Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia, populismo II

Lectura obligada para estudiantes de áreas sociales y políticas. Pocas obras presentan ese abanico que es una exigencia en la época actual, que rompe todas las linealidades e historicismos poniendo en duda la continuidad del progreso y abriendo las puertas de la esperanza de un mundo donde quepan todos los mundos



2. Entre el paradigma multicultural y elparadigma de la autonomía
Globalización y multiculturalismo

La globalización asimétrica implicó el desmantelamiento de los marcos de
regulación colectiva desarrollados en la época fordista (en clave latinoa­
mericana, del modelo populista-desarrollista), sostenidos sobre una matriz
estadocéntrica, y conllevó la afirmación de la primacía del mercado como
mecanismo de inclusión, en función de las nuevas exigencias del capita­
lismo global. Ello trajo como consecuencia una modificación importante
en los patrones de inclusión y exclusión social, reflejada en el aumento de
las desigualdades y en la profundización de los procesos de dualización y
fragmentación social. Al mismo tiempo, estos procesos conllevaron un de­
bilitamiento del Estaco nacional como agente regulador de las relaciones
económicas, así como el surgimiento de nuevas fronteras y, en el límite, de
nuevas formas de soberanía, más allá de lo nacional-estatal.
Los debates existentes en torno a las consecuencias y alcances de la glo­
balización, en relaciór al Estado nacional, fueron múltiples y complejos.”
Desde una perspectiva crítica, los análisis subrayan las transformaciones
importantes que a nivel de los Estados nacionales produjo el proceso de
globalización, Estado* que pierden parte de su soberanía sobre los procesos
económicos y actúan como “moderadores de la competitividad nacional
en la competencia glcbal, antes que como Estados competitivos naciona­
les” (Hirsch, 2001) c como agentes metarreguladores (De Sousa Santos,
2007). En todo caso, importa afirmar que la globalización puede ser com­
prendida como un pnceso de superación de las fronteras políticas, sociales
y económicas, que tnjo consigo una transformación del Estado nacional y
la emergencia de nueras formas de soberanía, así como una nueva organi­
zación en la relación mtre la economía y la política (Altvater, 2000).
Ciertamente, dirante los 90, las transformaciones condujeron a un
cambio de significación del Estado y, a la vez, a un fenómeno de fragmen­
tación de la soberaníi. La formación de nuevas fronteras (nuevos bloques
económicos y unidaces políticas), que concentran la actividad de las nacio­
nes desarrolladas, daía cuenta de nuevos procesos de regionalización y de
fragmentación de la economía mundial, al tiempo que ilustrarían las cre­
cientes asimetrías enre las naciones del Norte y del Sur. En esta línea, en

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los países periféricos, la globalización profundizó los procesos de transna­
cionalización del poder económico, al tiempo que llevó a cabo el desman(clamiento del Estado social, en su versión “populista-desarrollista”. Dicho
proceso tuvo como telón de fondo la “década perdida” (los años 80, con la
crisis de la deuda, episodios de hiperinflación, procesos de pauperización).
En consecuencia, la entrada a un nuevo orden socioeconómico implicó
la conjunción de ambos procesos, incluyendo entonces tanto la apertura
y desregulación de la economía como una profunda reforma del aparato
estatal, de la mano de un discurso “modernizador”. América Latina ingresó
a la época del Consenso de Washington, el cual colocó en el centro de la
agenda la valorización financiera y conllevó una política de ajustes y pri­
vatizaciones. El proceso de ajuste del Estado fue crucial; pero en realidad,
antes que “extinguirse” o aparecer como un fenómeno “residual”, el Estado
fue reformulado, no sólo “hacia afuera”, sino también “hacia adentro”, en
su modo de intervención respecto de los sectores más vulnerables, afecta­
dos por las políticas neoliberales.
Asimismo, el desencastramiento del modelo de regulación asociado
al régimen fordista (que en América Latina siempre tuvo una incidencia
relativa), también trajo como consecuencia una reformulación del rol del
individuo y de las organizaciones intermedias en la sociedad. No por ca­
sualidad, parte de la teoría social se propuso analizar dichos procesos en
términos de nueva dinámica de individualización, considerada como la
otra cara del proceso de globalización (cf. Giddens, Beck, entre otros). En
otras palabras, la sociedad en tiempos de globalización exigirá que los indi­
viduos se hagan cargo de sí mismos y que, independientemente de sus re­
cursos materiales y simbólicos, desarrollen los soportes y las competencias
necesarias para garantizar su acceso a los bienes sociales. Sin embargo, la
contracara de la desregulación es tanto la individuación como la activación
y el reforzamiento de lazos comunitarios e instituciones intermedias (las
organizaciones de la sociedad civil), que pasarán a tener un nuevo protago­
nismo en los procesos mismos de subjetivación.
En suma, la globalización contiene dos dimensiones mayores: por un
lado, entendida como globalización vertical, se refiere a la emergencia de
nuevas formas de dominación, surgidas tanto de la transnacionalización del
capital como de la interdependencia económica. Por otro lado, comprendi­
da como globalización horizontal, posee un doble y contradictorio alcance,

D ebates

96

latinoamericanos

pues entraña un proceso de mercantilización de lo social, de fuerte indivi­
dualización; y, al mismo tiempo, desemboca en la afirmación y defensa de
la diversidad cultural y de las identidades locales. En esta última línea de
lectura, la globalización fue acompañada de un florecimiento de las identida­
des, “lo cual tiene que ver tanto con la resistencia de los grupos identitarios,
pero también con la propia lógica globalizadora del capital” (Díaz Polanco,
2006). Así, el neoliberalismo vino acompañado por un nuevo paradigma,
el multiculturalismo, concebido como una ideología de la diversidad y de
glorificación de las diferencias, lo cual tendría un fuerte impacto en aquéllos
países latinoamericanos con una importante población indígena.
El multiculturalismo neoliberal y sus facetas
Ser diferente por (para) ser moderno.
Christian Gross,
refiriéndose al multiculturalismo.
Suele criticarse el multicultiralismo por sus efectos despolitizadores, en
pos de una política de la identidad que deja afuera los temas relativos a
las desigualdades o a la rees ructuración de la economía (la tensión entre
igualdad y diferencia). En (Sa línea, ha sido definido como “un método
de manejo de la diversidac” (Bennet), “de coexistencia híbrida de dis­
tintos mundos culturales” (Zizek) de la mano del capitalismo global; de
una política consagrada a la “administración de las diferencias” (Díaz
Polanco).
El paradigma multicultural, que cobraría gran relevancia en los países
del Norte a raíz de las masvas migraciones que se registraron a partir de
los años 60, se asienta sobe el concepto de minorías étnicas. Hacia fines
de los años 80, numerosos ueron los analistas que reflexionaban acerca de
las nuevas tensiones operacas al calor de la inmigración y de la diversidad
cultural resultante, y llamalan la atención sobre la necesidad de compren­
der y aceptar la situación d
de reconocimiento de dich diversidad. Las posiciones teóricas mostrarán
empero fuertes discordancks entre autores de referencia internacional, sea
que se invocara una ciudalanía multicultural, basada en los derechos de

M aristella S vampa

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las minorías (Kymlica, 1996), sea que se aludiera a la construcción de un
régimen de reconocimiento entre iguales (Taylor, 1992).100
Pensado como “una mediación identitaria con el ámbito político” que
procede de múltiples transformaciones, lo cierto es que su inscripción va­
ría según los contextos políticos (Martuccelli, 2008). Y claro es que a la
hora de analizar la expansión del multiculturalismo en América Latina,
el contexto político era muy diferente respecto de los países del Norte.
Ciertamente, el nuevo paradigma multicultural se introdujo en América
Latina en un contexto de reconfiguración neoliberal del Estado y de inten­
sas movilizaciones indígenas (Gros, 1999). El neoliberalismo, convertido
en una suerte de “pensamiento único” luego de la caída del Muro de Berlín
y del colapso del comunismo soviético, guiaba ese vertiginoso proceso de
ajuste estatal y de reformulación del rol del Estado, activando nuevos mo­
dos de intervención en relación con los sectores subalternos. En este mar­
co, el multiculturalismo pasó a convertirse, parafraseando a Grey Póstero
(2005), en los esfuerzos de los gobiernos neoliberales y democráticos para
administrar y organizar las diferencias étnicas por medio de cambios en sus
leyes y Constituciones (lo que D. Van Cott llamaría “constitucionalismo
multicultural”). Por encima de las variaciones regionales, en América La­
tina el multiculturalismo fue promovido por los organismos multilaterales
de crédito (Banco Mundial) e implementado desde el aparato del Estado,
el cual patrocinó -acorde a la lógica neoliberal- una política de descentrali­
zación, buscando crear una suerte de “gobernabilidad multicultural”, tanto
a través de políticas de gestión cultural como de gestión de la pobreza.
Las políticas multiculturales supieron entrampar y seducir a inreleetuales y académicos latinoamericanos, muy especialmente en los países an­
dinos, como Bolivia, Perú y Ecuador, donde el Estado históricamente ha
sido débil y el rol de las organizaciones sociales comunitarias, así como el
de las ONG y agencias de cooperación extranjera, muy importante. En
Bolivia, por ejemplo, el énfasis en lo étnico hizo posible el acercamien­
to inédito entre un sector del katarismo y neoliberales. Los préstamos y
programas del Banco Mundial fluían de modo ingente hacia proyectos
orientados hacia una cadena de intermediarios, y de ellos hacia los sectores
indígenas, reformulando su rol con el Estado.
En este contexto, es posible identificar dos tipos de crítica en relación
al multiculturalismo en América Latina: por un lado, una primera, que lee

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c Z -

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eatinoamericaní >s

la nueva teoría en términos de práctica de dominación, basada no sólo en l;i
importancia que adquieren los actores externos, sino en el rol que asume rl
Estado, como actor que organiza, gestiona, mediatiza y apunta a controlar la
diferencia, erigiéndose en fuente de (nuevas) identidades dominadas. Por otro
lado, una segunda línea de interpretación sostiene la ambivalencia del multi
culturalismo o, más bien, propone insertar las políticas multiculturales en una
dinámica recursiva entre el Estado y sus aparatos; a través de la cual puede
asomar la acción -potencialmente disruptiva- de los movimientos sociales.
En la primera línea de lectura encontramos el trabajo del destacado
antropólogo mexicano Héctor Díaz Polanco, quien sostiene que el muí-\
ticulturalismo considera las diferencias como no conflictivas, pues éstaa ¡
‘ serían culturales antes que políticas^La visión positiva de la diferencia coir

l-___________i
i ■ idé ila rdiversidad1,
I i11 ila exaltación
t
i •
dnce
eiiiuiiLea al ““elugio
deI I la tolerancia,
^bajo el paraguas de la “inclusión universal5′ (Díaz Polanco, 2006). El multiculturalismo señalaría un (nuevo) pasaje del etnocidio a la etnofagia, este
último visto como un proceso a escala del Estado-nación latinoamericano
que incluiría el “apetito de diversidad”, “de digestión o asimilación de lo
comunitario”, de “engullimiento de lo otro”, frente a las acciones brutales
de antaño (genocidio/etnocídio). La etnofagia se expresaría como un conjunto de “sutiles fuerzas disolventes” del sistema, a través del abandeno
de los progranas y las acciones encaminados a destruir la cultura de Ion
grupos étnicas. En ese sentido, con el multiculturalismo ocurriría algo si­
milar a lo que ya sucedió con el indigenismo, como narrativa dominante.
‘¿La experiencia ha demostrado que no es posihlp un indigenism o ‘burni?
^que sea rescaable para los fines de la emancipación de los pueblos” (ría/
Polanco, 20C6: 51). El multiculturalismo operaría como una suerte de
“quinta colunna”, tal como sucedió con el indigenismo en relación :on
los propios iidígenas, a quienes preparaba para ser ideólogos indigenistas
y no intelectiales indígenas (2006: 29). De modo que nos encontraríanos
frente a una.nueva astucia de la razón, otra forma de etnofagia, en ;stc
caso, afín al proyecto cultural neoliberal operado desde arriba.
Asimisno, la antropóloga argentino-brasileña Rita Segato distirguc
entre lo que aparece asociado a las nuevas políticas de la identidad (que
operan corm regímenes de clasificación de costumbres, de cultura, >ajo
el concepto le “etnias”) y la política desarrollada desde abajo, identifiada
con el retono de lo indio. Retomando al ensayista hindú P. Chattejee,

M akistella S vampa

99

Srgato contrapone “el tiempo homogéneo de la nación” con el “tiempo heitTogéneo” manifiesto en la multiplicidad de sujetos colectivos que luchan
por producir, retomar o dar continuidad a narrativas históricas propias,
ñamadas colectivamente, dando origen a “tiempos” históricos diferentes
(Scgato, 2007: 21).101
Por último, si tomamos la lectura del antropólogo francés Guillaume
boceara, las políticas multiculturales, vistas como programas de “etno rsiandarización de las culturas y de profesionalización por parte de sus
portadores, introduciendo, lógicas heterónomas, ahí donde antes había
ti imímicas relativamente autónomas. “Se incita a los indios a convertirse
en los etnógrafos de su propia comunidad, y los nuevos dispositivos de
gestión de la diferencia y gestión de la pobreza contribuyen a englobarlos
ni el seno de un nuevo campo de posiciones generalmente dominadas”
(boceara, 2011: 196).
En suma, estas tres perspectivas críticas, apenas reseñadas, colocan
mino antípoda del multiculturalismo heterónomo a aquéllos procesos
ligados a una dinámica autónoma que provierif rbcr^
propia de
movimientos y organizaciones sociales orientados a la reinvención de la in­
sanidad. Dicho de otro modo, desde esta perspectiva no hay espacio para
pensar en un multiculturalismo crítico o contrahegemónico.
Existe un segundo tipo de posicionamiento, que también nos propo­
nen diagnósticos críticos que colocan el acento en el carácter ambivalente
Jel multiculturalismo en América Latina, vinculado a las dialécticas socia­
les o las dinámicas recursivas que estos procesos desencadenan desde abajo,
ul tiempo que destacan, en una perspectiva comparativa, la especificidad
ile los procesos latinoamericanos. Así, por ejemplo, para el conocido espei i.ilista francés Cristian Gros no hay que olvidar que el multiculturalismo,
rn tanto nueva definición de la nación, viene acompañado por el reconoi imiento de nuevos derechos e interviene luego de veinte años de movi­
lización indígena, algo que no puede ser considerado solamente como la
manipulación del Estado maquiavélico o producto de las ONG indianistas
(¿006: 267). Desde su perspectiva, el proceso de movilización indígena
hv tradujo por una politización de las identidades culturales, que se fue
Insertando lejos del rechazo a la pertenencia a la nación. Así, si bien las
movilizaciones étnicas apelan a un nuevo imaginario, diferente al del na-

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latinoamericanos

cionalismo mestizo, éste no se piensa por fiiera ríe la narión: al contrario, la
nación multicultural o multiétnica busca superar ese horizonte, a través de
su “prolongación por mutación”. La emergencia de una ciudadanía étnica
iría de par con la exigencia de “etnicizar la nación”, lo cual diferencia los
casos latinoamericanos de las tendencias segregacionistas y comunitaristas
de otras latitudes, como lo muestra la consigna zapatista: “Nunca más un
México sin nosotros” (2006: 266-267), o la consigna indígena en Ecuador:
“Nada sólo para los indios”.
En una línea interpretativa todavía más sugestiva encontramos el plan­
teo del antropólogo norteamericano Charles Hale (2002), estudioso de las
comunidades indígenas centroamericanas, quien sostuvo que habría que
evaluar si la> políticas multiculturales instrumentadas en América Latina sig­
nificaron uiia redistribución de los recursos hacia los indígenas, vía los mo­
vimientos sociales, o si éste reforzó las expresiones esencialistas de los grupos
(2002: 485 524). Este autor distingue entre dos tipos de multicu’turalismo:
un “multiculturalismo gestionado” de características liberales convencionales
(también denominado multiculturalismo “corporativo” o “de diferencias”),
que celebrad pluralismo cultural pero efectúa pocos cambios duraderos para
los integrantes del grupo culturalmente oprimido, y un multiculturalismo
“transformador”, centralmente preocupado en la “redistribución del poder
o los recursos”. En función de ello, habría que distinguir entre ui multicul­
turalismo ‘desde arriba” y otro “desde abajo”, respectivamente. In segundo
eje a tener ¿n cuenta es que si el proyecto cultural del neoliberalismo implica
la revalorizición y fortificación de la sociedad civil y sus “grupos intermedia­
rios”, esto significa, en contraste directo con su predecesor clásfco, que “la
doctrina níoliberal se articula no sobre la destrucción de la comunidad indí­
gena—con el objeto de convertir al indio en ciudadano-, sino má bien sobre
la reactivación de la comunidad como agente eficaz en la reconsitución del
sujeto-ciudadano indígena”.
Cierta es que el Estado no se limita únicamente a “reconocer” la co­
munidad, sociedad civil, cultura indígena y similares, sino quelas recons­
tituye activamente a su propia imagen, desviándolas de sus “excsos radica­
les”, incitándolas a realizar el trabajo de formación de sujetos (obre todo,
a través efe las ONG) que de otro modo tendría que realiza el mismo
Estado. Sh embargo, en América Latina el proyecto neolibera enfrentará
una comfleja red de organizaciones sociales, heterogéneas, qie buscaban

M aristella S vampa

101

abrir brechas o espacios de maniobra para la creación de contrahegemo­
nías. Así, sin sobreestimar las luchas que puedan darse “desde adentro”, lo
i icrto es que “el análisis general del multiculturalismo neoliberal también
señala los medios más eficaces para enfrentar su amenaza: los movimientos
sociales que simultáneamente cuestionan las relaciones de representación
y la distribución de recursos sobre los que descansa el sistema neoliberal”
(I lale, 2002). Hay que añadir, empero, que aislados unos de los otros estos
desafíos tienden a perder su potencial transformador.
En suma, la cuestión acerca de la dinámica que se establece entre las
políticas de identidad y las organizaciones/movimientos sociales continúa
siendo una discusión abierta y no exenta de complejidades. Es cierto que
desde las agencias multilaterales y los organismos oficiales la invocación de
estas formas de participación basadas en el reconocimiento de la diferencia
apuntaban al desarrollo de una ciudadanía étnica de “baja intensidad” cuya
funcionalidad con el nuevo esquema de dominación neoliberal no puede ser
soslayada. Pese a ello, pueden introducirse matices sobre el carácter absolu­
tamente funcional que asume el reconocimiento de derechos culturales. En
este sentido, es bueno recordar que la realidad nunca discurre linealmente,
pues si la demanda de autoorganización identitaria/comunitaria es, por un
lado, un imperativo impulsado “desde arriba”, con claros objetivos de con­
trol social y de gestión de la identidad/otredad, también es cierto que, en
determinados casos, ésta también ha abierto, en el contexto de las luchas
entabladas “desde abajo”, una nueva estructura de oportunidades políticas.102
El caso más emblemático, que da cuenta del doble rostro del multic ulturalismo, es Bolivia. Ciertamente, durante los años 90, bajo los
gobiernos neoliberales, se incorporaron los derechos de los indígenas a la
( Constitución y se impulsó la reforma
¡ntrnrlnr;^n/fncp U
^
i ación bilingüe. Gonzalo Sánchez de Losada, el presidente que consoli­
daría el giro neoliberal, llevaría como vicepresidente a Víctor Hugo Cár­
denas, indígena y connotado referente del ala moderada del movimiento
lui arista. Según Nancy Grey Póstero (2005: 277), se sancionaron tres
leyes ligadas directamente al multiculturalismo: la Ley de Participación
Popular (LPP), que llevó a cabo la descentralización, a través de la munii ipalización del territorio nacional; la reforma agraria, que creó la figura
de las TCO (Tierras Comunitarias de Origen), definiéndola como espai ios geográficos que constituyen el hábitat de los pueblos indígenas; y la

102

D ebates

latinoamericanc >s

creación de instituciones específicas, com o la Subsecretaría de Asuntos
Étnicos. Se trató, com o aclara Póstero, “de una integración simbólica”,
que no tuvo com o correlato cambios materiales. Por ejemplo, los impactos tanto de la reforma agraria com o de las acciones de la Subsecretaría
citada fueron limitados. Sin embargo, no fue éste el caso de la Ley de
Participación Popular, que abrió efectivamente nuevos espacios de parti
cipación local. Xavier Albó, un sostenido defensor de la misma, afirmaba
que “con ella se puso en marcha un instrumento clave para construir
poder local popular” (2 0 0 8 : 5 0 ). Ciertam ente, no todo fue cuestión de
folclorización de las identidades en los espacios institucionales o de do­
mesticación de los actores sociales, pues la Ley de Participación Popular,
a través de la creación de municipios autónomos y distritos indígenas
autónomos, abrió nuevas oportunidades políticas para que sindicatos
rurales dieran el paso hacia la política institucional (Stefanoni, 2 0 1 0 :
118). La historia del M ovimiento al Socialismo-Instrumento Político por
la Soberanía de los Pueblos (M A S-IPSP), hoy partido gobernante, y el
vertiginoso ascenso de Evo Morales a la política nacional, es prueba de
la nueva estructura de oportunidades políticas que abrió la LPP, a la que
se sumó la institución de diputaciones uninominales.103 Es en ese mar
co que surgiría la tesis del “instrumento político” de las organizaciones
campesino-indígenas.104 De manera oficial, en 199 9 nacía el MAS-IPSP,
el cual conocería una serie de éxitos electorales a escala local, conquis
tando varias alcaldías. En medio de un contexto represivo, el MAS-IPSP
experimentaría un crecimiento muy acelerado, sobre todo en los distritos
rurales. En 2 0 0 2 , Evo Morales quedaría a menos de dos puntos de Gon
zalo Sánchez de Lozada en las elecciones presidenciales.
En suma, pese al nuevo intento de integración, en Bolivia el tránsito
del “indio permitido” al “indio alzado” sería rápido, vqrtiginoso, de hori
zontes imprevisibles para la élite política-económica.105 A partir del año
2 0 0 0 , los movimientos y organizaciones sociales rurales y urbanos ocupa
rían nuevamente el espacio público y las calles, con demandas colectivas
que exigirían el control nacional de los recursos naturales y la desprivatiza
ción de los servicios básicos, lo cual desembocaría en una reconfiguración
del espacio de la política. Hacia 2 0 0 5 , uno de los grandes logros de las
organizaciones sociales bolivianas, rurales y urbanas fue la convergencia
en un programa común (la “agenda de octubre”), el cual insertó las luchas

M

a u istk lla

103

S v a m pa

•nl(\(ivas en un horizonte político más amplio y posibilitó el ascenso al
gobierno del binomio Evo Morales-Álvaro García Linera.

\

I •! autonomía com o nuevo paradigma
Sin gobiern o in dio y sin control d e los territorios no hay
autonom ía.

Consigna de la CONAIE, 1990.
I’aia muchos, el multiculturalismo dominante desplegaría políticas orieniailan al reconocimiento de la diversidad cultural y la folclorización -e n
•lave global- de lo local, cuyo objetivo era el congelamiento de demandas,
|mh la vía de la integración y la desmovilización de las organizaciones inillgrnas.106 Sin embargo, los resultados fueron muy diferentes, según los
»ano* y contextos, pues en líneas generales las demandas de autonomía y
l.ii resistencias al modelo fueron potenciadas al calor de las luchas contra
•I iiftistc neoliberal. En este marco, la noción de autonomía iría emergien­
do t orno la gran utopía movilizadora de las organizaciones indígenas y el
!•» linimiento indianista.

^ ———

Kn términos generalgg^Ig autonomíg^iace referencia al derecho de los
jMirblos indios de controlar sus territorios, el aprovechamiento sustentable de
«m ircursos naturales y la constitución de un autogobierno (Bengoa, 2009).
I n lauto nuevo paradigma en disputa, posee un doble origen que se instala en
»I •me e entre lo local, lo regional y lo global, pues remite a las luchas e ideas
iiiilianistas desarrolladas entre los años 7 0 y 90 en diferentes países latinoamriii anos, así como también al reconocimiento de los derechos colectivos, a
I 11 íi de los debates - y los logros- llevados a cabo en la arena internacional, en
•I marco del nuevo paradigma de los derechos humanos. Recordemos que las
•Iim uniones en el seno de la O N U derivarían primero, en 1989, en el convenio
II •’>de la OIT, y posteriormente, en 2 0 0 7 , en la Declaración Universal de los
I ia líos de los Pueblos Indígenas, en la cual se terminarían por saldar las
•Ihi uniones internas, acerca de la autodeterminación como elemento clave en

11tioccso de reconocimiento de los derechos colectivos.
bu el plano regional hay que destacar el carácter pionero que tuvo la
i» nulución del conflicto entre los indígenas miskitos y el gobierno nicara-

104

D ebates

latinoamericanos

güense, en plena revolución sandinista, que derivó en el establecimiento
de un “estatuto de autonomía”, creado en 1987, el cual cubre alrededor del
50% del territorio nacional y vive el 12% de la población del país (Gonzá­
lez, 2 0 1 0 : 51). La experiencia nicaragüense fue un parteaguas para ciertos
antropólogos latinoamericanos,107 pues les permitió pensar la autonomía
desde una nueva perspectiva teórico-política. Asimismo, como el propio
Díaz Polanco aclara, la apertura del debate sobre la autonomía está vin­
culada al proceso de nacionalización de las luchas, que alcanza -además
de N icaragua- a países como Colombia, Ecuador y Chile, donde las orga­
nizaciones luchan por el reconocimiento de la autonomía regional (Díaz
Polanco, 1991: 1 1 8 -1 1 9 ).
En esta línea, asistimos a un cambio cualitativo de la cuestión indíge­
na respecto de anteriores épocas: a partir de los 8 0, los indígenas irrumpen
en el escenario político y se van convirtiendo en fuerzas políticas a escala
nacional. Dicho proceso de “nacionalización” favoreció la ampliación de
la perspectiva política, lo cual en numerosos casos produjo una suerte de
ampliación de la plataforma discursiva y del horizonte programático. “Es
en este contexto que el régimen de autonomía, com o propuesta de solu­
ción a los conflictos étnicos nacionales y marco jurídico-político en el que
se pueden encontrar respuestas a las reivindicaciones socioculturales, se ha
convertido en el tema de debate y análisis de los últimos años, como nunca
antes” (Díaz Polanco, 1991: 118).
Una inflexión simbólica en este camino hacia la autonomía como
mito y horizonte serían los contrafestejos del V centenario del “descubri­
miento” de América, para los cuales hubo varios encuentros preparatorios
y reflexiones que unieron a organizaciones de los Andes y de la Amazonia
con el resto del continente. Pero aun antes de ello, hay una serie de hitos
que ilustran a las claras un cambio en la dirección del protagonismo indí­
gena. Así, 1990 parece marcar una inflexión de corte organizativo, pues ese
año se llevó a cabo del Primer Encuentro de Pueblos Indios en Quito, en
el cual se llegó a la conclusión de que “Sin gobierno indio y sin control de
los territorios no hay autonomía”. En 1 990, la Confederación de Naciona­
lidades Indígenas del Ecuador (C O N A IE) realizaba una serie de bloqueos
en todo el país, obligando al entonces presidente Rodrigo Borja a negociar.
Nunca antes los indígenas habían aparecido com o “actores influyentes de
la política ecuatoriana” (Pajuelo, 2 0 0 7 : 133). Siempre en 1990, la Confe­

M aristella Svampa

105

deración de Pueblos Indígenas de Bolivia (C ID O B ),108 una de las organiza­
ciones más importantes de las tierras bajas bolivianas, que hasta ese enton­
ces había tenido escasa visibilidad, realizó una marcha de treinta y cuatro
días hasta La Paz, denominada “Marcha por el Territorio y la Dignidad”,
la cual señaló un punto de inflexión en los reclamos de las organizaciones
indígenas en Bolivia. Los marchistas se reunieron con organizaciones indí­
genas del Altiplano y fueron recibidos por el presidente de entonces, Jaime
Paz Zamora, obteniendo com o resultado de esa negociación la creación de
cinco territorios indígenas o interétnicos, por decreto presidencial. De ahí
en más, el concepto de territorio no detendría su ascenso fulgurante, sien­
do también recuperado por las organizaciones en las tierras altas.
Quien dice autonomía dice también territorio, el cual refiere a un
conjunto de dimensiones (espacial, económica, simbólica y cultural). Pese
a que hasta hace poco tiempo el concepto de territorio parecía tener un
carácter exclusivamente técnico, reservado a la discusión entre geógra­
fos, planificadores urbanos y arquitectos, en las últimas décadas éste
se convirtió en una suerte de noción-fetiche y un concepto en dispu­
ta, tanto para las organizaciones indígenas-campesinas com o para otros
movimientos -urbanos y rurales-. Tal com o afirma Bernardo Manzano
Fernandes, “convivimos con diferentes tipos de territorios productores y
producidos por distintas relaciones sociales, que son disputados cotidiana­
mente” (2 0 1 0 ). Por otro parte, la territorialidad está relacionada con los
usos y la apropiación del territorio. Ésta se realiza en un espacio relacional
y complejo, en el cual se entrecruzan lógicas de acción y racionalidades
portadoras de valoraciones diferentes, que puede desembocar en una “ten­
sión de territorialidades” (Porto Gon^alvez, 2 0 0 1 ) .109
La noción de territorio devino emblemática de los tiempos actuales,
una suerte de. “concepto sorial roral”. clave para leer el posicionamiento de
los diferentes actores en pugna y, aún más, el funcionamiento de la socie­
dad en general, en la actual fase de acumulación del capital. Así, en cuanto
a las comunidades indígenas, el territorio comprende un conjunto de di­
mensiones que refieren al control del espacio y de los recursos naturales, a
la afirmación de una determinada cultura e historicidad, a una determina­
da relación con la naturaleza. Pensado desde una perspectiva multidimensional, rI trrritoriu csrá Lli l ! oiigtm ¿ i en la configuración- de una deter­
minada identidad v va instituyendo una ‘ cuestión territorial-identitaria”.

106

D ebates

latinoamericanos

con sus particularidades según las regiones y países, que “involucra marcos
de confrontación, estrategias de dominación y resistencia, de soberanía y
emancipación (Rojas Piérola, 2 0 0 9 : 157).
Para finalizar este apartado, quisiera mencionar algunos de los desafíos
y cambios que la noción de autonomía planteará, en términos de luchas
étnicas y de cambios teóricos-políticos. En ese sentido, uno de los grandes
desafíos será el de pensar las transformaciones del E stafo . en el marco de
la incorporación/aceptación de uTautonomía, sea como régimen político,
sea que se incorpore bajo otras modalidades que implican reconocimientos
secundarios (régimen autonóm icos).110 Al compás de las luchas, el reclamo
de un régimen de autonomía desembocó en el establecimiento, reconoci­
do desde el Estado, de determinados regímenes de autonomía territorial.
Así, existen al menos seis países latinoamericanos en los cuales las Cons­
tituciones nacionales reconocen algún régimen de autonomía indígena o
multiétnica: en Panamá (1 9 7 2 ), Nicaragua (1 9 8 7 ), Colombia (1 9 9 1 ), Ve­
nezuela (1 9 9 9 ), Ecuador (19 9 8 ) y Bolivia (2 0 0 9 ). A esto hay que añadir
las autonomías de hecho que se van produciendo en territorio mexicano
(González, 2 0 1 0 : 3 6 ) .111
Las comunidades constituyen sin duda el instrumento o punto de par­
tida para la construcción de las autonomías. Sin embargo, es necesario dis­
tinguir, tal como lo hacen López Bárcenas (2011: 87-91) y Díaz Polanco
(2008: 2 5 1 ), entre autonomía comunitaria y autonomía regional. Las auto­
nomías comunitarias surgieron como expresión concreta de la resistencia de
los pueblos indios al colonialismo. En la dinámica de lucha, las comunidades
buscaban ser reconocidas en sus derechos, convertir/convalidar a través del
derecho lo que ya existía de hecho (reconocimiento de la tierra y el territorio,
derechos a elegir sus autoridades, ejercicio de la justicia comunitaria, policía
comunitaria, entre otros). Para ello existe toda una legislación internaciona
que reconoce dichos derechos; sin embargo, al ser reconocidos como “co
munidades” y no como “pueblos”, estos eran subordinados finalmente a
gobierno local, con lo cual dichos derechos tenían poca viabilidad. Por si
parte, las autonomías regionales surgieron como una respuesta para superar
los espacios comunitarios (López Bárcenas, 2 0 11: 89) y su modelo fueron
las autonomías regionales nicaragüenses y el régimen de autonomía españo.
De acuerdo a López Bárcenas, pese a que algunos buscaron contraponer
autonomía comunitaria con autonomía regional, la acción de los propio*

M aristella Svampa

107

movimientos sociales dio cuenta de la viabilidad de su articulación (tal como
lo ejemplifica el zapatismo, como se verá más adelante). Asimismo, junto
con estas tendencias comunitarias y regionales, “están aquéllos que reclaman
la fundación de los Estados nacionales con base en las culturas indígenas”
(López Bárcenas, 2 0 1 1 : 90). Este proceso de refundación del Estado adoptó
finalmente el nombre de Estado Plurinacional, concepto que inicialmente
surge en Ecuador, hacia fines de los 80, y que va a constituir uno de los
objetivos centrales en la Asamblea Constituyente, en el contexto del nuevo
gobierno boliviano, con el ascenso de Evo Morales.
Para Díaz Polanco (1 9 9 1 y 2 0 0 8 ), la autonomía, en su sentido ple­
no, implica no solamente e[_reconocí m iento de los derechos culturales,
üHo ramhién p ! anrngnhierno de los pueblos indígenas, esto es, un régi­
men político jurídico que reconoce los derechos de los pueblos indígenas
a elegir sus autoridades (autogobierno), controlar sus territorios (y sus
recursos naturales), ejercer la justicia (justicia indígena), legislar su vida
interna y administrar sus propios asuntos. En tanto nuevo paradigma po­
lítico, coloca nuevos desafíos respecto de la transformación del Estado,
pues debe romper con su lógica centralista (tratando de evitar el riesgo
de la descentralización, una variable funcional al neoliberalismo de los
años 9 0 112 sin suscribir al lenguaje del comunitarismo (que implicaría
secesión, segregación, ensimismamiento), ni al lenguaje del nacionalis­
mo (que implicaría alimentar los viejos odres del centralismo estatal).
Implica pensar un nuevo concepto-desafío, abrir las puertas de la ima­
ginación política hacia una “transformación pluralista del Estado” (Luis
Tapia, 2 0 0 7 ) .113
Finalmente, entre los innumerables estudios que hay sobre el tema,
irsulta interesante retomar la distinción que propone Araceli Burguette
(¿0 1 0 ), quien sostiene que desde las luchas indígenas la autonomía ha sido
asumida grosso modo de dos maneras. Por un lado, la autonomía como fin,
la cual tiene varias expresiones (regionales, com o en el caso de Nicaragua); \
o como parte constitutiva en la organización de un Estado plurinacional
(rl dniffn hnliviaqnV Por otro ladp, la autonomía como proceso remite a la l
mieva gramática política de las luchas indígenas, a partir de la cual los pue­
blos y las organizaciones despliegan estrategias, proponiendo espacios de
libertad, de control de los territorios, de autogobierno. “Ambas estrategias
iLm cuenta de la progresiva construcción de un campo teórico-político,

108

D ebates

latinoamericanos

conceptual y programático, que ha hecho del derecho de autodetermina­
ción, su eje inspirador” (Burguette, 2 0 1 0 : 65).
En suma, la autonomía se ha convertido en uno de los conceptos más
invocados y debatidos actualmente para dar cuenta de los procesos de m o­
vilización indígena en la región latinoamericam, pero también hace referencja^utHiqjroyecto político indígena que plantea uggr^eforma crucial del
listado nacioíyl. En razón de ello, volveremos a abordar directamente el
tema a la hora de plantear algunos de los debates hoy existentes. Sin em­
bargo, antes de ello, hay que reconocer que los eemplos hasta aquí vertidos
no incluyen A Perú, todo lo cual nos plantea la necesidad de detenernos un
instante más para indagar sobre las especificidades del caso.

Los dilemas de la especificidad peruana
No son pocos los autores que han escrito sobre la excepcionalidad del caso
peruano en el actual contexto de emergencia y ^invención de la indianidad;
preguntándose por qué no existe en el Perú un movimiento indio, tal como
podemos hallar en Bolivia y Ecuador. Teniencb en cuenta que los últimos
datos de Cepal (2014) estiman que la poblacón indígena es del 24% , la
ausencia de una confederación indígena nacioial claramente representativa
pareciera aludir no sólo a una excepción, sino nás bien a “un fracaso”.
Ciertamente, coincidiendo con Xavier Abo (2 0 0 8 : 171), resulta para­
dójico que el Perú, país pionero en elaborar ura mirada sobre la potenciali­
dad política de los indígenas, haya estado ausmte en el proceso ascendente
de luchas y de elaboración intelectual de la iidianidad, que caracteriza el
escenario latinoamericano desde 1970 en adelante. Basta recordar la obra
de un precursor com o Manuel González Prsda, así como los interesantes
debates llevados a cabo en la época de Mariáügui, para ponderar la impor
tanda de esta tradición política.
Sin embargo, los factores que explican las posiciones indigenistas fueron condenadas por la III Internacional y el
Partido Comunista, en pos de una estrategi; más uniformemente clasista.
En años posteriores, la apelación a la identilad campesina, la preeminen
cia de un lenguaje clasista en las dos centnles agrarias, la persistencia ilr

M aristella Svam pa -----------------------------------------------------------------------------

109

contenidos denigratorios asociados al término “indio”, la asociación de lo
indio con lo rural y lo analfabeto; en fin, la ausencia de un (verdadero)
indigenismo de Estado —al cual oponerse y cuestionar-, más allá del tar­
dío populismo castrense vivido con Velasco Alvarado, iría confirmando el
proceso de desindianización, a través de la lenta absorción de lo indígena
en lo campesino. No olvidemos tampoco que, como fuera analizado por
1)egregori (1 9 9 5 ) y De la Cadena (2 0 0 4 ), lo incaico fue reapropiado tem­
pranamente por la élite cuzqueña, en su estrategia de diferenciación con la
élite costeña, hispanizante, por lo cual resultaba difícil que ésta fuera (re)
propiada por los campesinos de los Andes.
Asimismo, el proceso de “desindianización” está ligado también a la complcjización de las categorías étnicas, visibles en la emergencia de nuevos grupos
nodales entre los sectores subalternos (el cholo, el serrano, la plebe urbana).115
Algunos autores sostienen que tampoco hubo un grupo de intelectuales indignus, que hablaran sus lenguas y elaboraran una visión crítica de la realidad,
mino sucedió con los kataristas en Bolivia (Montoya, 2006: 238). De La Ca•Ir na llega aún más lejos y afirma que “la mayoría de los intelectuales pensaba
•|«ir los indios eran incapaces de crear su propio liderazgo. Líderes campesinos
rían sólo aquéllos que habían superado el estado cultural de indianidad y se
liabían convertido en cholos” (De la Cadena, 2004: 3 2 9 ).116
El declive de esta corriente indigenista también está ligado al “efecto
Si lulero”, que tiró por la borda cualquier recuperación de la utopía andi­
na," Ciertamente, todos los autores subrayan los efectos desastrosos que
Hivn la guerra civil entre los 8 0 y 9 0 , y particularmente la estrategia llevada
ii abu por Sendero Lulninoso respecto de los sectores campesinos, quienes
n silbaron ser las principales víctimas de la guerra sucia, la cual se cobró la
Olla ilc más setenta mil personas: tres cuartos del total, según Montoya,
•li m igcn quechua y aymara (2 0 0 6 : 2 3 9 ). C om o consecuencia de ello, y a
•lili iriu ia de Bolivia o el Ecuador, Perú no fue precisamente un contexto
Imqmaluiio para las O N G , misiones e incluso sindicatos, dado los niveles
•I» opresión y persecución tanto por parte del ejército peruano como por
••iitlrin Luminoso (García y Lucerp, 2 0 0 6 ).
Asimismo, aunque el multiculturalismo no tuvo la misma presencia
•- i .h.iI que en Bolivia, supo encontrar una ilustración parcial bajo la gestión
il* I pirsiilcnte Alejandro Toledo (2 0 0 1 -2 0 0 6 ), un “cholo” que reivindicaba
!« '.mibnlogía incaica, y que al principio de su gestión buscó desarrollar

110

D ebates

latinoamericanos

vínculos desde el aparato del Estado con las confederaciones indígenas
(con la COPPIP, Conferencia de Pueblos Indígenas del Perú),118aunque
prontamente terminó excluyéndolas y haciendo una política antiindígena.
En una segunda línea de interpretación, que complementa y al mismo
tiempo matiza la tesis de desindianización, la antropóloga Marisol de la
Cadena (20 0 4 ) da cuenta de la fuerza cultural del mestizaje pero, por so­
bre todo, coloca com o una de sus hipótesis centrales la emergencia de una
cultura indígena que excede la indianidad e incluye definiciones subordi­
nadas de lo mestizo (2 0 0 4 : 332). Es decir que antes que encubrimiento de
lo indio, lo que habría es una definición diferente de la “cultura indígena”,
que incluye o se autodefine como mestiza, librada de aquéllos elementos
negativos o estigmatizantes de la indianidad que aluden a la pobreza, al
analfabetismo, a la ruralidad (2004: 3 3 2 -3 3 3 ). No por casualidad, el libro
de De la Cadena se titula Indígenas mestizos. Raza y cultura en el Cusco.ll9
Finalmente, existe una tercera línea de lectura que se opone al “dis­
curso teleológico” de algunos observadores que buscan incorporar a Perú
al movimiento general de rescate de lo indio (García y Lucero, 2 0 0 6 ).
Además de considerar que, en términos históricos, las organizaciones ama­
zónicas tienen una tradición más larga en el Perú que en muchos luga­
res del Ecuador o Bolivia, concluyen que en el Perú contemporáneo, tal
como en otros países, la variedad de identidades y movimientos indígenas
es grande.120 Tampoco es posible ignorar que en las últimas décadas sur­
gieron nuevas organizaciones, por fuera incluso de las dos grandes confe­
deraciones campesinas; entre ellas, la Confederación Nacional de Com u­
nidades Afectadas por la Minería (C O N A C A M I), la cual logró colocar en
la agenda nacional la discusión acerca de la megaminería, al tiempo que
fue realizando el pasaje de un lenguaje ambientalista, crítico del modelo de
desarrollo, a la reafirmación de una identidad indígena y la defensa de los
derechos culturales y territoriales. En esta línea de radicalización, en 2 0 0 6
se creó la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAO I), que
aglutina organizaciones de Perú, Bolivia, Colombia, Chile y la Argentina.
Sin embargo, hay que reconocer que este proceso de “indianización” de
la CO N A C A M I es más discursivo que práctico, más asociado a sus diri­
gentes que a sus bases, ligado al “efecto boliviano”, a raíz del contacto con
diferentes organizaciones indígenas bolivianas, lo cual se potenciaría con el
ascenso de Evo Morales a la presidencia.

M aristella Svam pa -----------------------------------------------------------------------------

111

Por otro lado, hay que incluir en el mapa organizacional peruano a
la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (A ID ESEP),
la principal organización que aglutina las poblaciones amazónicas, la cual
reivindica su identidad indígena, complej izando con ello no sólo la tradi­
cional división binaria instalada en el Perú, entre la sierra y la costa, sino
el aserto acerca de la ausencia de una elaboración de la “indianidad”. En
ambos casos, tanto el de C O N A C A M I com o el de AIDESEP, importa
resaltar que el protagonismo de estas organizaciones en los últimos años
está ligado a las luchas y los conflictos entablados con las empresas transacionales y el Estado, frente a la expansión de la frontera extractiva (megaminería, petróleo, megarrepresas, agronegocios). Así, pese a que A ID ESEP
tiene una escala regional, su presencia en la actual cartografía indígena de
las luchas pone en cuestión la “ausencia” o la idea de un “fracaso” respecto
del “retorno de lo indio” en Perú; o al menos, indica que esta afirmación
Jebe ser relativizada.
En suma, en el Perú el campo de tensión que fue instalándose y disi urriendo entre lo indígena, lo campesino y lo mestizo, entre lo rural y lo
m baño, tom ó senderos y ramificaciones propias, que lo fueron alejando
tlcl tipo de reivindicación indianista hoy dominante, tal como podemos
hallarlo en el actual escenario latinoamericano, sin que ello signifique que
haya una ausencia de movimientos y organizaciones sociales que reivindii a 11 una identidad indígena. Se trata de pueblos que bregan por la aplicai ión de los derechos colectivos, en especial, el convenio 169 de la OIT, que
establece el derecho de consulta previa.

I lacia el paradigma multicultural en la Argentina
A las m aestras les d iría qu e cuando encuentren en un
m an u al d e 5t0 grado qu e los indios_ “vivían ”, qu e ese
tiem po lo corrijan p orqu e los indios “vivim os ” en Formosa, en Chaco, en Salta., en U Pata^onia. H qv m iles
d e aborígenes en A rgentina. Pero es muy poco lo que se
conoce sobre las culturas aborígenes.
A im e P aine, m apuce , 1 9 8 7 .121

112

D ebates

latinoamericanos

Por esas cuestiones paradójicas, la Argentina hizo su ingreso al paradigma
de la multiculturalidad sin haber pasado casi por el paradigma del indige­
nismo integracionista. Así, gracias al aporte de organizaciones indígenas,
organizaciones no gubernamentales y especialistas en el tema, la reforma
de la Constitución de 1994 barrería definitivamente con el Art. 6 7 , inciso
15, reemplazándolo por el Art. 7 5 , inciso 17, que dice:
Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indíge­
nas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho
a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería
jurídica de las comunidades y la posesión y propiedad comunita­
rias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entre­
ga de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna
de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes
y embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus
recursos naturales y a los demás intereses que le afecten. Las pro­
vincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones.
La Argentina cuenta con una legislación acorde a los nuevos tiempos, que
retoma la normativa internacional más avanzada sobre el tema. Por ejem­
plo, el convenio 169 de la O IT -u n a de las herramientas fundamentales
en la defensa de la tierra y el territorio, que instituye la consulta previa,
libre e inform ada-, recogido por el conjunto de las constituciones latinoa­
mericanas, fue incorporado en 1 994, aunque entró en vigencia en 2001.
Asimismo, en 2 0 0 7 , la Argentina aceptó la Declaración de la O N U sobre
los Derechos Universales de los Pueblos Indígenas.
D e modo que, lejos de ser exclusivo de aquéllos países en los que
existe una fuerte matriz comunitaria, el proceso de empoderamiento poy, a la vez, de nuevo arrinconamiento de las comunidades indíge­
nas, abarca naciones com o la Argentina, donde de manera persistente
desde los años 7 0 , pasando por los 9 0 , hasta la actualidad, asistimos a un
im portante proceso de reconstrucción id entitariaj22 Dicho proceso se ha
venido acentuando, al calor de las luchas que diferentes comunidades y
organizaciones indígenas vienen sosteniendo contra las distintas formas
de extractivismo, especialmente contra la expansión de la frontera sojera
y minera, el acaparamiento de tierras y la especulación inmobiliaria -a

113

M aristella Svampa

t r.ivés de emprendimientos turísticos y residenciales- y contra la explo­
tación de hidrocarburos convencionales y no convencionales. Además,
rn 2 0 0 6 , a demanda de las organizaciones y en un contexto de creciente
i onflictividad, se sancionó la Ley 2 6 .1 6 0 , que prohíbe los desalojos de
las comunidades indígenas y ordena la realización de un relevamiento te­
rritorial. V o r último, a nivel provincial existen legislaciones importantes
rrupccto a los pueblos originarios, que recogen la normativa nacional e
internacional. Algunas de ellas, com o la nueva Constitución provincial
del Neuquén, reformada en 2 0 0 6 . declaran “la preexistencia étnica y culunnl de los pueblos indígenas, com o ‘parte inescindible de la identidad é
Ijlinsincrash prfwinriaülLJ
'
^
Sin embargo, este ordenamiento jurídico que se despliega en difetentes niveles (provincial y nacional, siguiendo una normativa interna•tonal) contrasta con la realidad. Para tener una idea de esto, nada mejor
que recurrir al informe final del relator sobre los pueblos indígenas de
Li O N U , James Anaya, quien visitó la Argentina en 2 0 1 1 para recoger
testimonios y denuncias de las comunidades. El informe da cuenta de un
i tudro muy preocupante en el que se destacam cl impacto ambiental; el
impacto cultural, la fragmentación del tejido social, la folta de consulta
mevia (convenio 169 de la O IT ), los desalojos violentos, las situaciones
mi sólo no se aplica la legislación vigente, sino que además, pese a que
•Kiste una normativa “de urgencia” com o la Ley 2 6 .1 6 0 antes citada,
mui

muy pocas las provincias que iniciaron el relevamiento de tierras, al

ttrmpo que continüán loS d6>álojus violentos (bormosa, Neuquén, Salh

. Iiijuy, entre otras provincias). Tampoco hay que olvidar que la gran

» unís de 2 0 0 2 produjo una inflexión importante en la relación Estadoimlígcnas, en la medida en que volvióla-encapsnlar la cuestión indígena
•ii programas asistenciales a la pobreza (LentQit^LXtOrenzetti, 2 0 0 5 ). Esta
♦Irlmición com o “sujetos vulnerables^, ¿orno pobres) tiende a naturali/»ti la problemática y a desdibujar los reclamos de los pueblos indígena
•ñiño sujeto político.

*”———– :—————– - —————————-

l’or otro ladó, Son años en los cuales se asiste a la emergencia de recla­
mos identitarios de parte de colectivos a los que se daba por extintos, como
lii ( inmunidad Selknam (Onas) en Tierra del Fuego; los Huarpes en San
|u»m y Mendoza y los rankulches (Gordillo y Hirsch, 2 0 0 9 : 3 1), así como

114

D ebates

latinoamericanos

de colectivos indígenas en ámbitos exclusivamente urbanos (Tamagno). La
emergencia de estos reclamos ha generado debates sobre la cuestión de la
“autenticidad”; resaltando la importancia de marcadores com oj a lengua o
incluso la/juraLida4”)
tructivista o dinárp ir3 de

y* a t e n t a en-ufxi visión esencialista y no consetní^idyl A este debate sobre la “autenticidad”

se suma el otro referido al origen “chileno” de los pueblos mapuches; una
acusación recurrente por parte de las élites económicas y los sectores políti­
cos conservadores a uno de los pueblos más activos y movilizados del país,
sobre todo en la provincia del Neuquén (Impemba, 2 0 1 3 ).
Por otra parte, al comienzo de este capítulo se hizo referencia al Museo
de Ciencias Naturales de La Plata, inextricablemente ligado a la llamada
Conquista del Desierto y al positivismo racialista, donde durante más de un
siglo se exhibieron restos de indígenas. En 1991 se iniciaron reclamos por
parte de los descendientes para recuperar los del cacique Inacayal, a fin de
que éstos fueran trasladados del museo a su comunidad de origen, en Teca,
provincia del Chubut. Finalmente, esta primera restitución se concretó en
1994, luego de sancionada la ley respectiva (1 9 9 1 ).123 Con ello, como cuenta
Liliana Tamagno, profesora de Antropología en la UNLP,124 se iniciaba un
camino sin retorno. En 2 0 0 1 , la restitución del cacique Ranculche Panquitruz Guor -conocido también como Mariano Rosas-, contó con un mayor
despliegue institucional y presencia de público (Tamagno, 2 0 0 9 : 108). Ese
mismo año, se sancionó la Ley Nacional 2 5 .5 1 7 , que define y regula una po­
lítica de restitución de restos. En uno de sus artículos, la norma establece que
“los restos mortales de aborígenes, cualesquiera fuese su característica étnica,
que formen parte de museos y/o colecciones públicas y privadas, deberán ser
puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de perte­
nencia que lo reclamen”. La norma fue reglamentada en 2 0 1 0 , y estableció
que sea el INAI el encargado de coordinar y cumplimentar las restituciones.
Al respecto, debe subrayarse la enorme labor del Colectivo Guías,
Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social, que se con
forma en 2 0 0 6 , con el objetivo de “atender las demandas realizados de
los pueblos originarios a la Facultad de Ciencias Naturales y el Museo de
la Universidad Nacional de La Plata de no exhibición y restitución a sus
comunidades de todas las colecciones humanas que forman parte de este
museo”. Dicho colectivo ha impulsado, desde 2 0 0 6 en adelante, cuatro
restituciones (entrevista a F. Miguel Pepe, 2 0 1 4 ).

M aristella S vampa

Por otro lado, aunque hay invocaciones al Estado plurinacionaD y la
;infonnmía^el paradigma dominante es el multiculturalism(¿ en el marco

I

1 jjrjin gphierno naf4rrnnl gu*» fra interpelado a las comunidades y organi­
zaciones indígenas desde la matriz nacional-popidarj En otros textos he
analizado el modo en el que el kirchnerísmo actualiza la narrativa popu­
lista y cuáles son sus diferentes fases (Svampa, 2 0 1 1 ). En una línea similar
discurren los an’SlídcJp p^innpg (9n izí)i qnipn aborda de modo específico ^

/
)

cómo ha operado la interpelación nacional-popular sobre las organizado- P

ITcslndígenas: “C om o síntesis de esta relectura, explica el presidente del
INAI, Daniel Fernández, que, con las administraciones de los Kirchner, el

país retomó el perdido ‘rumbo nacional y latinoamericano’, lo cual impli-

i a reconocer que somos una Nación cohesionada en su raíz mestiza y en
la pluriculturalidad, junto a un Pueblo multiétnico sujeto histórico de la
Mibcranía” (Briones, 2 0 1 4 ).
En consecuencia, com o sucedió en otros ámbitos (organizaciones de
iIr lechos humanos, organizaciones de desocupados, sectores cultúrale
además de los sindicatos), la narrativa populista reconfiguró el espacio)
político, operando una fuerte fragmentación en el campo militante entre
aqu¿IIos”que apoyan el gobierno y aquellos que no lo hacen» Si bien existe
un conjunto de elementos que están en la base de la reactivación de una
histórica adhesión indígena al peronismo, son varios los dirigentes qde
irum ocen que los gobiernos kirchneristas “abrieron espacios de diálogo
i mi ir el Estado y los indígenas sin precedentes” (Briones, 2 0 1 4 ) ,125 aunque,
poi supuesto, existemjiumelTJsas organizactoTiesTque mantienen una posi•mu independiente y crítica. 126 Sin embargo, esta suerte de articulación
riiiir matriz populista y matriz indígeno-comunitaria es síntoma de una
debilidad más que de una fortaleza, en la medida en que ha estado lejos

de naducirse en una política indigenista integral que contemple tanto el”
Jen ifio sobre tierras y territorios frente ál avance de la Irontera extractiva,
inl Luino una política de reparación frente al genocidioorigipar o
( lomo sostienen Delrio, Lenton et ai (2 0 1 0 ):
I I actual gnhiernn argf»ppno, que ha avanzado en la visibiliza1 lón y rrivinfjirari^n Ar U mpmnrn
T/iVt-imoc rU lo
1

nn

producido nn reconocim iento similar para el ge-

^imcidio y los crímenes de lesa humanidad contra los pueblos indi-

116

D ebates

latinoamericanos

enaj. En el caso concreto del proceso iniciado por los hechos de
Napalpí de 1924, el F ia rlo niega el reconocimiento de los Q om
O tobas rnm n-gnipn rtn ‘ir n p^pprífi^p y sostiene la posibilidad
de que, en este caso, sí prescriba un crimen de lesa humanidad.
Al mismo tiempo, y paralelamente, promueve planes educativos
que tienen com o objetivo explícito fomentar la inrerrnlniralidad.
la educación bilingüe y la tolerancia. En similar situación se en­
cuentra el caso de Rincón Bomba ocurrido en Formosa en 1947.
Por último, aun en un contexto de hondo dramatismo y escasa visibilidad,
los pueblos originarios han contribuido a colocar la cuestión del territorio
y la problemática territorial y socioambiental en la agenda pública. Entre
el largo conflicto en el yacimiento de Loma de la Lata (Neuquén) -q u e
estalló a mediados de los 9 0 - y los conflictos desatados en los últimos
años a causa de la explotación de los hidrocarburos convencionales y no
convencionales, pasando por lajersistente persecución de los Q om de la
Comunidad Primavera IFprmnsaL varios han sido los hilos conductores y
los elementos comunes a estos conflictos ecoterritoriales: discriminación
étnica, racismo ambiental, no reconocimiento de los derechos indígenas
sobre el territoriq^uSÉncia de consulta previa según establece el convenio
169 de la O lj/a e s a lo jo s violentos} criminalización sostenida en base a
figuras penales cSinu “usurpación ; en fin^asesinatQS y-muertes dudosas
_en las zonas de frontera agropecuaria (Chaco, Tucumán, Formosa, Salta,
Santiago del Estero).
En suma,^el peso del genocidio nrigiqprm las gravosas deudas que el
Estado argentino acumula para con los indígenas y, muy especialmente, l;i
expansión de la frontera extractiva en el marco del actual modelo de acu
mulación vuelven a plantear el interrogante acerca de cuál es el lugar qut
Hkítr piirH™ ^gm nriori tirnrn liov en la nación argentina. Ciertamente,
una pregunta inquietante que coincide con el retorno de la memoria larga,
ya que nuevamente las puehlpc tropinarios aparecen instalados en tern
torios valorizados por el capital: se trate de megaminería, agronegocios,
hidrocarburos convencionales y no convencionales, represas o megaem
prendimientos turísticos y residenciales, éstos vuelven a convertirse en una
suerte de piedra en el camino del “desarrollo”.

117

M aristella Svampa

* * *

En las últimas décadas asistimos a un ascenso de los pueblos indígenas y a
una apertura de las oportunidades políticas, visibles entre otros factores, en
el cruce de la agenda internacional (la discusión en la O N U , en el marco
del proceso de descolonización acerca de los derechos colectivos de los pue­
blos originarios que derivó en el convenio 169 de la O IT y posteriormente
eu la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas), con
las agendas regionales y nacionales (crisis del Estado modernizador desai rol lista, el fracaso de la integración en una identidad mestizo-campesina,
la presencia cada vez más masiva de indígenas en las ciudades) y cuestiones
«Ir Indole político-ideológica (la crisis del marxismo y la revaloración de
una construcción identitaria anclada en la cultura).
Kr| un rampn de tensión
el rtUl|rÍrillfuralÍsmO y la autonomía,
>los paradigmas en pugna-, ag irá consolidando aquéllo que algunos han démimimirlq “ríudq •li manda-de autodeterminación v gobierno en los rerrirorjns
• mui) en otras latitudes, el proceso mismo de movilización invoca diferenH4» * i ndua de Llicin d u Id identidad: desde el primnrdialismn_-qiie afirrr^
U uijMnicia de una identidad previa a la conquista española
J a cons«—
I I
--------hasra aquéllos que entienden la identidad
lililí lo
Diim un constri ñ o ^nlrnraj. una reactualización identitaria positiva que
d

ii'iiilu a el pasado colonial -n o sólo en contextos rurales sino también

•iib mus ; en ambos casos, la apelación a la etnicidad deviene el resultante
I- I»•* i /as históricas, por lo cual ésta sería tanto estructural com o cultural
'I i | ( aunaroff, citado en Bartolomé, 2 0 0 6 ) .127 Asimismo, la apelación
• m m ,i i uidadanía

étnica deviene una herramienta política ineludible en

1• liMiimii.i de empoderamiento de los pueblos indios, sobre todo en el
...........

de defensa de la tierra y el territorio, en un contexto de expansión

• I» Iimii leí a extractiva.
A iiavés de la reapropiación positiva de determinados conceptos, en un
••i. mu de lucha, lo^ju e h lpc ¡n r l ^ n ^ apuntan i invm ir rl rmtidfí irnrmin,
fcl inulllLU (la <;^figmarÍ7iirión df 1n indjo )r a trastocar O mndifirar lns m^rI* diMuinación colonial (el Estado monocultural), para reformularlos en

^

118

(

D ebates

latinoamericanos

nn nnpvn lenguaje desde el cual el indio sea pcnsable como sujeto y ^ to r

\ ^ pnlirim

a

partir del ejercicio de los derechos colectivosv de la demanda de

_aiifoporyiyi. Com o afirma H . Díaz Polanco (2008), quien dice autonomía
para hablar de los procesos de lucha indígena está aludiendo tanto al re­
conocimiento de los derechos colectivos (culturales y territoriales) como a
la autodeterminación, concepto cuyo contenido es decididamente político.
Por otro lado, al calor de las luchas por el reconocimiento y el control de los
territorios, de la demanda de autonomía, al contacto con otros sujetos co­
lectivos insurgentes, urbanos y rurales, culturales y sociales, de jóvenes y de
mujeres, fueron surgiendo nuevos marcos de la acción colectiva; una nueva
narrativa contestataria que en América Latina se constituye en el cruce entre
discurso indígena y lenguaje ambientalista, y en la cual confluyen diferentes
conceptos-horizonte: “derechos de la naflfialeza'T^Hpienes comunes”, “justi­
cia ambiental”, “soberanía aliment^riaí, “Buen YWiy

o

“Vivir Bien”.

En suma, los desafíos son tan enbrm efr-cOmo las paradojas. Por un
lado, la expansión de frontera de los derechos colectivos es simultánea a la
expansión de las fronteras del capital -e n su, nueva fase de acumulación, li­
gada al extractivismo y la desposesión-. Por otro lado, una vez cuestionado
el Consenso de Washington y reconocidos los límites y la^ isto rsin p ^
la retórica multicultural, aun en el marco de nuevos gobiernos, conside­
rados progresistas o de izquierda, la narrativa indiariiflp entrará en fije iré
tensión y rolisión ron la narrativa nacional-estatal, vinculada a la tradic/ón
populista latinoamericana/

Notas
1 En 2 0 1 2 se realizó un nuevo censo en Bolivia que arrojó otros datos sobre la pobla­
ción de origen indígena, a saber, que tan sólo un 4 0 % de la población mayor de 15 años
se consideraba perteneciente a Pueblos Originarios Campesinos Indígenas. Sobre el tema,
puede verse el capítulo que le dedican Vincent Nicolás y Pablo Quisbert (2 0 1 4 ). Para una
perspectiva histórica del tema, véase Lavaud y Lestige (2 0 0 7 ), ya citados.
2 Retomamos de Dubar el concepto de “identificación”, com o “resultante de actos de
atribución identitaria por parte de instituciones o agentes de interacción con el individuo,
por una parte, y de actos de pertenencia que expresan una identidad para sí por otra”.
Citado en Lavaud y Lestage, 200 7 : 22.
3 En 2 0 0 6 , “Toledo contabilizaba 671 pueblos indígenas reconocidos directa o implí­
citam ente por los Estados en los instrumentos de política pública, 29 de los cuales corres-

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119

pondían a países no hispanos del Caribe (Belice, 3 pueblos indígenas; Guyana Francesa, 6;
Guyana, 9; y Surinam, 11) y los 6 4 2 restantes se ubicaban en países de América Latina
propiamente dicha” (Toledo, 2 0 0 6 , citado en Cepal, 2 0 0 7 ). En 2 0 1 2 , com o hemos dicho,
éstos se elevaban a 8 2 6 pueblos. “El panorama regional es altamente heterogéneo: en un
extremo se ubica el Brasil, con 3 03 pueblos indígenas, y en el otro se encuentran El Salva­
dor, con 3 pueblos, y el Uruguay, con 2 ” (Cepal, 2 0 1 4 : 103).
4 La Amazonia, con el 11% de la población peruana, cuenta con numerosos pueblos,
muchos de ellos sin contacto con la cultura occidental. Históricam ente, el sentimiento de
superioridad social y cultural hacia los amazónicos no sólo ha sido compartido por las
élites y clases medias urbanas -sob re todo lim eñas-, sino incluso por los pueblos campesi­
nos-indígenas de las zonas andinas.
5 Com o sostiene Bonfil Batalla, “negro” e “indio” son las dos categorías que designan
ul colonizado en América, por su estatuto inferior (de razas “inferiores”). Sin embargo, los
negros o afroamericanos fueron invisibilizados durante mucho tiempo en América Latina,
a lo que se agrega que su lugar en la estructura de la alteridad era diferente al del indio.
Mientras que los negros eran conocidos, el indígena aparecía com o un “enigma” (Wade,
¿006), muchas veces impenetrable, com o dejarán constancia sobre todo las meticulosas
descripciones psicologicistas del positivismo historiográfico latinoamericano. Por otro
lado, ser indio, en la época colonial, dependía de la localización en una comunidad indí­
gena. Al abandonar la comunidad, el indígena iniciaba un camino hacia lo mestizo. La
frontera entre ser y no ser indio devenía así, pues, de índole cultural, en función de la di­
visión entre rural/urbano, tradicional/moderno. Mientras las fronteras entre indio y mes­
tizo reenviaban a estas dicotomías propias de la modernidad, lo negro remitía siempre a
rasgos fenotípicos (Bonfil Batalla, 1972).
6 Lo mismo sucedía respecto de la mujer, algo que denunciará el movimiento femi­
nista, pues sus reclamos no se instalaban en el campo de la racionalidad y la política, sino
rn el de la irracionalidad o en el ámbito privado.
7 Saavedra sería posteriormente presidente de Bolivia entre 1921 y 1923.
8 “En 1899 el venezolano César Zumeta publicó un librito titulado E l continente
enfermo; en el mismo año el ensayista argentino Agustín Alvarez escribió su M anual de
patología política^ unos pocos años después, en 1905, otro argentino, M anuel Ugarte pu­
blicó Enfermedades sociales; mientras en 1909 el boliviano Alcides Arguedas dio a luz su
i onocido ensayo Pueblo enfermo. Naturalmente estos autores no compartían las mismas
nicas respecto de la realidad hispanoamericana, pero la similitud de su terminología -y ,
por extensión, de su marco de referencia ideológica- es notable. Todos estaban de acuerdo
ni que el continente - o el p aís- sufría de graves enfermedades y muchos estaban convent idos de que el virus que había producido el mal era, en una palabra, la raza” (pp. 182IH3). M . Stabb, 1968.
La imagen sarm ientina de C ivilización o Barbarie, lanzada por Sarm iento en el

lacundo (1 8 4 5 ), que conocerá luego una suerte de reproducción ampliada en Conflic­
tos y arm onías de las razas en América (1 8 8 4 ), ya en clave netam ente racialista/positivímu,

I *>9H.

constituye una de las principales fuentes de inspiración. Véase Svampa 1 9 9 4 y

120

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latinoamericanos

10 No son los únicos; Francisco García Calderón en Perú y José Ingenieros en la Ar­
gentina compartieron estos diagnósticos y, en algunos casos, los amplificaron. Para el tema,
véase Ansaldi y Funes, 2 0 0 6 ; Piñeiro Iñiguez, 2 0 0 6 ; y Oscar Terán, 1983, entre otros.
11 Bunge, s/d: 126.
12 Arguedas: 70.
13 En rigor, la obra de Bunge influyó notoriamente en la escritura de Arguedas, quien
tuvo un periplo por demás oscilante, atravesado por una relación de ambivalencia respecto
de lo indígena. Véase Piñeiro Iñigo (2006) y Stefanoni (2 010).
14 La opción militar se desplegó a través de la campaña del Desierto en la Patagonia
Norte, a partir de 1879, que aplastó la resistencia de los indios ranqueles y mapuches (La
Pampa, Río Negro y Neuquén) y la campaña al Chaco (1 8 8 4 ), que derrotó a los indios
tobas y mocovíes del Chaco austral y oriental, y aseguró el control de los márgenes del río
Bermejo. A esto se sumó la represión de rebeliones indígenas en la Puna y el efecto devas­
tador que la expansión de estancias ovejeras tuvieron sobre los selknam y yamanas en
Tierra del Fuego. Véase Gordillo y Hirsch, 2 0 1 0 ; y Tamagno; 2 0 0 9 .
15 Para el tema de la relación entre desierto e imaginario nacional, véase Rodríguez, 2011.
16 Ver https://agassaganup.wordpress.com/2013/10/11 /la-gente-letrada-fue-beneficiariade-quedarse-con-mano-de-obra-gratis.
17 El Estado argentino, de la mano del Ejército, inauguraba así el siniestro método de
la “apropiación”: separados violentamente de sus familias, mujeres y niños eran entregados
a familias blancas donde terminaban trabajando de por vida com o personal doméstico.
Aunque no hay continuidades lineales, esto nos lleva a reflexionar sobre la actualización de
ciertas metodologías siniestras de exterminio (la apropiación, en clave de memoria larga),
aplicadas primero sobre los indígenas y, un siglo después, sobre los hijos de desaparecidos
durante la última dictadura militar en la Argentina (1 9 7 6 -1 9 8 3 ).
18 Entre los autores que hemos utilizado para esta parte destacamos los textos de los
antropólogos Claudia Briones, M orita Carrasco, Gastón Gordillo, Diana Lenton, Silvana
Hirsch, M ónica Quijada, Rita Segato, Carlos M artínez Sarasola, Walter Delrío y Liliana
Tamagno, entre otros.
19 Com o dice uno de los fundadores del Colectivo Guías: “El Museo de La Plata
cumplió un rol fundamental al legitimar el genocidio de los Pueblos Originarios, el auto­
denominado ‘Proceso de Organización Nacional’, eufemísticamente llamada ‘Campaña al
Desierto’”. Su fundador, Francisco Pascasio M oreno, recorrió los territorios de los pueblos
originarios de la Patagonia recabando para el Estado información de interés militar y apro­
piándose de los restos humanos de las comunidades originarias de los lugares por los que
pasó. Bajo su dirección, el museo platense llegó a contar con más de 10 .0 0 0 restos óseos.
M uchos de estos restos humanos eran enviados a la institución por conocidos y allegados
de M oreno, com o Estanislao Zeballos y Ramón Lista, que los obtenían en sus expedicio­
nes militares en los territorios de la Patagonia y del Gran Chaco, ‘el Desierto verde’. Tam­
bién el propio Museo organizaba estas expediciones científicas en las cuales, al frente de
‘científicos’ europeos com o Spegazzini y Lehmann Nitsche, entre otros, se hacían grandes
colectas de cráneos y de otros restos humanos, en numerosos casos, de personas a quienes
conocían vivas y que luego de ser asesinados a manos de la policía, el ejército o de los mis­

M aristella Svam pa —————————————————————————-

121

mos expedicionarios, pasaban a formar parte de las colecciones del museo. En nuestro
trabajo con este material de las colecciones hemos encontrado evidencia de la causa de
muerte de estas personas, en su mayoría víctimas de la violencia ejercida con las armas, ya
sean machetes, sables, pistolas o fusiles”. (Colectivo Guías, 2 0 1 2 ). Incluso sucedía que al­
gunos de estos indígenas trabajaron com o peones de limpieza en el mismo museo, y cuan­
do morían, sus cuerpos eran enviados a la Facultad de M edicina para que les sacasen el
cerebro, el pelo, los huesos y luego los restos volvían al museo, com o piezas de exhibición.
“En el Museo, los prisioneros de guerra se transformaban en prisioneros de la ciencia” ( op.

rit.). La campaña de restitución de los restos de indígenas a sus comunidades de origen
arrancó en 1998, con la restitución del cacique Inakayal, pero el museo siguió exhibiendo
restos humanos hasta 2 0 0 6 , cuando se ordena que éstos sean retirados.
20 “El que tiene la cámara tiene el poder y cuando uno obtura el diafragma está ejer­
ciendo un poder sobre la otra persona”, afirma la historiadora Mariana Giordano, quien
publicara un libro en el cual estudia las fotografías tomadas a los pueblos indígenas en la
Argentina, diseminadas en diferentes museos y casas de estudios de nuestro país y Europa.
21 D e hecho, recordemos que Bolivia pierde la salida al mar, mientras que Perú se verá
privada del Sur, una parte de la provincia de Arica.
22 La tesis culturalista sería desarrollada en Alemania; contrapuesta a la noción fran­
cesa de civilización, más asociada a la idea de progreso material y el proceso de suavización
ile las costumbres (véase Elias, 1989).
23 Retomamos la minuciosa reconstrucción que de este debate realizó F. Martínez,
¿ 0 10. Martínez destaca además que luego de analizar y conocer in si tu los modelos alemán
V francés, la misión boliviana concluyó que la educación integral era aquélla que proponía
Suecia, a través de la gimnasia, a la cual se propuso importar para regenerar al indio física
V mentalmente.
24 Tamayo califica al cholo de ocioso: “un logrero, un arribista, del cual debiéramos
i ii idarnos”. Llega incluso a hablar de “un parasitismo de clase”. Por otro lado, el contraste
rinrc indio y cholo era visible también en su relación con el Estado: contrariamente al
i linio, siempre utilitario o instrumental; el aymara analfabeto, hacía todo por el Estado sin
ipcibir nada a cambio (Martínez, 2 0 1 0 : 2 6 1 ). El cholo aparece encarnando de todos los
males de la educación, antes que sus logros (Sanjinés, 2 0 0 5 : 55). Por añadidura, mientras
d indio requeriría una pedagogía del amor y de la paciencia, el cholo exigiría toda una
pedagogía de la disciplina.
Véase la referencia más adelante.
26

En el Perú, este primer indigenismo tuvo un cierto correlato político en las prime-

hi* décadas del siglo X X , cuando debido tanto las movilizaciones indígenas com o al discur­
r í indigenista -s e verá más adelante el indigenismo social- la dictadura de Leguía (1 9 1 9 l’MO) sancionó una serie de medidas políticas que apuntaron al “problema indígena”: se
in onoció la existencia de comunidades indígenas; se crearon una serie de instituciones,
•iimn la Sección de Asuntos Indígenas, el Patronato de la Raza Indígena; se estableció in­
di iso el Día del Indio, el D ía de Cuzco. El propio presidente Leguía se hizo llamar Apu
< apac, que quiere decir Apus, que es com o llaman los campesinos indígenas a los dioses
mirlares encarnados en las espíritus de las montañas nevadas (Pajuelo, 200 7 : 98).

122

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latinoamericanos

27 La voluntad explícita por fabricar este mito fundador -entrem ezclado con un ci­
nismo por momentos sorprendente en sus referencias al gau cho- aparece cristalizada en la
figura del gaucho “cantor”. A diferencia del indígena que “es incapaz de toda civilización”,
el gaucho es el verdadero héroe y civilizador de la Pampa (Lugones, 1980: 36). Pero la fi­
gura que se rescata, más que gaucho de tumulto, de montoneras y rebeliones, es un gaucho
que ya no existe, suerte de solitario cantor que derrotado se hunde y se pierde anónima­
mente en el paisaje de la Pampa. He abordado el tema en Svampa, 1994.
28 Eurindia influyó más en el mundo del arte que en el mundo de las ideas.
29 Com o otros intelectuales de la época, Prada critica a los mestizos, a los cholos,
aquéllos que renuncian a su propia clase y se vuelven parte de la estructura de poder. En su
opinión, éstos suelen convertirse en los más déspotas, crueles y salvajes con respecto a su
propia raza. El verdadero tirano de la masa, el que se va a dirigir a los indios para esquil­
marlos, es el descastado, comprendiéndose en esa palabra tanto al cholo de la sierra como
al mestizo, el mulato y el zambo de la costa. O sea que no escapa a las generales de la ley.
Sin embargo, también advierte sobre la realidad del mestizaje, cuando habla sobre “la
promiscuidad de razas y colores”, a tal punto que nadie merecería el calificativo de blanco
puro, “aunque lleve ojos azules y rubio el cabello”.
30 Prada, 1989, 220-221. Esta idea del protagonismo indígena como clave de la solución
aparece también en otro reconocido intelectual, Luis Valcárcel, de origen cuzqueño, ya citado.
En su influyente texto La tempestad de Los Andes, de 1927, Valcárcel establece la asociación
entre andinismo y agrarismo, y la purificación por el trabajo de la tierra. En esta variante telii
rica, “el indio es la raza fuerte, rejuvenecida por el contacto con la tierra, que reclama su derecho
de acción”. El indigenismo o incaísmo de Valcárcel se insertaba en la puja político regional que
Cuzco mantenía con la hispanizante y centralizadora ciudad de Lima. En esa línea se proponía
el renacimiento espiritual de la raza inca, considerada como una raza de agricultores, por lo cual
antes que reformados por la vía de la educación debían ser mantenidos y recuperados en su
entorno natural. Así, a diferencia de González Prada y luegp del propio Mariátegui, Valcárcel
propone la pureza racial como ideal nacional, al tiempo que postula la necesidad de un gran
líder, un mesías que vendría a guiar la acción emancipatoria de los indígenas: “La dictada ru
indígena necesita su Lenin” (citado en Osmar Gonzales, 2010: 443). La conciencia vendría di
afuera, del líder, concebido asimismo como el mesías, el salvador.
31 Personaje de leyenda, al que Mariátegui calificaría com o “D on Q uijote de la pulí
tica y la literatura latinoamericana” (Melgar Bao, 2 0 1 2 ), M arof fue autor de múltiplo
publicaciones y libelos, de intercambios epistolares con autores com o el propio Mari.hr
gui, de reseñas tan dispares que incluían desde Sandino a González Tuñón, de Deotlon
Roca hasta Miguel Ángel Asturias. Sus obras más destacadas sobre la cuestión indígena m>i

La justicia del inca, publicada en 1926 en Bélgica y La tragedia del Altiplano, escrita ri
Europa y publicado por la editorial Claridad en Buenos Aires en 1936.
32 Antes de ello, tal com o señala Melgar Bao: “El Partido Socialista de Bolivia hi/t
suya una demanda de M arof que tiene una clara connotación antiimperialista. Veamos I»
que propuso: ‘Nuestro partido tiene un lema que condensa todo su programa por el m*
tante: Tierras a l pueblo, minas a l Estado. La fuerza vital de la nación reside en las minas. Imi
la cuestión minera, o sea la nacionalización, es preciso ser más explícito. Siendo el s ii Iimh

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123

lo del Estado, en virtud de una ley constitucional, conviene que el Estado explote en su
beneficio todas las minas existentes’”. Vemos, sin embargo, que la cita habla de “pueblo” y
no de “indio” (Melgar Bao, 2 0 1 2 ).
33 He accedido a una antología del texto en el siguiente sitio: www.ensayistas.org/
antologia/XXA/marof/divisiones.htm [última consulta: 15/10/2015].
34 Asimismo, lejos de las críticas moralizantes de Tamayo o incluso del racialismo de
Arguedas, no arroja por la borda a los mestizos - a quienes no considera clase dominante,
aunque éstos pueden servir de “brazo” o instrumento de la clase dirigente.
35 E n estas revistas publicaría a casi todos los escritores enrolados en la literatura
indigenista, no sólo a los escritores peruanos, sino tam bién a los ecuatorianos y mexica­
nos. Casi la mitad de los escritos de Mariátegui están vinculados con la crítica literaria.
Asimismo, aunque poco viajó por el interior del Perú, debido a problemas de salud,
Mariátegui abrió el espacio a una gran cantidad de escritores y ensayistas de las provin­
cias que promovían la cuestión indígena, más allá de que estuviera de acuerdo o no con
las posiciones allí vertidas. La obra com pleta de M ariátegui se encuentra publicada por
Amauta, Lima.
36 Mariátegui expresaba una apertura intelectual propia de esa visión omnívora de la
cultura latinoamericana (la antropofagia), capaz de generar espacios de afinidad con la cultu­
ra europea - a la cual había conocido de cerca gracias a su viaje por Francia y, sobre todo,
Italia- y espacios de debate, de militancia y producción, pensados desde una clave nacional
y revolucionaria, a partir del análisis de la sociedad peruana efectivamente existente. Com o
podría haber dicho M artí, Mariátegui fue a la vez hijo de su pueblo y de su época.
37 Com o escribirá en un artículo de 1925, “la reivindicación del vanguardismo es la rei­
vindicación del indio”. “Nacionalismo y vanguardismo en la ideología política”, 2010: 187.
38 “No podemos, sin embargo, confundir esto con un simple encuentro entre indige­
nismo político con literatura indigenista. Por una pane, porque Mariátegui produjo una relormulación de indigenismo, y por otro, porque de esa aleación surgió un resultado mayor:
rl proyecto estético político que se construyó desde Amauta” (Beigel, 2 0 0 4 : 77-78).
39 Más adelante nos referimos a los congresos indigenales, en el marco del indigenismo
mtcgracionista.
40 Vale aclarar que Mariátegui utilizaría en reiteradas oportunidades el concepto de
tuza, en un sentido diverso al dado por los positivistas. En un interesante artículo sobre
” Haza, etnia y nación en Mariátegui”, Aníbal Q uijano sostiene que, com o es sabido, M ailtitcgui recusó la categoría de etnia para debatir el problema indígena en América Latina.
Probablemente esto tenía que ver con su asociación con el colonialismo, ya que en la
época el término era utilizado para marcar desigualdades en términos de inferioridad/suprnoridad. En cambio, no hizo reparos para utilizar el concepto de raza, que en algunos
medios europeos admitía una vecindad con la idea más general de civilización. Además, el
iéi mino raza todavía no había sido retomado com o bandera ideológica por el nazismo
U iuijano, 2 0 1 4 : 7 7 0 -7 7 1 ).
41 La línea enunciada por Flores Galindo, que subraya la existencia de un socialis­
mo práctico en las comunidades agrarias, ha sido indagada recientem ente por Miguel
Mu/./co, 2 0 1 3 .

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latinoamericanos

42 Flores Galindo: 50. Otra cuestión importante, que muestra el costado vitalista de M ariátegui, es el rol que adjudica al mito en el marco de un proceso revolucionario. El mito es la
utopía, lo que mueve al hombre a la historia. Sin ningún mito, la existencia del hombre no
tiene ningún sentido histórico: “Los pueblos capaces de victoria fueron los pueblos capaces de
un mito multitudinario” (2010: 182). Retomando a Sorel, a quien cita innumerables veces,
Mariátegui afirma que “El proletariado tiene un mito: la revolución social” (2010: 184).
43 Gran parte de los autores peruanos rescatan la polémica de Mariátegui con el aprismo, a través de Luis A. Sánchez, y la polémica con el Komitern. Aníbal Q uijano añade una
tercera (que, en rigor, desde su perspectiva sería la primera), la polémica con los ideólogos
del orden oligárquico imperialista, 2 0 1 4 : 395.
44 D e hecho, hay que aclarar que además de debate, había diálogo, pues Mariátegui
participó de la Universidad Popular M . González Prada y apoyó a Haya de la Torre, fun- ^
dador del APRA, con quien rompería políticamente poco antes de su muerte.
45 La posterior acusación de populista contra Mariátegui, en 1942, que saldría de las
usinas del Partido Com unista cubano, tampoco ayudaría a comprender la cuestión del
indígena y su relación con la cuestión nacional. Aricó desarrolla largamente el tema (1978).
Sobre esto volveré en el capítulo IV, sobre populismo.
46 Éste es el contexto en el cual se produciría el acercamiento entre Mariátegui y la In­
ternacional Comunista. Según Flores Galindo, aunque Mariátegui, en su permanencia en
Europa, asistió a la fundación del Partido Comunista de Italia y estableció amistad con mu­
chos intelectuales comunistas, como Barbusse y el grupo Clarté en Francia, nunca llegó a
establecer vinculación alguna con la Internacional. Por otro lado, el Perú quedó al margen del
movimiento de fundación de los diferentes partidos comunistas en América Latina.
47 Nota de los editores del texto. Citado en la versión compilada por Alimonda, Mariatégui 2 0 1 0 .
48 Por último, no era ajena a esta polémica la cuestión del “nombre”. Un año antes,
Mariátegui y sus amigos habían fundado el Partido Socialista del Perú. La III Internacional
asimilaba el sustantivo “socialista” con el epíteto de socialdemocracia reformista e incluso
de “traición” y exigía cambiar el nombre del Partido Socialista por el de Comunista.
49 Volveré sobre el tema en el capítulo sobre populismo.
50 Mariátegui, 1 9 7 2 b : 67.
51 Disponible en http://memoriapoliticademexico.org/Textos/6Revolucion/1940PCM.
html.
52 Además de otros antropólogos y arqueólogos, tales com o Moisés Sáenz, Gastón
Aguirre Beltrán y Alfonso Caso.
53 Vasconcelos estuvo a cargo de diferentes responsabilidades gubernamentales, sobre
todo en el área de educación, desde la rectoría de la U N A M pasando por la Secretaría tic
Educación Pública, entre 1921 y 1924. Vasconcelos inspiró también el famoso lema ins
cripto en el edificio principal de la universidad: “Por mi raza hablará el espíritu”.
54 Nos referimos al libro del uruguayo José Enrique Rodó, autor de ^4nW(1900), dondr
invertía la celebre metáfora shakesperiana, que había identificado Calibán (la barbarie) ton
América; criticaba asimismo a los Estados Unidos por su materialismo; e identificaba a Amé
rica Latina con un legado o tarea espiritualista (y elitista), muy asociada a los jóvenes.

M aristella Svam pa —————————————————————————-

125

55 Véase la versión completa de Forjando Patria, en pdf, en https://archive.org/details/forjandopatriaprOOgamiuoft.
56 “Desconocemos al indio; no sabemos cóm o piensa”. Esta realidad hace que la an­
tropología sea la disciplina m ejor plantada que permite acceder empíricamente al conoci­
miento del indígena, de sus verdaderas aspiraciones; despojada además de los prejuicios de
raza; la antropología podrá forjarse “-tem p o ralm en te- un alma indígena” (ibídem: 40).
57 En esa misma línea, Moisés Sáenz, otro de los representantes de esta corriente, sinte­
tiza dicho pensamiento a través de la consigna “civilizar es uniformizar”, mientras que G on­
zalo Aguirre Beltrán explicitará que “El fin del indigenismo mexicano no es el indígena, sino
el mexicano” (citado en Korsbaek, L., y Sánamo Rentería, M . A. (2007: 13). Por otro lado,
distintos autores señalan las diferentes fases o etapas del indigenismo (que no trataremos
aquí). Para el tema, véase Fernández Fernández (2006) y H . Díaz Polanco (2003).
58 Com o sostiene Kouri, la idea de unificar la lengua a través de la castellanización no
sólo iba en contra de los postulados de Boas, que era un gran defensor de la diversidad
lingüística, sino también de otros autores indigenistas, que se oponían a la política de la
unificación lingüística propugnada por Gam io. Aun así, gran parte del siglo X X mexicano
rsiuvo marcado por los lincamientos asentados por Gam io, y orientados a la integración
drl indígena a la sociedad nacional (o dominante) y su aculturación, a través de la acción
drl listado (Kouri, 2 0 1 0 : 4 3 0 -4 3 1 ).
V) El Primer Congreso Indigenista Interamericano debía realizarse en La Paz, pero
•Irhido a la situación de inestabilidad política de Bolivia éste tuvo lugar en Pazcuaro.
11 .i |

í,(l El discurso completo de Lázaro Cárdenas se encuentra disponible en www.memo>1iticademexico.org/Textos/6Revolucion/1940P C M .h tm l.

< ’1 No por casualidad, varias reconstrucciones históricas que analizan los com ponenn s y momentos más radicales de dichos procesos nos hablan de la “revolución interrumpi­
da" (Adolfo Gilly, 1971, en su célebre libro sobre el tema, para referirse a la derrota de los
im

mres zapatistas en M éxico); de “poder dual”, según Rene Zavaleta, refiriéndose a la

•lapa ilc cogobierno entre la Central Obrera Boliviana (C O B ) y el M N R , en Bolivia; o
bim apelan a la denominación de “revolución inconclusa” -c o m o titula su conocido libro,
también sobre la experiencia del M N R en Bolivia, el académico norteamericano James
M.illoy (2 0 0 3 )-.
Mientras el artículo 23 daba cuenta de los trabajadores asalariados y sus derechos;
•I *ii i íi ulo 27 postulaba, por un lado, que el petróleo (el suelo y el subsuelo) eran propie­
dad Je la nación; por otro lado, la tierra expropiada sería restituida a las comunidades.
I »i* Im de otro modo: los derechos laborales para los trabajadores, el petróleo para la naitm. las tierras para los campesinos. Gilly, op. cit.
Sólo entre 1936 y 1937 se repartió casi el 5 0 % del total del período (Ahúja Ruitz
Mi* bel, 1994: 3 1 0 -3 1 7 ). En 1930, existían 13.4 4 4 hacendados que concentraban el
" \ l“ii de la tierra, mientras que 6 0 .0 0 0 peqúeños y medianos propietarios usufructuaban
11»mh Al final de su mandato presidencial, Cárdenas había entregado 1 7 .8 9 .5 7 7 hectáreas
t I l s S7 campesinos (ibídem).
I'Ihmi

En México, el ejido es una propiedad rural de uso colectivo, lo cual supone la excooperativa de la tierra.

ióii

126

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latinoamericanos

65 En el proceso revolucionario boliviano influyeron notoriam ente las masas campe­
sinas provenientes del Valle de Cochabamba, región en la cual se habían registrado impor­
tantes procesos de mestizaje, en sectores quechua-hablantes. “A pesar de todo, el término
indio prevaleció en los valles hasta 1952 para referirse al estam ento campesino de la re­
gión” (Pearse: 3 4 4 ). Por otro lado, Gotkowitz, en un libro titulado sugestivamente La re­

volución antes de la revolución, señala que no pocos estudios históricos minimizan el papel
de las comunidades rurales en el origen de la revolución. Sin embargo, hay una larga his­
toria de movilizaciones campesinas, a lo que hay que agregar la participación de los indí­
genas campesinos en la precaria alianza entre Villarroel y el M N R . Esta participación
tendría mayor fuerza a partir de 1952. “Bolivia es el único país latinoamericano donde el
partido revolucionario detentó el peder antes de que triunfara la revolución. La profunda
sublevación política -ru ral y urbana- fue constante durante un período de varias décadas
y esta sublevación fue alimentada aun más por el breve cogobierno del M N R con Villa­
rroel. [..] Cuando la revolución urbana del M N R triunfó en 1952, otra revolución -u n a
revolución ru ral- ya estaba en marcha. Esa revolución dejó una marca perdurable en los
alcances y significados de 1 9 5 2 ” (2011: 2 57).
66 Este giro reaccionario se coníumó bajo el mando del general René Barrientos (19651969). En este período fue asesinado el Che Guevara (octubre de 1967). Es interesante ob­
servar que en las anotaciones del Che Guevara no había indígenas, sino “campesinos”.
67 En 1950, el 6 % de los hacendados del país poseía el 9 2 % de toda la tierra cultiva­
ble. A su vez, el 6 0 % de los propietarios poseían un 0 ,2 % de las tierras. D e un total de 36
millones de hectáreas cultivables, lueron reasignadas 8 millones entre 1954 y 1968 (G o­
tkowitz, 2 0 1 1 : 3 61).
68 El trabajo de Nicolás y Quiibert ya citado realiza una reconstrucción detallada sobre
el tema del lugar de Tiwanaku como fuente original de la nacionalidad, a partir de 1930.
69 En esta línea, Stefanoni rejeata un filme de 1955, cuyo título es Un poquito de di
versificación económica^ que cuenta la historia de una migrante colla que llega a Santa Cru/
de la Sierra por una ruta recién construida, y escribe a un ex compañero de mina. Aparecen
así gran parte de los elementos déla integración del país: la integración física, la diversifi
cación económica. La colla se casa finalmente con un camba y tienen un hijo camba-colla,
que sintetiza a todas luces el proceso de mestizaje (Stefanoni, 2 0 1 0 ).
70 El movimiento Aprista nació en los años 2 0 , bajo el impulso de Haya de la Torre,
caracterizado por una ideología racionalista, antiimperialista, con la aspiración de conver
tirse en un frente único continental que uniría a los pueblos indoamericanos en su lucha
contra el imperialismo americano. El A PRA fue el partido de las clases medias provincia
ñas, más tarde urbanas, y de ciertos sectores oligárquicos amenazados por la penetración
del capital extranjero, siendo débil su inserción entre las clases trabajadoras. Esta base so
cial permite comprender las grandes líneas de la matriz interpretativa de la realidad pcm.i
na propuesta por Haya de la Torre: una sociedad dualista, la necesidad de una burguesía
nacional, el papel que debe asumir el Estado, el antiimperialismo, el mestizaje, el relativis
mo histórico (M artuccelli y Svampa, 1998).
71 Además de la reforma agraria, el gobierno apuntó a una reelaboración de la presen
cia del capital extranjero dentro de la economía peruana, clarificando las nuevas condicin

M aristella Svam pa -----------------------------------------------------------------------------

127

nes de inversión, y llevó a cabo la nacionalización de la banca, en especial, la Ley General
de Industrias, que implicaba la progresiva participación efectiva de los trabajadores en el
capital de la empresa.
72 A su vez, las federaciones campesinas, que acataban los principios marxistas, afir­
maban la subordinación de los campesinos (indios) al proletariado (mestizo) de la ciudad
(De la Cadena, 2 0 0 4 : 2 0 9 -2 1 1 ). En 1946 (el mismo año en que se creaba el Instituto In­
dígena Peruano) nacía la Confederación Campesina del Perú, bajo la égida del Partido
Comunista. La demanda de los sindicatos campesinos tendió a rebasar la agenda liberal y,
aún antes de la reforma agraria de los años 6 0 , produjo una avalancha de toma de tierras
con rebultados exitosos (al menos en la zona de Cuzco, por lo que refiere D e la Cadena).
Así, en lugar de “proyectos de desarrollo”, el Primer Congreso O brero Departamental (de
Cuzco), realizado en 1950, demandó que los latifundios no cultivados fueran distribuidos
entre la población campesina.
73 Este proceso de racialización de los sectores subalternos de origen nativo ya había
sucedido bajo el gobierno de Irigoyen. Sin embargo, sería sin duda con el peronismo que
udquiriría una magnitud sin precedentes. Analicé estos temas en el libro E l dilem a argenti­

no: Civilización o Barbarie, de 1994. Una lectura que apunta a la racialización de los sec­
tores subalternos com o punto de partida de constitución de las clases medias argentinas
puede verse en Adamovsky, 2 0 0 9 .
74 Luego del golpe de Estado de 1955, con la derogación posterior de la Constitución
peronista, dicho inciso fue incluido nuevamente.
75 Para un relato detallado de lo sucedido, véase el libro de M arcelo Valko, Los indios

invisibles del Malón de la Paz, 2 0 1 3 .
76 Según el antropólogo Carlos M artínez Sarasola, hacia 1949 el peronismo habría
iniciado una política de entrega de tierras, mediante decretos de expropiación, que benefi­
ció a comunidades indígenas en Jujuy y se hicieron efectivas en 1952 (2 011: 5 8 7 -5 8 8 ).
77 D icha masacre superó en numero de muertos a aquélla de 1924, la de Napalpí, en
lu provincia del Chaco, donde fueron asesinados doscientos aborígenes de las comunidades
l)o m y M ocoví por la policía y por estancieros armados.
78 Dice el historiador Marcelo Valko: “En octubre de 1947, grupos de indios vecinos de
los kollas, que oficiaban como mano de obra barata, por no decir gratuita, en ingenios de
Ittjuy y Salta, intentaron salir de la invisibilidad en busca de la anhelada Justicia Social. Sin
embargo, el desenlace histórico fue muy distinto. La supuesta escaramuza con algunas muer­
tes en realidad encubría un etnocidio de proporciones con visos de solución final y que se
i onoce como la matanza de Rincón Bomba. Desde el año 2 0 0 5 equipos de antropología
Intense se encuentran trabajando en la recuperación de cadáveres de las fosas comunes des»ttbiertas, en lo que aparenta ser la mayor matanza de indios del siglo X X en la Argentina,
esta vez a manos de la Gendarmería. Es necesario puntualizar que el gobierno nacional no
propició la masacre; muy por el contrario, trató de aquietarlos enviando tres vagones con
i o mes ti bles. Sin embargo, debido a una demora deliberada en la entrega, en la que aparen­
temente tuvo que ver justamente el delegado provincial de la Dirección Nacional del Abori­
gen, los vagones permanecieron estacionados a la intemperie durante 10 días. Dos de ellos
Ittcron Vaciados y sólo uno llegó completo a Las Lomitas, pero con su cargamento en mal

128

D ebates

latinoamericanos

estado. Pese a lo peligroso de su ingesta, igualmente fue distribuido entre los indios. Al día
siguiente cientos de indígenas sufrieron una intoxicación masiva y muchos agonizaron sin
ningún tipo de asistencia. Varias decenas murieron. Los ánimos se caldearon aun más y la
situación se agravó. Los indios fueron cercados y por motivos que la justicia deberá investigar,
fueron asesinados. Una vez desatada la masacre, se persiguió a los sobrevivientes para que no
hubiese testigos. Las cifras de muertos oscilan entre 4 00 y 800 hombres, mujeres y niños, por
lo cual la Federación Pilagá interpuso en junio de 2005 en el Juzgado Federal n.° 1 de Formosa una denuncia por crímenes de lesa humanidad” (Valko, 2013). Finalmente, la masacre
fue reconocida por la Justicia como crimen de lesa humanidad en octubre de 2015. Dispo­
nible en http://agencia.farco.org.ar/noticias/la-justicia-confirmo-que-la-masacre-de-rinconbomba-fue-un-crimen-de-lssa-humanidad.
79 Agradezco a Juan Carlos Torre el haberme puesto al corriente de este increíble
episodio. La Evita de Vinillo fue rescatada de los sótanos de la Embajada argentina de
París y adquirida por Guido Di Telia, en los 90, cuando éste era funcionario del gobierno
de Carlos Menem. La escultura hoy se encuentra en el ingreso de la biblioteca de la Uni­
versidad Di Telia, donde los estudiantes suelen tocar una de sus partes, com o cábala, antej
de los exámenes. En 2014, la Evita de Vi tullo fue expuesta en la muestra La hora america­

na 1910-1950\en el Museo Nacional de Bellas Artes, una exposición que se proponía
reivindicar “un pasado artístico expresamente silenciado o menospreciado durante dema­
siado tiempo”. Pese a ello, en el marco de la muestra no hubo referencias al desencuentro
entre peronismo y representación indígena. De hecho, com o tuve oportunidad de consta­
tar durante mi visita, los guías de la exposición desconocían incluso la historia de la escul
tura. Indagando sobre este desgraciado episodio, encontré algunos pocos textos, entre ellos
el del periodista O . Barone, publicado en la revista Crisis, n.° 2, en junio de 1973 (dispo
nible en pdf). Una actualización de lo sucedido posteriormente se encuentra en un breve
texto (separata) de la Fundación Proa, donde se realizó una exposición del escultor en
1997: www.proa.org/exhibiciones/pasadas/vitullo/critica.html. Buscando información me
encontré también con un breve artículo en el diario Tiempo Argentino, firmado por la pe
riodista María Sucarrat quien acusaba a la oligarquía de haber censurado la Evita Indígr
na: “Eran tiempos difíciles. La oligarquía estaba ofendida con Eva y fu e sólo por esa razón (jar

la obra Jue inmediatamente censurada” (2 012): tiempo.infonews.com/nota/128741 /la-dr
sesostris-vitullo-una-evita-censurada. Nada más falso que ello, pues fue el propio perónin
mo el que censuró la obra.
80 En paralelo al silenciamiento de la cuestión indígena, también hubo en la Argcnti
na una invisibilización de la cuestión campesina. Barbeta, Domínguez y Sabatino (2014)
consideran que esto se debe a que “la subordinación de las economías regionales a un rir
sarrollo nacional centrado en la región pampeana supuso tanto la exclusión de regióme
productivas como el silenciamiento y arrinconamiento de una heterogeneidad de sujrlnt
sociales agrarios (campesinos, pequeños productores, trabajadores rurales, etcétera)”, h»
cierto es que en el lenguaje de la época había chacareros o colonos, esto es, pequeños pro
pietarios o arrendatarios de tierras. Será recién a fines de los años 80, con la emergeni’iu «I#
los primeros movimientos rurales, autodenominados campesinos, com o el Movimirmu
Campesino de Santiago del Estero (Mocase), que se procederá a una resignificación pn*l

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129

tiva misma del término. Hasta bien entrados los años 80, poco se hablaba de campesinos;
antes bien existían “luchas agrarias”.
81 Para un detalle sobre el primer censo indígena, véase Martínez Sarasola, 2 0 1 1 :6 0 7 -6 1 1 .
82 Aunque José Bengoa sitúa la primera emergencia indígena en la década de 1980 y
su momento estelar en los años 90 (2 0 0 9 ), ya en los años 70 asistimos a un giro radical
respecto del modo en que será pensado lo indígena.
83 O tro de los textos que hizo historia fue el de Stavenhagen, Siete tesis equivocadas

sobre América Latina, publicado en 1965. Asimismo, 1965 fue tam bién el año en que
Pablo González Casanova publicó su libro La democracia en M éxico, donde sostuvo la
icsis de que en el interior de ese país se daban relaciones de tipo colonial. Acostum bra­
dos a pensar el colonialism o com o un fenóm eno nacional, sostiene el autor mexicano,
no hemos pensado nuestro propio colonialismo (2011 [1 9 6 3 ]: 104). El oscurecim iento
ile este fenóm eno se debe tam bién a que el colonialism o internacional y el interno pre­
sentan rasgos más agudos lejos de las m etrópolis, en las regiones más marginales. Así,
mientras se vive en las metrópolis sin prejuicios colonialistas e incluso bajo formas de­
mocráticas de vida, en las colonias ocurre todo lo contrario; todo es prejuicio, discrim i­
nación, formas dictatoriales, sujeción económ ica colonial y el alineam iento de una po­
blación dom inante con una raza y una cultura, y de otra población dominada, con otra
raza y otra cultura.
84 En ese marco, durante los 80, la presencia de la Iglesia en América Latina era de
unos 16 0 .0 0 0 misioneros en activo; de ellos, casi el 4 7 % eran extranjeros y se concentra­
ban mayoritariamente en zonas indígenas (Cabra, citado en M artí i Puig, 2 0 0 4 : 20).
85 Así, una vez acordada la eyección - a l menos fo rm al- del concepto de raza, ingre­
saría la categoría de etnicidad, la cual carece del prontuario de su antecesora y tiene la
particularidad de colocar el acento en las prácticas culturales y perspectivas que distinguen
a una determinada comunidad de personas: lengua, historia, ascendencia-real o imagina­
da, religión, imaginarios, formas de vestirse o adornarse (Giddens, 2 0 0 0 : 2 7 7 -3 1 5 )-.
Mientras que las diferencias étnicas son aprendidas y trasmitidas culturalmente, y se las
( nncibe dinámicamente, la raza enfatiza las variaciones físicas o fenotípicas que las com u­
nidades o sociedades consideran socialmente significativas.
86 Según Stavenhagen (2 0 0 1 ), se pueden distinguir dos escuelas principales en cuanm al significado de la etnicidad. Una, los primordialistas, que sostienen que la etnicidad es
un vínculo primordial entre comunidad y cultura, anterior a los Estados-nación y los sisirmas de clase, y que los trasciende. En esa línea, “la identidad étnica es una característica
permanente de la vida del grupo, que puede ser reprimida a veces y permanecer en estado
l»uen te. El objetivo y función de los movimientos étnicos consiste en ‘despertar’ una etnia

y suscitar una conciencia colectiva en tom o a la misma y parafraseando a Marx, en translui mar a la ‘etnia en sí’ en una ‘etnia para sí’. Muchas etnias -co n tin ú a Stavenhagen- esta­
llan de acuerdo con este enfoque. Los vasdos, los tamiles, los kurdos y muchos otros sosir luirían sin lugar a dudas que su identidad étnica existía antes de que se produjeran los
i un (fictos actuales en que se ven envueltos”. Los “instrumentalistas”, por su parte, tienden
a considerar que la etnicidad es un arma política, que puede crearse, consolidarse, utilizarm\

manipularse o descartarse, en función de las conveniencias políticas. La identidad étni­

130

D ebates

latinoamericanos

ca es sólo una de las muchas opciones que una colectividad dada puede utilizar en benefi­
cio propio; se trata de una cuestión de “elección racional”.
87 Fragmento del Manifiesto del Movimiento Indio Tupak Katari: MITKA* reproduci­
do íntegramente en Rodríguez y Várese, 1981.
88 Varios de estos manifiestos, documentos y conclusiones de diferentes congresos
nacionales y continentales llevados a cabo en la década del 7 0 han sido recogidos por N e­
mesio Rodríguez y Stefano Várese en dos volúmenes -Elpensam iento indígena contemporá­

neo en América Latina (1981a) y Experiencias organizativas indígenas en América Latina
(1 9 8 1 b )- que incluyen países com o Argentina, Bolivia, Colom bia, Chile, Ecuador, Gua­
temala, Perú y Venezuela.
89 La lista com pleta de firmantes es la siguiente: Miguel Alberto Bartolomé, Nelly
Arevelo de Jim énez, Guillermo Bonfil Batalla, Esteban Em ilio Mosonyi, V íctor Daniel
Bonilla, Darcy Ribeiro, Gonzalo Castillo Cárdenas, Pedro Agostinho da Silva, Miguel
Chase-Sardi, Scott S. Robinson, Silvio Coelho dos Santos, Stefano Várese, Carlos Moreira
Neto, Georg Grünberg. El texto se encuentra disponible en línea en www.servindi.org/
pdf/D ec_Barbad os_l.pdf. Véanse asimismo los documentos de la segunda reunión de
Barbados, compilados en el libro Indianidady descolonización en América Latina* 1979.
90 En esa misma línea: Bonfil, junto a Arturo y Margarita Warmas había publicado
un año antes, en 1 9 7 0 , un texto crítico, De eso que llaman antropología mexicana* y, poste­
riormente, en 1 9 8 7 , Méxict profundo: una civilización negada.
91 Roberto C hoque sostiene que el manifiesto “fue suscripto por un grupo de organi­
zaciones culturales indígenas, fundamentalmente aymaras de La Paz, com o el Centro de
Coordinación y Promoción Campesina M ink’a, Centro Campesino Túpac Katari, Asocia­
ción de Estudiantes Campesinos de Bolivia, Asociación Nacional de Profesores Campesi­
nos, que en con jun to analizan el impacto del proceso político de 1952 en la intelectuali­
dad indígena, cuestionando el sistema político, económico, cultural y educativo vigente en
esa época”. Disponible en www.revistasbolivianas.org.bo/pdf/fdc/v4nl l/a04.pdf.
92 En esta línea, García Linera desarrolla la categoría de “capital étnico” para analizar la
articulación entre clase soc.al y raza en el marco de la sociedad boliviana. Para un desarrollo
del concepto, véase Garete Linera, 2007. Para una aproximación a la obra sociológica del
autor, véase La potencia plíbeya* que recoge sus libros y artículos más importantes (2008).
93 Según Poupeau, estas dos vertientes tenían una lectura opuesta sobre cuestione?»
com o la alianza con la izquierda, la separación entre indios y criollos y la aceptación del
Estado nacionalista come escenario de acción política del movimiento campesino (Pon*
peau, 2 0 1 4 : 50).
94 Recordemos que Felipe Quiste, García Linera y Gutiérrez fueron arrestados y encar
celados en 1992, por siete años. A la salida de la cárcel, Quispe, quien era ya muy conocido,
se convertirá en uno de los más notorios líderes de la C S U T C B , protagonizando varios le­
vantamientos comunarioí en el altiplano y compitiendo, más adelante, en términos de lide
razgo, con el entonces dirigente cocalero Evo Morales. Quispe representaba sin duda el in­
dianismo radical -e n s í versión aymara, con connotaciones clasistas, pero también
separatistas-, que lo tornaban refractario para la visión de las clases medias urbanas. Sin
embargo, pese a su eclipsa, como hemos tenido oportunidad de constatar, la impronta de *u

M aristella Svam pa ----------------------------------------------------------------------------

131

liderazgo seguía estando muy presente entre los jóvenes de origen aymara de El Alto (Svam­
pa, 2011). Por su parte, A. García Linera y R. Gutiérrez, ambos matemáticos y sociólogos,
lórmarán el grupo de intelectuales Comuna* junto con otros notorios intelectuales como Luis
Tapia, Raúl Prada y Oscar Vega. El grupo Com una tendrá un rol relevante en la época, a
partir del año 2 0 0 0 (año de la llamada “Guerra del Agua”), en la medida en que articulará la
reflexión político-sociológica con el acompañamiento de las luchas sociales. Gutiérrez, quien
tuvo un rol fundamental en el grupo, regresará a su M éxico natal hacia 200 2 . Comuna sufri­
rá grandes cambios y perderá influencia luego del ascenso de Evo Morales al gobierno, que
llevará en la fórmula presidencial como vicepresidente a García Linera. Aunque siempre fue
un grupo heterogéneo en términos de ideas y estilos políticos, el ingreso de García Linera a
lu política, la entrada y salida del gobierno de alguno de sus intelectuales más conocidos
(u)ino Prada), en fin, las divergencias desatadas en tom o a la caracterización del gobierno del
MAS (Movimiento al Socialismo) conllevaron su disolución. Para una lectura sobre la relai iún entre intelectuales y política en Bolivia, véase Fornillo, 2010.
95

García Linera sostiene también que el katarismo conoce diferentes momentos (la

Use formativa, la de cooptación estatal, la de su conversión en estrategia de poder).
% “El cholaje blanco mestizo es el puñadito’, la minoría étnica; y sin embargo, es el
opresor de la mayoría. Pero esta injusticia no durará toda la vida. El indio ha despertado;
lim e la mirada fija en el poder”. (Reinagas, 1970: 117). Reinagas tiene una visión vitalista
«obre el indígena, que lo acerca al discurso de lo autóctono, incluso en su odio al mestiza­
je. No en vano retoma en varias oportunidades al peruano Luis Valcárcel. Para una aproxi­
mación a la obra de Reinagas, ver Gustavo Cruz (2012).
97 Para esta reconstrucción seguimos los trabajos de Anaya (20 0 7 ), Stavenhagen
I ,M)06 y 2 0 07) y González (2 010).
,,KSería precisamente al inicio del tercer milenio que la Corte Interamericana de Derechos
I limíanos de la OEA, por primera vez en su historia de veinte años, trataría un caso referido a
lu violación de los derechos colectivos de una comunidad indígena (Hale, 2002: 297).
Véase el Capítulo 3, donde abordaré las diferentes teorías de la globalización y su
diálogo con la teoría de la dependencia.
100 La cuestión sobre el multiculturalismo reaviva el debate entre la perspectiva univHttilista y la perspectiva particularista (o culturalista), que durante el siglo X V III y X IX
ilnniun, por un lado, los filósofos racionalistas franceses, defensores de la perspectiva univh «alista

de la “civilización”, y, por otro lado, la tradición alemana, representada por el

lihioi icismo romántico (Herder, entre otros), vinculada al enfoque particularista, que rei*■lmi na el particularismo de la “cultura”. No hay que olvidar que la construcción de los
I «lados nacionales durante el siglo X I X se hizo en el m arco de una concepción hom onmri/ante (una nación, una lengua, una cultura). Esta concepción m onocultural se
* lo nuevam ente- contestada a fines del siglo X X por aquellas visiones particularistas
•|m la diversidad sociocultural, esto es, una visión cultural (antes que política) de la na■ion Para el tema sobre la oposición entre cultura y civilización, véase Elias, 1989; para
mía Irruirá en clave latinoamericana, Díaz Polanco (2006a).
1111 “1.a complicidad, por un lado, de etnicidades congeladas por una política de identil ulni globalizada y afín al neoliberalismo y, por el otro, el universalismo inherente al Estado

132

D ebates

latinoamericanos

moderno, impiden que las tramas históricas particulares urdan creativamente el ‘tiempo he­
terogéneo’ y rico de la nación” (Segato, 1998). Al respecto, también Martuccelli sostiene que
“en la raíz de este proceso se encuentra pues el tránsito del valor-homogeneidad al valor-di­
ferencia. Una ecuación que difiere de aquella más clásica, que opuso la versión del pueblocontrato (universalista), al pueblo-genio (el v oíky e 1 diferencialismo)” (2008: 56).
102 En una línea semejante reflexionábamos respecto de la compleja relación, durante
los 90, entre políticas sociales, vistas como dispositivos de gubernamentalidad (compensa­
ción y control) promovidos por las recetas del B M y el F M I, y movimientos sociales, en la
Argentina, que buscaban apoderarse de esos recursos, en una lógica de empoderamiento
que recusaba el sistema dominante (Svampa, 2 0 0 5 y 2 0 0 6 ).
103 En efecto, Evo Morales llegó al Parlamento, en 1997, gracias a esta figura, electo
en la circunscripción del Chapare, de mayoría cocalera.
104 Para aproximarse al tema del surgimiento y evolución del M A S, véase Hervé D o
Alto (2007) y Stefanoni y D o Alto (2009).
105 Retomamos de X. Albó estos dos estereotipos construidos por la élite (2 008).
106 Para Araceli Burguette Cal y Mayor (20 1 0 ), el paradigma multiculturalista nace
precisamente para contrarrestar la acción del paradigma autonómico.
107 En su trabajo sobre “Los miskitos y la autonomía regional”, J. Jenkins, que fue miem­
bro del gobierno sandinista, subraya el aporte de ciertos intelectuales latinoamericanos en la
nueva percepción de la dimensión étnico-nacional, como los mexicanos H. Díaz Polanco, G.
López y Rivas y el argentino Carlos Vilas, así como de nicaragüenses, como M . Ortega, G.
Guardián, O . Núñez y otros, “que proporcionaron una discusión ordenada y metodológicamente

correcta de la problemática, lo mismo que el apoyo brindado por el Centro de Investigaciones y
Documentación de la Costa Adántica (CID CA ) y del Centro de Investigaciones de la Reforma
Agraria (CIERA) a este esfuerzo de trascendental importancia para la vida nacional”. Jenkins
agregaba: “La nueva percepción de la dimensión étnico-nacional despejó muchos interrogantes
explicando el origen de los desaciertos y la falta de una estrategia y política coherentes para dar
respuesta a la evolución violenta y desenfrenada de los acontecimientos. Se reconoció implíci
tamente la justeza del derecho de ser indígena y de seguirlo siendo al recrear las condiciones qur
posibilitaran el mantenimiento y el desarrollo de la propia identidad; se desmitificó la imagen
idílica de una sociedad indígena sin contradicciones, antagonismos y lucha de clases en el mar
co de la sociedad global; se comprendió la existencia de las rivalidades interétnicas y sus espcci
ficidades diferenciales y, en fin, se aclaró la importancia del modo de articulación de cada grupi»
a la sociedad nacional por un lado, y en el caso de los miskitos a los valores de la sociedad noi
teamericana y de la Iglesia Morava, por el otro. Todo ello motivó un fructífero diálogo alrededi u
de los aspeaos teóricos relacionados con los varios modelos analíticos para comprender a Inn
grupos étnicos, étnico-nacionales, y campesinos, a la par que se clarificó el papel socio-polítiu»
de las etnias como parte de la vida nacional en la que están insertos (y de la que forman parn
indisoluble) y su vinculación con la lucha general de clases de la sociedad de la que no cstdn
exentos” (Jenkins, 1989).
108 C ID O B , por su denominación original: Confederación Indígena del Oriente Itn
liviano. La C ID O B nace en 1982, con el apoyo de organizaciones no gubernamentales s
varios antropólogos, con el objetivo de defender sus tierras.

M aristella Svampa

133

109 Véase los trabajos de la geografía crítica brasileña, entre ellos los ya citados M a c a ­
no Fernandes, M ilton Santos y Carlos Porto Gon£alves.
110 Com o sostiene el ecuatoriano Pablo Dávalos, “Emerge, asimismo, con mucha
fuerza, un debate sobre la presencia de lo indígena, dentro de la misma matriz de la m o­
dernidad: ¿qué significa la presencia de lo indígena, o de los indios, en el campo del dere­
cho? D e esa pregunta va a nacer una rica discusión sobre la pluralidad jurídica, el derecho
consuetudinario, el derecho indígena, los derechos colectivos com o parte de los derechos
de la tercera generación, etcétera. Pero esa misma pregunta llevada a sus últimas conse­
cuencias indica una reformulación del mismo Estado: ¿qué contenidos debe asumir el
listado ante la demanda de soberanía de los pueblos y las naciones indígenas? ¿Cómo
procesar la noción de autonom ía y libre determinación dentro del esquema del Estadonación burgués? La sola formulación de que el Estado-nación ha fracasado en su intento
»lc constituir sociedades homogéneas indica un debate cuyas consecuencias son profundas
V en el cual los movimientos indígenas tienen una voz prioritaria. Transformar a un Estado
excluyeme, autoritario, violento, en un Estado pluralista, tolerante, participativo, demoi nit ico en sus procedimientos y en sus instituciones, es una de las tareas históricas que el
movimiento indígena ha incorporado a su agenda” (2 005).
111 Al respecto, Van C ott, en un estudio que data de 2 0 0 1 , sostuvo como argumento
t|ur los grupos indígenas tuvieron mayor éxito en el reconocimiento de la autonomía cuando
i’xin era objeto de una negociación más amplia en el régimen de un país (negociaciones de
p»i/, en el caso de Nicaragua, durante la primera etapa la revolución sandinista, así como en
•I »aso de Guatemala, en el marco de una guerra civil), y al calor de los debates sobre las relm mas de las Constituciones políticas. Estos procesos abrieron a nuevas oportunidades políili as, lo cual, sin embargo, estableció condiciones necesarias aunque no suficientes, tal como
in muestran los casos frustrados o no exitosos de M éxico y Perú (citado en González, op. cit.).
m Díaz Polanco sostiene que la autonom ía requiere descentralización pero no toda
•h'M rloralización conduce a la autonomía. Para una aproximación comparativa de la
•urMiún de la autonomía, véase Máiz, 2 0 0 8 .
111 Por su parte, sin querer establecer una tipología cerrada, la antropóloga mexicana
• miimirlo Sánchez (2008) propone distinguir tres tipos de autonomía: la autonom ía de
!*•• Im o ile facto, cuando los colectivos indígenas acometen la construcción de nuevas
Imiiias de articulación sociopolítica, a diferentes escalas (macrocomunitarias, regionales,
mu lili tpales); la autonomía heterónoma, que infiltra el Estado para tratar de prolongar
»iiiiu unas de control y dominación; y la autonom ía proyecto, que construyen los actores
im!I^h las para redefinir su papel en la sociedad nacional. Esta tipología parece corresponI» in •un ucs casos de figura: el mexicano (autonomías de facto), la estrategia general del
muliii ulmralismo (autonomía heterónoma) y la propuesta política boliviana, con la creaimi ilrl Estado Plurinacional (autonomía-proyecto).
Para el tema, hemos revisado las posiciones de Carlos Degregori (1 9 9 5 ), Marisol
!• 11 * ailrna (20 0 4 ), Ramón Pajuelo (2 0 0 8 ), Xavier Albó (2 0 0 8 ), García y Lucero (2 0 0 3 ),
•»m.|ii^in Montoya Rojas (2006) y Carmen Salazar (2014).
1,1 Así, a comienzos de los 60, Aníbal Q uijano escribió un texto sobre La emergencia
i-l i'iu/ut cholo y sus implicancias en la sociedad peruana (Q uijano, 1964; Pajuelo, 2 0 0 2 ),

134

D ebates

latinoamericanos

que proponía un análisis en clave cultural, ligándolo al proceso de migración y moderni­
zación de la sociedad peruana. En un libro posterior, E l laberinto de la choledad (1 992),
Guillermo Nugent indagaría sus diferentes dimensiones en relación a la discriminación y
el lugar que la élite otorgaba a lo cholo (y sus derivaciones). Son tiempos en los cuales se
registra una ampliación de la brecha entre lo rural y lo urbano, a raíz del fenómeno de
migración hacia Lima, diferente al de otros países andinos. En los 80, el sociólogo Matos
Mar, en un libro muy exitoso, E l desborde popular, hablaba del nuevo rostro social del Perú,
remitiendo a nuevas categorías, como lo plebeyo o la plebe urbana. Esta rápida enumera­
ción intenta poner de manifiesto la variedad de vías en Perú, que muestran la apertura
hacia otras categorías étnicas -intersticiales, según Rosana Barragán (1 9 9 2 )-, esto es, que
exploran el rostro de los sectores subalternos, por fuera de una invocación étnica que refie­
re explícitamente al indio.
116 Una de las raras excepciones sería la del dirigente campesino Hugo Blanco, quien
se reivindica com o “indio” y no sólo com o campesino, tal com o es destacado en un libro
publicado en 2 0 0 9 , titulado Nosotros los indios.
117 Sin embargo, el indigenismo político y cultural ha seguido siendo muy importante
en el Perú. En los 60, el gran escritor José María Arguedas publicaba Todas las sangres, una
novela político-antropológica que apuntaba a dar una “imagen total del Perú”, en una trama
atravesada por conflictos y enfrentamientos sociales que llevaban al despertar de la conciencia
india, desembocando en un alzamiento indígena. En la novela es R. Willka, el indio o comunario libre, quien encarna la conciencia ejemplar y lidera el alzamiento indígena, aunque fi­
nalmente termine siendo fusilado. La novela dio origen a un interesante debate entre críticos
literarios y científicos sociales. Esto sucedió el 23 de junio de 1963, cuando se realizó una
mesa redonda en la cual participaron connotados antropólogos y sociólogos (entre los cuales
estaba Matos Mar, H. Favre, Salazar Bondy y Aníbal Quijano), los cuales discutieron -en
presencia del novelista- la obra Todas las sangres. Mientras científicos sociales desestimaban
que la novela fuera un documento sociológico o una visión antropológica válida del Perú,
José María Arguedas y Alberto Escobar, crítico literario, sostenían que la novela mostraba
una “imagen real” o una “imagen total del Perú”. Véase IEP, 1983. Disponible en http://archivo.iep.pe/textos/DDT/hevividoenvano.pdf. Asimismo, desde el punto de vista sociológi­
co, A. Flores Galindo, uno de los grandes intelectuales de la izquierda peruana, publicaba
hacia 1986 su libro más famoso, Buscando un inca. Identidad y utopia en los Andes, el cual
recupera la idea de “utopía andina”, en términos culturales, como visión del mundo, “como
sustento de planteamientos políticos y de movimientos sociales” (Renique: 200). Galindn
realiza una biografía de las concepciones milenaristas desde el siglo X V I, que constituyen el
trasfondo de los movimientos rurales andinos de la época.
118 Véase el análisis de R. Pajuelo (2007: 108-125). Pajuelo sostiene que do*
presidentes, “el chino” (Fujimori) y el “cholo” (por Alejandro Toledo), invocaron el factoi
étnico pero hicieron un gobierno anti-indígena (110). Hoy agregaríamos a esa lista .i
O llanta Húmala.
1,9 Sin desechar la idea misma de “excepcionalidad”, Marisol de la Cadena ha cuc*
tionado también la mirada de aquéllos investigadores que, siguiendo más bien una coi»
m icció n “académica”, tienden a universalizar el valor de las políticas étnicas, tal como

M aristella Svam pa ----------------------------------------------------------------------------

135

existe sobre todo en determinados países, com o Bolivia o en otras regiones andinas (D e la
Cadena, 2 0 0 4 : 34 3 ). Complejizando el dilema, resulta legítimo preguntarse si es correcto
pensar en términos de “ausencia”, com o si acaso existiera un modelo normativo de indianidad, hoy por hoy, en América Latina.
120 “A pesar de reportes sobre el ‘fracaso’ y la ausencia* de movimientos indígenas, no
hay duda de que los quechua, aymara, asháninka, amuesha, anqara, y otros pueblos indí­
genas han estado, desde hace mucho, políticamente activos. [...] Q ue estas luchas, junto
con otras más antiguas en la Amazonia, no hayan llegado a unirse cohesivamente no signi­
fica que los movimientos nacionales puedan ser simplemente etiquetados com o casos de
fracaso” (Lucero y García, op. cit.).
121 Citado en M artínez Sarasola, 2 0 1 1 : 6 9 6 .
122 C om o en otras latitudes, en el marco de un proceso de radicalización política y de
rcinvención de la indianidad, a partir de los primeros años de la década del 7 0 , asistimos
en la Argentina a la emergencia de una nueva dirigencia indígena. En 1972, un grupo de
d irigentes reunido en el Primer Parlamento Indígena Nacional realizado en la ciudad de
Ncuquén se pronunciaba en torno a una serie de demandas comunes (Carrasco, 2002a).
Pero este incipiente activismo indígena quedará trunco a raíz de la política represiva lleva­
da a cabo por la última dictadura militar. Por otro lado, en 1978, la Junta M ilitar se ocu­
pará de reivindicar muy especialmente la Cam paña del Desierto, al cumplirse los cien años
tic la misma: con la “subversión” ya aniquilada, los indígenas son entendidos com o “ele­
mentos ajenos al ser nacional” (Gordillo y Hirsch, 2 0 0 9 ). Será con el retorno de la demo•l acia, en 1983, que se inicia el fin del no reconocimiento de los indígenas. Así, se sancio­
na la Ley 2 3 .0 3 2 sobre Política Indígena y Apoyo a las Comunidades, que entrará en
vigencia en 1989. A nivel provincial, también se sancionan leyes importantes, que tienen
a los indígenas com o destinatarios de políticas de acción social “más o menos respetuosas
de su diferencia cultural aunque manteniendo, en líneas generales, la ideología integracioiiisi.i del Convenio 107 de O I T ” (Carrasco, 2002a). Se crea el Instituto Nacional de Asunios Indígenas (IN A I), una entidad descentralizada, que establece también la participación
dr representantes indígenas; por su parte, las provincias crean organismos semejantes. D e
" l e modo, las demandas de las organizaciones indígenas se concentrarán en dos temas: la
•m irga y regularización de tierras, y la efectiva participación en la toma de decisiones de
Imn indígenas en los temas que les conciernen.
1 Los restos fueron restituidos en 1994, pero en 2 0 0 6 investigadores de la Universi•iiid Nacional de La Plata determinaron que todavía había vestigios del cacique en el mu**• i finalm ente, los restos completos del cacique Inacayal descansan en su pueblo Teca
•I» mIc* diciembre de 2 0 1 4 .
1’ ‘ Una reflexión interesante de este proceso se encuentra en Tamagno, 200 9 : 105-113.
In Continúa Briones: “En líneas generales, se enfatiza la necesidad de transformar el
I tiiidn en dirección opuesta al neoliberalismo, y se llama a los indígenas a trabajar desde
(•I* m m de lo estatal para ayudar a concretar tal meta. No obstante, y com o marca de épo' i l.i propuesta actual de pertenencia ciudadana recepta de modo peculiar la idea de una
•11v* i shLuí interior que ya no se lee únicamente en términos de clases sociales, sino tamI

136

D ebates

latinoamericanos

126 La incorporación y la cooptación se instalan en una delgada línea fronteriza que,
con el correr de los años (doce años de gobierno consecutivo, entre las presidencias de
Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner), tienden a sellar a favor de la coopta­
ción y una total falta de independencia respecto de la política gubernamental.
127 Desde mi perspectiva, hablar de “esencialismo estratégico”, tal com o hacen varios
autores, supone insertar la discusión en un terreno en el cual suele asimilarse lo estratégico
con lo instrumental y a éste con un proceso de manipulación de identidades. “U n enfoque
que intenta conjugar lo histórico con lo situacional y al que se le adjudica la ambigua cali­
ficación de neomarxista, es el propuesto por J. y j C om aroff (1992: 50), quienes compara®
a la etnicidad con el totemismo, en la medida en que constituiría básicamente un sistemi
clasificatorio (op. cit.: 53) y la ven como resultante de fuerzas históricas, por lo cual serít
tanto estructural com o cultural; si bien se originaría ‘por la incorporación asimétrica d;
grupos estructuralmente diferenciados en el marco de un mismo sistema económ ico’ (op

cit.: 54). De similar manera, T. Eriksen (1996) concluye su análisis del concepto, propo­
niendo que la etnicidad puede ser vista - o entendida- tanto com o un fenómeno universd
como un constructo cultural de la modernidad.” Citado en Bartolomé, 2 0 0 6 . Para una
revisión de la discusión sobre las diferentes maneras de entender el proceso de construc­
ción de una identidad étnica, recomendamos el mismo texto.

Capítulo 2
Entre la obsesión y la crítica al desarrollo
Introducción
l )urante el siglo XV III y X I X y al calor de las diferentes revoluciones polílicas y económicas, las nociones de “progreso” y “civilización” se convirtie­
ron en poderosas ideas-fuerzas que fueron dando forma a una determinada
cosmovisión o gran relato acerca de la Modernidad. Dichas ideas-fuerzas
tuvieron una gran pregnancia en el pensamiento social y la política de los
ti iferentes países latinoamericanos durante el siglo X IX , donde la obsesión
por entrar al “progreso” y la Modernidad aparecía asociada inextricable­
mente a la exigencia de erradicar la “barbarie” americana, y sus “males
endémicos”, asociados a la población autóctona y el legado católico-his­
panizante.
Hacia el siglo X X , luego de la finalización de la Segunda Guerra Munili.il, las nociones de “progreso” y “civilización” fueron desplazadas por la
i atcgoría de “desarrollo”, que, de manera similar a sus antecesoras, devino
nna de las ideas fuerzas del discurso hegemónico moderno.1 Sin embargo, a
la hora de definir qué es desarrollo, los discursos y narrativas existentes dan
i ncnta de diversos recorridos, según los factores e ideas a los cuales aquél
aparezca asociado. Estos avatares fueron configurando diferentes campos
problemáticos, entre los cuales se destacan aquéllos que se refieren a la
ielación entre desarrollo y progreso, desarrollo y naturaleza, desarrollo y
libertad (Unceta, 2 0 0 9 ). En esa línea, el campo del desarrollo y sus diversas
problemáticas se ha constituido en un entramado complejo, atravesado
por una multiplicidad de instituciones y actores -económ icos, políticos,
unciales-, que debe ser entendido a partir de diferentes escalas y agendas

138

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latinoamericanos

-nacional, regional, global-. En consecuencia, encontramos una multipli­
cidad de actores intervinientes: desde gobiernos, empresas multinaciona­
les, organismos nacionales e internacionales, organizaciones y movimien­
tos sociales, organizaciones no gubernamentales, técnicos, académicos,
intelectuales, entre otros.
En este capítulo, me ocuparé de seguir la huella de dos campos pro­
blemáticos: el de la relación entre desarrollo y progreso y entre desarro­
llo y naturaleza. Por una parte, el primer campo problemático, recorrido
por la relación entre desarrollo y progreso, daría nacimiento al paradigma
productivista, cuyos ejes son el economicismo y la idea del crecimiento
indefinido o ilimitado. Dicho paradigma extiende su hegemonía con es­
casos cuestionamientos hasta 1970, y aún hoy -pese a las diferentes crí­
ticas filosóficas, económicas y ecológicas que han socavado sus bases y su
legitimidad- presenta una gran capacidad de adaptación y vampirización
de nuevos lenguajes, ocupando un lugar preponderante en el discurso do­
minante. Por otra parte, el segundo campo problemático destaca la tensa
relación entre desarrollo y naturaleza, basado históricamente en una ontología dualista y una visión jerárquica (de subordinación de la naturaleza al
ideal de desarrollo). Éste aparece vinculado de modo creciente a la cuestión
ambiental, que se instala en la agenda internacional a partir de los años 70,
de la mano de nuevos movimientos sociales, así como de la reflexión de
pensadores e intelectuales preocupados por la degradación del ambiente y
el futuro civilizatorio. La emergencia del concepto de “desarrollo sustentable” o “sostenible”, sus avatares y posterior fracaso, ilustra el desafío políti­
co e intelectual por colmar la brecha cada vez más visible entre desarrollo
y protección del ambiente.
En función de lo dicho, me abocaré entonces a presentar algunas de
las líneas del paradigma productivista y del paradigma ambiental en sus
formulaciones latinoamericanas. Así, en primer lugar haré una presenta­
ción de la Cepal a través de sus temas y algunos de sus autores, quienes in­
troducen la clave “centro/periferia” para leer las asimetrías y los obstáculos
al desarrollo. En segundo lugar, propongo un recorrido sobre la noción de
“desarrollo sustentable” y las visiones alternativas que surgieron en Amé­
rica Latina, tanto respecto del paradigma productivista como del paradig­
m a del desarrollo sustentable. En este punto, abordaré el segundo campo
problemático a través de un breve recorrido sobre la representación de la

M aristella Svampa

139

naturaleza en América Latina, deteniéndome también en la emergencia de
nuevas disciplinas y movimientos sociales en torno a la problematización
de la cuestión ambiental.

1. El paradigma del desarrollo
El legado del pensamiento clásico fue la consolidación de una concep­
ción productivista del progreso sobre la base de los logros materiales y el
ascenso de la econom ía com o “ciencia” paradigmática para explicar di­
chos procesos. C om o explica Naredo (2 0 0 6 ), se impuso la idea de un sis­
tema económ ico, con su carrusel de la producción, el consumo y el creci­
miento y con la m utación de este último en desarrollo. En consecuencia,
la producción dejó de ser considerada un medio para transformarse en
un fin en sí mismo, al resaltar y registrar en términos monetarios sólo
la parte positiva del proceso económ ico (eclipsando los deterioros que
dicho proceso inflige en su entorno físico y social). Así, el crecimiento
del producto o renta nacional fue percibido com o algo deseable y generalizable, sin analizar su contenido, sus externalidades ni sus consecuen­
cias no deseadas. Asimismo, este tipo de posturas consideraba central el
crecimiento económ ico antes que la distribución, convirtiéndolo en una
meta en sí mismo, de m odo tal que el grado de desarrollo de un país se
medía por su capacidad de producción, esto es, por el conjunto de bienes
y servicios que produce un país (PB I). Surgiría “la mitología del creci­
miento económ ico”, una de cuyas consecuencias sería el reduccionismo
cconomicista.
La mitología del crecimiento económico encontraría un nuevo y de­
cisivo impulso hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, que marca el
reconocimiento de la hegemonía estadounidense y el inicio del proceso de
descolonización en África y Asia. Así, a partir de 1944, se irán creando una
serie de instituciones económicas y organismos internacionales consagra­
dos al tema del desarrollo, entre los cuales se destacan la Organización de
las Naciones Unidas (antes Liga de las Naciones), la Organización de las
Naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y las com i­
siones económicas para las distintas regiones: Comisión Económica para
Asia y el Extremo Oriente (C E A E O ), en 1947; la Comisión Económica

140

D ebates

latinoamericanos

para América Latina 7 el Caribe (Cepal, en 1948); el Banco Internacional
para la Reconstrucción y Desarrollo (BIRD ), en 1944, entre otros. Asimis­
mo, en 1944 se creó ú Fondo Monetario Internacional. En este contexto,
en su discurso de asinción (1949), el presidente norteamericano H arry
Truman anunció que “el viejo imperialismo -la explotación para beneficio
extranjero- ya no tiene cabida en nuestros planes. Lo que pensamos es un
programa de desarrojo basado en los conceptos de trato justo y democrá­
tico [ ...] que contribuya a la mejoría y el crecimiento de las áreas subdesa­
rrolladas” (citado enNaredo, 2006: 178). El discurso de Truman coronaba
así la naciente institucionalidad internacional en torno a la cuestión del
desarrollo y, al mismo tiempo, introducía la noción de “subdesarrollo” para
referirse a los países “atrasados”, la cual era relativamente nueva en el len­
guaje económico y político. Suele afirmarse que este discurso constituyó
un parteaguas en lo político y simbólico, pues de ahí en más las brechas
económicas, sociales y políticas entre los diferentes países se expresarán a
través de la contraposición entre desarrollo-subdesarrollo. Así, mientras
el subdesarrollo -en el cual vivían cerca de mil millones de personas- se
volvió una condición indigna de la cual había que escapar, el desarrollo se
tornó un valor universal, homogéneo, el gran objeto de deseo y la nueva
mitología de Occidente (Esteva, 1996).
En ese marco nace la Economía del Desarrollo, que llegó a consti­
tuirse en una subdisciplina importante de la economía, la cual abordaba
los obstáculos que surgían en determinados contextos -fundam ental­
mente en los países que tras la Segunda Guerra Mundial fueron alcan­
zando la independencia- para el logro de un crecimiento económ ico sos­
tenido y la manera de superarlos. La misma se articulaba con las ideas
keynesianas dominantes en la época. Sus representantes más conocidos
fueron Nurkse, Rosenstein-Rodan, Rostow, Lewis, Myrdal, entre otros,
los cuales llegaron a ser mencionados com o “los pioneros del desarrollo”
(U nceta, 2 0 0 9 : 7).
En esta línea, la O N U proclamó a comienzos de los 6 0 el “Dece­
nio del Desarrollo”, con la idea de que todo se resolvería con la efectiva
transferencia de tecnología desde los países ricos a los países pobres. El
crecimiento económico debía seguir una serie de etapas, planteadas por
Rostow (1 9 6 1 ) en su conocido libro Las etapas del crecimiento económico.

Un manifiesto no comunista, que sostenía que el retraso de los países con

M aristella Svampa ----------------------------------------------------------------------------

l4l

menos desarrollo era transitorio y que éste era una etapa necesaria en
el proceso histórico de las sociedades. Desde esta mirada evolutiva, el
desarrollo era así una cuestión de tiempo. Por ende, los países rezagados
debían inspirarse y repetir el ejemplo de las economías más avanzadas. Si
se seguían las directivas y obraban juiciosamente, podían entrar en la fase
de take off{ despegue) y lanzarse al crecimiento, acortando las distancias
con los países ricos o desarrollados.
En América Latina, la creciente preocupación por la problemática del
subdesarrollo generó un nuevo enfoque económico-social que cuestionó la
mirada evolutiva y normativa del discurso hegemónico. Desde la periferia
nacía así una nueva teoría del desarrollo, original y de corte heterodoxo,
que no sólo ofrecía una explicación diferente sino que proponía políticas
públicas para superar los obstáculos del desarrollo presentes en los países
subdesarrollados. El ámbito de elaboración de esta teoría del desarrollo
serán la Cepal y sus principales referentes intelectuales serán Raúl Prebisch,
Celso Furtado, Aníbal Pinto y Juan F. Noyola, entre otros. En lo que sigue,
presentaré los ejes principales de la visión cepalina sobre el desarrollo.

/. 1. La teoría del desarrollo de la Cepal

La Cepal... nuestra única institución cultural presti­
giada a nivel internacional y con justa razón. Sólo te­
niendo en cuenta los efectos de la escala y del tipo de
reclutamiento, se explica el aparente milagro operado
por la Cepal: una organización financiada por las Na­
ciones Unidas (y, por lo tanto, indirectamente por los
Estados Unidos) se convierte en unfoco de identificación
latinoamericana y de pensamiento autónomo, creativo,
nuevo. Necesitamos diez o doce ucepales,yen América La­
tina. Entiéndase bien: diez o docey no cuatrocientas.
.

T o rcu a to D i T elia, “L a fo rm a ció n de u n a

c o n cie n c ia n acio n al en A m é rica L atin a”, 1 9 6 6 .

I tic en 1948 que el economista argentino Raúl Prebisch dio a conocer el
ii abajo

titulado “El desarrollo de la América Latina y algunos de sus princi­

142

D ebates

latinoamericanos

pales problemas” (2 0 1 3 ), suerte de manifiesto teórico político que sentó las
bases de un nuevo paradigma, el estructuralista, convocando no sólo adhe­
siones y adeptos en todo el continente, sino también en otras regiones del
planeta. En su presentación, Prebisch demostraba las diferencias entre las
economías del centro y aquéllas de la periferia, a través del análisis compa­
rativo, tomando como eje la evolución de la historia comercial de América
Latina. Éste fue el paso decisivo para la construcción de una teoría de la
economía internacional basada en la diferenciación de dos polos: el centro
y la periferia, cuyo núcleo fundamental era el deterioro de los términos de
intercambio para América Latina.
El primer gran argumento de Prebisch era que la problemática del
desarrollo en América Latina, lejos de ser una cuestión de tiempo, ilustraba
un problema de estructura económica, directamente vinculado a la divi­
sión internacional del trabajo.2 Es esto lo que marca el origen de nuestra
condición periférica. La tesis central es que mientras el centro tiene una
estructura diversificada, genera progreso técnico y aumenta su productivi­
dad, la periferia tiene una estructura simple y se beneficia de los avances
tecnológicos solamente cuando el centro lo permite. Así, categorías como
la de “centro”, “periferia” y “heterogeneidad estructural” resultarán centra­
les para comprender el subdesarrollo como una forma cultural determina­
da históricamente, cuya consecuencia es que gran parte de los efectos de
acumulación del capital y de la incorporación de tecnología revierte hacia
los países desarrollados y no hacia el interior de los países periféricos.
Asimismo, la escasa productividad de la periferia genera un excedente
de mano de obra que provoca una tendencia a la baja de los salarios y no
contribuye a la expansión del mercado interno. Uno de los principales pro­
blemas es así el deterioro de los términos del intercambio, que da cuenta de
que los precios de las materias primas crecen más lentamente que los pre­
cios de los productos manufacturados. Ciertamente, una economía basada
en la especialización en productos primarios puede crecer coyunturalmente (al compás de un ciclo económico en ascenso). Esto había sucedido, por
ejemplo, con el modelo agroexportador en la Argentina, pero el cambio de
las condiciones internacionales (baja en el precio de las materias primas)
dejaba en evidencia una estructura económica muy débil y vulnerable.
La propuesta de la Cepal, bajo el liderazgo de Prebisch, tenía con­
secuencias heterodoxas, pues en este contexto América Latina debía

M aristella Svam pa ----------------------------------------------------------------------------

143

rechazar las fórmulas asociadas a la economía clásica, que condenaban
al subcontinente a la especialización económ ica por país (las “ventajas
comparativas” de la producción prim ario-exportadora), para forjar un
camino propio. Por otro lado, no había estados de desarrollo uniformes.
El desarrollo tardío de los países periféricos presentaba una dinámica di­
ferente al de aquellas naciones que habían experimentado un desarrollo
temprano, com o los países europeos o incluso los Estados Unidos. En
términos propositivos, el camino para superar el lugar com o país periféri­
co en la división internacional del trabajo señalaba dos vías privilegiadas:
por un lado, una serie de reformas estructurales e institucionales en pos
de la industrialización, para lo cual se proponía la sustitución de un m o­
delo de “crecimiento hacia afuera”, centrado en la producción y exporta­
ción de materias primas, por un modelo de “crecimiento hacia adentro”,
que tenía com o m otor la industrialización basada en la sustitución de
importaciones (ISI). Por otro lado, la Cepal planteaba el Estado com o
"idea-fuerza”.3 Debido a las fallas estructurales y la debilidad de los ac­
tores económ icos, un concepto clave era la planificación o programación
estatal, lo cual implicaba afirmar que era el Estado quien debía conducir
el proceso de desarrollo. En consecuencia, el desarrollo era concebido
como un proceso de cambio estructural global, que implicaba profun­
das reformas en el plano de las políticas públicas. Así, la intervención
11el Estado conllevaba, entre otras cosas, la planificación del desarrollo,
el diseño de un sistema de cuentas nacionales, la inversión pública, el
proteccionismo en áreas estratégicas, la creación de empresas de propie­
dad estatal, sobre todo en áreas industriales (Nahon, Rodríguez y Schorr,
.>006). C on este objetivo, en 1 9 6 2 se creó el Instituto Latinoamerica­
no de Planificación Económ ica y Social (ILPES), también con sede en
( ihile, con el objeto de formar cuadros técnicos y formular proyectos y
recomendaciones de políticas públicas.
En suma, la industrialización, en clave latinoamericana, debía artii «liarse con tres ejes: “el equilibrio de la balanza de pagos como objetivo
macroeconómico; el reconocimiento de que el sector primario de la eco­
nomía latinoamericana era producido y manufacturado por los países del
* entro, en particular los Estados Unidos; y la formación del capital como
nn resultado del ahorro interno” (Gutiérrez Garza, 1994: 1 2 2 -1 2 3 ). Este
modelo de industrialización por sustitución de importaciones era, sin em­

144

D ebates

latinoamericanos

bargo, una estrategia de largo plazo, pues en el corto plazo las economías
latinoamericanas debían enfrentar el desequilibrio de la balanza de pagos.
Existían sin embargo otros obstáculos, internos al desarrollo, entre ellos la
estructura de la propiedad agraria (la excesiva concentración de la propie­
dad de la tierra) y los bajos niveles de productividad agrícola. Por ende, la
industrialización debía ser acompañada por una reforma agraria que dis­
tribuyera de modo más equitativo la tierra. Asimismo, la tecnología em­
pleada en el sector industrial estaba en el origen de la débil creación de em­
pleos, lo cual agravaba la tendencia al desempleo estructural (la población
flotante). Ambos elementos -propiedad agraria y tecnología incorporada
a la industria- coadyuvaban a una mayor concentración de los ingresos
(Mathias y Salama, 1983: 140).
Por último, importa destacar que, en términos analíticos, uno de los
núcleos de la Cepal era el enfoque histórico-estructural, que se atribuye a
Prebisch. Para O . Sunkel y P. Paz, a diferencia del método clásico, que es
abstracto e histórico, es decir, a la vez deductivo e inductivo, y que desco­
noce que cualquier elaboración de datos exige una hipótesis previa, el mé­
todo histórico-estructural postula que esa hipótesis previa es totalizante.4
En consecuencia, una parte nunca puede ser explicada en forma aislada,
sino en su relación con el todo. “Por ejemplo, no se puede explicar la especialización de la economía latinoamericana sin considerar un centro que,
al industrializarse, condiciona el modo de ser de la periferia”. Se trata de
establecer las relaciones entre estructura, sistema y proceso (Sunkel y Paz,
1 9 7 0 : 9 4 ) .5
Bajo el ala de Prebisch y el acompañamiento inicial de Celso Furtado,
la Cepal tuvo una gran influencia política e intelectual entre la década del
5 0 y mediados de los 7 0 , para luego iniciar un período de fuerte mutación
político-intelectual. Durante esta fase logró desarrollar una gran autono­
m ía teórica, constituyéndose en una usina de pensamiento y de propuesta
de políticas públicas, pese a la oposición de los Estados Unidos, que hacia
1 9 5 1 pretendió incluso cerrar la oficina. El apoyo del entonces presidente
G etulio Vargas, del Brasil, fue fundamental en el triunfo de esta temprana
batalla por la autonomía de las ideas (Furtado, 1983). De la mano de eco­
nom istas, sociólogos, técnicos y políticos, el cepalismo abogó por un pro­
gram a integral de políticas públicas, que contribuyeran a afirmar el rol pla­
nificador del Estado. Esta política que apuntaba a la industrialización en L

M aristella Svam pa —————————————————————————–

145

periferia capitalista fue conocida com o “desarrollismo”. Sin embargo, pese
a que la Cepal está naturalmente vinculada al desarrollismo como ideolo­
gía económica, hay que aclarar que esta asociación no significa sin más una
identificación. Dicho de otro modo, la propuesta cepalina es un com po­
nente importante del llamado modelo desarrollista, pero no lo agota, en la
medida en que éste tuvo varias versiones o variantes realmente existentes.
En efecto, el desarrollismo en tanto ideología económica acompañó la ac­
ción de diferentes regímenes políticos en América Latina, desde aquéllos
populistas (Perón en la Argentina, Getulio Vargas en Brasil), que impulsa­
ban la demanda y el consumo a través de la expansión del mercado inter­
no, así com o los específicamente denominados “desarrollistas” (Kubitesch
en Brasil y Frondizi en la Argentina), que apuntaron más a la inversión y
otorgaban un rol importante al capital extranjero. Modelos desarrollistas
lambién se conocieron en países com o Venezuela (1 9 5 8 ), Perú (1 9 6 2 ) y
C”hile (1 9 6 4 ). La investigadora norteamericana Kathryn Sikkind (2 0 0 9 ),
a quien seguimos en este punto, explora las diferencias entre el proyecto
desarrollista en Brasil y en la Argentina, y explica el éxito del mismo en
brasil, por el consenso que éste tenía al interior de las élites, mientras que
en la Argentina, la dicotomía peronismo/antiperonismo obstaculizó dicho
consenso, impidiendo, en consecuencia, la consolidación de un modelo
desarrollista.6 Posteriormente, el exitoso acoplamiento con gobiernos au­
toritarios, analizado por O ’Donnell en términos de modernización autori­
taria, daría cuenta de la amplia funcionalidad del desarrollismo, reducido
a un programa de industrialización.
O tro de los economistas fundamentales fue el ya citado Celso Furtado, economista brasileño que se incorporó a la Cepal en los primeros
ahos (1 9 4 9 -1 9 5 7 ) y jugó un rol importante en la construcción de una red
latinoamericana de difusión, de debate e incluso de reclutamiento. Pese a
mi

juventud, Furtado fue nombrado por Prebisch director de la División

de* Desarrollo Económ ico de la joven institución. Asimismo, tradujo los
textos de Prebisch al portugués y publicó numerosos artículos en la Revista

Hmsileira de Economía, debatiendo con otros colegas sobre las posturas de
la ( icpal. Ciertamente, durante esos primeros años de afianzamiento, Furtado sostendría importantes debates con representantes del pensamiento
onómico ortodoxo, así com o sería el encargado de habilitar vínculos y
i onexiones entre la Cepal y diferentes instituciones (como el Banco Nació-

i *i

146

D ebates

latinoamericanos

nal de Desarrollo Económ ico) y actores corporativos de la vida brasileña
(empresarios y militares). Esto explica la amplia difusión del pensamiento
cepalino en Brasil, país donde el desarrollismo tendría mucho más arraigo
que en otras tierras y donde los debates sobre la industrialización eran fre­
cuentes, promovidos por el gobierno de Getulio Vargas.7
Furtado dejó la Cepal hacia 1 958, y hasta 1964 ocuparía diversos
lugares en la estructura política del Estado brasileño, en la dirección del
Banco Nacional de Desarrollo Económ ico que se ocupaba del Nordeste y
posteriormente en el cargo de superintendente. Mientras tanto, se alejaría
más de la idea de una economía convencional, incorporando elementos
de orden sociológico al describir la especificidad del desarrollo del Brasil
(Mallorquín, 1994: 6 8 ). Desde un enfoque socioeconómico estructuralista
establecía la distinción entre modernización y desarrollo (Furtado, 1981)
y, en esa línea, consideraba que el problema en Brasil había sido que la
sustitución de importaciones estuvo al servicio de la modernización. La
heterogeneidad misma de la economía brasileña respondía así a que pri­
m ero existió una modernización y sólo después la economía se preparó
para atender las exigencias de esa modernización. Los demás sectores que
no presentaron aquella exigencia quedaron relegados o acoplados a una
econom ía atrasada ( op. cit.: 4 ).8
Hacia 1964, a raíz del golpe de Estado militar ocurrido en Brasil, Celso
Furtado marchó al exilio y como tantos otros intelectuales brasileños recaló en
Chile, donde impartiría una serie de conferencias en el ILPES, cuyas ideas pa­
sarían a formar parte del libro Subdesarrollo y estancamiento en América Latina
(1 9 6 5 ), en el cual expondría con claridad que el ensayo de industrialización
sustitutiva había constituido una alternativa durante un cierto tiempo, pero
la tecnología que América Latina tuvo que asimilar en la mitad del siglo X X
era altamente ahorrativa de la mano de obra y extremadamente exigente con
respecto a las dimensiones del mercado. En esas condiciones, la regla tendía al
monopolio u oligopolio y a una concentración del ingreso; lo cual al condi­
cionar la composición de la demanda, orientaba las inversiones hacia ciertas
industrias. “La experiencia en América Latina ha demostrado que ese tipo de
industrialización sustitutiva tiende a perder impulso, al agotarse la fase de las
sustituciones ‘fáciles y provoca eventualmente estancamiento”. Es por ello que
el desarrollo no puede ser un resultado del libre accionar de los mercados.
C o m o las clases dirigentes no comprenden el problema y se obstinan en man

M aristella Svam pa —————————————————————————-

147

tener el statu quo, “aquéllos que luchan efectivamente por el desarrollo en
América Latina desempeñan, conscientemente o no, un papel revolucionario”
(Furtado, 1966: 4 8 -4 9 ).9 Asimismo Furtado sostenía que la industrialización
sustitutiva agravaba el dualismo del mercado de trabajo, ampliando el hiato
entre sector moderno y economía precapitalista, sin que pudiera vislumbrarse
una perspectiva de reducción de esta última. También se agravaba el fenómeno
de la marginalidad en el ámbito urbano (1966: 98). En suma, lo que después
sería denominado como “teoría del bloqueo estructural”, ligada al agotamiento
del modelo de sustitución de importaciones, apuntaba no sólo a señalar los
límites de la experiencia desarrollista sino también de la propia Cepal.
Desde la Cepal, el ala sociológica-modernizadora estuvo representada
por José Medina Echavarría. Efectivamente, con el objeto de superar el
enfoque economicista, se incorporó al sociólogo español, traductor de Max
Weber, quien sería el encargado de introducir una perspectiva sociológica a
la problemática del desarrollo. Medina Echavarría trabajó veinticinco años
rn la Cepal, entre 1 9 5 2 y 1 9 7 7 ; fue director de la División de Asuntos
Sociales del ILPES, el primer director de la escuela de Sociología de Flacso
i orno funcionario de la Unesco, entre otros cargos, y publicó varias obras
rn las cuales condensó su visión del desarrollo, entre ellas Eldesarrolb social

en América Latina en la posguerra (1 9 6 3 ).10 Pese a que Medina Echavarría
no compartía los diagnósticos germanianos en boga sobre la dualidad es­
tructural, buscó reemplazar esta tesis a través del concepto sociológico de
“porosidad estructural”, que afirmaba la coexistencia entre aspectos tradii tonales y aspectos modernos en las sociedades latinoamericanas, lo que en
rl largo plazo suponían un obstáculo al desarrollo (Morales Martín, 2 0 1 3 ).
Por último, la Cepal se propuso unificar los aspectos económicos y so«tales a través de la creación de un proyecto interdisciplinario, cuyo resultado
lur la aportación en 1971 de un nuevo concepto, el de estilos de desarrollo
M¡utiérrez Garza, 1994). La Revista de la Cepal dedicó un número especial a
•si a discusión, en donde se contraponen los aportes de Aníbal Pinto, en cuyo
tentó predominaba el enfoque económico, y los de Jorge Graciarena, que
i ni atizaba la necesidad de incluir la dimensión del poder del Estado.11 Pinto
u iot rcrá las distintas tipologías en cuanto a estilos de desarrollo, definién­
dolo como el modo en que “dentro de un determinado sistema se organizan
v asignan los recursos humanos y materiales con el objeto de resolver los
Interrogantes sobre qué, para quiénes y cómo producir los bienes y serví-

148

D ebates

latinoamericanos

dos” y caracterizará el estilo de desarrollo dominante como concentrador y
excluyente, frente a la distribución desigual del ingreso y una alarmante pre­
sencia de una pobreza crítica (Pinto, 1976, 2 0 0 8 ). Por su parte, Graciarena
propodrá una visión heterodoxa y criticará la ausencia de precisiones sobre
la noción misma de “estilos de desarrollo”, el nivel de generalidad en el que
se inserta -sistema o estrategia de desarrollo-. Asimismo, propondrá superar
los enfoques fragmentarios al tiempo que se preguntará acerca de qué tipo
de síntesis producir.12 Por encima de las dificultades de acordar una defini­
ción única, hará hincapié en la necesidad de transitar hacia una estrategia de
desarrollo que incorporará elementos sociales —educación, salud, vivienda,
seguridad social, entre otros- y una lectura con elementos de carácter socio­
lógico y político (Graciarena, 1 9 7 6 ).13
En suma, a mediados de los 6 0 se produce lo que Ansaldi denomina
“el giro del pensamiento cepalino hacia las estructuras sociales (sin abando­
nar el análisis de las estructuras económicas” (1 9 9 1 : 33). Surgen los límites
de la industrialización sustitutiva y aparece el interrogante sobre dónde
están “las fallas”. Y aunque el enfoque cepalino continuará siendo estructuralista, “aparece la pregunta sobre los actores sociales” (ibídem: 33). En esta
línea deben insertarse diferentes críticas, entre ellas, las de M . Conceicao
Tavares, quien tempranamente, en 1964, señaló que el modelo de indus­
trialización por sustitución de importaciones presentaba claros límites y
había llegado a su etapa final, al no extenderse hacia otros sectores, en
particular el agropecuario, ni tampoco sentar las bases para un desarrollo
autónom o de las economías latinoamericanas, lo cual se evidenciaba en el
fenómeno de estrangulamiento externo y los problemas resultantes en el
desequilibrio en la balanza de pagos (Gutiérrez Garza y Rodríguez, 2 0 1 0 :
4 5 ; Pécaut, 1988: 2 0 5 ). Esta tesis anticipaba ya la teoría del bloqueo estruc­

tural\ que será desarrollada tanto por Celso Furtado y retomada luego por
los dependentistas. En efecto, el autor brasileño subrayaba las limitaciones
internas del modelo, el debilitamiento del sector agropecuario, así como
evocaba el espectro del estancamiento económico, al cual se le atribuían
características estructurales. Otro elemento analítico que se agregaría a los
obstáculos del desarrollo estaría vinculado al desequilibrio estructural de
las economías latinoamericanas, dentro de las cuales existirían dos sectores
de distinta productividad y precio: el sector primario, que opera con eos
tos y precios menores a los internacionales y por ende puede exportar; y el

M aristella Svam pa —————————————————————————-

149

sector secundario, que por el contrario tienen costos y precios superiores a
los internacionales, porque utiliza un alto componente de insumos impor­
tados y por lo tanto no puede exportar. Al no ser corregido ni reconocido,
este desequilibrio estructural ocasiona crisis recurrentes por insuficiencia
de divisas, generando una dinámica especifica —ciclos stop and go-, que
requieren de una política cambiaría especial, diferente a la de los países
desarrollados (Brieva, Castellani etaL , 2 0 0 2 ).14
En consecuencia, frente a tales obstáculos y limitaciones, hacia media­
dos de los 6 0 asistimos al final de la ilusión del desarrollo y el vertiginoso
inicio de una nueva época del pensamiento y las ciencias sociales latinoame­
ricanas, cuyo eje reorganizador ya no sería el desarrollo, sino la dependen­
cia.15 La Cepal irá perdiendo aquéllo que había sido su rasgo mayor, a saber,
“la tendencia a los análisis globalizadores (interdisciplinarios) con un fuerte
contenido histórico” (Ansaldi, 1991: 37). Su posterior evolución y el creciente
acoplamiento con los temas propuestos por la agenda global o internacional,
al calor de las dictaduras latinoamericanas y, posteriormente, con el ingreso al
ncoliberalismo de la mano del Consenso de Washington, marcarían un cre­
ciente alejamiento de ésta respecto del pensamiento crítico, algo que al menos
la había caracterizado durante la primera etapa de existencia (1930-1970).

Naturaleza, ilusión desarrollista y rentismo
Humboldt y Bonplandfueron deslumbrados por Amé­
rica y por América tropical en particular.; en todo el
esplendor de su lujuriante vegetación, de su geografía
que pone en cuestión la escala humana mediterránea,
de sus animales que nunca dejaron de ser “nuevos”para
los expedicionarios del viejo mundo que los percibían
por primera vez. El de Humboldt y Bonpland fue un
enamoramiento visual con esta Américay recodificado y
trasmitido én categorías de pensamiento europeo.
Miguel de Asúa,
en un libro coeditado con Pablo Penchaszadeh,

El deslumbramiento, Aimé Bonplandy Alexander Von
Humboldt en Sudámerica, 2010.

150

D ebates

latinoamericanos

Diferentes autores h^n subrayado el carácter antropocéntrico de la visión
dominante sobre la naturaleza, que se apoya sobre la idea occidental de que
ésta es una “canasta de recursos” y a la vez un “capital natural” (Gudynas,
2 0 0 4 ). Ahora bien, en América Latina, esta idea se ha visto potenciada por
la creencia de que el continente es el locus por excelencia de los grandes
recursos naturales. Para decirlo de otro modo, históricamente la “ventaja
comparativa” de la región se halla vinculada a la capacidad para exportar
naturaleza.
Desde su misino poblamiento, América aparece marcada por sus
“constricciones geográficas” y sus “paisajes de peligro”, como pura geogra­
fía: las magnitudes de sus superficies, las inmensas distancias, la falta de
accesibilidad o los obstáculos naturales condicionaron el avance del pobla­
miento al tiempo

qUe favorecieron

el aislamiento interior (Cunill Grau,

1 9 9 9 : 13). Al vacío de los mares que separa a Europa le suceden los megaespacios americanos, caracterizados por una gran imponencia y hetero­
geneidad; selvas, bosques, sabanas, llanuras, deltas, humedales, montañas,
altiplanos, desiertos (ibídem: 43 ). Com o afirma Rosenblat (citado por Cu­
nill Grau: 7 9 ), “la primera visión de América demuestra las transformacio­
nes de la naturaleza americana en la retina y la lengua de los conquistadores
europeos”. Sin embargo, dichas metamorfosis serían constantes: América
encarnaría desde 1^ utopía paradisíaca o el Edén terrenal, pasando por el
nuevo bestiario, una cartografía poblada de viejos y nuevos monstruos,
híbridos, infrahumanos, subhumanos y otras fabulaciones, hasta el mito
de El Dorado, qu^ tanto obsesionó a conquistadores europeos y aún hoy
perdura, bajo otros nombres.
En realidad, las miradas sobre la naturaleza americana vinculadas al
imaginario de la Conquista española oscilan entre dos grandes ideas: una,
la del deslumbramiento; la otra, la de la inferioridad. Así, la primera remite
al m ito fundacional, y se apoya sobre la materialidad de la leyenda de I I
D orad o (el Cerro Rico de Potosí). Una variación del mito del deslum
bram iento es la visión de América como un continente extraordinario,
m arcado por sus paisajes exuberantes e imponentes (geografía/ciencias na
turales), cuyo correlato material eran los metales preciosos. América nai la
así com o productor y exportador de materias primas, principalmente, ti»
m etales. En este Escenario, Potosí marcó el inicio de la explotación milicia
industrial a gran escala y sintetizó por ello el principio de acumulación \

M aristella Svam pa —————————————————————————-

151

el acta de nacimiento de América. Esto sucedió tempranamente en Perú,
Bolivia, Brasil, Chile; asimismo ocurrió en América del Norte, en Califor­
nia, Canadá, hacia la segunda mitad del siglo X IX :
Esos tesoros expresan en común un viejo sueño de la humanidad,
aquél de poder cambiar de golpe un destino que aparecía trazado
en la pobreza y el anonimato, accediendo a los placeres y a una
opulencia hasta ahí prohibida, en una suerte de “inversión del
mundo”, que nos recuerda las aspiraciones profundas que revela,
bajo otras formas y en el espacio de unos pocos días, la fiesta car­
navalesca.16
I a contracara material de El Dorado es el saqueo y el despojo de las ri­
quezas naturales, al compás de los diferentes ciclos económicos. Dialéctica
(in versa que, como afirma Horacio Machado Aráoz (2 0 1 4 ), nos confronta
al paisaje bifronte propio del colonialismo: de un lado, fantasmas desamni listas,

ilustrados por el lujo, el progreso, la ostentación, la inversión,

•I i .iludo costo-beneficio; del otro lado, los fantasmas del horror, visibles
•n la pobreza inédita, el hambre com o castigo y privación y el sacrificio de
millones de vidas. En ese marco, paisajes primarios, escenarios barrocos, en
lin, extensiones infinitas, que tanto obsesionarían a viajeros y científicos,
Iim ron cobrando una nueva significación al calor de los diferentes cielos
»« onóinicos. Dicha rotación puede ser ilustrada por la historia de la econo­
mía peí nana, la cual saltó del ciclo de la plata, y pasó sucesivamente por el
i Iel

caucho, el guano, el salitre, en fin, en la actualidad, nuevamente,

•I boom minero.
I .i segunda idea se asienta sobre la supuesta inferioridad de Amé«*• i rn tanto continente joven e inmaduro, y pretende apoyarse sobre
h (Mimemos

científicos (zoología/geografía). Así, durante el siglo X V III

I”** Ma(cros y naturalistas recorrieron América con el objetivo de cartoi’MÍmi

el nuevo mundo y establecer un sistema de clasificación. Linneo

lo* •piien estableció la categoría de “homo sapiens”, colocando en el
•m u - superior al hombre europeo (Pratt, 2 0 1 0 : 7 3 ) .17 Asimismo, en

•i •«»gumía mitad del siglo X V III, la ¡dea de continente inmaduro sería
i’t.ilusainenre defendida por Buffon, científico francés que llevó a cabo
■m i* li’vo cartográfico meticuloso, nombrando, ordenando, etiquetando

152

D ebates

latinoamericanos

la geografía americana. Partiendo de la hipótesis de la diversidad de las
especies americanas y europeas, éste concluyó en la inferioridad ameri­
cana. Para él, “el Nuevo Mundo era otro diferente, pero en otra escala. A
partir de la descripción del león americano, ‘descubre’ que el mismo no
es un león, sino un animal particular que carece de melena y es mucho
más pequeño, más débil y más tímido que el verdadero león. Lo cierto
es que en América, Buffon sólo encontró pequeños animales. N o había
rinocerontes ni hipopótamos; tampoco había camellos ni jirafas ni ele­
fantes”. El tapir brasileño, aunque un animal de talla, capaz de rivalizar
con las especies de África, “es del tamaño de un ternero de seis meses o
de una muía pequeñita”. La llama, “especie de camello americano”, era
más pequeña que el tapir (Gerbi, 1 9 8 2 ). En contraposición a ello, hay
en Am érica una sobreproducción de reptiles y aves carroñeras, el clima
es tórrido y húmedo, las emanaciones nocivas, los insectos peligrosos,
los animales degenerados y el hombre nativo, pequeño y débil.18 Buffon
era además partidario de una visión monogenista (esto es, contraria a la
teoría de la evolución, que ya se discutía en la época y tendría a Darwin
com o autor paradigmático), tal com o aparece ilustrado en su concepto
de la variación (el mestizaje), que es visto com o degeneración.
Sin embargo, quien más influyó en la visión de América como con­
tinente inmaduro e inferior, definido como pura naturaleza, fue Hegel.
El filósofo alemán retomó e hiperbolizó la tesis de Buffon, llevándola del
reino animal a toda la realidad americana. Para Hegel, América era un
hecho natural, pura geografía, incluida por ello en un capítulo de su libro
sobre la filosofía de la naturaleza. Esto se apoyaba en tres razones: primero,
a causa de la inmadurez, pues la principal división es entre Mundo Nuevo
y M undo Viejo. “Todo en América es nuevo y por nuevo [Hegel] entiende,
inmaduro y débil. La fauna era endeble pero en compensación la vege­
tación aparecía como monstruosa” (Gerbi, 1982: 3 9 2 -3 9 3 ). Signo de su
debilidad era también que los pueblos indígenas hubieran sido una presa
fácil para los europeos y estuvieran en vías de extinción. La segunda razón
era la inmovilidad: la oposición entre América y Europa encuentra una
ilustración mayor en la dicotomía de “pueblos sin historia” y “pueblos con
historia” . En ese registro, América no era historia, sino pura naturaleza, lo
cual significaba que lo propio de ella eran los procesos cíclicos, los cuales se
reproducen interminablemente. Los pueblos sin historia eran para Hegel

M aristella Svam pa —————————————————————————- 153

pueblos inmóviles o inmutables en los cuales coexistía la superstición, la
incultura y la barbarie. En contraste, el espíritu universal se manifestaba
dialécticamente en diferentes pueblos, tomando conciencia de sí mismo
a través de la historia, mediante la construcción de instituciones, de la
memoria, de la cultura, del Estado, de la escritura; todos estos elementos
fundamentales para el desarrollo o devenir del espíritu como conciencia.
La tercera causa era la impotencia; esto es, América era un continente sin
potencia, “tan privada de desarrollo e interna dialéctica […] Ninguna de
sus partes, ningún momento es preferible a otro. La riqueza y la variedad
no son otra cosa que arbitrariedad y desorden” ( op. cit: 3 8 9 -3 9 0 ).19
Quien escapa a la línea dominante del pensamiento zoológico es el
gran naturalista alemán Alexander Von Humboldt. A diferencia de Hegel, Humboldt conocía América, pues realizó largas estancias entre 1799
y 1830, esto es, entre el fin del imperio español y las guerras de la inde­
pendencia, interactuando incluso con las élites políticas e intelectuales de
la época. Su obra tendría una gran influencia y un efecto de seducción de
largo aliento no sólo sobre los europeos -co m o D arw in- sino también so­
bre numerosos americanos, quienes verían la naturaleza americana a través
ilc la mirada de Humboldt. Acompañado por el francés Aimé Bonpland,
I lumboldt ofrecería una segunda mirada marcada por el deslumbramiento
unte la naturaleza desmesurada, extraordinaria de América. Como analiza
h a tt, Humboldt “reinventó América del Sur, sobre todo como naturaleza.
|… |No la naturaleza reconocible, recolectable, categorizable, sino una nalu raleza impresionante, extraordinaria, un espectáculo capaz de sobrecoger
lu comprensión y el conocimiento humano, fusión de la especificidad de
lu ciencia con la estética de lo sublime” (2 0 1 0 : 2 2 9 ). En Humboldt lo pri­
mordial, la abundancia, la inocencia, van a constituir una suerte de triada
i onceptual, ilustrada por las selvas tropicales, las altas cumbres cordillerañus y las vastas planicies, que va construyendo esa imagen de la naturaleza
«Irsmcsurada “que habla al hombre, a la ciencia, pero que omite al hombre
•n su relato una naturaleza que no necesita ser humano para existir” (ibí•Irm). En suma, cientificismo y romanticismo convergieron en una lectura
que valorizaba la naturaleza americana y sus paisajes primarios, colocándo­
la bajo una nueva luz.
No obstante, el fin del dominio colonial en América abriría también a
•míos horizontes, que se reconectarían con la idea original de la conquista

154

D ebates

latinoamericanos

española, lo que Pratt denominaría “la vanguardia capitalista”, que veía en
América el continente-reservorio privilegiado de grandes recursos natura­
les. Detrás quedaría la fascinación humboldtiana por el mundo nuevo y
virginal: la naturaleza reducida cada vez más a materia prima; el efecto de
deslumbramiento reemplazado por la retórica de conquista, impulsado por
una visión pragmática y economicista.
En conclusión, importa destacar en este apartado que la idea de una
naturaleza abundante y extraordinaria generó en la retina y en el lenguaje de
Europa diferentes visiones y narrativas: por un lado, la del mito de El Dora­
do, materializado en un paisaje bifronte, de grandes riquezas pero también
de grandes peligros; de lujo y saqueo, pero también de pobreza, hambre y
horror. Por otro lado, la idea de la inferioridad ligada a la tesis zoológica y
geográfica se apoyaría sobre la representación del continente joven y débil,
que además ilustraba convenientemente la contraposición entre naturaleza
y cultura (América-Calibán, como pura geografía; pueblos sin historia). Por
último, la segunda visión del deslumbramiento instalará la idea de una Amé­
rica com o naturaleza desmesurada, fuente de energía inagotable, impulsada
por la omnipresencia de barrocos escenarios naturales, paisajes primarios y
extensiones infinitas. De hecho, esta representación influyó enormemente
en la revalorización de los propios americanos acerca del carácter extraordi­
nario de su realidad natural, al tiempo que contribuyó a potenciar el mito de
El Dorado en su versión más secular, esto es, ligada a los ciclos económicos y
la división internacional del trabajo.

Inflexiones nacionales de la maldición de la abundancia
Una naturaleza reconceptualizada nos permite incluir
en nuestros recuentos históricos no sólo un conjunto más
diversificado de actores históricos, sino también una di­
námica histórica más compleja. Nos da laposibilidad de
sustituir lo que Lefiebvre llama la dialéctica “osificada”
del capitaly el trabajo por una dialéctica del capital el
trabajoy el suelo (siguiendo a Marx> Lefiebvre denomina
suelo no sólo a los poderes de la naturaleza, sino a los
agentes asociados a ella, incluido el Estado que ejerce

M aristella Svam pa —————————————————————–

155

la soberanía sobre un territorio nacional). La dialéc­
tica de estos tres elementos nos ayuda a ver el Estado
terrateniente como un agente económico independiente
y no como un mero actor político estructuralmente de­
pendiente del capital; y a conceptualizar el capitalismo
como un proceso global queforma centrosy periferias en
íntima relación, y no como un sistema autogenerado que
se expande desde regiones modernas y activas, y engulle
sociedades tradicionales y pasivas.
F. Coronil, El Estado mágico.
La heterogeneidad y el gigantismo fueron configurando una imagen am­
bivalente de la naturaleza americana. Así, en el Facundo de Sarmiento
(1845) se advierte el doble rostro: por un lado, se alude a ella como un ser
monstruoso, enorme y amenazante, asimilada a la inferioridad y el retra­
so, es decir, a la barbarie; por el otro, aparece elogiada en su abundancia
y potencialidad. Por ello, una vez vencidas las fuerzas sociales y políticas
ilc la barbarie, se estaría en condiciones de domesticar a la naturaleza, a
fin de llevar el exigido progreso en nuestras tierras. Este doble rostro de
laño, figura perdurable, aparece evocado en un conocido ensayo sobre la
novela hispanoamericana del escritor mexicano Carlos Fuentes (1 9 6 9 ), en
rl cual afirmaba que cuatro eran los grandes temas recurrentes de nuestra
narrativa: el dictador, las masas explotadas, el escritor (quien invariable­
mente tomaba partido por la civilización y contra la barbarie) y, last but

noi leasty la naturaleza. Pese a que el conflicto mayor era entre civilización y
barbarie, en realidad, para Fuentes el gran personaje literario era sin duda
la naturaleza inmensa y poco domeñable, que se erigía en el gran desafío
ilrl hombre americano.
Esta idea de una naturaleza desbordante y de América Latina com o
lugar por excelencia de los grandes recursos naturales estimularía una
vmión eldoradista, de fuerte pregnancia en el imaginario social y políti»o latinoamericano. El tema ha sido desarrollado por diferentes autores,
muy especialmente por historiadores y economistas, a través de ésta de
l»i maldición o la paradoja de la abundancia. En líneas generales, la tesis
m

apoya sobre tres ejes: la consolidación del modelo primario exporta-

•lui, basado en las materias primas; la captación de renta extraordinaria

156

D ebates

latinoamericanos

y su derivado, el rentismo, y las oligarquías parasitarias. La tesis aparece
sencilla en su eslabonamiento: el carácter pródigo de la naturaleza la­
tinoamericana, esto es, la abundante riqueza en recursos naturales, los
ingentes beneficios de la exportación en el marco de la división interna­
cional del trabajo, generarían una mentalidad rentista y parasitaria en las
clases sociales dominantes, que se traduce en una estructura productiva
distorsionada que explica en gran parte tanto las desigualdades sociales
com o el empobrecimiento en las sociedades. En su formulación mínima,
dicha tesis condensa una fuerte crítica al modelo primario-exportador,
que en forma desigual se expandió por todo el subcontinente, desde la
colonia en adelante, al compás de los diferentes ciclos económicos y el

boom de las materias primas.
Son innumerables las evocaciones y formulaciones que podemos en­
contrar de esta tesis en América Latina, imposibles de sistematizar o re­
sumir. En razón de ello, presentaré cuatro lecturas, referidas a tres países:
René Zavaleta M ercado por Bolivia, Milcíades Peña por la Argentina y, por
último, Rodolfo Quinteros y Fernando Coronil por Venezuela. Interesa
también destacar que los procesos analizados en cada país, si bien remiten
a la memoria larga del saqueo colonial, analizan diferentes períodos histó­
ricos, que involucran procesos ligados a la memoria mediana. Zavaleta es
quien más claramente nos introduce en la memoria larga a través de la his­
toria del “excedente infecundo”, para luego ligarlo a la Guerra del Pacífico
y los más recientes ciclos de explotación de metales y minerales; Milcíades
Peña se aboca a demoler el mito de la gran riqueza argentina, la Argentina
finisecular, del modelo agroexportador basado en la renta extraordinaria
de la tierra; por último, los autores venezolanos describen los diferentes
aspectos de la cultura del petróleo, desde 1930 en adelante.
El ensayista boliviano René Zavaleta Mercado despliega un análisis en
dos direcciones. Por un lado, considera que el tema de la querella por el ex
cedente habría sido el fondo de la Guerra del Pacífico (1 8 7 9 -1 8 8 3 ), la cual
enfrentó a Perú y Bolivia con Chile. Dicho conflicto refiere al mito ¿leí exce

dente, ligado a la fantasía de la abundancia. Cierto es que constituye un;
alegoría m undial, no sólo ligado al capitalismo, pero en América Latina
revela ser “u n o de los más fundantes y primigenios” (2 0 0 8 [1 9 8 6 ]: 34). A
través de la querella por el excedente, el autor boliviano se refiere también
al mito eldoradista que “todo latinoamericano espera en su alma”, ligado ;il

M aristella Svampa

157

súbito descubrimiento material (de un recurso o bien natural) que genera
sin duda un excedente, pero el excedente como “magia”, “que en la mayor
parte de los casos no ha sido utilizado de manera equilibrada”. Esto daría
origen a una concepción elitista, vertical, conservadora, que asocia la idea
de que la riqueza crea poder, contrapuesta a la idea de que es el pueblo el
que crea el poder, en un acto revolucionario. “En este sentido, América es
un continente conservador porque cree más en la transformación por la
vía del excedente que por la vía de la reforma intelectual” (op. cit.: 3 6). Por
otro lado, la historia latinoamericana estaría recorrida por ejemplos muy
concretos de la “infecundidad del excedente”: “Potosí mismo decía a gritos
que no importa el excedente sino quien lo capta y para qué” (ibídem: 38).
Más simple, el gran problema es que el excedente y su disponibilidad (la
existencia de una renta extraordinaria) no habría servido para construir la
nación. Así, la obsesión que recorre a Zavaleta está vinculada a la cuestión
ilcl control del excedente (su conversión en “materia estatal”; su acumu­
lación, en contraposición a la pérdida) a fin de no repetir la historia del
saqueo y el despojo que caracteriza a los países andinos desde los tiempos
tic* la conquista.
Milcíades Peña, historiador marxista argentino, se caracterizó por ser
un demoledor de mitos, esto es, de aquellas tesis interpretativas dominan­
tes sobre la historia argentina. En su gran libro Historia delpuebb argén-

tino, escrito entre 1955 y 19 5 7 , se refirió a lo que tituló explícitamente
rn un apartado como “la maldición de la abundancia fácil” (2 0 1 2 : 7 7 ) ,20
irlucionada con la rentabilidad extraordinaria producida por la pampa arp,rutina, eje del modelo agroexportador (carnes y cereales). Peña se diferen•inha de los círculos de izquierda de la época, que sostenían que el tipo de
nionización económico y social de América Latina en la época colonial
liahía sido de tipo feudal. Retomando al economista e historiador Sergio
Ihgií, afirmaba que América Latina desde la conquista española y portu-

liucvsa se había insertado en el sistema capitalista mundial, asumiendo un
IMirón de organización capitalista, pero adoptando un estilo singular, el
•.ipualismo colonial. En esta misma línea, arremetía contra el mito de la
mpriioridad de la colonización inglesa por sobre la española, que desde
ni óptica conducían a las tesis racialistas del positivismo decimonónico.
iVha colocaba el acento en factores como la estructura social y no en la
m/»i

o en la herencia social; esto es, en elementos objetivos, para explicar

158

D ebates

latinoamericanos

la conducta social. Dichos elementos eran la tierra, la disponibilidad de
mano de obra y la naturaleza de la producción, que servían para explicar
las bases reales de dos destinos diferentes. Es en este punto que acudía a la
tesis de “la maldición de la abundancia fácil”, que en su opinión era la cla­
ve para explicar la diferencia decisiva entre el norte de los Estados Unidos
y el Río de la Plata. Dice así: “En el Río de la Plata estaba la pampa, ese
enorme océano de hierbas donde la teología vacuna, si la hubiera, colocaría
seguramente el paraíso. En un principio los colonizadores tuvieron que
esforzarse por subsistir, pero sólo en un principio. Después, pampa y vacas
hicieron lo suyo. ¿Por qué arañar la tierra? ¿Para qué salir y afrontar río y
mar, si la pampa servía cueros y carne que el mercado mundial reclamaba
con tanta avidez com o el metal de Potosí o el tabaco de Virginia?” (79).
C om o los plantadores del sur de Estados Unidos, las oligarquías vivían de
la exportación y su enriquecimiento no le exigía la iniciativa del burgués
ni el trabajo personal del granjero. “La oligarquía estancieril u comercial
se apropió de las riquezas de la pampa y con ello edificó una civilización del
cuero y la carne basada mucho menos en el trabajo productivo del hombre
que en la prodigalidad de la naturaleza” (ibídem: 7 9 ).
Así, lo que está detrás de esta caracterización es la oposición entre ca­
pitalismo productivo, el cual conduciría a un desarrollo industrial autóno­
mo, y capitalismo colonial, donde las clases dominantes terminan siendo
parasitarias y capitalizadora del atraso, exportadoras de riquezas naturales
apenas trabajadas por el hombre (ibídem: 80). Ésta y no otra son las ra­
zones de las diferencias con los Estados Unidos, donde la fortuna de los
colonizadores del Norte está vinculada a que éstos no hallaron medios de
vida demasiado abundantes; no había mano de obra indígena explotable
ni productos que conviniera explotar importando esclavos, y donde, en
contrapartida, abundaba la riqueza en términos de medios de trabajo, algo
que los colonizadores supieron usufructuar a través del trabajo productivo.
Por últim o, los análisis que introducen los venezolanos están más liga­
dos a las diferentes consecuencias socioeconómicas de la economía del pe­
tróleo, que van desde la dependencia externa hasta la emergencia de una de­
terminada configuración cultural local/nacional. La cuestión fue introducida
tempranamente por el gran escritor Arturo Uslar Pietri, quien el 14 de julio
de 1936 publicó en el diario caraqueño Ahora un artículo titulado “Sem­
brar el petróleo”, donde planteaba “la necesidad de redireccionar los recursos

M aristella Svam pa —————————————————————————-

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provenientes de la renta petrolera hacia el impulso del sector no petrolero de
la economía nacional, con miras al desarrollo integral del país”.21La preocu­
pación recorrerá otros análisis, centrados en la crítica al rentismo petro­
lero y la necesidad de aprovechar la riqueza, diversificando la economía.
Una reflexión que ha buscado focalizarse en la cultura del petróleo es la
de Rodolfo Quinteros, cuyo libro Antropología del petróleo, publicado en
1972, define a aquélla como un patrón de vida con estructura y recursos de
defensa propios; de modalidades y efectos sociales y psicológicos que de­
terioran las culturas “criollas”, configurando rasgos muy marcados, ligados
al capital monopolista. En esa línea, la cultura del petróleo es entendida
en términos de “cultura de la conquista”, en la medida en que crea una
filosofía de la vida para adecuar a la población a la condición de fuente
productora de materias primas (Quinteros [1 9 7 2 ], 2 0 1 4 : 4 5 ). Asimismo,
Orlando Araujo, en su libro-indagación sobre Venezuela violenta (1 9 6 8 ),
analizaría, entre otros temas, la emergencia de una burguesía estéril o para­
sitaria cuya situación mejoraba a la sombra del negocio petrolero (Araujo,
[ 1968] 2 0 1 4 : 129). El petróleo es “com o Dios, está en todas partes al
mismo tiempo, aun cuando a veces no se lo pueda ver o adquiera, como
Proteo, mil formas diferentes para desconcertar y aniquilar a quienes osen
atravesarse en su camino” ( op. cit.: 10 0 ).
Pero quien ha ido más lejos en su reflexión es Fernando Coronil, quien
en el libro El Estado mágico. Naturaleza., modernidad y dinero en Venezuela
(2 0 0 2 ) se refiere a la relación que hay entre el petróleo y la idea de un “Es­
tado mágico”. El petróleo aparece com o lo fantástico y apuntala ficciones
fabulosas que reemplazan la realidad. Su capacidad para despertar fanta­
sías “permite a líderes estatales hacer de la vida política un encandilador
espectacular del progreso nacional”. Coronil sostiene la tesis de que la dei­
ficación del Estado históricamente débil está directamente ligada a la trans­
formación de Venezuela en nación petrolera; esto es, en petroestado. Todo
entra en el dominio del deslumbramiento, de la fantasía colectiva con sus
imágenes de progreso y desarrollo, y el Estado erigido en magnánimo, que
transforma a los sujetos en receptores para sus trucos de prestidigitación.
En suma, las lecturas de Peña y Zavaleta coinciden en señalar su preocu­
pación por el desarrollo nacional (un capitalismo nacional autónomo), al
analizar el rol de la renta extraordinaria, producida por la exportación masiva
tic productos primarios. Sin embargo, mientras que Peña consideraba que la

160

D ebates

latinoamericanos

abundancia de tierra y de medios servía a la consolidación de una oligarquía
parasitaria y rentista (Argerutina), Zavaleta argumentaba que el problema no
era el excedente en sí, sino «el hecho de que éste era captado por otros países,
por la vía del mercado internacional. En ambos casos, Argentina y Bolivia
se enfrentaban al fracaso de la acumulación, sea por la vía de un capitalismo
fallido o dependiente (Peña) o a través de la consolidación de un Estado
aparente o fallido (Zavaletai). Los autores venezolanos también insisten en se­
ñalar esta doble figura (oligarquía parasitaria/ Estado fallido). Estos últimos
también ilustran la crítica al carácter rentista de la economía y la sociedad
venezolana. En esa línea, Coronil, deudor del giro decolonial, añade una
crítica a la mirada eurocérutrica, que reconoce la significación histórica de la
naturaleza, lo cual permite replantear las historias dominantes del desarrollo
histórico de Occidente y p*oner en tela de juicio la idea de que la modernidad
sea hija de un Occidente autopropulsado.