Un gobierno “progresista” tardío en México. El callejón sin salida de los “progresismos” letinoamericanis

En su momento la gran mayoría de la izquierda aplaudió a Lula neoliberal, hoy día todos son descubridores de América y se profundiza el estudio y análisis del camino vergonzoso de las izquierdas y progresismos latinoamericanos que entregaron en bandeja los gobiernos a la derecha impidiendo de todos los medios posibles el despliegue del protagonismo social autónomo de los de abajo portadores del cambio civilizatorio.



07-09-2018
Un gobierno “progresista” tardío en México
El callejón sin salida de los “progresismos” latinoamericanos

Andrés Lund Medina
Rebelión

Introducción
Este documento es la segunda parte de una reflexión desde la izquierda anticapitalista y ecosocialista sobre lo que ha ocurrido políticamente en México con las pasadas elecciones.

La primera parte se tituló: El fin del régimen neoliberal-oligárquico en México. En tal escrito se exploró la nueva realidad política argumentando dos tesis: con las elecciones pasadas algo terminó en nuestro país: el régimen político neoliberal, con su frágil hegemonía y su brutal forma de dominación, se colapsó; pero también algo comienza: un nuevo gobierno en la órbita de los denominados “progresistas”. Después de argumentar esas tesis, en dicho escrito se hace, más que una explicación determinista y causal, una interpretación y un relato con moraleja política -en realidad tres historias con conclusiones políticas: se cuenta un momento de la historia de los comunistas, cuando se subordinaron a un partido-gobierno (PNR, PRI) pensado como continuidad de la revolución mexicana; luego se narra la historia de diversas Izquierdas que se subordinaron a nuevo líder, Cuhautémoc Cárdenas, y el consiguiente abandono de sus ideales socialistas, formando al PRD, para finalmente adaptarse al régimen; por último, se anuncia otra historia: la de algunas izquierdas y de ciertos movimientos sociales seducidos por AMLO, postrados ante él. En todo caso, la triple moraleja política es la misma: 1) la necesidad de mantener la independencia política ante estos gobiernos y partidos llamados “progresistas”, 2) contra la tendencia de adaptarse a lo dado, romper con todo etapismo o realismo, y 3) la urgencia de seguir luchando por un programa socialista que sea anticapitalista, ecologista, feminista, democratizador e internacionalista. Al final de tal escrito, se afirma que AMLO encabezará un nuevo gobierno bonapartista, oscilante y contradictorio, en el horizonte de los llamados de manera ambigua gobiernos “progresistas”.

En esta segunda parte se reafirma que el triunfo de AMLO y MORENA es la expresión de la crisis de la hegemonía política neoliberal después treinta años de su imposición. Más que victoria de un proyecto alternativo de gobierno, es la manifestación del rechazo amplio y profundo a las políticas neoliberales.

La decisiva intervención masiva y activa del pueblo mexicano en el pasado proceso electoral repudiando al neoliberalismo es la verdadera causa del derrumbe del régimen político oligárquico neoliberal, el fin de la historia de los pasados y sucesivos gobiernos del PRIAN. Esta enorme derrota política devolvió a los partidos que se proclamaban mayoritarios a su verdadera condición de grupúsculos impopulares y mafiosos.

Las pasadas elecciones también demostraron la fragilidad de la hegemonía neoliberal que, a final de cuentas, fue una larga dominación política pero sin consenso, sin legitimidad, lo que ha resultado ser el talón de Aquiles de la hegemonía neoliberal en el mundo entero.

Se pretende, entonces, descifrar el momento político presente en nuestro país, el tipo de gobierno que, como nueva dominación política, apunta a la instauración de uno ubicado en el llamado ciclo “progresista” latinoamericano.

Para empezar a entender lo que viene y las políticas que requiere una izquierda ecosocialista, democratizadora y feminista se impone examinar las experiencias de los llamado gobiernos progresistas en América Latina.

Crisis de la hegemonía neoliberal y salida “progresista”

Como en México, los denominados gobiernos progresistas latinoamericanos de las últimas décadas vienen de los estragos del neoliberalismo en las condiciones de vida de los trabajadores y de una reacción masiva y popular contra los partidos y gobiernos que impusieron tales políticas.

El llamado “progresismo” latinoamericano nació del fuerte y masivo rechazo al neoliberalismo.

En determinadas coyunturas electorales, ese repudio extendido contra las políticas neoliberales que encarnaban ciertos partidos y gobiernos se canalizó hacia opciones gubernamentales que se presentaron como alternativas posneoliberales, imponiendo con una amplia participación electoral cambios de gobierno.

Las políticas neoliberales impulsaron la desregulación de la economía, el libre tránsito de capitales y mercancías, lo cual destruyó tanto a la industria como al campo en los países semicoloniales sometidos a tales políticas. Años de neoliberalismo socavaron al Estado social, sustituyendo servicios y bienes públicos, que por ley poseía y ofrecía el Estado, por la privatización con fines de lucro tanto de servicios otrora públicos (salud, transporte, vivienda, educación) como de bienes estratégicos como el petróleo. Con el neoliberalismo se recortaron derechos laborales, se abandonó a su suerte al campo y a los campesinos, se promovió el trabajo precario e informal, el desempleo y la exclusión así como la extensión sin precedentes de la desigualdad y la miseria, entre otras cosas.

Con tales políticas antipopulares y antinacionales, extremando la explotación y la desigualdad, reprimiendo ferozmente a los movimientos sociales que se levantaban en su contra, el neoliberalismo impuso una larga dominación sin legitimidad ni consenso. Aunque el neoliberalismo realizó profundos cambios en lo económico, político, jurídico y cultural, su hegemonía, o capacidad de generar consenso en las clases subalternas, siempre fue frágil, de modo que se sustentó en la coerción (terrorismo de Estado) y la manipulación de los medios de comunicación de masas.

Tanto las políticas neoliberales como la dominación política fueron todo el tiempo impugnadas por movimientos sociales diversos que, pese a sus derrotas parciales, siempre se mantuvieron en resistencia, aunque sin horizonte estratégico de lucha política. Este desarme político y estratégico de los movimientos sociales se volvió abierta claudicación ante el neoliberalismo por parte de algunas formaciones políticas que venían de la izquierda socialista y que terminaron reconvirtiéndose en una izquierda liberal, promotoras de las ilusiones del liberalismo político (Democracia y elecciones libres, Estado de derecho, división de poderes) al mismo tiempo que asumían las brutales realidades del (neo) liberalismo económico (expresión cínica de la Dictadura del Capital).

Cuando enormes luchas y movilizaciones sociales provocaron la crisis de la hegemonía neoliberal, hundiendo a los gobiernos y partidos de derecha, la ausencia de una izquierda socialista políticamente organizada y fuerte, que reimpulsara la revolución permanente, determinó la salida en falso del neoliberalismo por parte de los llamados gobiernos progresistas.

Como los gobiernos progresistas no fueron el principio de una revolución permanente, todo parece indicar que muchos de ellos finalizarán su ciclo de gobierno con una restauración conservadora.
Experiencias del “progresismo” en AL

Los gobiernos progresistas iniciaron su ciclo hace veinte años, cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1998 en Venezuela, con el antecedente del “Caracazo” que resquebrajó por completo al régimen político tradicional.

Esta historia se repite en otros países: después de años de luchas de masas contra el neoliberalismo, el Partido de los Trabajadores logró ganar las elecciones presidenciales de Brasil con Lula en 2002; en Argentina, después de las masivas protestas contra el “corralito” del 2001, en 2002 empieza el Kirchnerismo: los gobiernos sucesivos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015); en Bolivia la “guerra del agua” del 2000 puso en crisis a partidos y gobernantes neoliberales, lo que permitió la llegada de Evo Morales a la presidencia en 2006. Después de combates históricos de los pueblos originarios del Ecuador contra el neoliberalismo, logró acceder a la presidencia de este país Rafael Correa en 2007.

Aunque política e ideológicamente son muy diversos, estos gobiernos provienen del rechazo popular y masivo contra el neoliberalismo, presentándose como proyectos posneoliberales pese a que unos hablaban del “Socialismo del siglo XXI” (Chávez) y otros del “Capitalismo serio” (Néstor Kirchner). Todos estos gobiernos intentaron una más justa redistribución social (combate a la pobreza) y reimpulsar la economía, pero sin una ruptura con la dinámica capitalista.

Su sustento económico fue el alza de los precios de materias primas para la exportación (comodities) y su sustento político han sido los presidentes bonapartistas que personalizaron dichos procesos sociales.

Pese a sus discursos e ideologías, en los hechos estos gobiernos impulsaron políticas neodesarrollistas sustentadas en el extractivismo, subordinadas al mercado capitalista y al imperialismo.

Etapas del “progresismo” en AL

Como todo fenómeno social, los gobiernos progresistas han tenido un desarrollo histórico que nos ha mostrado sus límites económicos y políticos. Con una breve historia en algunos países latinoamericanos, tenemos ya na idea de su ciclo, es decir: de cómo comienzan y de cómo terminan.

Primera etapa: impulso inicial

Todos los gobiernos progresistas parten del repudio masivo al neoliberalismo, con un gran respaldo popular. Al principio, los “progresistas” intentaron hacer cosas diferentes al neoliberalismo pero sin romper por entero con sus dogmas y políticas. Por eso, centraron sus políticas en el asistencialismo, que se usó para el combate contra la pobreza, o en tentativas de reactivación económica para ampliar el empleo y el consumo. Los altos precios de las materias primas para exportación permitieron este primer impulso redistributivo que no combatió de fondo la desigualdad ni colocó las bases económicas para sustentarlo.

Los gobiernos progresistas más radicales (Venezuela, Bolivia, Ecuador) impulsaron reformas constitucionales y trataron de recuperar la rectoría estatal sobre los recursos naturales.

Segunda etapa: estancamiento

Cuando los precios de las materias primas se derrumbaron, los gobiernos progresistas chocaron con sus propias autolimitaciones y contra las contradicciones de sus regímenes bonapartistas, que siempre oscilaron de izquierda a derecha.

En esas nuevas circunstancias, los rasgos autoritarios del bonapartismo se manifestaron ante las protestas sociales, aprovechadas por la derecha para deslegitimarlos en su tentativa de regresar al gobierno.

El progreso económico prometido se volvió escasez.

La redistribución sin afectar las rentas y ganancias de las oligarquías reafirmó la desigualdad estructural del sistema capitalista.

Las concesiones a sectores empresariales e imperialistas se ampliaron mientras se reprimía las protestas que ello generaba.

Los nuevos equipos gobernantes rápidamente se burocratizaron y se corrompieron, generando una nueva oligarquía.

Por no atreverse a ir más lejos, más alla del neoliberalismo y del capitalismo, los “progresistas” dieron marcha atrás en la historia, retrocedieron a formas colonialustas de exploración: al extractivismo ecocida.

Tercera etapa: agotamiento y fin de ciclo

Las limitaciones de estos gobiernos se revelaron en los últimos años.

Los precios elevados de las materias primas permitieron recursos que se usaron para disminuir la pobreza a través de programas gubernamentales. Hubo, en efecto, reducciones significativas de la pobreza en esos países, pero al no atacar sus causas estructurales, la explotación capitalista, la miseria no termina y cualquier cambio de gobierno puede volver a extenderla y profundizarla.

La reactivación económica sin romper la dinámica capitalista o la subordinación al imperialismo permitió incorporar al mercado laboral a parte de los excluidos y a disminuir el desempleo pero no a remontar la precariedad laboral ni, mucho menos, la sobrexplotación. Además, dicha reactivación económica en parte fue aprovechada para la formación de una nueva burguesía ligada al poder político que hizo su acumulación originaria depredando, robando, expropiando dinero, bienes, servicios, tierras públicas.

El control del Estado sobre los bienes comunes se uso para afianzar el modelo neodesarrollista y extractivista que llevó a estos gobiernos a enfrentarse con movimientos de campesinos, pueblos originarios y ecologistas.

La integración regional alternativa, el ALBA, se quedó en el imaginario (el sueño de la Patria Grande) pero no se concretó en la realidad.

La mayoría de reformas políticas que se impulsaron en estos gobiernos no rebasaron los marcos del liberalismo político. Las tentativas de ir más allá fueron y son limitadas: en Bolivia, las autonomías de los pueblos originarios se limita a 15 de 339 municipios pero sólo se practica en dos. En Venezuela, el poder comunal está muy limitado territorialmente y bajo el control burocrático del partido socialista.

Más allá de sus discursos posneoliberales, los gobiernos progresistas, con formas bonapartistas de poder, terminaron promoviendo una modernización capitalista y conservadora (neodesarrollista y extractivista) que finalmente reprimió, desmovilizó y cooptó a movimientos sociales, abriéndole la puerta a la restauración conservadora de una utraderecha con sed de venganza y ganas de escarmentar.

Los signos del agotamiento y del fin del ciclo progresista son cada vez más evidentes:

En Venezuela, la derecha ganó la mayoría en el legislativo

En Bolivia, Evo perdió el referéndum para la reelección presidencial

En Argentina, triunfó Macri

En Brasil, tiraron a Dilma y encarcelaron a Lula

En Ecuador, persiguen a Correa y entierran su proyecto…

En esta última fase de los gobiernos progresistas se observa una ofensiva imperialista y una oleada derechista (Brasil, Argentina, Ecuador, Paraguay) que intentan sepultar y borrar de la historia la experiencia del “progresismo” latinoamericano…

Conclusiones parciales…

El gobierno de AMLO está ubicado en la órbita de los gobiernos progresistas.

Como se puede apreciar, estos no son gobiernos de izquierda que apunten a cambios radicales, socialistas, anticapitalistas, o, por lo menos, gobiernos consecuentemente antimperialistas y nacionalistas. Este es el caso del próximo gobierno de AMLO, que se presenta a sí mismo como un gobierno de todo el pueblo, incluidos los empresarios, sin el proyecto de romper con el capitalismo.

Ideológica y políticamente, la mayoría de los progresistas sigue prisionero del liberalismo político y su falsa democracia formal. Si se les insiste en ubicar a la izquierda de las derechas neoliberales, serían parte de una izquierda liberal, que renegó del proyecto socialista, anticapitalista. En México hemos visto cómo el liberalismo decimonónico de AMLO (juarista) se ha modernizado, neutralizando un proyecto auténticamente nacionalista. Lo (neo) liberal eclipsa lo nacionalista.

El progresismo de estos gobiernos es y ha sido liberal y, en lo económico, ha sido un progresismo procapitalista, que prioriza el desarrollismo economicista. Todo indica que AMLO se ubica en estas coordenadas, por eso sus proyectos de impulsar la inversión pública y privada.

Por eso, los progresistas han sido gobiernos de Estados capitalistas que funcionan permitido la reproducción del sistema capitalista, sin modificar la estructura y relación de clases: la explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales, las desigualdades y violencias sistémicas.

Sin embargo, el impulso social que les permitió acceder al gobierno fue la amplia y persistente lucha contra el neoliberalismo, aunque estos gobiernos no vengan de esos movimientos. Este nuevo gobierno de AMLO no viene de los movimientos sociales que pusieron en crisis la hegemonía del neoliberalismo, carece del impulso social de insurrecciones populares como en Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador, y no tiene esa oportunidad histórica de los altos precios de las materias primas de exportación. Por eso, su “progresismo” es tardío.

Vistos históricamente, los gobiernos progresistas cerraron un ciclo: tienen un impulso inicial, entran en una fase de estancamiento y finalmente se agotan por sus límites y contradicciones, abriendo las puertas a la restauración derechista y neoliberal.

Quizás porque la victoria popular electoral contra el neoliberalismo se presentó como triunfo de AMLO y MORENA, sin tomar en cuenta todas las luchas previas, el nuevo gobierno de AMLO, incluso antes de tomar posesión, parece olvidarse de ese impulso inicial que le otorgó el triunfo, de modo que muy rápidamente empieza a mostrar sus limitaciones y contradicciones. Por ejemplo: se planteó cambiar el sistema de seguridad sacando al ejército de esas tareas pero ahora se dice lo contrario; se había afurmado que se abrogaría la reforma educativa pero los funcionarios propuestos dicen que no será así; la despenalización del aborto ha sido propuesta por funcionarios del nuevo gobierno y al mismo tiempo cuestionada por otros. López Obrador ha reiterado que no se plantea la lucha consecuente por recuperar el petróleo y la soberanía energética, sólo revisar los contratos, ni se ha propuesto una alternativa que recupere la soberanía nacional en la negociación comercial, etc. Todavía no empieza a gobernar y ÁMLO ya claudica ante los poderes fácticos.

La falsa salida al neoliberalismo se puede confirmar en los ciclos cumplidos de gobiernos progresistas: después de varias décadas gobernando, algunos de esos gobiernos terminaron siendo desplazados, por las buenas (elecciones) o por las malas (golpes institucionales), para que una derecha revanchista vuelva al poder como personificación de un capitalismo salvaje, neoliberal. El ciclo progresista se cierra y a su término encontramos que estos gobiernos no representaron una verdadera salida al neoliberalismo.

Para salir del neoliberalismo se debe salir del capitalismo. Para romper los ciclos de los llamados gobiernos progresistas que nos escapan ni del neoliberalismo ni del capitalismo se necesita trascenderlos en la perspectiva de la revolución permanente.

La salida del neoliberalismo, del capitalismo, de las vueltas en falso del progresismo, es el proyecto ecosocialista, que es al mismo tiempo anticapitalista y ecologista, feminista y democratizador, internacionalista. Para llevarlo a cabo se necesita la independencia política ante este tipo de gobiernos, la lucha constante contra el neoliberalismo y el capitalismo, unida y organizada políticamente con la perspectiva de un gobierno del pueblo y los trabajadores.