Él no, el Otro tampoco. La izquierda argentina y su capitulación ante el PT

El fenómeno Bolsonaro ha golpeado duramente a toda la izquierda latinoamericana. A la Argentina, en particular, la expuso en toda su desnudez teórica y debilidad política



13.OCT.18 | Posta Porteña
Él no, el Otro tampoco La izquierda argentina y su capitulación ante el PT

El fenómeno Bolsonaro ha golpeado duramente a toda la izquierda latinoamericana. A la Argentina, en particular, la expuso en toda su desnudez teórica y debilidad política

Eduardo Sartelli 12/10/18

Ha logrado lo que el mismo Macri no había conseguido: exponer su democratismo liberal y su pacifismo inveterado, su incapacidad para escapar a los alineamientos burgueses en la lucha intraburguesa, su carencia absoluta de imaginación política. El núcleo de las excusas para esta nueva claudicación es la caracterización de Bolsonaro como “fascista” o como expresión del “revanchismo militar”

Facho, lo que se dice facho…
La propuesta de votar a Bolsonaro por el peligro fascista que envolvería a Brasil por estos días, es pueril. Simplemente ignora lo que es el fascismo. Ignora que Bolsonaro no ha necesitado ningún proceso, largo y tortuoso, de creación de un movimiento de masas, desde abajo, en un contexto de descomposición del Estado y peligro revolucionario

Ignora que Bolsonaro ganó las elecciones en forma apabullante, sin necesitar violencia alguna. Es decir, sin fascismo. Ignora que “fascismo” viene de “fascio di combatimento”, de escuadras de combate callejero, de masas, contra la clase obrera, organizando cruentos combates de vasto alcance contra los comunistas antes de la toma del poder. Ignora que el fascismo es “nacional-socialismo”, es decir, primero que nada un nacionalismo exacerbado difícil de encontrar en alguien que se dispone a entregar al capital extranjero las principales empresas del país (Petrobrás y Embraer), ambas de carácter estratégico. Ignora que es “socialismo”, es decir, la expresión deformada de las inquietudes pequeñoburguesas por el avance del gran capital, lo que supone un refuerzo del rol del Estado en el control de la economía. Perspectiva que, otra vez, contrasta con las ideas de alguien que pretende imponer a un Chicago boy como superministro de economía.

La puerilidad de este planteo solo es expresión de la ignorancia de quien lo hace. Bolsonaro no es fascista, ni siquiera por su ideología. Eso no significa que no sea peligroso o “progresista” ni nada por el estilo. Significa que quien utiliza “fascismo” como sinónimo de “derecha” o de “autoritarismo” desconoce la riqueza de ideologías y recursos organizativos con que cuenta la burguesía.

Que desconoce la panoplia de categorías que el análisis científico de la vida social ha desarrollado y puesto al servicio del análisis concreto de las situaciones concretas.

Un paso adelante, dos atrás
Se avanza un paso cuando se señala que Bolsonaro está preso de/es expresión de una camarilla militar que domina las fuerzas armadas brasileñas. Se retroceden dos cuando se afirma esto sin abandonar la caracterización de “fascista” y no se recuerdan las contradicciones entre las fuerzas irregulares que el fascismo comanda y el aparato profesional de las fuerzas armadas. Bolsonaro es expresión de esto último más que de lo primero. La ideología de Bolsonaro es muy similar a la de Videla, Pinochet o la misma dictadura militar brasileña: el cese de todo movimiento, un mundo organizado administrativamente, sin ideología, a partir de un conjunto de variables claras y limitadas

Bolsonaro no es ni siquiera un populista militar: desprecia a las masas que lo votan, no busca empatía alguna con ellas, con los negros, las mujeres, los aborígenes, los desocupados, con todo lo que significa minusvalía en sus términos.
En un Brasil post-apocalíptico, Bolsonaro expresa un punto de reagrupamiento de una vida social desquiciada, donde la crisis no es más que la expresión desorbitada de las características ya delirantes de una realidad completamente degradada.

Y expresa esta conciencia con la sorpresa, harto desagradable, de haber desembocado en ella luego de una década de supuesta expansión económica, de superación de la pobreza, de expansión “imperialista” y de reagrupamiento como cabeza de un posible nuevo orden internacional, la “B” de los BRICS.

Si se elimina el elemento “fascista” y solo nos limitamos a remarcar el carácter de camarilla militar, avanzamos un paso, pero solo uno. Efectivamente, Bolsonaro expresa al núcleo duro del Estado que ha logrado conquistar por los medios de la democracia burguesa las “partes blandas” (el gobierno). Sin embargo, Bolsonaro no es Videla

Para serlo debe desmontar el régimen democrático burgués. Dicho de otro modo, el peligro que se esconde detrás de Bolsonaro es Bordaberry.

Una dictadura militar construida desde dentro del régimen democrático-burgués. Pero no todo es tan fácil. El programa de Bolsonaro tiene frente a sí notables obstáculos: no solo que su programa de ataque a las masas en el plano económico ya fue rechazado en las calles cuando Dilma intentó aplicarlo, sino que se va a enfrentar al nacionalismo tecnocrático tradicional de las fuerzas armadas y de otros estamentos del Estado, como relaciones exteriores. La asunción de Bolsonaro supone, entonces, un gobierno débil, que probablemente se empantane en un “gradualismo” a la brasileña.

De lo contrario se arriesga a una erupción social nunca vista en Brasil (a cuyo proletariado habría que tenerle más confianza) o a un golpe militar.
Para enfrentar estos frentes complicados (que se cruzan y duplican entre las fracciones burguesas que apoyan abiertamente a Bolsonaro, como las agrarias, y las que lo miran de reojo y prefieren a Alckmin, como las grandes empresas industriales)

Bolsonaro tiene a su disposición la bordaberryzación. Pero ello no ocurrirá sin enormes crisis y enfrentamientos en esa bolsa de gatos en que se transformará inmediatamente un gobierno Bolsonaro, crisis y enfrentamientos que significarán también pérdida de apoyo popular. La misma bordaberryzación es un arma de doble filo que a la postre desnuda y debilita el poder burgués aunque a corto plazo signifique más poder de fuego. La base votante se puede diluir muy rápido ante el avance de la crisis económica y el costo social que ella conlleva. Bien puede ser que el propio partido militar se fracture frente al fracaso de la política económica de Bolsonaro y la quiebra del régimen se proyecte hacia el interior del Estado. Es un error suponer que el ascenso de Bolsonaro es el fin de la crisis de dominación incipiente que se desarrolla en Brasil desde hace un lustro por lo menos. Es más bien un episodio más en esa crisis, todavía con final abierto.

Quienes creen lo contrario, es decir, que el triunfo de Bolsonaro es el fin de la crisis en las alturas, que ha destruido el sistema de alianzas y partidos de gobierno y pone en cuestión el mismísimo régimen político, suponen que votar por Haddad es abortar si no una experiencia fascista, al menos una dictadura cívico-militar reaccionaria en extremo

Quienes suponen esto, de nuevo, vuelven a retroceder dos pasos. No solo por lo que dijimos antes ni tampoco porque enfrentar a Bolsonaro de la mano del PT significa significa entregarle la dirección de la lucha a una organización descompuesta y repudiada por la masa de la población, como hace aquí la izquierda con el kirchnerismo. El principal problema con esta idea es la creencia típicamente liberal en la oposición tajante (o “por el vértice”, como le gusta a los trotskistas) entre “democracia” y “dictadura”. Desde ese punto de vista, la “democracia” no puede ser “impopular”. De allí se deducen los “golpes” contra Dilma y compañía. De allí se deduce también que un partido “popular” no puede ser “dictatorial” o que la “democracia” misma no puede ser más represiva que una “dictadura”. Consecuentemente, con una “democracia” funcionando, es decir, con un gobierno “popular”, no puede producirse bordaberryzación alguna. Haddad no puede ser Fujimori. Porque si esa posibilidad está abierta, luego, no tendría sentido evitar ese derrotero votando al candidato petista contra Bolsonaro.

Esta tontería liberal, muy propia del trotskismo vernáculo, que se desespera por la defensa de la “libertad” de los artistas y de las demás “libertades democráticas”, ignora, cuando no, que la democracia burguesa es la dictadura de la burguesía como tal, es decir, como “ciudadanía”. Y que un partido votado masivamente por el proletariado puede, perfectamente, transformarse en el asesino de sus propias bases.

Sorprende que después de convivir setenta años con el peronismo y su Triple A haya que explicar estas cosas. Sorprende que haya que explicar esto a quienes viven en un país cuyo primer presidente “democrático” gobernó con la Liga Patriótica y tiñó de sangre la república, desde la Patagonia al Chaco. Se pasa por alto el pequeño detalle de que los dos presidentes más “populares” de la Argentina, Yrigoyen y Perón, compiten con Videla en el podio de los mayores asesinos de obreros de la historia nacional. ¿Qué otra cosa que un Bordaberry es Maduro? ¿En qué sentido viene evolucionando el propio PT desde que Lula militarizó las favelas? ¿Se reúne Haddad con la cúpula militar a los efectos de advertirle lo duro que será con ellos si él resulta electo presidente?

Otra política
Votar a Haddad no aleja el fantasma de Bordaberry. Ata a la izquierda revolucionaria a una dirección masivamente repudiada. Para explicar lo inexplicable, gente que no llegó a la izquierda ayer, gente que ha protagonizado luchas importantes, esgrime frases hechas tomadas del vademécum del pasado: combatir a Kornilov (Bolsonaro) apoyando el fusil en el hombro de Kerensky (Haddad); luchar contra Bolsonaro con “nuestra política” (de donde se deduce “votar a Haddad con nuestra política…”)

Que no estamos en Rusia, que Haddad no es el jefe de una revolución triunfante que acaba de derrocar a un zar, que Bolsonaro no es Kornilov y que Giordano, Del Caño y Altamira no son Lenin, ni ellos ni sus pares brasileños, parece que no se nota.

Y no porque no pudieran serlo, se han visto muchas maravillas en este mundo. Simplemente porque el proletariado brasileño no está organizado en soviets, el partido revolucionario no existe en Brasil, el que tiene el fusil es Bolsonaro, que no precisa ser Kornilov porque el Kerensky carioca tampoco existe. Y porque Haddad se pelea con Bolsonaro no por ser el abogado demócrata, sino el general contrarrevolucionario si hubiera necesidad de tal.

La última excusa para este abandono de la lucha revolucionaria es la de “acompañar” la lucha de las masas contra Bolsonaro, lucha por ahora encabezada por las “mujeres”

Que tal “lucha” se magnifica, que tal lucha carece de todo contenido de clase, que tal lucha se limita a decir “Él no”, lo que lleva implícito “El otro sí”, no altera la vocación “democrática” de nuestra izquierda. ¿Se puede luchar contra Bolsonaro con otra consigna? Claro que sí, ¿pero para qué contradecir a “las masas”? ¿No habría que alertar a “las masas” de las negociaciones en marcha entre Haddad y los militares? Claro que sí, pero ¿para qué contradecir a “las masas”? ¿No habría que señalar que el conjunto del personal político burgués confabula para conjurar la crisis y que solo disputan entre sí el derecho a descargarla contra “las masas”? Obvio

Pero, ¿para qué contradecir a “las masas”? No es el momento. Nunca es tiempo de hablar de socialismo. Primero la democracia. ¿No es así, compañero Bernstein?

La única consigna que profundiza la crisis del régimen, que condiciona y deslegitima al próximo presidente es la del voto en blanco, la impugnación del voto o no votar

Este rechazo del conjunto del régimen y de su personal político salió segundo en la elección, a muy poca distancia de Bolsonaro. La izquierda no tomó nota del “voto castigo”. No entiende, entonces, que se puede intervenir en la crisis con otra política: votar en blanco, organizar asambleas de obreros ocupados y desocupados para preparar la resistencia, agitar el socialismo para construir el partido revolucionario. He allí una política para una intervención independiente.

Él no, el Otro tampoco, que se vayan todos

Votar en blanco, organizar la resistencia, agitar el socialismo