Capítulo 4
Populismos del siglo XXI
Introducción
Quince años transcurrieron desde que América Latina, o particularmente,
algunos países latinoamericanos, marcaron un cambio de época. Pese a que
muchos autores hablarán tempranamente de “posneoliberalisno” e incluso
de “giro a la izquierda”, en paralelo, otros analistas fueron retomando la
controvertida y resbalosa categoría de populismo. Más aún, hacia fines de
la primera década del ciglr. YYT y a L hora de realizar un balance necesario
respecto de los llamados gobiernos progresistas, varios de ellos más que
consolidados y no pocos atravesando ya segundos e incuso terceros man
datos, la caracterización de populismo comenzaría a ganar más terreno,
hasta torftftfsejiuevamente en un lugar común. Es cierto que, para algunos
(como\Ernesto Laclad! esta caracterización no es incompatible con las
primerasdsñ^embafgor para muchos otros-como intentaré mostrar- ilustra
una inflexión mu^ diferente a aquella del inicio de ciclo.
Una vez más, el populismo como categoría teórico devino un campo
de batalla político e interpretativo. Pero a diferencia de otras épocas en
las cuales la visión descalificadora era la dominante, el actual retorno se
inserta en escenarios políticos e intelectuales más complejos y disputa
dos. En razón de ello, en la primera parte de este capítulo final propongo
revisir las perspectivas teóricas que. sobre el populismo recorren hoy el
campo académico y presento mis hipótesis sobre el tema, sintetizadas en
el concepto de populismos de alta intensidad. Asimismo, incluyo una
revisión de las principales críticas que hoy se realizan de los populismos
progresistas. En la segunda parte, profundizaré la distinción entre dife
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rentes tipos, básicamente entre populismos, pUhey™ y p o p u lism o ^ *
clases medias para ejemplificar los casos de Bolivia y Venezuela, así como
ctéTírgentina y Fcuador, Téspectivameñte!
D eb ate 1: Perspectivas teóricas y críticas a los populism os
Tres lecturas teóricas
En la actualidad, es posible distinguir tres posiciones teóricas en torno
del populismo. Una primera, que lo aborda desde un modo de apro
piación heterónomo, y retoma varios de los tópicos críticos y desoí
lificadores que jalonan la ya larga historia de lecturas negativas sobre
el tema. Una segunda, que señala un modo de apropiación positivo,
a partir de la valoración del populismo como fenómeno político de
mocratizador, identificado con la inclusión de los sectoresjtxcluidos o
dañados de la sociedad. Eiy estamínea, se destacan muy especialmente
los trabajos del argentino^Ernesto Laclau y varios de sus seguidores. Pin
último, hay que destacar una tercera vía interpretativa, que se distan» i.t
de las dos primeras y tiende a leer el populismo desde el reconocimien
to de su radical ambivalencia o de su dualidad intrínseca, lo cual abre .1
su conceptualización como un fenómeno político com plejo, portad »>1
a la vez de elementos democráticos y no democráticos. Si existe o mi
una preeminencia ontológica entre estos dos aspectos, o simplemenii
es la coyuntura, el contexto -lo ó n tico - lo que determina la prioridad
de uno sobre otro, es sin duda parte inevitable de la discusión y de ln*
posicionamientos específicos.
Entre las visiones negativas o condenatorias se encuentran aquellu
lecturas académicas que afirman la recurrencia del populismo como miui
y aquellas otras, muy difundidas desde los medios de comunicación qtl»
insisten en reducir al populismo a una política macroeconómica (detrochél
gasto social, tendencia inflacionaria, entre otros) y al clientelismo polítlcOi
Mi intención es alejarme de estas lecturas estigmatizadoras ysimpli.su , 1
concentrarme en las lecturas académicas, a saber, aquellas que aso i.m 1 1
populismo al mito, entendiéndolo como un fenómeno instalado entre U
religión y la pol tica, contrapuesto al ethos democrático.
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Este tópico ha sido retomado recientemente por Loris Zanatta (20 1 5 ),
historiador italiano esper.ialÍ7.ado/< -f¡''éÍ~peronism(^quien considera que el
populismo evoca antes que nada la idea de comunidad orgánica, es apo
lítico (no asocia justicia social con democracia), encarna la voluntad por
devolver al pueblo la soberanía sustraída y, por último, propone una suerte
de vuelta a valores prepolíticos que asocia con un mundo de armonía.
Zanatta (quien retoma varios de los tópicos que presentamos en el capí
tulo IV de la primera parte de este libro) sustituye la idea de mito por la
de “imaginario ethos populista”, y subraya que éste “apela a una visión del
mundo que precede y contrasta con una tradición ilustrada en la cual el
r o r K r im r in n a lic n jn lih p r^l y el Estad™ d prpr~h r' 800 r ' " ~ Ó " 1'"- l i i iT
(2015: 3 4 -3 51< Así el populista rechazaría la democracia de tipo lib
cual lo convertiría en la fuerza antiliberal e intolerante más poderosa de la
erademflíxática_(ibídem: 35). Estas definiciones incluyen numerosas expe
riencias políticas, desde aquellas que genéricamente pueden considerarse
de centro-izquierda o izquierda, como los gobiernos de Cristina Fernández
cíe Kirchner v de Hugo Chávez. hasta otras que nítidamente se identifican con el campo de la derecha, como el Partido de la Liga del Nord y el
gobjerno delz a r mediático Silvio Berlusconi en Italia. /Cabe añadir, sin
embargo, que pese a que en los actuales persiste él anhelo de una comuni
dad homogénea, típico de una visión prepolítica, Zanatta considera que, a
diferencia de los populismos “antiguos”, los actuales carecerían de la fuerza
de convertirse en regímenes, con lo cual combinarían dicha tendencia con
una lógica más institucionalista y parlamentaria. Estos configurarían “un
fenómeno híbrido”; algo así como “un animal populista preso en una jaula
institucionalista, la del Estado de Derecho, de la cual, si bien le resulta
estrecha, no puede escapar” (2015: 238). En otros términos, el desarrollo
de las instituciones liberales terminarían por funcionar como un corset
democrático, que contendrían la expansión de los anhelos organicistas de
los lideres populistas.
Asimismo, quien profundizaría esta línea es el politólogo argentino
Aleardo L a ría (2 0 1 1 ), que suscribe la asociación entre populismo y mito
movilizador, entre populismo y arquetipo, dos nociones que el autor vincu
la con el concepto goffmaniano de “fram e” (marco), para designar aquellas
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a los sujetos (2011: 242-243). En su minucioso recorrido, el autor incluye
desde el mito revolucionario, la mitología racista, los mitos reaccionarios
acerca del rol de las masas, en fin, el mito de la mano invisible del merca
do. Por encima de las diferencias ideológicas, que recorren el arco que va
desde la izquierda a la derecha, el elemento común a todos estos mitos es
la impermeabilidad de los mismos al debate o la argumentación racional
(ibídem: 305); esto explica que Laría hable de la “religión populista”.
Más allá de que estas críticas descalificatorias tiendan a amalgamar fe
nómenos políticamente opuestos, desde mi perspectiva el problema mayor
reside en que, lejos de realizar un análisis crítico-comprensivo, tienden a
reducir la figura de la democracia a su forma liberal, descartando con ello
la posibilidad de pensarla en términos de “demodiversidad” (la expresión
es de Boaventura de Sousa Santos, 2005), esto es, se trata de una crítii.i
profundamente liberal que cuestiona la legitimidad de otras formas de la
democracia, entre ellas, la democracia participativa, comunal, deliberativa,
directa, que hoy postulan tantas fuerzas colectivas.
En segundo lugar, en un sentido inverso y apoyándose en un nota
ble trabajo de índole teórico, una lectura m^Títiyo gran repercusión e i
la última década es la del argentino ErnestósLaclam cuyos trabajos en fa
vor del populismo derivaron en posicionamierltos políticos en apoyo al
conjunto de los gobiernos progresistas, muy especialmente, a los sucesivos
gobiernos del marrimoniorKirchner (2003 -2 0 1 5 V E n 2005, Laclau dio n
m7.án pnpuíhu. en eTcual desarrollaba la premisa do
conocer su lihmr
que el populismo constituye una lógica inherente a lo político y, coin >
tal, éste se erigiría en una plataforma privilegiada para observar el espacia
político. Como ya ha sido señalado en otro capítulo, lejos de la condena
ética impulsada por la visión heterónoma, Laclau proponía pensar el pe i
pulismo como ruptura, a partir de la dicotomización del espacio polítii >
(dos bloques opuestos), y de una articulación de las demandas populan’,
por la vía del la lógica de la equivalencia. Por ejemplo, subrayaba que :l
bien ha habido movilizaciones y movimientos sociales importantes, com >
el M ST (Movimiento Sin Tierra) en Brasil o las organizaciones piquete i .is
en la Argentina, el zapatismo en México, se trataría de movimientos t L
protesta horizontales, sin integración vertical (lógica de la diferencia). I i
subjetividad popular, en cambio, emergería como producto de las-eftden.s
de ^equivalencia entre demandas subalternas. En suma, “el populismo «
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una cuestión de grado, de la proporción de la que la lógica equivalencia!
prevalece sobre la lógica deTa diferencia” (Laclau, 2 0 0 6 ).1
Por otro lado, desde la perspectiva de Laclau, la especificidad de la si
tuación latinoamericana estaría dada por el contexto: el pasado traumático
de la dictadura militar, en los 70; las destructivas políticas neoliberales de
las últimas décadas. Asimismo, si bien no desaparece del todo la idea del
doble carácter de lo nacional-popular, pues Laclau afirma que la ruptura
populista puede adoptar diferentes virajes ideológicos (desde el comunis
mo al fascismo, éstos son vínculos contingentes), en sus últimas obras el
populismo tiende a identificarse con lo político sin más (una teoría de las
identidades constituidas a través del antagonismo), que se opone a lo ins
titucional que remite a la política como gestión. La importancia del popu
lismo para la democracia vendría dada porque ofrece la conformación de
un pueblo, condición sine qu a non del funcionamiento de la democracia;
con lo cual no puede ser pensado ni leído como una forma anómala de de
mocracia. Más aún, si hay peligros para la democracia, éstos no provienen
del populismo, sino del neoliberalismo.
11 Irrniríi i4r I arlan tendría gran in f ln e n r ia en la actual prohlemarC.
rarjnn HH pnpnlhmndatinoamericano, por fuera de la condena ética que
antes se le prodigaba de modo casi indiscutible desde filas académicas. En
ese sentido, una parte de las lecturas sobre el populismo actual dialoga o
busca distanciarse de la mirada filopopulista de Laclau. Aun así, también
hay que reconocer que sus planteos han encontrado más continuadores en
la Argentina que en otros países.2 La instancia del diálogo ha hecho que
también coseche críticas en su propio campo. Por ejemplo, Aboy Carlés
ha venido señalando la diícultad de Laclau por dar cuenta de la doble faz
del populismo, esto es, de aquéllos desplazamientos que lo colocan entre
la ruptura y la tentación r o m u n ir a r ia R e fiig ia rlr» pn un análisis que distin
gue entre el plano patológico (el de ser) v el plano cntico (los populismos
vtcaLoieBte e xistentes), Laclau radicaliza ciertos tópicos que estaban ya present© en sus primeras reflexiones sobre el populismo, al que termina por
entender como sinónim o de lo político, “impermeable a ser desmentida
por las propias experiencias políticas” (Aboy Carlés, 2010: 31).
Esta asim lación entre populismo y política ha ¡ido cuestionada tam
bién por otros autores. Así, en una compilación que reúne trabajos de l a
clau yM ou ffe,y otros que dialogan críticamente con Laclau, el uruguayo
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Francisco Panizza (2009)3 toma distancia de los argumentos de su par ar
gentino, pue:s sostiene que en su afán por distinguir la política de la admi
nistración, Laclau concluye que la única forma de política sería aquella que
crea y recrea de modo constante el espacio de la división y el antagonismo.
En ese marco, “la revolución permanente” deviene una condición necesa
ria de la política. Por otro lado, si el populismo como antagonismo es la
política por excelencia, también lo es de la negación de la política, pues en
el imaginario populista, la identificación del pueblo con su líder asimismo
define el fin de la historia, tanto como “la ilusión liberal de una sociedad
sin conflicto,, el orden social del Leviatán de Hobbes o la sociedad sin clases
en Marx” (Panizza, 2009: 46).
Por último, una tercera línea de interpretación subraya el carácter bi
céfalo del populismo. Si bien esta lectura se destaca por su aspiración crí
tico-comprensiva, existen dentro de ella énfasis muy diferenciados. Así, el
politólogo paraguayo Benjamín Ardi ti define el populismo como un rasgo
recurrente de la política moderna, pasible de expresarse en contextos demo
cráticos y no democráticos (2009: 104). En sus trabajos más relevantes dialo
ga con los textos de la inglesa Margaret Canovan4 y retoma a Jacques Derrid.i.
para pensar el populismo antes como un “espectro” que como la sombra d< *
la democracia, sugiriendo la idea de “visitación”, “un retorno inquietante",
que “remite a la indecidibilidad estructural del populismo, pues éste puede
ser algo que acompaña o que acosa a la democracia” (Arditi, 2004).5En esu
misma línea, Panizza reflexiona acerca de que lo propio del populismo ni
su siempre controversial relación con la democracia sería entonces que ".il
plantear preguntas incómodas sobre las formas modernas de la democ.K i.i
y a menudo representando la cara fea del pueblo, el populismo no es ni l.i
forma más elevada de la democracia ni su enemigo, sino más bien un espcji <
en el cual la democracia se puede contemplar a sí misma, mostrando tod.r,
sus imperfecciones, en un descubrimiento de sí misma y de lo que le lili í
(ibídem: 4 9 ).6 Por último, la reflexión del argentino Gerardo Aboy ( ai b s
(2010, 2 0 1 2 ), aunque deudora de la perspectiva de Laclau, se abre a ornix
horizontes especulativos en la medida en que propone pensar lo propio drl
populismo como la coexistencia de dos tendencias contradictorias, la mp
tura fundacional (que da paso a la inclusión de lo excluido), y la pretei sión
hegemónica de representar a la comunidad como un todo (la tensión tilín
plebsy populusr, esto es, entre la parte y el todo).7
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En el otro extremo, de nula empatia con el fenómeno populista, se
insertan las lecturas del ecuatoriano Carlos De La Torre y la venezolana
Margarita López Maya, quienes, sin embargo, no dejan de subrayar los
aspectos bivalentes del populismo. López Maya, que ha venido analizando
el populismo rentista en Venezuela (2012), retoma ciertos elementos de
Laclau (por ejemplo, el populismo como forma de articulación de necesi
dades insatisfechas a través de significantes vacíos), al tiempe-^trcranaliza
el pasaje hacia formas más directas de relación entre las masas y el líder.
Por su parte, De la Torre no considera que el populismo sea un peligro
inherente a la democracia, pero tampoco entiende que éste sea su redentor.
“El populismo representa simultáneamente la regeneración de los ideales
participativos y de igualdad de la democracia, así como la posibilidad de
negar la pluralidad de lo social” (2013). Desde una perspectiva que señala
la radical ambigüedad del populismo y los diferentes modelos de demo
cracia existente, el autor indaga la experiencia populista a través de un
recorrido por los estilos de gobiernos de Chávez, en Venezuela, Correa, en
Ecuador, y Evo Morales, en Bolivia, y la relación que éstos entablan con
los movimientos de base.8 Estos tres presidentes tendrían estilos discursi
vos similares, presentándose como los salvadores o redentores del pnehlo.
luego de una larga historia de exclusiones. Asimismo, sostiene que enAmérica ñatíñaexistirían diferentes modelos de democracia (liberal, marxista
y populista), y que el populismo compartiría con el modelo marxista la
desconfianza hacia la democracia representativa, al tiempo que sostendría
una visión de la democracia desde una perspectiva mayoritaria, privilegian
do los derechos de los excluidos o lo que los liderazgos consideran que son
sus intereses, mientras ios derechos de las minorías son considerados como
enemigos del pueblo (De la Torre, 2010: 174, j 2 0 1 3 ). Sin embargo, la
idea de que el populismo pueda llevar a prácticas autoritarias, aunque cier
ta, debería incluir también los otros dos citados modelos de democracia
(liberal y marxista).
Hacia lo sp p u lim o s d ta lta intensidad
Paradójicamente, a principios de los 90, decíamos en otro capítulo, con el
ingreso al Consenso de Washington, en las ciencias sociales latinoameri
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canas corrieron ríos de tinta que hablaban de un nuevo populismo. Usos y
abusos hicieron que la categoría se tornara más resbalosa y ambigua, al bor
de mismo de li distorsión y del vaciamiento conceptual. Con gran acierto,
el sociólogo argentino Aníbal Viguera (1993), ya citado, propuso un tipo
ideal, distinguiendo dos dimensiones; una, según el tipo de participación;
la otra, según las políticas sociales y económicas. Así, desde su perspectiva,
el neopopulismo de los 90 presentaba un estilo político populista, pero -a
diferencia de los populismos clásicos- estaba desligado de un determinado
programa económico (nacionalista o vinculado a una matriz estadocéntri
ca). Retomando esta distinción analítica propongo llamar a tal fenómeno
populismo de baja intensidad, dado el carácter unidimensional del mismo
(estilo político y liderazgo, desconectado de un programa económico na
cionalista o estadocéntrico).
En contraste con ello, más allá de las diferencias evidentes, los tiempos
actuales nos confrontan a configuraciones políticas más típicas, que sefí.i
lan similitudes con los populismos clásicos del siglo X X (aquéllos de los
años 40 y 50). Ciertamente, a lo largo de la primera década del nuevo m
glo, las inflexiones políticas que adoptarían los gobiernos de Hugo Chávc/
en Venezuela (1999-2013), Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en l.i
Argentina (2003-2007, y 2007-2015, respectivamente), Rafael Correa cu
Ecuador (2007-) y Evo Morales en Bolivia (2006-), todos ellos países t on
una notoria y persistente tradición populista, habilitaron el retorno de un
uso del concepto en sentido fuerte^pstcrésTcte'un populism o de alta inte no
dad, .a partir de la reivindicación del Estado^jto m o constructor de la iu
ción, luego del pasaje del neoliberalismo-; del ejercicio de la política coi m>
permanente contradicción entre dos polos antagónicos (el nuevo bloqii
popular versus sectores de la oligarquía regional o medios de comunicar i«n
dominantes) y, por último, de la centralidad de la figura del líder o lidero.i,
La lectura que propongo sobre los populismos se inserta en un rcg*
tro crítico-comprensivo e implica un análisis procesual, pues los gobio
nos latinoamericanos que caracterizamos en estos términos no devinicimi
populistas de la noche a la mañana. En este siglo X X I, la reactivación f
la matriz populista fue primero tímida y gradual, hasta hacerse de imulu
más firme y acelerado, en la dinámica de construcción hegemónic.i Iu
realidad, mientras que el proceso venezolano se instaló rápidamente en ni
escenario de polarización social y política, en la Argentina, la dicotoim/i
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ción del espacio político aparece recién en 2008, a raíz del conflicto del
gobierno con las patronales agrarias por la distribución de la renta sojera,
y se exacerba a límites insoportables en los años siguientes. En Bolivia, la
polarización se halla al comienzo del gobierno del MAS (a partir de 2007),
a raíz de la confrontación con las oligarquías regionales, pero esta etapa de
“empate hegemónico” se clausura hacia 2009, para abrir luego un período
de consolidación de la hegemonía del partido de gobierno. Sin embargo,
en este segundo período se rompen las alianzas con diferentes movimientos
y organizaciones sociales contestatarias (2010-2011). Esto es, la inflexión
populista se opera en un contexto más bien de ruptura con importantes
sectores indigenistas, pero de una polarización social más limitada o cuyuntural. Para la misma época, Rafael Correa inserta su mandato en un
marco de polarización ascendente que involucra tanto los sectores de la
derecha política, como -d e modo creciente- ciertas izquierdas e impor
tantes organizaciones sociales y movimientos indigenistas. En realidad,
el afianzamiento de la autoridad presidencial y la creciente implantación
territorial de Alianza País tienen como contrapartida el alejamiento del
gobierno respecto de las orientaciones marcadas por la Asamblea Cons
tituyente y su confrontación directa con las organizaciones indígenas de
mayor protagonismo (CON A IE) y los movimientos y las organizaciones
socioambientales, que habían acompañado su ascenso.
A esta caracterización debemos añadir empero cuatro precisiones. En
primer lugar, defino al populismo como un fenómeno político complejo y
contradictorio que presenta una tensión constitutiva entre elementos demo
cráticos y elementos no democráticos. Lo propio del populismo —decíamos
en un texto escrito con D. Martuccelli en 1993 y retomado en 1 9 9 7 - es
poseer una concepción dual de la legitimidad, que es una suerte de exceso
con respecto a la legitimidad propia de la democracia y un déficit en relación
a la imposición autoritaria. En efecto, el populismo es una tensión ineliminable entre la aceptación de la legitimidad democrática y la búsqueda de una
fuente de legitimación que la excede; suplemento de sentido o exceso que
se halla, de alguna manera, en el seno de todo proyecto democrático, pero
que por lo general no logra sustituir completamente a la democracia proce
dí mental y representativa. Asimismo, es sin duda desde otras figuras de la
democracia (sobre todo, la apelación a formas de democracia plebeya) que se
entiende mejor el populismo, pues en gran parte éste responde a la (liistóri-
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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
ca) necesidad de reparar ofensas y de acortar la distancia entre representantes
y representados, brecha consolidada durante el largo período de dominación
liberal-conservador, bajo las dictaduras militares o, de modo más reciente,
luego de las reformas neoliberales de los años 90.
En segundo lugar, como ha sido señalado de forma recurrente, el po
pulismo entiende la política en términos de polarización y de esquemas
binarios, lo cual tiene varias consecuencias: por un lado, implica la cons
titución de un espacio dicotómico, a través de la división en dos bloques
antagónicos; por otro lado, el reordenamiento binario del campo político
implica la selección y jerarquización de determinados antagonismos, en
detrimento de otros. Su contracara es, por ende, el ocultamiento u obtu
ración de otros conflictos, los cuales tienden a ser denegados o minimiza
dos en su relevancia y/o validez, en fin, en gran medida, expulsados de la
agenda política.
En tercer lugar, la tensión constitutiva propia de los populismos hace
que éstos traigan a la palestra, tarde o temprano, una perturbadora pre
gunta; en realidad, la pregunta fundamental de la política: ¿qué tipo dr
hegemonía se está construyendo en esa tensión peligrosa e insoslayable
entre lo democrático y lo no democrático, entre una concepción plural y
otra organicista de la democracia, entre la inclusión de las demandas y l.i
cancelación de las diferencias?
En cuarto lugar, es necesario tener en cuenta la existencia de dieren
tes tipos de populismos, ligados a la condición y/o interpelación de clase,
tal como lo muestra la abundante literatura sobre el tema.9 En esa linca,
propongo establecer la distinción entre, por un lado, aquéllos populismos
plebeyos más ligados a la acción de los sectores populares, que han reñido
desarrollando políticas de contenido más innovador y radical, por o
se han traducido por un empoderamiento - e incluso a costa de una fia y,
mentación intraclase—de los sectores medios (Argentina, Ecuador). Can
tamente, aun si se montaron sobre movilizaciones plebeyas, tanto el caso
argentino com o el ecuatoriano están lejos de haber producido un cambio
en la distribución del poder social; tampoco se trata de populismos dr
carácter antielitista, impugnadores de la llamada cultura legítima (en rcall
dad, han convalidado valores de las clases medias, sean éstas clases medito
M aristella S vampa--------------------------------------------------------------------453
progresistas o tecnocráticas-meritocráticas), ni han buscado impulsar un
paradigma de la participación, como sí sucedió -a l menos en parte- en
Venezuela y Bolivia.
Para resumir: mi hipótesis afipna que asistimos a un retorno del po^pulismo-de alra in te n s id a d , pues las experiencias actuales están vincula
das a la construcción de un determinado tipo de hegemonía, que subraya
como estructura de inteligibilidad de la política la bipolaridad y, como
clave de bóveda, el rol indiscutido del líder. Los procesos de polarización
implicaron una reactualización de la matriz populista, que en la dinámica
recursiva fue afirmándose a través de la oposición y, al mismo tiempo, de
la absorción y el rechazo de elementos propios de otras matrices contesta
tarias - la narrativa indígena-campesina, diversas izquierdas clásicas o tradi
cionales, las nuevas izquierdas autonómicas-, las cuales habrían tenido un
rol importante en los inicios del cambio de época. Así, doble referencia o
tensión constitutiva, polarización y grilla de lectura, construcción de hege
monía y existencia de tipos diferentes, son aspectos que, interconectados, a
mi juicio, constituyen el punto de partida ineludible para leer los actuales
populismos latinoamericanos.
C ríticas alo s populism os progresistas rssilnmntr pvUtrntpc
^
Las críticas hacia el populismo revelan múltiples brechas ideológicas, no
sólo entre derechas y populismos, sino también entre las izquierdas efec
tivamente existentes, en donde se destaca tanto la izquierda tradicional,
como las izquierdas ecologistas, indianistas y autonomistas. Ciertamente,
en América Latina, existen diferentes líneas de acumulación histórica, con
sus formas organizativas y sus modos de pensar lo político y el cambio
social, que han buscado articular-exitosamente o no—lo nacional-popular
en términos contrahegernónicos. Por tal razón, son diversas las matrices
sociopolíticas que recorren el campo contestatario, entre las cuales se en
cuentran la matriz populista, la indígeno-campesina comunitaria, la de la
izquierdamarxista clásicao partidaria y, de manera más reciente, la “nueva”
narrativa autonomista.10
S in embargo, pese a esta pluralidad de matrices, en América Latina,
lo nacional-popular, lejo s de conjugarse con la alternativa socialista, como
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bien analizaba Portantiero en un artículo ya citado (1991), aparece liga
do -d e modo recurrente y predominante- a la hipótesis populista. Cier
tamente, a partir de 1940, los populismos efectivamente existentes arti
cularían entonces gran parte de las experiencias nacional-populares en la
región, originando para cada caso nacional una tradición político-cultural
específica, una memoria de luchas, un stock de narrativas y formas organi
zativas disponibles, que con el tiempo irían delineando lo que denomino
aquí matriz sociopolítica. Por un lado, más allá de las diferencias, la matriz
sociopolítica del populismo presenta ciertos tópicos comunes: se inserta
en la “memoria mediana” (las experiencias populistas de los años 30, 40 y
50), y tiende a sostenerse sobre el triple eje de la afirmación de la nación, el
Estado redistributivo y conciliador, la relación entre liderazgo carismátúo
y masas organizadas —el pueblo—. Ciudadanización y nacionalización de
las masas obreras y campesinas sería el resultado de dicho proceso políti
co, lo cual condujo a la consolidación de una matriz estatalista -alguno',
dirán, “estadocéntrica”—,u corporizada en el líder. Por otro lado, si bien
cada matriz posee una configuración determinada, los diferentes contextos
nacionales así como las tensiones internas irán dotándola, para cada t aso
específico, de un dinamismo y una historicidad particular.
Así, cada matriz cuenta con una historia nacional específica, en virtud
de sus desarrollos organizativos, de sus encuentros y desencuentros con
otras matrices sociopolíticas y de su rol en los diferentes contextos de re
sistencia, de crisis y apertura de nuevas situaciones políticas. Por ence, luk
matrices sociopolíticas no se encuentran en estado puro, pues las difeienn *
dinámicas políticas han abierto a procesos de entrecruzamientos y conjun
ciones (entre indianismo y marxismo, entre indianismo y matriz pop iIí m•.
entre indianismo y narrativa autonómica, entre marxismo y autonomixmn,
por dar algunos ejemplos), como también de conflicto, colisión y dsyun
ción, hechos que pueden llevar a acentuar las diferencias en términos ilf
concepciones, modos de pensar y hacer la política.
Las críticas a los populismos realmente existentes pueden sei n mi
midas en tres aspectos fundamentales: uno primero, de índole pdítñu
institucional, que enfatiza la tentación autoritaria/totalitaria (según Lia
versiones) de los diferentes regímenes populistas; el segundo, de cii.fini
político y económico, subraya la falta de modelo alternativo y su diit.im M
con un planteo de izquierda; el tercero y último, de carácter ecotcriinni.il,
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apunta a la crítica al extractivismo y a la ausencia de modelos alternativos
de desarrollo.
La primera perspectiva (1) se configura en el marco de la polarización
política y cuestiona el carácter democrático del populismo. En la medida
en que el populismo se expresa por la sobreantagonización y dicotomización del espacio político, las críticas resaltarán la persistencia/actualización
de sus rasgos autoritarios, la consolidación de liderazgos plebiscitarios y
caudillistas, potenciados por el hiperpresidencialismo dominante, el no
respeto de la división de los poderes del Estado, la utilización clientelar del
aparato del Estado (el populismo redistribuidor); en fin, la preocupación
por las siempre controversiales relaciones entre el populismo y el ethos re
publicano.
La segunda crítica (2) es de índole político-económica y se interroga
sobre el supuesto giro a la izquierda del populismo y sus alcances, a partir
de la ausencia de un programa/modelo económico alternativo. Desde esta
perspectiva, se critica que los gobiernos populistas latinoamericanos hayan
aceptado el proceso de globalización asimétrica, y con ello las limitaciones
propias de las reglas de juego; lo cual además coloca límites a cualquier
política de redistribución de los ingresos y de la riqueza. Este interrogante
pesaría, sobre todo, para el caso venezolano, que es la experiencia que ha
apostado explícitamente a la construcción de un modelo alternativo, el
“socialismo del siglo X X I”, a través de la diseminación de consejos comu
nales y otras estructuras que ilustrarían la democracia participativa o el
poder popular.
Por otro lado, desde las izquierdas se señala que si bien las políticas
de bonos sociales han reducido la pobreza, también han consolidado un
modelo asistencial, que promueve el clientelismo y la dependencia respec
to del Estado. A esto hay que añadir que los populismos realmente exis
tentes sólo han hecho tímidas reformas del sistema tributario, cuando no
son inexistentes, aprovechando el Consenso de los Commodities (contexto
de captación de renta extraordinaria), pero sin gravar con impuestos los
intereses de los sectores m ás poderosos. Por último, más allá del proceso
tic nacionalizaciones (cuyo alcance sería necesario analizar en cada caso
específico) respecto de la realidad o no de un “giro de izquierda”, se suelen
resaltar las alianzas económ icas con las grandes corporaciones transnacioitales (agronegocios, industria, sectores extractivos).
456
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
La tercera crítica (3), que denomino aquí ecoterritorial, presenta un
carácter sistémico, pues señala la relación con la crisis ambiental global y
postula que los populismos latinoamericanos no sólo conservan una matriz
productivista propia de la modernidad hegemónica, sino que han venido
llevando a cabo una política estadocéntrica de consolidación del extractivismo, más allá de las narrativas ecocomunitarias que postulaban al inicio los
gobiernos de Bolivia y Ecuador, o de las declaraciones críticas del chavismo
respecto de la naturaleza rentista y extractiva de la sociedad venezolana. A
su vez, la crítica ecoterritorial presenta una afinidad electiva con la crítica
autonómica respecto de la construcción del poder y el empoderamiento de
los sujetos sociales, al tiempo que establece una relación inherente entre mu
délos de (mal)desarrollo, cuestión ambiental y regresión de la democracia.
Creo importante subrayar que raramente las tres críticas aparecen arri
culadas. Antes bien, suelen estar desconectadas, y pese a que existen puen
tes entre la crítica 2 y 3, las relaciones entre una y otra pueden ser confín
tivas (como siempre han sido las relaciones entre indigenismo e izquierda',
marxistas, así como entre la nueva izquierda ecologista y las izquierda',
clásicas). Por otro lado, aunque el horizonte crítico de 2 y 3 suele incluir la
crítica 1 (la crítica al hiperpresidencialismo, el estatalismo, la corrupción
y la emergencia de una nueva oligarquía política, la no-separación de los
poderes del Estado); la inversa, esto es, que la crítica 1 incluya la 2 o la 3 es
menos probable, más esporádica, aun si en el marco de ciertos conflictos Ii .i
habido escenarios de convergencia (como el caso delT IP N IS, en Bolivu),
que han dejado heridas abiertas, debido a la utilización oportunista de
parte de sectores de la derecha de los argumentos de la crítica 3. Asimismo,
aunque la crítica 1 no es monopolio de los sectores institucionalistas, pues
se halla extendida a la totalidad del campo político opositor, suele apara a
ligada a una perspectiva más liberal-conservidora. Además, con la perspec
tiva 2, asociada a la izquierda clásica, ambas forman parte del repertorio »l«
críticas tradicionales al populismo. Diferente es el caso de la perspectiv.i '
que da cuenta de la emergencia de un nueva ethos asociado a las móvil i/a
ciones socioambientales, la narrativa ecocomunitaria, la defensa de ol i o*
lenguajes de valoración y de apropiación ce la naturaleza y la propuesta
de alternativas y escenarios de transición y salida del extractivismo. I r|os
de reducirse a cuestiones de índole técnicas, la crítica al extractivismo .le
nuncia una lógica de desposesión regional, que es funcional a la expansión
M
a r is t e l l a
Svam
pa
-------------------------------------------------------------------------------- 457
del capitalismo depredador a nivel global y que a nivel local/nació nal con
solida procesos verticalistas, ligados al rentismo, que conspiran contra los
procesos de democratización.12
En respuesta a dichas críticas. ]nc rLffncnrpt Ar Inc gnhiprnn>? prngrpsis^as/populistas han desarrollado varias estrategia^/ La más común es la
que apunta a agrupar en un único bloque los tres tipos de críticas, denun
ciando el carácter conservador de las mismas y su conexión/acoplamiento con posiciones de derecha. Abundan las argumentaciones que señalan
la dinámica antiimperialista de los gobiernos (la oposición a los Estados
Unidos) y la visión conspirativa (las críticas sólo pueden favorecer o ser
funcionales al juego de las derechas políticas). Suele destacarse, además,
la emergencia de un regionalismo desafiante y antiimperialista (visible en
los diferentes nucleamientos regionales, desde la Unasur a la Celac). De
manera más específica, contra la crítica 1, suele señalarse el carácter con
servador y reaccionario del bloque opositor (oligarquías regionales, medios
de comunicación hegemónicos, otros actores económicos) como respuesta
a las políticas de inclusión y el horizonte igualitario propuestos por los
nuevos gobiernos.
Respecto de la crítica 2 (la negación de que se trate de un verdadero
giro de izquierda), necesario es decir que el populismo tratará de presen
tarse no sólo como la única opción de izquierda posible, viable, realista
y realmente revolucionaria, sino que buscará marginar aquellas críticas o
visiones marcando el carácter “testimonial” de las izquierdas clásicas (marxistas). Por último, respecto de la crítica 3, la respuesta también transita
el discurso del realismo (no político, sino económico) y busca oponer la
cuestión social (redistribudón, justicia social) con la cuestión ambiental
(justicia ambiental, protección de los bienes comunes). La crítica a la crí
tica al extractivismo ha sido desarrollada de manera emblemática por A.
García Linera, que busca reducir el extractivismo a “una relación técnica
con la naturaleza” (2 0 1 2 ). A esto kay que añadir que en algunos contex
tos (Argentina, Bolivia) se defiende la consolidación de hiperliderazgos o
hiperpresidencialismos y la crítica a la concentración de poder, a través
de argumentaciones que consideran que la reivindicación de autonomía/
autodeterminación tiene menos que ver con una exigencia de democrati
zación y empoderamiento d e los sectores subalternos y mucho más con
posicionamientos políticos d e intelectuales radicalizados.
458
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
Debate 2: Tipos de populismos realmente existentes
¿Cuáles son los rasgos más notorios y las particularidades políticas que
adoptan los populismos realmente existentes en la América Latina del
siglo XXI? Para comenzar, es necesario tener en cuenta que los gobier
nos hoy caracterizados como populistas fueron precedidos por intensas
movilizaciones sociales de neto carácter antineoliberal; todos ellos ini
ciaron un ciclo de estabilidad política; todos ellos ilustran el retorno
del Estado (regulador, mediador) al centro de la escena; todos han de
sarrollado una importante política social (bonos o programas sociales)
para paliar la situación de crisis y reducir la pobreza; asimismo, todos
ellos han implicado fabulosos procesos de concentración de poder en
el Poder Ejecutivo; y finalmente, en lo que respecta a la lógica de cons
trucción del poder y la relación con las organizaciones sociales, todos
han buscado consolidar un modelo de participación social controlada
y tutelada desde el Estado.
De todos modos, desde mi perspectiva, más allá de las similitudes,
para una real caracterización es necesario avanzar en las especificidades de
los diferentes procesos históricos. Un modo de hacerlo es preguntarse cuá
les son los modelos de democracia que éstos propugnan, cuáles son los set
tores sociales empoderados y qué características presenta la relación entre
partido en el gobierno y organizaciones sociales. En esa estela, propongi >
distinguir entre, por un lado, aquéllos populismos plebeyos que han apim
tado a una redistribución del poder social, por la vía del empoderamientn
de los sectores populares; por el otro, aquéllos populismos de clases medias,
que lideran sectores medios por diferentes vías (aparato cultural-mediátii c>
o modelo tecnocrático-meritocrático). Mientras el primer caso correspou
de a Bolivia y Venezuela, el segundo se refiere a la Argentina y Ecuador. I;n
lo que sigue, ya cerrando los debates presentados en este libro, me abocan
a caracterizar estos dos tipos de populismos hoy existentes.
Populismos plebeyos: B olivia y Venezuela
Si en términos expresivos y discursivos, lo plebeyo conlleva un proceso
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459
nos culturales y políticos implica una impugnación de carácter iconoclasta
y antielitista, en relación con la cultura dominante y, muy particularmente,
respecto del ethos cultural de las clases medias. No por casualidad los mo
vimientos de las clases subalternas que mezclan lo popular, la mestización
étnica, lo obrerista, lo marginal, suelen generar un repudio unánime por
parte de las clases dominantes, así como de amplios sectores medios.
Asimismo, como sostiene Margarita López Maya (2000 y 2005), el
proceso de politización de lo plebeyo está asociado a la ocupación de la
calle, del espacio público. Así, de manera general, cuando se habla de lo
plebeyo en América Latina se hace referencia a ciertos rasgos culturales del
mundo de los excluidos, pero cuando se alude específicamente a la irrup
ción de lo plebeyo, se está ligando esta dimensión cultural y simbólica a
fuertes procesos de cambio social y de protagonismo popular en las calles.
Históricamente, y ligado al carácter altamente heterogéneo de lo po
pular, en América Latina la figura de lo plebeyo recorre numerosos mo
vimientos y organizaciones sociales populares, sin estar por ello asociado
de manera exclusiva a las organizaciones obreras o a un partido político
específico. En la Argentina, por ejemplo, hacia los años 50, el peronismo
fue la encarnación política y contracnltural de lo plebeyo, de corte obre
rista, pero ya hacia fines de los años 90, en pleno ajuste estructural, estos
elementos de carácter plebeyo reaparecieron en los nuevos movimientos
socioterritoríales (las organizaciones de desocupados o piqueteras), antes
que en las organizaciones de base ligadas al Partido Justicialista, el cual
había realizado en aquella época un oportuno salto hacia el neoliberalismo.
Asimismo, en Bolivia, el cierre de las minas (1985) trajo como correlato
la crisis de la narrativa minera obrerista, ligada al modelo populista-nacionalista. Sin embargo, déla m ano de campesinos, indígenas, trabajadores
urbanos e informales, esto es, de un conglomerado áe organizaciones ru
rales y urbanas, emergerían otras formas de protesta plebeya, que darían
luz a otra narrativa popular y emancipatoria. Ista nueva emergencia de lo
popular, concebida com o “irrupción plebeya”, con sus diferentes “líneas de
acumulación histórica y estructuras de la rebelión” , sería el centro de los
análisis político-sociológicos del Grupo Comuna (Raquel Gutiérrez, Alva
ro García Linera, Luis Tapia, Raúl Prada y Oscar Vega). En la misma línea,
el carácter plebeyo del clavism o la sido subnyado con frecuencia, entre
ellos, por la ya citada Margarita LópezMaya, quien hablaría de los orígenes
460
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
del chavismo como una “segunda oleada plebeya” (la primera habría sido
entre 1945-1948), “una nueva encarnación de la política como uno de los
principales canales de movilidad social ascendente, uno de los principales
junto con el ejército” (citado en Saint-Upéry, 2009: 131).13 Por último, la
emergencia plebeya, para el caso ecuatoriano, también ha sido motivo de
reflexión (Saint-Upéry, 2008, y Ramírez, 2 0 0 9 ).14
Resulta claro que el protagonismo plebeyo es una variable importan
te de los populismos actuales. Sin embargo, pese a que los populismos
actuales traen consigo bases sociales y elementos culturales y políticos de
carácter plebeyo, en su dinámica de construcción y acumulación política
no necesariamente se mantienen como tal. Más aún, dentro del dispositivo
populista, la presencia disruptiva de lo plebeyo puede ser concebida como
central o configuradora, o bien como episódica o coyuntural, según las
situaciones, pero no necesariamente éste tiene que asumir un rol decisivo
en el proceso de construcción de la hegemonía nacional-estatal.
Desde esta perspectiva, aun bajo modalidades diferentes, Bolivia y
Venezuela terminaron por consolidarse como populismos “desde abajo’,
fenómeno que no sucedió en la Argentina ni en Ecuador. O, para decirlo
de otro modo, a diferencia de las experiencias boliviana y venezolana que
reflejan diferentes tipos de populismos plebeyos, lo cual explica en pane
su radicalidad, los casos argentinos y ecuatorianos articulan lo plebeyo de
naodo episódico o coyuntural, o suelen apelar a él exclusivamente en el
proceso de construcción plebiscitaria y decisionista del liderazgo.
I El proceso político boliviano es sin duda uno de los más ricos y
apasionantes en el escenario latinoamericano actua)|. Tres elementos m.i
yurés marcan su slngularidacTerTla región: en primérlugar, es un pro
-ceso de cambio que nació de las entrañas de los movimientos sociales,
Ciertamente, en un contexto marcado por la crisis de les viejos par
tidos políticos, las organizaciones y los movimientos sociales desarro
liaron una importante capacidad de movilización y autorrepresentación
político-social. D e este modo, el horizonte de posibilidades y más aún,
la candidatura presidencial de Evo Morales, se forjaron a calor de l.r.
luchas en contra de las reformas neoliberales, que fueron cobrando mu
dinámica ascendente a partir del año 200 0, con la Guerra del Agua, c n
Cochabamba. El corolario instituyeme fue la “agenda de octubre", en
2 0 0 5 , compartida por un conjunto importante de organizaciones y m<>
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a r is t e l l a
S vam pa
461
vimientos sociales, sintetizada por dos consignas, “nacionalización de 1
hidrocarburos” y “Asamblea Constituyente”.
F.n segundo lugar, este proceso de cambio llevó a la presidencia, por
primera vez en Rolivia. a n n óndiralista proveniente del motumiento camjesino/Sn eyeeprionalidad sólo puede ser comparada con la de otro líder
^latinoamericano, Lula da Silva, dirigente obrero surgido del combativo
“sindicalismo industriaj| dos veces presidente del Brasil. A su pertenencia
^ |n.c se rrn re s s in d ic a le s . F.vn M n ra le c vn m -ih n ^ r i i-ryr i i - w 4 ioerra
F n eyre
sentido, en un país donde los pueblos y las naciones indígenas constituyen
una parte importante, sino mayoritaria, de una población marginada e
históricamente excluida, el ascenso^ de Evo Morales implicó una revolu
ción dejde-eí-pinro de vista político y simbólico. Sin embargo, el ascenso
de Evo Morales al gobierno y la apertura de un nuevo escenario político
traerían como corolario inevitable una reconfiguración de la relación nada
fácil entre movimientos sociales y nuevo gobierno, cuya dinámica iría dise
ñando los contornos específicos y el tenor del proyecto de cambio.
En tercer lugar, el proceso de construcción político-estatal implicó
superar numerosos desafíos. En un capítulo anterior hice referencia a los
conflictos y las tensiones que han recorrido en los primeros años el esce
nario boliviano. Sin intención de repetir esos desarrollos, interesa recordar
que el gobierno de Evo Morales (2006-2010) puede ser comprendido a
partir de dos frentes de conflictos diferentes: el externo, con las oligar
quías regionales; el interno, respecto de las dos dimensiones del proyecto
de cambio, la línea indígena-campesina comunitaria y la línea estatalistapopulista. Sin duda, la confrontación entre, por un lado, el nuevo bloque
en el poder, liderado por el Movimiento al Socialismo, y acompañado por
un conjunto de organizaciones sociales, algunos partidos de izquierda y
referentes independientes, y por otro lado, las oligarquías regionales de la
región de la medialuna (Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando), marcó el primer
mandato de Evo Morales, hasta crear una aparente situación de “empate
catastrófico”, la cual sería finalmente saldada en favor del gobierno, hacia
2009. Luego del cierre de esta etapa, el ALAS se abocaría a la consolidación
del nuevo proyecto político. E n ese marco, la doble dinámica del proyecto
descolonizador adoptó rasgos más específicos y el país se fue desplazando
hacia un nuevo tiempo, marcado por la creciente hegemonía del MAS y el
ingreso a la fase específicamente populista.
46 2
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
Política de bonos (planes sociales), distribución de tierras (nueva re
forma agraria), crecimiento y estabilidad económica y nacionalización de
empresas estratégicas fueron las insignias del gobierno, acompañadas por
el avance de la frontera hidrocarburífera y la expansión del agronegocios.
Sin embargo, en 2011, el conflicto del TIP N IS por la construcción de una
carretera, sin consulta a las poblaciones originarias, reconfiguró el tablero
político y puso al descubierto la realpolitik del gobierno, más allá de los
discursos ecocomunitarios en defensa de la Pachamama y de las críticas
a la deuda ecológica de los países más desarrollados. El ala indigenista y
más autonómica del gobierno fue sucumbiendo así al ala estatista, orien
tada cada vez más hacia un esquema tradicional de dominación, de corte
populista. La defensa del extractivismo estaría a cargo del sociólogo y vice
presidente Alvaro García Linera, quien lanzaría ya en ocasión del TIPN IS
la acusación de “ambientalismo colonial”, anatema que mezclaría por igual
agencias de cooperación internacional, O N G de izquierda y organizacio
nes indígenas críticas.
El T IP N IS fue así una “coyuntura reveladora”, como afirmaría Luis
Tapia.15 Ciertamente, en los últimos tiempos, no son pocos los que vienen
sosteniendo que en los últimos años el MAS fue avanzando hacia el cierre
de los canales plurales de expresión, visible en el desplazamiento de las
organizaciones indígenas rebeldes y la creación de estructuras paralelas,
únicas reconocidas por el Estado, así como en el estrangulamiento del pe
riodismo crítico, manipulando la pauta oficial, lo cual generó un creciente
proceso de autocensura en los medios no oficialistas; en fin, en la amena
za de expulsión a las O N G críticas y de izquierda (Cedía, Cedib, Terra),
como sucedió en agosto de 2015, complementado por la preparación de
una nueva ley regulatoria, con fines disciplinadores.16
Así, la inflexión populista está vinculada a la segunda etapa del gu
bierno de Evo Morales, que se abrió en 2 0 0 9 -2 0 1 0 y da cuenta de la pri
macía política de la narrativa estatalista por sobre la narrativa indígeno
comunitaria. En otros términos, el devenir-populista del MAS no jólo
está ligado a la actualización de una tradición populista, muy presentí cu
las organizaciones cocaleras17 así como en otros espacios de la sociehul
boliviana, sino al proceso de construcción hegemónica.18 Esta tendencia
estatalista y centralista que conspira respecto del reconocimiento ti l.i
plurinacionalidad y del avance de las autonomías indígenas, y va ton
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a r is t e l l a
S vam pa
463
figurando un modelo de dominación más clásico, tanto en términos de
modelos de desarrollo como de matriz estadocén trica.19 En el marco de
la nueva hegemonía nacional-estatal, aquella energía social que abrió a
un nuevo ciclo histórico ha ido menguando su fuerza y capacidad trans
formadora. Al mismo tiempo, los modelos de ciudadanía y las formas
de participación de lo popular tienden a quedar entrampados en una
definición más estrecha de la democracia (representativa y sólo a medias,
comunitaria o plurinacional).
El caso venezolano presenta otros rasgos, mucho más controversiales
polémicos. Como pocos, desde el comienzo el chavismo parecía con
tener todos los elementos del populismo clásico, constituyéndose en un
populismo de alta intensidad: la oscilación constante entre la apertura de
mocrática y el cierre autoritario, la dicotomización del espacio político a
picos de exacerbación inimaginables, el Estado como herramienta central
de redistribución social y económica, entre otros. El proceso de democra
tización plebeya que caracterizó a Venezuela bajo el gobierno de Chávez
solamente puede ser comparado al de los populismos latinoamericanos en
tre los años 40 y 6 0 . Tal com o sucedió en la Argentina, bajo el primer go
bierno peronista (1946-1955), el chavismo habilitó el ingreso de aquéllos
sectores sociales tradicionalmente excluidos, logrando, por una ría tensa y
contradictoria, un proceso real y efectivo de empoderamiento de los secto
res populares. Expresión de ello fueron, en ana primera fase, las misiones
que apuntaron a reducir la pobreza,20 a la universalización en el icceso a la
educación (Misión Robinson), al acceso a li salud (Misión Barrios Aden
tro), a la disminución de la tasa dem ortaliiad infantil, a la construcción
de viviendas populares, a la entrega de tierras, entre otros.
Por otro lado, la centralidad del liderazgo de Tingo r h áv^z-tn^aricma
y capacidad política tuvieron un alto impacto no sólo a nivel nacional, sino
también continentaLChávez reactiró la tradición antiimperialista y trdern
el procesoclé creación de un “regionalismo desafiante^ 21 Uno délos riesgos
de la democraciajoieheyi siempre ha sido su articiltaeióa con procesos decisionistas, marcadoSjoor fu ertes liderazgos personalistas)(Ramírez, 2008).
Así, la creciente polarización política m aro úma-svcífíjción hacia formas
de democracia plebiscitaria y directa, y a laconsoidación de lo qu e se ha
llamado el “hiperliderazgo” ,22 que acentúa el contacto directo entre el líder
y las masas, sin mediaciones (tanto i través de las manifestadone callejeras
464
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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
como de la abundante comunicación televisiva desarrollada por Chávez,
en sus alocuciones semanales - “Aló presidente”- y cadenas nacionales).
Sin embargo, como ha sido señalado por varios autores, el elemento
más radical del populismo chavista es la centralidad que adquirió la de
mocracia participativa: ésta se convirtió en el paradigma por excelencia
de la transformación de la política y, a la vez, en la clave del dispositivo
legitimador. Mucho se ha escrito sobre este tema. Sin duda, resultan muy
esclarecedores los aportes de Margarita López Maya acerca de los orígenes
de la democracia participativa, quien señala que ésta no es un invento del
chavismo ni tampoco de las izquierdas marxistas. Su fuente conceptual es
la doctrina social de la Iglesia católica, lo cual remite a los filósofos ca
tólicos franceses (Maritain, Mounier, entre otros), y a la Conferencia de
Medellín (1968) y su opción por los pobres.23
Respecto de los contenidos que la democracia participativa tomara
durante el gobierno de Hugo Chávez, bien pueden retomarse los apor
tes de la investigadora chilena Marta Harnecker, quien fuera asesora de
Chávez, que participó en la redacción de la Ley de Consejos Comunales,
sancionada en 2006. Al describirlos, la autora sostiene que los consejos
comunales son “una forma de organización autónoma y desde las bases ch
ía sociedad, en un espacio pequeño ideal para la participación popular. Se
trata de una organización territorial inédita en la época actual en América
Latina por lo reducido de su número de participantes: entre ciento cin
cuenta y cuatrocientas familias en las zonas urbanas densamente pobladas,
más de veinte familias en las áreas rurales, y aún menos familias en zonas
alejadas, fundamentalmente en zonas indígenas. La idea era favorecer al
máximo la participación ciudadana en espacios pequeños para facilitar el
protagonismo de sus asistentes, haciéndoles sentirse cómodos y desinhibi
dos” (2009: 2 5 ).24
Hacia 2 0 0 9 , Chávez anunció la profimdización del proceso, y un alio
después, en 2 0 1 0 , se sancionó la Ley Orgánica del Poder Popular y la lev
de Comunas, como normativas que apuntaban a la creación de un Estado
comunal.25 Las áreas de trabajo de los consejos comunales son la economía
popular, el desarrollo social integral, la vivienda, la infraestructura y el u
bitat, la educación y los deportes, la cultura, la comunicación, la infori u
ción y formación (medios alternativos comunitarios y otros), la seguridad
y la defensa (unidad de defensa). Así, al calor de los procesos politices y
M
a r is t e l l a
S vam pa
465
sociales, la democracia participativa se fue cargando de nuevas dimensio
nes: entendida primero como “democracia participativa y protagónica”,
rebautizada luego como “poder popular”, en fin, más cercanamente, rede
finida como “poder comunal”, la participación popular fue configurando
un horizonte radical, que encontró, sin embargo, diferentes obstáculos y
límites de tipo económico y político.26 Ciertamente, la ley de consejos
comunales sería un punto de inflexión, pues, complementada luego con la
creación del partido único (PCUV), ilustraría el viraje del gobierno vene
zolano hacia el “socialismo del siglo X X I”.
iizá fnrlavía pcfefl-ms lejo s de p o d e r realizar nn h a la n re n h jeriv n A r
Qur
los resultados de esta experimento democratizador. La inmersión en la rea
lidad marca, como suele suceder, importantes matices.27 En este sentido,
en un balance reciente, Edgardo Lander sostenía que, más allá de que en
Venezuela existe una experiencia popular extendida, que en muchos luga
res sigue actuando, cuando el proceso venezolano se declaró socialista
(2005-2006) comenzaría a institucionalizarse una organización más rígida
bajo la égida de un Estado que se propone controlar y dirigir los procesos
de modo vernral en la relación con la sociedad (Lander^¿U15J.
La muerte de Chóvm. en 2D13 . v..d ingreso a una fase de profunda cri
sis pnlírira y desabastecimiento económico han colocado en un temblader
rallos logros realizados a loTargo de casi quince años, al tiempo que mostró
el agravamiento de las tendencias autoritarias deí régimen en un marccTdé
profunaización de [a polarización sociopoliticaTEl poschavismo enfrenta
a.síp-mblemas de toda índole, entre e tio p ia crísIFéconómica y política: el
hiperpresidencialismo heredado; las limitaciones del modelo rentista, basa
do cada vez más en el extractivismo petrolero y potenciado por los nuevos
programas de desarrollo presentados en 2012; en fin, la tendencia cada vez
mayopdeLcterre represivo frente a ks disidencias políticas.
Para cerrad es necesario detenerse u n instante en las diferencias entre
/’las experiencias de populism o pLshep desarrolladas en Bolivia y Venezuela.
Mientras que eí lolivialel devenir populista desembocó en una reducción
< \r I q c pgfrnrtimc
rebelión, dnnde la narraftvrqSupuIisra suhalternizó
J a narrativa inHigcnicrayipie con preadía apekcioncs a la plurinacionalidát
y la crítica al extractivismo, en Veneuela la apuesti populista y el ingreso a
una etapa de polarización, impulsó,a lo largc d e catorce años de ckavismo,
una radicalización de la democracia participitiva. Estas diferencias no son
46 6
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
casuales¿en Bolivia el protagonismo social precedió el arribo de Evo Mora
les y, más aún, hie la condición que lo hizo posible. Evo Morales nacló~3e
'— fas'entrañas de los movimientos sociales, sin que esto lo convirtiera —como
algunos afirman con cierta linealidad- en un “gobierno de los movimien
tos sociales”. En ese sentido, las críticas más agudas al proceso boliviano
apuntan a dos cuestiones mayores: por un lado, como sucedería con el caso
ecuatoriano, se refieren a las promesas incumplidas del gobierno, vincula
das a las autonomías indígenas, la política del Buen Vivir (basados en una
visión ecocomunitaria); por otro lado, apuntan también a la dinámica de
concentración del poder en la autoridad presidencial, cuya contracara es la
subalternización de los actores sociales; por ende, la confiscación de aquella
energía social autónoma que se expresara entre la Guerra del Agua (2000)
y la Guerra del Gas (2004). En contraste, el arribo de Hugo Chávez -un
militar proveniente de las clases medias bajas y de origen mestizo- no fue
tanto el corolario de un ciclo de ascenso de las luchas sociales como de
la crisis y el agotamiento de las fuerzas políticas tradicionales. El proce
so de movilización y empoderamiento social fue posterior, con Chávez
en el gobierno. Sin embargo, el chavismo dio expresión a una demanda
que desde hacía veinte años recorría la sociedad venezolana, impulsando
la renovación de la democracia a través de la creación de nuevas formas de
democracia participativa. Por otro lado, cabe aclarar, el contexto boliviano
es el menos polarizadlo de todos los gobiernos populistas, mientras que el
venezolano, ya bajo el mando de Nicolás Maduro, en un contexto de crisis
económica y de preocupante supresión de las libertades políticas, se aproxi
ma de manera vertiginosa al fin de ciclo.
Populismos de clases m edias: Argentina y Ecuador
Los populismos de alta intensidad del siglo X X I latinoamericano ilustran
también la vitalidad de procesos de empoderamiento de liderazgos y élites
provenientes de las clases medias. Tanto el caso argentino como el ecua
toriano reflejan esta condición: no han conllevado un cambio en la distri
bución del poder social hacia abajo y no presentan un carácter antielitista
o iconoclasta. Se trata de gobiernos que, pese a haberse montado sobre
movilizaciones plebeyas, están nutridos por una desconfianza origin.it t.t
M
a r is t e l l a
S vam pa
en las movilizaciones
467
p o t e n c i a l m e n t p a n r ñ n n m n rlp l ie m a c a r . a lac q n p
buscan tutelar e incorporar de diversas maneras, sea a través de la estrategia
de la descorporativización (Ecuador) o a travésde la estrategia del llamado
la inclusión (Argentina).28
x
'íd kirchnerismo emergió como figura kicd—deLprogresismo, hacia
(^2003,Jluego de la salida de la gran crisjs^cíe 2 0 0 1 -2 0 0 2 ^E1 giro político estuvo a tono con la orientación anfineoliberal de las movilizaciones
sociales y el cambio de época, a nivel nacional y latinoamericano. En
consecuencia, la Argentina de la posconvertibilidad comenzaba a ser aso
ciada con la reactivación económica e industrial, al compás también del
boom de los commodities (principalmente, la soja y sus derivados). Sin
embargo, el devenir populista del kirchnerismo fue paulatino. Durante el
gobierno de Néstor Kirchner (2 0 0 3 -2 0 0 7 ), los movimientos tácticos en
busca de una identidad progresista se articularon sobre dos ejes mayores:
la reivindicación de los derechos humanos como política de Estado y el
discurso latinoamericanista. También hubo un intento de construcción
de una fuerza transversal progresista, por fuera del peronismo. Esta últi
ma tentativa, más bien errática y prontamente descartada, otorgaba un
lugar a las organizaciones piqueteras deudoras de la matriz populista, que
se integraron al gobierno bajo el nom bre políticamente correcto de “or
ganizaciones sociales”.29 Finalmente, el conflicto que el gobierno de Cris
tina Fernández de Kirchner, apenas asumido, tuvo con los productores
agrarios, en 2 0 0 8 , fue la piedra de toque pan actualizar de manera plena
el legado populista:30 en ese marco, el gobierno logró la adhesión activa
de un grupo amplio de intelectuales y académicos de corte progresista,
quienes salieron en defensa de lainstitucionalidadf realizaron una lectu
ra de las movilizaciones agrarias en términos de “conflicto destituyeme”
y “golpismo sin sujeto”.31 Meses después, el gobierno recobró lainiciativa
y el esquema binario se reforzó notoriamente c o n e l conflicto generado
por la ley de medios audiovisuales (2 0 0 9 ), que esta vez lo enfrentó direc
tamente con el m ultim edios Clarín. En este marco, el gobierno impulsó
las medidas más progresistas, entre ellas, la Ley de M atrim onio Iguali
tario, la nacionalización d el sistema previsional y, sobre todo, k Asigna
ción Universal p o r Hijo, una medida sancionada m ediante ui decreto
presidencial, promovida desde lacia años por partidos y organizaciones
sociales progresistas opositoras.
468
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
v La muerte repentina de Néstor Kirchner terminó de abrir por comple
tólas compuertas al populismo en su clásica versión esratalista. Este~femv
-mtíiio conllevó dos consecuencias mayores: por un lado, consolidó el dis
curso binario como “gran relato” refundador del kirchnerismo, sintetizado
en la oposición entre un bloque popular y sectores de poder concentrados
(monopolios, corporaciones, gorilas, antiperonistas). Como en otras épo
cas de la historia argentina, los esquemas dicotómicos, que comenzaron
siendo principios reductores de la complejidad en un momento de con
flicto, terminaron por funcionar como una estructura de inteligibilidad de
la realidad política. Por otro lado, movilizó a un sector de la juventud. En
ese marco, agrupaciones como La Cámpora, fundada por el hijo del ma
trimonio Kirchner, tuvieron un enorme crecimiento y comenzaron a mul
tiplicarse por todo el país, al compás de una doble militancia: tanto desde
altos puestos del aparato del Estado como desde las bases, marcadas por un
activismo virtual antes que territorial, desde blogs, twitters y redes sociales.
Lejos de mostrar una polarización social entre sectores de arriba y sec
tores de abajo, la puja ilustraba una suerte de grieta instalada en el corazón
mismo de las clases medias argentinas.32 Este escenario se vio agravado con
la ruptura de la alianza que el oficialismo tenia con el sindicalista Hugc
Moyano,33 con lo cual el gobierno abandonó la vía del populismo clásico
(la “pata sindical” como columna vertebral), para concentrarse sobre sus
aliados provenientes de las clases medias. Así, la base sindical del kirch
nerismo quedaría reducida a un sector de la CTA, vinculado a sectores
medios (maestros y empleados estatales), a lo cual se sumaría una C G 7
tradicionalmente peronista, depurada de voces disidentes. Por último, fiel
al legado personalista de la pclítica latinoamericana, el fuerte encapsulamiento del Poder Ejecutivo fue configurando un modelo extremo de pre
sidencialismo, poco afecto al debate democrático. En este contexto, que
muestra el copamiento del aparato del Estado por parte de los jóvenes de
La Cámpora y un estrechamiento de las alianzas sociales, el kirchnerisrro
terminó por convertirse en un populismo de clases medias que pretence
monopolizar el lenguaje del progresismo en nombre de las clases popu
lares, vía por la cual también busca descalificar a otros sectores de clases
medias movilizados.34 Al final del gobierno de Cristina Fernández de Ki
chner, también se buscó avanzar sobre otros espacios (por ejemplo, so b e
el Poder Judicial).
M
a r is t e l l a
S vam pa
469
Como consecuencia de ello, la Argentina comenzó a transitar un esce
nario de polarización político-social, aunque diferente al de otros populis
mos del sig lg jQ ü Jn rinonmcricano. En primer lugar, porquem ás allá del
progresisnro^Ql modelo kirchnerista es profundamente peronisuu^capaz
de combinar audacia política y un legado organizacional tradicional, que
revela ■
una concepción pragmática
ramhin cnri-al v de la construcción
de hegemonía. Así, la inflexión populista no es sólo el resultado de una
relación histórica o de un vínculo perdurable entre partido peronista y or
ganizaciones sociales, sino que responde a una cierta concepción del cam
bio social: aquella que deposita la perspectiva de una transformación en el
cambio en la orientación política del gobierno, antes que en la posibilidad
de un reequilibrio de fuerzas a través de las luchas sociales. Esta primacía
del sistema político-partidario tiende a expresarse en una fuerte voluntad
de subordinación de las masas organizadas a la autoridad del líder (como
lo ilustran de manera evidente tanto los sindicatos de la otrora poderosa
Confederación General del Trabajo, y actualmente las organizaciones de
desocupados oficialistas, las organizaciones campesinas y de derechos hu
manos), a través del modelo de “participación social controlada”. Dicha
primacía organizacional ayuda a explicar el hecho de que el kirchnerismo
nunca haya tenido interés en impulsar dinámicas participativas potencial
mente autónomas, como sucedió en Venezuela, ni tampoco procesos de
renovación instimcional como en Bolivia e incluso el Ecuador, lo cual con
llevó en dichos países -a l menos bajo los primeros mandatos-, la amplia
ción de la frontera de derechos.35
C om o sucedió en otros países de la región, la emergencia del liderazgo
de Rafael Correa en Ecuador está vinculada a la gran crisis económica y
el estallido de los partidos tradicionales, que tuvo su máxima expresión en
una insurrección popular, sobre todo en la ciudad de Quito, en abril de
2 0 0 5 , con cacerolazos, escraches y otras formas de protesta, que derribaron
el gobierno neoliberal de Lucio Gutiérrez y dieron paso a una agitada tran
sición electoral.3*1Asimismo, en el trasfondo deesa rebelión estaba presente
el creciente protagonismo indígena, una línea de acumulación histórica
encarnada desde mediados de los 90 por la CO N A IE (Confederación Na
cional de Indígenas del Ecuador), una de las organizaciones de pueblos
originarios más importantes de América Latina, cuya agenda política mar
caba el giro ecoterritorial de las luchas (pluriracionalidad, defensa de los
470
D
e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
territorios y, prontamente, crítica del extractivismo).37 Correa, quien fuera
ministro de Economía del gobierno de transición (2005-2006), se presen
tó como un candidato outsider, con un nuevo partido, Alianza PAIS, con
un fuerte discurso antineoliberal y anti-FMI.
En ese marco, la Revolución C iudadana suscitó enormes expectativas
en sus inicios, pues tuvo la particularidad de articular diferentes matrices
sociopolíticas y narrativas críticas, desde la que ilustraban los movimientos
indígenas hasta diferentes sectores de izquierda. En esta línea, la emer
gencia popular encontró su corolario en la Asamblea Constituyente de
Montecristi (2008), donde convergieron diferentes movimientos sociales,
indígenas, rurales y urbanos, junto con sectores e intelectuales de izquierda
y ecologistas, la cual se definió claramente por un Estado plurinacional38 y
una democracia participativa. Asimismo, la nueva constitución planteó va
rias innovaciones, entre ellas, los derechos de la naturaleza y el Buen Vivir
como meta del nuevo programa de desarrollo. El presidente de la Asamblea
Constituyente fue el reconocido economista y ecologista Alberto Acosta,
quien, sin embargo, poco antes del final del proceso tuvo que presentar su
renuncia.
Uno de los cambios más notables introducidos por Correa fue el papel
y el peso del Estado, que a diferencia de los años neoliberales, se erigió en
motor y dirección de la Revolución C iudadana. Como sucedió en Venezue
la, también hubo una recuperación del Estado en la actividad petrolera, se
guido de una mejora del ingreso tributario y una batería de planes sociales
(bonos) destinados a reducir la pobreza, y aumentar el acceso de los pobres
a la salud y la educación (Ospina, 2 0 13).39 El éxito de este programa, en un
contexto de boom del precio del petróleo, otorgó legitimidad al gobierno
de Correa, tal como lo mostraron los resultados electorales posteriores.'10
El proceso de construcción hegemónica de la Revolución C iudadana
se guió por una doble estrategia: por un .ado, reforzar la autoridad pre
sidencial, claramente debilitada luego del largo período de inestabilidad
política. Más aún, esto encontró apoyo -p o r estas mismas razones—en los
elementos presidencialistas de la nueva Constitución. El presidencialismo,
asimismo, fue acompañado por una fuertedosis de decisionismo. Por otro
lado, este proceso tuvo como complemento la estrategia de “descorporativización” de la sociedad, que si bien apuntaba a neutralizar la política
de presión de diferentes grupos particulares, en un contexto de crisis y de
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Svam
pa
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necesaria construcción de la autoridad presidencial, y fomentar los valores
ciudadanos o republicanos, también se constituyó en la piedra de toque
privilegiada para desprestigiar a los líderes de los movimientos sociales,
los cuales eran descriptos “como élites que defienden sus privilegios cor
porativos” (De la Torre, 2012: 26), y debilitar, en consecuencia, cualquier
intento de movilización social autónoma. Con esta estrategia, el gobierno
buscaba horadar el accionar de la CO N A IE, que había sido la gran prota
gonista política en los movimientos de resistencia contra el ajuste neolibe
ral, la cual pasaría a ser considerada como un “grupo de presión”, al tiempo
que serviría para enfrentar otros sectores reacios —como los maestros, vin
culados al maoísmo, y otros sindicatos públicos-.
Por otro lado, uno de los frentes de conflicto respecto del extractivismo han sido las resistencias al ingreso de la megaminería. La Asamblea
Constituyente planteó, en un momento determinado, declarar el Ecuador
“libre de minería contaminante”. En abril de 2008, el gobierno declaró la
caducidad de miles de concesiones mineras ilegales y puso en vilo millona
rios proyectos extractivos, pero en enero de 2009 el Parlamento aprobó la
nueva ley minera, profundizando el modelo extractivista.41
Asimismo, al inicio del gobierno, una de las notas importantes fue el
peso que adquirió dentro del gobierno la SEN PLADES (Secretaría Na
cional de Planificación y Desarrollo Sostenible), la cual elaboró y difun
dió un Plan Nacional de Desarrollo, siguiendo las líneas generales de la
Constitución de Montecristi, que involucraba una concepción integral del
mismo, esto es, no sólo en términos de lógica productiva y social, sino
también el desarrollo entendido como “la consecución del buen vivir en
armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas hu
manas” (Plan Nacional de Desarrollo 2007-2010 : 55). La elaboración del
Plan incluyó mesas de discusión en las que participaron difeientes sectores
de la sociedad ecuatoriana, así com o un proceso arduo de sistematización
y consensos sobre sus componentes. El siguiente, el Plan ¿el Buen Vivir
2009-2013, proponía, además del “retorno del Estado”, uncam bio en el
modelo de acumulación, del primario-exportador hacia un desarrollo en
dógeno, biocentrado, basado en el aprovechamiento de la Siodiversidad,
el conocim iento y el turismo. Sin embargo, el Plan del Buei V iv ir estuvo
lejos de cumplirse; antes bien, las decisiones del presidente y d ru m bo típi
camente enmarcado dentro del neoextractivismo desarrollista, h an dejado
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la Constitución y sus promesas como letra muerta, sólo reclamada por
las organizaciones indígenas y los sectores ambientalistas. Por último, la
centralidad del SENPLADES daría cuenta de una de las características del
gobierno de Correa: la apelación a saberes expertos o especializados “como
uno de los ejes de sus rituales de justificación política” (Ramírez, 2015).
En esa línea, un elemento destacable es el peso cada vez mayor del
modelo meritocrático, encarnado por jóvenes y profesionales de mediana
edad de las clases medias, con título de doctorado. Se los ha llamado inclu
so “el gabinete de los P H D ” (Ramírez, 2015). Este énfasis en la educación
superior tiene como contracara la desconfianza hacia otras dinámicas o
formas de legitimación. Así, bajo la consigna de descorporativización y el
énfasis meritocrático, el gobierno apuntó a limitar los espacios autónomos
y a colocarlos bajo la tutela estatal.42
Por otro lado, gran parte del debate público que ha enfrentado Correa
con los sectores de derecha está vinculado al peso del Estado en el sector
público (éste pasó de menos del 25% en 2006 a casi el 50% en 2011),
y la “desmesura” del gasto público (Ospina, 2013: 156-157). Asimismo,
la polarización coloca en uno de los polos los medios de comunicación,
los cuales, como en otros países latinoamericanos, tienen agendas abierta
mente políticas, que tienden a sustituir a la de los desprestigiados partidos
políticos, conjugando sobre todo la defensa del statu quo (en términos eco
nómicos) con la defensa de las libertades políticas. Así, para llevar a cabo
la batalla cultural, tal como sucedió en otros países (Venezuela, Argentina,
tendencialmente Bolivia), el gobierno creó su propia estructura de medios
y viene llevando a cabo una intensa y agresiva campaña publicitaria, ha
ciendo un uso desmesurado de la cadena nacional (el presidente Correa
cuenta además con un programa televisivo semanal, Enlace ciudadano).
Esto es, desplegó el típico repertorio de acción en la disputa comunicacional con grandes y medianos medios de comunicación, que hoy es parte de
los manuales de polarización en el marco de los populismos latinoam eicanos del siglo XXI.
El conflicto entablado por Correa con los medios se tradujo en me
didas que resultan difícilmente defendibles, lo que lo ha debilitado poli i
camente y desprestigiado al gobierno a nivel internacional.43 Correa debió
enfrentar además una rebelión policial que derivó en un confuso intento
de golpe de Estado en 2011. Inmediatamente después convocó a una c o i
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sulta popular con diez preguntas, cinco de las cuales suponen enmiendas a
la recién aprobada Constitución y varias de ellas tienen carácter regresivo.
“Las dos primeras pretenden sustituir la caducidad de la prisión preventiva
y restringir las medidas sustitutivas de privación de libertad con el argu
mento de combatir la delincuencia. [...] La cuarta y la quinta modifican
la integración de los máximos órganos judiciales dando al Ejecutivo y al
parlamento injerencia en su nombramiento” (Zibecbi, 2011). Estas restric
ciones a la libertad alcanzan también y el campo de la expresión y petición
política. Por último, la respuesta a la conflictividad socioambiental ha sido
la criminalización y judicialización de la protesta, que ha derivado en jui
cios penales a los voceros de organizaciones, así como al retiro de persone
ría jurídica y la expulsión de O N G.
Lo reseñado pone de manifiesto el debilitamiento y la pérdida de au
tonomía de las organizaciones sociales (sobre todo, indígenas, ecologistas,
estudiantes), lo cual, acompañado del ingreso a una etapa de mayor disciplinamiento de la sociedad y restricción de las libertades, tiene como
contracara el fortalecimiento y la concentración del poder en la figura pre
sidencial. Mientras que las referencias a la Constitución de Montecristi son
cada vez más débiles, el modelo que se va consolidando es cada vez más
cercano a un régimen católico conservador, antes que a las batideras de la
izquierda ecologista y nacional que acompañó a Correa en su ascenso al
poder. Asimismo, con los años, el hiperpresidendalismo y el modelo meritocrático cobrarían mayor autonomía, en la medida en que se irían redu
ciendo los espacios de participación independientes de las organizaciones
sociales y, en general, de la ciudadanía, bajo el esquema de la participación
controlada, tutelado desde el Estado.44
En suma, aunque los populismos argentino y ecuatoriano presentan
rasgos diferentes, no por ello dejan de ilustrar una tipología común, en la
medida en que el proceso de construcción hegemónica muestrauna suerte
de expropiación/resignificación de la energía soáal movílizadi, e n favor
de un sector dirigente de las clases medias, con nn costado visiblemente
meritocrático en el correísmo, que no aparece en el populismo kirchnerista, más ligado éste último a un aparato cultural-mediático y ala disputa
discursiva con multimedios de la oposición. Por otro lado: mientras que el
Ecuador catapultó al liderazgo aun académico y economista oitsider, Ra
fael Correa, que dejaba atrás la crisis de los partidos políticos tndicionales
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y construía su propia fuerza política (Alianza País), en la Argentina el retor
no a la normalidad política” vino de la mano del tradicional partido pe
ronista, cion Néstor Kirchner, quien logró interpelar a amplios sectores de
la sociedaid, con algunas políticas innovadoras y en un contexto de repunte
del crecir-niento económico (boom de los commodities). Pero mientras el
kirchneri:Smo ha buscado legitimarse por la vía histórica, apelando al ima
ginario d
desde 20(08-2010), el correísmo aparece como un punto cero, erigiéndose
en una suerte de demiurgo absoluto, hacedor de la historia.
Existen otros elementos diferenciadores, relativos a la radicalidad de
la experiencia ecuatoriana y las innovadoras discusiones que se llevaron a
cabo (Bujen Vivir, derechos de la naturaleza, otros desarrollos), las cuales
no tuvieron correlato en la experiencia argentina, donde la crítica al extractivismo rnUnca ha sido parte de la agenda política y pública. En el orden de
‘los pop'ulismos realmente existentes”, en la Argentina la matriz populista
tiende a 'expulsar o borrar deliberadamente otros conflictos -así como otras
formas eje expresión de lo popular- que quedan por fuera del binarismo.45
En contraste, en Ecuador ello resulta más difícil, debido a la importante
presencia de las problemáticas indígenas y socioambientales en la agenda
política y mediática. De allí el sentimiento de “triición” o de “promesas in
cumplidlas” que recorre el correísmo, relativas tanto al modelo de desarro
llo pose:xtractivista como a las demandas de participación y extensión del
Estado Jplurinacional. De modo diferente, en la Argentina, el kirchnerismo
nunca aJentó ese tipo de promesas, con lo cual el tema del extractivismo
- a raíz «de la presencia de movimientos de asambleas contra la megaminería - sieimpre constituyó un punto ciego para e.' oficialismo y sus voceros
intelectiuales.46 Por último, aunque resulte casi un lugar común, en un caso
y otro, %ste proceso de empoderamiento y liderazgo de las clases medias no
es ajencj al origen social de sus líderes -e l matrimonio Kirchner, profesio
nales d& clase media; Rafael Correa, profesor universitario—. La centralidad
que adcquiere el lugar del líder potencia la importancia de estos elementos
de cará«cter biográfico o individual.
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Salvo excepciones, el retorno del populismo de alta intensidad se opera
en un contexto académico que no acepta fácilmente el tradicional uso
peyorativo del concepto. Muy probablemente la labor teórica de Ernesto
Laclau haya influido en este cambio, aunque por supuesto sería ingenuo
y pretencioso pensar que esto lo explica todo. El carácter bicéfalo del
populismo ha impulsado una mirada más compleja del fenómeno, lo
cual posee también una traducción teórica: para decirlo en otros térmi
nos, hemos pasado de variadas formas de apropiación heterónoma del
concepto de populismo, dominadas por visiones descalificadoras, a la
coexistencia —muchas veces conflictiva—de diferentes modos de apropia
ción: positivos, negativos, bivalentes. Esto explica la existencia de una
pluralidad de lecturas, no sólo en virtud de la sobrecargada historia polí
tica latinoamericana, sino de los giros conceptuales y políticos a los que
hemos asistido.
La contracara ha sido el recurrente reduccionismo político-mediático,
se trate de hacer exultantes apologías o de enojosos rechazos. Para decirlo
de otro modo, todo ensayo de complejización, profundización y agudeza
que se tiende a hacer desde el campo de la investigación político-académi
ca se debilita o muere una vez que ingresa al campo político-mediático,
donde sólo se admiten las respuestas unidimensionales, cargadas de valo
rización —sean negativas o positivas- muy dependientes del contexto de
polarización vigente. Cierto es que la tensión que anida en el corazón del
proyecto populista revela una vez más loque Arditi denominó como “la
estructura indecidible del populismo”; sin embargo, esa indecidibilidad
no puede sustraernos del desarrollo de unt visión crítico-comprensiva, que
exige la necesidad de los recorridos nacionales y la comprensión de los
procesos históricos.
Es en razón de ello que propuse la distinción entre populismos plebe
yos y populismos de clases medias, lo cual está lejos de pretender establecer
una diferencia entre populismos buenos y malos. En calidad, mientras
los populismos plebeyos hicieron una apuesta por la pirticipación desde
abajo, muchas veces desordenada o anárquica (sobre todo en Venezuela;
coa rasgos más corporativos en Boliviano bien buscaroa crear una nueva
estructura político-jurídica para dar cuenta de una realidad plural (Estado
plurinacional), los populismos de clases medias sólo h¡n apuntado a lia
cer d éla participación una suerte de declamación retórica, sustituyendo la
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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
innovación institucional y la búsqueda de un horizonte de igualdad por el
paradigma más confuso y acotado de la “inclusión social”.
Notas
1 El pasaje de posiciones de sujeto democrático a sujeto popular sobre la base de una
cadena equivalencial resulta clave para entender la construcción de hegemonía. El proceso
por el cual una demanda individual comienza a representar una demanda equivalencial in
conmensurable consigo misma es lo que Laclau denomina hegemonía (Laclau, 2009: 59).
Los significantes que conectan la cadena equivalencial son más amplios, potencialmente
universales (enriquecedores y, al mismo tiempo, empobrecedores). Nada anticipa, sin embar
go, el modo en el que se van a articular diferencial o equivalencialmente los dos polos de la
oposición; esto depende del contexto y la extensión de las cadenas en las cuales participan.
De ahí su inestabilidad y su apermra a la redefinición, pues la dinámica del populismo de
pende siempre de' la reproducción constante de esa frontera interna (ibídem: 62). Los signi
ficantes flotantes son la expresión de esta ambigüedad fundamental y la imposibilidad de que
estas fronteras internas adquieran una estabilidad definitiva (ibídem: 64).
2 Éste es el caso, entre otros, de los politólogos Martín Retamozo y Sebastián Ba
rros. Por ejemplo, según Retamozo, la perspectiva de Laclau abre un campo de investi
gación respecto de la elaboración de demandas y el modo en que éstas son atticuladas en
la configuración sujeto-pueblo y la intervención del discurso populista. “El lugar de la
representación de ese malestar es fundamental en la teoría del populismo; allí, la inves
tidura de un significante adquiere centralidad y nos conduce a la figura del líder (y su
nombre) que funciona como mecanismo de sutura, pero, a diferencia de otros símbolos,
el líder habla, como dice Arditi: ‘El líder es un significante vacío pero también una
persona’” (2010: 490) (2014). Retamozo se propone explicar la capacidad del discurso
populista del kirchnerismo para interpelar tradiciones sedimentadas y reactivar imagina
rios, así como para instalar nuevos mitos (entre ellos, el de Néstor Kirchner). En esa lí
nea destaca también otros aspectos que habrían favorecido la capacidad articulatoria del
kirchnerismo: su heterogeneidad social, esto es, la pluralidad de organizaciones sociales
que convergen en él; la doble lógica instalada en los mecanismos de mediación (desde
aquella lógica desde arriba hasta la lógica rizomática de las redes sociales); a política de
inclusión llevada a cabo por el kirchnerismo. En definitiva, sin apelar a h ruptura, <1
kirchnerismo conjugaría una lógica populista con una lógica instituciond que habría
permitido la constitución de un “nuevo campo popular”, a partir de la articulación din
cursiva de demandas negadas (Retamozo, 2014).
En la estela laclausiana, también se instala la interesante reflexión de Sebastián Bu
rros, quien analiza el populismo sobre todo como ruptura, antes que como íegociación y
tensión entre la ruptura y el orden. De ahí que, según el autor, pueda habhrse de rasgo»
populistas en experiencias que tradicionalmente no se considerarían populktas (como >I
menemismo, en el caso argentino). Esta reducción del populismo al m om eito rupturiM.i
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a r is t e l l a
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(“ruptura del espacio común de representación”) se vincula también a la idea de que el
populismo sería, en la misma línea que subraya Ardid (2004) retomando a Derrida, la
reactivación de un “espectro”, el espectro del pueblo, nunca del todo realizado, siempre
excluido, heterogeneidad excluida siempre acechante. Dice Barros: “La espectralidad ten
dría efectos de demostración donde vive el populismo como el suplemento que necesita la
sociedad para darse una forma. De aquí la perdurabilidad del populismo que aparece es
pectralmente en las lógicas y prácticas que amenazan con la inclusión de la heterogenei
dad, de un obrero que puede pensarse dueño de una fábrica recuperada, de un desocupado
que puede pensarse como parte de una confederación de trabajadores, de una mujer que
reclama el derecho a disponer de su cuerpo, de un militante que im prece solicitando demo
cracia directa, o de un pueblo originario que reivindica su propia ¡nstitucionalidad ante el
avasallamiento de la democracia liberal. Todos estos son reclamos que disparan lógicas que
atentan y subvierten la institucionalidad vigente, amenazan la homogeneidad de una de
terminada articulación” (Barros, 2006).
3 Panizza analiza el populismo desde un enfoque sintomático (no esencialista) que
coloca el antagonismo en el centro del dispositivo analítico, como modo de identificación
(la división entre el pueblo y su otro).
4 En un artículo de 1999, Margaret Canovan, reconocida especialista en el tema, re
toma la tesis de Michael Oakeshott acerca de que la modernidad política se caracteriza por
la interacción entre dos estilos políticos distintos, el de la fe y el del escepticismo, a los
cuales llama las caras redentora y pragmática de la democracia, y sugiere que el populismo
surge en la brecha entre ellas. Esto establece una relación de interioridad entre populismo
y democracia. El populismo acompañaría a la democracia como una sombra. Véase Ardid,
2004.
5 Por último, para dar cuenta de su complejidad, el autor realiza una distinción entre
tres tipos de populismo, dos de ellos democráticos y uno tercero de tipo autoritario. En el
primer caso, podría hablarse de un populismo como modo de representación política, li
gado al estilo, del cual la propia política liberal no estaría exenta. El segundo se refiere al
populismo como síntoma, el cual se instala en los márgenes interiores de la democracia. En
esta línea, el populismo pertenece a la democracia porque comparte con ella los rasgos tí
picos de la movilización, la participación, la expresión de la voluntad popular; pero al
mismo tiempo desempeña el rol de “invitado incómodo” en el ámbito de la democracia
liberal, que puede perturbar el funcionamiento “normalizado” de la política (2009: 1 2 2 ).
El populismo no sería “el otro” de la democracia, sino el espejo en el cual la democracia ve
reflejada sus rasgos más desagradables. Finalmente, el tercer tipo de populismo es conceptualizado com o “reverso de la democracia”, y se manifiesta en la tendencia a buscar repre
sentar el Pueblo como Uno, a la búsqueda de una identidad sustancial.
6 Desde un lugar de enunciación diferente, pero que dialoga también conlos trabajos
de Laclau, podemos ubicar la lectura del venezolano Edgardo Lander (2011), quien pro
pone uní revisión del uso eurocéntrico del concepto de populismo, al tiempo que aborda
elanálisis del gobierno de Hugo Chávez en términos de populismo radical/revolucionario.
Asimismo, Lander destacaría las dificultades del populismo chavista, dado que el carácter
abierto de las posturas programáticas y el peso del liderazgo de Chávez dificultaban prever
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las futuras direcciones del proceso de cambio. Sin embargo, esta imprecisión o carácter
difuso de los proyectos programáticos estaría ligado al cambio de época, esto es, a la ausen
cia de certezas y de un modelo/s claro/s de sociedad alternativa. Disponible en http://politicalatinoamericana.sociales.uba.ar/files/2011/05/elander.pdf.
7 Algo que, como ha sido señalado en otro capítulo, se habría experimentado para el
caso argentino tanto con Yrigoyen como con Perón. Por supuesto, esta tensión entre la inclu
sión y la exclusión, entre la refundación y el hegemonismo, no es privativa del populismo y
caracterizaría a otras experiencias políticas. Esto equivale a subrayar tanto la equivocidad del
concepto como a privilegiar una visión que acentúa la especificidad del populismo en térmi
nos de diferencia “de grado”, visible en la tensión aguda entre apertura y cierre de la política
(Aboy Caries, 2010 y 2012). Finalmente, para Aboy no habría en el populismo -n i en los
clásicos ni en los contemporáneos- una cristalización o sedimentación de un principio de
exclusión radical, sino la constitución de una frontera siempre difusa e inestable.
8 De la Torre no incluye en el lote de gobiernos populistas la gestión de Cristina Fernández
de Kirchner, suponemos que amparándose en la afirmación de que “en países latinoamericanos
donde hay sociedades civiles más fuertes que valoraron los derechos humanos y civiles, pues
pasaron por dictaduras traumáticas, el populismo tendrá limitaciones institucionales que mili
garán sus tendencias autoritarias” (2010: 175). Asimismo, el argentino E. Peruzzotti considei.i
que el populismo presenta una visión schimitteana de la política (concebida ésta como guerra),
y distingue entre diferentes modelos de democracia: la liberal minimalista, la delegativa, la po
pulista y la representativa. Peruzzotti habla de un populismo radical, en el cual incluye a Ecua
dor y Venezuela, y sostiene que “No es casualidad que los países en los que reaparecen versiones
de populismo radical (Ecuador, Venezuela) son precisamente aquéllos que no experimentaron
la etapa de autoritarismo militar de nuevo cuño” (2008). Sin duda, el trabajo de Peruzzotti n
anterior al proceso de polarización en la Argentina, que se desata en 2008, y que llevaría a uim
exacerbación de la lógica populista durante las gestiones de CFK.
9 Existe toda una tradición interpretativa que distingue entre diferentes tipos de po
pulismo, pero que no se refiere a las bases sociales, sino al tipo de articulación ideolóp,u ,i
que se produce y las características de la élite que conduce el proceso. Así, en los años /’(I.
aunque con argumentaciones diferentes, tanto el brasileño Octavio Ianni como el argenli
no Torcuato Di Telia e incluso E. Laclau distinguían entre populismos de clases domin.in
tes y populismos de clases dominadas.
10 Por matrices sociopolíticos entiendo aquellas líneas directrices que organizan el m
social. Asimismo, si bien en términos generales la dinámica populista se instala en la tensión
entre un proyecto nacionalista radical, conducido por organizaciones populares y otros sn
tores subalternos junto a su líder, y el proyecto de la participación controlada, bajo la din ■
ción del líder y el tutelaje estatal, es esta última la forma histórica que suele adoptar lo iuu li i
nal-popular en los diferentes países latinoamericanos (Svampa, 2006 y 2010).
11 El concepto de matriz estadocéntrica ha sido desarrollado por el politólogo argin
tino M. Cavarozzi (1988).
12 Tal como sostiene E. Lander (2013: 32): “Como lo demuestra la experiencia ......
zolana, la lógica económica, política y cultural del rentismo, una vez instalada en l.i mu ii
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dad, adquiere una dinámica inercial de autorreproducción que muy difícilmente puede ser
revertida. La lógica rentista refuerza un modelo de Estado vertical y centralizado incompa
tible con la plurinacionalidad y con un Estado comunal y socava de forma sistemática toda
posibilidad de autogobierno participativo y democrático”.
13 La caracterización de López Maya sobre el chavismo ha ido cambiando con los
años. De hecho, en sus últimos trabajos propone leer a éste como un populismo clásico.
Su definición es la siguiente: “Consideramos el populismo fundamentalmente como una
forma universal de la política que aparece para empujar aspiraciones de inclusión social y
cuyo eje definitorio es un discurso dicotómico de gran valor movilizador que construye
sujetos políticos antagónicos e irreconciliables: el pueblo (los pobres y/o los que no tienen
poder) y la oligarquía (el bloque de poder) (De la Torre, 2000: 13). Lo reconocemos como
una forma de democracia directa que privilegia el vínculo identitario entre líder y bases y
rechaza las formas mediadas de la democracia. Si bien es en esencia democrático, tiende a
prescindir de instituciones de representación, concentrándose en la movilización tras el
líder como el instrumento político por antonomasia, lo que termina produciendo profun
dos déficits de democracia en la sociedad donde se establece (López Maya y Panzarelli,
2012 ).
14 En un sugestivo artículo titulado “¿Hay Patria para todos?”, Marc Saint-Upéry
(2008) destaca que lo plebeyo aparece como un rasgo transversal de los gobiernos progre
sistas, característica de sociedades donde las clases sociales y su ubicación en el proceso
socioeconómico son menos definidas que en los países del Norte. Asimismo, el tema es
retomado por Franklin Ramírez (2009), quien destaca las bases plebeyas de los gobiernos
progresistas y el retorno de una política de clase, pero al mismo tiempo subraya la articu
lación entre lo plebeyo y los decisionismos de los nuevos gobiernos.
15 Seminario sobre “Reflexiones plurales sobre la experiencia de los gobiernos progre
sistas en América Latina”, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, octubre de 2015.
16 En este marco de amenaza al pluralismo se insertaría, además, la propuesta de re
forma de la Constitución para habilitar la “repostulación” del binomio gobernante. De ser
aprobada en febrero de 2016 la reforma vía referéndum, Evo Morales y García Linera
podrían permanecer veinte años en el gobierno. No cabe duda que hace sólo diez años
estos mismos dirigentes se hubieran levantado indignados contra cualquier político o par
tido que buscara perpetuarse en el poder y, sin embargo, hoy sostienen sin sonrojarse que
es necesario reformar la Constitución, pues sólo la permanencia del actual binomio gober
nante puede garantizarla continuidad de los cambios realizados e impedir el retorno de la
derecha.
17 Como sostiene Luis Tapia (2008), la relación entre identidad indígena y tradición
nacional-popular nunca ha sido fácil ni unívoca, pero esta experiencia de rebelión, ilustra
da por el cogobierno M N R -C O B, “queda como parte del proyecto político” que atraviesa
y alcanza el actual ciclo de rebelión. Los sindicatos cocaleros de donde surge a la política
Evo Morales son en gran medida herederos de esta tradición, junto con ciertas inercias y
rcinvenciones de lógicas comunitarias que, como ya hemos señalado, perviven bajo la
fo r m a sindicato. En segundo lugar, en términos de memoria corta, la interpelación nacio
nal-popular está directamente ligada al escenario de conflicto configurado en la zona del
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Chapare, en la cual el movimiento cocalero debió confrontar no sólo con las diferentes
gestiones gubernamentales, sino también con la política de los Estados Unidos en la re
gión. En efecto, entre los cocaleros, las políticas de erradicación violenta de la hoja de coca,
dirigida en los años 90 por los Estados Unidos, favorecieron la consolidación de una fuer
te dimensión antiimperialista (y más precisamente antinorteamericana) de su acción polí
tica. En este marco, ante la existencia de un adversario externo poderoso, el discurso anti
imperialista ha sido constitutivo de la identidad del movimiento cocalero.
18
El sociólogo boliviano Fernando Mayorga (2011) sostiene que el populism
boliviano se expresa a través del incontestable liderazgo de Evo Morales, del modelo
Estadocéntrico, y la apelación a un sujeto que no sería ya el pueblo del siglo X X sino el
“sujeto plurinacional”, el cual termina por ser representado en y por el Estado (2011:
73). Traigo a colación esto porque el propio Mayorga cuenta que cuando en 2006 fue
convocado por la revista N ueva S ociedad para escribir sobre los nuevos populismos, optó
por desechar la posibilidad de utilizar tal concepto para el caso de Bolivia, titulando su
artículo “El gobierno de Evo Morales. Entre el indigenismo y el nacionalismo”. Cinco
años más tarde, empero, caracteriza el gobierno de Evo Morales como populista. El he
cho muestra que efectivamente el populismo no adviene de la noche a la mañana, sino
que es producto de una acumulación política, de una construcción hegemónica, poste
rior a la derrota del bloque de la oligarquía regional opositora. Por otro lado, Mayorga
considera que existirían más rupturas que continuidades con el populismo de 1932. Sin
embargo, desde mi perspectiva existen más lazos entre el Estado plurinacional y el Esta
do asociado al nacionalismo revolucionario, muchos más de los que en términos discui
sivos el gobierno del MAS estaría dispuesto a reconocer, tal como lo refleja el libro de
Nicolás y Quisberg (2013).
15 Esto sucedió, por ejemplo, con el conflicto del TIPN IS donde el gobierno alcanzó
su más alto nivel de confrontación con fuerzas que habían protagonizado la emergencia
plebeya y acompañado los primeros años de gobierno. Luego de esta pulseada, el gobierno
se vio obligado a retroceder, suspendiendo la construcción de ese tramo de la carretera. En
suma, podría afirmarse que por encima de las complejidades y riquezas, el estilo de lidera/
go y las formas de concentración del poder tienden a colocar el gobierno de Evo Víoralrs
en los canales más tradicionales del modelo de la “participación controlada”, alternando
-según los niveles del conflicto—de manera más excepcional, con el modelo del ‘manda i
obedeciendo”.
20 Cuando Chávez asumió el poder, las cifras de la pobreza triplicaban aquellas dr
1983. Ya ha sido señalado que entre 2001 y 2011 todos los gobiernos latinoairericanns
lograron una disminución importante de la pobreza gracias al aumento del gasto público
social. En el caso de Venezuela, las masivas transferencias de recursos están asociadas tañí
bién al boom del precio del petróleo (el precio del barril de petróleo pasó de 7 dólares, rn
1999, cuando asumió Chávez, a 12 0 dólares, en 2008) (Álvarez, 2013: 240).
21 Chávez rescató la tradición del antiimperialismo para toda América Laina. Un
ejemplo de ello fue la contracumbre de Mar del Plata, donde las naciones latinoartertcnnM
dijeron no a l ALCA, promovido por los Estados Unidos. Ese antiimperialismo revístalo dr
un utópico y por momentos confuso horizonte socialista se nutrió en gran parte de citas v
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tradiciones latinoamericanas, que iban de Mariátegui a Martí y Galeano, pasando siempre
por Simón Rodríguez, Bolívar y Ezequiel Zamora.
22 La expresión “hiperliderazgo” refiere a una caracterización crítica que en 2009 hi
cieron algunos intelectuales chavistas. El politólogo español Juan Carlos Monedero, en
tonces asesor del gobierno y miembro del Centro Miranda, lo definía de la manera siguien
te: “Creo que es propio de países con escaso cemento social, con un débil sistema de par
tidos democráticos y con amplios porcentajes de exclusión. El hiperliderazgo permite
situar una alternativa frente a lo que llamamos la selectividad estratégica del Estado. Siem
pre la burguesía, los poderes del antiguo régimen tienen el aparato del Estado y en ese
sentido creo que, pese que se asalta el Estado, no se tiene ni mucho menos el poder. En ese
sentido entiendo que el hiperliderazgo desempeña un papel importante, tiene la ventaja de
articular lo desestructurado y de juntar los fragmentos, con formas de lo que llamaba
Gramsci “cesarismo progresivo”, que tanto ayudan a retomar el rumbo de la revolución en
momentos de vacío político o de confusión ideológica. Pero ese liderazgo también viene
con problemas. El hiperliderazgo desactiva, en última instancia, una participación popular
que puede confiarse en exceso en las capacidades heroicas del liderazgo”. No por casualidad
hace unos años ciertos intelectuales que acompañaron el proceso chavista postularon la
necesidad de una “colectivización del liderazgo” (G. Gómez, 2009). Selección de opinio
nes realizada por Harnecker, 2009.
23 Como sostiene Margarita López Maya (2011), en los años 80 y 90, en Venezuela,
país que no conoció rupturas militares como otros países latinoamericanos, el debate sobre
la democracia participativa aparece asociado a la crisis y deslegitimación de la democracia
representativa. Por ello no es casual que, en el marco de la crisis del bipartidismo (Acción
Democrática y Copei), diferentes fuerzas políticas buscaran introducir formas de demo
cracia participativa en la Carta Magna, a fin de revivir o revitalizar la democracia venezo
lana. Sin embargo, los proyectos de reformas constitucionales fracasaron, hasta que en
1999, con el ascenso de Chávez, finalmente la democracia participativa adquiere estatus
constitucional.
Por otra parte, López Maya sostiene que las izquierdas marxistas tendrían una influen
cia mucho más marginal y por ello menos clara en el paradigma de la democracia participa
tiva.. Aunque había prácticas concretas de participación, vinculadas a la gestión pública local,
la izquierda marxista daba por sentado que la democracia directa era la verdadera democra
cia. Sin embargo, a inicios de los 90, el debate estuvo muy influenciado por Nikos Poulantzas, quien propuso una teoría participativa democrática del socialismo, concibiendo la de
mocracia participativa como una combinación de democracia representativa y democracia
directa (López Maya, o¡i. cit.). Finalmente, luego de la fallida reforma constitucional de
1989-1992, en 1999, haciéndose eco de esta demanda política y social, en un contexto de
fuerte deslegitimación política y de creciente empobrecimiento de la población, asumiría
Chávez, el que luego de jurar sobre “esta moribunda Constitución”, convocó a un referén
dum para abrir al proceso constituyente. Su asunción señala también el fin del bipartidismo
y la emergencia de un nuevo liderazgo, que iría ampliándose con los años.
24 FFarnecker tiene diferentes escritos sobre d tema, entre ellos, H erram ientas para la
participación , de 2005, una suerte de manual de la participación popular, coescrito junto
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con Luis Bonilla y Haiman El Troudi, y un texto propio, de 2009. Agradezco a M. López
maya, E. Lander y E. Terán Martovani, las sugerencias bibliográficas.
25 Aclaro que la unidad mínima es entonces el consejo comunal; la unidad de varios
consejos comunales constituye la comuna, la cual puede estar ligada por “corredores terri
toriales”, siendo el Parlamento Comunal la máxima instancia de autogobierno, conforma
do por dos voceros de cada consejo comunal, del banco comunal y de las organizaciones
socioproductivas.
26 Sobre estas limitaciones, recomiendo los textos de Lander (2011 y 2013). En uno
de ellos, Lander afirma que “No llega, sin embargo, este conjunto de políticas a constituir
algo que pueda denominarse hasta el momento, con propiedad, un o una opción clara al
neoliberalismo. Estas políticas se dan en el contexto de las urgencias de coyunturas políti
cas en permanente movimiento. La implementación, con frecuencia, antecede a la formu
lación teórica. Dadas las condiciones de confrontación política y la ausencia de fuertes
núcleos empresariales dispuestos a apostar por un modelo de desarrollo más endógeno,
está poco clara la naturaleza de la articulación a futuro entre el conjunto de políticas que
impulsa el Estado y la actividad empresarial privada” (2011: 22). Por otro lado, hay que
acotar que en Venezuela no sólo no se llevó a cabo una reforma tributaria ni se modificó la
estructura productiva, sino más bien se profundizaron o exacerbaron las características
rentistas del Estado y la sociedad venezolana, atada a la exportación de petróleo.
27 Hay quienes desde el comienzo señalaban que lejos de ser una construcción alter
nativa, el paradigma de la participación popular era confuso y tendía a impulsar estructu
ras paralelas paraestatales, “que no constituyen una auténtica plusvalía democrática”; ames
bien, terminan por contribuir al autoritarismo anárquico y a las formas de la democracia
plebiscitaria (Saint-Upéry, 2008: 138). Contrariamente a ello, sin demasiada base empíri
ca, otros consideraban que se trataba de un proceso de profundización de la democracia
que tiende a construir un “socialismo desde abajo” por la vía de las comunas, con lo cual
debe ir hasta el fondo de la institucionalidad paralela, en la construcción de poder coni i
nal-poder popular (Mazzeo, 2015). Como sostienen María Eugenia Freitez y Alexandra
Martínez (2015), quienes realizaron una interesante investigación de campo, aun si I >s
consejos comunales obtuvieron estatus jurídico en 2006, con ocho años de recorrido cois
tituyen más bien “un desafío en construcción que una realidad decretada”. Hacia marzo lie
2014 existían unos 35 mil consejos comunales y alrededor de 850 comunas, que se p revi
tan como estructuras de gestión y autogobierno, paralelas a las alcaldías. Éstos implicin
una ampliación de la participación, pero al mismo tiempo señalan una mayor central i /i
ción en la relación con el Estado. Al mismo tiempo, conllevan una homogeneización de lis
estructuras populares barriales y comunitarias en una única figura, la del consejo cornil ni
(2015: 5). Queda claro que los territorios comunales no son mayoría en la vida social, peo
constituyen una realidad abierta, un espacio de empoderamiento real que aspira a convti
tirse en la piedra de toque de construcción de una nueva institucionalidad radical de ai 111
gobierno y descolonizadora, que permita además consolidar procesos productivos < |i<
apunten a transformar la matriz extractivista y rentista (Freitez y Martínez, op. cit.)
28 Por otro lado, hay que aclarar que en la Argentina existe la creencia de qtu la
construcción de lo nacional-popular como voluntad colectiva contrahegemónica ha silo
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y es monopolio exclusivo del populismo peronista. Esta identificación con lo nacionalpopular que no existe en otros países se explica por el protagonismo político mayor que
este partido-movimiento ha tenido en diferentes momentos de la historia política, desde
hace setenta años. Aun si con anterioridad pueda incluirse el yrigoyenismo, en su carác
ter también movimientista, en la Argentina suele identificarse lo nacional-popular con
el peronismo. Ciertamente, el Partido Justicialista, como ha sostenido Juan Carlos To
rre, se ha constituido en un sistema político en sí mismo. En el origen del peronismo se
articularon discurso nacionalista y movimiento obrero, con un liderazgo fuertemente
centralizado y personalista, implementado desde el Estado (continuado incluso desde el
exilio). El caso argentino incluye los llamados “tres peronismos” (Sidicaro, 2002): el
fundacional de J. D. Perón (1945-1955), el breve período entre 1 9 7 3-1976 y el peronis
mo neoliberal —que puede ser leído como neopopulismo o populismo de baja intensi
dad- de la década de los 90 (C. Menem, 1989-1999). Un cuarto peronismo sería el in
augurado por Néstor Kirchner en 2003 y continuado por su esposa, Cristina Fernández
de Kirchner (2007-2015), que abriría las puertas a la recreación de un populismo de alta
intensidad. Nuevamente, y con una ya longeva historia dentro de los populismos lati
noamericanos, el peronismo probó ser capaz de contener y controlar las más diversas
corrientes político-ideológicas en su seno, así como volvió a dar pruebas de una gran
productividad política. No es extraño entonces que, debido a una combinación de lógi
ca política y estrategia adaptativa, propia de la amplitud y la plasticidad de su marco
ideológico, aquéllos que fueron fervorosamente neoliberales en una etapa pudieran de
venir nacional-populares en la siguiente.
29 No obstante, en términos de figuras militantes, estas fuerzas no fueron capaces de
generar una épica alternativa a la que presentaba la generación de 2 0 0 1 , nutrida en el ethos
autonomista y la matriz clasista. Desde nuestra perspectiva, mucho tuvo que ver el rechazo
y estigma que medios hegemónicos, clases medias y el propio gobierno contribuyeron a
instalar, durante la fuerte puja que se llevó a cabo en el espacio público entre 2003 y 2004
con las organizaciones piqueteras opositoras. Pero lo cierto es que ni la reivindicación de
las luchas antineoliberales de la década del 90, ni la evocación de un ethos setentista -cada
vez más monopolizado por el gobierno- alcanzaron para dotar de legitimidad a un actor
social que en definitiva continuaba siendo visto por una gran parte de la sociedad como
“clase peligrosa”, “lumpenproletariado residual” o simplemente, como una expresión del
clientelismo de izquierda, amparado por el nuevo gobierno.
30 La dinámica virulenta que adquirió el conflicto económico hizo que éste adoptara
claras dimensiones políticas: tanto la respuesta inflexibh del gobierno (llamándolos “pi
quetes de la abundancia”) com o la rápida reacción de sectores de clase media porteña, que
salieron a la calle a apoyar a los sectores agrarios, cuestionando el estilo beligerante del
gobierno, sirvieron para reactualizar viejos esquemas de carácter binario que atraviesan la
historia argentina y han anclado fuertemente en la tradicón populista: civilización o bar
barie, peronismo o antiperonismo, pueblo o antipueblo.
31 Para un interesante análisis de Carta Abierta, véase Beatrii Sarlo, 2011.
32 L a puja intraclasevivida entre2008 y 2010 se actualizó entre septiembre de 2012
y agosto de 2013, cuando volvieron las masivas movilizaciones protagonizadas por sectores
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de las clases medias: s¡ desde el oficialismo unos se arrogaban el monopolio del progresis
mo y la representación de las clases subalternas, en nombre de “un modelo de inclusión
social”, desde la opos¡c¡ón otros sectores medios movilizados denunciaban la corrupción,
criticando el creciente autoritarismo del régimen, articulando un incipiente discurso en
clave republicana (cr¡tica 1 del análisis presentado anteriormente). Cabe agregar que la
movilización tambiér, ten(a como objetivo impedir una reforma constitucional que habi
litara a la presidenta ^ un tercer mandato. Una lectura afín a la que presentamos aquí, que
entiende el kirchnerismo como un “peronismo de las clases medias , puede hallarse en
Carlos Altamirano, 2 {) 1 3 .
33 Ésta significó el abandono de los últimos elementos plebeyos del sindicalismo
presentes en el kirchiler¡smo y un mayor protagonismo de las organizaciones sociales (ex
piqueteras), inscripta, en un marco diferente al de 2003-2007, pues hacia 2 0 1 1 el espacio
oficialista aparecía teilsj0 nado por la presencia dominante de La Cámpora, la organización
que responde a la ex presidenta.
34 En mi opinión> hubo también otros elementos que contribuyeron a la erosión de
la imagen del kirchntr¡smo triunfante, en su versión unificadora: el primero, la tentación
hegemonista y el proceso vertiginoso de fetichización del Estado, asentado sobre el avasa
llante 54% de los voto, obtenidos en 2001 por Cristina Kirchner en su reelección y visible
en la creencia gubernarnental de que sólo “el peronismo puede articular los intereses popo
lares”; el segundo, el deterioro de la situación económica (inflación, precarización, política
impositiva regresiva, cep0 cambiario, entre otros); el tercero, la profúndización de las
alianzas con las grandes corporaciones económicas; desde el agronegocio, pasando por la
megaminería, los hidrocarburos y los transportes.
35 Ciertamente, el kirchnerismo es un espacio heterogéneo que nudea sectores prove
nientes de la izquierda setentista (ex militantes de organizaciones guerrilleras, que ya .«•
habían reconvertido durante la época del menemismo), ramas del Partido Comunista y drl
Partido Socialista, se< ;tores del partido progresista Frente Grande y diversas organizaciones
territoriales (entre ellas, varias ex organizaciones piqueteras) y, en los últimos años, sectores
de la juventud de cl^ e media, que han conformado diferentes organizaciones políticas,
ligadas directamente a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, entre ellas, La Cám
pora. Sin embargo, Presenta numerosos elementos tradicionales: los sectores más empresa
ríales del sindicalismo, l0s intendentes del conurbano bonaerense representantes del peni
nismo duro (pejotisr-no) y los gobernadores peronistas de fuerte matriz autoritaria, tod»
ello vinculado al legajo organizacional del Partido Peronista; todos actores fundaméntale'
en el tablero político argentino. Para un análisis del peronismo en clave kirchnerista, vé.0.1
también Torre (2 0 13j) y Sarlo (2011).
|
36 La llamada “t-ebelión de los forajidos” tuvo lugar en abril de 2005. Al igual que luí
levantamientos en la Argentina de diciembre de 2001, se levantó bajo la consigna Que st
vayan todos”. Para el| tema, véase la excelente reconstrucción de F. Ramírez (2006).
37 La C O N AI B realizó una alianza política con L. Gutiérrez, pero abandonó el go
bierno cuando éste d[¡0 el giro neoliberal.
I
38 La definición, pQr un Estado plurinacional ya había sido incluida en la Conitm i
ción sancionada en ) 98 8 .
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39 Ospina señala que en los primeros años la Revolución C iudadana aumentó el im
puesto a la renta, pero esta tendencia se revirtió a partir de 2 0 1 0 - 2 0 1 1 , probablemente por
el aumento del consumo interno (op. cit.: 161). Para un balance sobre la política de bonos,
véase Stefanoni (2012), Ospina (2013) y AA. W . (2015).
40 Según Carlos de la Torre, Correa ha sido el presidente que más éxitos electorales ha
tenido en el Ecuador: “Después de asumir el poder en enero del 2007 Correa ganó las
elecciones por el sí en el referéndum para llamar a una asamblea constituyente en abril del
2007. Luego sus candidatos obtuvieron la mayoría absoluta en la asamblea en septiembre
del 2007. Se aprobó la nueva constitución en septiembre del 2008 y en abril del 2009 fue
electo presidente por segunda vez y en una sola vuelta electoral y su movimiento obtuvo
una mayoría en el parlamento que ahora se llama asamblea” (De la Torre, 2012). Esta
tendencia se confirmó con el aplastante triunfo que tuvo Correa en las elecciones presiden
ciales de 2013, cuando obtuvo el 57% de los votos.
41 Otro conflicto emblemático fue el de la fallida aprobación de la ley de aguas trata
da por el Parlamento, en 2010, que confrontó a Correa con un conglomerado amplio de
organizaciones sociales (que incluyeron aliados del gobierno, como la Federación Ecuato
riana de Indígenas Evangélicos). Frente a la posibilidad de redistribución de concesiones,
en un país donde la concentración de las concesiones de agua es mayor que la concentra
ción de tierras (el 1% de las unidades productivas concentra el 67% del agua), las organi
zaciones reclamaban que la gestión del agua estuviera no sólo en manos públicas (el Esta
do) sino también comunitarias (sistema de regantes) (Ospina, 2009). Posteriormente, en
2 0 1 3 , el conflicto por la suspensión del Proyecto Yasuni-ITT y la impugnación de la
consulta popular impulsada por el movimiento Yasunidos, al que ya se hizo referencia en
otro capítulo, ilustran la escalada extractivista del gobierno y la renuncia a adoptar un
modelo de transición de salida del extractivismo, tal como se planteaba inicialmente.
42 Ejemplo de ello es lo que sucedió con la CONAIE. Esta organización ya había
avanzado en la conquista de ciertos espacios de autonomía dentro del Estado central (ha
bía una dirección de educación bilingüe manejada por las organizaciones, un Consejo de
Planificación y un fondo para los pueblos indígenas). Con el argumento de que era corpo
rativo, todo eso fue desmontado y los asesores de los pueblos originarios, que ocupan un
lugar de menor jerarquía, hoy son elegidos por concurso de mérito y antecedentes (Ospi
na, 2013: 194-195).
43 El 21 de marzo de 2011 interpuso una demanda por injurias contra el jefe de opi
nión del diario E l Universo, por un editorial en el cual se lo llamaba “el dictador”. En
tiempo récord, cuatro meses después, se conocía el fallo de la justicia, que condenaba a tres
años de cárcel al editorialista y a pagar 40 millones de dólares de indemnización al perió
dico. Ni la celeridad con la cual sentenció la justicia ni la desproporción de la pena impues
ta tenían precedentes en el país. Sin embargo, si bien éste fue el caso con mayor repercu
sión pública, está lejos de ser el único. En 2011 se contaban veinte juicios contra la prensa
en el pais (diario Hoy, citado en Ospina, 2013).
44 Un balance crítico de la Revolución C iudadana, realizado por diferentes autores en
2 0 1 5, afirma: “El tutelaje estatal y de sometimiento de la sociedad civil se realiza a través
de múltiples vías, como lo es pretender transformar la comunicación en un simple servicio
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público Más allá de la discusión sobre la mayor o menor autonomía relativa del Estado en
relación a los grupos de poder nacionales y transnacionales, lo que cuenta en el correísmo
es poner en marcha una máquina burocrática legalizada y eficiente, dócil y activa. Hay que
normalizar, disciplinar y ordenar la sociedad, para eso sirve, por ejemplo, el nuevo código
penal Con daros rasgos represivos, perseguir el humor de los caricaturistas, inclusive la
Prohibición de vender cerveza los domingos” (2015).
45
A lo largo de doce años, el kirchnerismo se encaminó a la consolidación de mode
los de maldesarrollo, caracterizados por una matriz extractivista y reprimarizadora, cuyas
impactos negativos y limitaciones son cada vez más evidentes. El caso emblemático es el
modelo sojero: en vez de pensar en una transición y salida del monocultivo, el gobierno
argcnMno redobló la apuesta a través del Plan Estratégico Agroalimentario 2010-2020, que
Plantea un aumento del 60% de la producción, con los efectos en términos de deforestadón, Corrimiento de la frontera agropecuaria y, por ende, de mayor criminalización y re
presión (Je poblaciones campesinas e indígenas que ya conocemos. A esto sumemos el
Proyecto de la nueva Ley de Semillas, que avanza en el sentido de la mercantilización; los
efecto^ sociosanitarios del glifosato que comienzan a salir a la luz y los nuevos convenios
con Monsanto, que están suscitando tanto conflicto en Córdoba. Sin embargo, tampoco
desde )a oposición política existe una propuesta de transición a los dilemas que plantean
los actuajes modelos de maldesarrollo.
16 En cuanto a las demandas campesino-indígenas contra el extractivismo, éstas que
dan p0r fuera del discurso (soja, megaminería, fracking), o bien subsumidas en el lenguaje
de lo tiacional-popular (bajo una batería de planes sociales o de estrategias de inclusión por
la vía de la reivindicación de la agricultura familiar). Respecto de las exigencias de innova
ción institucional (democracia participativa y democracia directa), éstas quedaron atrapa
das eq e|dispositivo de poder peronista, muy ligado al legado organizacional, poco proel i
ve a realizar cualquier reforma política que implique un empoderamiento de las
organizaciones sociales, por fuera del aparato del partido.
Reflexiones finales
Los debates que transitamos en este libro ilustran un cruce de caminos
entre diversas disciplinas, que incluyen la teoría social, la historia de las
ideas y el pensamiento político v _económico latinoamericano. El obje
tivo ha sido, por un ladq^-n^fizar mna sociología de las ausenciasTR. de
.Sa n s a éLm rrrrh recuperando ciertos temas y debates que han recorrido la
historia de las ciencias sociales y humanas en América Latina, las cuales
-co m o se ha señalado- se han caracterizado por un déficit de acumula
ción, que conspira contra la posibilidad de un real reconocimiento y una
transmisión necesaria, dentro y fuera del continente. Así, en la primera
parte del recorrido, la reconstrucción apuntó a traer a la luz algunos de
los debates fundamentales de nuestra historia latinoamericana, visibilizando un conjunto de categorías explicativas y de visiones teóricas que
tienden a ser olvidadas o simplemente desvalorizadas en los lenguajes de
las ciencias sociales latinoamericanas dominantes. Así, hemos visto la
emergencia tanto de conceptos-críticos como de conceptos-horizontes,
los cuales abren otros caminos por fuera o más allá del discurso hegemónico. E n la actualidad, categorías críticas como las de “posdesarrollo”,
“extractivismo”, “posneoliberalismo”, y categorías-horizontes, como las
de “Estado plurinacional”, “bienes comunes”, “Buen Vivir”, entre otras,
son conceptos en construcción que vertebran el nuevo pensamiento lati
noamericano del siglo X X I, el cual se elabora en vínculo con los procesos
de movilización de los sectores subalternos, sus demandas de cambio
social y sus gramáticas políticas.
Por otro lado, un segundo objetivo fue el dar cuenta de la actuali
dad, señalando no sólo su reemergencia sino también la relación existente
entre estos cuatro debates: sobre el lugar de lo indígena, el desarrollo, la
dependencia y el populismo. En razón de ello, propongo un final en dos
movimientos: el primero, a través de un breve recorrido por las disciplinas
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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s
y enfoques que hoy retoman estos temas; el segundo, mediante una vuelta
de tuerca por los debates y sus articulaciones actuales.
1. Enfoques y lenguajes
En América Latina las ciencias sociales surgieron en torno a una tensión
constitutiva, marcada por la tendencia a la profesionalización y el involucramiento en la búsqueda de solución a los grandes problemas sociales.
Que hayan estado dedicadas al análisis de procesos concretos no quiere
decir que no hayan alentado un proceso de comprensión más global. An
tes bien, una parte importante de las mismas (pensemos en la sociología
política y la economía política), se estructuró en torno a grandes preguntas
acerca de las características del capitalismo periférico y el modo en que éste
impactaba en los procesos de dominación y la expectativa - o n o - de un
cambio social. Además, la posibilidad de incidir en los problemas de las
respectivas sociedades es lo que propició, según G. De Sierra, Garretón,
Murmis y Trinidade, “una mayor incidencia relativa en la academia de los
discursos ideológicos, así como la tendencia a vincularse con la política,
partidos y gobiernos” (2007: 21).
En la actualidad, existen una serie de perspectivas críticas en sintonía
con los enfoques de la colonialidad del saber (Quijano, Lander, Castro
Gómez), del colonialismo interno (Silvia Rivera Cusicanqui) y la episte
mología del Sur (B. de Sousa Santos) que postulan la necesidad de otras
visiones analíticas. Trataré, en lo que sigue, a sabiendas de que toda preten
sión de exhaustividad es imposible, de hacer un breve resumen de aquellos
enfoques y disciplinas que en América Latina hoy retomang£an_parte de
los debates que he presentado en este libro.
y
Uno de los abordajes más innovadores es el de (a ecología política.
El mismü'encuentravdiversos autores-faro en la regió m eñtre quieneTsc
destac^\Enrique Leff,/para quien la ecología política abre una pregunta
sobre los procesos-de mutación más recientes de la condición existencia I
del hombre, no sólo sobre los conflictos de distribución ecológica sino
también sobre las relaciones entre el mundo de vida de las personas y el
mundo globalizado. Leff sostiene que el aporte fundamental de la ecología
es político, no sólo epistemológico, en la medida en que apunta, por un
M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 489
lado, a la desnaturalización de la naturaleza, de las condiciones “naturales”
de existencia, de los desastres “naturales”; por el otro, a la ecologización de
las relaciones sociales (Leff, 2006). En suma, para Leff, la ecología política
es un territorio en disputa en el cual se están construyendo nuevas iden
tidades culturales en torno de la defensa de la naturaleza, culturalmente
resignificada, a través de las luchas de resistencia hoy existentes.1 Luchas
que, como pudimos dar cuenta, se definen hoy en contra de las diferen
tes formas de extractivismo expandidas en el continente y en defensa de
otros lenguajes de valoración del territorio. Asimismo, la ecología política
deviene también una nueva epistemología política, cuya voluntad de in
tegración y complementariedad de conocimientos desborda el proyecto
interdisciplinario, “reconociendo las estrategias de poder que se juegan en
el campo del poder y reconduciendo hacia la idea de diálogo y encuentro
de saberes”. Por último, la ecología política propone una nueva racionali
dad ambiental, centrada en la defensa de la producción y reproducción de
la vida, desafía la imaginación sociológica e indaga imaginarios sociales de
la sustentabilidad, que confrontan los saberes establecidos, a través de un
cambio en las creencias y valores, en pos de otros modos de comprensión
y habitalidad del mundo (Leff, 2 0 1 4 :1 3 6 ).
También es necesario incluir los aportes de la historia ambiental, a
partir del estudio “de temas como la adaptación de las sociedades huma
nas a los ecosistemas, la transformación de los mismos por efecto de las
tecnologías o las diferentes concepciones de la naturaleza”. Según Héctor
Alimonda (2011:28-30), el campo déla historia ambiental se está expan
diendo notablemente en América Latina, a través de la Sociedad Latinoa
mericana y del Caribe de Historia Ambiental (SO LC H A ). En el cruce
con la ecología política, Alimonda propone una definición de la historia
ambiental que señala su afinidad con el programa Modernidid/colonialidad, al complementar el “giro decolonial” con un giro natural-colonial (o
la colonialidad déla natunleza). Conceptos com o el de asincronía y ex
centricidad (que el autor retoma del colombiano Germán Palacio), serían
rasgos derivados de la colonialidad (ibídem: 36)
Por otro lado, desde hace décadas, son varios los especialistas que han
desarrollado una visión innovadora desde la economía ecológica, estudian
do estos nuevos conflictos marcados por u n desigual redistribución de
los riesgos ambientales, mur especialmente elcatalán Jo an Martínez Alier,
490
D ebates
latinoamericanos
quien mantiene un diálogo permanente y fluido con intelectuales y pers
pectivas críticas de América Latina. Tempranamente, Martínez Alier bau
tizó a estos movimientos por la justicia ambiental, propios de los países del
Sur o de la periferia, como “ecología popular” o “ecología de los pobres”.
Esta desigual división del trabajo, que repercute en la distribución de los
conflictos ambientales, perjudica sobre todo a las poblaciones más vulnera
bles e indefensas. Por último, esta creciente conexión entre luchas ecológi
cas y luchas de sectores populares hace que las luchas anticapitalistas sean,
aun sin saberlo, luchas ecologistas (Martínez Alier, 2004).
En una línea cercana de pensamiento en la cual aparece problematizada la cuestión del espacio, el territorio y las relaciones sociales, se
insertan los aportes de los geógrafos críticos brasileños, entre los cuales se
destacan M ilton Santos, Carlos Porto Gon^alves y Bernardo Manzano.
Como afirma este último, “convivimos con diferentes tipos de territo
rios productores y producidos por distintas relaciones sociales, que son
disputados cotidianamente” (Manzano Fernandes, 2008). Esta disputa
se realiza en un espacio complejo, en el cual se entrecruzan lógicas de ac
ción y racionalidades portadoras de valoraciones diferentes. La expansión
de la frontera extractiva, a través de la minería metalífera a gran escala, el
avance 'de los hidrocarburos, el agronegocio en sus variadas formas, entre
otros,l pueden pensarse como un ejemplo paradigmático en el cual se va
generando no sólo una “tensión de territorialidades” (Porto Gon^alvez,
2 0 0 1 ), sino también una visión de la territorialidad que se presenta como
excluyeme de las existentes (o potencialmente existentes). Asimismo, en
este Imarco hay que incluir también la “geografía del disenso”, que cesde
haoe décadas viene desarrollando Henry Acselrad (2005), para señala i
aquéllos conflictos ambientales que desde la sociedad civil cuestionan
el modelo de desarrollo que se fue configurando espacialmente desde el
Estado.
En sintonía con estas perspectivas se halla la sociología política :rít¡
ca, la cual se propone elaborar aquéllos conceptos de alcance interrredin
y herramientas analíticas necesarias para un estudio de la dinámict que
se establece entre la estructura social y los sujetos sociales, esto es, :ntre
las formas de acumulación del capital y los cambios en las subjetividades
sociales, las transformaciones en el rol del Estado, las característLas y
dinámica del sistema político, la producción sociodiscursiva desde l<
M aristella Svampa------------------------------------------------------------ 491
espacios de poder. Ciertamente, fue hacia los años 60, con el debate so
bre la marginalidad, y posteriormente con el análisis de los movimientos
sociales urbanos, que el territorio se fue erigiendo en el lugar privilegiado
de disputa, a partir de la implementación de las políticas sociales com
pensatorias, de carácter focalizado, diseñadas desde el poder con vistas
al control y la contención de la pobreza. Sin embargo, en épocas más
recientes el territorio se convertiría también en el centro de los reclamos
de movimientos campesinos, indígenas y socioambientales, a partir de las
nuevas modalidades de apropiación del capital en los espacios considera
dos estratégicos. En esta línea interpretativa se insertan diversos aportes
críticos, que incluyen nombres como los de Norma Giarracca, Miguel
Teubal, Raúl Zibechi, Horacio Machado Aráoz, M irta Antonelli, Pablo
Ospina, Mina Lorena Navarro, Raphael Hoetmer, entre muchos otros
enfoques que, como los de la autora de este libro,2 destacan en sus análisis
la importancia del territorio y la territorialidad, tanto en los movimien
tos urbanos como rurales, pues el territorio aparece como un espacio de
resistencia y también, progresivamente, como un lugar de resignificación
y creación de nuevas relaciones sociales. Así, los movimientos sociales la
tinoamericanos deben ser entendidos como movimientos socioterritoriales. Desde esta perspectiva, el proceso de ambientalización de las luchas
sociales (Leff, 2004) puede leerse en términos de giro ecoterritorial de las
luchas (Svampa, 2 0 1 2 ). Tampoco podemos desconocer que este enfoque
analítico sobre los movimientos sociales debe vincularse con la perspecti
va de la autonomía, que remite a la demanda de “autodeterminación”, lo
que en clave contemporánea quiere decir centralmente reconocimiento
de la diversidad y la diferencia, pero también posibilidad de construir un
ámbito de lo común, a distancia del mercado y del Estado.
Por último, estas miradas críticas convergen con la perspectiva posdesarrollista, de carácter interdisciplinario, que incluye aportes teóricos
y analíticos de ambientalistas como Eduardo Gudynas y de economistas
críticos como Alberto Acosta, antropólogos como Arturo Escobar, politólogos como Luis Tapia y Raúl Prada y sociólogos como Edgardo Lander
y tantos otros, los cuales proponen una original línea que abre las puer
tas a otras miradas y lenguajes de valoración, para pensar las transiciones
posibles hacia el posextractivismo, a través de un marco epistemológico
alternativo al dominante que indaga y reúne conceptos potentes como el
492
D ebates
latinoamericanos
de Buen Vivir y derechos de la naturaleza, con aquéllos como el de sustentabilidad hiperfuerte, racionalidad ambiental y ética ambiental.
En suma, la ecología política, la economía ecológica, la geografía crí
tica o del disenso, la sociología política y la perspectiva posdesarrollista
convergen en la apuesta por construir un paradigma sobre la base de una
relación diferente entre sociedad-naturaleza, entre espacio y relaciones so
ciales, entre sujetos colectivos y democracia. A mi juicio, este campo intermultidisciplinario en construcción, que sin duda se va configurando en
debate con las perspectivas dominantes (aquellas que propugnan tanto el
neoliberalismo como el neodesarrollismo progresista), tiene una gran po
tencialidad, pues busca articular pensamiento crítico, sujetos colectivos y
defensa de la vida.
En segundo lugar, aunque resulta difícil acotarlo a una determinada
corriente o escuela, existe también una perspectiva indianista expandida en
diferentes países de la región latinoamericana, que promueve activamente
los debates teóricos y políticos contemporáneos, muy especialmente aqué
llos ligados a las diferentes dimensiones de la descolonización, tanto desde
el punto de vista político como epistemológico. La perspectiva indianista
está asociada a la reemergencia indígena que la región latinoamericana vie
ne testimoniando desde los años 70, asumido el fracaso del proyecto inte
gracionista, sintetizado por los gobiernos nacional-desarrollistas y, poste
riormente, del proyecto neoliberal, de la mano del multiculturalismo. Esta
perspectiva ha tenido y tiene diferentes expresiones político-sociales, emu
las cuales se destaca, en la época del surgimiento, el movimiento katarisi.i
en Bolivia, por su trabajo de reelaboración y reinvención de lo indígena.
Como pudimos ver a lo largo del capítulo consagrado a la problema
tización de lo indígena, esta reivindicación o reinvención del indígena está
asociada también a la consolidación del paradigma de los derechos cala
tivos en la agenda internacional. Es decir, la perspectiva indianista surge
de la conjunción de dos escenas: una nacional-regional, que da cuenta del
avance de las luchas indígenas, que son a la vez luchas políticas y cultura
les; una escena internacional, a partir de la creación de la O N U , luejo do
finalizada la Segunda Guerra Mundial, ámbito en el cual la perspecti/a di
la descolonización va dando paso a una nueva agenda de reconocimento
y enunciación de los derechos colectivos y, progresivamente, de la tuto
nomía de los pueblos. La articulación de esas dos escenas y el fracaai de
M aristella S vampa
493
los proyectos asimilacionistas abrieron a un nuevo escenario en América
Latina, visible en el trabajo de reinvención identitario, así como en el empoderamiento de organizaciones e intelectuales indígenas a través de la
utilización de novedosas herramientas jurídicas, ligadas a conceptos como
autonomía, territorio y Estado plurinacional.
Por último, quisiera destacar la emergencia de un pensamiento liga
do a los feminismos del Sur, o feminismos populares, muy especialmente
vinculado a un paradigma alternativo en la relación sociedad-naturaleza.
Es reconocido que en América Latina - y en general, en los países del Surlas mujeres tienen un protagonismo mayor en las luchas sociales y en los
procesos de autoorganización colectiva. Esto es lo que se ha dado en llamar
el proceso de feminización de las luchas, el cual alude de modo central
al rol de las mujeres, sobre todo de aquellas provenientes de los sectores
populares y medios, así como de colectivos culturales que participan en or
ganizaciones indígenas, movimientos socioterritoriales y diferentes O N G
ambientalistas. Desde mi perspectiva, debemos comparar esta dinámica de
feminización de las luchas con el proceso de ambientalización de las luchas
sociales. Este devenir popular del feminismo que, primero, no se reconoce
como explícitamente feminista, plantea continuidades y rupturas con las
corrientes feministas anteriores, o con el feminismo clásico, más ligado a
las clases medias. En términos de rupturas, los feminismos populares im
plican una ampliación de las temáticas de discusión respecto del feminis
mo liberal clásico, pues se busca debatir sobre tierras, territorios, cuerpos y
representaciones. Asimismo, otro elemento de ruptura es la valoración de
la ecodependencia.
En esta última línea, se ha registrado un progresivo desarrollo y valo
ración de la perspectiva ecofeminista. Aunque el término “ecofeminista”
nace en los años 70, y son numerosas las autoras que se inscriben en este
campo, es en los últimos años que sus aportes han tenido mayor difusión.
Dos temas contribuyeron a la formación de la teoría ecofeminista. Por
un lado, la crisis ecológica entendida como una crisis social de carácter
antropológico: la necesidad del dominio como fórmula para la afirmación
de lo humano se reflejaría en el plano de las relaciones interpersonales y en
el campo de lo humano con lo natural. A partir de ello, el ecofeminismo
hará un interpretación similar de la relación entre el dominio de un género
sobre otro y el dominio del ser humano sobre la naturaleza, con expre
49 4
D ebates
latinoamericanos
siones como la lógica de la dominación, o la lógica identitaria, dando a
entender una misma idea básica: la justificación del dominio y la marginación basadas en la devaluación de aquéllos considerados diferentes, en este
caso la mujer respecto del varón y lo natural respecto de lo humano. En
segundo lugar, el otro tema es el carácter crítico y liberador de la ecología
que cuestiona la visión dualista/cartesiana mente-cuerpo y busca suprimir
las relaciones jerárquicas entre naturaleza humana y no humana. Así, el
ecofeminismo tratará de aprovechar esta veta emancipatoria de la ecología
(H. Ramírez García, 2012).
Por otro lado, como ya ha sido señalado en este4ibro, el ecofeminismo
y la economía feminista destacan el paralelismo entre la explotación de la
mujer y de la naturaleza, a través del trabajo reproductivo, invisibilizado y
no reconocido. El écofeminismo plantea la eliminación de la marginación
femenina mediante el reconocimiento social de los valores atribuidos a las
mujeres, y la necesidad de extender la presencia social de esos valores, liga
dos a la ética del cuidado, como el cimiento de un nuevo paradigma que
cambie el estado actual de las relaciones entre el ser humano y la naturale
za. Estos valores tienen que ver con el cuidado, el cual es considerado como
la base de una ética diferente, asentada en la responsabilidad, la reciproci
dad y la solidaridad. Desde esta perspectiva, el ecofeminismo es, como dice
Alicia Puleo, una apuesta por “la universalización de la ética del cuidado
hacia los humanos y la naturaleza”. Esto no significa que las mujeres deben
adoptar un punto de vista sacrificial, sino más bien que son los hombre*
quienes deben adoptar dicha ética.
Parafraseando al filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría ( 2 0 0 2 ) , ' lo*
feminismos populares y el ecofeminismo son portadores de un ethos de
safiante que, a diferencia del principio estructurador del capitalismo, qm
emana del valor mercantil de las cosas, postula un ethos procomunal, un
ethos popular-comunitario (Raquel Gutiérrez, 2 0 1 5 ) que apunta a estrile
turar el mundo de la vida en referencia a un telos definido cualitativa
mente y que actúa desde el valor de uso de las cosas, desde la dinámii a
de la consistencia práctica de éstas. En la hora actual, ante el avance del
cercamiento y secuestro de lo común, las nuevas resistencias apuntan a la
creación de espacios de comunidad y formas de sociabilidad, esto e¡, i am
pos de experimentación colectiva que reivindican la producción y repto
ducción de lo común, más allá del Estado y del mercado. Así, la id a de un
M aristella S vampa-------------------------------------------------------------------- 495
ethos procomunal, serviría tanto para pensar las dimensiones comunitarias
preexistentes en América Latina como las dimensiones políticas actuales
de las resistencias, orientadas hacia el cuidado de los bienes comunes y una
democracia radical.
En suma, son diferentes los enfoques, los lenguajes y las disciplinas
que en América Latina hoy cuestionan el colonialismo epistemológico y
convergen en la crítica al avance de la dinámica de mercantilización de
la vida y de los bienes comunes en la región. Esto no es casual, pues la
crítica al extractivismo y los reposicionamientos respecto de los gobiernos
progresistas traen a la luz otros temas y debates clásicos del pensamiento
latinoamericano, como la cuestión del lugar de los pueblos originarios en
el marco de los modelos de desarrollo vigente, la constante recreación de la
situación de dependencia y el regreso de los populismos infinitos.
2. La articulación de los debates
Una consideración general, varias veces repetida en este libro y sostenida
por diversos autores, es que América Latina no responde al modelo “canó
nico” que es dable observar para el caso de sociedades occidentales (Europa
y los Estados Unidos). Desajuste, asimetrías, heterogeneidad estructural,
abigarramiento, dislocación y, más aún, la dependencia como gran mar
co maestro y el populismo como especificidad son categorías que reflejan
precisamente esta dificultad por asir la estructura social latinoamericana,
sus clases sociales y sus procesos de movilización social, y sus regímenes
políticos desde una perspectiva “normalizadora” o a través de moldes prees
tablecidos, tal como se pretendía hacer tanto desde la teoría de la moder
nización como desde el marxismo ortodoxo.
E n esta línea es que deben ser comprendidos también parte de los
debates abordados en este libro. Uno, respecto de la problematización de
lo indígena, porque uno de los lugares comunes ha sido el de denegar al
indígena su condición de actor político pleno, en función de lecturas cla
sistas o de esquemas modernizadores, que asimilaban lo étnico y lo cultural
al retraso social, económico y, por supuesto, de clase. Tanto la multipli
cación de los clivajes y conflictos como la revaloración de lo étnico en las
últimas décadas y el empoderamicnto político de los sectores indígenas
496
D ebates
latinoamericanos
han debilitado la fuerza explicativa de estos esquemas clásicos de lectura,
los cuales, sin embargo, están lejos de haber desaparecido. Amén de ello, es
claro que el carácter incompleto o semipleno de las clases no se refiere so
lamente a los sectores subalternos (urbanos, rurales; formales, marginales,
..campesinos, indígenas) sino también a las clases dominantes (oligarquías
tradicionales y burguesías locales), imposibilitadas de devenir verdaderas
clases dirigentes o burguesías nacionales; sin olvidar p o í supuesto, las no
tan “progresistas” clases medias.
En la actualidad son numerosos los debares en torno a la descoloniza
ción que conllevan una valoración de lo indígena, sus dinámicas políticas
Ñy horizontes emancipatorios. Un;pde-4a&-cpnsignas más movilizadoras que
recorre los debates es aquella de/B u en Viv$, Sumaj Kawsay o Suma Qama
ña, vinculada a la cosmovisiónTndígena andina. Por el momento, el Fuen
Vivir” es una superficie amplia sobre la cual se van inscribiendo diferentes
sentidos emancipatorios. En éstos, lo comunitario aparece como marco
inspirador y núcleo común, más allá de las dificultades de traducirlo en
experiencias (no es posible idealizar el mundo comunitario indígena ni
tampoco ignorar las diferentes declinaciones de lo comunitario en Amérita
Latina), o de traducirlo en políticas públicas concretas, frente al extrae
tivismo reinante. La amenaza es su temprano vaciamiento en manos di
retóricas de legitimación gubernamental -com o sucede, en cierta fonn.i,
en Bolivia, o su posible “vampirización” por parte de los organismos in
ternacionales, como ya ha sucedido en otras épocas con otras nociones de
gran potencialidad política-.
De modo diferente sucede con el enfoque de la dependencia, centrae l<■
en una de las categorías-faro del pensamiento latinoamericano. Cierm <-s
que, antes que un enfoque de clase, la dependencia plantea la articula
ción entre lo internacional y lo nacional (centro/periferia), en la medid,i
en que busa explicar las deficiencias estructurales y las desigualdades si i
cíales a través de las formas de acumulación del capitalismo internación,d
y su modo Je intervención en las economías periféricas. En razón de ello,
ciertos autores han subrayado los aportes anticipatorios del enfoque de 11
dependencii a las teorías de la globalización, aun si señalan también sus
limitación©, muy especialmente la tendencia a una visión economii isi.i n
la ausencia Je categorías intermedias, no aptas para un análisis gcopolíiii n
necesariamente más fino.
M
a r is t e l l a
S vam pa
497
Sin embargo, un elemento de reflexión común entre los dependentistas fue el considerar que la dependencia es una categoría dinámica, que
debe ser leída de modo diferente al calor de los diversos y sucesivos ciclos y
cambios en el modo de acumulación del capital. En esa línea y a la hora ac
tual, la emergencia de una nueva configuración dependentista, que en este
libro ha sido leída en relación con la República Popular de China, debe ser
analizada en función de tres cuestiones mayores: la primera, en términos
geopolíticos, remite a la situación de transición hegemónica, la cual es in
terpretada como el ingreso a un período caracterizado por el policentrismo
y la pluralidad —aun conflictiva—en términos civilizacionales. La segunda,
en términos regionales, apunta a evaluar los alcances del regionalismo desa
fian te latinoam ericano, cuyo hito más importante en clave antiimperialista,
y respecto de la tradicional hegemonía estadounidense, fue el rechazo al
ALCA, en la cumbre de Mar del Plata, en 2005, bajo el impulso de Hugo
Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner. La tercera y última
cuestión remite a la potenciación del extractivismo que es dable observar a
escala regional, a saber, la intensificación de las exportaciones de commodities, en el marco de una dinámica vertiginosa que apunta a consolidar
vínculos económicos con la República Popular de China. Lo más notorio
de ello no es sin embargo la vinculación -inevitable y necesaria por ciertocon China, sino el modo en que ésta se opera. Lejos de las declamaciones
de unidad e integración regional, en nombre del Mercosur, la Unasur o el
Celac, cada país ha ido firmando de manera unilateral convenios comer
ciales y financieros con China, los cuales tienden a profundizar el extrac
tivismo en todas sus variantes (préstamos por commoditiesr, exportación de
commodities e infraestructura vinculada a proyectos extractivos).
Así, por esas vueltas de la historia, la configuración de nuevos lazos
de dependencia con China se torna evidente al cumplirse los diez años de
aquel enterramiento del ALCA, que todavía tanto resuena en el imaginario
antiimperialista latinoamericano. Efectivamente, 2015 fue un año bisa
gra: el mismo se abrió con la firma de numerosos convenios comerciales
entre la Argentina y China, luego de. un publicitado viaje de la entonces
primera mandataria, Cristina Fernández de Kirchner, que incluyó, entre
otras cosas, infraestructura y represas, así como numerosos convenios con
cláusulas secretas que comprometen al país por décadas; y se cierra con los
acuerdos realizados por Bolivia, a través del vicepresidente Alvaro García
498
D ebates
latinoamericanos
Linera, con la obtención de un crédito millonario para financiar once im
portantes obras de infraestructura (megacarreteras) que unirán por tres vías
distintas la Amazonia, los valles y el Altiplano, además de vías férreas y de
energía eléctrica. Con esta medida, China se transformaría en el principal
acreedor de Bolivia, desplazando a instituciones financieras controladas
por los Estados Unidos y la Unión Europea. Pese al entusiasmo que esto h.i
despertado en Bolivia, pocos parecen preguntarse qué sucederá con las po
blaciones campesino-indígenas que no acuerden con estos megaproyectos,
o si esto afectará las áreas protegidas y la biodiversidad. En todo caso, la
profundización de la relación con China implicará a todas luces el final de
cualquier otro modelo de desarrollo, inspirado en el Buen Vivir indígena.
De manera paradójica, aquella cumbre de Mar del Plata de 2005 terminó
por convertirse en el punto máximo de regionalismo desafiante latinoame
ricano, cuando en realidad debería haber sido el punto de partida para una
nueva construcción latinoamericanista, en clave verdaderamente integra
dora, que incluyera la creación de una nueva plataforma de negociación
regional a fin de abrir las puertas a una relación más simétrica con los
nuevgs^rpód&rosos socios comerciales.
fer ultimo) el retorno de los populismos infinitos en América-i,atina
vuelve atñstalar esta tensión constitutiva que recorre las ciencias sociales
~ltllilloaméñcañás, entre la afirmación del défacit y el exceso, entre el aí;m
~^de laTTómialidad y JactentaciórTpor lalíñomálía. Cejos ya de aquellas i a
racterizaciones que al inicio del cambio de época aludían a un “giro a la
izquierda”, en 2015, la reflayóa-soBredes-peptihsmQSjealmejaíe-rjisícnie'.
en América Latina nósm serta en otro escenario político, (más pesinWaa.
que vuelve a traer a la luz la tensión insoslayable que los recorre: así, en 11
actualidad, los diferentes casos nacionales nos advierten sobre las confió
tivas reladones entre modelos de democracia, sobre las confrontación™
cada vez más ásperas entre gobiernos progresistas y movimientos sociales,
sobre las crecientes limitaciones de los proyectos económicos en el man n
del neoextractivismo reinante; en fin, sobre las renovadas tentaciones ln
gemonistis de los regímenes instalados.
Todo parecería indicar que el retorno del populismo de alte intensl
dad y el ínal del ciclo progresista están asociados. Así, desde el ounto de
vista económico, éste estaría ligado a la creciente baja del precio de ln«
commodiúes, que afecta sobre todo al petróleo, los minerales y, en menm
M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 499
medida, la soja. Más allá de los manifiestos de buenas intenciones, está
probado que el extractivismo actual (que algunos llaman eufemísticamente
“neodesarrollismo”) no co n d u cta-afiTfiiodelo de desarrollo industrial o a
un salto de la matriz producá^ sino a más reprimariza a o ity a la consoliH a r in n
r m lr lp c a r r n lln insustentables en diferentes niveles
y dimensiones. Como señala Martínez Alier (2015), la baja de precios de
los productos primarios no sólo conlleva más endeudamiento, sino tam
bién más extractivismo, a fin de cubrir el déficit comercial, con lo cual los
gobiernos suelen entrar en una espiral perversa. No es casual por ello que
se realicen anuncios de nuevas exploraciones en zonas de frontera y/o en
parques naturales. Asimismo, como ha sido dicho el “efecto de reprimarización” se ve agravado por el ingreso de China, que se ha convertido en el
primer destino para las exportaciones de Chile y Brasil, el segundo destino
para Argentina, Perú, Colombia y Cuba, y el tercero para México, Uru
guay y Venezuela” (Svampa y Slipak, 2015).
Por otro lado, el neoextractivismo abrió una nueva fase de criminalización y violación de derechos humanos que incluyen no solo gobiernos
conservadores y neoliberales, sino también los populismos progresistas. En
los últimos años, fueron numerosos los conflictos socioambientales y te
rritoriales que lograron salir del encapsulamiento local adquiriendo una
visibilidad nacional: ejemplos de ello son el conflicto d elT IP N IS (Bolivia),
la construcción de la megarrepresa de Belo Monte (Brasil), la pueblada de
Famatina y las resistencias contra la megaminería (Argentina), y la suspen
sión final de la propuesta de moratoria del Yasuni (Ecuador) el megaproyecto del canal de Nicaragua. Lo que resulta claro es que la expansión de
la frontera de derechos (colectivos, territoriales, ambientales), encontró un
límite en la expansión creciente de las fronteras de explotación del capital,
en busca de bienes, tierras y territorios, y echó por tierra las narrativas
cmancipatorias que habían levantado fuertes expectativas, sobre todo en
países como Bolivia y Ecuador. Para decirlo de otro modo, el fin del boom
de los commodities nos confronta a la consolidación de la ecuación “más
cxtractivismo/menos democracia”, que ilustran los contextos de criminalización de las luchas socioambientales y el bastardeo de los dispositivos
institucionales disponibles (audiencias públicas, consulta previa de pobla
ciones originarias, consulta pública), escenario que hoy comparten tanto
gobiernos progresistas como aquéllos otros conservadores o neoliberales.
500
D ebates
latinoamericanos
Desde el punto estrictamente político, asistimos a una actualización
del populismo de alta intensidad, que afirma un modelo de subordinación
de los actores sociales (movimientos sociales y organizaciones indígenas) y
apunta a la cancelación de las diferencias, poniendo de relieve la amenaza
y el cercenamiento de libertades políticas. Los ejemplos más recientes son
los de Bolivia y Ecuador, donde las promesas de generar “otros modelos
de desarrollo”, o el “Buen Vivir” desde fuera de una matriz extractivista,
son ya muy lejanas. Ciertamente, el populismo de alta intensidad que hoy
se registra, con sus especificidades nacionales en varios países de la región,
nos confronta nuevamente a, la oscilación entre la apertura democrática
- y el ingreso de los excluidos-^ y lamentación hegemonista - e l ciernTcte los
canales de la lrhre-eXpresión y la voluntad delosTíderes por perpetuarse en
el poder-. Así, uno de los elementos comunes es la concentración de poder
en el Ejecutivo, y la subordinación de los actores sociales (anteriormente
Un ejemplo puede ayudarnos a sopesar la importancia que asume la
cuestión del líder. Hace varios años ya, en 2008, se estrenó un documental
sobre Bolivia titulado H artos Evos aq u í hay, el cual narraba desde un punto
de vista etnográfico el proceso de movilización desde abajo. El significativo
título aludía a la existencia de múltiples liderazgos, dando a entender qur
Evo Morales era uno más entre ellos. No obstante, en 2015, sería difícil
defender esa tesis. Como sostiene el historiador boliviano Pablo Quisbct i
(2014), esta idea de que Evo Morales sería un campesino más, entre otros,
que llega al palacio presidencial, evolucionó hacia la idea de la excepción.i
lidad, de la persona destinada a ser líder; idea que está detrás de la nueva
reforma constitucional, para habilitar la “repostulación” de Evo Morales,
para un cuarto mandato presidencial, a partir de 2020.
Eltema de las “re-reelecciones” no es nuevo en la coyuntura latino.i
mericana y siempre ha sido motivo de polarización social. Hugo Chave/
transitó por esta vía controversial, logrando, pocos años antes de su falle
cimiento (2009), aprobar constitucionalmente la cláusula de la reeleci ion
indefinida. En 2013, Cristina Fernández de Kirchner tanteó la posibiIi< I <•I
de la re-reelección, pero se encontró con que la sociedad argentina ponln
un límite a sus aspiraciones. Asimismo, fren te a las resistencias socialt .
en 2015, el ecuatoriano, R. Correa, desistió de modificar la Constituí mi
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para habilitar un tercer mandato presidencial. Los gobiernos citados —más
allá de sus diferencias— suelen utilizar los mismos argumentos: la- ncccsidad de dar continuidad a los cam b io s j v la amenaza siempre inminente
del retroceso. Así fomentan una lectura mesiánica de la historiar-pues en
definitiva consideran que las transformaciones sólo se deben a un cambio
en las orientaciones del líder o la lideresa, antes que en la posibilidad de un
reequilibrio de fuerzas a través de las luchas sociales.
En la actualidad, no son pocos los intelectuales que aparecen vincula
dos a los procesos políticos liderados por gobiernos progresistas del conti
nente y que alimentan nuevas obturaciones y puntos ciegos, frente al peli
gro “del retorno de la derecha” o de cara “a la amenaza imperialista”. Si bien
nadie podría negar la existencia de fuerzas conservadoras o retrógradas,
tanto al interior de nuestras sociedades como externas a ellas, que promue
ven el retorno de un contexto económico y político más afín al Consenso
de Washington, esta situación permanente que acecha al subcontinente no
justifica la demonización de aquellas luchas sociales y visiones intelectuales
que cuestionan el hoy vigente Consenso de los Commodities, ni tampoco
habilita las lecturas conspirativas y los códigos binarios que hoy recorren
una gran parte del progresismo extractivista y sus voceros intelectuales, a la
hora de construir las barricadas del nuevo posibilismo político.
En mi opinión, menudo favor haríamos desde las izquierdas latinoa
mericanas si pensáramos que estas críticas son patrimonio de la derecha
política, pues ni la defensa del pluralismo ni el repudio a la concentración
del poder —visible en el proceso de fetichización de los liderazgos—tienen
copyright ideológico. Además, como sostiene Roberto Gargarella (2014),
es casi imposible pensar que la ampliación y promoción de la participa
ción popular y la concentración del poder vayan juntas; y la reelección
va en la clara línea de la concentración del poder. Por último, no hay que
olvidar que son precisamente los sectores más vulnerables y las izquierdas
las víctimas recurrentes del cierre de espacios políticos y de los procesos de
violación de derechos humanos.
Así, estos debates y reposicionamientos respecto de la relación entre
neoextractivismo, el boom de los commodities y el retorno del populismo
trajeron consigo una nueva fractura al interior del pensamiento crítico la
tí noamericano. Así, a diferencia de los 90, cuando el continente aparecía
rcformateado de manera unidireccional por el modelo neoliberal, el nuevo
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siglo viene signado por un conjunto de tensiones y^contradicciones de di
fícil procesamiento. El pasaje del Consenso de Washington al Consenso de
los Commodities y el retorno de populismos de alta intensidad instalaron
nuevas problemáticas y paradojas que fueron reconfigurando el horizon
te del pensamiento crítico, enfrentándonos a desgarramientos teóricos y
políticos, que van cristalizándose en un haz de posiciones ideológicas, al
parecer cada vez más antagónicas.
En suma, hay que reconocer que entre 2000 v_2015 mucha agua co
ü£ió bajo el puente. Frente a ello vale la pena preguntarse si la temión
entrTrniTTsformacióli^restauración propia de este cambio de época no h;i
ido desembocando en un fin de ciclo, que bien podría caracterizarse como
revolución pasiva tal como afirma M . Modonesi (2012), categoría de and
lisis histórico que, asociada al transformismo y el cesarismo democrático,
expresaría la reconstitución de las relaciones sociales en un nuevo orden
de dominación jerárquico. Triste y lamentable final sería entonces el dr
nuestros gobiernos progresistas que tanta energía colectiva y expectativa
política conllevaron, lo cual incluye por supuesto no sólo las experiencia*,
populistas, en sus diferentes matices, sino aquellas otras, como las del l*T
brasileño, que bajo el segundo mandato de Dilma Rousseff atraviesa Inp
_ su hora más aciaga^marcada por.la corrupción, el ajuste económico y rl
olvido de las promesas de transformación social.^
Eo qué queda clard^rqúe^H hTdFdtlm m arca importantes inflexm
nes, no sólo en lo económico sino también en lo político, pues no es lo
mismo hablar de^nueva izquierda latinoam ericana que de populism o) df[
siglo XXI. En el pasaje de una caracterización a tnra^lgóTjmportarítcA>(- mi
‘ V dió, algo-qtíe evoca el abandono, la pérdida de la dimensión emancipa…….
déla política y marca la evolución hacia modelos de dominación de mi o
tradicional, basados en el culto al líder, su identificación con el Estaco, y
es la aspiración de perpetuarse en el poder. En la misma línea, la ectia ion
perversa que hoy se establece entre “más extractivismo/menos democm in1
deja abierta la pregunta sobre los vínculos siempre tensos y contradix
i < »»
entre populismos y democracias, y muestran el peligroso desliz hadii •I
cierre político, el cuestionamiento del pluralismo y la creciente crinúiull
zación de las disidencias.
El fin de ciclo nos confronta también con el fortalecimiento Ir Ih
oferta política conservadora y el posible retorno de las derechas en i n
m i
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gión -com o va ha suce Jh+rr-^-Argonri
la vía de las urnas- y vuelve
a colocar como desafío la tarea de reinventar m ovim iento
'-/giiir-rcLa~~plurales y democráticos, con vocación emanciparojiar^ *123
Notas
1Ya ha sido dicho que en este campo, en América Latina tuvo un rol pionero el gru
po de estudios de ecología política, coordinado por Héctor Alimonda, en el cual confluye
ron varios de los representantes más conocidos de la ecología del continente, entre ellos,
Enrique LefF, Henry Acselrad, Guillermo Castro Herrero, Roberto Guimaraes, Marcos
Gandasegui y Arturo Escobar.
2 En este tema, incluyo también los aportes de otros investigadores del equipo que he
venido coordinando en los últimos años, entre los cuales se encuentran Marian Sola Álvarez, Lorena Bottaro, Florencia Puente y Ariel Slipak.
3 Bolívar Echeverría consideraba que si la cultura es una dimensión constitutiva de lo
político, el ethos histórico moderno nos habla entonces de aquéllos comportamientos po
líticos espontáneos que un grupo humano adopta para neutralizar, institucionalizar o re
sistirse frente a la contradicción inherente al hecho capitalista y al proceso de enajenación
de lo político que lo caracteriza. Es decir, el ethos nos habla de las formas en que se organi
za la vida política y la socialidad de un grupo humano en la modernidad (2002). Para el
tema, véase también Lucía Linsalata, 2011.
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■
Agradecimientos
Este libro tuvo lecturas parciales, según los capítulos, de amigos y colegas.
Entre ellos deseo agradecer especialmente a Rubén Lo Vuolo, Pablo Stefanoni y Pablo Ospina. Sus comentarios mejoraron sin duda este texto, aun
si el resultado final no los hace responsables del mismo.
M i gratitud para con todas y todos los adscriptos y también todos y to
das los estudiantes que transitaron la cátedra “Debates latinoamericanos”,
en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UN LP en La
Plata entre 2 0 1 0 y 2015. El libro está dedicado a ellos, los más jóvenes, en
quienes espero haber despertado la pasión por pensar cpn una mirada glo
bal, pero con los pies bien puestos en América Latina.yÜn agradecimiento
especial para Florencia Puente, pues ella me acompañó con la cabeza y el
corazón latinoamericanos en todo estos años de recorrido académico. Mi
agradecimiento a Susana Savoia por su asesoramiento y amistad.
Agradezco a Fernando Fagnani, por su apoyo invalorable, y a todo el
equipo de producción de Edhasa.
Por último, mi gratitud hacia Carlos Janin, por sus lecturas y acompa
ñamiento. Sé que para él no ha sido fácil la tarea, pues a lo largo de todos
estos años este libro ha ido creciendo en desafíos y escrituras incluso más
de lo esperable. Sin embargo, creo que, por encima de los resultados, ha
sido una apuesta que ha valido la pena.
Buenos Aires, 28 de octubre de 2015
E s t a e d ic ió n d e
de
2.500
D eba tes latinoam ericanos,
de
e je m p l a r e s
M a r is t e l ia S vam pa
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN E l ATENEO GRUPO IMPRESOR S A ,
C o m a n da n te S pu rr
EL
31
631 , A v e l l a n e d a ,
2016 .
DE MARZO DE
Las últimas décadas dan cuenta
de una profunda mutación en
América latina, tanto en el campo
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intelectual como en el político.
Este libro de Maristella Svampa
se ubica en la frontera que incluye
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ambos campos. Pues no hay modo
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de pensar exhaustivamente el indianismo, el desarrollo, el populismo y la depen
dencia sin indagar en la compleja trama conceptual que los legitima. Es indis
pensable hacer la historia de la teoría y del pensamiento latinoamericano para
entender cómo se constituyeron esos campos a lo largo del siglo XX. Al mismo
tiempo, se trata de dar cuenta de la actualidad política de dichos debates, qué
tensiones y disputas expresan en el siglo XXI; cómo se inscriben en las diferen
tes realidades nacionales.
El desafío es mayúsculo: abordar debates centrales en América latina;
establecer sus genealogías y sus filiaciones; detectar dónde las categorías
heredadas del saber europeo han sido a la vez herramienta y límite para pen
sar una realidad heterogénea; trazar un mapa en tensión de estos saberes
y categorías de pensamiento que configuran escenarios en disputa en el
actual espacio político latinoamericano.
Pocas veces en la Argentina se había encarado un ensayo de esta enver
gadura. El resultado es una obra mayor, que incluye la historia de las ideas, la
teoría política, la sociología, la antropología, el saber y la praxis de los nuevos
movimientos sociales. En suma. Debates latinoamericanos es una obra insos
layable para entender los desafíos intelectuales y políticos de la región.