Raúl Zibechi
15 octubre 2018 0
Encuentro comunitario en la Tarahumara
Desinformémonos
Entre montañas tapizadas de pinos y bajo un cielo brillante, que en las tardes se trasmutaba en frío y lluvia, se realizó en Creel (sierra Tarahumara, Chihuahua) el segundo Congreso Comunitario “Resistencias y Alternativas”. Durante tres días más de 200 personas integrantes de nueve pueblos originarios (rarárumi, ódame, otomí, maya, tzeltal, wixárika, mixe, cora, mixteca y chol), estudiantes y docentes de la Ibero, el Iteso y de varios institutos de formación y educación popular, debatieron las prácticas que vienen desarrollando, los territorios que defienden y la cultura y la fiesta de cada quién.
La metodología del encuentro facilitó largos y profundos intercambios entre los participantes. Cada jornada comenzaba con una provocación que buscaba despertar la crítica y la autocrítica sobre lo que hacemos como colectivos; luego se formaban mesas de trabajo que profundizaban los debates que, finalmente, se socializaban en plenarios.
Aún así, los tiempos más ricos fueron los de los intercambios informales, durante las comidas, las filas para lavar trastes, los tiempos libres y rituales festivos. La confraternización fue lo más importante, ya que allanó el camino para hermanarnos en las diferencias y complementarnos en las contradicciones.
Un puñado de temas deben ser rescatados como ejes de los debates entre militantes.
El primero fue comprobar que vivimos una guerra contra los pueblos y que esa guerra es de carácter estructural, que no depende por tanto de las personas o partidos que se turnen en los gobiernos. Un tema largamente debatido son los desafíos que esperan a los movimientos mexicanos ahora que se viene un neoliberalismo (o cuarta guerra mundial) revestido de “buenos modales”. La soledad de quienes siguen luchando se interpretó como un desafío a superar.
El segundo fue la centralidad de los feminicidios, en un sistema capitalista patriarcal. Varias mujeres enfatizaron en esta parte del debate que “las ONGs hacen daño” y que el peor enemigo es “la falta de conciencia sobre lo que nos sucede”, mientras otras destacaron que “el movimiento indígena se ha encerrado”, cuando debe ser protagonista de la coyuntura y temas como la opresión de las mujeres.
Una tercera cuestión a destacar fue el balance de los gobiernos progresistas latinoamericanos, para mejor posicionarse frente al inminente gobierno de Morena. En este punto, hubo un intercambio muy rico centrado en las políticas sociales como rasgo central de los progresismos, que consiguen mejorar la situación de los más pobres sin realizar reformas estructurales ni afectar los intereses del 1% más rico. La desigualdad, por lo tanto, se mantiene intocada.
Luego se abordaron las contradicciones entre campo y ciudad. Aunque se reconoció que “ser campesino es resistir”, también se hizo balance sobre la tendencia a pensar que sólo en las zonas rurales hay resistencias y mundos otros. En el debate se mencionó la necesidad de conocer más a fondo las luchas urbanas, sobre todo los espacios de resistencia en la Ciudad de México y en la mayoría de las urbes latinoamericanas.
Una de las conclusiones más ricas apuntó a la necesaria crianza entre campo y ciudad, en base a las experiencias y saberes complementarios que poseen. Los pueblos vienen resistiendo al modelo creando a la vez mundos nuevos, y esa creación no tiene límites geográficos: contamos con experiencias de sanación, de aprendizaje, de hacer justicia y tantas otras, en los más diversos espacios sociales.
Por último, constatamos lo que nos falta construir como movimientos. Enraizarnos más y mejor en la vida de nuestras comunidades; tejernos con otros y otras en encuentros de este tipo, para extender los mundos que vamos creando. Por último, necesitamos tener una visión más amplia de las realidades regionales, continentales y globales, para comprender la tormenta que estamos sufriendo y defender nuestros mundos.
Las y los compas de SINÉ-COMUNARR (Construcción de Mundos Alternativos Ronco Robles), están caminando desde hace ya trece años y fueron nuestros anfitriones. Con gran esmero y cariño, y muy poco protagonismo, se empeñaron en tejer, promover, contener y abrigar a las dos decenas de colectivos que confluimos en tierras tarahumaras. La imagen que nos llevamos es que los pueblos en general, y los de México en particular, necesitamos este tipo de espacios/encuentros que son un alto en el camino para mirar hacia adentro, tomar aliento y reiniciar la travesía.