octubre 12, 2018
¿Dos proyectos o dos versiones distintas del mismo proyecto?
Raúl Prada Alcoreza
La impresión es la siguiente, después de una evaluación histórica, si usamos este término institucionalizado y de costumbre, los opuestos son complementarios; mucho más, cuando se declaran antagónicos. Obviamente para el sentido común esto, que decimos, parece un absurdo; para la ideología en boga o en uso, con cualquier forma discursiva que adquiere, cualquiera sea su pretensión de verdad, lo que decimos no tiene sentido. Esto se entiende pues la ideología, su cosmovisión de mundo es esquemáticamente dualista. Sin embargo, a pesar del sentido común y la ideología, que se cree poseedora de la verdad, la facticidad de los hechos, mas bien, corrobora lo que decimos. La oposición es la forma misma de la complementariedad en el mundo de las dinámicas sociales, si se quiere, en los mundos conformados por estas dinámicas sociales. No se trata de dialéctica, tenemos que decirlo, pues la ideología tiene sus filósofos y, como tienen respuestas para todo, pueden decir que se trata de la dialéctica, es decir, de la contradicción que se supera en la síntesis de los contrarios. Sin embargo, este enunciado filosófico no es sostenible, pues, al ser complementarios, no son necesariamente contradictorios, salvo en el dramatismo, no de sus acciones, sino de sus interpretaciones. La dialéctica es un paradigma filosófico que ha intentado reducir las dinámicas de la complejidad, sinónimo de realidad, al modelo esquemático de una triangulación feliz; no el tercero excluido, como una interpretación “holista” pretende, sino el tercero del equilibrio logrado, si se quiere, jugando con las metáforas, del amante.
La dialéctica, sobre todo, en su versión especulativa, es decir, filosófica, por lo tanto elaborada racionalmente, la que corresponde a Hegel, ha pretendido explicar la complejidad, que no entra en su perspectiva, pues la dialéctica considera, desde el paradigma condicional del tiempo, la huella social como historia, desde el resumen operativo, conceptualmente, de la triada conceptual de lo que no deja de ser un silogismo: tesis, antítesis y síntesis. La historia de la filosofía ha asumido esta pretensión como una evolución teórica de la filosofía; lo ha hecho desde el egocentrismo, si se quiere, para repetir una calificación de la crítica decolonial, del eurocentrismo. No cualquier eurocentrismo por cierto como consideran los partidarios de las teorías decoloniales, sino el eurocentrismo del siglo XIX, el que legitima el colonialismo como civilización y el imperialismo como dominación mundial. No se podría decir lo mismo del actual eurocentrismo, manteniendo las referencias geográficas, del siglo XXI. En este caso, se trata de un eurocentrismo agobiado por el peso de su propia historia, entendiendo historia como la proliferación de relatos, primero del centra-miento mundial, en torno a la península de Euro-Asia, después al descentramiento, no solo respecto de la interpelación de la arqueología de las civilizaciones y culturas no europeas, sino respecto a sí misma, cuando descubre que su centro histórico-cultural corresponde a rupturas históricas-políticas-sociales-económicas-culturales. En otras palabras, no hay tal centro sino un descentramiento constante, respecto al mundo efectivo que la rodea.
Empero, si llamamos a esta experiencia social contemporánea crisis de la civilización eurocéntrica, tenemos que reconocer que también es una crisis mundial, crisis de la civilización mundial, pues Europa, como tal, no existiría sin el mundo plural y abigarrado. Europa es inventada por los romanos a sangre, espada y fuego, mediante la expansión del imperio; después Europa es inventada por la transferencia cesarista, que queda en el dominio religioso de la iglesia cristiana, apostólica y romana. Pero, el invento mayúsculo, es decir, histórico, en el sentido que impregna a esta palabra la modernidad, por así decirlo, de Europa es cuando los europeos, que son distintos, inventan Europa, al enfrentar el desafío de la dominación institucionalizada del quinto continente. Requieren inventar una Europa, como referente de la civilización, para legitimar e institucionalizar las conquistas del quinto continente. Se puede decir, que Europa se inventa contra la alteridad india o indígena, contra la alteridad de las sociedades nativas del continente conquistado. Para decirlo de una manera dramática, Europa se inventa contra lo que implica lo que denominan indio, aunque lo hayan hecho de una manera equivocada.
La trilogía dialéctica de la afirmación-negación-reafirmación, que reproduce el silogismo de tesis-antítesis-síntesis, supone la contradicción y la superación de la contradicción, reafirmando a través de la negación, resolviendo la contradicción en la síntesis. Ahora bien, la contradicción o los opuestos, para ser contradictorios y opuestos, tienen que compartir el mismo plano de intensidad, solo que asumido de manera opuesta o simétrica. Comparten algo por lo que son opuestos y contradictorios; bueno pues, ésto los hace complementarios, pues los opuestos se requieren, tanto para afirmarse, el uno respecto del otro, tanto para negarse, el uno respecto del otro. Aunque desde la perspectiva dialéctica no sean complementarios, sino, mas bien, contradictorios y hasta antagónicos, es decir, de algún modo, excluyentes, uno respecto al otro, los son, pues comparten el mismo plano de intensidad de la contradicción y de la negación; además, porque, para decirlo de algún modo, producen el efecto que comparten, se lo denomine reafirmación o síntesis, dependiendo del estilo de la enunciación.
Retomando lo dicho, la complementariedad no forma parte la perspectiva dialéctica, que ve, mas bien, contradicciones y negaciones; por lo tanto, se puede decir que los opuestos o la contradicción participa de la complementariedad sin saberlo. Figurando dramáticamente, decíamos antes que los enemigos son cómplices, se necesitan mutuamente, aunque juren matarse. Anotando, podemos remarcar que la dialéctica no ve la complementariedad porque se queda en la versión polarizada de la contradicción, el antagonismo, la negación; no llega a comprender que, a pesar de la oposición, los opuestos participan de lo mismo, de la producción del efecto envolvente, retrospectivo y prospectivo. Participan en el mismo plano de intensidad compartido. En otras palabras, forman parte de lo mismo.
Por otra parte, la complementariedad no se circunscribe al plano de intensidad configurado por la paradójica situación de los opuestos y de la contradicción, sino que se abre a múltiples planos de intensidad, que se entrelazan y cruzan, afectándose en el conjunto de planos de intensidad involucrados. La complementariedad, en tanto dinámica compleja, se hace comprensible en la integralidad dinámica de los planos de intensidad involucrados. Se da en constelaciones de fenómenos, que se entrelazan, se conectan, se articulan y se integran. Se puede interpretar, dejándose llevar por la impresión, que se juega al azar, recurriendo a proliferantes asociaciones, composiciones y combinaciones de composiciones. Sin embargo, parece ocurrir que el azar se afirma en la necesidad y la necesidad se afirma en el azar. Interpretando esta paradoja del azar y la necesidad, se puede conjeturar que, dado un mapa de asociaciones, composiciones y combinaciones de composiciones y asociaciones, el azar define la estructura de la necesidad en ese mapa. Como se trata de dinámicas, para decirlo de una manera más filosófica y a la vez más metafórica, como se trata del devenir constante, la necesidad misma se redefine, dependiendo de los mapas conformados.
De lo que hablamos, de alguna manera, ya lo expusimos en los ensayos dedicados a la perspectiva compleja y al pensamiento complejo; volvemos a ello, aunque añadiendo nuevas anotaciones, porque queremos remarcar que los opuestos son complementarios, a propósito de la crisis política y la recurrente investidura ideológica de los que señalan al enemigo, para afirmarse políticamente. Liberales y socialistas, formaron parte de los mismos planos de intensidad en la modernidad naciente, aunque se señalen como enemigos. Ambos no solo compartieron los planos de intensidad sociales, económico, político, cultural, de la modernidad, sino también la ilusión del desarrollo, aunque lo hagan en dos versiones ideológicas distintas. Que unos se autonombren como partidarios de la libertad y los otros se proclamen militantes de la justicia, se invisten de discursos en concurrencia, de proyectos políticos encontrados, pero, ambos forman parte de los mismo, de la civilización moderna, y aunque no les guste a los marxistas, del mismo modo de producción capitalista.
Una vez agotados los recursos argumentativos del largo siglo XX, ultimatista, la contradicción y oposición entre liberales y socialistas se transmutó en la diatriba entre neoliberales y neo-populistas. Aunque los recursos ideológicos de ambos se empobrecieron, aunque los alcances de sus proyectos fueron más reductivos, respecto a sus antecesores, liberales y socialistas, de todas maneras, ambas expresiones ideológicas tardías comparten planos de intensidad y los efectos perversos que sus discursos, prácticas e institucionalidades ocasionan. Neoliberales y neo-populistas son complementarios.
No vamos a acudir a los ejemplos más notorios de la historia reciente, mostrando que comparten el mismo modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente - algo que hemos hecho en anteriores escritos -, tampoco que participan como dispositivos y engranajes en la heurística del capitalismo financiero y especulativo, dominante en el crepúsculo del ciclo largo del capitalismo vigente – lo que también remarcamos en ensayos anteriores -. A su vez, de la misma manera, no vamos a volver a mencionar que ambas formas de gubernamentalidad, la neoliberal y la neo-populista, cohabitan con la corrosión institucional y la galopante corrupción, aunque lo hagan con distintos grados de intensidad, dependiendo. Lo que queremos hacer notar, ahora, en este ensayo, es que ambas modalidades gubernamentales, discursivas, ideológicas, políticas y económicas, comparte el mismo fenómeno del capitalismo tardío, la decadencia. Es más, pues lo anterior, fue tocado también, ambos proyectos políticos comparten la voluntad de nada, es decir, la historia como desenvolvimiento nihilista; en otros términos, el dramático camino a la nada, que, en términos trágicos, podríamos denominar metafóricamente el apocalipsis.
Los opuestos son complementarios. Esta es la conclusión de la evaluación crítica de la historia moderna, para hablar genéricamente, sobre todo de la historia reciente. Al respecto, valdría la pena hacer algunas anotaciones sobre las exacerbaciones de las contradicciones y antagonismos de los opuestos, que se miran como enemigos. La primera es la siguiente: si los enemigos son cómplices, si los opuestos son complementarios, en extremos casos del delirio fundamentalista se llega a la convicción de la solución final, de la eliminación completa y absoluta del enemigo. Este fundamentalismo delirante lleva al colmo esto de la contradicción y el antagonismo con el enemigo, que no esta dispuesto a tolerar su presencia. Por lo tanto, busca eliminarlo radicalmente, sin darse cuenta, que, si esto ocurriera, hipotéticamente, también desaparecería el enemigo del enemigo, es decir el amigo, el mismo. A estos extremos se ha llegado en la historia moderna de las sociedades humanas. La guerra de exterminio emprendida derivó en lo que podríamos reconocer como un suicidio del fundamentalismo en acción. Esta guerra de exterminio ha cobrado distintas formas singulares, dependiendo de la versión fundamentalista, sea religiosa, política, ideológica, cultural. Cuando acaece este fundamentalismo delirante se hace patente el absurdo de esta concepción o concepto de la política, como definición del enemigo.
Este extremo de la intolerancia, que se expresa en la intensión del exterminio, devela algo que la interpretación racional denominaría “locura” o “irracionalidad”. Se puede llegar a entender porque esta interpretación racional lo dice; pues es un desquicio apostar no solamente al exterminio del enemigo, sino al propio suicidio. Resulta irracional regir sobre cementerios, así como resulta irracional acumular arsenales atómicos de destrucción masiva, capaces de destruir nuestra Tierra cientos de veces. En esa guerra nadie gana, todos pierden. Sin embargo, este comportamiento social, de las sociedades modernas, sobre todo de los Estados modernos, no corresponde exactamente a la señalada “locura”, tampoco a la definida “irracionalidad”. Lo que hay que comprender es por qué funciona de esta manera la sociedad moderna.
A propósito de estas preguntas, lanzaremos algunas hipótesis de prospección.
Hipótesis de la incoherencia perversa
1. Aparentemente se trata de una “anomalía”, sobre todo de un error en la información adquirida en el sistema social humano. A partir de este error, se genera una mala interpretación, que no logra comprender el fenómeno existencial en el que esta inserta la sociedad humana. En consecuencia, la errada información y la equivocada interpretación ocasionan acciones y prácticas sociales que en vez de ayudar a la sobrevivencia coadyuvan a la periclitación de la humanidad.
2. La “anomalía” se hace evidente cuando la ideología dominante moderna supone que la tarea del hombre es dominar la “naturaleza”. Es evidente la “anomalía” por una simple razón: el ser humano forma parte de la “naturaleza”; ¿cómo puede dominar la naturaleza un ser que forma parte de este acontecimiento vital?
3. La “anomalía” se hace peligrosa cuando se convierte en un comportamiento político asesino. Las distintas expresiones ideológicas de la modernidad han llegado a este extremo. A nombre de la libertad, de la justicia, de la nación, se han cometido crímenes de lesa humanidad. Pregunta: ¿Cómo se puede justificar la promesa de libertad, justicia y territorialidad sobre el despliegue del crimen masivo?
4. La “anomalía” se presenta como una amenaza ineludible cuando la civilización moderna se realiza a costa de la vida en el planeta. Se trata, a todas luces, de una civilización que se erige sobre la muerte, la destrucción de la vida en el planeta.
5. La “anomalía” parece manifestarse en las inclinaciones tanáticas de grupos y hasta estratos sociales; en los comportamientos sociales destructivos y hasta incluso autodestructivos.
6. No se trata de una “locura” inherente, ni tampoco de una apuesta por la irracionalidad, sino de una composición estructural de las sociedades humanas, conformada a partir de determinados momentos constitutivos o des-constitutivos, dependiendo de la perspectiva de evaluación genealógica. Se trata de la estructura estructurante de las mallas institucionales de las sociedades, que convierte a las instituciones en principios y fines de la sociedad, dejando de ser lo que son, meros instrumentos inventados para la sobrevivencia y la potenciación social.
7. Llamemos a esto el anclaje histórico-jurídico-político-cultural de la sociedad humana. Recurriendo a las metáforas podríamos decir que a partir de un momento la embarcación social decide anclar en el puerto, no moverse, ni viajar, ni aventurarse en nuevas rutas. Como si hubiera llegado a la tierra prometida, siendo ésta el eterno retorno de lo mismo, la promesa incumplida.
Los opuestos complementarios en la coyuntura política
Se increpan, se atacan, se descalifican, mutuamente; el uno respecto al otro es el enemigo abominable. En este odio que se ventilan se vislumbra, no el amor, como dice el refrán popular, sino la concomitancia entre los enemigos y hasta su complicidad inherente o soterrada. Ninguno podría existir sin el otro, se necesitan; necesitan que el otro sea el demonio para ungirse como partidario de Dios. Lo raro de todo esto es que pueden llegar hasta agredirse, incluso hasta matarse, a pesar de que necesitan mutuamente. Uno existe porque existe el otro; no podría desaparecer el enemigo, sin que el amigo, uno mismo, la referencia, también desapareciera.
Las denuncias que se hacen, uno respecto del otro, el enemigo, ayudan a descalificar al abominable, al culpable, al enemigo de la sociedad, dependiendo que entiende un discurso u otro sobre la sociedad. La funcionalidad de estas denuncias radica en lograr sustituir al otro en el poder o, en contraste, lograr mantenerse en el poder, impidiendo que el otro acceda al mismo. Si se cree que estas denuncias están destinadas a desatar una revolución moral e intelectual, se peca de ingenuidad. La revolución moral e intelectual es una utopía, no está en ninguna parte y en ningún lugar. Si esta revolución se efectuara demolería la estructura de poder donde se afinca la genealogía de la corrosión institucional y de la corrupción.
Si compiten en elecciones es para legitimar la elección de cualquiera de los contrincantes. Las elecciones no cambian nada, salvo, si es el caso, los personajes, los discursos, los estilos; empero, el círculo vicioso del poder persiste, despliega sus órbitas, define su campo gravitatorio.
Los votantes, cansados de soportar al anterior gobernante, que se les volvió aborrecible, creen encontrar la salida en una nueva cara, que les hable desde la pantalla o desde el balcón del palacio quemado o desde el nuevo palacio fálico. Si este no es el caso, los votantes que creen que la salida ya se ha dado con el “proceso de cambio”, que no se constata en ninguna parte, aunque se lo menciona por todos lados, creen que su deber es mantener la cara que les habla en la pantalla o desde el balcón crepuscular. Ambas masas de votantes, enfrentadas, en la contienda electoral, a pesar de que se señalan acremente, son cómplices de la reproducción de lo mismo, el círculo vicioso del poder.
Se puede decir que los enemigos en la contienda electoral han logrado desahogarse, al manifestarse, al participar en la contienda, incluso desde antes de las elecciones mismas, han hecho catarsis, empero, no han resuelto o enfrentado la crisis múltiple del Estado-nación, no han salido del círculo vicioso del poder; solo han participado, de un modo u otro, en la reproducción misma de las dominaciones.