Geografía emancipadora versus geopolítica
La agonía de la noche
En memoria de Chico Mendes, Francisco Alves Mendes Filho, recolector de caucho, sindicalista y activista ambiental brasileño. Luchador contra la extracción de madera y la expansión de los pastizales sobre el Amazonas. Sindicalista de recolectores de caucho y conductores de camiones. Miembro del Consejo Nacional de los Recolectores de Caucho. Partícipe de la propuesta de Reservas Extractivas para los recolectores. Primer presidente de la Central Única dos Trabalhadores – ACRE. Chico Mendes fue asesinado el 22 de diciembre de 1988.
La segunda novela de Los subterráneos de la libertad, La agonía de la noche, comienza con la huelga los estibadores del puerto de Santos. La huelga se desata porque los estibadores se niegan cargar el café regalado por el gobierno de Getúlio Vargas a los falangistas dirigidos por Franco, en plena guerra civil española. Un barco alemán, izada la bandera nazi, espera en el puerto la carga. La huelga, el negarse a cargar el café, es una muestra de solidaridad de la ciudad roja, Santos, a los compañeros comunistas, republicanos, anarquistas, voluntarios del mundo, que luchan contra al fascismo. El gobierno busca desesperadamente imponerse y obligar a los estibadores a cargar el café; lo hace sobre todo con métodos represivos, aunque intenta la coerción, buscando dialogar con los estibadores. Pero nada da resultado, hasta que se envía al ejército. Son los soldados los que finalmente cargan el café destinado a los fascistas españoles. La huelga de los estibadores es derrotada sangrientamente. En una manifestación de entierro de uno de los primeros caídos en el puerto, ante la metralla de los policías, la policía carga con todo, incluyendo a la policía montada que pisotea a los caídos. Es dramática la escena donde Inácia, la morena afro, flor del puerto, esposa de Doroteu, dirigente estibador y miembro del partido comunista, cae por salvar la bandera brasilera que cubría el ataúd del muerto. Cuando cae es pisoteada por los caballos en el vientre, donde se gestaba el hijo. Inácia muere en el hospital ante los ojos atónitos de Doroteu, quien, a pedido de Inácia, le toca una canción alegre, acompañando su partida. A pesar de la derrota, el balance de João es positivo; dice, a pesar de la derrota, hemos abierto un agujero en la Constitución del Estado Novo, que prohíbe huelgas.
La narración de la novela es intensa, de comienzo a fin; en todos los escenarios, comenzando por el primero, desarrollado en el puerto; incluyendo los relativos a la algarabía festiva de la burguesía, en el salón de fiestas del hotel, donde se realiza una fiesta en honor del ministro de justicia. Es intenso en otros escenarios dramáticos; por ejemplo, la dura experiencia de Manuela, la bailarina, empujada por Paulo, el amante de alcurnia, y Shopel, el poeta descarnado, al escenario brillante del cabaret, cuando ella ama el ballet. Convertida en amante de Paulo, quien termina repitiendo la historia de su padre, Artur, casándose no con Manuela, sino con una sobria de la Comendadora la Torre, por la dote que deja la tía a la sobrina, Rosinha. La segunda novela de Los subterráneos de la libertad concluye con el aprendizaje de Manuela, aprendizaje de la lógicas perversas de la sociedad, aprendizaje de los montajes artificiales de la simulación simbólica dominante, aprendizaje de dónde se encuentra la verdadera amistad, el amor y la entrega, además del arte del ballet.
El relato de la huelga es sobrecogedor. La descripción es minuciosa, acompañada por reflexiones políticas, presentando distintos ángulos de los dramáticos hechos. En el contexto internacional se desataba una guerra en Europa, en la península ibérica, entre la República y el totalitarismo fascista, entre el proletariado y parte de la burguesía, que había decidido refugiarse en la violencia de los fusiles y en la forma política de la violencia descarnada. Esa guerra se da en Brasil, en un contexto nacional diferente, en una formación social atravesada por relaciones coloniales heredadas; se enfrentaba también el proletariado de las periferias del sistema-mundo capitalista contra un Estado corporativo, entrabado en la lucha de clases singular del país; Estado usado por la oligarquía para reprimir al fantasma del comunismo; Estado usado por la burguesía industrial que busca desarrollo económico; Estado usado por parte de las clases medias, que buscan movilidad social; Estado usado por parte del pueblo demandante, que busca una esperanza en la imagen carismática del caudillo. La represión a la huelga del puerto es sangrienta. Este es el comienzo del Estado Novo.
Santos ocupada por el Ejército. Como una ciudad de un país en guerra, conquistada por fuerzas enemigas. Bayonetas reluciendo al sol, ametralladoras en posición ante los tinglados del puerto, a la entrada de los barrios proletarios. Las escuelas transformadas en cuarteles, y en ellas, no ya la risa alegre de los niños, sino órdenes de los oficiales, gritos. Santos ocupada por las tropas del Ejército. Santos bajo la pesada bota de los soldados.
En el mundo se hablaba de guerra, en España, hogueras encendidas. Los japoneses saqueando China; cadáveres pudriéndose en el Chaco. Por el mundo se arrastraba la guerra. ¿Pero esos soldados, fusiles, ametralladoras, esos clarines, cornetas, tambores retumbantes, esas órdenes del día repetidas, contra qué otros soldados se levantaban? ¿Qué terribles enemigos, qué Ejército, qué tropas invasoras, qué crueles adversarios viene a combatir el ejército brasileño, qué ávidos extranjeros amenazan a la patria que esos soldados han jurado defender? ¿Dónde se esconden esos enemigos extranjeros? ¿Dónde están sus tanques, sus cañones, sus batallones y regimientos? ¿Contra quién se alzan las armas brasileñas, por qué está la ciudad de Santos ocupada, convertida en plaza de guerra, gimiendo bajo la bota de los soldados?
Para el coronel-comandante de la ciudad, nombrado por el gobierno federal, aquellos hombres contra quienes conduce a sus valientes soldados brasileños son los peores enemigos.
No, no son los alemanes de Hitler, hablando de transformar al Sur del Brasil en una colonia septentrional del III Reich. Contra ésos nada tiene el coronel, dirigente de la Acción Integralista, con ellos sueña marchar en guerra contra Rusia, a ganar sus estrellas de general. No, no son los ricos yanquis masticando chicle y las riquezas minerales de la patria. Contra ésos nada tiene el coronel, americanos somos todos, y este país es grande y rico, sobra espacio y riqueza para todos, para alemanes y para norteamericanos.
No, no son los rubios ingleses, cuyo navío de guerra ha anclado amenazador en el puerto para mejor guardar el capital que les queda en los ferrocarriles, en aquellos tinglados ocupados de los muelles de Santos. Contra ellos nada tiene el coronel, durante mucho tiempo este país fue casi de ellos, vamos a dejarlos con sus restos de riqueza, blancos son ellos también, de nuestra misma familia de arios.
No, no es contra ese navío de guerra, de bandera inglesa e intenciones de desembarco, contra quien el integralista piensa lanzar a sus soldados brasileños. Aún ayer cenó en el barco, hizo chasquear la lengua satisfecha en homenaje al sabor escocés de aquel güisqui delicioso. Cambió unos brindis con los oficiales británicos, bebiendo por la derrota de sus comunes e implacables enemigos. ¿Contra quién, pues, dirige el coronel sus armas brasileñas, contra quién manda a sus soldados?
En las casas pobres de aquellos barrios sucios, sin comida para los hijos, sin dinero para pagar los alquileres, los cinturones apretando las barrigas flacas, ellos son los temidos enemigos contra quienes establece el coronel sus planes campaña. No visten uniformes, ni calzan botas, ni gorra militar, no tienen pistolas, ni fusiles, ni ametralladoras, no tienen armas los temibles enemigos.
No tienen armas, a no ser una llama interior que crece en sus pechos: la solidaridad que entre sí se deben los trabajadores. Contra estibadores en huelga, descargadores, ensacadores, contra los trabajadores de las fábricas solidarios con ellos, contra los marineros de los remolcadores, contra la hambrienta población obrera traza el táctico coronel sus planes de campaña, dicta el estratégico coronel sus órdenes de mando.
Se llama proletariado el enemigo peligroso, la huelga fue su temeraria acción de guerra; el crimen que hay que castigar con las armas de los soldados fue el no haber cargado un barco con café robado al pueblo para ofrecerlo a un asesino de poetas y de obreros. Su crimen fue amar a otros pobres como ellos, fue amar a su patria oprimida, no querer mezclar su nombre con los crímenes falangistas al otro lado del mar.
Por eso están las cárceles abarrotadas, por eso fueron torturados y corrió sangre abundante por las calles. Por eso dispararon contra ellos los desalmados inspectores de la policía secreta, los técnicos de la lucha contra el comunismo, contra las huelgas, contra los movimientos proletarios. Encerraron entonces a decenas de huelguistas en los calabozos, amontonados como fardos en la bodega de un navío, los cuerpos deshechos a porrazos; y aquellos enemigos temibles no se rindieron.
Mandaron después a la policía militar, a las patrullas a caballo, como refuerzo para la policía. Barrieron a balazos los muelles, y allí cayó Bartolomeu. Lanzaron a los caballos contra su entierro, lo disolvieron aplastando con sus cascos a los obreros, muchos más cayeron junto a su ataúd. En las batallas de esa guerra extraña, sólo uno disparaba, tenía pistolas, ametralladoras, soldados a caballo. Los otros tenían una llama interior que les crecía en el pecho. Una negra cayó bajo los caballos, era la flor del puerto de Santos, la perfecta negra Inácia, y primero asesinaron al hijo que llevaba en el vientre. La sangre corrió por las alcantarillas, centenares y centenares llenaron de nuevo las cárceles, sobre ellos vibraron nuevos latigazos, nuevas porras de goma pesadas como plomo. Tenían sólo la llama de una idea, un solidario fuego, y no se rindieron esos temibles enemigos.
Vino entonces el Ejército, el coronel con sus soldados. Sus objetivos eran claros y precisos: cargar el café en el barco nazi, ayudar al general Francisco Franco, que combatía en España al mismo enemigo alzado en Santos. El coronel integralista obligó a sus soldados a cargar el barco. Cargado el barco, quedaba sólo acabar con la huelga. Bastaba colocar tras cada huelguista irreductible a un soldado con bayoneta calada y, con este argumento respetable, hacerle marchar hasta el muelle a trabajar. Mantener los ojos vigilantes y la mano alerta en el gatillo de la ametralladora para impedir cualquier protesta tras haberles forzado a trabajar. Un soldado con fusil tras cada obrero…
Y terminada la huelga, el coronel volvería a Rio a recibir las felicitaciones, quizá el ascenso. Lo que no habían conseguido el hambre, el látigo, las patas de los caballos, lo había conseguido el coronel integralista. No tenía más que dar unas órdenes, claras y precisas órdenes militares.
Así lo explicó el coronel integralista indicando al joven capitán la relación completa de los domicilios de los huelguistas, trabajo de la policía:
—Los soldados los traerán de sus casas, otros vendrán directamente de las cárceles a los muelles; vendrán todos, menos los jefes y los extranjeros. A esos malditos les llevaremos a la isla Fernando de Noronha. Manos a la obra: ponga a un soldado armado detrás de cada uno de esos canallas.
El capitán no era integralista, era sólo un capitán del Ejército, jamás se había interesado por la política. Tenía el orgullo de sus estrellas y deseaba honrar su uniforme. No le gustaba ver en el puerto aquel barco inglés, sus cañones apuntando a la ciudad, le parecía una afrenta a su patria. No le gustaban tampoco esas órdenes que recibía de arrancar de sus casas a los obreros, de llevarlos al trabajo a la fuerza. Hubo un tiempo, allá durante el Imperio, en que empleaban al Ejército para cazar esclavos.
Los oficiales dijeron: «No somos jefes de bandas defacinerosos». Y se negaron a enviar a sus hombres a cazar a los negros huidos de los señores de los ingenios. ¿No pasaba ahora lo mismo? ¿Para eso había ido a la Academia Militar y había estudiado táctica y estrategia, había hecho solemne juramento a la bandera? Había soñado siempre con el fuego de los combates, con el olor a pólvora, con la gloria sangrienta de las batallas. Y ahora se sentía defraudado; iba a verse convertido en un facineroso a la caza de obreros desarmados. En su honrado rostro se reflejó la repugnancia ante aquellas órdenes que le daba el coronel integralista con solemne voz de mando.
—¿Qué piensa, capitán?
—No es ésta la guerra con la que tanto he soñado. No son soldados enemigos.
—No hay enemigo peor que esos malditos comunistas. Enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia. Enemigos del orden establecido, gente que obedece órdenes del extranjero. Es un honor combatir contra ellos, capitán. Esto es una verdadera guerra.
Se calló el coronel, feliz por su discurso. Se calló el capitán, nada convencido. En el silencio hostil buscó el coronel nuevos argumentos decisivos.
Encontró uno, irrebatible:
—Y aquí soy yo quien manda, y su deber es obedecer. Usted es militar y sabe qué es una orden. Le he dado una orden y usted no tiene por qué discutirla.
El capitán se puso firmes. «Un militar tiene que obedecer», pensó.
—Puede irse, capitán.
Eso ocurrió en Santos, ocupada por los soldados como una ciudad enemiga conquistada, al finalizar la huelga de los estibadores. Contra ella se alzaron fusiles, ametralladoras, contra ella se declaró la guerra.
Era una guerra, sí, guerra de clases; era una ciudad enemiga, sí, enemiga de la constitución fascista, del Estado Novo, de las banderas nazis en los barcos, de los regalos de café a Franco. Ocupada por soldados, conquistada, pero no apagada la llama interior que la sustentaba. Así era Santos en aquellos días, aurora de la libertad empedernida, bandera desplegada al viento, roja ciudad comunista.
Desde el enfoque del análisis estructuralista, se podría armar una estructura interpretativa a partir de oposiciones. El evento de la huelga, su principio, mediación y fin, se opone al golpe fascista de los integralitas, que tratan de tomar el palacio; pero, Getúlio Vargas resiste, es apoyado por el ejército. Los fascistas golpistas, aliados a los liberales descontentos, son derrotados. Una manifestación obrera y popular sale a las calles contra el golpe fascista, no en apoyo del gobierno de Getúlio Vargas, sino contra la conspiración de los integralistas, exigiendo, además, la apertura democrática. ¿El golpe fascista empuja a Getúlio Vargas más a posiciones populistas?
Retomando otros escenarios narrativos de la novela, se puede decir que la fiesta de la burguesía en el hotel de la ciudad donde se reprimía a los huelguistas; algarabía cínica, pretendida burlona del movimiento de los estibadores; se opone a la inmensa soledad, tristeza y depresión en la que se encuentra Manuela, al ser obligada a abortar, tanto por Paulo, el amante cínico, y por su hermano, a quien admiraba, que también le aconsejó abortar, evitando así perjudicarse en sus negocios. La fiesta se opone a la soledad.
Si bien hemos descartado hacer estos análisis literarios, esta vez desde el enfoque estructuralista – dijimos que dividir el texto, fragmentarlo, para después armarlo, como en un rompecabezas, es como dejar hecha hilachas la novela, convertida en objeto de estudio, para volverla armar en una hermenéutica analítica, esta vez estructural -, vamos a mostrar un ejemplo de una interpretación efectuada a partir de polarizaciones, para contrastarla con la interpretación perceptual, que busca el sentido inmanente. Esto se hace no para desvalorizar la interpretación, que nombramos provisionalmente, estructuralista, pues estos análisis, como dijimos no dejan de arrojar orientaciones en la lectura, sino para retomar este cuadro de clasificaciones, en un abordaje desde la perspectiva móvil de la percepción.
Así como se ha definido una armadura cultural[107], desde el análisis estructuralista, así también, podemos, hipotéticamente, suponer una armadura pasional. Una armadura pasional que interpreta el cosmos social desde la estructura de los sentimientos. Una sociedad podría ser leída, no sólo a partir de sus signos, sino a partir del cuadro de sus pasiones. Retomando el bosquejo de cuadro clasificatorio estructuralista, podemos contrastar pasiones; por ejemplo, las pasiones emancipatorias contrastan con las pasiones de dominación; así como las pasiones festivas se oponen a las pasiones depresivas. La armadura pasional interpreta el cosmos social a partir del cuadro de sus pasiones. Esta armadura pasional explicaría al cosmos social por la contradicción entre emancipación y dominación, por la contradicción entre festividad y soledad. La lucha entre emancipación y dominación desencadena dramas desgarradores, que anuncian la luz en el túnel[108]; la pugna entre festejo, bullicio, y soledad, silencio, desencadena el triste despojamiento de la inocencia; anuncia el aprendizaje de la despojada y humillada de la cruda “realidad”; pero, también el aprendizaje de la amistad, la solidaridad y de la “ideología” de la emancipación.
Desde la perspectiva de este enfoque, que hemos llamado, provisionalmente, estructuralista, la novela sería una armadura pasional que interpreta el cosmos social a partir del contraste y polarización pasional. Claude Lévi-Strauss nos muestra en Mitológicas que la armadura cultural, compuesta por mitos, interpreta el cosmos y el bosque a partir del contraste entre fuerzas inmanentes. La narrativa mitológica supone que los desenlaces dados en la tierra, donde vive la gente, responden a los desenlaces dados en el cosmos. Hay como una antelación de una primera trama primordial, que se repite en la tierra, que la sufren los humanos. Si se quiere estamos ante una guerra cósmica, que se repite en la tierra, en las formas narradas por los mitos. Algo parecido a lo que interpretaban las sociedades antiguas en sus mitos; suponen que estamos ante una guerra entre dioses; los humanos sufren esta guerra de la manera que narran las leyendas.
Esta interpretación estructuralista habría convertido al novelista en un intérprete de la armadura pasional del cosmos social, narrador que, de alguna manera, conjetura una guerra titánica entre figuras históricas, entre emancipación y dominación, y figuras psicosociales como la algarabía y el despojamiento, entre el festejo y la soledad. Lo que ocurriría en la tierra, entonces, es como una dialéctica social que responde a la dialéctica de la filosofía de la historia. Esta podría ser una orientación, una hipótesis de partida, para adentrarnos a la composición de una interpretación perceptual de la novela.
La interpretación desde la fenomenología de la percepción se sitúa en la intuición subversiva, en este caso del proletariado brasilero, que logra comprender el mundo, como constituido por las percepciones multitudinarias sociales, por las acciones desencadenadas; en la interpretación comunista, por la lucha de clases. La voluntad social constituye el mundo, transformándolo, a la vez de heredarlo. La voluntad del proletariado, es decir, las composiciones de plurales voluntades proletarias, de las multitudinarias dinámicas moleculares sociales, se convierte en una intervención o constelación de intervenciones que constituyen el mundo, lo transforman, a la vez de comprenderlo. Lo que hay del otro lado, por así decirlo, por parte de la burguesía, que es una composición social diferencial y singular, como dijimos, se da como una renuncia a la intuición social; se sustituye la percepción por la razón instrumental. Razón que busca conocer el mundo de acuerdo a sus condiciones y determinaciones; razón abstracta, en este caso operativa, que busca, con este conocimiento, con la ciencia y la tecnología, dominar los cuerpos, dominar la naturaleza. Si bien no toda la burguesía piensa de esta manera, no toda concibe el mundo racionalmente, pues estamos ante una burguesía heredera de prejuicios coloniales, prejuicios que se representan el mundo como pertenencia de los conquistadores, de todas maneras, es como el horizonte modernista de la burguesía, aunque este horizonte no sea alcanzado.
¿Qué podemos decir del getulismo, del populismo brasilero, de entonces? No es intuición subversiva, tampoco es, del todo racionalidad instrumental, aunque exprese claramente el “pragmatismo” político. La hipótesis interpretativa es la siguiente: La comprensión del mundo del populismo se conforma entre la intuición social y la racionalidad instrumental; deja de ser intuición social, no llega a ser racionalidad instrumental; sin embargo, el “pragmatismo” populista no deja de comprender desde las sensaciones, desde una lectura de las demandas sociales, aunque haya dejado la intuición social; por lo tanto, aunque se haya alejado de la comprensión integral de la totalidad. También el “pragmatismo” populista no deja de adivinar la significación de los conceptos de la racionalidad instrumental; por eso se pretende progresista, apuesta al desarrollo económico, a la revolución industrial.
En este contexto espacio-temporal, ante las múltiples historias de rebeliones, de los pueblos, del proletariado, de lo nacional-popular, de los afrodescendientes, de los pueblos indígenas, por lo tanto, ante la crisis del Estado-nación, la dictadura militar, la impuesta por el golpe de Estado de 1964, recoge el proyecto de la burguesía industrial de desarrollo económico y revolución industrial. Llevando al extremo una solución política conservadora, salvando a los terratenientes, a las familias heredadas del Imperio, a las oligarquías locales, y, al mismo tiempo, impulsando una revolución industrial autoritaria, por la vía del Estado, impulsando el desarrollo económico por las vías oligárquicas. La geopolítica regional que elabora la Escuela Superior de Guerra es la expresión clara de esta vía escogida y pugnada.
Otra hipótesis: La dictadura militar busca trasladar la guerra interna, la lucha de clases, hacia, si no es guerra externa, por lo menos es una expansión regional. La geopolítica regional se propone la dominación del espacio regional, persiguiendo, desesperadamente, trasladar las contradicciones internas a los escenarios de las contradicciones externas, geopolíticas.
Se puede decir que, desde la implantación violenta de la dictadura militar (1964) hasta el inicio del periodo democrático (1985), hay como dos décadas de aplicación de la geopolítica regional, dos décadas de suspensión de la democracia, que son aprovechadas para realizar la revolución industrial autoritaria y el desarrollo económico oligárquico como nunca antes se lo había hecho, sobre todo en los periodos de gestión de Getúlio Vargas. No se puede decir que esta geopolítica se logre realizar regionalmente, aunque lo haya hecho parcialmente, al incorporar a la geografía política del Paraguay a la esfera de la irradiación geopolítica del Estado-nación del Brasil, aunque se haya intervenido en golpes, en planes cómplices con otros regímenes militares de Sud América, aunque haya habido apropiación de porciones territoriales. Lo que no quiere decir que la influencia del Estado del Brasil no haya crecido; todo lo contrario, la influencia económica y política ha crecido; empero, esto no significa, no corrobora, que la geopolítica regional, lo que Mauro Marini llama subimperialismo, se haya efectuado, en el sentido de su realización, aunque lo haya hecho parcialmente.
Lo sugerente en la historia reciente, es que los gobiernos del PT, que emergen de las largas luchas sociales, que se consolidan en el poder mediante el ejercicio de la formalidad democrática, están en mucho mejores condiciones de realizar la geopolítica regional, aunque ya no se la conciba como subimperialismo. Todos los gobiernos progresistas de Sud América, han heredado, por así decirlo, de los gobiernos populistas del medio día del siglo XX, el racionalismo “pragmático”; igual que aquellos gobiernos postulan la revolución industrial y el desarrollo económico, como condiciones necesarias para satisfacer la demanda social. Entonces hay como un acuerdo sobre la integración económica; lo de la integración política forma parte de su discurso; pero, no del ejercicio práctico de sus políticas, salvo las simulaciones diplomáticas. El motor dinámico, operativo, de esta integración, que llamamos conservadora, también integración burguesa, opuesta a la integración emancipadora de los pueblos, es el Estado-nación del Brasil, su enorme economía, calificada por eso como potencia emergente.
Una tercera hipótesis de interpretación es conveniente:
Los neopopulismos contemporáneos, quizás, mejor dicho, de manera más directa, los gobiernos progresistas, no se circunscriben a los dos cuerpos del rey, a la pugna de los significados en el cuerpo significante del caudillo[109]. Cuando se traslada esta concurrencia de significados políticos a la geografía, convirtiéndola en el cuerpo-mapa donde se pugnan los significados geopolíticos, ya no estamos sólo en el nivel del símbolo del caudillo, sino en otro nivel, más complejo, más extenso, incluso más abstracto. Se pude decir que los gobiernos progresistas se han convertido en estructuras-caudillo, sistemas-caudillo. No es ya sólo el cuerpo del caudillo el que se disputa simbólicamente, tampoco solo es el mapa el que se disputa geopolíticamente, es una estructura, es un sistema, que llamaremos provisionalmente, socio-político. Programas, planificaciones, formación discursiva, partido masivo, casi nuevamente partido-Estado, proyecto político, se convierten en los dispositivos de disputa de las significaciones políticas. Las clases sociales intervienen en esta pugna, desplegando sus interpretaciones diferenciales de símbolos geopolíticos más complejos.
Racionalismo “pragmático”
Dijimos que el racionalismo “pragmático” populista no llega a ser racionalismo instrumental, tampoco ya es intuición social. Sin embargo, conserva una lectura sensible, aunque sea parcial y fragmentada, sin lograr integrar una percepción; es decir, sin lograr intuir la totalidad. Ante esta falencia, suple esta incapacidad de integración perceptual con la conjetura “ideológica” de telos racional; el fin de la historia, el desarrollo, el progreso, la revolución industrial y tecnológica. En sus mejores momentos el populismo se encuentra vinculado afectivamente a parte del pueblo, al pueblo demandante. Del populismo del que hablamos, el latinoamericano, no está inclinado a la teoría; empero si, a la retórica, a los discursos con-vocativos, sociales, nacionalistas, culturales. Los teóricos sobre este populismo suelen ser marxistas. En el caso de una valoración política positiva, el análisis marxistas tiende a ver el fenómeno populista como transición en la experiencia de la politización de las masas. En el caso de una desvalorización política, el análisis marxista no sólo encuentra en el populismo un reformismo peligroso, engañoso y obstaculizador, sino incluso ambigüedades que llevan al fascismo. Hay que tratar de analizar el fenómeno populista, sobre todo el populismo con-vocativo, el populismo que cuenta con apoyo social, no tanto desde los esquemas marxistas, que aunque ayuden a ubicarlo en coordenadas históricas, no dan cuenta de las relaciones afectivas que establece con parte del pueblo, que puede ser mayoritario.
El populismo no se hace problema, no le incumben, con las tareas de las transformaciones estructurales, prefiere usar las estructuras para mejorar las condiciones sociales, para recuperar la soberanía, para lograr los objetivos planteados, que tienen que ver con el desarrollo nacional. Quizás esto sea un nivel y una forma de “pragmatismo”; sin embargo, no es tan fácil afirmarlo, pues el populismo, en su etapa inicial se complica. Quiere hacerlo todo, quiere resolverlo todo, incluso explicarlo todo, a partir de su “ideología” nacionalista. También quiere responder a la demanda social, al mismo tiempo que no está dispuesto a sacrificar a la burguesía, y en algunos casos ni a los terratenientes. Sin embargo hay que distinguir esta etapa inicial del populismo, de las siguientes, cuando no solamente se ve obligado a afrontar tareas administrativas, sino tareas políticas de conservación del poder. Es cuando se hacen visibles otras formas de “pragmatismo” más evidentes. También se pude decir que no es exactamente la misma composición del movimiento populista; los sectores más “pragmáticos” tienden a ganar preponderancia en las decisiones políticas. Para ilustrar, de una manera un tanto esquemática, podemos decir que, si al principio tenían importancia los “ideólogos” del populismo; después, estos, los “ideólogos” nacionalistas, serán desplazados, por decirlo crudamente, por los cínicos. Quienes prefieren los métodos y los procedimientos que consideran más eficaces para conservar el poder. En resumidas cuentas, estos métodos y procedimientos del “pragmatismo” descarnado reducen el mundo al juego de las apariencias, al montaje de los artificios, al engaño impactante. Es cuando el populismo no parce ya diferenciarse de los gobiernos que considera oligárquicos, salvo por su base social amplia, por la confianza que todavía le brindan las mayorías, ilusionándose con el recuerdo de los discursos iniciales.
Es importante detenerse en este “pragmatismo” descarnado, correspondiente a la etapa de la consolidación del poder. No es difícil encontrar ejemplos al respecto, sobre todo en los perfiles de las políticas implementadas en esta fase; monetaristas, de austeridad, en el mejor de los casos, de inversión económica, sobre todo en la industria, acompañada por una relativa inversión social. El “pragmatismo” aparece cuando se indemniza a las empresas nacionalizadas, cuando se convocan nuevamente a los capitales internacionales, a pesar de que vayan acompañadas estas medidas con discursos sociales, nacionalistas y hasta antiimperialistas. Sin embargo, esta vez preferimos usar ejemplos más próximos del perfil de estos otros populistas, que en parte pueden proceder de antiguos estratos políticos de oportunistas, incluso de intelectuales conservadores, que se adecuan a las nuevas condiciones del poder. En la segunda novela de Los subterráneos de la libertad, nos encontramos con la figura de un intelectual conservador, diletante, que maneja información cosmopolita, quien expresa elocuentemente el cinismo ventilado por comediantes que llevan al extremo el “pragmatismo”, hasta convertirlo en oportunismo abierto, justificando esta actitud con una concepción decadente del mundo. Ante la suave interpelación de Manuela en defensa del arte, en contra de la banalidad. El poeta Shopel le responde:
—Eres realmente inocente, Manuela. No sabes nada de estos ambientes, de este condenado medio artístico… Apréndelo ahora, señora de la danza, y no lo olvides jamás: literatura y arte son sinónimos de prostitución. La inteligencia tiene en sí algo de prostituta. ¿Qué es una actriz de teatro? ¿Qué es un escritor? ¿Qué son una cantante, una bailarina? Nadie cree que pueda existir una que sea decente, que no se acueste con el primero que se lo pida. Y con los hombres, lo mismo: de una manera o de otra prostituimos nuestra inteligencia. Las mujeres comprando contratos con su cuerpo, comprando críticas, éxito… Los hombres, ¡ay, Manuela! Con los hombres es aún peor… Si uno es crítico literario tiene que cubrir de alabanzas el libro más infame cuando ha sido escrito por un político o por un millonario… Si es poeta, acaba como yo, metido en negocios, haciendo artículos de publicidad comercial. Si es novelista, trata de buscarse un empleo en una agencia de publicidad y acaba haciendo propaganda de dentífricos. El destino de los artistas es prostituirse de una manera o de otra. De eso no escapa nadie… Tú te estás prostituyendo ya al bailar en un casino.
Cuando Manuela hace notar que eso le parece repugnante, además de considerarlo provisional, una fase en su preparación artista, Shopel le responde:
—No es nada horrible, ¡oh flor de las Manuelas! El arte está por encima de las contingencias mediocres de la vida. Planea como una nube sobre la vida cotidiana. Las pequeñas reglas morales no se han hecho para nosotros… Nuestra tarea es escribir, danzar, cantar, actuar en el escenario, pintar para los pocos que pueden pagar nuestra inteligencia… Somos una especie de criados de lujo, tenemos también algo de payasos. Pero al mismo tiempo tenemos también nuestros privilegios. Podemos prostituirnos si nos da la gana, y nadie presta demasiada atención a eso. Al contrario, hasta se convierte en publicidad, en un factor del éxito. Mientras fui sólo poeta, Manuelinha, comiendo el pan de la miseria, el amargo pan del diablo, sólo un grupito de amigos, como Paulo, leían mis versos.
Hoy, cuando ando metido en grandes negocios, todo el mundo me habla de mis poemas… Y siempre ha sido así… Antiguamente los artistas y escritores dependían de las casas nobles, de los príncipes, de los duques… Hoy se han acabado los aristócratas, y pertenecemos a los banqueros, a los industriales, a los financieros.
Manuela discute, le parece todo esto una prostitución, por lo tanto desaprueba esta concepción. Shopel insiste con sus argumentos:
—Exactamente. Tienes razón… Todos somos una especie de rameras vendiendo nuestra inteligencia…
—Pero ¿por qué eso es así? —Manuela movía la cabeza desorientada—.
¿Por qué hay que venderse? Yo siempre he querido bailar, tengo necesidad de bailar, pero nunca pensé en el dinero que podría ganar con esto. Os lo juro, nunca. En lo que pensé siempre es en bailar para todo el mundo, y me es igual si pueden pagar o no, eso no me importa… Me gusta bailar también cuando estoy sola. Es mi manera de decir lo que siento, lo que me pasa… Cuando bailaba ayer en el casino, tuve que cerrar los ojos para poder continuar… Cerré los ojos y pensé que estaba sola, o que estaba en un tablado, en un inmenso estadio lleno de gente… Sólo así puedo danzar…
A Shopel lo que le decía Manuela le parce de una enorme candidez, de una sencilla inocencia; retoma su perorata y concluye:
—El arte es mentira, hija mía. Esto es un tópico, pero es verdad. Y cuanto más mentira es, más hermosa la obra…
Aunque no se hable aquí de política sino de arte, el relato es ejemplar para mostrar una manera cínica de pensar o por lo menos de exponer sus pensamientos. Sobre todo para mostrar el perfil de una personalidad descarnada, que precisamente juega un papel indecoroso, al ser como el “palo blanco” del banquero, que monta una gran empresa extractiva de manganeso en el Valle del Río Salgado, y ser también un escritor cuya retórica apunta a ensalzar estos emprendimientos. Para Shopel el arte es una mentira, y cuanto más mentira es, más hermosa la obra. Para Shopel prácticamente no hay diferencia entre el ballet y la danza de cabaret; ambas se prostituyen. Le dice a Manuela que el arte está por encima de las contingencias mediocres, encima de las reglas morales, que la tarea de los escritores y artistas es escribir para quienes puede pagar. Le dice: Somos una especie de criados de lujo, tenemos también algo de payasos. El privilegio de los artistas y escritores es que pueden prostituirse cuando les da la gana; además esto es bien visto por y en la publicidad. Le dice también afirmando esta concepción en una noción de pertenencia: y pertenecemos a los banqueros, a los industriales, a los financieros. La tesis de Shopel se resume al siguiente enunciado: literatura y arte son sinónimos de prostitución. La inteligencia tiene en sí algo de prostituta.
Si la concepción cínica sobre el arte es esta que reduce el arte a la imitación, sobre todo al juego de engaño, basado en su efecto de impresión, ¿qué pude decir sobre la política esta concepción “pragmática”? ¿Si el arte es prostitución, que es la política? La política es el mercado mismo de la prostitución. No es de ninguna manera extraño que personajes con este perfil cínico, aunque lo expresen de distintas maneras, con toda la variedad de las formas, desde las más crudas hasta las más sutiles, sean los que se enreden en prácticas corrosivas, en relaciones clientelares, en actividades de corrupción; lo que hemos llamado economía política del chantaje. Para ellos la política tiene esa utilidad, de lo contrario no tiene sentido. Estos personajes están muy lejos de cualquier apego a cualquier aire que se parezca al romanticismo. Mas bien, critican cualquier señal que anuncie esta inclinación sentimental, que les parece ingenua. En la etapa más “pragmática” del populismo, la economía política del chantaje se extiende alarmantemente, casi hasta copar todo el Estado, incluso hasta corroer las relaciones de cohesión de la sociedad. Estos gobiernos, que cuentan con apoyo social, que se hallan legitimados por la confianza crédula de la mayoría del pueblo, no son vencidos por sus contrincantes, sino se derrumban en su propia podredumbre.
Si bien la práctica política institucional no deja de estar atravesada por prácticas de poder paralelas, no institucionales, que la corrupción es inherente al poder, lo notorio es que estas prácticas se incrementan y extienden compulsivamente, como queriendo sustituir la cohesión social por la complicidad masiva. Estos personajes están dispuestos a todo, han suspendido todo escrúpulo, pueden un día hablar, haciendo gala de la forma retórica, con la pose más radical, pueden, al otro día, hablar como los más contumaces reformistas, pueden combinar todo esto con un nacionalismo chauvinsta, pueden, incluso después de haberse declarado “revolucionarios” radicales, reconocerse como católicos apostólicos y romanos. Todo vale; ellos son los que llevan adelante eso de el fin justifica los medios, que se le moteja a Nicolás Maquiavelo, cuando este primordial analista político nunca planteó semejante tesis.
En el siglo XXI han reaparecido los populismo, llamados neopopulismo; han aparecido en formas combinadas. Retoman las imágenes de las tradiciones socialistas; sólo las imágenes, pues están lejos de dedicarse a estudiar las historias de las teorías y los debates socialistas. Algún caudillo puede declararse incluso como “marxista-leninista”, sin necesidad de haber sido formado en estas tradiciones estoicas. Basta el juego de imágenes para heredar el “espíritu”. Otros “marxistas” aplauden esta intrépida incorporación tardía a posiciones que para ellos son caras. Estos “marxistas” también han aprendido que el mejor método para llegar al poder es el “pragmatismo”. En este caso, no son exactamente populistas, pues les falta lo que a los otros, los populistas les sobra, sus relaciones afectivas, paternales con el pueblo. No son queridos por el pueblo, por más esfuerzos que hagan, por más que se declaren consecuentes seguidores del “jefe”, pues el pueblo demandante siempre los mira con sospecha. Estos “marxistas” también terminan formando su clientela, sus relaciones clientelares, que no son tan populares, como en el caso de las clientelas populistas, sino se trata de profesionales de clase media, que siguen creyendo que eso, lo que hace el “marxista”, es parte del procedimiento por etapas del proceso “revolucionario”. Entonces, entre ambos, populistas y “marxistas”, se termina conformando una retórica abigarrada, donde se combinan anhelos populares por el padre perdido y promesas socialistas. Por eso, podemos decir, que el fenómeno contemporáneo del neo-populismo, de los gobiernos progresistas, no corresponde exactamente a las manifestaciones dramáticas del caudillo con-vocativo, sino ya ha adquirido formas más complejas y combinadas, ciertamente sin dejar de expresar la herencia clientelar del “viejo” populismo. Solo que ahora se presenta como programa-caudillo, movimiento-caudillo, estructura-caudillo, sistema-caudillo.
Hay todavía otras formas de esta herencia populista. Una de las más sugerentes es la que llamaremos neo-reformismo, usando nuevamente neologismos. Después de una larga historia organizacional, de articular un partido sindical, acompañado por las tradiciones interpeladores y críticas de un campo intelectual marxista, cuando el partido no solo se transforma en un partido de masas, sino en un partido-sociedad, siendo incluso una sociedad dentro de la sociedad, representada en el Estado-nación, cuando llega a ocupar los espacios de la fabulosa maquinaria del Estado, a pesar de haberse constituido en su distanciamiento a las formas seductoras del populismo, optando, más bien, por la formación, termina construyendo una forma de hacer política, desde el gobierno, que tiene analogías sobresalientes con las formas edulcorantes populistas.
Todas las formas del populismo latinoamericano, basado en relaciones clientelares, son formas de dominación. Las formas combinadas del populismo, por ejemplo con discursos retóricos “marxistas” no dejan de ser formas de dominación. La forma de gobierno de un partido-sindicato, de un partido-sociedad, de un partido-Estado, si bien responde a una forma organizacional y formativa, en sus distintas tonalidades, no deja de ser forma de dominación, pues termina por optar por la retórica política y la seducción populista, en vez de realizar transformaciones estructurales e institucionales, desmantelando las dominaciones múltiples que atraviesan los cuerpos sociales.
Acontecimiento y narración
Luz en el túnel
En memoria de Luíz Carlos Prestes, el Cavaleiro da Esperança, tenentista, líder de la Columna Prestes, después miembro del Partido Comunista Brasileño, posteriormente Secretario General del partido. La Columna Prestes nace del intento de revuelta general contra la República Velha. Acabada la larga marcha, combatiendo a lo largo del recorrido, batallas que nunca perdieron, disminuidos y agotados, un destacamento al mando del jefe tenentista Siqueira Campos se refugió en Paraguay, mientras los restantes hombres dirigidos por Prestes se exiliaron en Bolivia.
Luíz Carlos Prestes encabezó el movimiento revolucionario de la Alianza Nacional liberadora, después del fracaso del movimiento fue encarcelado. En marzo de 1936, Prestes es detenido, se le despoja de la graduación militar de capitán y es condenado a una pena de prisión de 9 años de cárcel. Su pareja, embarazada de seis meses, es deportada a Alemania por las autoridades brasileñas y morirá en la cámara de gas del campo de exterminio de Bernburg, durante la Segunda Guerra Mundial. Su hija Anita nació en una prisión alemana, pero fue rescatada tras una intensa campaña internacional dirigida por la madre y la hermana de Prestes. Con el fin del Estado Novo y el derrocamiento de Vargas en 1945, Prestes fue amnistiado y elegido senador. Prestes asumió la secretaría general del PCB ese mismo año, pero el registro legal del Partido fue cancelado en 1946; Prestes fue perseguido, obligado a volver a la clandestinidad.
En 1951 conoció a su segunda esposa, María Prestes, con quien tuvo ocho hijos y convivió durante 40 años, hasta la muerte de Luíz Carlos en 1990. En 1958 Prestes fue condenado a prisión, pero tal orden fue revocada por orden judicial debido a su posición de senador. Después del golpe de Estado de 1964, derrocado João Goulart, Prestes fue condenado a arresto domiciliario durante toda una década. En 1970 se exilió de nuevo en la URSS; retornará a Brasil tras la amnistía de 1979. Durante la década de los sesenta se generaron corrientes marxistas encontradas; Prestes tuvo conflictos con la fracción maoísta del PCB, la que proponía una “inmediata lucha armada”, en franca oposición a las tesis de Prestes. Los maoístas consideraban a Prestes “fiel seguidor de la ortodoxia soviética”. La otra militancia del PCB tampoco estuvo de acuerdo con sus posiciones políticas, considerándolas anacrónicas, rígidas, poco adecuadas a los desafíos del momento. Esta militancia del partido optó por las tesis del eurocomunismo.
Al margen de la dirección, en polémica con el Comité Central del PCB, Prestes expuso sus argumentos en una “Carta a los Comunistas”. En la correspondencia propuso una ruta política de mayor beligerancia con la dictadura militar; también propuso una reconstrucción del movimiento comunista brasileño. Arrastrando con él a una parte de la militancia, se alejó del PCB en 1982. Se incorporó activamente por la lucha social y política en distintos tópicos de atención, como el movimiento contra el pago de la deuda externa. Apoyó la candidatura de Leonel Brizola a la presidencia en 1989. Al año siguiente, con 92 años de edad, Luís Carlos Prestes muere en su casa de Río de Janeiro.
Historia y narración
Partamos de lo siguiente: De la misma manera que no hay un ápice de sentido en las palabras, en la lengua, entendida como sistema de signos, el sentido se realiza en el uso que hace la gente del lenguaje, así mismo no hay una trama viva en una narración, la trama vive, se activa, si se reconfigura en la lectura. La emergencia del sentido acontece en la relación de la gente con el lenguaje; la emergencia de la trama acontece en la relación del/la lectora con la narrativa. La experiencia del autor implicado, convertida en memoria, que, a su vez, adquiere una forma en su actualización escrita, entra en relación con la experiencia del lector implicado, convertida en memoria, que, a su vez, adquiere realización interpretativa en la forma refigurada por el/la lectora[110].
La trama viva acontece en esa relación de experiencias, de memorias, de formas narrativas y formas de interpretación, en la que se encuentran entrabados el autor implicado y el lector implicado. La aparición y reaparición de la novela, el acontecimiento novela, da lugar a, por lo menos, dos procesos de apropiación, entre muchas otras; la apropiación del/la lectora implicada de la trama de la narrativa, la activación en el lector implicado no solo de su memoria, en el sentido orientado por la narrativa, sino la interpretación de la memoria descubierta del autor implicado. Paul Ricoeur dice que si se está de acuerdo con que el valor cognitivo de la obra consiste en su poder de prefigurar una experiencia futura, hay que prohibirse fijar la relación dialógica en una verdad intemporal. Este carácter abierto de la historia de los efectos lleva a decir que toda obra no sólo es una respuesta a una pregunta anterior, sino, a su vez, una fuente de preguntas nuevas[111].
El horizonte de la novela es el Mundo, el Mundo que experimentó, Mundo que constituyó al narrador, también Mundo constituido por el narrador, participando en la constitución del MUNDO por todos los humanos involucrados. Ahora bien, el mundo de la novela es un mundo dentro de ese Mundo. Se concibió el mundo de la novela como mundo de ficción; sin embargo, no hay que olvidar que el mundo de la novela forma parte del Mundo; no se encuentra fuera del mismo. Entonces el mundo de la novela forma parte de la constitución del Mundo. El mundo de ficción de la novela forma parte del Mundo percibido. Lo que narra la novela del Mundo no es algo ajeno al MUNDO; forma parte del acontecimiento Mundo. ¿Es pertinente preguntarse si una novela dice la verdad? Es decir, entendiendo la verdad como correspondencia con la “realidad”. De la “realidad” de la que hablamos forma parte la novela; en todo caso, la novela formaría parte de esa “verdad”. La relación de la novela con el Mundo es de interpretación; la novela interpreta el Mundo. Para la novela el Mundo es una trama; es decir, un tejido que se desplaza hacia sus desenlaces. La interpretación de la novela no es la misma que la interpretación de una ciencia descriptiva; ya lo dijimos[112]. La peculiaridad de la interpretación de la novela es que lo hace alegóricamente, dibujando y pintando cuadros, moviendo figuras en los escenarios del drama – como si fuesen imagen-movimiento, así como en el cine -, incluso participando en la valorización de los personajes y sus acciones. La novela toma partido; es también una voluntad de comprensión, así como de intervención. La novela se dirige a los interlocutores, al público lector. Busca en ellos no solo una lectura de placer, sino quiere transmitir la experiencia del narrador, convertida en mensaje. Busca afectar al público lector. Busca comprometerlo.
El/la lectora comparten el Mundo del narrador, aunque este Mundo ya no corresponda al Mundo del/la lectora; aunque se encuentre en otro tiempo. El Mundo del que habla el narrador puede ser el pasado del Mundo del/la lectora; empero, este mundo en devenir no deja de ser referente; tampoco deja de ser actualizado por la re-figuración efectuada. El/la lectora tienen también sus mundos; es decir tienen sus interpretaciones del Mundo, conformadas a partir de sus experiencias singulares. Cuando una interpretación se encuentra con otra interpretación del Mundo se da lugar una conmoción, una compulsa de interpretaciones. Es posible, que pase lo que llama Hans-Georg Gadamer, la fusión de horizontes[113]; es decir, la ampliación de los horizontes hacia un horizonte mayor, conteniendo los horizontes de la composición; efectuando una interpretación de la interpretación, de la narrativa, a partir de ese encuentro crucial entre lector y narración. Esta fusión de horizontes ayuda a ampliar la comprensión del Mundo, sobre todo al compartir perspectivas, al desplegar una perspectiva que comienza a ser móvil.
La novela para el/la lectora es un viaje interpretativo, que le hace ver el Mundo con otros ojos; descubre también el Mundo a partir de la mirada del narrador. No olvidemos que el Mundo es lo que es porque está atravesado por sentidos, significaciones, símbolos; el Mundo es también interpretación. Interpretación efectuada por millones de miradas, interpretación compartida por millones de cuerpos; interpretación compuesta por millones de interpretaciones, que comparten y compulsan su visión de mundo. En este sentido, la novela no es ficción, sino parte de la interpretación del Mundo, parte constitutiva del Mundo. El Mundo es integral; no se puede separar ficción de realidad. Lo que llamamos ficción forma parte de la realidad. La ficción enseña la parte oscura, no iluminada del Mundo; hablamos de la parte no iluminada por las descripciones científicas.
No se puede hablar pues de la verdad de la novela. La novela tiene una interpretación configurativa del Mundo; puede incluso llegar a ser una interpretación des-figurativa del Mundo, como en la novela contemporánea, como en Ulises de james Joyce. Intentando romper con las figuras acostumbradas del Mundo; buscando, mas bien, la desfiguración, lograr liberar la fuerza figurativa, la fuerza plástica, que hace posible las figuraciones. Desde la primera novela, Don Quijote de la Mancha, la narrativa es crítica; cuestiona las imágenes heredas, las interpretaciones heredadas; cuestiona, en definitiva, el Mundo heredado. La novela se propone constituir otro Mundo. No lo hace como acción política, sino como acción interpretativa. Busca en los detalles de la vida cotidiana las fisuras, los resquebrajamientos, los sismos, que pueden ser imperceptibles, por donde se hace campo el nuevo Mundo.
En relación a la novela de Jorge Amado, la discusión no es si es una novela militante, sino si su narrativa desnuda el Mundo heredado, si logra encontrar en los detalles esas fisuras, esos resquebrajamientos, esos sismos, por donde se abre el nuevo Mundo. Si su narrativa logra hacernos viajar descubriéndonos el acontecimiento Brasil de su tiempo. Tampoco es la discusión si estamos o no de acuerdo con su mensaje político, con la interpretación política bolchevique. Esta es la posición política del narrador. Sino que, independientemente de la posición política, con la que podemos estar de acuerdo o no, la narrativa se convierte en parte del acontecimiento Brasil. Cuando una narrativa forma parte de la memoria de un pueblo, quiere decir que ha logrado convertirse en parte del pueblo.
Las teorías de la lectura pueden ayudarnos mucho a comprender la intrincada relación entre lector y narrativa; desde la retórica de la ficción hasta la fenomenología de la ficción. Ayudan a un mejor entendimiento de lo que significa la narrativa viva; es decir, despertada por la lectura. Lectura que forma parte del texto; pero, también forma parte de sus bordes, de sus orillas, así como forma parte de la autonomía de la lectura, la que inventa al mismo texto. Todo esto es sumamente importante; sin embargo, nuestro interés, en este caso, en la lectura que hacemos de la novela de Jorge Amado es también otro; nos interesa la novela como fuente de la interpretación histórico-política. En ese sentido, hemos encontrado en la novela invalorable información sobre las condiciones pasionales de una sociedad, que atraviesa un largo periodo crítico en el proceso de su composiciones sociales, de sus composiciones institucionales, en su invención gigantesca de la comunidad imaginada, de la nación. Periodo crítico que converge en lo que hemos llamado punto de inflexión, que más bien puede ser un trazo, cuando se construye la geopolítica regional, contrastada por la continuidad orgánica de la permanente rebelión popular.
Vamos a retomar la novela Los subterráneos de la libertad en su tercer volumen, Luz en el túnel, continuando con los comentarios, usos, interpretaciones de los volúmenes anteriores, Ásperos tiempos y Agonía de la noche.
El túnel
Carlos, de la dirección regional del partido comunista, es atrapado por la policía. En el camino, cuando lo llevan en el coche celular, se pregunta quién lo había entregado. Cuando en la Delegación policial descubre que también otros compañeros habían caído, se da cuenta de la gravedad del golpe dado por el gobierno al partido comunista. Tarda en darse cuenta que es un ex-miembro del partido, quién estaba a cargo de las finanzas, Heitor Magalhães, del que se dudaba sobre sus manejos del dinero del partido, el que lo entrega. También cae Zé Pedro. No tardaran en caer João y el Rubio, responsable de la regional. El relato es minucioso en las violencias descomunales caídas en los cuerpos de los militantes presos; el caso extremo es el relato de las violaciones de la mujer de Zé Pedro, Josefa, la tortura al niño, su hijo. Josefa termina enloqueciendo. El relato también es enaltecedor del coraje de los militantes presos, que no hablan, resisten, a pesar de las espantosas torturas. Los pocos que quedan, que escapan a la represión sañuda, tienen la inmensa tarea de reconstruir el partido. Son Ramiro, el joven campesino, migrado a la ciudad, de acento portugués, que escapó de una detención, y Mariana, esposa de João, quienes se encargan de la reconstrucción del partido hasta la llegada del experimentado Vitor, enviado por el partido, que llega de Bahía, donde prácticamente el partido no había sido tocado.
También apresaron a Cícero, intelectual de prestigio, integrado al partido. A pesar de las influencias, sobre todo de su hermano, Raimundo d’Almeida, ministro del gobierno de Getúlio Vargas, no podían liberarlo. La policía estaba decidida a acabar con el comunismo en Brasil. Cuando, por fin, Cícero logró salir de la cárcel fue donde sus amigos de la alta sociedad a buscar apoyo para detener la violencia descomunal contra sus compañeros. Buscó a Hermes Resende, socialista, sociólogo connotado, que acababa de regresar de su viaje de estudios por Europa. Éste, al final no se comprometió con ayudarlos. Su argumento para no hacerlo es que estaba muy distante del Estado Novo, además de crítico del gobierno; que pedirles algo sería tomado como un acercamiento. Cuando quedó sólo con los que asistían a la tertulia; Resende expresó lo que pensaba:
En la librería, Hermes Resende hacía la autopsia de los comunistas:
—Por eso todo socialista honesto se aleja de ellos, de los stalinistas. Quieren liquidar la personalidad de uno, reducir los individuos a simples máquinas a sus órdenes… Por eso están perdiendo el apoyo de los intelectuales del mundo entero: Gide, Silone, John dos Passos… Sin hablar ya de Rusia, donde han fusilado a lo mejor que había, los intelectuales que se oponían a los métodos de Stalin.
Resende terminó apoyando a los norteamericanos, considerándolos demócratas, frente a los fascistas, por un lado, y frente al totalitarismo estalinista, por otro lado. Su apego a lo que concibe como civilización, desarrollo y progreso, lo inclinan a apoyar el establecimiento de la empresa mixta, brasilera y estadounidense, de explotación de manganeso en Valle del Rio Salgado. Resende se convierte en el difusor de las ideas democráticas norteamericanas.
El empresario norteamericano es representado en Mister John B. Carlton, el importante hombre de negocios de Wall Street («El audaz business-man americano», como escribían algunos periódicos; «el generoso millonario fundador de tantas instituciones beneméritas», como escribían otros) el doctor honoris-causa por una Universidad de Georgia donde no permitían matricularse a los estudiantes negros. La asociación de este empresario norteamericano con el empresario brasilero Jose Vale definen una de las rutas escogidas por el gobierno de Getúlio Vargas para el desarrollo económico pregonado; esta ruta es el extractivismo, la entrega de los recursos naturales al capitalismo estadounidense.
Los militantes comunistas se encontraban en el calabozo, torturados, desconociéndoseles todos sus derechos, sobre todo los civiles y políticos. Los miembros de la burguesía hacen gala de festines, donde conversan de todo, desplegando en el aire su cosmopolitismo ventilado. Es notoria su admiración por Hitler y Musolini; sobre todo admiran su radical forma de acabar con los comunistas. Los tienen como baluarte y hasta esperanza para acabar con la Unión Soviética, raíz de los males, del comunismo que se irradia por el mundo. Aunque también en estas reuniones se encuentran opiniones opuestas al fascismo, como la de Resende, quien, que también no está de acuerdo con el modelo estalinista, encuentra que la garantía de la democracia se halla en la potencia del norte. También el pragmático José Vale, cree que lo mejor es apostar a los norteamericanos, que aunque gane Hitler en Europa, en la guerra que se avecina, América es continente bajo de influencia de los Estados Unidos de Norte América. Artur, el aristócrata, padre de Paulo, se encuentra como al medio; se considera liberal, defensor de los principios democráticos, se coloca del lado de los norteamericanos, en la pugna entre pro-norteamericano y pro-alemanes en el gabinete; sin embargo, reconoce que Hitler es el mejor remedio contra el comunismo.
Los getulianos declarados son, aparte del profesor Alcebíades de Morais, Lucas Puccini, el hermano de Manuela, ahora convertido en millonario, por sus negocios turbios, y Eusebio Lima, su amigo alto funcionario del gobierno. Hay que añadir a este estrato social al delegado de policía, Barros, famoso por su crueldad en la represión y en la asistencia en las torturas, sobre todo descargándose placenteramente en los cuerpos indefensos de los comunistas presos.
El mapa social y político es esclarecedor. El proletariado habitando los suburbios, barrios pobres, donde prepondera la escasez; la herencia aristocrática del Imperio habitando los barrios más cotizados de la ciudad, compartiendo con la burguesía pujante, como es el caso de José Vale y la Comendadora La Torre. La pequeña burguesía, dispersada en toda la geografía estratificada de la urbe, a excepción de los barrios residenciales cotizados. Una pequeña burguesía, sin embargo, sujeta a una agitada movilidad social, hacia “arriba” y hacia “abajo”. El ejemplo de pequeño-burgués que asciende rápidamente es Lucas; otro ejemplo, más bien, lento, es el de su amigo, el alto funcionario, Eusebio Lima, que lo ayudó a salir de su pobreza. En contraste, Manuela, la balletista encumbrada, no se encuentra exactamente en algún lugar fijo del mapa; es como inubicable. Cuando se convierte en amante de Paulo y todavía bailaba en un cabaret, vive en un departamento en Copacabana; después de la ruptura con Paulo, vuelve a casa de la familia, en un barrio pobre; cuando se hace amiga de Marco Sousa, el gran arquitecto, simpatizante comunista, habita itinerantemente las buenas las casas de Marco; Manuela deambula de aquí para allá. Después se casa con Marco y vive en casas de holgada comodidad.
La Luz
João, el Rubio y el camarada llegado de Río discutían sobre la forma de reconstruir la regional del partido.
Continuó la discusión. Aquellos tres hombres, tan diferentes, pero entregados los tres a la misma causa, se complementaban, corrigiendo cada uno lo que había de poco claro en las ideas de los otros, encontrando en la discusión la justa manera de llevar su lucha. Se hallaban ante amargas comprobaciones: la policía, con las detenciones de septiembre, con la violencia de su acción contra el movimiento huelguista, con los sucesivos procesos, había aplicado rudos golpes a la regional del Partido. Células enteras habían desaparecido en las fábricas, los comités de zona estaban desorganizados, la combatividad de la masa había disminuido ante la brutalidad de la reacción. Al mismo tiempo, el gobierno intentaba consolidar el régimen fascista impuesto al país con el golpe del 37, la infiltración imperialista se hacía más fuerte, los capitales alemanes y norteamericanos se apoderaban de las riquezas del país. Vargas trataba de comprar políticos e intelectuales con cargos y prebendas, la vida del pueblo se hacía más difícil, la lucha más áspera. Y ellos eran sólo unos millares de hombres en todo el país, perseguidos como ratas, amenazados por todas partes. Y, sin embargo, la marcha de los acontecimientos dependía sobre todo de ellos, del acierto de sus decisiones, de cada pequeño grupo de tres o cuatro hombres que se reunían en las grandes ciudades de Brasil, de la misma forma que allí estaban reunidos el Rubio, João y el camarada llegado de Río.
La reorganización del partido es como el comienzo de la luz en el túnel. Aunque esta reorganización va costar el apresamiento de João y el Rubio, debido a nuevas redadas de la policía. Después de la caída de João y el Rubio, con la llegada de Vitor, la estrategia va a ser convertir el partido clandestino en un partido de masas. A lo largo de la novela el partido es el referente, el polo opuesto al Estado Novo; también el cabo opuesto a la sociedad de clases; es la promesa de la sociedad sin clases, el socialismo. Es también el referente ético, opuesto a la decadencia de la aristocracia, a la corrosión de la burguesía, al diletantismo del gobierno, a la corrupción de sus colaboradores.
Mimesis
Estos cuadros de la narrativa se parecen a los escenarios de cine de las películas de Griffith y Eisenstein. El primero, director del cine norteamericano, cine que ya tiene su trayectoria, que con Griffith adquiere madurez técnica y soltura expresiva; el segundo, director del flamante cine soviético. Ambos, con sus diferencias, pues el primero juega con dualismo, conjugados orgánicamente; en tanto que el segundo, pone en escena oposiciones que se resuelven dialécticamente. Ambos juegan fuertemente con contrastes, resaltando sus oposiciones, convirtiendo estas contradicciones en símbolos de la narrativa figurativa, plástica y en movimiento del cine. Por ejemplo, en Eisenstein el proletario es el símbolo de la revolución, su figura resplandece en los escenarios, mostrando sus perfiles rigurosos, recios, decididos, rodeados de una aureola ética. En contraste los perfiles de la burguesía, de los políticos que la representan, de los generales y oficiales que la defienden, son exaltados en sus manifestaciones más grotescas, en sus comportamientos más ridículos, haciendo hincapié en sus perversiones más decadentes. ¿Este esquematismo, un tanto maniqueo, estos recursos de los contrastes, disminuye la calidad estética de las películas de Griffith y Eisenstein? No, de ninguna manera. Son procedimientos simbólicos, que ayudan a transmitir el mensaje. La calidad estética del cine de Griffith y Eisenstein no se pierde, la calidad estética, que tiene que ver con los cuadros en movimiento, se realiza; los cuadros dinámicos de la película se logran no tanto en la transmisión del mensaje político, sino en la capacidad de la intuición sensible, capacidad de sintetizar el acontecimiento, de expresar esta intuición en la narrativa figural en movimiento, logrando manifestar la intensidad del drama. Gilles Deleuze, a propósito del cine de Griffith, escribe:
Griffith concibió la composición de las imágenes-movimiento como una organización, un organismo, una unidad orgánica. Su hallazgo fue ese. El organismo es ante todo una unidad en lo diverso, es decir, un conjunto de partes diferenciadas: están los hombres y las mujeres, los ricos y los pobres, la ciudad y el campo, el Norte y el Sur, los interiores y los exteriores, etc. Estas partes son tomadas en relaciones binarias que constituyen un montaje alternado paralelo, donde la imagen de una parte sucede a la otra de acuerdo con un ritmo. Pero es preciso también que la parte y el conjunto entren a su vez en relación, que se intercambien sus dimensiones relativas: en este sentido, no solo produce el agravamiento de un detalle sino que trae aparejada una miniaturización del conjunto, una reducción de la escena (a la escala de un niño, por ejemplo, como el primer plano del pequeño asistiendo al drama de La matanza). Y, más generalmente, al mostrar la manera en que los personajes viven la escena de que forman parte, el primer plano dota al conjunto objetivo de una subjetividad que lo iguala incluso lo rebasa (por ejemplo, no sólo los primeros planos de combatientes alternándose con los planos de conjunto de la batalla, o los primeros planos estupefactos de la muchachita perseguida por el negro en El nacimiento de una nación, sino también el primer plano de la joven asociado a las imágenes de su pensamiento, en Enoch Arden). Por último, es preciso también que las partes actúen y reaccionen unas sobre otras, para mostrar de qué modo entran en conflicto y amenazan la unidad del conjunto orgánico, y a la vez de qué modo superan el conflicto o restauran la unidad. De ciertas partes emanan acciones que oponen el bueno con el malo, pero de otras emanan acciones convergentes que vienen en auxilio del bueno: es la forma del duelo desplegándose a través de todas estas acciones y pasando por diferentes estadios[114].
En lo que respecta a Eisenstein, comentando El acorazado Potemkin, Deleuze escribe:
La espiral orgánica encuentra su ley interna en la sección áurea, que indica un punto-cesura y divide el conjunto en dos grandes partes oponibles pero desiguales (como el momento del cortejo fúnebre, en que se pasa del buque a la ciudad y el movimiento se invierte). Pero cada espira o segmento se divide a su vez en dos partes desiguales opuestas. Y las oposiciones son múltiples: cuantitativa (uno-varios, un hombre-varios hombres, un solo disparo-una salva, un buque-una flota), cualitativa (las aguas-la tierra), intensiva (las tinieblas-la luz), dinámica (movimiento ascendente y descendente, de derecha a izquierda y a la inversa). Más aún, si se parte de la terminación de la espiral y no de su comienzo, la sección áurea fija una nueva cesura, el punto más elevado de inversión en vez del más bajo, engendrando otras divisiones y otras oposiciones. Así pues, al crecer, la espiral progresa por oposiciones o contradicciones. Pero lo que de este modo se expresa en el movimiento del Uno desdoblándose y volviendo a formar una nueva unidad[115].
Un poco más abajo, sigue:
La oposición está al servicio de la unidad dialéctica, y marca su progresión de la situación de partida a la situación de llegada. En este sentido es que puede decirse que el conjunto se refleja en cada parte, y que cada espira o parte reproduce el conjunto. Y esto no solo se cumple en la secuencia, se cumple en cada imagen, que contiene también sus cesuras, sus oposiciones, su origen y su terminación: no tiene solamente la unidad de un elemento yuxtaponible a otros, sino la unidad genética de una “célula” divisible en otras. Eisenstein dirá que la imagen-movimiento es célula de montaje, y no simple elemento de montaje. En resumen, el montaje de oposición sustituye al montaje paralelo, bajo la ley dialéctica del Uno que se divide para formar la unidad nueva más elevada[116].
Jorge Amado no hace cine, es novelista; narra con la escritura. Ciertamente la escritura transporta figuras, imágenes, metáforas, alegorías, constituyendo tramas; cuadros que son imaginados por el/la lectora, que incluso los imaginan en movimiento, como si fuese una película. En el cine se emplea, si se quiere, usando el lenguaje correspondiente, lenguaje de la imagen; en la novela se lo hace en lenguaje escrito. Son distintos lenguajes; en el cine, las imágenes llegan directamente; en la escritura, las imágenes son despertadas por la lectura. Sin embargo, se puede decir, comprendiendo estas diferencias, que ambos, el cine y la novela, conforman tramas; aunque uno lo haga con la imagen-movimiento y el otro la otra lo haga con el lenguaje escrito, impreso en el papel; escritura inmóvil, muda. La voz es la del/la lectora, las imágenes aparecen en el/la lectora, la interpretación aparece en el/la lectora, el movimiento es recreado en el/la lectora; una vez que termina la lectura, la trama se conforma en la memoria del lector. La trama es la textura de estas narraciones, textura hecha en cuadros, en figuras, en metáforas, en alegorías, aunque unas sean transmitidas de manera directa, en el leguaje de la imagen, mientras otras sean transmitidas de manera indirecta, en el lenguaje escrito. Lo que interesa son las composiciones figúrales de ambas narraciones; la forma como conforman una totalidad, que llamamos trama.
En Tiempo y narración, Paul Ricoeur dice:
Entre la actividad de narrar una historia y el carácter temporal de la existencia humana existe una correlación que no es puramente accidental, sino que presenta la forma de necesidad transcultural. Con otras palabras: el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia humana[117].
Mimesis I
Volviendo a nuestra perspectiva móvil, a nuestra integración perceptual de perspectivas, volviendo a la fenomenología de la percepción[118], se puede decir que la narración es la manifestación, es decir, la exteriorización de la memoria, de planos de intensidad de la memoria. Estos planos de intensidad se realizan en los planos de intensidad de la escritura o de la imagen-movimiento, que es el cine. La narración recupera el sentido inmanente, es decir, la intuición del acontecimiento, en la forma de la trama, en esa totalidad o totalización de sentido, que se presenta, se hace presente, se hace visible, cuando la narración lo interpreta en el tejido figural y alegórico. Paul Ricoeur reconstruye esta trama con la articulación e integración de tres mimesis; una que hace de condición de posibilidad narrativa; otra que hace de configuración de la trama; y la tercera que hace de re-figuración con la participación del/la lectora. De la primera mimesis dice:
Cualquiera que pueda ser fuerza de innovación de la composición poética en el campo de nuestra experiencia temporal, la composición de la trama se enraíza en la pre-comprensión del mundo de la acción: de sus estructuras inteligibles, de sus recursos simbólicos y de su carácter temporal[119].
Para Ricoeur la trama es una imitación de la acción; para que se haga posible y se efectué esta imitación se requiere identificar la acción en general por sus rasgos estructurales. La semántica de la acción daría cuenta de esta competencia. Imitar es elaborar la significación articulada de la acción; para lograr esto se requiere la aptitud de identificar las mediaciones simbólicas de la acción. Las articulaciones simbólicas de la acción son portadoras de caracteres temporales; es cuando se hace posible realizar la capacidad de la acción para ser narrada[120]. Ricoeur considera estos rasgos estructurales, simbólicos y temporales de la siguiente manera:
La inteligibilidad engendrada por la construcción de la trama encuentra el primer anclaje en nuestra competencia para utilizar de manera significativa la red conceptual, que distingue estructuralmente el campo de acción del movimiento físico. Hablo de la red conceptual más que del concepto de acción para subrayar el hecho de que el propio término de acción, tomado en el sentido estricto de lo que alguien hace, obtiene su plena significación de los demás términos de toda la red. Las acciones implican fines, cuya anticipación no se confunde con algún resultado previsto o predicho, sino que compromete a aquel de quien depende la acción. Las acciones, además, remiten a motivos, que se explican por qué alguien hace o ha hecho algo, de un modo que distinguimos claramente de aquel por el que un acontecimiento físico conduce a otro acontecimiento físico. Las acciones tienen también agentes, que hacen o pueden hacer cosas que se consideran como obra suya, como su hecho; por consiguiente, se puede considerar a estos agentes responsables de algunas consecuencias de sus acciones[121].
La capacidad de manejar la red conceptual en su conjunto y cada término, en tanto miembro del conjunto, es la comprensión práctica. La pregunta es: ¿Cuál la relación de la comprensión narrativa con la comprensión práctica? Es una relación doble, una relación de presuposición y una relación de transformación[122]. Por un lado, la narración presupone familiaridad con términos como agente, fin, medio, circunstancias, ayuda, hostilidad, cooperación, conflicto, éxito, fracaso. Por otro lado, la narración añade los rasgos discursivos que la distinguen de una simple secuencia de frases de acción[123].
Estos rasgos ya no pertenecen a la red conceptual de la semántica de la acción, son rasgos sintácticos, cuya función es engendrar la composición de las modalidades de discursos dignos de llamarse narrativos, ya se trate de narración histórica, ya de narración de ficción. Se puede explicar la relación entre la red conceptual de la acción y las reglas de composición narrativa recurriendo a la distinción, familiar en semiótica, entre orden paradigmático y orden sintagmático. En cuanto provienen del orden paradigmático, todos los términos relativos a la acción son sincrónicos, en el sentido de que las relaciones de intersignificación que existen entre fines, medios, agentes, circunstancias y lo demás, son perfectamente reversibles. En cambio, el orden sintagmático del discurso entraña el carácter irreductible diacrónico de cualquier historia narrada[124].
Cuando se pasa del orden paradigmático de la acción al orden sintagmático de la narración, los términos de la semántica de la acción adquieren actualidad e integración. Actualidad, cuando los términos, que sólo tenían una significación virtual en el orden paradigmático de la acción, adquieren una significación efectiva en el encadenamiento de las secuencias. Integración, cuando los términos heterogéneos y diferenciales como agentes, motivos y circunstancias se vuelven compatibles y operan conjuntamente dentro de totalidades temporales efectivas[125].
En la novela de Jorge Amado la semiótica de la acción adquiere actualidad e integralidad intensas en la semiótica narrativa. Es una narrativa que condensa en la diacronía de la novela las sincronías del acontecimiento Brasil de su tiempo. Más que a la interpretación misma de la narrativa, hay que atender a los planos de intensidad de la experiencia social, de la memoria social, que se repiten en los planos de intensidad de los espesores de la narrativa. En estas transferencias y transformaciones, de los planos de intensidad de la experiencia social a los planos de intensidad de la narrativa, se halla el develamiento y la emergencia del sentido inmanente del acontecimiento Brasil de ese tiempo. Que haya la posibilidad de otros sentidos inmanentes o de otras formas del sentido inmanente, es una cosa; empero, lo que hay que atender es el sentido inmanente atrapado en la novela. El sentido inmanente adquiere forma, contenido y expresión a partir de la relación pasional del autor con el acontecimiento Brasil de su tiempo, con el proletariado, con el campesinado, con los afrodescendientes, con los indígenas, con los mestizos, con los migrantes pobres de su país. Con el partido comunista del cuál es militante. Estos agentes de las acciones se convierten en los cuerpos desde donde se percibe el Mundo. Esta actitud es ciertamente tomar partido, si se quiere, militar, como una crítica literaria alude; este posicionamiento no disminuye, de ninguna manera, la calidad estética de la obra, como pretende esa crítica literaria. Este posicionamiento es tomar lugar, territorializarse, colocarse en los sitios de la geografía social, desde los cuales trazar perspectivas interpretativas. Las intensidades de la novela emergen de este tomar lugar, colocarse, territorializarse. ¿Qué pretende esa crítica literaria? ¿Neutralidad en el acto de narrar? ¿Esto es posible? Es simplemente un supuesto discutible de la crítica literaria.
Se puede decir que en Luz en el túnel, el tercer volumen de la novela Los subterráneos de la libertad, la trama despliega los desenlaces, cuyas condiciones iniciales se presentan en Los ásperos tiempos, las mediaciones y tránsitos se presentan en Agonía de la noche. Hay tres desenlaces que queremos considerar; una es la rebelión de los caboclos en Valle del Río Salgado; otra es el desenlace amoroso de Manuela y Marco; y la tercera es la última escena de la novela, cuando Prestes aparece públicamente ante el tribunal que lo juzga, donde Manuela, que lo fue a ver, a pesar del cuidado que debería tener, por hallarse en la clandestinidad, grita emocionada iViva Luíz Carlos Prestes!
Desenlace 1
Comencemos con la guerra anti-extractivista, así la llamaré, desatada en Valle del Río Salgado contra la empresa mixta de explotación de manganeso. La concesión exige expropiar de esas tierras a sus cultivadores independientes, los campesinos e indígenas; las primeras resistencias a las expropiaciones se dan por parte de estas composiciones sociales y culturales. El primero en aparecer con títulos de propiedad es el hacendado cafetalero del lugar, Venancio Florival; los segundos en aparecer son los ingenieros, técnicos, norteamericanos de la empresa, a los cuales se ataca en su campamento, obligándoles a huir. Los terceros en aparecer, acompañados por el ejército, son los migrantes colonos japonés, a quienes se les asigna tierras expropiadas con la tarea de cultivar arroz. También son resistidos, se desata una guerra de guerrillas, que aunque no es prolongada, por lo menos, siembra con la sangre derramada la semilla de la rebelión. La rebelión de los caboclos es apoyada por los trabajadores de la empresa, quienes emprenden una huelga en apoyo a los campesinos e indígenas levantados.
El encuentro con João, en Cuiabá, modificó sustancialmente los planes de Gonçalo. Era imposible evitar que la empresa se instalara en el valle. En consecuencia, había que sentar las bases de una labor de partido entre los obreros contratados para el inicio de las obras. Doroteu se enroló como obrero. En Campo Grande, otros obreros de Mato Grosso hicieron lo mismo. Fue el negro quien llevó la noticia de la sentencia en el proceso por la posesión de las tierras iniciado por la compañía contra los caboclos. Gonçalo había establecido una ligazón entre los tres frentes de trabajo: los caboclos del valle, junto a los que él mismo se encontraba, los obreros del campamento, dirigidos por Doroteu, y los campesinos de las haciendas de Venancio Florival, controlados por Nestor y Claudionor. Así, cuando llegara el momento de la resistencia de los caboclos, podrían intervenir tanto los obreros como los campesinos.
Las detenciones en São Paulo y en Cuiabá introdujeron nuevas modificaciones: Nestor, buscado por la policía, se internó también en la selva y era ahora el contacto con Gonçalo y Doroteu. Claudionor se había quedado en las haciendas, oculto por los aparceros y los trabajadores a jornal.
Crecía la célula de la empresa, y había obtenido ya su primera victoria con la formación y el reconocimiento de un sindicato que reunía a los trabajadores de la orilla del río. En cambio, había decaído el trabajo en las haciendas. Las sucesivas caravanas habían debilitado la combatividad aún incipiente de los campesinos. Muchos no querían ni oír hablar de aquellos asuntos, y Claudionor no tenía experiencia suficiente. También algunos caboclos habían abandonado las márgenes del río al enterarse de la sentencia del tribunal. No habían sido muchos, sin embargo. La mayoría había decidido, de acuerdo con Nhó Vicente, continuar labrando sus tierras y defenderlas como pudieran.
Cuando llegó Miranda con los inspectores, los caboclos pensaron que traía la orden de expulsión. Por eso siguieron a la canoa durante todo el viaje. Gonçalo tuvo que explicarle demoradamente a Nhó Vicente la importancia de que los policías quedaran convencidos de que él ya no andaba por allí. El viejo no quería de ningún modo ir a hablar con los policías. Fue entonces cuando Gonçalo, conocedor del regreso de Chafik, le pidió su intervención. Gonçalo se lo pensó mucho antes de pedirle tal cosa. Hasta entonces jamás le había revelado al moro su verdadera identidad. Pero necesitaba que los policías abandonaran el valle con la certeza de que se había marchado definitivamente. De no ser así, seguirían en su búsqueda y sería imposible cualquier trabajo. Citó en un lugar de la selva a Chafik. Vino el moro, acompañado de un caboclo, y Gonçalo mantuvo con él una larga conversación. Había caído la noche, y en algún lugar del río estaba detenida la canoa con los policías.
Gonçalo se había dejado crecer una larga barba negra que le cubría el pecho y le daba un aire de santón, como uno de esos «beatos», predicadores del fin del mundo en la inmensidad del sertón. Le contó a Chafik parte de su historia: estaba condenado a muchos años de prisión. Le perseguían acusándole de comunista. Ya estaban más o menos convencidos de su fuga, y para convencerles del todo era preciso que alguien hiciera afirmaciones más concretas. Chafik, por ejemplo. El moro oía en silencio, inclinado hacia delante, tratando de ver en la oscuridad que les rodeaba el rostro del gigante. Gonçalo acabó diciéndole que dejaba en sus manos su libertad y su vida. Si los policías le atrapaban, su muerte era segura.
Chafik le tendió la mano: que no se preocupara; haría lo que le pedía. Y quien luego se iría de allí era él, Chafik. Al Paraguay. Hacía tiempo que lo tenía pensado, desde que los norteamericanos aparecieron por allí con sus aparatos y sus obreros. Si seguía en el valle, acabaría en la cárcel y devuelto a Cayena. Principalmente ahora, cuando sentía que se acercaban acontecimientos… Gonçalo no le había contado nada, y él tampoco preguntaba. Respetaba los secretos de los demás. Pero adivinaba que iban a ocurrir cosas serias. Y él, Chafik, no se quedaba allí. Si no, iba a ser él quien pagara el pato.
Realmente, unos días después desapareció, sin despedirse de nadie. No tenía nada que ver con lo que se estaba preparando en el valle, era un lobo solitario, el único bien que deseaba conservar era la libertad, aunque para eso tuviera que vivir lejos de todo y de todos.
Gonçalo continuó oculto, esperando la expulsión de los caboclos de sus tierras.
Este cuadro es altamente sugerente; se trata de la penetración imperialista al Mato Groso. Estamos ante la reiteración de la conquista, la colonización y la expansión de la colonialidad. Estamos ante la violencia expansiva del extractivismo colonial del capitalismo dependiente. Estamos, en la novela, ante la preparación del enfrentamiento contra las avanzadas avasalladoras de este capitalismo extractivista. Chafik, el comerciante árabe, amigo de Gonçalo, entrevé lo que va pasar. Es encargado de cumplir una misión, de ratificar de que Gonçalo no se encuentra en el valle; decide después de cumplir su misión alejarse del lugar. Muchos de los que se fueron a vivir al valle lo hicieron escapando, huyendo de la justicia; creyeron que en el fin del mundo no los irían a buscar. Empero, aparecieron las empresas capitalista, con todo su aparataje. Es el momento de moverse. Nhó Vicente es convencido de que todavía no se debe actuar, de que hay que esperar la llegada de la empresa. Doroteu viene huyendo de la persecución a la que es sometido después de la huelga en Santos, Nestor y Claudionor agitan entre los campesinos. El partido se afinca en esas tierras boscosas, enfrentando la expansión capitalista y la avanzada imperialista. Este es el comienzo del desenlace.
Aquella primera salida fue todo un éxito para los caboclos. Habían atacado cuatro plantaciones, las más distantes, y de las cuatro habían expulsado a los moradores y a los vigilantes. La canoa enviada por el teniente sólo pudo recoger a soldados despavoridos, tres de ellos heridos, y a japoneses, presa del pánico. Uno de los nuevos colonos había muerto ahogado al intentar huir. Las aguas del río se habían llevado el cuerpo, cardúmenes de pirañas aparecían en su rastro sanguinolento.
El teniente concentró a sus hombres en una de las plantaciones. Pasaron el resto de la noche sin dormir, esperando. Pero los caboclos no volvieron aquella noche. Al amanecer murió uno de los soldados heridos. Gonçalo había estudiado durante meses la táctica más conveniente para cuando llegara el momento de la lucha. Por otra parte, no hacía mucho, sólo dos meses, había pasado por allí el camarada João y aprobó sus planes. El gigante le había dicho:
—No vamos a poder mantenernos en las zonas cultivadas. Aunque contemos, como espero, con la solidaridad de los obreros y tal vez la de los jornaleros de Florival. Va a ser imposible. Si nos quedamos en las chozas, nos aplastan en pocos días.
— ¿Y qué piensas hacer, pues? —le había preguntado João. —Lo importante es el escarmiento, ¿no? Y hacer difícil la vida de los gringos, mostrarles que esta tierra es nuestra, que sus riquezas nos pertenecen, ¿no? Y crear en los campesinos una conciencia de sus derechos sobre las tierras que trabajan, ¿no? Pues eso es lo que vamos a hacer. No serán los caboclos los que expulsen a los norteamericanos de aquí. Eso lo harán los obreros de la empresa cuando llegue nuestro gran día. Pero los caboclos despertarán en todo el valle un movimiento de solidaridad contra los gringos.
— ¿Y qué piensas hacer?
—Sacrificar la menos gente posible. Ya lo tengo todo combinado con Nhó Vicente: se quedarán con nosotros sólo los solteros o los que, como él, tienen otra persona que pueda ocuparse de la familia. Estamos alejando a las mujeres y a los niños, poco a poco, hacia el interior de la selva, a las zonas de los buscadores de diamantes, de los garimpos, para que inicien su nueva vida por allá. Hemos amontonado munición en estos meses. Emilio vuelve cargado de cada viaje. Lucharemos mientras nos dure la munición. Durante algunos meses, tal vez, lograremos impedir que la empresa tome posesión efectiva de estas tierras. Y si la solidaridad marcha como pensamos, no sólo lograremos paralizar los trabajos de la empresa, sino que daremos también una lección a Venancio Florival.
— ¿Y cómo piensas llevar la lucha?
—Dejaremos que ocupen las plantaciones, y por la noche, atacaremos, un día una, otro otra, expulsando a los japoneses. Lucha de guerrilla, ¿comprendes? Durante el día estaremos en la selva, donde no nos pueden agarrar. Por la noche nos acercamos a la orilla y atacamos. ¿Sabes quién me dio esa idea? El viejo Vicente. Al principio yo creía que lo mejor era que nos quedáramos en las plantaciones y que muriéramos en ellas, pero el viejo me dijo: «Amigazo, lo que aquí se necesita es hacer lo que los bandidos…» Y tenía razón. En vez de dejarnos aplastar en una matanza de un día, vamos a sostener una lucha de meses.
João se mostró conforme. Se había reunido con Gonçalo, Emilio, el negro Doroteu y Nestor. Había oído los informes, discutió cada detalle del trabajo en el campamento, en las haciendas, en la aldea de Tatuaçú. Cuando se iba, Gonçalo le pidió:
—Camarada, es posible que esta vez se me lleve el diablo. Ya he salido de muchas y puede que ésta sea la última. Si es así, se acabó… Se acabó José Gonçalo para siempre… Pero antes quisiera pedirte un favor…
—Dime.
—Cuando encuentres al camarada Vitor, dile que he cumplido lo prometido. Él me mandó, en nombre del Partido, que viniera a estas tierras a esperar aquí a los gringos para mostrarles que esta tierra es nuestra. Si muero, dile que cumplí la tarea hasta el fin.
—Quédate tranquilo. Lo haré.
En aquellos tiempos de espera, la mayor parte de las familias fue conducida al interior. Por las plantaciones de la orilla del río quedaban caboclos decididos a defender sus tierras como fuera. Cuando Nestor llegó con el aviso, Gonçalo tomó las últimas disposiciones. Habían abierto un claro en el bosque y allí se reunieron al abandonar sus chozas y sus campos. Y por la noche lanzaron el primer ataque. Fue un éxito total. Soldados y japoneses, sorprendidos, sólo pensaron en la huida ante aquellas descargas que salían de la noche. Ninguno de los caboclos cayó ni fue herido. Pero Gonçalo sabía que, en el futuro, todo iba a ser más difícil.
El teniente esperaba impaciente la vuelta de las canoas. Al fin, cuando la mañana iba ya alta, aparecieron, cargadas de japoneses, de obreros, de capataces, bajo el mando del mismo ingeniero norteamericano de la víspera. El teniente abrió los brazos, con un gesto de dramatismo espectacular:
—Lo que necesito son soldados, no a esta gente…
El ingeniero norteamericano casi dejó caer la pipa cuando vio a los heridos y se enteró de los acontecimientos de la noche.
— ¡Ya se lo dije! ¡Ya se lo dije! —repetía el teniente, furioso—. Yo ya lo sabía…
El jefe de los colonos japoneses, llegado también con las canoas, exigía la vuelta inmediata de todos los colonos a la sede de la empresa. Ahora era el norteamericano quien se rascaba la cabeza, sin saber qué hacer. Al fin, después de largos conciliábulos, se decidió que las canoas regresarían con los obreros y los japoneses, y que volverían el mismo día con nuevos soldados. No podían pensar, efectivamente, en construir nuevos barracones hasta haber eliminado a los caboclos.
Cuando, al caer de la tarde, volvieron una vez más las canoas de la sede de la empresa, los soldados fueron atacados con fuego cerrado desde la selva. Respondieron, pero era difícil disparar desde las canoas. El ingeniero norteamericano, armado con un colt, ordenó el atraque de las canoas a la orilla para lanzar a los soldados contra los caboclos, aprovechando aquella ocasión en que se aventuraban durante el día. Pero no llegó siquiera a acabar las explicaciones: una bala le alcanzó en plena frente y rodó sobre los soldados. Luego, cuando cesaron las descargas, las canoas pudieron continuar su viaje hasta la cabaña de Emilio, donde el teniente había reunido a los soldados.
Sólo allí encendieron hogueras. Las plantaciones estaban abandonadas. Una canoa volvió a la sede de la empresa con el cadáver del ingeniero. En los periódicos de Río y de Sao Paulo empezaron a aparecer las primeras noticias de lo que ocurría en el valle. Aquella noche, los caboclos no atacaron.
La acción por excelencia es esta rebelión de los caboclos, acompañada por la huelga de los trabajadores de la empresa extractivista de manganeso. La rebelión es la textura de la acción en la novela, textura de la rebelión que sostiene la textura simbólica. El segundo anclaje de la composición narrativa, que da lugar a la comprensión práctica, radica en los recursos simbólicos del campo práctico. Los recursos simbólicos determinan qué aspectos del hacer, del poder hacer y del saber-poder-hacer devienen en la transposición poética. La acción es susceptible de narrativa; se encuentra integrada y atravesada por signos, reglas, normas; está mediatizada simbólicamente[126]. De acuerdo a Ernst Cassirer, las formas simbólicas son procesos culturales que articulan toda experiencia[127]. Ricoeur, retomando a Cassirer y recogiendo a Clifford Geertz, asume que el simbolismo no se encuentra en la mente, no es una operación psicológica, sino una significación incorporada a la acción, descifrable y decodificable por la participación de los actores en el juego social[128]. Antes de incorporarse a la interpretación, los símbolos son interpretantes inmanentes de la acción. El símbolo también incorpora la idea de regla en sentido de norma. Comparando los códigos culturales con los códigos genéticos, los primeros son como programas de comportamiento; los códigos culturales se han edificado en las zonas de derrumbe de la regulación genética. Se puede hablar de transición de la idea de significación inmanente a la regla de descripción, de aquí la transición a la idea de norma[129].
La acción en la novela es la lucha de clases. La rebelión indígena y campesina, apoyada por la huelga de los trabajadores de la empresa extractivista, la agitación proletaria en las ciudades, es el entramado activo y simbólico que hace de substrato de la novela. La discusión que se puede derivar de la lectura de Tiempo y narración es si se puede hablar de una narrativa o, si se quiere, de una pre-narrativa, de la acción, de las prácticas sociales. Esta discusión atañe al tercer rasgo de la pre-comprensión de la acción, que concierne a los caracteres temporales, que sostienen las configuraciones del tiempo narrativo. No olvidemos que la comprensión de la acción reconoce en la acción estructuras temporales, que conforman la narración. Lo importante, en este caso, es el intercambio que la acción efectiva pone de manifiesto entre las dimensiones temporales. No hay tiempo futuro, tampoco un tiempo pasado, ni un tiempo presente; siguiendo la tesis de Agustín, hay un presente de las cosas futuras, un presente de las cosas pasadas y un presente de las cosas presentes. De esta manera nos encaminamos a la investigación de la estructura temporal más primitiva de la acción; lo imprescindible es el modo como la praxis cotidiana ordena, uno con respecto al otro, el presente del futuro, el presente del pasado y el presente del presente. Esta articulación práctica constituye el inductor más elemental de la narración[130]. Sobre la matriz de la intra-temporalidad emergen las configuraciones narrativas y las formas más elaboradas de la temporalidad correspondientes[131].
En resumen, la riqueza del sentido de la mimesis I, que consiste en imitar, representar la acción, es comprender en qué consiste el obrar humano; su semántica, su realidad simbólica, su temporalidad. Este substrato de la pre-comprensión, compartida por el narrador y el/la lectora, que sostiene la construcción de la trama, por lo tanto, de la mimética textual y literaria[132].
Mimesis II
La segunda mimesis corresponde a la conformación de la trama. Paul Ricoeur dice que:
La trama es mediadora por tres razones al menos. En primer lugar, media entre acontecimientos o incidentes individuales y una historia tomada como todo. A este respecto se puede decir equivalentemente que extrae una historia sensata de una serie de acontecimientos o incidentes (los pragmata de Aristóteles); o que transforma estos acontecimientos o incidentes en una historia[133].
Siguiendo el razonamiento, anota:
En segundo lugar, la construcción de la trama integra juntos factores tan heterogéneos como agentes, fines, medios, interacciones, circunstancias, resultados inesperados, etc[134].
A continuación:
La trama es mediadora por un tercer motivo: el de sus caracteres temporales propios. Por generalización, ellos nos autorizan a llamar a la trama la síntesis de lo heterogéneo[135].
La trama es la solución a la paradoja ocasionada, ilumina lo que pone en evidencia el concepto concordancia-discordancia; la solución es el propio acto poético. El acto poético extrae de la sucesión la configuración. El relato aparece como historia, la misma que puede ser continuada. Ricoeur dice que continuar una historia es avanzar en medio de contingencias y de peripecias bajo la égida de la espera, que halla su cumplimiento en la conclusión. La comprensión de la historia se constituye en el logro de la intuición de cómo y por qué los sucesivos episodios han convergido en esta conclusión. Desenlace, que lejos de ser previsible, aparece como aceptable; es decir como congruente con los episodios reunidos[136]. Esta es la dimensión episódica de la mimesis II; la dimensión configurante, de manera distinta, presenta rasgos temporales inversos a la dimensión episódica.
En primer lugar, la disposición configurante transforma la sucesión de los acontecimientos en una totalidad significante, que es el correlato del acto de reunir acontecimientos y hace que la historia se deje seguir. Merced a este acto reflexivo, toda la trama puede traducirse en “pensamiento”, que no es otro que su “punta” o su “tema”[137].
En segundo lugar, la configuración de la trama impone a la sucesión indefinida de los incidentes “el sentido de punto final”.
En tercer lugar, la reconsideración de la historia narrada, regida como totalidad por su manera de acabar, constituye una alternativa a la representación del tiempo como transcurriendo del pasado hacia el futuro, según la metáfora bien conocida de la “flecha del tiempo”.
Quedan dos rasgos complementarios del acto configurante, que hacen de puente entre la mimesis II y la mimesis III; estos rasgos son la esquematización y la tradicionalidad. El esquematismo une el entendimiento y la intuición, generando síntesis intelectivas e intuitivas. El esquematismo se constituye en una historia que tiene todos los caracteres de una tradición. Se entiende por tradición la transmisión viva de una innovación capaz de reactivarse constantemente, retornando a los momentos más creadores del hacer poético. De este modo, la tradicionalidad se cosecha con rasgos nuevos, incrementando la relación de faena con el tiempo. La constitución de una tradición descansa en el juego de innovación y de sedimentación. La sedimentación se produce en múltiples planos, espesor que exige reflexión en el uso del término paradigmático. La sedimentación se remite a los paradigmas que constituyen la tipología de la construcción de la trama. Estos paradigmas proceden de la historia sedimentada cuya génesis se ha borrado[138]. Integrando forma, género y tipo conformamos el paradigma; entonces, el paradigma emerge de la labor de la imaginación creadora en los múltiples planos[139].
El otro polo de la tradición, la innovación, es correlativa de la sedimentación. Siempre hay lugar para la innovación; lo que se crea, en la poiesis del poema, de la narrativa, es una obra singular. Puede verse que los paradigmas constituyen la gramática que regula la composición de obras nuevas. La desviación acontece en todos los planos; en los tipos, en los géneros, en la trama, tejido de concordancia-discordancia. La posibilidad de desviación se realiza en los lazos de la relación entre paradigmas sedimentados y obras efectivas. La desviación puede alcanzar la forma extrema de cisma, lo contrario a la aplicación servil. En cambio, la deformación regulada se sitúa como eje medio, alrededor del cual se distribuyen las modalidades de cambio de los paradigmas por aplicación[140].
Entramado
Hay momentos en la novela cuando todos los planos de intensidad de la narración se entrelazan. Uno de esos momentos se da en el escenario de regocijo de las reuniones acostumbradas de la burguesía y la aristocracia. Como siempre se ventila el saber cosmopolita de las clases dominantes; sin embargo, esta vez, se siente en la atmósfera tensión y preocupación por la reaparición de la agitación comunista, también por el prestigio legendario de Prestes. Están presentes todos los actores de la dominación. Se encuentra presente el abogado aristócrata Artur Carneiro Macedo da Rocha, el burgués banquero Costa Vale, la infaltable Marieta, esposa del banquero, acompañados por el conde Saslawski, llegado de Europa para quedarse a vivir en Brasil, escapando de la guerra. No se encuentran presentes Paulo y Rosinha, casados por conveniencia, quienes todavía se hallaban en Europa, donde Paulo ejercía de diplomático en la ciudad luz, París, después trasladado a Lisboa, para sacarlos del ambiente de la guerra. No podía faltar el obeso poeta Shopel, a quien aquella prueba de la existencia y la actividad de los comunistas aterrorizaba hasta el punto de dejarle casi mudo. Está presente la comendadora da Torre, tía ricachona de Rosinha y Alina; burguesa, empresaria de textiles, con la misma trayectoria de Costa Vale, cuya movilidad social los eleva hasta los estratos sociales más altos. Aparece en estos escenarios Lucas Puccini, hermano de Manuela, la balletista encumbrada; Lucas parece emprender el mismo recorrido que Costa Vale y la comendadora da Torre. No podía faltar el hacendado Venancio Florival, exigiendo la pena de muerte para todos los comunistas, tras un juicio sumario; tampoco el profesor Alcebíades de Morais, haciendo el elogio del nazismo y fascismo europeos. A estas reuniones no dejaba de faltar Susana Vieira, casada también por conveniencia con Bertinho Soares, casi por un acuerdo, para guardar las apariencias de semi-virgen; Susana participa de una compañía de teatro suave, “Los Ángeles”, apoyada por el gobierno. A estas reuniones se incorpora Teodor Grant, diplomático norteamericano, culto y políglota, ocultando su verdadera condición de agente del FBI.
El plano de intensidad escenificado es el de regocijo y cordialidad de la reunión de la clase dominante; sobre este plano y atravesándolo, aparecen los otros planos de intensidad, los relativos a la rebelión y la agitación social, aunque aparecen mencionados en las conversaciones. También aparece mencionado el plano de intensidad de la segunda guerra mundial. Con menos persistencia, pero mencionado acaloradamente, aparece el plano de intensidad de la columna Prestes, su larga marcha, su incorporación al partido comunista, su rebelión y subversión permanente, su prestigio que aterra a aristócratas y burgueses, su encarcelamiento. Así mismo, aunque casi fantasmagóricamente, aparece tenuemente, como sopesando el ambiente, el plano de intensidad del Estado Novo.
Uno de los entramados recargados de la narrativa se encuentra en este relato. Lo sugerente es que en esta parte de la narración se hallan reunidos los motivos del desenlace, expuestos elocuentemente por estos personajes de la clase dominante. También aparecen descritos los entretelones de las relaciones sociales, de las relaciones de alianzas, las pequeñas estrategias y las veleidosas tácticas de las minúsculas pugnas del micro-poder grupal; los cálculos y las seducciones artificiales, derrochando esplendor estridente y comediante de engreídos personajes.
—A veces pienso —dijo Artur Carneiro Macedo da Rocha, alzando la copa de cristal y mirando a través de su fina materia transparente—, que nadie podrá vencerles jamás… Que luchamos por una causa perdida…
—Ya me dijiste eso una vez, y te respondí que era estúpido pensar así, que es una teoría suicida. Y me dan asco los suicidas: son unos desertores. Sé que no es fácil terminar con los comunistas: son como la mala hierba, hay que arrancar hasta las últimas raíces.
Costa Vale engulló un trago de whisky. Estaban en el despacho del banquero, la tarde del mismo día en que aparecieron las banderas rojas en los cables. En la sala, abierta sobre el jardín, estaban los amigos de la casa, alrededor de Marieta, convocados para una cena en honor del conde Saslawski, llegado de Europa para quedarse a vivir en Brasil. Comentaban todos la audacia de los comunistas. Aquellas banderolas y aquellas inscripciones murales habían relegado a un segundo plano al conde, con su aire romántico de fugitivo de la guerra y sus noticias recientes de Paulo y Rosinha.
En cuanto entraba un invitado nuevo, se reanudaban los comentarios sobre la reaparición pública del Partido Comunista, sobre aquellas banderas que ondeaban sobre los cables en el Largo da Sé, sobre las inscripciones en pleno centro, incluso en la fachada del banco de Costa Vale. Todos ellos: el poeta Shopel, a quien aquella prueba de la existencia y la actividad de los comunistas aterrorizaba hasta el punto de dejarle casi mudo; la comendadora da Torre, con sus ojitos vivos echando chispas de rabia, bramando contra la incapacidad de la policía; Lucas Puccini, proclamando la necesidad de una hábil política laboral que desconcertara a los obreros; el hacendado Venancio Florival, exigiendo la pena de muerte para todos los comunistas, tras un juicio sumario; el profesor Alcebíades de Morais haciendo el elogio de Hitler, de Mussolini y de Salazar. Sólo Susana Vieira no sabía nada de nada. No se había enterado de los hechos hasta llegar a la reunión:
— ¡Ay, hija mía! No sabía nada… Estamos ensayando una obra nueva, norteamericana, y no pienso en otra cosa… Pero es que esos comunistas son realmente infernales… ¡Qué horror! Hasta en la compañía hay gente que simpatiza con ellos…
“Los Ángeles” habían terminado la temporada en São Paulo y preparaban ahora el repertorio para el año próximo, en Río. Bertinho andaba por la capital de la República en confabulaciones con el ministro de Educación para obtener un teatro permanente y una subvención mayor que la del año anterior. Pero sólo Teodor Grant se interesó por las noticias teatrales de Susana. ¿O sea, que entre la gente de la compañía, formada por muchachos de la mejor sociedad de São Paulo, había también gente que simpatizaba con el comunismo?
¡Vaya si la había!, respondió Susana: desde que la compañía se había profesionalizado, tras el éxito del primer año, habían ingresado en ella artistas procedentes de otros medios, y algunos no ocultaban sus simpatías por el comunismo. Se pasaban el día elogiando al teatro soviético, presentándolo como el mejor del mundo… El agregado cultural del consulado de los Estados Unidos se interesaba por el asunto, quería saber los nombres de aquellos simpatizantes del comunismo… Los demás se habían enredado en una discusión acalorada sobre los medios más eficaces para acabar con aquella «peste», como decía el profesor Alcebíades de Morais.
El conde Saslawski, en un francés de pronunciación perfecta, intervenía en la discusión. Hablaba de la Polonia de antes de la guerra, donde, según él, el Gobierno había conseguido extirpar toda influencia comunista. Las mujeres escuchaban atentas, y hasta Susana Vieira abandonó a Teo Grant para ir a sentarse junto al conde, cuyo perfil eslavo le encantaba. El conde había llegado a Brasil pocas semanas antes, con cartas de recomendación de Paulo y de Rosinha para la comendadora y para Costa Vale. Le habían introducido en sociedad y su éxito había sido inmediato: circulaban historias sobre él, sobre la nobleza de su familia, sobre la fortuna que poseía en tierras y en acciones de fábricas y empresas, allá en Polonia. Sólo que la mayoría de las tierras quedaban en las comarcas ucranianas ahora recuperadas por la U.R.S.S. y, en cuanto al capital invertido en las fábricas, nada sabía el conde de él desde la invasión alemana. Sus padres, su hermana, su cuñada, habían conseguido refugiarse en Francia, y él esperaba poder traerles a Brasil. Sólo el hermano menor había quedado en Polonia, al cuidado de los intereses de la familia. Todo aquello rodeaba al conde de una atmósfera romántica que atraía a las mujeres. El conde, con su voz melosa de gigoló, hablaba de sus ricas tierras ucranianas: por lo que había logrado saber, los bolcheviques las habían entregado a los campesinos, antes sus siervos. Pero, sonreía el conde, cuando la guerra terminara, volvería, e iba a enseñarles a aquellos bandidos… Imagínense qué absurdo: su pabellón de caza, una preciosidad, había sido transformado en «club de cultura» para los campesinos. «Club de cultura» para unos analfabetos. Hasta daban ganas de reír…
No reía, pero sonreía hacia Alina da Torre, en quien había puesto los ojos desde que había llegado a São Paulo: al fin y al cabo, no era un empleo lo que buscaba el conde Saslawski. Sus títulos de nobleza le impedían dedicarse a ciertos trabajos, le explicó a la comendadora cuando ésta, para quedar bien con Paulo y con Rosinha, le ofreció veladamente un cargo directivo en sus empresas. De todas las ofertas hechas al conde, la única que le parecía compatible con su dignidad era el puesto de director artístico de un casino en las playas de Santos. Bertinho Soares estaba empeñado en conseguírselo. Mientras esperaba, el conde rondaba a la sobrina de la comendadora. Ya desde Europa traía aquellos planes, al oír a Rosinha hablar de su hermana y de la fortuna de la tía. Por eso Lucas Puccini lo miraba con ojos cargados de desconfianza, aunque la comendadora le había explicado días antes:
—Si ese conde de la puñeta se cree que se me va a meter en casa y a sorberle los sesos a Alina, está pero que muy equivocado. Para nobles, me basta con Paulo. Me basta y me sobra…
Las mujeres se compadecían del conde, en comentarios llenos de simpatía, mientras Venancio Florival exigía a gritos la pena de muerte para todos los comunistas.
Costa Vale arrancó de aquel barullo a Artur Carneiro Macedo da Rocha y se lo llevó al despacho silencioso donde saboreaban el whisky, comentando, ellos también, los últimos acontecimientos. Durante meses, todo había estado tranquilo y en calma. Artur recordaba las declaraciones del jefe de policía sobre la completa liquidación del Partido Comunista de Brasil: hecho que había reconciliado a Costa Vale con el gobierno. Y ahora, comenzaban a actuar los comunistas, y nuevamente habían aparecido inscripciones a brochazos en los muros del banco, en las paredes de las fábricas. Otra vez se hacía sentir aquella inquietante presencia. No tardarían en volver las huelgas, la agitación en los medios obreros, las dificultades para el trabajo en el Valle de Rio Salgado, las consignas contra el capital norteamericano.
La voz del banquero, fría y dura, replicaba a la frase pesimista del ex-ministro:
—Hay que aplastarles sin piedad, cortarles la cabeza…
Con la uña bien cuidada del dedo índice, Artur arranca sonoridades casi musicales del vaso de cristal:
— ¿Cuántas veces nos han dicho, amigo José, que el comunismo estaba liquidado? Son ya tantas… Para liquidarlo pusiste tú en marcha el golpe del Estado Novo. ¿Cuál es el resultado? ¿De qué sirve detener y condenar? El pueblo cree en ellos cada vez más. Cree cada vez más en Prestes…
—Te lo dije ya una vez: hay que cortar cabezas, arrancar el mal de raíz. Y hay que hacer fundamentalmente dos cosas —su voz tenía el tono conminatorio de un general explicando el plan de la batalla decisiva—. Sí, para acabar con el comunismo aquí, en Brasil, necesitamos dos cosas: primero, acabar con él en Rusia. Y de eso va a encargarse Hitler; no tenemos por qué inquietarnos. La segunda es cosa nuestra: acabar con el prestigio de Prestes.
— ¿Con el prestigio de Prestes? Es difícil… Cuanto más lo juzguen y condenen, más prestigiado va a salir…
—Depende de la forma como le condenen. He pensado mucho en eso. Hay que acabar con el prestigio de Prestes, y de este modo acabamos con el Partido. No bastan los golpes, estoy de acuerdo contigo: sólo un animal como Venancio puede pensar así. Tenemos que actuar de modo inteligente.
— ¿Y qué aconsejas? ¿Qué piensas hacer?
—Tenemos delante el nuevo proceso contra Prestes. ¿No has notado la propaganda que se hace a su alrededor?
—Sí, presentándole como si fuera un asesino, un ladrón, un delincuente común…
—Exactamente. Hablé en Río sobre eso. Hay que dar una imagen repulsiva de Prestes. Eso es lo que necesitamos. El proceso está bien tramado, y nada importa que las acusaciones sean o no verdaderas. Tú bien sabes que cuanto mayor es la calumnia, más posibilidades tiene de parecer verdad. Pero había una cosa equivocada: la manera de realizar el proceso. La verdad es que los procesos contra los comunistas se realizan casi a escondidas, sin la presencia de los acusados, a puerta cerrada. El resultado de este método es contrario al que deseamos. El pueblo cree que se le esconde algo, ¿comprendes?
—Es un poco sutil todo eso…
—No hay ninguna sutileza. Vamos a ver: piénsalo. Si juzgamos a Prestes públicamente, acusándole de todo lo que le acusamos, si le colocamos como un reo ante el pueblo, si abrimos las puertas del tribunal, si proclamamos su indignidad ante todo el mundo, ¡adiós a su prestigio! El prestigio se gana en muchos años, pero puede perderse en un minuto. Y eso es lo que vamos a hacer: liquidar esa aureola de héroe que envuelve a Prestes. El pueblo debe verle en el banquillo de los acusados, condenado por asesinato y como ladrón vulgar. Hay que hundirle, ¿comprendes? Y si se acaba con el mito Prestes, va a ser muy fácil acabar con el resto del Partido. Habremos arrancado las raíces del prestigio comunista…
—Sí. Tal vez tengas razón…
—Desde luego que tengo razón. Hablé con los del Tribunal de Seguridad.
Que Prestes sea juzgado públicamente, que le concedan la palabra para que pueda defenderse, así se va a enterrar, y enterrará con él el prestigio de su maldito Partido. Desencadenaremos una campaña contra él, le acusaremos de cualquier cosa. Para eso tenemos a Shopel, a Saquila, a la prensa. De nada sirve andar deteniendo y condenando a gente si no golpeamos donde debemos golpear. Acabar con el prestigio de Prestes, terminar con ese respeto que le tienen, con la esperanza que ponen en él. Eso representa por lo menos avanzar la mitad en la lucha contra el comunismo. Después, sólo queda esperar que Hitler le prenda fuego al Kremlin. Con Prestes desprestigiado aquí, y con Stalin ahorcado en Moscú, podemos dormir tranquilos. Del comunismo no quedará ni el recuerdo.
Artur bebió el resto del whisky:
—Así sea. No deseo otra cosa…
José Costa Vale le lanzó una mirada:
—Tú eres un débil, Artur. Sois vosotros, los hombres como tú, los que permitís el avance del comunismo en el mundo. Tú perteneces a un tiempo pasado, aún crees en ciertas palabras huecas como democracia y libertad. Hoy, querido amigo, los tiempos son muy otros. Tenemos que golpear duro. Estamos en los tiempos de Hitler, de Mussolini. Ya ves como ésos acabaron con el comunismo en sus países. Pues bien: nosotros vamos a hacer lo mismo aquí. Y, para empezar, vamos a acabar con Prestes, a dejarle reducido a polvo ante el pueblo. Me gustaría que fueras a Río, para asistir al juicio.
Notas de piano, llegadas de la sala, penetraban en el despacho. Teo Grant estaba cantando. Costa Vale escuchó un instante.
—Sí. Porque, o acabamos con el prestigio de ese bandido, de ese Prestes que sustenta la esperanza de esa canalla, o ellos, un día, acabarán con nosotros… Leí hace poco en una hoja de esas que publican nadie sabe cómo, que Prestes es la luz que ilumina el camino del pueblo. Pues bien: vamos a ahogar esa luz en el barro, amigo Artur…
Artur se servía más whisky:
—Sí, tienes razón. Liquidado Prestes, se acabó el comunismo en Brasil. Mañana por la mañana mandaré comprar un pasaje de avión para Río. Asistiré al juicio. Está señalado para pasado mañana, ¿no?
Costa Vale se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta:
—Ya está comprado… —Y entregó a Artur un billete de avión—. Para el avión de las once. Venancio Florival será tu compañero de viaje.
— ¿Y qué va a hacer ese hombre a Río?
El banquero sonrió:
—El gobierno le nombrará interventor en Mato Grosso. Ahora, el estado de
Mato Grosso es una especie de dependencia de la empresa del Valle de Rio
..
—Y él es el interventor…
—Exactamente. Un cargo de la empresa…
Sus ojos fríos mostraban tal decisión que el diputado bajó la cabeza y cambió de tema. Aprovechó las notas altas de la canción, allá en la sala:
—Canta bien, ese Teodor Grant…
—Y sabe dónde tiene la cabeza. Esos norteamericanos saben lo que hacen. Son los amos del mundo, Artur…
Mímesis III
Por último, el tercer momento de la mimesis, se encuentra en la intersección entre el mundo del texto y el mundo del oyente/del vidente/del lector, entre el mundo configurado por el poema, por la narración, y el mundo donde la acción efectiva se despliega, desenvolviendo su temporalidad específica[141]. En otros escritos, nos hemos referido a la mimesis, a los tres momentos de la mimesis, comprendiendo que se da una transformación figural; llamamos a la mimesis I, mimesis II y Mimesis III, figuración, configuración y re-figuración. Proponiendo entonces, que la mimesis III corresponde a la re-figuración; es decir, a la interpretación del oyente, vidente y lector[142].
Ciertamente la re-figuración la hace el/la lectora; sin embargo, como umbral de esta re-figuración, la narrativa dispone de relatos donde coloca mensajes, cuando los valores plantados se hacen carne en personajes heroicos, entregados a la causa, combatientes por la emancipación de la humanidad. Uno de esos relatos, intenso en el cuadro de solidaridad, aparece en plena retirada del ejército republicano, después de la derrota en la guerra civil española. También es elocuente el cuadro en lo que respecta a la descripción de los juegos políticos y diplomáticos de las democracias europeas, que prefieren entregar España a los fascistas, pretendiendo calmar los ánimos belicistas de Hitler. De la misma manera entregan Checoslovaquia a la expansión nazi, buscando el mismo objetivo, evitar la guerra, sacrificando estos países a la violencia nazi y fascista. Bajo estos mismos juegos políticos, los refugiados eran encerrados en campos de concentración, una vez que llegaban a Francia, una vez que los militares republicanos entregaban las armas. El costo de esta política cobarde y de la diplomacia pomposa va a ser muy alto para Europa, sobre todo para Francia.
Por esa misma época, en febrero, dos hombres se encontraron y se reconocieron en medio de la multitud de soldados y paisanos, en la frontera de Francia con España. Una dramática procesión de fugitivos cruzaba los Pirineos aquel invierno.
Los aviones alemanes, los nazis de la Legión Cóndor, volaban sobre la multitud en retirada, ametrallando al azar, dejando en el rastro de su ruido asesino cadáveres de viejos, mujeres y niños. Carros tirados por jumentos y por bueyes, empujados por hombres, cunas transformadas en carretillas, los más variados y primitivos medios de locomoción llevaban las parcas pertenencias de los fugitivos: colchones, cacerolas, trapos, arcas y baúles antiguos, cuadros de santos católicos, y también abuelos paralíticos, niños recién nacidos. Los soldados italianos, de las legiones fascistas de Mussolini, y los moros de Franco, marchaban ávidos tras los pasos de los fugitivos. A veces, algunos de éstos se quedaban atrás, cortados por una columna de soldados enemigos, y para ellos terminaba toda esperanza. La sangre empapaba la blancura de la nieve, los cadáveres yacían junto a los árboles deshojados. Una madre, aún joven, marchaba llevando en sus brazos el cuerpo sin vida de su hijo. A su lado, apoyado en un bastón, un viejo, abuelo quizá del niño, no podía contener las lágrimas. Apolinário, con el uniforme de comandante del Ejército Republicano Español, mantenía el orden entre sus soldados:
—No estamos huyendo. Nos estamos retirando como soldados de la
República, con disciplina y orden.
Y su autoridad se imponía. Una leyenda de gloria rodeaba a aquel joven oficial brasileño. Sus hechos se cantaban en los romanceros de la guerra.
Y en torno a la nieve y el frío, las escarpadas montañas. El trágico invierno de la derrota, la fúnebre procesión de fugitivos. Apolinário recordaba las descripciones de las retiradas en el Nordeste brasileño, en los años de sequía. Pero aquí aún era más terrible: toda aquella población, millares y millares de familias, abandonaba su patria vendida, dejaba tras sí todo lo que había amado, lo que hasta entonces había constituido su vida. Partían para tierras que no eran las suyas, iban a empezar su vida de nuevo en un país extraño, de lengua diferente, de diversas costumbres. Los ojos se volvían hacia el camino recorrido como despidiéndose de los paisajes maternos, del suelo de la patria.
Tres batallones de soldados republicanos, los últimos en cruzar los Pirineos, marchaban difícilmente entre la masa confusa de los fugitivos. Apolinário mandaba uno de los batallones y había recibido la orden de cubrir la retaguardia de los otros dos y de la columna de civiles. Los soldados franquistas se aproximaban. Dijo a sus oficiales:
—Vamos a tener el honor de retirarnos combatiendo. Vamos a demostrar a los falangistas lo que valen los soldados antifascistas…
Vigilaron la montaña mientras los otros dos batallones partían, protegiendo a la multitud de civiles en su retirada. Los soldados de Franco y de Mussolini avanzaban con ansia de matar. Fueron recibidos por el fuego cerrado del batallón de Apolinário. Así, combatiendo, defendiendo cada palmo de la montaña, retrocedían hacia la frontera dando tiempo a que la atravesaran los civiles. Fueron los últimos soldados en cruzarla, y Apolinário sólo la atravesó cuando el último de sus hombres había pasado ya. Campesinos franceses traían alimentos y vino para los españoles.
Allí estaban ya los otros dos batallones y una enorme masa de exiliados. Era de noche, y el viento gélido, el frío y el hambre les abrumaban. Los soldados derribaron unos árboles para encender hogueras en torno de las cuales se tumbaban los fugitivos, incapaces de resistir la fatiga. Fue aquella noche cuando Apolinário se encontró con el sargento Franta Tyburec, ahora teniente. El checo, dirigiendo a un grupo de soldados en la preparación de las hogueras, identificó en seguida a su antiguo conocido:
— ¡Pero, si es el brasileño…!
Durante aquellos años de guerra, Apolinário había visto tanta gente, había tratado con hombres de tantas nacionalidades que, de inmediato, se quedó sin saber quién era aquel teniente y dónde le había conocido.
— ¿No te acuerdas ya de mí? Franta Tyburec, sargento checo de la brigada Dimitrov, cuando aún había brigadas internacionales… Nos encontramos ¿te acuerdas? en…
De repente, toda la escena volvió a la memoria de Apolinário: veía al entonces sargento arrastrándose por el campo; habían creído que era un nazi, responsable del asesinato de una familia de campesinos. Después, el sargento le había dejado un periódico con noticias de la huelga de Santos, habían bebido juntos a la salud de Prestes y de Gottwald. Se abrazaron entonces, y el checo dijo:
—Se ha acabado nuestra guerra… Pero si ellos creen que se acabó para siempre, están muy equivocados. Un día volverá a sus casas el pueblo español, y en ese día quiero de nuevo estar con él.
Volvía sus ojos hacia la frontera española. En cualquier parte, muy lejos, estaba la tumba de Consolación, la muchacha madrileña, el amor de su vida. Cuando fueron disueltas las brigadas internacionales, Franta, como Apolinário, había continuado en España. Arrancó los ojos de la dirección de la frontera, y se alejó andando con el oficial brasileño:
—Mañana tenemos que acercarnos a un pueblo próximo. Creo que se llama Prats de Molló. Ahí tenemos que entregar las armas a las autoridades francesas…
Apolinário asintió:
—Sí. Lo sabía ya.
El viento helado penetraba a través de los capotes, cortando como agujas afiladas. Franta Tyburec se detuvo y preguntó inesperadamente:
— ¿Y cómo van las cosas por tu país?
—Mal. Un gobierno fascista, el terror policíaco. Están matando a los camaradas.
El rostro del checo, rostro franco de obrero, reflejaba sus emociones:
—Pues ya sabrás lo que pasa en Checoslovaquia. Ahora que la cosa ha acabado en España, Hitler se lanza contra mi patria. Desde los acuerdos de Munich, me encuentro como tú estabas entonces. Mi cabeza está en Praga. Esos bandidos de Londres y de París —se refería a los gobiernos de Chamberlain y de Daladier— han vendido a España y a Checoslovaquia.
—Son tan miserables como Hitler… —comentó Apolinário.
—Entre los chacales y el tigre, es difícil elegir.
Volvieron a caminar en silencio. Se estaban encendiendo las hogueras y en torno a ellas se apretaban soldados, mujeres y ancianos. Más allá, una voz femenina cantaba una canción de cuna. Franta Tyburec dijo:
—De todos modos, me vuelvo a Praga. El Partido debe de necesitar a todo el mundo allá. Vuelvo como sea. Es un momento difícil para mi país.
Encendió la colilla:
— ¿Sabes lo que pasa aquí? Están metiendo a todo el mundo en campos de concentración…
—Lo sé.
La voz del teniente llegaba en la noche, decidida:
—Los primeros días aún hay ciertas facilidades. Pero luego es un régimen carcelario. Como si fuéramos criminales, como si los enemigos de Francia fuéramos nosotros, y no Franco… Yo cumpliré mi deber de soldado hasta el último momento, pero cuando hayamos entregado las armas, huiré. Llegaré a Praga como sea…
Al día siguiente, efectivamente, los gendarmes franceses dieron órdenes a soldados y civiles para que se dirigieran hacia Prats de Molló. Allí les estaban esperando las autoridades. Fue una triste ceremonia aquella entrega de armas. Los soldados se iban hacia un lado, algunos lloraban. Cerca del pueblo, estaban rodeando un terreno de alambre de espinos. Era el campo donde iban a ser internados.
Fue Apolinário quien concertó todos los detalles de la fuga. Como comandante de uno de los batallones tenía ciertos pequeños privilegios: podía salir del campo para ir a hablar con las autoridades. La impaciencia de Franta Tyburec crecía. Y se transformó casi en desesperación cuando, a mediados de marzo se enteraron de la entrada de Hitler en Praga y de la desmembración de Checoslovaquia. Apolinário había logrado de los campesinos ropas para él y para Franta. Unos camaradas franceses les habían dado dinero y direcciones. Huyeron por la noche.
En París se despidieron: Franta iba a intentar llegar a Praga. Apolinário no sabía cuál sería su destino. Los periódicos hablaban de la guerra próxima, de la guerra de Hitler contra la Unión Soviética. Los nazis amenazaban a Polonia. La primavera se anunciaba con malos augurios.
—Adiós, amigo… —dijo el checo abrazando al brasileño—. Quizás un día volvamos a vernos de nuevo. El mundo es pequeño…
—Pequeños son sólo algunos hombres… —dijo Apolinário—. Ya ves: amenazas por todas partes, los nazis avanzan. Y, sin embargo, jamás he tenido tanta confianza en nuestra victoria. Hemos perdido Madrid, hemos perdido Praga, pero cuando te veo a punto de salir, sé que españoles y checos no están vencidos.
—Lo sé… Stalin quería defender Checoslovaquia. Fue Benes quien no aceptó su ofrecimiento. Prefieren la esclavitud con Hitler antes que ver al pueblo en el poder. Pero eso no va a impedir nuestro avance… Lo sé.
—Estamos atravesando un camino sombrío. Marchamos sobre un pantano.
Pero al fin de este camino está la claridad del día. Estoy seguro. En la frontera vi a un viejo campesino. En el momento de pisar el suelo francés, se volvió a mirar las tierras de España: «Volveremos, Madre», dijo. Yo estaba desalentado, pero aquella frase del viejo campesino levantó mi moral.
Franta Tyburec sonrió:
—Sí, venceremos, porque lo que nosotros tenemos no es un fusil: es una idea. Y, amigo, no hay ni fusil ni ametralladora ni cañón que pueda destruir una idea. Sé que jamás podrán destruir la Unión Soviética porque está edificada sobre la idea de la felicidad del hombre. Un día te veré en Praga, en una Praga liberada, cuando estemos construyendo el socialismo en Checoslovaquia… —Le abrazó de nuevo y le besó en ambas mejillas, según la vieja costumbre eslava.
—Iré. Puedes estar seguro.
El tren se puso en marcha en la estación llena de niebla. La luz de la locomotora perforó la oscuridad. Apolinário extendió su mano en un adiós. Su voz repetía:
—Hasta pronto, amigo. Hasta pronto…
Este relato es uno de los umbrales de la narración, la zona donde la mimesis II se articula con la mimesis III, la configuración se articula con la re-configuración. El mensaje afectivo del narrador está sembrado en la escritura. De cómo lo recoja el/la lectora va depender de la predisposición subjetiva, de la apertura al horizonte histórico y cultural del narrador, va depender de la intimidad con su propio horizonte histórico y cultural. De todas maneras la lectura no puede dejar de ser afectada por estas inscripciones pasionales del relato.
Desenlace 2
En nuestra contemporaneidad, la más actual, es difícil hablar de amor románticamente. No solo por el “pragmatismo” imperante en las relaciones sociales, en la vertiginosidad de los afectos, vividos intensamente, sino por la predisposición crítica de sensibilidades experimentadas en la liberación de las emociones y en la emancipación de los sentidos. En todo caso, si perduran estos afectos en la forma romántica, no son idealizados. Cuando leemos relatos de amores románticos, que reproducen el paradigma del amor romántico, nos colocamos como distantes e incrédulos, un tanto sorprendidos de asistir a la narrativa que todavía retiene el romanticismo. Hay como una pretensión de madurez cuando se nos lanzan estas historias de amor, tomamos la posición escéptica. Quizás sea apresurada esta colocación escéptica, quizás haya que volver a decodificar las manifestaciones de este romanticismo amoroso, todavía ventilándose en algunas historias de vida, apegadas a la valorización poética de las sensaciones.
El desenlace amoroso entre Manuela y Marco es romántico, un hermoso cuadro, que recuerda la novela romántica. El romanticismo se encuentra muy cerca de la narrativa heroica. No se trata exactamente del drama que no abandona las figuras épicas, de la novela que no abandona la epopeya, sino de la narrativa que busca resolver las paradojas de concordancia-discordancia, incorporando en la dramática estos planos intensidad amorosos, que dan cuenta de resistencias subjetivas al “pragmatismo” hegemónico. Este desenlace amoroso se integra a los otros desenlaces; en nuestra selección provisional, al desenlace de la rebelión de los caboclos, y al desenlace de lo que consideramos la conclusión de la obra, el encuentro pasional político entre Prestes y Mariana, la joven militante comunista, esposa de João. Lo que nos dice la novela, interpretando los entrelazamientos de la trama, es que el amor romántico, está enlazado a la rebelión, por vasos comunicantes complejos; así también está enlazado al compromiso político, a la consecuencia, a la tenacidad comunista.
De pie, en la entrada del locutorio, blanco de la curiosidad de las familias y de los presos, Manuela, hermosa como visión de un sueño, le estaba esperando. Se lanzó a sus brazos entre sollozos de alegría:
— ¡Marcos!
Los presos abandonaban por un momento los asuntos familiares para sonreír y contar a las visitas que aquél era el célebre arquitecto Marcos de Sousa. La mujer del ex-oficial reconoció a Manuela por las fotografías de las revistas. También los guardias observaban la escena, haciendo comentarios sobre la belleza de la bailarina.
Cogidos de las manos, como dos enamorados, fueron a sentarse en un banco, en el fondo del locutorio. Marcos le preguntó:
— ¿Cuándo has llegado? ¿Cómo hiciste para venir aquí?
—Llegué hace tres días, y no sabía nada. Telefoneé a São Paulo, a tu despacho. Te había mandado un telegrama anunciándote mi llegada. Al ver que no ibas a recibirme, creí que estarías enfermo. Luego me lo explicaron. Quedé como atontada, no puedes imaginártelo… —y estrechaba sus manos, como para convencerse de su presencia, con los ojos húmedos.
Marcos le sonreía, agradecido. Le resultaba muy difícil hablar.
—He estado ya con un abogado para ver qué podía hacer. Pero el pobre hombre, al saber que se trataba de un proceso político, casi se muere de miedo. Poco faltó para que me echara por las escaleras. Decidí ir directamente a la policía.
— ¿Sola?
Asintió con la cabeza. Sus cabellos rozaban el rostro de Marcos. Una sonrisa tímida aparecía en los labios de la muchacha.
—Allí me dijeron que sólo los parientes próximos podían visitar a los presos: los padres, los hijos, las mujeres. Me preguntaron si ése era mi caso.
Clavó los ojos azules en Marcos:
—Perdona, Marcos, quería verte…
— ¿Que te perdone? ¿Qué tengo que perdonarte…? ¡Si ella supiera lo que aquella visita significaba para él!
—Te voy a contar: Yo quería verte, como fuera, pero verte. El delegado, un tipo antipático, muy gentil aparentemente, pero intentando ofenderme siempre, me dijo: «Él no tiene padres, es huérfano. Tampoco tiene hermanos, y está soltero…» Quería ofenderme, Marcos: «A no ser que usted viva con él como casada y sin serlo. En ese caso, es posible…» Y yo le dije que sí, que era verdad. Perdona, lo que yo quería era sólo verte…
El la miró, con los labios abiertos como si fuera a hablar y no encontrara palabras. Ella bajó la cabeza:
—Se echó a reír, como burlándose, groseramente, pero dio una orden. Sé que no debía haberlo hecho, pero no podía dejar de verte. Estaba como loca…
—Manuela… ¿Y tú reputación, hija mía?
—Eso no me importa. Tenía miedo de que a ti sí te molestara…
— ¿Molestarme? Pero ¿nunca te diste cuenta de que…?
— ¿Qué? —Manuela se acercó, ansiosa de la respuesta tan esperada, su rostro frente al de Marcos. —…que te quiero…?
— ¿Es verdad? —exclamó ella—. ¿Realmente es verdad? ¡Oh, Marcos! ¡Qué suerte que te hayan encerrado en la cárcel! Así, al menos me lo has dicho… ¡Hace tanto tiempo que te quiero, que sólo esperaba una palabra tuya…!
Apoyó su cabeza en el pecho del arquitecto. Algunos presos sonreían ante aquella escena. La voz de Manuela murmuró:
— ¡Va a ser tan bonito cuando salgas…!
— ¿Aceptas casarte conmigo?
— ¿Casarme contigo? Pero Marcos… Tú sabes lo que pasó… Si quieres vivir conmigo como dijo el delegado, eso me basta… Tú conoces mi pasado.
— ¡Pero, Manuela! ¡Qué locura! Tu pasado… ¿Qué culpa tienes de que te hayan engañado? ¿Me consideras realmente tan mezquino? Te quiero como esposa, te quiero como compañera. Si nunca te lo dije antes, fue porque temía molestarte, creía que me querías sólo como a un amigo…
— ¿Fue por eso? ¡Y yo pensando que era por lo que me había pasado con Paulo…! Por eso tampoco yo te decía nada. Fuimos dos tontos, Marcos… —sonreía entre lágrimas.
—No me has respondido aún. ¿Aceptas?
— ¿Y me lo preguntas, mi amor?… Eso es más de todo lo que soñé, más de todo lo que he deseado…
Y le contempló con infinita ternura. Tenía los ojos inundados en lágrimas.
No podía ser más feliz. Pero él bajó la voz, preocupado:
—Hay algo más que quiero decirte. Algo que puede cambiarlo todo…
—Entonces, no me lo digas. Nada me importa.
—Te importa, sí. Y quiero decírtelo. Oye, Manuela: he pedido mi inscripción en el Partido. Si te casas conmigo, te casarás con un comunista…
—Soy una estúpida, Marcos. No sé nada de política. Pero ya te dije una vez que para mí es así: los comunistas son los buenos, los otros son los malos. Para mí, al menos, ha sido así. ¿Me enseñarás, verdad? Para que pueda ayudarte…
—Cuando salga, nos casaremos. Pero si me procesan, pueden condenarme a dos o tres años…
—Aunque sean veinte, te esperaré. Hace ya mucho tiempo que te estoy esperando, Marcos.
Los guardias anunciaron el fin de la hora de visita. Los presos se despedían de sus familias. Marcos y Manuela se besaron. Era su primer beso. El amor iluminaba el locutorio de la cárcel.
Volviendo al análisis estructuralista – termino que manejamos con la provisionalidad del caso –, podemos decir que el amor de Manuela y Marco se opone a la relación amorosa de Manuela y Paulo. En este ambivalente caso, Manuela se entrega ingenua a Paulo, un gigoló, mujeriego y cínico, en lo que respecta a las relaciones de pareja. En el caso de su encuentro con Marco, Manuela es una mujer experimentada, distante del mundo adulador, publicitario, estridente, espectacular, al que había sido introducida por Paulo y Shopel; en verdad asqueada de ese mundillo de derroche. Lo que más desea es el amor de Marco; sin embargo, cree que el arquitecto es inaccesible en términos amorosos, que su decencia lo aleja, por su pasado. Marco, cree, que por su edad, le dobla a Manuela, la hermosa balletista es inaccesible; lo tiene como su amigo. Además cree que está vacunada contra el amor, después de la amarga experiencia con Paulo. Ambos no se confiesan, no revelan el amor de uno al otro, hasta que las circunstancias críticas los obligan a hacerlo.
El amor de Manuela y Marco es como una resistencia sensible a la decadencia mercantil de la modernidad. El romanticismo es otro fantasma, así como el fantasma del comunismo, que asedia a los estados, a los gobiernos, a las sociedades divididas en clases sociales. Su alianza es como una concomitancia contra el cinismo y el “pragmatismo” preponderante. No vamos a discutir aquí si el romanticismo encubre una forma de dominación masculina sutil; esta lectura crítica es contemporánea, corresponde a nuestra actualidad, no forma parte de los recursos “ideológicos” del periodo de Jorge Amado. No hay necesidad de entrar a esta discusión, cuando interpretamos la novela. Lo importante es encontrar sus planos de intensidad y, en sus planos de intensidad, encontrar la eterna rebelión contra el poder y el capital.
Desenlace 3
Las pasiones políticas han movido multitudes, han generado rebeliones, levantamientos, sublevaciones, han explosionado como revoluciones, a lo largo de la modernidad; época vertiginosa, de trastrocamientos institucionales, de transvaloraciones de valores, de derrumbes de estructuras tradicionales. Las pasiones políticas han provocado exigencias extremas en los actores de las movilizaciones; han ocasionado gastos heroicos, entregas y renuncias, prodigando a la causa la pasión política. La pasión política comunista ha conformado perfiles subjetivos variados; desde los proletarios arrojados a las huelgas salvajes, que destruían máquinas, hasta los obreros, que asociados en sindicatos, se entrababan en huelgas largas, sostenidas con coraje y solidaridad. También ha conformado la militancia en grupos y círculos autonombrados como comunistas; más tarde aparecieron los partidos comunistas, ligados a la tercera internacional y a la revolución bolchevique. A nombre del comunismo se hicieron insurrecciones proletarias, largas marchas y guerrillas. Al revisar estas historias, se puede admirar el coraje, la entrega, la dedicación, el gasto heroico; esta es la voluntad que se enfrenta a la historia y a la “realidad” para transformarla.
Sin embargo, también a nombre del comunismo los partidos, a pesar de haber tenido un nacimiento activista, hasta aguerrido, terminan burocratizándose, incluso antes de tomar el poder. Se institucionalizan, terminando formando parte del orden social. Los aguerridos activistas, dedicados, entregados a la causa, incluso disciplinados, son sustituidos por burócratas y funcionarios del partido, apegados al “pragmatismo” y al realismo político; inclinaciones del comportamiento justificadas por la tesis de la revolución por etapas.
Hay que distinguir pues distintos periodos del partido comunista; no se puede absorber toda la historia del partido a su vida institucional y burocrática. No se puede tirar por la borda la experiencia militante de gente dedicada, de coraje y lucida, que supo articular intuición subversiva e interpretación teórica. Aunque esta interpretación insistente mostrase un cuerpo rígido, como si la teoría crítica pudiera reducirse a las verdades de la ortodoxia, lo que importa es la articulación explosiva entre teoría y praxis, en momentos intensos, constitutivos del comunismo.
Mariana es arrastrada por su pasión política, a pesar de la disciplina partidaria, los cuidados y las reglas de la clandestinidad. Quería ver a Prestes, todo un mito en la militancia comunista, también en el proletariado y en el pueblo rebelde brasilero. A pesar de haberle dicho a Marco, que se oponía a su ida, que iba estar en un rincón de la sala del Tribunal, observando, callada, silenciosa y casi invisible, cuando ve a Luíz Carlos Prestes se emociona, se emociona mucho más cuando interrumpen su discurso, una vez que le dan la palabra, y lo arrastra la policía. Grita, ya sin ninguna consideración por su seguridad personal, —i Viva Luíz Carlos Prestes !
Mariana tiene una relación pasional política con Prestes, como muchos militantes comunistas de entonces; por ejemplo, el bravo Gonçalo. Prestes es el símbolo de la lucha comunista, también de la rebelión popular, sintetizaba imaginariamente el coraje, el estoicismo, la entrega de la militancia. En el momento que Mariana grita, sorprendiendo a todos, escuchada por Prestes, que le sonríe, la conducta de la joven militante sobrepasa la disciplina del partido, es empujada por un ímpetu desbordante. Su comportamiento es la rebelión llevada al extremo de la intensidad y de la inmediatez. Este arrojarse, a pesar de las consecuencias, muestra, por así decirlo, el núcleo de la pasión política. Lo que pasa es que este impulso político vital, esta energía, esta potencia, es atemperada por la labor paciente, estratégica, del trabajo conspirativo de los activistas. Cuando la labor tiene como substrato esta pasión, el activismo subversivo se hace posible y se realiza; cuando esta pasión no se encuentra en la base de los actos, cuando, en vez de ella, aparece el frío calculo, el aparato burocrático, la disciplina sin pasión, el activismo desaparece, es sustituido por los procedimientos propagandistas del partido. Por eso podemos decir que comunista no es el que pertenece al partido, no es el que se autonombra comunista, sino estos hombres y mujeres, que pueden o no pertenecer al partido, donde habita incandescente la pasión política, la llama de la rebelión. Mariana es eso.
La muchacha sobre quien se habían posado los ojos de Venancio Florival en la ensenada de Botafogo era Mariana; también ella iba en dirección del Tribunal de Seguridad. Cuando le comunicó a Marcos su intención de asistir al juicio, el arquitecto se opuso. Pero Mariana discutió, y él acabó mostrando su conformidad, sensible a las razones que la mujer le exponía:
—Me quedaré en un rincón. Sólo quiero ver a Prestes. Nunca le vi. Es una oportunidad única.
Saltó del autobús en el comienzo de la playa de Botafogo, tenía aún mucho tiempo por delante, no quería llegar demasiado pronto. Mientras andaba al lado de la balaustrada, pensaba en Prestes, en el Partido, en la lucha. Le habían llegado noticias de la siembra de octavillas en las calles de São Paulo, de las banderas rojas en los cables, de las pintadas en los muros. Vitor y los otros camaradas estaban realizando un buen trabajo. También ella, Mariana, volvería pronto a la lucha: en cuanto João fuera enviado a Fernando de Noronha regresaría a São Paulo para ponerse a disposición del Partido. Así podría soportar mejor la ausencia de su compañero, entregada al trabajo, y así se sentiría cercana a él, pese a la inmensidad del mar que les separaba.
En una visita a João, le había explicado la significación de aquel juicio público a Prestes, lo que los enemigos esperaban lograr. Había sido aquella conversación lo que le decidió a asistir al juicio. En la sala se iba a trabar una batalla entre el Partido y la reacción; una batalla cuyos resultados serían importantes para la prosecución de la lucha. Así se lo había expuesto a Marcos la víspera, cuando el arquitecto discutía la oportunidad de su presencia en la sala.
Manuela, llena de simpatía por ellos, se horrorizaba ante aquella inmensa campaña de infamias, y preguntó:
— ¿Qué es lo que están tramando?
—Quieren desprestigiar a Prestes ante el pueblo. Mostrar que Prestes está solo, que no cuenta con nadie. Para que el pueblo pierda la esperanza en él y piense que el Estado Novo está ahí para siempre, inconmovible.
La bailarina abría los hermosos ojos azules con temor:
— ¿Pero es que el pueblo va a creer todo lo que están diciendo sobre Prestes?
Mariana afirmó:
—Tengo la seguridad de que la imagen de Prestes saldrá engrandecida del proceso.
—Yo también estoy seguro. Y es preciso que sea así —hablaba Marcos, en voz baja, como consigo mismo—. El pueblo confía en Prestes. Cuando pienso en el pueblo brasileño, es la imagen de Prestes la que tengo ante mí…
Una pequeña multitud intenta entrar en el edificio de los juzgados. Los policías dispersan a los curiosos gritando y empujando:
—No hay sitio. No se puede entrar. Está todo lleno…
Pero la multitud no se dispersa. Se va quedando por las proximidades, junto al coche celular que ha traído a Prestes. Mariana consiguió entrar por casualidad, llegó cuando dos policías abrían paso a Venancio Florival y Artur Carneiro Macedo da Rocha. Se colocó tras ellos y entró. Un policía quiso cerrarle el paso, pero Venancio, reconociendo en ella a la muchacha a quien había visto fugazmente en Botafogo, le preguntó:
— ¿Quiere entrar?
—Soy periodista —dijo Mariana—. De un periódico de São Paulo.
—Dejen entrar a la chica —recomendó el ex-senador a uno de los guardias.
Y ella se encontró de pronto en la sala repleta. Artur y Venancio se sentaron en las sillas reservadas para ellos, tras los jueces. La audiencia había comenzado. El fiscal iniciaba la acusación.
Mariana, alzándose sobre la punta de los pies, pudo ver a Prestes entre dos hombres de la policía especial, la camisa sin corbata abierta sobre el pecho, mirando ante sí serenamente. Mariana no puede apartar los ojos del rostro sereno de Prestes, de sus ojos que una llama apasionada ilumina. Es él, él mismo, el dirigente legendario, el capitán intrépido, el primer obrero de Brasil, el hombre en quien millones de hombres depositan su esperanza, su fe. La voluntad inflexible, alimentada por un saber sin dudas, la certeza del futuro.
No sólo los ojos de Mariana están fijos en él. Todos los asistentes están presos por la firmeza y por la serenidad de aquel hombre, sólo los policías escuchan las viles palabras del fiscal. Los hombres y las mujeres allí presentes, gente del pueblo, han venido para ver a Prestes, para solidarizarse con él a través de aquella presencia silenciosa. Han venido porque confían en él. Mariana comprende cuán justa era su confianza: el pueblo no se dejaba engañar. Un sentimiento de orgullo y de alegría se mezcla con la emoción de ver a Prestes.
De pronto, cierto nerviosismo parece contagiarse a los asistentes: murmullos, gente que intenta colocarse para ver mejor, y luego un silencio profundo y completo. Mariana alza la cabeza: el presidente del tribunal, con voz apenas audible, acaba de conceder la palabra a Prestes.
Y la voz de Prestes se eleva, rica de amor y verdad. Cada palabra suena como un mensaje de esperanza y certidumbre, brotando en aquella sala vigilada por la policía, hasta alcanzar los rincones más distantes de Brasil:
Quiero aprovechar la ocasión que me ofrecen de hablar al pueblo brasileño para rendir homenaje hoy a una de las mayores fechas de la historia, al vigésimo tercer aniversario de la Gran Revolución
Rusa, que liberó a un pueblo de la tiranía…
El juez grita histérico. Le retira la palabra. Los guardias de la sección especial de la policía, los inspectores de paisano, se lanzan sobre él, intentando arrastrarle fuera de la sala. Mariana ve aquella masa de policías llevándose al prisionero a la fuerza. El barullo es enorme, los espectadores se empujan para ver mejor, bajo la amenaza de los policías. Mariana, que está ahora al lado de la mesa del tribunal, cerca de Venancio y de Artur, oye murmurar:
—Hemos perdido la partida…
No sabe que quien acaba de hablar es el exministro Artur Carneiro Macedo da Rocha, político importante de las clases dominadoras, hombre de Costa Vale y de los norteamericanos. No sabe tampoco que es Venancio Florival, latifundista y señor de inmensas tierras, quien responde con voz de odio incontenible:
— ¡Para ése: el paredón, y tiros a la barriga…!
Mariana sabe sólo que son enemigos derrotados por la conducta comunista de Prestes, que son los mismos que querían desprestigiarle ante el pueblo, los que pensaban terminar con el prestigio del Partido, con el amor del pueblo a Prestes.
Por un instante, súbitamente, Prestes se libera de los policías y se vuelve hacia el pueblo, abre la boca para hablar. Pero de nuevo se lanzan sobre él.
Mariana no puede contenerse más, y grita:
—i Viva Luíz Carlos Prestes!
Fue tan inesperado que, por un momento, nada hicieron. Desde la puerta por donde se le llevaban, Prestes volvió la cabeza y sonrió. Alguien gritaba al lado de Mariana:
— ¡Fue ésta! ¡Fue ésta!
Luego, Mariana sintió que le retorcían un brazo. Los policías se abrían camino entre la gente, a puñetazos y empujones. Le agarraron con tanta fuerza que se la llevaron casi en volandas. Una pequeña multitud iba detrás de ella y de la policía, como si ya no les interesara nada el juicio, ahora que Prestes ya no estaba.
Fuera brillaba el sol en una mañana deslumbrante. Un policía empujó a Mariana hacia el coche celular. Ella tropezó, la llevaron a rastras, alguien le sostuvo. Al levantarse pudo sentir en los ojos de todos aquellos que se habían agrupado en la puerta y en la calle la misma calurosa solidaridad del hombre del pueblo que le protegía y le daba la mano.
—Gracias… —sonrió Mariana. Con paso firme, la cabeza erguida, se dirigió al coche celular.
A modo de conclusión
La novela Los subterráneos de la libertad despliega una narrativa intensa, prolífica en figuraciones sociales, desmenuzadas en su íntima subjetividad, presentando sus perfiles singulares. Son elocuente en la narrativa los contrastes de clases sociales, de sus hábitats, también de sus habitus. Es intensa la perspectiva viajera de la narración, cuando recorre las regiones de la geografía del país; sobre todo cuando describe estas regiones entrelazadas con los cuerpos, con las percepciones de estos cuerpos. No sé si se puede hablar de una novela política, en el sentido de que se narran los decursos sinuosos de la política, las cartografías del campo político, los comportamientos y las conductas diferenciales en lo que respecta al referente político. Tampoco estoy seguro si se puede decir que la novela, toda novela, es política, como dice Jean-Françoise Lyotard de la filosofía, afirmando que la filosofía es política[143]. En todo caso, estamos ante una narrativa que configura el acontecimiento Brasil desde la experiencia social, desde la memoria social, asumidas en una trama de múltiples tejidos entrelazados. Una trama pasional que sintetiza, por así decirlo, lo heterogéneo, encontrando una totalización metafórica, que interpreta las territorialidades, los recorridos, los circuitos, los movimientos sociales, las relaciones de dominación, las relaciones capitalistas, desde las percepciones corporales del pueblo y de la alta sociedad dominante. Aunque el discurso de la teleología dialéctica aparezca explicando los dramas, este discurso es parte de la locución de ciertos protagonistas, incluso puede ser la misma concepción filosófica del autor; sin embargo, no es este discurso el que forma parte de la dinámica molecular de la narrativa. Lo que devela el sentido inmanente del acontecimiento Brasil, de ese tiempo, es la fenomenología de la percepción narrativa, la intuición sensible del narrador, la dinámica de los cuerpos incorporados en los escenarios de la novela. Es esta intuición sensible, esta intuición estética, combinada con la intuición intelectiva, la que logra una hermenéutica o, si se quiere, el desenvolvimiento de la mimesis; desde su incrustación en la semántica práctica hasta los umbrales de la re-figuración.
Habíamos dicho que entre los contrastes operativos de la narración, las polaridades figurativas, se sitúan en la oposición del partido comunista frente al Estado Novo, en la oposición del proletariado frente a la burguesía y la aristocracia, del pueblo frente a regímenes herederos del Imperio, que se sostienen sobre diagramas coloniales, actualizados en cartografías sociales y políticas de la colonialidad. Tomando en cuenta la conclusión de la novela, cuando aparece Prestes, podemos decir también que la polaridad de constante tención en la novela, como uno de los fondos de contradicciones y antagonismos culturales de la narrativa, es la de la figura de Luíz Carlos Prestes frente a la figura de Getúlio Vargas. Luíz Carlos Prestes es el símbolo de la permanente rebelión del pueblo brasilero, en todas las formas, múltiples resistencias, plurales transgresiones, variadas alteraciones, encaminando diversamente la potencia social. En cambio Getúlio Vargas es el símbolo del poder, del Estado, de la dominación, aunque sus gestiones evolucionen de un diletantismo incipiente a un pacto “bonapartista”, cuando el caudillo encausa una revolución industrial autoritaria, una modernización conservadora, aunque la política y el discurso del caudillo adquieran la locución seductora del populismo.
A partir de lo que acabamos de decir, nos atrevemos a poner en mesa la siguiente crítica. Se lee Brasil desde las casillas iluminadas de las instituciones, sobre todo de las instituciones del Estado, de las instituciones de la dominancia económica, desde la estrategia de la geopolítica regional; aunque adquiera una tonalidad crítica esta lectura; incluso dejando la tonalidad, aunque adquiera la forma del discurso de denuncia, de demanda, inclusive de discurso de crítica radical, en la medida que la perspectiva se traza desde este iluminismo institucional, moderno y capitalista, que nunca ha dejado de ser colonial, se sigue leyendo Brasil desde el poder, desde el fetichismo del poder, el fetichismo del Estado, el fetichismo institucional. Se ha renunciado a leer el acontecimiento Brasil desde la potencia social, desde la alteratividad social, desde las fuerzas vitales no solamente resistentes, sino creativas culturalmente, creativas socialmente, creativas territorialmente.