primera vez, además, que escribo en primera persona masculina, poniéndome en el papel de un hombre.
Desafiante…
Sí, todo un reto, pero creo que las feministas tenemos que entender a los hombres. Comprender esa mentalidad distinta, ponernos en los zapatos del otro, en la psique masculina. Fue una experiencia interesante para mí y espero que les guste a mis lectoras.
La autora de novelas como La mujer habitada y El país de las mujeres y del relato autobiográfico El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra, siempre se ha planteado desde su condición de mujer nicaragüense, por lo que esta nueva novela constituye toda una novedad.
En El país bajo mi piel escribe sobre esta doble militancia: “Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con que vine al mundo. Quizás porque mi madre sintió mi urgencia de nacer cuando estaba en el Estadio Somoza de Managua viendo un juego de béisbol, el calor de las multitudes fue mi destino. Quizás a eso se debió mi temor a la soledad, mi amor por los hombres, mi deseo de trascender limitaciones biológicas o domésticas y ocupar tanto espacio como ellos en el mundo”.