El legado del 15-M
Jueves.16 de agosto de 2018
Carlos Taibo.
Tortuga
Me cuentan que días atrás, y en una de esas tertulias que padecemos, los todólogos al uso se interesaron por la huella del mayo francés de 1968. Uno de los participantes se permitió preguntar, en paralelo, por materia tan cenagosa como es la de otra huella: la del movimiento del 15 de mayo.
Supongo que, en relación con esta última, lo más prudente es acogerse al mantra que sugiere que carecemos de la perspectiva suficiente para evaluar cuál es el legado del 15-M. Al fin y al cabo, lo suyo es concluir que en 1975, siete años después del mayo francés, se hizo valer una manifiesta división de opiniones en lo que hace a la herencia dejada por este último. Y seguro que no faltó quien se sirvió afirmar que la herencia en cuestión poco más era que un puñado de eslóganes ingeniosos. Hoy sabemos, sin embargo, que nuestra visión del mundo cambió en 1968, y lo hizo para recordarnos que somos parte indeleble de aquello que queremos echar abajo, de tal suerte que los principios y los valores del enemigo –no esquivemos esta terminología- los llevamos dentro de la cabeza.
Aun con todas las cautelas, bueno será que proponga una somera reflexión sobre lo que cabe suponer que serán los cimientos de una futura valoración del 15-M. Lo primero que debo señalar es que conceptos como los de “legado” o “herencia” parecen remitir a la huella de un movimiento ya muerto. Y urge subrayar que, aun con sus carencias y debilidades, el 15-M existe. Muchas veces he dicho que a mi entender, y en la ciudad en la que se edita esta publicación, sigue siendo la punta de lanza de la contestación en los barrios. Ya sé que el enunciado es un argumento de ida y vuelta, toda vez que invita a concluir que si el movimiento del 15 de mayo, muy debilitado, sigue siendo, pese a ello, un baluarte principal, ello es fiel ilustración de cuáles son, en términos generales, los ínfimos niveles de movilización que hemos alcanzado. Las cosas como fueren, nunca está de más recordar que la “opción 15-M” permanece abierta, en unos casos porque está materialmente ahí y en otros porque se ofrece generosa a quien quiera recuperarla.
Otro elemento, insorteable, del balance, se llama Podemos (y, con Podemos, las fuerzas del “cambio”). Los medios de incomunicación han conseguido afianzar la idea de que Podemos constituye la concreción política –y con ella el legado mayor- del 15-M, de tal manera que este último, según esa percepción, habría desaparecido para abrir paso a un proyecto mucho más relevante y eficiente. Aunque las más de las veces los propios responsables de Podemos han procurado rehuir el argumento, lo cierto es que esa dramática distorsión ha cuajado en la percepción de mucha gente. Si, por lo demás, es verdad que el 15-M había perdido fuelle mucho antes de la irrupción de Podemos, no queda sino certificar que este último ha sido, ostentosamente, una respuesta desmovilizadora ante la desmovilización. Más allá de lo anterior, parece obligado certificar que Podemos, una fuerza política de corte tradicional, jerarquizada, personalista, portadora de una propuesta estatalista sórdidamente socialdemócrata y, en suma, manifiestamente alejada de cualquier perspectiva que huela a autogestión y a conciencia de lo que significa el colapso que se acerca, es, por muchos conceptos, la antítesis literal del 15-M.
Por momentos tengo la impresión, y doy un salto más, de que la huella de un movimiento como el 15-M es más fácil que se perciba a través de elementos intangibles que con el concurso de realidades materiales que, tal y como van las cosas, se anuncian poco estimulantes. Estoy pensando, para entendernos, que hoy es mucho más sencillo hablar de capitalismo, de sociedad patriarcal, de alienación y de explotación que lo que lo era antes de 2011. Y estoy pensando, también, en determinadas prácticas organizativas que reflejan una capacidad de reacción que no existía, o era mucho menor, antes de esa fecha. Lo anunciado no significa, sin embargo, que falten por completo realidades materiales que, asentadas, ilustrarían el vigor contemporáneo de lo que quiso ser, y en buena medida es, el 15-M. Tengo en mente al respecto, cómo no, la proliferación de espacios autónomos que, autogestionados, desmercantilizados y, ojalá, despatriarcalizados, se ha registrado entre nosotras. Intuyo que el balance postrero de lo que ha supuesto el 15-M dependerá en buena medida de la deriva de esos espacios y de la impronta que dejen en la articulación de un movimiento de contestación general del capital y del Estado.
Termino con un argumento que invoca la esperanza. La corrosión, cada vez más visible, y acaso irreversible, de todas las instituciones -y de quienes en ellas participan- no puede por menos que provocar una nostalgia del 15-M que aprecio en muchas personas y lugares. Bueno será que esa nostalgia quede atrás en provecho de la reconstrucción de un movimiento al que, con ese nombre o con otro, por lógica tiene que preocupar más el presente que su impredecible legado para el futuro.