El madurismo como relanzamiento de la dependencia rentista-extractivista
Por: Jesús Puerta |
Viernes, 21/09/2018
Aporrea
Los convenios con China que cambian significativamente la composición accionaria de PDVSA comprometiendo la producción petrolera y profundizando el plan de entrega de la riqueza minera del país, la desenvuelta ruptura con la moralidad guevarista gracias a los banquetes celebrados por la feligresía, la ruina histórica de la oposición de derecha en su desesperación intervencionista, la continuación de los indicadores de una crisis que no cede, la línea oficial de ir desconociendo instituciones y logros históricas de la clase trabajadora, son, entre otros, signos de la nueva época que tendremos que llamar de algún modo. Usemos el nombre del que aparece a la cabeza: “madurismo”.
Es un auténtico problema para cualquier historiador fijar los criterios para la periodización de una historia, como esta contemporánea venezolana, así como establecer los hitos de su desarrollo. Dificultan resolver esas tareas, los elementos de continuidad que oscurecen los cambios cualitativos. El historiador puede vacilar entre varias opciones para poder explicar adecuadamente esas transiciones sutiles que, de pronto, surgen a la superficie desde su oculta eficiencia, como si fueran novedades. Lo peor es que se procure enmascarar como parte de lo mismo, cuando ya es otra cosa completamente diferente. El “madurismo” insiste en nombrarse “chavismo”. Tal vez, siguiendo el ejemplo de los enemigos de Mao con el nombre del “gran Timonel”: aplicar una política completamente distinta, pero en Su Venerado Nombre.
En todo caso, agosto con el llamado “plan de recuperación económica”, es un buen hito para comprender esto. El gobierno intenta aplicar medidas tardías y contradictorias, disimulando el reconocimiento de crasos errores en materia fiscal y monetaria, pero sobre todo buscando desesperadamente capitales mediante un oportunismo geopolítico en el cual se vende al mejor postor al país. Por supuesto, la transformación de un proyecto nacionalista, antiimperialista, democrático-participativo, en otra cosa, vino preparado por la suspensión indefinida de la institucionalidad constitucional desde el año pasado, y la imposición de un poder de facto, que ya ha dado pasos legales para imponer las nuevas formas de dominación, a pesar de las alarmas de algunas voces críticas que han señalado el peligro de las Zonas Económicas Especiales, las normas de protección de la inversión extranjera (la Ley “Terminator” de Luís Britto), etc., pero no han tenido la suficiente determinación como para distinguirse de lo que ya ha tomado cuerpo.
Hace poco, Claudio Katz, conocido investigador social, comentaba en un artículo que la dependencia imperialista, el sistema impuesto por el imperialismo en su periferia y que todavía signa el sistema-mundo capitalista, el mismo aunque con nuevos protagonistas como China Y Rusia, tiene como principales rasgos, entre otros, la primarización y el extractivismo, la orientación de las economías dominadas hacia la casi exclusiva exportación de materias primas, la colocación de obstáculos a la industrialización auténtica. En esta nueva época, hay conflictos de todo tipo entre las grandes potencias, los centros del poder imperialista. Hasta ahora los conflictos militares abiertos se limitan a los “puntos calientes” de una nueva guerra fría, en geografías retiradas de los grandes centros que pugnan por ventajas estratégicas en el océano pacífico y Medio Oriente. Las peleas principales, por ahora, son por beneficiarse del “libre mercado” de capitales, mercancías y fuerza de trabajo. “Sanciones” van y vienen, así como tensiones políticas que se aflojan coyunturalmente con acuerdos inestables. El motivo estructural sigue siendo, como en tiempos de Lenin, la lucha por apoderarse de las materias primas, de los territorios, los mercados de mercancías y de capitales, incluso la fuerza de trabajo barata para la superexplotación de los asalariados.
No es un secreto que Venezuela es objeto de pugna entre los superpoderes. Entramos en el juego en calidad de peón o de botín. La tozudez y la improvisación frustraron las posibilidades de avanzar en el camino de la independencia, de la superación del rentismo, repitiendo los errores del despilfarro, las políticas económicas equivocadas y la complicidad con la corrupción que dio, como resultado, el surgimiento de nuevas fracciones burguesas, nunca vinculadas a proyectos productivos progresistas. Una espiral de conflictividad política en la que ninguna de las facciones apreció el valor de la institucionalidad democrática y se jugó irresponsablemente a la guerra civil, culminó en la derrota de una derecha desnacionalizada y entreguista; pero también en la destrucción de la legitimidad democrática. De nuevo, el pueblo pagó los platos rotos de ambas intolerancias.
Pero ya estamos llegando al llegadero. El nuevo proyecto colonial, dependiente, va cogiendo forma. Se entrega un país exhausto a los apetitos desembozados del capital transnacional, el mismo capital, aunque ahora hable mandarín. Se trata del relanzamiento del rentismo con los mismos componentes populistas, mesiánicos y autoritarios de siempre, que vienen desde Gómez y de las peores deformidades del supuesto “socialismo” del siglo XX.
La lucha va para largo. Ya se sienten algunas respuestas desde los trabajadores del campo y de la ciudad. En ellos y en sus tradiciones de lucha democráticas tenemos las últimas esperanzas.