Defensa de la democracia

Si la política, durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, fue considerada como el espacio de disputa de proyectos políticos, si la ideología fue considerada como el espacio de la lucha social en el terreno de las ideas, en la modernidad tardía la política es la máscara de presentación para una mezquina labor, la de enriquecerse. La ideología, que significa estudio de las ideas, se ha transformado en el ámbito de la diatriba y de la demagogia, donde las ideas brillan por su ausencia. En estas condiciones de imposibilidad no puede emerger la democracia, ni como representación y delegación legitima de la voluntad general, ni como autogobierno del pueblo, que sería mucho pedir.



octubre 14, 2018
Defensa de la democracia

Raúl Prada Alcoreza

Si el siglo XX fue cambalache, como dijo Enrique Santos Discépolo, el siglo XXI parece iniciarse con una exacerbación de lo mismo; es decir, el mismo cambalache llevado al extremo, podría decirse, al colmo. Pasa en todos los escenarios, contextos, planos de intensidad de la sociedad moderna. Si a algo llega la última cuarta parte del siglo XX es a la banalización total de todo; en primer lugar, de la cultura; asistimos al sistema-mundo cultural de la banalización generalizada. Es como si todo perdiera espesor y contenido, para deslizarse en ni siquiera en la superficie, que sería como la piel de cuerpo, sino en ese fugaz rose de la artificialidad, que emula brillar, solo lográndolo un instante, el del engaño. Fines de siglo XX y principios del siglo XXI se caracterizan por este juego de las apariencias, de las emulaciones, de los espectáculos, es decir, de la simulación desenvuelta.

Entre los planos de intensidad sociales de esta sociedad crepuscular, la de la modernidad tardía, se encuentra lo que las ciencias sociales, sobre todo la sociología y la ciencia política, denominan campo político; pues este campo expresa elocuentemente la banalización extensiva de la política. Se considera que hacer política es ser astuto, jugar a la prestidigitación, convencer a los potenciales electores de lo que se dice ocurre o es acertado. No importa si es así, lo que importa es que la gente lo crea. Esta prestidigitación hay de todos los colores, de todas las tonalidades, de todas las ideologías concurrentes. La “izquierda” de la modernidad tardía se presenta como la heredera de la historia heroica de las revoluciones, entonces es hija revolucionaria de estas tradiciones. La “derecha” de la modernidad tardía se presenta como defensora de la institucionalidad, de las tradiciones y valores culturales de la nación. Ambas, “izquierda” y “derecha” se disputan el lugar del protagonismo del “desarrollo” y el “progreso, sin entrar a sus diferencias enunciativas, cuando una reclama ser la vanguardia de la justicia, la otra reclama ser la garantía de la libertad y de la institucionalidad. Empero, lo dicen cuando los referentes de la justicia, de la libertad, de la tradición y de la nación se han diseminado o convertido en meras menciones nostálgicas.

El mundo que se experimenta no se mueve por estos ejes, que fueron los ideales del siglo XIX y parte del siglo XX. Este mundo se mueve por los ejes diseñados y construidos por lo que hemos denominado el lado oscuro del poder. Lo que opera, no es exactamente la institucionalidad, sino los dispositivos de las formas paralelas, no institucionales, del poder. La institucionalidad es solamente máscara para cubrir el rostro de los disfrazados, es decir, de los gobernantes, de los jerarcas de los aparatos del Estado, de la casta política. Todos estos personajes están en otra cosa; son los comodines, por así decirlo, de la baraja de los juegos de poder.

En el campo político de la modernidad tardía la democracia, incluso institucional y formal, ha desaparecido. No se ejerce. La democracia es un nombre que se utiliza para legitimar los actos políticos, que no condicen con nada parecido a las prácticas democráticas. Las elecciones son como anticipadas por lo que se llamó la publicistica, que solo la trivialidad de los medios de comunicación considera estadística políticas o electorales; hablamos de los sondeos de opinión. Se trata de una mercadotécnica política; vender imágenes de una manera numérica. La política se ha reducido a la publicidad, a la presentación de imágenes, a la concurrencia de spot televisivos. Con el avance tecnológico de los medios de comunicación, la informática y la cibernética, la manipulación de la gente ha alcanzado niveles sin precedentes. Los espacios noticiosos, que deberían corresponder a la información veraz, se han convertido en espacios de invención de otra realidad, la virtual, que es asumida por el público, sin más, como “realidad”, como tal.

Si la política, durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, fue considerada como el espacio de disputa de proyectos políticos, si la ideología fue considerada como el espacio de la lucha social en el terreno de las ideas, en la modernidad tardía la política es la máscara de presentación para una mezquina labor, la de enriquecerse. La ideología, que significa estudio de las ideas, se ha transformado en el ámbito de la diatriba y de la demagogia, donde las ideas brillan por su ausencia. En estas condiciones de imposibilidad no puede emerger la democracia, ni como representación y delegación legitima de la voluntad general, ni como autogobierno del pueblo, que sería mucho pedir. Si los medios de comunicación siguen mencionando como tema la democracia, de acuerdo con los contextos, que les toca informar, lo hace por inercia o porque han perdido, hace tiempo, los códigos de la democracia. Los medios de comunicación son parte del montaje del gran espectáculo de la simulación política; el teatro político se ha convertido en el envolvente escenario del espectáculo repetido incansablemente.

En Bolivia asistimos, de acuerdo con nuestros contextos singulares y, obviamente, actores nativos, a los dramas cotidianos de la trama política local, aburrida y recurrente, con tonalidades folclóricas y anecdóticas. Como en otras partes, la democracia se ejerce en la práctica misma de desaparición de la democracia. Se ejerce la democracia en la acción misma de su asesinato. Lo que menos importa es lo que ocurre con la democracia, que es, para recordar a los que lo olvidaron, el gobierno deliberativo y de asamblea del pueblo. Lo que importa es que se invistan de democráticas las prácticas de dominación de la casta política. Que no sea sostenible esta pretensión, poco importa, pues de lo que se trata es que se crea que así ocurre.

Para ir al grano, el 21 de febrero de 2016 se hizo un referéndum, que corresponde, según la Constitución, a una de las prácticas de la democracia participativa, lo que implica el establecimiento, por lo menos jurídico-político, del sistema de gobierno de la democracia participativa, pluralista, comunitaria, directa y representativa. En el referéndum se preguntó a la ciudadanía sobre la reforma constitucional, que buscaba habilitar al presidente a la reelección indefinida; el resultado del referéndum fue la negativa de parte del pueblo a revisar la Constitución; lo que implica que el presidente no puede repostularse, queda inhabilitado para la subsiguiente elección. Sin embargo, a pesar de este indiscutible resultado, el partido de gobierno y todas sus instancias, estatales y no estatales, buscó modos para eludir la responsabilidad de respetar los resultados del referéndum. La artimaña, por cierto, grosera, fue la estrafalaria argumentación de que no se pueden vulnerar los “derechos humanos” del presidente, según una interpretación estrambótica del Convenio de San José. Al respecto, no importa que este recurso fuese absurdo, grotesco y extravagante, no importa que sea insostenible, sino que se lo diga, sobre todo para mantener, no las apariencias, sino la inercia inescrupulosa del poder.

Desde el 2016 las llamadas plataformas ciudadanas se han encargado de recordar el resultado del referéndum y lanzarse a la defensa de la democracia. Sin embargo, en la reciente coyuntura, cuando el MAS postula a sus candidatos, el presidente y el vicepresidente, inhabilitados por la voluntad popular, y se da lugar a la postulación de un candidato de “oposición”, el vocero de la causa marítima, parte de las plataformas ciudadanas parecen olvidar el referéndum y que la defensa de la democracia consiste en hacer respetar los resultados del referéndum. Los partidos políticos de la “oposición” dejan de lado su declarada inclinación por hacer respetar el referéndum y la democracia, dedicándose a formar alianzas, buscar consensos, para enfrentar al partido oficialista en las convocadas elecciones de 2019. Hasta ahí llega la vocación democrática de parte de las plataformas ciudadanas y de los partidos de la “oposición”.

Con esta actitud diletante parte de las plataformas ciudadanas y todos los partidos de “oposición”, incluyendo a un partido que fue y es “oficialista”, que ahora postula al candidato reconocido como de la unificación de la “oposición”, habilitan a los inhabilitados por el referéndum a las elecciones de 2019. Jugada magistral de la estructura palaciega del gobierno. Sus enemigos declarados y señalados como tales por el oficialismo son cómplices de la habilitación del presidente y del vicepresidente. Si éste es el panorama del periodo de 2019, entonces asistimos al asesinato de la democracia, no solamente por parte de los gobernantes y los aparatos de Estado cooptados, sino también por parte de las plataformas ciudadanas y los partidos de la “oposición”.

La miserabilidad política

En el contexto jurídico-histórico-político de la tercera derrota de la guerra del Pacífico, la resolución de la CIJ, el “gobierno progresista” no asume la derrota, sino recurre desesperadamente a sus juegos de prestidigitación; uno de sus voceros, el vicepresidente, dice que “empatamos”, pues la Corte de Haya no dice ni “si” ni “no” o dice ambas. Esta conducta irresponsable ante tan grave desenlace para el país no deja de ser sorprendente, a pesar de la triste historia de claudicación de la diplomacia boliviana; nos muestra los niveles de enajenación a los que se ha llegado en la casta policitica gobernante. Pero, más sorprendente aún es la pusilanimidad del pueblo. Deja que los gobernantes sigan campantes y el equipo boliviano de la causa marítima continúe, a pesar de habernos arrastrados a la tercera derrota de la guerra del Pacífico. Aunque sea anecdótico, uno recuerda lo que le contaron de niño, que el gobierno de entonces, el de 1879, ocultó la información de la invasión a Antofagasta para no arruinar la festividad de los carnavales. Sea cierto o no esto, lo que transmite esta anécdota es una figura patética, no solo de los gobernantes sino también del pueblo. Ambos fueron cómplices de la derrota miliar de la guerra del Pacífico. Como dijimos en Geopolítica regional y en El presente aterido al pasado, un pueblo que no quiere perder sus territorios heredados lucha por ellos hasta la muerte.

En este contexto banal, el gobierno no renuncia, que es lo que debería hacer, por un mínimo de dignidad, tampoco el equipo boliviano de la causa marítima, abarcando a gobernantes, “director técnico”, agentes y voceros; actúan como si no hubiera pasado nada. Lo más grave es que el pueblo no cobra consciencia de la derrota ni de sus alcances histórico-políticos-culturales. Es precisamente en este contexto donde el inhabilitado por el referéndum y su yunta son habilitados por el vocero del equipo de la defensa marítima boliviana, al postularse a las elecciones del 2019, desentendiéndose de que la conditio sine qua non para las elecciones es respetar los resultados del referéndum mencionado. De una manera dramática los enemigos declarados, que dicen defender la democracia a su modo, son cómplices del crimen de la democracia.