20.SEP.18 | Posta Porteña 1951
A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA
Por ColectivoFanniKaplan
ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi” (14)
PRESENTACIÓN (POR EL COLECTIVO FANNI KAPLAN)
Los comentarios de Pestaña sobre la “instrucción pública” no se pueden entender sin recordar que Pestaña es un buen sindicalista socialdemócrata, reformista y progresista. Como tal, considera que el Estado hace cosas malas y buenas, la represión es mala, la educación es buena; el burocratismo es malo, la ciencia es buena; la ganancia capitalista es mala, la “mejora de la condición” del esclavo asalariado es buena; etc. Como buen reformista y progresista admira el lado científico, modernizante, progresista del capital y adula al Estado cuando mejora la ciencia y la cultura. No puede ni siquiera imaginar que la ciencia no es neutra sino una potencia productiva del capital y de su ganancia, que la cultura popular mejora la esclavitud del proletariado y los beneficios para el capital, que el sacar al pueblo del analfabetismo hace mucho más fácil la trasmisión del mensaje del Estado y los mecanismos opresivos y que el Estado ruso al modernizar la educación y cultura popular estaba profundizando los mecanismos de opresión y despotismo.
Es verdad que en otras partes del mundo (¡más en América del Sur y del Norte que en Europa!), ya la burguesía había largado campañas de obligatoriedad escolar e instrucción obligatoria y los teóricos del capital ya habían teorizado la necesidad de sacar a los niños de la calle que les inspira descontrol y subversión y someterlos a la escuela como forma de normalización y adaptación cultural a la explotación. En Rusia esa modernización burguesa fue sin dudas impuesta gracias a los bolcheviques. ¡Eso es lo que Pestaña admira como si “la cultura del pueblo” fuese neutral y no fuera una forma de disciplinamiento, sometimiento, e imposición de la cultura burguesa de la fuerza de trabajo! En la escuela bolchevique, como en todas partes, lo que más se les enseña a los niños es evidentemente la cultura del trabajo, disciplina, encierro durante un horario completo todos los días, obediencia, disciplina, “amor” por la tarea asignada, etc. Lo único que objetará Pestaña al sistema bolchevique es que la organización era verticalista y centralista y que el maestro era el último orejón del tarro, o si se quiere, el soldado raso dentro del ejército de la Educación Estatal y que solo debía obedecer, repetir, repercutir lo que venía de la cúspide de la pirámide leninista. ¡Cómo si la educación misma de los esclavos asalariados pudiese ser, algo muy diferente y algo así como una educación para la libertad, en plena dictadura capitalista!
Por eso, a pesar de las críticas por el centralismo y la burocracia, Pestaña admira los métodos de preparación educativa para el trabajo de los bolcheviques y los recomienda en sus artículos. La burguesía occidental, comprendiendo perfectamente que son métodos de disciplinamiento y propaganda laboral de la masa de esclavos (no siempre asalariados, sino en muchos casos forzados) importará muchos mecanismos y los integrará a sus sistemas de propaganda y educación oficial. Véase la importancia que tenía en el modelo bolchevique la enseñanza de la propia ideología del Partido y del Estado Bolchevique, aplicada sistemáticamente para cooptar a los proles provenientes de provincias, para servir en los aparatos centrales del poder. Al respecto, podemos citar una vez más juntas a la República española y su continuidad franquista, al frente popular francés, a varios países de América Latina…. Recordemos que esto lo escribe Pestaña en 1920, precisamente al comienzo de la década en donde se generalizarán métodos de obligatoriedad escolar reales en muchísimos países que habían comenzado a aplicarse en el último tercio del siglo XIX.
Es en la instrucción pública que Pestaña señala con más ganas la superioridad del bolchevismo sobre el zarismo. Nada más lógico que ello, la crisis del zarismo es antes que nada una inadaptación a las nuevas necesidades del progreso del capital y el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin dudas la instrucción pública era decisiva en el desarrollo de la fuerza productiva humana, en el desarrollo cualitativo de la fuerza de trabajo y en eso Pestaña y los bolcheviques coincidían en su progresismo. Ese será el “oasis en el desierto” que Pestaña encuentra en la Rusia leninista. Durante el resto del siglo 20 la instrucción popular y la lucha contra el analfabetismo, será el modelo del progresismo y el populismo del capital, en todos los países del mundo, así como la clave del paternalismo Estatal para mejorar a los esclavos asalariados.
Instrucción pública
En la exposición o narración que venimos haciendo de cuanto vimos durante nuestro viaje a Rusia, no todo lo que digamos ha de ser duro, áspero y desolador. Algo hay que pueda compararse a los oasis que el viajero halla en el desierto.
¿Quiere o debe decirse, que todo lo que han hecho en instrucción pública, deba ser aceptado incondicionalmente? De ninguna manera. Los errores de organización sufridos por los bolcheviques en el ordenamiento de la vida social y económica de Rusia, no dejan de manifestarse también en lo que atañe a instrucción pública; pero en gracia a la intención que les ha guiado y a los resultados que puedan obtenerse, cabe hacer de ellos abstracción y considerar en su estricto valor lo hecho en beneficio de la cultura del pueblo. Repetir aquí lo que acerca del analfabetismo ruso se había dicho antes de la guerra, y en los primeros tiempos de la revolución, sería monótono por demasiado conocido. Empero se nos permitirá que citemos unas cifras más elocuentes por sí solas que cualquier comentario. Petrogrado, capital del imperio, con más de millón y medio de habitantes, en 1914 acusa, según estadísticas del propio régimen zarista, un sesenta por ciento de analfabetos. En 1920, la población de Petrogrado quedaba reducida a ochocientos mil habitantes —disminución que se debe al traslado de todos los servicios a Moscú y a la desaparición de la burguesía— y según las estadísticas que nos mostraron los bolcheviques, confeccionadas entonces, sólo treinta mil de sus habitantes no sabían leer ni escribir.
Queremos admitir, en descargo de las exageraciones oficiales, que las cifras que se nos dieron fueron un tanto exageradas; queremos suponer, elevando al límite máximo nuestra suspicacia, que esas cifras estuvieran aumentadas en un veinticinco por ciento. Aún en este caso, el número de analfabetos se redujo considerablemente. ¿De qué medios se valieron los bolcheviques para conseguir esta rápida reducción? Dueños del Estado, sistemáticos en todos sus procedimientos, lo fueron también en la instrucción. Desde la obligación de concurrir a la escuela un número determinado de horas cada día, hasta negar el trabajo en la fábrica a quien no quisiese aprender a leer y escribir, todo fue ensayado. Puede decirse que emplearon todas las coacciones, las morales y las materiales, para logar la finalidad propuesta.
Quienes afirman que el pueblo no siente la necesidad de saber, se equivocan fundamentalmente. El pueblo tiene y siente el anhelo de saber. En las escuelas rusas se han visto casos típicos. Era muy común ver a un hombre de edad algo avanzada o en- canecido por los años y agotado por el trabajo, poner empeño extraordinario en descifrar los jeroglíficos que a sus ojos presentaban los caracteres de la escritura y querer penetrar el misterio de aquellos signos. Comprendía que el amplio horizonte que a su mente se asomaba, después de la revolución, sólo le sería dable contemplarlo sabiendo leer y escribir, y por eso se afanaba en aprender. Puesta a su alcance la escuela, a ella iba con la unción de quien espera el milagro de su dicha. Pero no fue sólo para los adultos para quienes los bolcheviques impusieron la instrucción; lo fue también para los niños. Y si el acierto no ha presidido todas sus acciones, no puede culpárseles de haber descuidado la rectificación en los errores. La organización de la instrucción pública bolchevique, como todas sus organizaciones, es centralista en absoluto. El maestro, sobre todo el maestro de primera enseñanza, viene a ser el último diente del engranaje que impulsa la educación. No puede tener iniciativa alguna, y menos practicarla. Si alguna tiene podrá? exponerla cuando la superioridad le consulte, y aplicarla si se lo autoriza el programa que anualmente se elabora; pero nada más. El maestro ha de ajustarse siempre a la norma que el programa aprobado en el Comisariado de Instrucción pública le marque.
Este programa, es la síntesis de una consulta general que se hace anualmente a todos los maestros de la Rusia soviética, pero, por eso mismo, porque es una síntesis y no la diversidad de facetas que la enseñanza necesita, es por lo que resulta perjudicial. Sería plausible su aplicación si se tornara como punto de partida, como esquema, como generalización para unificar los resultados de la enseñanza, dejando a cada profesor que lo bordara, que lo explanara como mejor lo entendiera, que sacara de él los mejores jugos, los elementos: guías de la labor encomendada. Pero no es así, y de aquí lo infructuoso de la obra emprendida.
Entrando en las formas de organización, diremos que el Comisariado de Instrucción pública está compuesto de un “college”, especie de Comité, subdividido en varias secciones. Estas secciones, que son seis, y que tienen cada una su presidente, son: de Artes, de Organización, de Instrucción social, de Sector científico, de Trabajo extraescolar y de Comité de instrucción pública. Los presidentes de cada una de estas secciones, presididos a su vez por el Comisariado de Instrucción pública, son los que forman el “College”. Todo cuanto se refiera a la enseñanza, desde la adquisición de material en la última escuela de un grupo de “isbas”, hasta la concesión de título de doctor en cualquier ramo científico, todo ha de pasar por sus manos. Nada escapa a su inspección.
¿Precisa crearse una escuela en una de las más remotas aldeas de Rusia? Sin el visto bueno del “College” no puede ser.
¿Hay que adquirir material nuevo o reponer el viejo? No puede hacerse sin el consentimiento del “College”.
Un profesor, a quien la práctica diaria enseña que puede introducirse alguna modificación en el programa anual que le ha sido remitido, toma notas, redacta una Memoria, la envía al Comité para la Instrucción pública más cercano, éste la transmite al superior, y así hasta que llega al “College:”. Si el “College” autoriza la modificación en el programa, puede aplicarse; si no, no. Las secciones que presiden quienes componen el “College”, se subdividen a su vez en cinco secciones, que son de economía, de finanzas, de asambleas, de oficina central de conexión y de material. Debemos advertir que algunas de estas secciones, como la de Arte y la de Trabajo extraescolar, están subdivididas en siete secciones, la primera, y en once, la segunda. Pero no termina aquí la serie de subdivisiones ni las secciones que dependiendo, ya de una de las secciones superiores — llamamos así a las que dan sus presidentes al “College”—, ya de una de las subdivisiones de estas últimas, forman la complicadísima organización bolchevique. Quedan secciones como la de Ediciones del Estado, Instrucción de pequeñas nacionalidades y la de la Dirección general de Archivos que forman zona aparte, es decir, que sin pertenecer a ninguna de las que dependen directamente del “College”, no forman sección autónoma de éste; pero a él están ligadas directamente, pues no dependen de ninguna de las secciones primeramente señaladas. El programa de las escuelas es mixto, compuesto del sistema americano y del Montessori. La falta de libros de texto no era debida a ningún método pedagógico, sino a que no se disponía de medios de confección.
La asistencia del niño a la escuela comenzaba (debemos hacer constar que todo esto eran propósitos que por la escasez de locales, de maestros y la miseria general, no tenían aplicación inmediata) cuando el párvulo andaba por sí solo. En esta oportunidad ingresaban en las Escuelas-Asilos, pasando, una vez cumplidos los tres años fijados para su permanencia, a la escuela jardín, donde permanecerían hasta los siete. El tipo de esta escuela, o casa-jardín, no era único, pues tenían en proyecto crear dos tipos de escuela. Uno en las que el niño permanecería todo el día, durmiendo fuera, y otro, en las que estaría en calidad de interno. Tanto en unas como en otras, la manutención del niño correría a cargo del Estado.
El límite de edad en las escuelas-jardín era hasta los siete años. Después de esta edad, tendría que ingresar en la que ya podríamos llamar, propiamente, escuela primaria. Allí podrá estar hasta los dieciséis años. Cuando cumplidos los siete años el niño abandone la escuela jardín, para ingresar en la escuela práctica (así nos dijeron que la llamaban), es cuando verdaderamente puede decirse que impera la educación escolar. Antes de este ingreso, se hace la clasificación de los enfermos y anormales, dirigiéndolos a las escuelas especiales establecidas para ellos. Ya en la escuela práctica, empieza para el niño la vida educativa. A la enseñanza de las letras se agrega la enseñanza práctica, en lo posible. Así, para darle al niño la sensación de la utilidad de la geometría se le inicia en ella empezando por enseñarle a medir el banco en donde se sienta, la capacidad del jardín de la escuela o la de la sala de la clase. Igual procedimiento se sigue para iniciarle en los conocimientos técnicos de la agricultura, o para el dibujo. En este aspecto, la iniciativa de los bolcheviques es muy notable y sus ensayos de educación deben ser aprovechados por nosotros sobreponiéndolos a toda concepción partidista. Hemos de reconocer la buena orientación de los bolcheviques en la instrucción escolar. Sus procedimientos, sin ser perfectos, señalan una gran superioridad sobre los burgueses [1]
Además, entre los maestros y pedagogos, existían tendencias opuestas acerca de las reformas que debían introducirse para obtener un mejor resultado del paso del niño por la escuela. La uniformidad, en este aspecto, como en todos los demás, no existía. Y aunque la centralización ahogara las voces de los no coincidentes con el criterio del “College”, lo cierto es que la disconformidad se manifestaba.
Mientras un sector defendía la conveniencia de que fuera limitada por la edad la permanencia del niño en los diferentes tipos de escuela ya creados o que pudieran crearse, los partidarios de la otra tendencia querían que la permanencia fuera fijada según el grado de capacidad del niño. Afirman, no sin razón, que un niño, a los siete años, puede haber adquirido más conocimientos que otro a los diez. Y mientras el menor en edad, aunque más instruido, al pasar de la escuela-jardín a la práctica ha de ser adscrito a la clase primera, el otro, el de mayor edad y menor instrucción, ocupará la clase tercera o cuarta de la escuela práctica. Este razonamiento resulta más sólido por el hecho de ser graduadas las escuelas. La selección, dicen, ha de hacerse por capacidades, no por edades. Y este criterio, nos parece el más justo, aunque no sea el oficial en Rusia.
Las escuelas prácticas de que venimos hablando, se dividen en dos grados: el primero abarca de los siete a los doce años; y desde los doce a los dieciséis, el segundo. Esta división es puramente técnica, es decir, no tiene otra finalidad que la de facilitar en la enseñanza la labor de los profesores. Esta misma división, por grados o ciclos de materias a enseñar, subsiste en todas las instituciones públicas bolcheviques, desde la escuela primaria, hasta la Universidad o Alta Escuela. Las estadísticas que se nos mostraron, con el número de escuelas existentes, eran bastante incompletas, pero no dejaban de acusar un aumento constante y una superioridad aplastante sobre el régimen zarista. Dará una idea aproximada de la escasez, el saber que con una población escolar de unos ocho millones de niños, un tercio de ellos no podía concurrir a las escuelas por faltar éstas.
Anexos a la escuela, como prolongación y ampliación, existían clubs y bibliotecas escolares; aquellos que permitieron fundar los medios económicos de que disponían. A los dieciséis años, cuando el niño había de abandonar la escuela práctica, podía realizar los estudios de su predilección. El optar por el estudio de una carrera no exime, pasada cierta edad, de tener que trabajar en un oficio manual, si se exceptúan a los veinticinco mil estudiantes que el Estado tomará a su cargo. A éstos, que antes sólo eran quince mil, y que pocos días antes había sido elevada la cifra a veinticinco mil, el Estado les cubría sus necesidades. Los restantes, hasta 116.947, que estudiaban por aquella época, tenían que trabajar por lo menos cuatro horas en un oficio manual. Los exámenes también fueron suprimidos al principio; pero entonces ya se hablaba de restablecerlos. Para algunas asignaturas ya lo habían sido.
El número de clubs, bibliotecas y salas de lectura para los estudiantes era muy considerable, aunque las materias para el estudio estuvieran muy restringidas. Lo único que abundaba era la literatura bolchevique. De ésta, sí que se hacía un verdadero consumo. Nos afirmaron que pasarían de cien mil el número de bibliotecas establecidas, y de doce mil el de salas de lectura. El número de Universidades Populares pasaba de un centenar. El último decreto del Comisariado de Instrucción pública, durante nuestra estancia en Rusia., se refería a las bibliotecas particulares. Se decretaba que toda biblioteca de más de cinco mil ejemplares sería confiscada para entregar sus libros a las bibliotecas públicas. Se exceptuaban de la confiscación las de los hombres de ciencia, a quienes el Gobierno reconociera como tales, y que las precisaran para sus investigaciones o estudios científicos.
Dos visitas hicimos a instituciones de enseñanza durante nuestra estancia en Moscú. Una a la Universidad Popular y otra a una escuela-jardín de los arrabales.
En la Universidad Popular fuimos recibidos por todos los profesores con el director a la cabeza y una comisión de estudiantes comunistas. Recorrimos todas las dependencias. Visitamos el salón de clases, la biblioteca, el refectorio, los jardines de recreo y los dormitorios, pues como casi todos los estudiantes, es decir, la gran mayoría, eran comunistas, que los Soviets provinciales enviaban a Moscú a petición del Partido para educarlos en las teorías marxistas, no tenían familia y de aquí el carácter de internado de la mayoría de ellos. Preguntamos qué norma se adoptaba en la admisión de alumnos, contestándosenos que la señalada por el partido, dando siempre la preferencia a los comunistas. La casi totalidad de los alumnos actuales, nos dijo el director, son comunistas llegados de provincias, que vienen a ampliar sus conocimientos del marxismo a fin de llegar a ser propagandistas y divulgadores del comunismo. Aquí se les prepara, mediante ejercicios orales y escritos, para el conocimiento de la filosofía, aunque preferentemente la marxista. Los cursos son diferentes y de más o menos duración. Hay cursos de seis meses nada más. Estos los siguen los camaradas que vienen a prepararse para la labor de organización del Partido y de las masas. Los que siguen el curso de un año de duración, son, además de organizadores, divulgadores del marxismo: escritores, oradores, etc. Y los que siguen los cursos superiores, abarcan todos los aspectos de la filosofía en general.
Y las relaciones entre el profesor y el alumno, ¿cuáles son? — preguntamos.
—Las de franca camaradería -se nos contestó—. Cuando llega el alumno, ya viene destinado a una clase determinada. En el cuestionario que para la admisión de alumnos se dirige periódicamente a los Soviets provinciales, ya se indica que cada alumno debe escoger la clase de estudio que prefiere, consignándolo al momento de solicitar su inscripción.
— ¿Y quién nombra los profesores?
—Los profesores son nombrados por el College del Comisariado de Instrucción Pública.
—Así ¿los alumnos de la Universidad Popular, no pueden nombrar o rechazar un profesor que no les guste o crean inepto?
—No podrían hacerlo. El poco tiempo que duran los cursos es insuficiente para que puedan los alumnos escoger los profesores.
— ¿Y cómo se procede al terminar el alumno su curso para saber si reúne las condiciones de capacidad necesarias? En otros países se sabe o presume saberse por los exámenes. Estando en Rusia suprimidos, no puede saberse por ese procedimiento.
—El profesor lleva un cuaderno de notas de cada alumno, y según sean estas favorables o desfavorables, se eleva un informe al Comisariado de Instrucción Pública.
— ¿Y no creen ustedes —preguntamos, dirigiéndonos a todos los profesores— que esta vida de promiscuidad en las aulas, en los comedores, en el recreo y en los dormitorios no sea perjudicial a la moral del individuo? Ese comunismo en todo, incluso en los sentimientos íntimos individuales, nos parece rebaja la personalidad de cada uno, confundiéndola en un todo híbrido y confuso [2]
—No hemos tenido ocasión de observarlo. Y aunque así fuera, nada podríamos hacer por evitarlo. Estas Universidades están creadas según las normas trazadas por el Partido, y no está en nuestro poder modificarlas o transformarlas.
— ¿Cuántos alumnos hay ahora en la Universidad?
—Pasan de doscientos. La falta de subsistencias obliga a restringir los ingresos.
— ¿Qué ración se da al alumno?
—La ración B, que es la de profesión liberal.
Terminadas las preguntas y el recorrido de las dependencias, pasamos al salón de clase, donde ya estaban reunidos los alumnos para recibirnos. Un delegado de los que íbamos en la comitiva les dirigió la palabra, y como buen marxista y disciplinado bolchevique, les habló del sovietismo, de la dictadura del proletariado, del triunfo del comunismo rojo y de la misión que el Partido Comunista debía desempeñar en la revolución mundial. Un profesor nos dio la bienvenida agradeciéndonos la visita.
Luego un alumno, el hombre de confianza, el comunista probado que allí representaba al Partido Comunista, habló de las gestas del Partido Comunista, del valor inconmensurable de sus hombres, de la grandiosa revolución que habían hecho para emancipar al pueblo; también nos habló del glorioso e inolvidable ejército rojo, sostén firmísimo de la República Socialista y bravo ejecutor, en día venidero, de la revolución mundial. Estábamos en plena apoteosis mesiánica. Terminados los discursos nos retiramos, siendo acompañados hasta la puerta por los alumnos y profesores.
La visita a la Escuela-Jardín fue un domingo por la tarde. Se daba una fiesta para los alumnos, y se quiso la presenciáramos. También se nos obsequió con merienda. A esta escuela-jardín sólo concurrían niñas y niños menores de doce años, por lo que no había ningún profesor, salvo los de gimnasia.
El número de profesoras era crecidísimo. Muchas de ellas no habían estudiado para el Magisterio. Eran hijas de nobles o burgueses muertos o arruinados por la revolución, que al verse en la miseria, optaron por el profesorado para subvenir a sus necesidades. Como nuestra visita les había sido anunciada, todo estaba dispuesto para el recibimiento.
Llegamos con algún retraso a causa de una panne (rotura) de los autos que nos conducían. Desde la entrada del jardín hasta el pabellón de clases y sala de fiestas, las niñas y niños estaban colocados en filas a los lados del camino. Las profesoras, con la directora, nos esperaban a la puerta. Cambiados los saludos de rigor y acompañados de las profesoras, nos dirigimos al palco que se nos destinaba. La fiesta comenzó leyendo poesías alusivas al acto y cantos infantiles.
La alegría de aquellos rostros infantiles era inmensa. Palmoteaban, reían, gritaban; se alzaban de los asientos e iban de un banco a otro; entonaban también los cantos que cantaban los del escenario, llenando el espacioso local con la sonoridad de sus voces. Terminada la primera parte, y al anunciar desde el escenario un intermedio de diez minutos para preparar la segunda, se armó una de chillidos y de risas, una algarabía infernal, propia de la inocencia y el candor de la concurrencia.
En la segunda parte de la fiesta representaron una pieza teatral de argumento infantil. Los diminutos actores, pues eran niñas y niños del mismo colegio, representaron su papel a maravilla y el auditorio, impresionado por el espectáculo, guardaba el más religioso silencio. Los chillidos, gritería y murmullos de la primera parte, se habían tornado gravedad y seriedad en la segunda: Sólo cuando la pieza hubo terminado, se repitieron los aplausos y el bullicio. En este intermedio se distribuyó la merienda a los niños y a los invitados.
Fue un intermedio de violencias morales. Las profesoras, obligadas a hacer los honores a los visitantes, veíase cuán violento les era representar su papel. Las conversaciones, sobre todo en las mesas ocupadas por los delegados, eran monosílabas. A las preguntas que se les hacían, contestaban sí o no las profesoras. Empleaban pocas palabras. Únicamente la directora y dos o tres más que eran comunistas, que pertenecían al Partido, fueron algo más expansivas.
La tercera parte de la fiesta estaba dedicada a ejercicios gimnásticos y rítmicos. Nos extrañó que los ejercicios gimnásticos, incluso los que hacían las niñas, tuvieran carácter militar. No supimos verles la eficacia y sí los inconvenientes. Más que a desarrollar las fuerzas físicas del niño o establecer armonía entre todas las partes del cuerpo, llegarían a deformarlo por exceso de rigidez y violencia en los ejercicios.
En un intermedio de esta parte del festival, hablaron a los niños algunos delegados.
El primero lo hizo en ruso. Después habló en francés la compañera de Rosmer. Era de ver el asombro de los niños ante aquel lenguaje que no entendían. Traducidas al ruso las palabras que pronunciara la compañera de Rosmer, los niños aplaudían y la enviaban besos y sonrisas.
El tercero fue el delegado de los comunistas austriacos. Rígido como una estatua; haciendo más fuertes que de ordinario los sonidos guturales del alemán, y con un empaque impropio del lugar y de los circunstantes, espetó a los niños un discurso hablando de Lenin, del Comunismo, del sovietismo, de la dictadura del proletariado y otra serie de cosas por el estilo que daban grima o ganas de reír.
Los niños también permanecieron serios y callados, esperando la traducción. Cuando les tradujeron el discurso al ruso, quedaron aún más serios que cuando lo escuchaban en alemán. Como es natural, no entendieron una palabra; no sabían de qué se les hablaba.
Dio fin aquella agradable fiesta con canciones populares, que los niños todos repetían a plena voz, dando un conjunto de solemnidad y armonía enternecedoras. Partimos. Los autos que nos esperaban, nos condujeron al hotel. Habíamos pasado la tarde lejos del atareado discutir de cada día. La inocencia y el candor de los rostros que habíamos contemplado, aligeraba un poco nuestro ánimo del monótono batallar en las sesiones del Congreso.
Al grito estridente de “sí la dictadura del proletariado”, lo sustituía la sonoridad de los cantos infantiles
[1] En todo este capítulo, pero particularmente en este párrafo se puede percibir el sometimiento de la ideología anarco-sindicalista al proyecto progresista de los bolcheviques y en general de la socialdemocracia internacional. Esta admiración ideológica por el progreso burgués y la educación popular, fue decisiva no solo para el sometimiento de la ideología anarquista al bolchevismo en Rusia, sino que explica mucho del papel de la CNT, unos años después, en España, sirviendo de enganche popular al papel del leninismo/estalinista, en los años 30. Efectivamente fue esa ideología pestañista de la CNT la que la lleva a jugar el papel de reclutadores de izquierda del frente populismo y la contrarrevolución republicana.
[2] No entendemos mucho este discurso de Pestaña, solo podemos imaginar que el “anarquismo” sindicalista de Pestaña, estaba todavía más impregnado de la moral burguesa y reaccionaria que el supuesto socialismo de los bolcheviques