09/10/2018 :: BRASIL
Brasil: arrollador avance de la nueva derecha
x Raúl Zibechi
Con casi la mitad de los votos (46%) el ex capitán Jair Bolsonaro le saca casi veinte millones de sufragios a Fernando Haddad
Y se coloca en óptimas condiciones para ser elegido presidente en la segunda vuelta, a celebrarse el 28 de octubre. Con esta votación, puede hablarse de una ‘oleada’ a favor del candidato del Partido Social Liberal (PSL).
Ante la magnitud de este resultado, de poco sirven los adjetivos como ‘fascista’ para dar cuenta de su arrasadora votación ya que, aunque no son completamente desacertados, no alcanzan para comprender el estado de ánimo que ha llevado a los brasileños, en apenas cinco años, a realizar un viraje del apoyo a la izquierda hacia la ultraderecha.
La primera lectura consiste en constatar que Bolsonaro tuvo apoyos consistentes en todos los sectores sociales, pero de forma destacada entre los varones blancos y jóvenes de clase media con mayor nivel educativo. Esto representa una desviación respecto al apoyo que reciben otros candidatos de derecha, como Donald Trump. El estudio mencionado, que refleja las intenciones de voto de la base social más fiel a Bolsonaro, destaca que recibe mayor cantidad de votos entre los menores de 34 años, entre los evangélicos y los pentecostales y, sobre todo, entre bachilleres y universitarios.
Para este sector el principal problema de Brasil es la corrupción y en segundo lugar la violencia, muy por delante de la salud, el desempleo y la educación. Pero lo que más diferencia a sus votantes de los demás candidatos es el apoyo a la pena de muerte y al porte de armas, cuestiones que Bolsonaro defiende como puntos centrales de su programa político.
La segunda es la fractura geográfica. Los estados del sur, los más poblados, más blancos y con nivel de vida más alto, votaron en masa por Bolsonaro. En Sao Paulo, el más poblado y rico, alcanzó 53% frente a 16% de Haddad. En Santa Catarina 65%, en Paraná 56% el y en Rio Grande do Sul 52%. Lo curioso, sin embargo, es que fue en estas regiones donde nacieron el Partido de los Trabajadores, la central sindical CUT y el Movimiento Sin Tierra hace ya cuatro décadas.
En el norte negro y pobre, el panorama es el contrario. En Bahía el candidato del PT llegó al 60%, en Piauí al 63% y en Maranhao al 60%. Esta región había sido esquiva al PT hasta que Lula alcanzó el gobierno en 2003 y puso en marcha políticas sociales como Bolsa Familia que suponen transferencias monetarias para las familias con menores ingresos.
La tercera cuestión se relaciona con un profundo cambio de orientación de las elites económicas y sociales. Desde que comenzó el período neoliberal en la década de 1990, la opción electoral de la derecha fue el partido de la socialdemocracia (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que gobernó durante dos períodos y entregó el mando a Lula en 2003. La división entre el PSDB y el PT, los dos mayores partidos de Brasil, marcó durante tres décadas el mapa político del país.
Pero ahora el candidato del PSDB, Geraldo Alckmin, obtuvo una votación casi marginal (4,7%), lo que supone un cambio fenomenal ya que las bases sociales del partido emigraron en masa hacia Bolsonaro. Es probable que uno de los resultados principales del triunfo del ex capitán, sea el hundimiento de este partido. En todo caso, debe constatarse que las elites que lo apoyaron desde el primer momento, dejaron de creer en la conciliación entre las clases sociales y también en la democracia.
La cuarta consiste en constatar que las principales bancadas de la cámara electa siguen siendo el agronegocio, la minería, la ‘bancada de la bala’ que defiende armarse contra los delincuentes y la ‘industria de la fe’, o sea las iglesias evangélicas y pentecostales. Estos sectores se hicieron fuertes en el Parlamento en las elecciones de 2014 que ganó Dilma Rousseff (PT), y fueron los que impulsaron su ilegítima destitución.
La quinta es la máscara antisistema que se colocó Bolsonaro mientras la izquierda representa a la política tradicional. A lo largo de toda su campaña criticó a los grandes medios como O Globo y se vio forzado a buscar influencia en las redes sociales ya que tuvo muy poco tiempo gratuito en la televisión. Esta situación, sumada a su perfil y sus declaraciones, le labraron una imagen antisistema que le permitió conectar con profundos sentimientos que atraviesan a la sociedad brasileña.
Por el contrario, Haddad y el propio Lula forman parte de la tradicional y desprestigiada clase política, que la población identifica con la corrupción y la ineficiencia. Y esto es grave porque el PT llegó al gobierno con la esperanza de producir cambios, pero muy pronto se adaptó al sistema, comenzó a practicar sus peores vicios y nunca realizó una autocrítica seria. Los intelectuales del PT se limitaron a negar la corrupción y atribuir todos los problemas a la derecha, los medios y los jueces caprichosos y derechistas que se ensañaron con Lula.
Los demás aspectos que pesaron en esta elección son más evidentes, como la crisis económica que comenzó en 2013 y de la cual el país aún no se recuperó, con elevados niveles de endeudamiento de las familias y precariedad laboral. Un clima de violencia creciente, en gran medida auspiciado por el narcotráfico, que habilitó a los gobiernos a emplear a los militares en el orden público. Una parte de la población percibe a los uniformados como salvadores y defiende la creciente militarización de las grandes ciudades.
En este clima de desesperanza y desintegración de la sociedad, el discurso oportunista de Bolsonaro ha calado muy hondo. La impresión es que esta ultraderecha llegó para quedarse. Sin duda, los brasileños no votaron engañados y optaron por un ‘macho alfa’ que le dijo a una diputada “a usted no la violaría porque es muy fea” y cree que lo negros son inferiores.
Tal vez haya que concluir con la historiadora Lilia Schwarcz, una de las intelectuales más respetadas de Brasil, quien sostiene que “hay un deseo de ver a la dictadura como una utopía que mejoraría la seguridad, la economía y la estabilidad”. En efecto, el régimen militar (1964-1985) sigue siendo visualizado por buena parte de la población como un período de bonanza, crecimiento y necesaria mano dura.
Todo indica que pese a tener el Parlamento a su favor, en caso de llegar al poder, Bolsonaro no podrá cumplir la mayoría de sus promesas y que su Gobierno será inestable y tendrá una fuerte oposición en la calle y en algunas instituciones.
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