Producir alimentos reproducir comunidad II

Segunda y última parte de este material fundamental para discutir y aplicar políticas públicas alimentarias no estatales, tomando distancia del estado y del mercado como ejes de la alimentación, lo que es un absurdo.



10 Estrategias de cierre de ciclos y control de la cadena productiva para mantener la rentabilidad de pequeñas fincas de ganado ecológico

Cada vez más ganaderos ecológicos eligen agruparse para vender directamente la carne de vacuno y que el consumidor pueda valorar la calidad del alimento. La venta directa requiere reorientar el manejo agrario, de manera que agricultura y ganadería vuelvan a estar de la mano y se puedan cerrar ciclos ecológicos en la finca. Los terneros permanecen cuidados y alimentados en la propia finca por las madres y luego con forraje y grano ecológico, con todo el respeto y garantías hasta el último momento. Luego viene el seguimiento en matadero y salas de despiece y, finalmente, la comercialización. Hablamos con miembros de cuatro cooperativas de ganadería ecológica, de distintas autonomías, para que nos expliquen cómo han organizado este cambio en su modelo de manejo ganadero.
El ganado vacuno ecológico suponía en 2010 solo el 1,6% de la ganadería de vacuno en el Estado español. Pero generaba el 6% de los ingresos, ya que se vende a mayores precios, y sumaba el 19% de las ventas totales de alimentos ecológicos. Sin embargo, solo el 33% de los productos procedentes de la ganadería bovina ecológica se vendió como tal. La mayor parte todavía se vendió como convencional. Para el ganado ovino, que supone el 27% de las granjas ecológicas, los números son aún peores.
Normalmente, las granjas ecológicas venden los terneros vivos, antes de cebar, a cebaderos convencionales, donde a base de piensos convencionales se logran unos ejemplares que pueden superar los 400 kilos. Si el pienso de engorde que se les da fuera alimento ecológico, el coste económico difícilmente podría ser asumido por el ganadero. A esto se suma que la comercialización es complicada: es muy difícil vender animales enteros, lo que se llama canales (una vez sacrificado el ternero, desollado y sin vísceras). Las subvenciones a los pastos ecológicos alivian un poco esta diferencia de manejo en ecológico. Pero si consideramos que tan solo el 15% de la carne fresca convencional en el Estado español se comercializa a través de grandes superficies, donde se comercializa el 90% del total de alimentos, vemos que hay grandes posibilidades para el desarrollo de la comercialización en canal corto de la carne ecológica.
Dificultades para la ganadería ecológica de vacuno
De cara a la expansión de la ganadería ecológica, la primera dificultad que nos encontramos es la obligación que impone el reglamento de pastar en un territorio íntegramente certificado. Esta obligación dificulta dar el paso a ecológico en los muchos casos en los que se utilizan pastos arrendados, ya sean privados, comunales o públicos. Después nos encontramos con el alto precio de los piensos ecológicos, necesarios para alcanzar los tamaños estándar de 350 kilos de canal que se exigen a partir de 12 meses por parte de los intermediarios o las grandes superficies. Además, cuando los ganaderos quieren comercializar su producto directamente al consumo final, se encuentran con la falta de mataderos ecológicos certificados en su zona: hay muy pocos en el Estado español; y otro tanto ocurre en cuanto a salas de despiece. Y por último, la dificultad de distribuir animales enteros, sacrificados y preparados en canal; ya que el consumo ecológico a través de circuitos cortos se realiza en pequeños pedidos muy dispersos. Todo ello hace que solo un tercio de los terneros ecológicos sacrificados en el Estado español se comercialicen como tales; que el consumidor no tenga acceso a carne de calidad; y que la granja ganadera ecológica no reciba el precio que corresponde a la calidad de la carne y la sostenibilidad en las formas de manejo.
No es de extrañar que cada vez más ganaderos se pongan a vender la carne de sus terneros directamente, agrupados en cooperativas que permiten concentrar recursos, diversificar los espacios de venta, y asegurarse el control sobre la cadena de valor del alimento. Como nos comenta Francisco Fernández, gerente de la cooperativa ARCO Cantabria, “es la única alternativa real que nos queda para salir de la crisis del campo. Es otro camino”. Hemos hablado con cuatro ganaderías, las recogidas en la tabla 10.1, de muy distintas regiones. Son tan solo una muestra de las que están apostando por la comercialización sin intermediarios, transformando el modelo completo de manejo hacia la autonomía y el control del producto por parte de los ganaderos y ganaderas, desde el campo hasta la mesa.
Tabla 10.1. Características de las cooperativas de ganadería ecológica entrevistadas
Cooperativa Ambito
territorial Año
creación Nº socios Nº cabezas (madres) Razas ganaderas
Ganadec Extremadura 1994 16 Vacuno: 3.500 Vacuno: avileña, berrenda en negro, blanca extremeña
Cobiosur Jaén 2006 13 Vacuno: 250
Ovino: 4.500
Caprino: 150 Vacuno: berrenda en negro, berrenda en rojo. Ovino: segureña.
Caprino: negra serrana, blanca andaluza
Bioastur Oriente asturiano 2008 21 Vacuno: 1.100 Vacuno: asturiana de las montañas y asturiana
de los valles
Arco cantabria Cantabria 2009 31 Vacuno: 850 Vacuno: tudanca, asturiana de los valles, asturiana de las montañas
Los modelos de manejo que están desarrollando pasan por ciertas claves muy similares. Tienen razas ganaderas autóctonas, que son más rústicas y están mejor adaptadas a cada terreno. Las razas autóctonas aprovechan mejor los pastos y requieren menos grano, con lo que permiten reducir costes echando mano de los propios recursos de la granja y reducir al mínimo lo que tienen que adquirir fuera. Están reconsiderando los criterios de calidad de la carne, van a un control directo de los distintos pasos de la cadena de producción y se proponen llevar el producto final directamente hasta el consumidor.
Alimentación, razas autóctonas y ritmos biológicos
Enrique Vega está integrado en Ganadec, cooperativa que agrupa a 16 ganaderos ecológicos de Extremadura para comercializar carne a grandes superficies, aunque Enrique comercializa ya buena parte de su producción directamente a grupos de consumo. Nos explica cómo los criterios de calidad de intermediarios y grandes superficies condicionan en gran medida las formas de manejo, alejándose de modelos agroecológicos: “El Corte Inglés te exige animales de 500 kilos en vivo, en 12 meses, como en convencional. Pero esto requiere un cebadero puro y duro. Aparte de que no es ecológico, tampoco es lógico, ya que se disparan los costes”.
Enrique trata de aplicar otras lógicas en las partidas que logra vender directamente: “Para poder mandar en tu producto tienes que llegar hasta el final, porque el que te compra la canal va a ser quien te dice qué canal quiere. Cuando tú lo que comercializas es carne, como hago yo, lo primero que eliges es la raza, y yo elijo raza autóctona porque es muy buena para el productor: comen menos, están más adaptadas a las posibilidades de la finca y te permiten independizarte del pienso”.
En este sentido, todas estas iniciativas basan sus rebaños en madres de razas autóctonas, como veíamos en la tabla anterior, que en algunos casos se cruzan con razas foráneas más productivas.
Las cuatro iniciativas aquí presentadas están reduciendo el tiempo de cebo y sacrifican animales un poquito más jóvenes y con menos peso (entre 150 y 250 kilos/canal, en función de las razas); a excepción de Enrique Vega, que los lleva hasta los 250-280 kilos en 18 meses, siempre en campo. Y esto para que no haya necesidad de llevarlos a cebadero, como se hace en la ganadería convencional, apartados, estabulados y comiendo pienso a base de soja transgénica. Antonio Gómez, ganadero y gerente de Cobiosur, nos explica que “cebar en ecológico es imposible, por un problema de espacio, y por el tiempo máximo que puede estar en cebo”. En los últimos meses de crianza, tras la lactancia, en estas fincas se les suministra algo de pienso y forrajes en campo, mientras se alimentan del pasto. Y se sacrifican los terneros con 10-14 meses, según el pasto disponible en cada estación, ya que “pasado este momento, lo que hacen para ganar kilos es disparar las cantidades de pienso necesarias”. En ecológico se alcanza una buena conformación de la carne de forma más lógica y natural, sin recurrir de forma intensiva al cebado con piensos: “Al cebadero llegan con una salud orgánica muy buena. Pero es como si a un atleta que está en plena forma le dopas para la competición, ahí se ha roto todo lo natural”, nos comenta Eloy Rozada, ganadero y secretario de Bioastur.
El manejo en ecológico genera una calidad de la carne muy diferente, una calidad que a veces no se sabe apreciar. Incluso puede resultar algo confuso para quien está habituado a un consumo convencional, como nos comenta Enrique Vega: “Cuando un ama de casa va a la carnicería y se encuentra una carne muy roja, con grasa amarilla, piensa: ‘¡Vaya, esto lleva aquí tres meses!’, aunque el carnicero le diga que esa carne es excelente. Pero si no la prueba, no sabrá que la otra carne, la de grasa blanca y color rosáceo es así por el pienso y la paja”; esas son carnes convencionales que se adaptan mejor a los requerimientos de la industria de transformación cárnica. Mientras tanto, diversos estudios están demostrando que las carnes producidas con menos pienso y más pastar en el campo alcanzan una calidad superior. Especialmente en cuanto a los ácidos grasos insaturados y determinadas formas de proteína, las que determinan el “flavor” (capacidad para estimular el gusto y el olfato) de la carne y potencian su sabor, como el denominado sabor “umami”, de mayor profundidad.
Cierre de ciclos y control de la cadena alimentaria
En general, los piensos ecológicos resultan caros y difíciles de encontrar, ya que muy pocas casas los elaboran. Por eso algunas de estas cooperativas contactan con productores cercanos de grano para elaborar ellos mismos mezclas apropiadas de cereales (cebada u otros) con leguminosas, especialmente guisante y veza, todas de cultivo ecológico. También se está experimentando con otras leguminosas tradicionales como la algarroba (una especie tradicional de leguminosa herbácea anual). Para suministrar piensos, Ganadec se ha hecho cargo de la única fábrica de pienso de Extremadura, y Cobiosur ha establecido un convenio con una fábrica local de piensos que estaba cerrada y ahora gestiona toda su producción, definiendo formulaciones adecuadas a sus formas de manejo.
Como nos cuenta Antonio: “En nuestra fábrica no entra nada de soja, que en ecológico es muy cara, y luego tienes que andar con analíticas por los OGM. Lo mismo con el maíz, que ha dado problemas por contaminación por OGM. Sustituyendo maíz y soja, con razas ganaderas locales y con una buena elección del momento en que sacrificas al animal, consigues buenos resultados. Hay que tener claro que la producción en ecológico baja, por los piensos y porque están en el campo y gastan más energía. Los números son otros, y por eso la carne tiene que valer un poquito más”.
Una vez que el ternero se encuentra preparado para el sacrificio, llega el siguiente problema, la escasez de mataderos autorizados para operar en ecológico. Por lo general, la certificación de un matadero no requiere más que asegurar que la sala está limpia –con productos permitidos– y tener separada una parte de la sala de maduración de la carne, lo cual no requiere de inversiones adicionales. Estas iniciativas han tenido que convencer a los responsables de mataderos locales para que abran una línea en ecológico. Han conseguido que un día a la semana lo abriesen para el ganado ecológico, generalmente a primera hora de la mañana. Y en algunos casos han tenido que asumir el sobrecoste de la certificación o pagar precios mayores que los usuarios convencionales.
El siguiente paso es el despiece, y ahí las soluciones varían entre aquellas iniciativas que han encontrado el apoyo de salas de despiece cercanas (Cobiosur y Bioastur), y otras que han optado por crear sus propias salas de despiece, como ARCO-Cantabria. Ya que “contratar el despiece aumentaba mucho los costes por kilo. Además, así podemos despachar al público como si fuese una carnicería y preparar ciertos productos, como carne picada, hamburguesas y otros, que nos permiten ganar más valor añadido por la carne”. Todas las iniciativas insisten en la importancia de obtener producto final para llevarlo directamente al consumidor, y siempre manteniendo el control en la cadena completa de elaboración del alimento.
Por último, el envasado. Normalmente, el producto final envasado al vacío se lleva al consumidor directamente desde la sala de despiece, por medio de empresas de transporte con servicio refrigerado. En algunos casos el transporte a grupos de consumo está dando problemas, porque el veterinario de zona exige que la carne pase por una carnicería, lo cual no se exige en la normativa. Una traba burocrática más.
Tabla 10.2. Circuitos comerciales de las distintas iniciativas encuestadas

Bioastur 36% 24% 50% 0%
Ganadec 33% 66% 25%
Cobiosur 30% 5% 60% 5% 45%
ARCO-
Cantabria 25% 25% 10% 40% 25%
Valores medios 22% 7,50% 24% 6% 10% 1,25% 16,75% 12,50% 23,75%
*Los porcentajes de los circuitos ecológicos se han calculado respecto al total comercializado en ecológico, y descontando la proporción comercializada como convencional.
Complementar formas de comercialización
Las iniciativas de venta en cooperativa aquí estudiadas todavía no alcanzan a comercializar toda su carne como ecológica, y dejan a cada socio que comercialice por su cuenta lo que la cooperativa no se puede comprometer a vender. “Hacemos un calendario de sacrificios cada temporada, y nos comprometemos a vender un número determinado de becerros de cada socio. Adecuamos la oferta a la demanda”, como nos comenta Francisco, de ARCO-Cantabria. Pero al menos logran superar con creces la media del 33% que se da en el sector de vacuno ecológico, como veíamos en la tabla de circuitos comerciales (tabla 10.2). Y están consiguiendo precios para el ganadero en torno a los 5 euros por kilo netos, mientras que en convencional rondan los 3,80 euros por kilo, a la vez que los precios de venta al público son similares a los de carnes convencionales de calidad similar. Todas estas iniciativas tienen claro que “la idea es vender al consumidor directamente, pero cuando no llegas, tienes que ir a restauración y carnicerías; y si no hay más salida, pues tienes que recurrir a mayoristas, que a veces te lo compran a precio por debajo de coste”, nos dice Eloy Rozada, de Bioastur.
Tratan de evitar la comercialización en grandes superficies, ya que como nos explica Francisco (ARCO-Cantabria), eso sería “repetir los pecados y las miserias de la producción convencional. En mi opinión personal jamás voy a ir a las grandes superficies”. Para Antonio, de la cooperativa Cobiosur, “al principio somos muy amigos, pero después aprietan y aprietan y te dejan tirado. Además, yo creo que las grandes superficies no son el lugar del ecológico. Tampoco queremos exportar, porque el gasto en transporte no sería ecológico, y para ello tendríamos que congelar la carne, lo cual reduce el precio y nos haría perder la línea de calidad que llevamos”. Todos ellos plantean que “hay que ir a los circuitos cortos de comercialización, y en el mercado local”, como resume Francisco (ARCO-Cantabria).
La salida es, entonces, utilizar distintas vías de comercialización que se complementan, como vemos en la tabla de circuitos comerciales. Las mayoritarias son el reparto a domicilio y a grupos de consumo. La primera fórmula se realiza a través de pedidos por internet en las páginas web de cada iniciativa, en lotes predeterminados que integran distintas categorías de carne (extra, primera y segunda) y que oscilan entre los 5 y los 20 kilos. La venta a grupos de consumo se realiza en lotes cerrados y variados, o a pedido de piezas más pequeñas, que suelen ser de 1ª y 2ª categorías (carne picada y para cocinar); y el pedido suele realizarse por teléfono. Los restaurantes compran piezas enteras, de más volumen y de categoría extra (solomillo, chuletón, etcétera), ya que “necesitan un producto de alta calidad que permita sacarle un beneficio”, según nos explica Francisco.
Estos desequilibrios de demanda entre las distintas categorías de carne requieren ajustar canales de venta: “Sabemos que, por cada diez familias a las que repartimos a domicilio, tenemos que conseguir un restaurante”, apunta Antonio, de Cobiosur, que se ha visto apoyado por el programa de comedores escolares de la Junta de Andalucía, que absorbe una parte importante de sus ventas. En el caso de Bioastur se apoyan en pequeñas carnicerías y tiendas de alimentos ecológicos, que están vendiendo muy bien su carne y llegan a comprarles canales enteras, lo cual resulta muy cómodo para el ganadero.
ARCO-Cantabria abrió en 2010 su propia tienda en Torrelavega, con buenos resultados. En ella, según nos cuenta Francisco, comercializan “los productos de los socios y otros productos de socios del sindicato UGAM-COAG, en el que estamos, para que quien venga a comprar pueda abastecerse con productos ecológicos y locales de toda la comida que se usa en una casa”. Por el contrario, la venta en mercadillos no ha resultado muy positiva, por la necesidad de invertir en neveras con vitrinas y abastecimiento continuo de electricidad, y porque después hay que desechar mucha carne que no se vende.
Todas estas iniciativas ponen el acento en la necesidad de construir relaciones de confianza entre productores y consumidores, como plantea Francisco (ARCOCantabria): “Las grandes superficies van a entrar en este juego, y llegará la carne ecológica de Argentina al precio que venga. Tenemos que convencer a la gente de un consumo local y de cercanía, porque producción y consumo estamos en el mismo barco”. Enrique Vega (Ganadec) opina que para ello “el consumidor tiene que probar la carne y le tiene que gustar, y después es importante que venga a la finca y vea que sí, que hay diferencia”. Para Antonio (Cobiosur), “hay que cambiar hábitos, la forma de comprar, y eso es muy difícil. Por eso no nos cansamos de hablar con la gente y de explicar. El producto ecológico requiere de formas diferentes de producir, y por eso el consumo tiene que ser diferente”.
En definitiva, se puede observar para todas estas cooperativas que la comercialización a través de circuitos cortos ha introducido cambios a lo largo de toda la cadena de producción, desde el campo hasta la mesa (figura 10.1). La orientación hacia la venta directa viene unida a la reducción en el tamaño de los rebaños y al cierre de ciclos en finca, aprovechando más los recursos locales apoyándose en las razas autóctonas. Y a su vez requiere de controlar toda la cadena de transformación (matadero, despiece, envasado y distribución) para poder ofrecer al consumidor final producto terminado y listo para consumir, en formatos adaptados a cada circuito comercial. Así conseguimos manejos mucho más sostenibles, y una remuneración digna del trabajo de los/as ganaderos/as. Y un producto fresco y de una gran calidad para quien consume, a precios también justos.
Figura 10.1. Modelo productivo para los circuitos cortos de comercialización de carne ecológica de vacuno

11 Redes de productores ecológicos para el consumo de proximidad. Organizar la distribución desde la cooperación
Las distribuidoras y otras estructuras intermediarias a menudo generan asimetrías en el control y el reparto del valor añadido de los alimentos ecológicos. Esto ha llevado a numerosos productores ecológicos a crear estructuras propias de distribución, especialmente aquellos que no han podido o no han querido trabajar en el mercado de exportación. El desarrollo del consumo interno y de las redes territoriales de consumo ecológico organizado ayudan a que estas experiencias cada vez estén más asentadas.
Hemos hablado con redes de productores vinculadas a un territorio concreto, que comercializan mayoritariamente los productos de sus socios o miembros, y que lo hacen en base a circuitos cortos de comercialización como vía principal y centro de sus esfuerzos de comercialización. Se han entrevistado 11 agrupaciones de productores ecológicos de 8 comunidades autónomas, para que nos expliquen cómo están tratando de organizar la distribución de proximidad de sus productos. Desde luego, en este artículo no están todas las que son, pues hay muchas más experiencias de gran interés en nuestros territorios . Pedimos disculpas a aquellas que, por falta de capacidad, no hayan podido ser incluidas.
Once experiencias asociativas para la comercialización local
Estas experiencias podrían formar parte de una “nueva ola” de agrupaciones de productores ecológicos, que se iniciaría a mediados de la pasada década, a partir de núcleos iniciales para la venta a grupos de consumo de hortaliza y fruta (tabla 11.1). Pudimos hablar con algunos representantes de cada una de las iniciativas; y algunas de ellas discutieron en grupo las preguntas que les hicimos. Les preguntamos por las razones que les han llevado a crear agrupaciones de productores para la comercialización en circuito corto, que resultaron muy variadas.
Tabla 11.1. Once asociaciones de productores para la venta de proximidad en distintas comunidades autónomas
Iniciativa Territorio Producciones principales Año de creación
Aigua Clara Provincia de Valencia Hortaliza y fruta (especialmente cítricos) 2003
ARAE1 Castilla y León Hortaliza, fruta, lácteos, conservas vegetales, huevos, carne ovino, legumbre, aceite de girasol, cereales, forrajes 2007
Can Perol Provincia de Barcelona Hortaliza y fruta 2008
Despensa Natura La Manchuela (Cuenca) Lácteos y carne caprino; cerveza, pan; hortaliza; vino; cosmética 2007
Ecológicos de Granada Provincia de Granada Hortaliza y fruta 2012
Ecovalle Provincia de Granada Hortaliza, fruta, panadería 2011
EDEMUR Región de Murcia Hortaliza y fruta 2010
Nekasarea Provincia e Bizkaia Hortaliza, fruta, conservas vegetales, panadería y repostería, pastas, carne,
lácteos 2006
Pollo Campesino Provincia de Palencia Carne de pollo 2010
Verdevera La Vera, norte de Cáceres Fruta, hortaliza, conservas vegetales, cosmética 2013
Xarxeta de Pagessos de Catalunya Catalunya Hortaliza, fruta, vino, aceite de oliva 2007
Desde Verdevera (norte de Cáceres), cuya principal producción es la cereza en todas las fincas asociadas, apuntaban la voluntad de “dejar de competir entre productores, y apoyarnos para ser más fuertes y reducir costes y gestiones, llegando más lejos”. Pepa Conde, de Aigua Clara (País Valencià), que reúne una parte importante de sus fincas en zonas metropolitanas muy amenazadas por la urbanización, presenta su cooperativa como una forma de “defensa del territorio, el derecho a alimentarnos de nuestro entorno y la dignificación del trabajo agrícola”. Para la gente de Despensa Natura (Cuenca) “es la única manera que entendemos para poder mantener nuestra vida en los pueblos, ser soberanos en nuestra producción, justos con los consumidores y no depender tanto de las fluctuaciones de los precios”.
Para todas estas iniciativas, el asociacionismo es una forma de defensa para las pequeñas producciones ecológicas, ya que permite muy distintas formas de cooperación, y no solo para la comercialización. Para la Xarxeta de Pagessos (Catalunya) “trabajar en nuestra red nos permite estar con compañeros que tienen la misma visión de transformación del modelo agroalimentario y que nos da más dignidad y libertad”. Además, es necesario de cara a retomar la autonomía de los productores respecto al mercado global. Desde EDEMUR (Murcia) establecen, a su vez, una diferencia respecto a otras fórmulas cooperativas de mayor escala, “para tener cierta libertad de actuación, porque en las cooperativas grandes se acaba perdiendo la relación entre agricultores: la junta de la cooperativa mueve las cosas y tú acabas siendo un pelele. Y no queremos ser peleles”.
Todas las experiencias entrevistadas reúnen a productores para los que la agricultura ecológica y el cooperativismo agrario son una herramienta para la supervivencia de los pequeños productores, pero también un proyecto de justicia social y de revitalización de nuestro medio rural. Como plantea Jerónimo Aguado (Pollo Campesino, Palencia): “Si queremos defender nuestro futuro como campesinos y campesinas, no solo hemos de cuestionar al modelo agroalimentario global, sino que, en paralelo a ello, tenemos que ir construyendo la alternativa campesina, que pasa por un agricultura a pequeña escala, local, al servicio del derecho humano a la alimentación. Ir tejiendo redes que articulen todo un movimiento a favor de la soberanía alimentaria, y construir relaciones directas entre productores/as y consumidores/as. No queremos crecer y crecer para poder ser más competitivos, sino multiplicarnos, ser muchas experiencias pequeñas y enredadas. ¡Este es el gran reto!”.
Formas organizativas para “seguir siendo pequeños”
Hay una diferencia sensible en los tamaños de las fincas y granjas que conforman las experiencias asociativas que hemos encuestado (tabla 11.2), aunque, en relación con el conjunto del sector agrario profesional en el Estado español, todas ellas podrían ser consideradas como pequeñas. Muchas de ellas no alcanzan aún a comercializar toda la producción de sus socios (como es el caso de EDEMUR, Ecológicos de Granada, Nekasare para las carnes y transformados, ARAE o Despensa Natura), y los socios mantienen al mismo tiempo canales comerciales individuales. En algunos de los casos más recientes, las posibilidades de venta de la agrupación no permiten aún que los productores aprovechen todo su potencial productivo (Despensa Natura, Ecovalle, Ecológicos de Granada, Pollo Campesino), aunque en algunos proyectos más asentados también manifiestan estos problemas (Aigua Clara). En otros casos (Despensa Natura, Ecovalle, Verdevera) han expresado que los rendimientos obtenidos mediante la producción y venta aún no consiguen alcanzar una remuneración del trabajo que consideren suficiente, siempre en relación con el resto de iniciativas.
Tabla 11.2. Algunas características socioeconómicas de las once asociaciones
Iniciativa Nº socios Nº trabajadores en el campo* Personal para logística y comercialización
Aigua Clara 15 14 4
ARAE 23 socios y 12 no socios 50 0
Can Perol 5 socios y 10 no socios 24 13
Despensa Natura 4 9,5 0
Ecovalle 4 8 1
EDEMUR 6 6 1,25
Ecológicos de Granada 10 14 3
Nekasare 80 80 1
Pollo Campesino 5 2,5 0
Verdevera 7 7,75 0
Xarxeta de Pagessos de Catalunya 18 53 0
* Ponderado en relación con las jornadas anuales a tiempo completo, para producción primaria y transformación; incluyendo el trabajo por cuenta ajena.
Cinco de las agrupaciones emprenden las tareas comerciales y logísticas de forma voluntaria y compartida entre los agricultores socios. Cinco iniciativas cuentan con personas específicas (en su mayor parte, socias, y a menudo, agricultores) para la realización de estas tareas, y en tres casos (Can Perol, Aigua Clara y Ecológicos de Granada) estas labores se desarrollan alrededor de un establecimiento comercial abierto al público. En el caso de Nekasare hay tan solo una persona contratada por parte del sindicato para la coordinación general del proyecto, y son los socios productores quienes gestionan las relaciones entre producción y consumo.
En el caso de Ecológicos de Granada, las personas encargadas de la comercialización y la logística son socias de pleno derecho de la asociación, pero su relación económica con la asociación no es salarial, sino que son un socio más y cobran un porcentaje de las ventas. Para Jesús Peña, coordinador comercial de la iniciativa, “esta es una forma de no cargar con más costes a la agrupación de productores. La toma de decisiones está en los productores, que se comprometen con lo que quieren sembrar y asumen los riesgos asociados. Y yo me comprometo en vender lo más y mejor posible, porque es lo que me interesa”.
Distintos circuitos comerciales para distintas situaciones y objetivos
Ninguna de estas iniciativas comercializa sus productos en un solo canal, y mucho menos en uno o pocos clientes o puntos de distribución. Pero todos centran sus esfuerzos en la venta directa al consumidor final: “Es la única manera que entendemos para poder mantener nuestra vida en los pueblos, ser soberanos en nuestra producción, justos con los consumidores y no depender tanto de las fluctuaciones de los precios”, según Despensa Natura. Esta estrategia económica se convierte, como vemos, en una máxima, tal y como expresan desde Ecovalle: “No concebimos la comercialización de otra forma que no sea por nosotras mismas”.
Todas estas iniciativas valoran la relación directa con los consumidores mucho más allá de la reducción de intermediarios, para “sentir que se valora tu producto por algo más que su precio”, como comentan desde Verdevera. Desde Nekasarea (Bizkaia) pretenden “crear relaciones directas entre producción y consumo, que vayan más allá de la básica de productora y clienta, para colectivizar los problemas y soluciones”. Desde EDEMUR “Valoramos mucho los halagos de los consumidores. También se pueden comentar los precios, o la calidad con los consumidores, y eso en el mercado convencional no es posible”. Desde la Xarxeta de Pagessos de Catalunya aseguran que “junto a las alternativas ecológicas a nivel de producción necesitamos buscar alternativas a nivel de comercialización y distribución que nos acerquen a los consumidores en base a la comunicación, la transparencia y el compromiso”.
Figura 11.1. Canales comerciales utilizados por las distintas experiencias asociativas entrevistadas

Como se observa en la Figura 11.1, el destino mayoritario de los productos son los grupos o asociaciones de consumo, que suponen de media el 55% de las ventas. En el caso de EDEMUR y Ecológicos de Granada, una parte muy importante de esas ventas corresponde con “grupos de consumidores” que no se agrupan por sí mismos de forma independiente a la producción, sino a iniciativa de esta última. Algunas agrupaciones cuyos miembros individuales tienen un mayor peso (como Aigua Clara, Can Perol, EDEMUR o la Xarxeta) también intercambian o venden producto a otras agrupaciones de productores que a su vez distribuyen a grupos de consumo, alcanzando esta vía una parte importante de sus ventas. En algunos casos (EDEMUR, Can Perol, ARAE y Verdevera) también se ven necesitados de comercializar los excedentes a distribuidoras especializadas en el producto ecológico, o incluso como producto convencional si no encuentran otra opción. Sin embargo, esta vía nunca supone un peso relativo importante en las ventas totales.
Destacan, por otro lado, las ventas en tienda propia, que solo se dan en tres de las iniciativas, pero que alcanzan valores muy importantes. Las ferias y mercadillos y el pequeño comercio local están presentes en prácticamente todas las agrupaciones, y en muchos casos suponen una salida importante al producto. Son muy apreciados por la promoción del producto ecológico entre consumidores poco sensibilizados, por la oportunidad de hacer contactos con nuevos consumidores y, especialmente, “por la posibilidad de encontrarnos entre los productores, que no ocurre muy a menudo”, como afirma Juan Senovilla desde ARAE. Otros canales alternativos, como los restaurantes o las pequeñas tiendas, suponen cantidades menores (aunque crecientes) para muchas iniciativas. Varias iniciativas se apoyan en mayoristas de la distribución ecológica para gestionar los excedentes, y en general todas las agrupaciones han manifestado poder vender todos sus productos como alimentos ecológicos.
Dos modelos para organizar la comercialización
Todas las agrupaciones ofrecen al consumidor un catálogo común de productos, y de una u otra forma se planifica conjuntamente la producción entre todos los socios, especialmente en la hortaliza. Sin embargo, se podrían diferenciar dos modelos distintos de articulación de los productores, en función de la centralización de las labores comerciales y, por lo tanto, de las inversiones y recursos colectivos destinados a ello.
El primer modelo se podría denominar “centralizado”, y tendría semejanzas con el modelo clásico de cooperativa: centralización de las ventas, tanto en el espacio (infraestructuras para el acopio y gestión logística conjuntas) como en la propia promoción del producto. Contratan personal para la logística y comercialización, y en tres de los casos han abierto tiendas propias. Estas experiencias tienen un número muy limitado de socios, mucho menor que las cooperativas tradicionales, lo que permite el control directo de todas las decisiones por parte de los productores. Pero cuentan con una inversión y unos costes fijos colectivos de cierta envergadura, especialmente debido a la amortización de infraestructuras logísticas y al personal contratado.
Este modelo se ajusta mejor a agrupaciones que reúnen una cantidad importante de un solo producto o familia de productos (carne, cítricos, extensivos, etcétera), y que de alguna forma están especializadas. En general tienen más problemas para comercializar en su totalidad sus producciones a través de canales alternativos, debido a los pequeños volúmenes de la demanda interna, y por ello profesionalizan las labores comerciales. Los socios son mayoritariamente agricultores a tiempo completo –a menudo, agricultores convencionales que han emprendido la transición al cultivo ecológico–, con una superficie de tamaño medio y un número limitado de cultivos por cada finca (Can Perol, Ecológicos de Granada, EDEMUR, Aigua Clara). Otro tipo se referiría a agrupaciones realizadas en torno a producciones que requieren ser transformadas y, por lo tanto, requieren de inversiones o contratación de servicios de agroindustria (como en ciertas cooperativas de carne ecológica , Pollo Campesino o la sección de piensos, forrajes y legumbres de ARAE).
El modelo que hemos denominado “archipiélago” o “red de productores” se caracteriza por grupos de productores que desarrollan vías comerciales individuales, pero que intercambian producto entre ellos sin cargarlo con sobreprecio, más allá de los costes. Cada productor se beneficia del intercambio con otros socios al poder ofrecer a sus puntos de distribución una mayor diversidad de producto, y multiplica sus vías comerciales sin mayor esfuerzo que el intercambio de productos con los otros miembros de la red.
En este modelo las agrupaciones se construyen a menudo sobre producciones muy diversas y, por lo tanto, complementarias. De este modo, permiten una oferta muy diversificada, aunque las cantidades de cada producto ofertado puedan ser muy limitadas en algunos casos. Las inversiones y gastos fijos son menores, pues la labor comercial y la distribución se gestionan desde cada socio de la red, y no es necesario contar con infraestructura logística ni personal contratado. Son estructuras más flexibles y, por lo tanto, pueden adaptarse bien a circuitos comerciales dispersos y con bajos volúmenes de pedido; aunque suelen exigir una mayor dedicación a la distribución y a la gestión comercial. Estas agrupaciones (ARAE, Verdevera, Despensa Natura, Xarxeta de Pagessos y Ecovalle en algunos rasgos) suelen reunir iniciativas de menor tamaño; y a veces la diversidad de producciones se da incluso dentro de cada iniciativa individual. Por requerir menos gastos, se puede ajustar a personas con dificultad para el acceso a la tierra y la financiación, o que inician la actividad agraria por primera vez, sin contar con acceso previo a los recursos productivos –tierra, maquinaria, infraestructuras, conocimiento, etcétera–). También a iniciativas productivas que han surgido muy ligadas al consumo asociativo, ya sea por su cercanía a zonas metropolitanas o por estar protagonizadas por personas “neorrurales”.
En general, los dos modelos se construyen sobre una gran implicación de los productores en toda la cadena de valor de los productos y requieren del dominio de determinadas habilidades sociales y una fuerte autonomía personal. Como nos explican desde EDEMUR, “somos pocos precisamente para poder llevar bien esto: nos conocemos mucho y nos adaptamos. Podríamos ampliar el número de agricultores más rápidamente, pero preferimos crecer despacio y en armonía”.
Retos para estas experiencias colectivas
La existencia de este tipo de experiencias se da a contracorriente, y se construye con un fuerte esfuerzo en tiempo y energía, y en algunos de ellos, también financiero. Las experiencias entrevistadas tienen en común dificultades en torno a la organización y coordinación internas. Se quejan del desconocimiento por parte del consumidor de la realidad agraria (temporadas, problemáticas productivas, etcétera), además de su falta de implicación en la construcción de las redes alimentarias alternativas. También se dan ciertas problemáticas que podrían ser diferenciadas en función de los dos modelos descritos.
Desde el modelo “centralizado”, los retos expresados se centran en las cargas burocráticas (incluyendo costes de certificación) y fiscales ligadas a la comercialización. También, en la dificultad de ajustar sus producciones con la demanda, o de desarrollar oferta y demanda de forma armónica. En el modelo “archipiélago” las dificultades se refieren más a la precariedad de infraestructuras logísticas y la fuerte carga de trabajo que representan las tareas de distribución para el agricultor. A su vez, se manifiestan dificultades para alcanzar una remuneración apropiada del trabajo propio.
En mi opinión los dos modelos –y todas sus variantes específicas– son altamente necesarios en un escenario de fuerte crecimiento del consumo ecológico estatal. Cada uno responde a situaciones de partida diferentes, y a distintos proyectos colectivos. También, a diferentes proyectos y visiones individuales de vida por parte de los miembros de cada iniciativa e individuales. Por ello, resulta difícil establecer que uno de los modelos es mejor que el otro, y parece más adecuado ver dónde se puede reforzar cada uno de ellos y qué elementos de interés podemos rescatar para la construcción de nuevas iniciativas.
La construcción de formas organizativas que permitan una circulación justa y sostenible para los alimentos ecológicos debe ser una prioridad para el movimiento agroecológico estatal. Y estas formas colectivas pioneras deben ajustarse a los distintos perfiles de productores y productoras que hoy conforman nuestro panorama estatal, así como a condicionantes geográficos y al consumo. Puesto que si no estructuramos las relaciones entre los productores y los consumidores, juntos, otros actores del sistema agroalimentario organizarán de nuevo la cadena productiva. Y lo harán en su propio beneficio.
12 Cooperativa Europea Longo Maï. Un modelo de economía colectiva y campesina de segundo grado
La iniciativa Longo Maï surge a principios de los años setenta. Años convulsos en todo el mundo y en los que el campo europeo se enfrenta al abandono masivo y a unas transformaciones sociales muy violentas. También en estos años la juventud emerge, sobre todo a partir del Mayo del 68 francés, como un nuevo y potente sujeto social que reivindica una vida distinta, inventando nuevas formas de hacer política. Estos dos elementos dan pie a la convocatoria en 1972 en Basilea (Suiza) de un encuentro entre colectivos alternativos al que acudirán jóvenes venidos de diez países europeos. En ese encuentro deciden comenzar, en las zonas deprimidas y abandonadas de las montañas europeas, la creación de lo que llaman núcleos pioneros: “Zonas experimentales de una Europa solidaria, pacífica y democrática, para la vida en común y la autosubsistencia a partir del trabajo en la agricultura, la artesanía y la industria” .
Tras una importante campaña de difusión de la idea y de búsqueda de apoyos, consiguen el dinero suficiente para comprar un terreno en las montañas del sureste de Francia. En el verano de 1973 unos treinta jóvenes se trasladan a esta finca de unas 300 hectáreas con tres núcleos de edificios en estado ruinoso en la Provenza, región tan asolada por el éxodo rural como tantas otras zonas montañosas de Europa. Allí pretendían vivir en base a “la autosubsistencia agrícola, la construcción de instalaciones comunales y una producción artesanal-industrial a partir de las necesidades vitales de las personas y de los límites impuestos por la naturaleza”.
Han pasado 41 veranos desde aquello, y el proyecto se ha desarrollado y ha cambiado, así como el contexto político, social y económico. En la actualidad Longo Maï es una red de 9 cooperativas repartidas por 5 países europeos y otra en Costa Rica, en las que viven unas 250 personas en total, y en las que conviven tres generaciones de personas a partir del grupo inicial. Su fuerte capacidad de autoabastecimiento y la cantidad de producciones materiales que desarrollan se combinan con una impresionante actividad cultural, social y política, con actividades que abarcan desde el nivel local al mundial. Más allá de ser un modelo colectivo, cooperativo y autogestionario para la vida rural y la producción agraria, Longo Maï es la realización de una utopía.
Una red basada en la convivencia y la confianza
Las cooperativas que integran Longo Maï funcionan de forma autónoma, cada una según modelos específicos a partir de las personas que las integran y de las actividades que realizan, tanto las productivas como las reproductivas. Pero en cada cooperativa el modo de funcionamiento es colectivo y espontaneísta. Toda la economía es colectiva, así como el trabajo. Ni los salarios ni la propiedad privada existen y las decisiones se toman colectivamente de forma asamblearia. Así, lo individual se funde con lo colectivo. A lo largo de estos 41 años se han experimentado diferentes formas de organización, tanto de la economía como de la vida en común, en busca de fórmulas apropiadas a la propia evolución del proyecto, ya que la vida en colectivo no es fácil y nadie nos ha enseñado a vivirla.
Posiblemente, el principal nexo entre las cooperativas toma vida en una fuerte identidad de grupo, generada y reproducida por la propia experiencia de la vida en colectivo en cada una de las cooperativas, y por el trasvase continuo de gente entre unas cooperativas y otras. Pero además existen estructuras más o menos formales de coordinación entre las cooperativas, y determinadas actividades que se realizan conjuntamente y que dan cuerpo a la red.
Al igual que, dentro de cada cooperativa, la propiedad de todos los bienes de las cooperativas también es colectiva. En el desarrollo del proyecto, las cooperativas han ido asumiendo diversas formas jurídicas que hiciesen funcional este principio, y en la actualidad cada una tiene una forma legal específica, desde la SCOP (Sociedad Cooperativa Obrera de Producción) a la SICA (Sociedad de Interés Colectivo Agrícola), figuras propias de cada país correspondiente. Pero todas las tierras y edificios son propiedad de la fundación suiza Fondos Europeos de Tierra, cuyo consejo de administración está formado exclusivamente por miembros de Longo Maï, a fin de “proteger [al proyecto colectivo] de la especulación y de las disputas por la herencia, y de mantener su función original: trabajar en autogestión y según criterios sociales y ecológicos”.
Otro elemento singular de la actividad en común es la financiación de la red. Desde su inicio, Longo Maï ha contado con el apoyo de una importante red de personas y colectivos que han aportado dinero cuando ha hecho falta.
Con este dinero se financian las inversiones de las cooperativas o la creación de nuevas cooperativas, así como otros aspectos deficitarios de su funcionamiento y la infinidad de actividades políticas que se realizan desde la red. Este es un aspecto muy importante, y cada año unas treinta personas dedican unas semanas, sobre todo a través de las oficinas de Longo Maï en Basilea (Suiza), al mantenimiento, revitalización y activación de esta red de apoyo al proyecto. El dinero que se recibe se asigna a los proyectos que cada cooperativa presenta y que se aprueban en las reuniones intercooperativas, que se realizan unas tres veces al año.
Pero probablemente el mayor recurso que comparten las cooperativas es la gente que vive en ellas. Existe un cierto nomadismo entre unas y otras que mantiene la comunidad con grupos cambiantes y que permite el conocimiento mutuo y la confianza suficientes entre las personas para hacer posibles las tareas comunes entre las cooperativas. Así, para los momentos importantes de trabajo en cada una se desplaza gente desde las otras, ya sea para la vendimia o cualquier otra cosecha aquí, o para la construcción de un edificio allá, o para la trashumancia de los rebaños que se realiza entre las distintas cooperativas. Esto también hace posible que los miembros puedan agruparse en distintos proyectos según afinidades (personales o laborales) sin salir de Longo Maï.
Entre la economía campesina y el cooperativismo agrario
En Longo Maï se intenta poner en práctica una economía de subsistencia, tanto a nivel de cada cooperativa como a nivel de red. Cada cooperativa intenta abastecerse de la mayor cantidad de productos básicos para el consumo, desde la alimentación a la energía o la construcción. Emmanuel, de la cooperativa de Treynas, nos explica que para ella “es muy importante demostrar que es posible vivir con muy pocas dependencias del mercado y del trabajo asalariado”, tanto para ella como para que sus hijos e hijas crezcan en esa posibilidad. En ese sentido habla de una “economía campesina”, en la que “el objetivo principal del trabajo no es conseguir dinero, sino satisfacer directamente las necesidades del grupo con los recursos que el medio nos ofrece”.
Las cooperativas también realizan producciones que no son para el consumo inmediato, sino que son destinadas al consumo interno de las otras cooperativas o a la venta, para cubrir así las necesidades que no son posibles mediante la autoproducción. En la figura 12.1 hemos intentado esquematizar esta red de interacciones e intercambios centrándonos en las producciones materiales, diferenciando entre la producciones y recursos destinadas al consumo interno en las cooperativas (color verde), intercambio de materias primas entre cooperativas (color azul) y actividades de distribución hacia el exterior, en las que cada cooperativa da salida al mercado a sus propias producciones y a las del resto de las cooperativas, todas ellas con el sello de Longo Maï, Cooperativa Europea.
Figura 12.1. Flujos internos y externos de las producciones materiales de las cooperativas integrantes de Longo Maï

Como vemos, muchas de las necesidades que cada cooperativa no cubre son resueltas por medio de la red. Así, la gente de Longo Maï tiene a su disposición las ropas que se producen en La Filature o los tejidos de Grange Neuve; las verduras, mermeladas, salsas y patés de la conservería de Mas de Granier; el vino que se produce en La Cabrery; o la madera y la carne que se producen en Treynas. Esta red de intercambio también funciona para las materias primas que son excedentarias en unas cooperativas y que en las otras van a ser utilizadas para elaborar artículos para la venta o el consumo, como la lana para la Filature o las frutas para la conservería.
Para la gente de Longo Maï esto también es “economía de subsistencia”, ya que “entre las cooperativas hay intercambios, pero estos no se corresponden con sumas de dinero. A menudo se realizan servicios sin esperar contrapartidas”. En un artículo de la publicación Noticias desde Longo Maï aparecido en 2002, nos explican que esta economía “se caracteriza por el hecho de que funciona sin dinero” y, sin embargo, el trueque se encuentra en un lugar marginal frente a lo que ellos y ellas llaman “una economía basada en el don y la reciprocidad”. Así, cada cooperativa programa sus producciones también en función de las necesidades de las otras cooperativas, conformando un sistema que amplía enormemente las capacidades de producción y autoconsumo de cada cooperativa, combinando las posibilidades de distintos climas y entornos.
En las cooperativas podemos encontrar gran cantidad de herramientas y maquinarias antiguas que han sido donadas, que se reparan y se ponen a funcionar. Esto hace posible realizar gran cantidad de producciones diferentes sin la necesidad de mantener fuertes inversiones, al no estar tan presente la presión del mercado en las producciones para el consumo interno. Así se suavizan la necesidad constante del incremento de la productividad y de crecimiento en la producción para aprovechar las economías de escala. De hecho, algunas de estas herramientas y maquinarias antiguas son necesarias para mantener un tamaño de la producción reducido y apropiado a las demandas de las cooperativas. Para los volúmenes de producción que manejan, la inversión en maquinaria moderna resulta demasiado cara, grande y aparatosa, y a menudo poco útil.
Respecto a las ventas al exterior, en cada cooperativa tienen un peso relativo respecto al autoabastecimiento, siendo en algunas relativamente marginal. Cada cooperativa se ha ido especializando en algunas producciones, en función de las características de la finca y de las preferencias del grupo. Y así podemos encontrar entre sus productos una grandísima variedad de productos agrarios, frescos o transformados, sin que haya competencia entre cooperativas. Después cada cooperativa se encarga de distribuir todos los productos en sus áreas de influencia, diversificando así los mercados y, a la vez, la oferta, que resulta más interesante para el/la consumidor/a.
En las formas de comercialización, desde Longo Maï se ha hecho una apuesta decidida por los mercados locales y los circuitos cortos de comercialización. Podemos encontrar fórmulas como la participación en mercados locales de pequeños productores o la venta directa en la granja, en sistema de cestas fijas de verduras o carne o por correspondencia. Las cooperativas están muy implicadas en la creación de este tipo de tejidos socioeconómicos en cada una de sus regiones, hasta el punto de haber impulsado la creación de asociaciones regionales de pequeños productores como Païs Alp en la Provenza (Francia) o Coppla Kasa en la región de Eisenkappel (Austria). También participan en otras estructuras para la creación de mercados campesinos, como la ADEAR en la Provenza.
Sus producciones agrarias son ecológicas, y la mayoría de ellas, certificadas. Pero su interés por la agricultura ecológica va más allá de la certificación, y desde algunas de las cooperativas están muy implicados en la recuperación de variedades hortofrutícolas tradicionales y locales, en la recuperación e investigación con variedades antiguas de cereales, en la sustitución del tractor por formas de cultivo agrícola con tracción animal o en la experimentación con técnicas homeopáticas en la ganadería ecológica. En este sentido, también se implican en la difusión de estas técnicas organizando cursos de formación, seminarios, etcétera, en las fincas de las cooperativas.
Haciendo política desde la producción agraria
Las formas de comercialización, como las cestas de verdura o los mercados campesinos, son fórmulas que acercan a consumidores y productores, buscando un entendimiento entre ambos agentes. Para Peter, de la cooperativa de Mas de Granier, es muy importante “buscar fórmulas de economía colectiva para generar alternativas al individualismo, que es producido y que, a su vez, sostiene la sociedad del consumo de masas y la globalización”. En este sentido, las iniciativas asociativas que se impulsan desde Longo Maï, tanto entre agricultores/as como entre estos/as y consumidores/as, pueden entenderse como formas de crear tejido social capaz de comprometerse con las problemáticas locales.
Quizá esta línea de trabajo responde a esa voluntad inicial de construir una Europa “democrática, pacífica y solidaria”. En este sentido, los recursos e infraestructuras con que cuenta Longo Maï están a disposición de todo tipo de colectivos sociales, en la construcción de estas redes de solidaridad local. En la figura 12.1 hemos incluido también algunos de los recursos de los que cada cooperativa se ha dotado para este fin.
Por otro lado, y en un plano más teórico, desde algunos sectores de Longo Maï se trabaja en interesantes reflexiones sobre las implicaciones de la industrialización de la agricultura y de la urbanización de la población rural, que se ha ido produciendo a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días: desde la pérdida de autonomía en las economías y sociedades locales a la dependencia de la energía fósil o el control que ciencia y tecnología ejercen sobre nuestras vidas. La experimentación de formas de producción no dependientes de las máquinas y de los combustibles fósiles son también, para Gregory, de Mas de Granier, “formas de bajar a lo concreto estas reflexiones”.
Para Bolo, de la cooperativa de Treynas y muy implicado en una red estatal para la recuperación de variedades tradicionales de cereal, “la mecanización y la industrialización de la producción agroalimentaria han seleccionado determinadas variedades de trigo que son más fáciles de procesar de forma industrial. Estas variedades tienen mucha menor calidad y, sin embargo, han hecho casi desaparecer la mayoría de las variedades locales, generando una fuerte erosión de la biodiversidad cultivada y una fuerte dependencia de los agricultores respecto al mercado de semillas. La desaparición de las variedades tradicionales impide un cultivo adaptado a los ciclos naturales locales y la pérdida de las técnicas y productos más artesanales. Por lo tanto, trabajar en la recuperación de las semillas es un camino importante en la construcción de alternativas ecológicas y sociales a la industrialización agraria”.
En el plano internacional, desde Longo Maï se dinamizan gran cantidad de redes, centradas sobre todo en cuestiones agrarias. En este trabajo cobra una importancia relevante la problemática de las personas trabajadoras inmigrantes en el sector agrario, y desde Longo Maï se están impulsando acciones en Francia para denunciar la situación laboral y social de este grupo. También han trabajado el tema en otros países, a través del Foro Cívico Europeo, como en España, donde realizaron un valioso informe sobre los ataques contra los y las trabajadores/as agrícolas inmigrantes en Almería en 2001 . En el Estado español también han realizado acciones de apoyo a otros grupos, como el Sindicato de Obreros del Campo en Andalucía (SOC-SAT), y cooperan con sindicatos como EHNE o el Sindicato Labrego Galego.
13 La dinamización de redes alimentarias de ámbito autonómico desde la soberanía alimentaria
Desde las iniciativas pioneras de desarrollo de los CCC, tanto desde la producción como desde el consumo, se ha señalado la importancia de estructurar el sector, poniendo un acento importante en el desarrollo de redes logísticas adaptadas a la realidad de los CCC. Ya que, por un lado, el creciente número de productores ecológicos que optan por los CCC muestran dificultades para conectar directamente con la producción; y, por el otro, el creciente número de consumidores ecológicos agrupados en grupos de consumo o con vocación de participar en CCC expresan una gran dificultad por conectar con productores directos. Por ello la estructuración de los CCC ha adoptado, en los últimos años, un papel central en la agenda de la soberanía alimentaria en el Estado español. Ya que supone, en la actualidad, uno de los principales límites para su desarrollo en los distintos territorios.
La existencia de redes sociales organizadas a nivel territorial está permitiendo una verdadera explosión de los CCC en estas áreas, al brindar asesoramiento y contactos con las redes de producción y logísticas a los nuevos grupos de consumo, dinamizar la creación de otras acciones más complejas –como mercadillos de productores o el consumo social– y realizar una importante labor de difusión y sensibilización para el consumo responsable y solidario. Por otro lado, están permitiendo un estrecho contacto entre producción y consumo, incorporando contenidos agrarios y rurales a la agenda política de los movimientos sociales urbanos a través de la presencia de los productores. Mediante esta convergencia se fortalecen de una forma importante las luchas de los débiles tejidos sociales de las áreas periurbanas y rurales circundantes. Estos proyectos, de carácter voluntario y militante, deben sumarse a otros proyectos formales, con financiación pública, que en distintos territorios o a nivel estatal se han volcado desde 2009 en la dinamización de los CCC .
Para el enfoque agroecológico, las alianzas entre distintos actores sociales alrededor de los CCC resulta central en la construcción de contrapoderes que puedan enfrentarse a la globalización agroalimentaria, en lo que se ha denominado la dimensión política o de transformación social de la agroecología. Es en las formas de dinamización que se han dado en algunas de estas iniciativas en lo que centraremos las próximas páginas. La naturaleza horizontal de este tipo de iniciativas, así como la centralidad que las redes de confianza adquieren en el desarrollo de los CCC, más allá de complejas estructuras logísticas, nos hacen pensar en lo apropiado de los enfoques participativos para su análisis y dinamización.
La propuesta metodológica de investigación agroecológica se construye en base a las Metodologías Participativas de Investigación-Acción (en adelante, MPIA), como estrategia para liberar el potencial de las redes y recursos sociales que se dan en cada contexto hacia la transición agroecológica . En las MPIA el objeto que se investiga pasa a ser sujeto de la intervención, a través de formas participativas de investigación y de acción. En estos procesos el investigador o el técnico pasan a ser “dinamizadores” de los procesos de transición agroecológica, al acompañar a las personas y grupos implicados en ellos, más que dirigirlas.
En las siguientes páginas expondremos dos casos en los que se han aplicado las metodologías participativas en procesos de dinamización de Circuitos Cortos de Comercialización a escala regional, en la Comunidad de Madrid y en Extremadura, como parte de un proceso de transición agroecológica a escala regional. Ambos procesos, así como los contextos, muestran importantes diferencias de partida. En el primero de los casos (desarrollado entre 2009 y 2011) se trata de un proceso dinamizado desde organizaciones sociales (la Iniciativa por la Soberanía Alimentaria de Madrid, ISA-M en adelante), con carácter militante –no profesional–, en un territorio con escasa producción, una relativamente amplia demanda de alimentos ecológicos desde el consumo y una elevada articulación de los CCC y del movimiento social por la soberanía alimentaria.
En el segundo caso (desarrollado entre 2009 y 2012) se trata de un proyecto promovido por una empresa (Red Calea, SL) centrada en la promoción de la agroecología y financiado desde la administración regional. El proyecto se denominó Ecomercio-Extremadura (en adelante, EE) y tenía como objetivos la promoción de la restauración colectiva y el consumo social ecológicos en un territorio –Extremadura– con una elevada producción de alimentos ecológicos y un escaso desarrollo y articulación de movimientos sociales en general, y en particular, del movimiento por la soberanía alimentaria y de los CCC. Más tarde, este proyecto continúa en el proyecto denominado Ecos del Tajo, promovido por siete grupos de Acción Local de la cuenca del río Tajo, de tres comunidades autónomas, financiados por el MARM dentro de los proyectos piloto de Cooperación Interterritorial de los Fondos FEADER, y ejecutado con la asistencia técnica de esta misma empresa. El autor ha participado, en el primer caso, a nivel militante y dentro del equipo dinamizador; y en el segundo, como consultor para la dinamización del proceso participativo.
Desarrollo del proceso participativo
En ambos casos se han aplicado las MPIA desde una estructura simplificada respecto a otras propuestas, condicionados por los objetivos de los proyectos, en los que primaba la componente de acción sobre la de investigación. Sin embargo, podemos diferenciar al menos cuatro fases en ambos proyectos.
Tabla 13.1. Diferencias y semejanzas entre los dos casos en relación con los órganos y espacios de participación, técnicas y principales acciones

Miembros de organizaciones
sociales promotoras y
productores ecológicos Organizaciones
promotoras y coordina-
ción estatal de ASAP Territoriales, mixto produc-
ción-consumo Encuesta, sociograma,
flujograma (1º
y 2º talleres) Sí Apoyo a la creación de nuevos
Grupos de Consumo. Difusión de los CCC
Técnicos del proyecto y
organizaciones sociales
relacionadas con la AE Grupos de
Acción Local promotores del proyecto Sectoriales, por
acciones.
Producción Debates plenarios,
técnicas de
priorización, discusiones
en pequeños grupos Sí Desarrollo de proyectos piloto: mercadillos de productores y consumo social
Tabla 13.2. Estructura y actores implicados en los distintos espacios de participación en el proceso

Principales resultados obtenidos
Iniciativa por la Soberanía Alimentaria de Madrid y La Rehuerta. Un espacio de encuentro para la estructuración del sector
A partir de su creación en 2009, la ISA-M se estructuró en tres comisiones, de las cuales una de ellas se denominó Comisión de Producción-Consumo. Esta comisión definió su objetivo central de trabajo en la dinamización de los CCC en la Comunidad de Madrid. Para ello realizaría una encuesta a grupos de consumo de la Comunidad de Madrid y a los agricultores que los abastecían, muchos de ellos de comunidades autónomas limítrofes. Esta encuesta tendría dos objetivos: obtener información cuantitativa acerca de los volúmenes de alimentos y monetarios y, a la vez, obtener información cualitativa acerca de las principales problemáticas de los CCC. La encuesta para grupos de consumo se envió a 70 grupos, de los cuales contestaron 32 iniciativas. La encuesta sobre producción se realizó sobre una muestra de 25 productores ecológicos identificados, de los cuales contestaron 12 iniciativas.
La información cuantitativa recogida en la encuesta fue escasa y poco fidedigna. La información cualitativa nos serviría para desarrollar talleres con ambos grupos por separado (16 asistentes en los talleres de productores; 12 entidades asistentes en los talleres de consumidores), en los que se priorizasen problemáticas y propuestas de acción en común entre producción y consumo. Una vez realizada esta tarea, se realizó un taller conjunto en el que se decidirían las propuestas a desarrollar, ya fuesen en común (producción-consumo) o por cada actor por separado. El Grupo Motor optó por darle prioridad a las primeras.
Se constató la gran cantidad de iniciativas existentes, su elevada dispersión, su pequeño tamaño y su escasa organización. Se comprobó que las relaciones comerciales entre producción y consumo no seguían lógicas definidas (como la cercanía espacial), sino que más bien se establecían en función de aquellos actores con los que se habían entrado en contacto desde un primer momento. También se comprobó la existencia de muy diversos modelos. En cuanto al consumo, GGCC individuales; redes de GGCC (Coordinadora de GAK y Red Autogestionada de Consumo); entidades que agrupaban producción y consumo, con modelos diferentes (Ecosecha y Bajo el Asfalto está la Huerta); y GGCC a iniciativa de los productores. En cuanto a la producción, la mayor parte eran iniciativas individuales –familiares– de producción, con gran presencia de “neorrurales”, alguna cooperativa de producción y una cooperativa (ARAE) que reunía a productores de diversos tipos de alimentos y de un mismo territorio (Castilla y León).
Los resultados de la encuesta fueron diferentes para producción y consumo, lo cual definió los contenidos de los talleres con cada uno de los grupos. En cuanto a los productores, los resultados de la encuesta se centraron, en general, en los siguientes aspectos: en torno a la desorganización en el sector y la necesidad de articular formas de coordinación y apoyo mutuo entre agricultores; en relación con la comercialización y las relaciones entre producción y consumo (logística y transporte, planificación conjunta de las producciones, intercambio de excedentes, creación de nuevos grupos de consumo y concertación de precios), y con aspectos exclusivos de la condición de la producción (formación, compra colectiva de insumos y maquinaria, y presión política para adaptar a los CCC la normativa higiénico-sanitaria). Sin embargo, también surgieron con fuerza aspectos relacionados con la promoción del consumo (difusión e información sobre la alimentación ecológica y formación del consumidor en el compromiso), para lo cual se veía necesaria la coordinación entre productores y entre estos y el consumo.
Figura 13.1. Priorización de problemas en el taller de productores.
En gris, los “problemas centrales”; y en negro, los “problemas llave”, de los que salen las flechas de relación causal

En el primer taller con productores se priorizaron estos temas en un taller participativo , en el cual los “problemas centrales” (o sensibles) fueron la necesidad de promoción del consumo y de más grupos de consumo; y sin duda, los “problemas llave” (aquellos que aparecían como causas de otros problemas) resultaron aquellos de carácter más sinérgico y accesible con los recursos propios, fueron el apoyo entre productores y la coordinación con el consumo (Figura 13.1). El resultado del taller se discutió en base a la pregunta: “¿Para cuál de estos temas os volveríais a reunir?”, de cuya respuesta surgieron como las más valoradas aquellas acciones relacionadas con la formación hacia los consumidores, la coordinación de producción y distribución y la cooperación para llegar a consumidores no integrados en los actuales grupos de consumo.
En un siguiente taller se discutió acerca de las propuestas a llevar a la reunión conjunta con grupos de consumo, centrándose el debate en la formación hacia los consumidores, por ser una actividad realizable con pocos recursos y con riesgos e inversiones muy reducidas para los productores. Esta línea de trabajo nos ayudaría a ir generando la confianza necesaria para emprender acciones más comprometidas, tales como la coordinación de las producciones, sin asumir grandes compromisos. Los productores resaltaron la necesidad de promover un consumo que ellos “puedan controlar”, en la medida en que sus propias redes productivas y logísticas pudiesen absorber el nuevo consumo generado, de forma que este no migrase a otros circuitos tales como las grandes superficies.
Respecto al consumo, las encuestas mostraron un bloque importante de problemáticas relacionadas con la falta de compromiso de los miembros de los grupos de consumo, su inestabilidad y el vacío de consumo durante el verano (figura 13.2). En segundo plano aparecían cuestiones relativas a las relaciones con los productores, como su escasa organización, que dificultaba los pedidos y el transporte; el desacuerdo en los precios, la calidad y la diversidad de los productos, especialmente en invierno; los desajustes entre lo que se pide y lo que se recibe por parte del productor; así como, en algún caso, el rechazo del sistema de “cesta fija”. Por último, aparecían cuestiones de tipo logístico y organizativo, tales como la dificultad –o la falta de recursos– para encontrar un local de reparto, el escaso tamaño de los grupos –y el consiguiente encarecimiento del transporte– y la mala gestión económica en los grupos.
Estas problemáticas se organizaron por medio de un flujograma a lo largo de dos talleres participativos, tal y como se muestra en las figuras 13.1 y 13.2. En dicho flujograma podemos observar cómo el “problema central” definido fue el encarecimiento del producto por los costes de transporte, mientras que los “problemas llave” fueron la escasa implicación de los miembros de los grupos de consumo, el escaso tamaño de los grupos de consumo y la falta de organización entre los productores para la organización. Al cruzar ambos flujogramas (producción y consumo) aparecían importantes complementariedades entre las visiones de ambos actores, que se centraban en la necesidad de mayor sensibilidad y formación del consumidor y de organización entre los productores. Por lo tanto, esos dos temas serían los que se tratarían en el taller conjunto, denominado “La Rehuerta”, en enero de 2010.
Figura 13.2. Priorización de problemas en los talleres de consumidores.
En gris, los “problemas centrales”; y en negro, los “problemas llave”, de los que salen las flechas de relación causal

Dicho taller, de convocatoria abierta, contó con una asistencia muy numerosa, tanto de productores como de miembros de grupos de consumo. En un primer momento se realizó un “juego de rol” para tratar el desconocimiento mutuo, detectado por el Grupo Motor del proceso, de las problemáticas y dificultades cotidianas de cada uno de los extremos de los CCC, que fue valorado de forma muy positiva por producción y consumo. Más tarde, el Grupo Motor lanzó la propuesta de que las personas asistentes se reuniesen en pequeños grupos estructurados por zonas de la Comunidad de Madrid, para conocerse entre ellos y constituir grupos mixtos –producción/consumo– que elaborasen un plan de acción para el año 2010 en el que se difundiese la iniciativa de los grupos de consumo y se apoyase la formación de nuevos grupos. Se constituyeron cinco grupos de trabajo de zonas y definieron un primer esquema de planes de trabajo de zona. Por último, el Grupo Motor lanzó la propuesta de agrupar en un espacio temporal concreto –mayo de 2010– las muchas actividades de difusión y promoción de la agroecología que los grupos presentes (y otros no presentes) realizaban cotidianamente, en lo que se denominaría la “Primavera Agroecológica”. La ISA-M se comprometía a realizar la difusión conjunta de dichos actos.
La apuesta del Grupo Motor por la difusión y la promoción seguía la línea de empezar por acciones que requiriesen de pocos recursos y mostrasen escasos riesgos, para ir generando confianza y motivación hacia la coordinación, sin mayores tensiones. Las actividades integradas en la “Primavera Agroecológica” fueron más de treinta en toda la Comunidad de Madrid, y los grupos de zona desarrollaron una amplia actividad de apoyo a la creación de nuevos grupos de consumo y difusión de la soberanía alimentaria. En el siguiente Foro Social Mundial de Madrid (2011) se evaluó la marcha de los distintos grupos de zona; y si bien algunos habían mantenido una actividad muy baja, todos habían funcionado. En algunos casos (como el grupo del centro de Madrid, que mostraba una fuerte actividad ya antes del proceso de La Rehuerta) se había avanzado incluso en la realización de pedidos conjuntos entre distintos grupos de consumo, y se habían afianzado las jornadas anuales de Agroecología del barrio de Lavapiés. A su vez, nuevas iniciativas apoyaron la iniciativa de ISA-M, con blogs de difusión del tema, o como el caso del colectivo Decrecemadrid y su mapeo de experiencias agroecológicas .
El desarrollo de este tipo de iniciativas existente hoy en día en la Comunidad de Madrid ha sobrepasado, sin duda, la dinamización de los CCC emprendida por ISA-M, con la incorporación de nuevos contenidos y actores, y con un fuerte crecimiento de grupos de consumo y de otras modalidades de CCC. Pero sin duda esta fuerte dinámica que hoy observamos en el consumo agroecológico en Madrid fue catalizada en su momento por la acción estructurada de la ISA-M en torno a los encuentros de La Rehuerta. No fue posible, sin embargo, avanzar al mismo ritmo desde el lado de la producción, ya que los debates acerca de un centro logístico compartido no desembocaron en acciones concretas; y después de tres reuniones más, no se convocaron más encuentros entre productores. El requerimiento de importantes inversiones para la logística, o del compromiso entre iniciativas acostumbradas a trabajar de forma aislada, dificultó un mayor avance, así como la falta de fuerzas en una iniciativa, la ISA-M, sostenida con trabajo militante.
Ecos del Tajo y Ecomercio-Extremadura: abriendo el mercado interior extremeño de alimentos ecológicos
El primer taller de Ecomercio-Extremadura (EE), en noviembre de 2009, se construyó con el objetivo de introducir de manera regular alimentos ecológicos de Extremadura en establecimientos de restauración colectiva de la región. Para ello se invitaron experiencias de referencia y se debatió en talleres participativos, de forma separada (producción- consumo) acerca de la pertinencia de dicha propuesta, resultando como fortalezas más señaladas por ambos actores la creciente tendencia del consumo hacia los alimentos ecológicos; el resultar una respuesta acertada a la crisis; la relación directa entre productores (9) y consumidores (12 entidades), y la mayor apertura de los productores hacia los CCC. Como obstáculos se mencionaron, en primer lugar, la falta de apoyo institucional, la falta de articulación del sector (remarcado especialmente por los productores) y el desconocimiento del consumo acerca de los alimentos ecológicos. Como principales medidas propuestas surgieron el crear una red de productores ecológicos al respecto, así como una red de actores sociales que apoyasen los objetivos planteados.
Al segundo taller (diciembre de 2009) asistieron 10 productores y 4 entidades relacionadas con la promoción del consumo de alimentos de calidad. Los primeros analizaron diversas formas de organización entre productores ecológicos para los CCC y señalaron la necesidad de emprender acciones concretas para el inicio de la comercialización conjunta. En cuanto al consumo, las entidades presentes analizaron los pormenores de la comercialización directa a restaurantes y comedores escolares, determinando la propuesta de buscar el apoyo de la administración regional.
En el tercer taller (marzo de 2010) se trató de avanzar hacia la realización de acciones concretas. En el taller de productores (9 asistentes) se trataron de determinar aquellos aspectos sobre los que resultaba necesario profundizar en el análisis, de cara a lanzar proyectos piloto de restauración colectiva ecológica, y se analizaron las rutas de distribución para los CCC ya existentes en Extremadura, al estimarse los aspectos logísticos como uno de los límites centrales al desarrollo de la iniciativa. En el taller de entidades de promoción del consumo (6 asistentes) se discutió las posibles forma de difundir la red Ecomercio-Extremadura. Al finalizar la sesión se constituyó la Mesa Extremeña por la Restauración Colectiva Ecológica, y se eligieron representantes desde la producción y el consumo.
En el cuarto taller (julio de 2010), ya dentro del proyecto Ecos del Tajo, el grupo de productores (5 asistentes) señaló la necesidad de emprender acciones concretas, se analizaron diversas posibilidades de proyectos piloto y se establecieron criterios para priorizarlos: que absorban la heterogeneidad de producciones presentes en la red “Ecomercio Extremadura” y que se comience por un proyecto pequeño, de demanda regular y definida durante todo el año. En este sentido, se optó por lanzar un proyecto piloto con residencias de titularidad pública abiertas todo el año (geriátricas o de otro tipo), y en segundo lugar, restaurantes y centros públicos de formación con cocina de gestión directa. En el medio plazo, se veían como muy interesantes los mercadillos de productores. El taller de consumo (2 personas) discutió una propuesta concreta existente en relación con una residencia concertada.
Al quinto taller (marzo de 2011) solo se convocó a productores (8 asistentes), debido a la escasa actividad desarrollada desde el consumo. En él se evaluó la participación de algunos productores de la red EE en la Feria Extremeña de la Agricultura Ecológica (Extremabío 2010), y se discutieron aspectos de funcionamiento interno de la red. También se discutieron las posibilidades de emprender proyectos piloto en comedores escolares de las comarcas de ejecución del proyecto Ecos del Tajo.
El sexto taller, también exclusivo de productores (12 asistentes), volvió a priorizar posibilidades de proyectos piloto, y en concreto se discutieron aspectos técnicos del primer proyecto piloto que se había lanzado: la I Semana del Consumo Social Ecológico, en Cáceres, que llevaría alimento ecológico extremeño, directamente desde los productores de la red Ecomercio y durante una semana, a 470 comensales de 6 centros públicos distintos. Los aspectos discutidos fueron: la definición de precios comunes, los criterios de calidad, el compromiso de abastecimiento prioritario para el proyecto piloto, y el reparto de producto demandado para aquellos productos con más de un proveedor. Finalmente, en octubre de 2011 el proyecto piloto se realizó, con un escaso aporte de los productores miembros de la red EE (en cuanto a cantidad y variedad de producto suministrado), por lo que fue necesario recurrir a distribuidoras para abastecer a los comedores.
La red Ecomercio-Extremadura no terminó de cuajar en una estructura ni acciones estables, como pretendía. A su vez, el trabajo de definición de las formas y objetivos a adoptar por la red fue largo y no llegó a concretarse. Quizá este objetivo de inicio resultó ser demasiado ambicioso, y las acciones concretas desarrolladas no llegaron a motivar lo suficiente para mantener la red una vez que finalizó la financiación. Sin embargo, a partir de aquel proceso diversas pequeñas iniciativas de concentración de la oferta de alimentos ecológicos fraguaron en Extremadura, promovidas por los propios productores y más localizadas en las comarcas con mayor desarrollo de las fórmulas de CCC ligados a la producción ecológica –las sierras del norte de Cáceres y otras–. Estas iniciativas han desarrollado de forma autónoma sus propios CCC, en base a la restauración colectiva, la creación de mercadillos de productores y otras formas. A su vez, organizaciones como Extremadura Sana y Ecologistas en Acción de Extremadura, de forma coordinada, pero ya fuera del proyecto Ecomercio Extremadura, continuaron realizando un importante esfuerzo de creación de nuevos grupos de consumo y otros tipos de CCC en la región, hasta el punto de haber creado cuatro nuevos grupos en 2011.
Tejer agroecología: cómo avanzar en la promoción territorial de los CCC
Estos dos proyectos han tratado de construir espacios de encuentro entre la producción y el consumo en los CCC, desde diferentes puntos de partida y contextos, y por medio de diferentes estrategias. En cada uno de ellos, los actores que han resultado más dinámicos son distintos, quizá, precisamente, a la mayor concentración de uno u otro en cada territorio. El consumo fue el principal motor del proceso en un territorio urbano y consumidor –la Comunidad de Madrid–. Y la producción jugó ese papel en un territorio productor y poco poblado –Extremadura–. En ambos casos, las iniciativas que han resultado exitosas se han basado en la cercanía espacial y en el inicio de acciones de objetivos muy limitados y basadas en los recursos propios. El caso de la Primavera Agroecológica en Madrid resulta paradigmático en este sentido, con un gran impacto de difusión en un territorio amplio y muy densamente poblado, comprometiendo recursos (nunca monetarios) tan solo de cara a la centralización de la información sobre actividades que ya estaban siendo realizadas. A partir de las confianzas construidas en la cercanía se han ido configurando proyectos de mayor calado.
Los dos proyectos han resultado útiles para visibilizar las experiencias existentes y poner en contacto a actores que más adelante han continuado la colaboración más allá del proyecto. En este sentido, las metodologías participativas muestran un acierto inicial, al permitir la reflexión y el encuentro entre actores, necesarios para lanzar complicidades que permitan la acción conjunta.
En los dos casos, las principales necesidades expresadas por los actores implicados han sido la estructuración y la organización del sector productor y una mayor promoción del consumo. La organización entre productores solo se ha producido en espacios exclusivos de productores, a su ritmo y según sus propias claves, superando la intervención de los equipos dinamizadores, si bien esta intervención ha sido reconocida y valorada como dinamizadora de los procesos. En cuanto a la promoción del consumo, la línea estratégica ha sido avanzar en la creación de espacios de consumo a una escala y en formas que se puedan controlar por parte de las estructuras de CCC preexistentes, tal y como manifestaron los productores del proceso de ISA-M. Por ello, estos esfuerzos se están centrando en los dos casos en el desarrollo de nuevos grupos de consumo y mercadillos de productores, así como en algunos puntos de venta colectivos –promovidos por productores–, en el caso de Extremadura.
Los proyectos ligados al consumo social, en comedores colectivos de instituciones públicas o privadas (en el caso de Madrid), están siendo desarrollados en la actualidad por entidades ajenas a la producción –pequeñas empresas cooperativas de servicios en el sector ambiental y rural–. Estas experiencias incipientes muestran un compromiso bajo por parte de los productores y un fuerte trabajo técnico de coordinación por parte de las entidades promotoras. Requieren de una concentración importante recursos para la gestión, y eso ha llevado a su profesionalización: una oferta de producto amplia, estable y variada y, sobre todo, una fuerte labor de coordinación en la concentración de la oferta . A pesar de que los productores han manifestado una profunda preferencia por este tipo de CCC, de cara a llegar a la gente que “no está en los grupos de consumo y que nunca va a estar en ellos” y a la estabilidad de consumo que ofrecen. Especialmente, en aquellos centros que no sufren el parón estival.
En cuanto a la aplicación de las metodologías participativas, se han revelado de gran potencia en la dinamización de los debates y en la articulación y convergencia de estrategias colectivas para la promoción de los CCC. Sin embargo, estas metodologías deben estar en equilibrio con las acciones concretas que se van realizando, de cara a alcanzar objetivos parciales que justifiquen el esfuerzo que supone para las personas participantes. Alcanzar un equilibrio entre la reflexión y la acción resulta clave para generar el compromiso necesario para avanzar en los procesos de acción social colectiva. Y en este sentido, el papel del técnico investigador se mezcla con el del técnico dinamizador que ha de construir las condiciones –materiales y subjetivas– necesarias para que se tomen decisiones y, si se acierta en ellas, los cambios ocurran.
El carácter profesional o militante de la investigación va a determinar en gran medida su desarrollo. En investigaciones militantes, los ritmos vendrán marcados por el propio proceso y será posible dejar espacio para una verdadera construcción participativa de los objetivos y formas de la investigación-acción. Sin embargo, la precariedad nos empujará a menudo hacia procesos superficiales o discontinuos, que dependerán de un gran esfuerzo por parte de un grupo de activistas. En último término, estos procesos dependerán directamente de los éxitos cosechados para mantener su continuidad.
Por su parte, la posibilidad de financiación permitirá una mayor holgura en el trabajo de dinamización, pero puede lastrar el proyecto desde su inicio, al establecer tiempos y objetivos forzados en relación con los intereses y capacidades de las personas y entidades participantes. Una combinación de ambos acercamientos a la dinamización de los CCC puede ser interesante en procesos promovidos “desde dentro” del propio movimiento de los CCC. En aquellos procesos lanzados desde las administraciones o entidades ajenas a este movimiento, será necesario contar con el apoyo de actores “internos” que puedan traducir y establecer puentes entre dentro y fuera, por ejemplo, a través del Grupo Motor. Ya que, como hemos comentado, son las redes sociales de confianza lo que constituye los CCC. Y estas redes son difíciles de construir tan solo con trabajo técnico y espacios temporales limitados.
14 Retos para la construcción de redes alimentarias alternativas en el ámbito local
El presente apartado es una síntesis de las conclusiones obtenidas con ocasión del II Seminario Internacional de Experiencias en Circuitos Cortos de Comercialización . El seminario fue organizado por Ecologistas en Acción en octubre de 2013 en Estella-Lizarra (Navarra), y en él participé como coordinador junto con Ester Montero, compañera del grupo local de Ekologistak Martxan de Lizarra, del Área Confederal de Agroecología de Ecologistas en Acción y de unas cuantas cosas más. El título del evento fue “Agroecología y Soberanía Alimentaria, hacia modelos alimentarios basados en la comunidad”.
En 2010 Ecologistas en Acción organizó en Córdoba el I Seminario Internacional de Experiencias en CCC151, con un importante impacto en el ámbito estatal. Entre aquella primera edición y la segunda, las redes de CCC han crecido y se han diversificado y fortalecido: se multiplican los grupos y cooperativas de consumo, así como los mercadillos en los medios rural y urbano; las redes de productores/as volcados en los CCC cada vez son más fuertes y estructuradas, y en numerosos territorios se han creado redes de producción y consumo que promueven la creación de nuevos CCC desde la sociedad civil. En esta segunda edición del seminario pretendíamos incorporar todo este crecimiento del sector y definir nuevas formas de avanzar y ser más, desde nuestras pequeñas iniciativas locales. Y esto a través de los siguientes objetivos:
• Visibilizar y fortalecer las redes de producción y consumo de alimentos ecológicos en el Estado español.
• Compartir experiencias entre redes y construir nuevos conocimientos, especialmente en torno a la coordinación y organización entre producción y consumo.
• Conectar las redes estatales con la incipiente red europea de Agricultura Apoyada por la Comunidad, en el entorno de la red internacional Urgenci .
• Debatir acerca de posibles políticas públicas para el fomento de la agroecología y la soberanía alimentaria.
Al seminario asistieron unas 150 personas, representantes de al menos 55 iniciativas agroecológicas vinculadas a los Circuitos Cortos de Comercialización, incluidos los 15 proyectos que fueron invitados para realizar ponencias. Estas personas provenían de 12 comunidades autónomas, lo que suponía una representación bastante extensa del panorama estatal. El seminario se compuso de visitas a fincas, ponencias generales, mesas redondas de experiencias y talleres participativos en los que se trabajó acerca de los retos presentes y de futuro para el fortalecimiento y la expansión de los CCC en el Estado español. Todo ello, desde una perspectiva centrada en las redes alimentarias alternativas de ámbito regional, que articulan producción y consumo. En las siguientes páginas recogeremos tan solo las principales conclusiones de los talleres participativos.
1 Retos para el desarrollo de los CCC desde la perspectiva de los distintos actores
Los talleres se enfocaron desde una perspectiva de actor, en los que se diferenciaron tres tipos: producción, consumo y entidades e instituciones para el fomento de los CCC. En cada uno de los talleres, que se realizaron de forma paralela, la estructura de trabajo fue similar. Cada uno de ellos se abrió con microponencias de cinco experiencias de interés en el ámbito de cada taller, exponiendo los retos que percibían para el desarrollo de los CCC desde su trayectoria particular. Seguidamente, se extrajo de las ponencias un listado de retos, que se completó con el público asistente. Por último, el listado de retos se trasladó a un mapa de ideas, en el cual se establecieron relaciones causa-efecto entre unos retos y otros. Estos se ordenaron en función a la capacidad de cada actor para intervenir en la superación de cada reto. Esta técnica, denominada “flujograma” , permitía priorizar problemas en función de su carácter sinérgico y de la capacidad para intervenir sobre ellos desde la autoorganización. Permitía, de alguna forma, responder colectivamente a la pregunta: “¿Por dónde empezamos a trabajar?”.
1.1 Grupo de Trabajo “Políticas y entidades para el fomento de los Circuitos Cortos de Comercialización”
Este grupo de trabajo contó con una asistencia de 26 personas y con las aportaciones de cinco experiencias:
• Espai Tomate, experiencia de cocina comprometida impulsada por La Caseta de la Coma del Burg, en el Pirineo leridano.
• Red Terrae, impulsada en el ámbito estatal por diversos municipios y redes de municipios.
• Red Nekasarea, de producción y consumo, impulsada por la Organización Profesional Agraria EHNE-Bizkaia.
• Fundación Emaús, para explicar sus campañas de fomento de la compra pública con criterios de soberanía alimentaria.
• Mercado Agroecológico de Zaragoza, impulsado por diversas organizaciones sociales (UAGA-COAG, CERAI, Ecologistas en Acción y otras) y apoyado por el Ayuntamiento.
Muchos de los problemas expuestos en las microponencias eran comunes y se repetían en las diferentes experiencias. Por ello, las facilitadoras se encargaron de resumirlos y reformularlos –tratando de conservar el lenguaje original– para exponerlos después al resto del grupo y validar su utilización para el flujograma:
• Limitaciones legales en cuanto al uso de los bienes públicos: espacios y recursos.
• Limitaciones legales dentro del paquete higiénico-sanitario.
• Falta de consolidación de los proyectos productivos.
• Dificultad conceptual de los términos manejados por las organizaciones.
• Apropiación de conceptos por parte del sistema.
• Desconocimiento de las administraciones y organizaciones sobre la legislación (por ejemplo, compra pública).
• Dificultad al introducir los criterios de soberanía alimentaria en la contratación pública.
• Falta de voluntad política para el fomento de las pequeñas producciones.
• Falta de cultura participativa de transformación en el seno de nuestras organizaciones.
• Ritmos discordantes entre las administraciones y las organizaciones.
• Falta de corresponsabilidad entre los diferentes actores.
• Desequilibrio entre oferta, demanda y planificación.
• Oposición del pequeño comercio a ciertas iniciativas.
• Demonización de la distribución.
• Miedo en las administraciones públicas.
Tras exponer estos problemas, el grupo de personas participantes añadió los siguientes:
• Falta de acceso a la financiación.
• Elitización de la alimentación agroecológica (“¿Para quién trabajamos?”).
• Falta de pedagogía en cuanto a términos relacionados con la soberanía alimentaria.
Estos elementos se organizaron en un mapa de ideas de tipo “flujograma”
(figura 14.1), en función de la capacidad de las organizaciones representadas por las personas asistentes de intervenir sobre cada problemática (eje vertical) y en función de distintos aspectos de la realidad compartida (eje horizontal). Una vez situadas todas las problemáticas en el papel, se establecieron relaciones causa-efecto entre ellas, mediante flechas que partían de problemas-causa y llegaban hasta otros problemas que podrían ser efecto de los primeros.
Figura 14.1. Relaciones causa-efecto entre las principales problemáticas para el desarrollo de los CCC identificadas por el Grupo de Trabajo de “organizaciones e instituciones”

En el flujograma se identifica como nudo crítico la falta de consolidación de proyectos productivos como tema sensible (más flechas o relaciones entrantes –efecto– que salientes –causa–), aquel que está más influenciado por el resto de temas. Es, además, este el tema que constituye la meta de la mayoría de los proyectos de nuestras organizaciones. Pero al ser efecto de muchos otros problemas, y un reto dependiente de gran número de factores, quizá resultaría más positivo iniciar el trabajo por retos que sean causa de otros, y que quizá se sitúen más cercanos a nuestras áreas de control. Para ello se identificaron tres “problemas llave” (en los que las flechas entrantes superan a las salientes), aquellos que tienen el poder de influir sobre el resto y que, al dirigirles nuestra atención, nos llevarán a facilitar la superación de otros. Estos han sido:
Falta de pedagogía en la transmisión de los términos relacionados con la soberanía alimentaria, problema que depende de las organizaciones y que, por lo tanto, podemos controlar y trabajar. Mejorar nuestra comunicación con la sociedad y con la administración dará lugar al conocimiento de nuestra propuesta de cambio social y la generación de nuevas alianzas.
Falta de cultura participativa de transformación en nuestras organizaciones. Influye en otros problemas, como, por ejemplo, en la falta de voluntad política para apoyar nuestras iniciativas. En este problema hubo mucho conflicto a la hora de posicionarlo en la matriz del flujograma, ya que había personas que pensaban que podíamos influir –puesto que se hablaba de nuestras organizaciones–, y otras que pensaban que era un proceso muy a largo plazo y por ello no podíamos influir.
Falta de voluntad política en el fomento de las pequeñas producciones. Influye sobre otros problemas, como son las limitaciones en la legislación higiénico-sanitaria, en el tema de financiación de ciertos proyectos o en modificaciones de normas, como podría ser la celebración de mercadillos, aspectos que a veces son claves para la lograr la consolidación de nuestros proyectos.
Si nos fijamos en la matriz, también llama la atención que todos los problemas se han posicionado por debajo de la línea de fuera de control. Ello indica un empoderamiento de nuestras organizaciones a la hora de seguir trabajando y enfrentar nuevos retos. Además, la mayoría de los problemas se posicionan en los sectores de organización y formación. En este sentido, de nuevo se identifican nuestros ámbitos de cambio como algo cercano y accesible, si somos capaces de asumir el esfuerzo de la autocrítica y de enfrentar las expectativas de mejora.
1.2 Grupo de Trabajo “Redes de producción para los CCC”
Al taller se presentaron 53 personas de distintas partes del Estado español, en su mayoría, agricultores/as y ganaderos/as. También participaron algunas personas vinculadas con el sector en el papel de técnicas de entidades. Los territorios de origen fueron Nafarroa, Euskadi, Aragón, Catalunya, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, País Valencià y La Rioja. Se comenzó con las microponencias de las distintas iniciativas, explicando su forma de funcionamiento, su trayectoria y situación actual y los retos que consideran para el presente y futuro de los CCC.
• Karrakela. Cooperativa de productores de vacuno ecológico en Navarra.
• Trigo Limpio. Cooperativa de ganaderos ecológicos en Navarra.
• Xarxeta de Pagessos/as Agroecológics de Catalunya. Red de productores ecológicos de diversas producciones, de ámbito catalán, para la comercialización en CCC.
• Aigua Clara. Cooperativa de productores/as hortofrutícolas ecológicos de Valencia.
• Despensa Natura. Agrupación de productores/as ecológicos/as de diversas producciones en la provincia de Cuenca.
Tras la presentación de las cinco experiencias antes citadas, se abre un turno de puesta en común e identificación colectiva de retos. Se identifican un total de 25 retos:
• Falta de organización de productores/as.
• Miedo a cooperar/organizarse más.
• La distribución es un trabajo que lleva tiempo y dinero para el/la productor/a.
• Faltan productos para poder garantizar una oferta diversa y completa.
• Normativa higiénico-sanitaria (sobre todo, en carne) muy exigente.
• Productos tradicionales adaptados localmente (cordero, potro) sin consumo local.
• Difícil acceso a los mercados locales.
• Falta de formatos novedosos para llegar a nuevos/as consumidores/as.
• Competencia entre productores por demanda insuficiente en un territorio.
• Mensaje confuso sobre quién es productor.
• Mensaje confuso sobre quién hace ecológico.
• Falta de continuidad en el consumo.
• Consumidores que buscan menores precios.
• Falta de conocimiento de la realidad agraria por parte del consumo.
• Consumidores/as que desconfían de “productores agrupados”, que se ven como intermediarios.
• Implicación desigual de productores en las asociaciones.
• Administración que no apoya o dificulta a pequeños productores/as.
• Faltan técnicos con formación agroecológica y en soberanía alimentaria, así como en pequeñas producciones, que puedan asesorar y cambiar la actitud de la administración pública.
• Falta de eficiencia en la logística (almacenamiento).
• Falta de creatividad en formas nuevas distintas a las convencionales.
• Diversidad de motivaciones y objetivos de los productores (precios, modelo de sistema agroalimentario…). Diversidad de visiones de los canales cortos.
• Falta de cultura cooperativa (se puede unir con el problema 2).
• Dificultades en el acceso a la tierra.
• Faltan organizaciones políticas con fuerza para defender la soberanía alimentaria.
• Dificultades en el funcionamiento de la certificación oficial.
• Faltan formas organizativas y de distribución alternativas al capitalismo.
A partir de este listado, se agrupan los problemas y se pasa a construir un mapa de ideas con ellos. Estos elementos se organizaron dentro del flujograma (figura 14.2), en función de la capacidad de las organizaciones representadas por las personas asistentes de intervenir sobre cada problemática (eje vertical) y en función de distintos aspectos de la realidad (eje horizontal). Una vez situadas todas las problemáticas en el papel, se establecieron relaciones causa-efecto entre ellas, mediante flechas que partían de problemas-causa y llegaban hasta otros problemas que podrían ser efecto de los primeros.
Figura 14.2. Relaciones causa-efecto entre las principales problemáticas para el desarrollo de los CCC identificadas por el grupo de trabajo de productores/as

A lo largo del taller se abrió un debate airado en torno a cómo definir quién es productor y quién tiene derecho a producir, que no llegó a aclararse. Se debatió sobre los problemas de quienes se presentan como productores ecológicos y no lo son, así como sobre la falta de profesionalidad. No se planteaba tanto como un problema relacionado con la agricultura ejercida a tiempo parcial, sino con los criterios de profesionalidad y las condiciones que se perciben como legítimas para participar como productores en los CCC. Esto se vinculaba con una visión compartida por algunos/ as asistentes que planteaban: “No estamos organizados y no tenemos suficiente mercado”; y que esa situación les creaba situaciones de asfixia económica. Por lo tanto, se planteaba como necesario organizar y estructurar la producción con unas bases claras, para desde ahí tratar de construir una demanda más amplia.
Finalmente, se definen los nudos críticos: aquellos problemas priorizados a través de la técnica del flujograma:
PROBLEMAS LLAVE (en oscuro): Los que tienen mayores salidas de flechas (causas), y que, por lo tanto, si se superasen, podrían facilitar la resolución de muchos otros problemas:
• Carencia de formas alternativas al capitalismo (8).
• Falta de cultura cooperativa (5).
• Falta de organización entre productores (4).
• Falta de técnicos/as agroecológicos y formación en agroecología (4).
• Falta de conocimiento de la cultura y realidad agraria (4).
PROBLEMAS SENSIBLES (en gris claro): Se identifican dos problemas sensibles (los que suelen ser más fácilmente percibidos y expresados, pero más difíciles de afrontar) que reciben el mayor número de entradas:
• Normativa/legislación higiénico-sanitarias.
• Falta de organizaciones políticas en defensa de la soberanía alimentaria.
1.3 Grupo de Trabajo “Redes locales para la dinamización de los CCC desde el consumo”
Al taller de reflexión desde la óptica del consumo asistieron 32 personas. Las ponencias que introdujeron al taller fueron:
• Plataforma de Grupos de Consumo del País Valencià.
• EcoRed Aragón: red de productores y grupos de consumo de ámbito regional.
• Red de Grupos de Consumo de Ciudad Real.
• Coordinadora de Grupos de Consumo de La Rioja.
Tras las ponencias, se pusieron en común los retos surgidos en las mismas, que se completaron y reagruparon por el público asistente en debate abierto. Los retos recogidos fueron los siguientes:
• Poca diversidad de modelos de CCC.
• Dificultad para crear sistemas participativos de garantía.
• Poca coordinación entre productores.
• Poca coordinación entre grupos de consumo.
• Poco trabajo con otros actores de la soberanía alimentaria.
• Dificultad para crear una central de compras.
• Lo cotidiano (en la gestión de los grupos de consumo) absorbe todo el tiempo.
• Mucha rotación (de socios/as) en los grupos de consumo.
• Dificultad para acoger a nuevos/as consumidores/as.
• Falta de compromiso en los/as consumidores/as.
• Mucho peso (de trabajo de gestión) en pocas personas.
• Solapamiento de iniciativas de coordinación (entre grupos de consumo).
• Poca acción política.
• Grupos pequeños y no consolidados.
• Poco apoyo de las administraciones.
• Paradigma capitalista actual.
• Dependencia de las TIC.
• Poca diversidad de perfiles (de socios/as) dentro de CCC.
• Presencia de productos ecológicos en la gran distribución.
• Diversidad de objetivos entre grupos.
• No hay masa crítica de consumidores.
• Diferencias entre grupos frente a (la concepción de) la soberanía alimentaria.
• Escepticismo por parte de productores.
• Poca formación a consumo.
• Falta formación a los productores sobre CCC.
• Poca difusión de los CCC.
Figura 14.3. Relaciones causa-efecto entre las principales problemáticas para el desarrollo de los CCC identificadas por el grupo de trabajo de consumidores/as

Tras el trabajo de valoración de en qué medida estos problemas están más o menos al alcance de lo que nosotras mismas podamos hacer (figura 14.3), las relaciones causa-efecto nos permitieron identificar los siguientes problemas llave (en oscuro) que impiden, desde el consumo, avanzar en el desarrollo de los CCC:
• Poca difusión de los CCC.
• Poca coordinación entre productores.
• Mucho peso en pocas personas.
• Lo cotidiano absorbe todo el tiempo.
Tras observar cuáles han sido los problemas llave identificados –según la metodología utilizada–, se procedió a analizar si los resultados obtenidos estaban ajustados o si se había echado en falta algún elemento. Así, se identificaron tres problemas llave que en un primer momento no habían sido elegidos, pero que se consideraba necesario subrayar, ya que de por sí mostraban bastantes flechas de salida en el ejercicio y se consideraban centrales según lo trabajado:
• Falta de compromiso: en este caso se consideró que los problemas “Mucho peso en pocas personas” y “Lo cotidiano absorbe todo el tiempo” han enmascarado este problema, que probablemente engloba a los dos mencionados en un primer momento.
• Poca coordinación entre consumidores: llamó la atención el hecho de que saliese identificada la falta de coordinación entre productores sin subrayar la poca coordinación entre consumidores para poder dinamizar los CCC (quizás por la cantidad de problemas identificados, por la mucha relación entre ellos, quizás por miopía, quizás como una manera de externalizar el problema desde el consumo…).
• Poca diversidad de modelos CCC: Se subrayó también este problema, por las muchas salidas que tenía, como una posible causa o posibilidad llave para dinamizar los CCC.
Respecto a los problemas sensibles (en gris claro) que podríamos abordar una vez “suavizados” los anteriores, se subrayaron los siguientes:
• Dificultad para desarrollar sistemas de garantía participativa (SGP).
• Presencia de productos ecológicos en la gran distribución.
• Grupos pequeños no consolidados.
• No masa crítica de consumidoras.
• Poca acción política.
• Poco apoyo de las administraciones.
Tras analizar el resultado, se subrayaron principalmente dos de los anteriores: la
“posibilidad de consolidar los grupos” (relacionado con la rotación de los grupos, la difusión de los CCC y la diversidad de objetivos en los grupos que no nos permiten consolidarlos) y la “activación de la acción política” (relacionada con la falta de compromiso y la vida cotidiana y la falta de tiempo).
2 Principales retos detectados para el desarrollo de los CCC en el Estado español y propuestas de superación
En la sesión de conclusiones del seminario tratamos de poner en común los resultados de los tres talleres realizados el día anterior en un solo espacio. El equipo de dinamización elaboró un listado de problemáticas para el desarrollo de los CCC, tratando de integrar el listado de los problemas priorizados en cada uno de los tres talleres. El listado de problemáticas priorizadas entre los tres grupos (producción, consumo y organizaciones e instituciones) fue el siguiente:
• Falta de iniciativas, formas y modelos anticapitalistas.
• Falta de cultura cooperativa y participativa.
• Falta de conocimiento de la cultura agraria.
• Falta de organización/coordinación entre productores.
• Falta de técnicos y formación agroecológica especializados.
• Poca difusión de los CCC.
• Falta de compromiso de l@s consumidor@s.
• Poca coordinación entre grupos.
• Poca diversidad en modelos de CCC.
• Falta de pedagogía en relación con la soberanía alimentaria (SbA).
• Falta de cultura de transformación.
• Falta de voluntad política en las administraciones.
A partir de este listado, el plenario se dividió en grupos pequeños (5-7 personas) en los que se mezclaron personas que habían participado en cada uno de los tres talleres, para profundizar en algunos de los temas mediante la técnica del WorldCafé. En la primera ronda de debate se priorizaron algunos temas para trabajar. En la segunda ronda se trabajó sobre los temas priorizados, tratando de acordar acciones que las personas y organizaciones asistentes al seminario serían capaces de desarrollar juntas; es decir, mediante la cooperación de los tres actores sociales representados en los tres talleres del día anterior. En la tercera ronda se discutieron las posibles acciones planteadas, en función de nuestras posibilidades de conseguir resultados en el medio plazo. Los resultados obtenidos al final de estas tres rondas se muestran en la siguiente tabla (14.1).

3 Impacto social del seminario
La gran afluencia de público muestra el creciente interés que este tipo de iniciativas está alcanzando entre la población, ya sea rural o urbana. Sin embargo, en comparación con la primera edición del seminario (Córdoba, 2010), sorprende y reconforta comprobar la madurez de las experiencias y debates habidos. A su vez, llama la atención la mayor estructuración de los CCC en redes territoriales, tanto desde la producción como desde el consumo, y cuyo desarrollo fue una de las principales propuestas surgidas de la primera edición.
Cabe resaltar la importante presencia de personas productoras en el seminario –tanto ecológicas como convencionales–, que suponían más de la mitad de las personas asistentes. Este hecho señala la importancia creciente de la producción ecológica en el sector agrario estatal. A su vez, ilustra la vocación del sector de encontrar formas alternativas de comercialización que permitan precios justos para producción y consumo, y revitalizar las economías y comunidades rurales a través de un manejo agroecológico de los recursos naturales.
Las principales conclusiones de este seminario muestran la necesidad de avanzar hacia formas innovadoras y creativas de estructuración de la cadena alimentaria en lo local, más allá de las reglas del mercado y más cerca de la cooperación social. Para ello se ha señalado la necesidad de procesos formativos y de comunicación acerca de la cultura y realidad agrarias, como forma de construir la confianza entre producción y consumo.
Se ha constatado una mayor consolidación y estructuración de este tipo de experiencias, desde las redes locales hasta las estructuras de ámbito europeo. Sin embargo, estas estructuras deben seguir avanzando y fortaleciéndose, tanto para generar nuevos servicios y llegar a capas más amplias de la población como para incidir sobre las instituciones políticas.
En este sentido, el escaso reconocimiento de las administraciones sobre el potencial para el desarrollo local de este tipo de iniciativas ha sido señalado como uno de los principales aspectos a seguir trabajando. Las administraciones deben facilitar el desarrollo de nuevas iniciativas, y adaptar las normativas –por ejemplo, higiénico-sanitarias– y programas de fomento agroalimentario y compra pública a estas pequeñas experiencias locales. No olvidemos que al menos dos tercios de los alimentos ecológicos comercializados en el Estado español lo hacen a través de Circuitos Cortos de Comercialización.
Una mayor organización de los CCC se hace especialmente necesaria de cara a incidir en el actual proceso de redacción de los Planes Autonómicos de Desarrollo Rural (2015-2020) para los fondos FEADER de la UE. La propuesta recientemente aprobada por la Comisión y el Parlamento Europeos (noviembre de 2013) debería traducirse en los reglamentos autonómicos en un apoyo decidido por los modelos agroecológicos y la agricultura social.

PRODUCIR ALIMENTOS, 3
REPRODUCIR COMUNIDAD
15 Cuatro elementos que hablan del carácter alternativo en el funcionamiento de las redes alimentarias alternativas
Quizá pueda resultar de interés discutir cuáles de los proyectos analizados en los anteriores capítulos son verdadera y profundamente alternativos. Pero, en mi opinión, mucho más interesante y transformador sería identificar, analizar y tratar de poner en común qué rasgos, de entre todos aquellos que caracterizan a cada uno de los proyectos, son esencialmente alternativos y transformadores. Cuáles son los que nos acercan más, en cada situación concreta, al mundo que queremos. Y cuáles son las líneas rojas por las que no queremos pasar a la hora de adaptar los modelos ideales a nuestras realidades específicas.
Hemos incluido todos y cada uno de estos proyectos porque considero que todos ellos tienen algunos aspectos de gran interés, especialmente en cuanto a su adaptación a contextos y situaciones reales y actuales. Hemos tratado de penetrar en sus lógicas internas sin juzgarlas, solo tratando de comprenderlas, desde sus aspectos más mecánicos y de gestión cotidiana hasta el contexto ideológico y social en el que se enmarcan. Cada una de las formas socioeconómicas de las que hemos hablado representa un punto de partida desde la realidad presente, y todas deben resultar útiles y operativas para construir alternativas en este mismo presente. Creo que este análisis debe realizarse a partir de las cosas que existen y funcionan hoy en día en el mundo cotidiano, en el ir y venir de las personas, sus necesidades y contradicciones. Porque es desde este presente real –y no teórico- que habitamos, y desde la materialidad de las relaciones socioeconómicas que hoy somos capaces de construir, desde donde podemos plantear los caminos para ir más allá.
Se han escrito muchas páginas para tratar de definir el carácter “alternativo” de las redes alimentarias alternativas, y en este texto se han apuntado numerosas referencias al respecto. A partir del análisis realizado de algunos modelos existentes, trataré de poner el acento en elementos del funcionamiento interno de las iniciativas; no tanto desde una perspectiva descriptiva, sino más bien operativa, que nos pueda servir para su evaluación y fortalecimiento. Así, surgen cuatro bloques de contenido que, de una u otra forma, los modelos analizados ponen en práctica, y que, en mi opinión, responden a lógicas no capitalistas. Estos son: la inserción –y reconstrucción– en las comunidades locales como medio ambiente necesario para el desarrollo de cada iniciativa; las estructuras horizontales en forma de red, como forma de escapar de las presiones para un crecimiento ilimitado; las ideologías anticapitalistas; y las formas de circulación económica basadas en el valor de uso. Planteo estas ideas no como una estructura cerrada y acabada, sino como una hipótesis de trabajo que me gustaría compartir y debatir.
Figura 15.1. Valores y rasgos que definen el carácter transformador de las redes alimentarias alternativas

La reproducción de comunidades locales
Quizá, el elemento central que diferencia a todas las iniciativas revisadas es que no se enfocan en un público nicho, un segmento de mercado ni un cliente anónimo definido por tal o cual rasgo socioeconómico en una estadística. Todos estos proyectos, en mayor o menor medida, de una u otra forma, se dirigen a personas y, más especialmente, a grupos y redes de personas más o menos organizadas y sensibles a cierta forma de hacer las cosas, a cierta forma de vivir. Al menos las personas promotoras o más implicadas en los proyectos tratan de reproducir esas sensibilidades y deseos, porque es la estrategia de supervivencia y a la vez su deseo en cuanto a las formas en las que vivir. Esa búsqueda de construir relaciones económicas basadas en el bien común y la cooperación suponen una forma de (re)construir comunidad.
En lugar de buscar un nicho de mercado para nuestros productos, pretendemos crear y recrear las redes sociales en las que insertar nuestra producción, entendiendo que esta es un bien social: alimentos justos, sanos y sostenibles. Para mí es algo más que comercializar un producto. Al reforzar los lazos sociales que dan sentido a la circulación económica de los alimentos, no solo podemos poner en contacto a producción (oferta) y consumo (demanda) para realizar el valor añadido del producto, más bien fortalecemos el espacio social que da sentido al propio proceso socioeconómico de la alimentación. Las redes alimentarias alternativas permiten la realización de la cadena alimentaria bajo ciertos criterios y con objetivos que van más allá de la rentabilidad o de la diferenciación de un estilo de vida –de consumo– determinado. Por medio de cierto tipo de circulación económica fortalecen determinado tipo de lazos sociales –horizontales, solidarios, vinculados con una economía moral. Y, por lo tanto, reproducen, en base a esos mismos valores, los lazos sociales sobre los que se establece esa circulación. Reproducen, en cierto sentido, la comunidad que se ha producido a través de este intercambio económico.
Incluso detrás de las nuevas modas y estilos de consumo saludables o “sostenibles” que buscan los estudios de mercado para alimentos ecológicos, o de agricultores oportunistas que puedan buscar en el mercado ecológico un nuevo espacio de rentabilidad, todas las personas que se acercan a estas iniciativas comparten una resistencia o rechazo hacia la forma en la que hoy en día se organiza la cadena alimentaria. Un grito más o menos nítido o apagado, que nos lleva a buscar formas distintas de hacer las cosas y, sobre todo, de relacionarnos con la gente y con esas mismas cosas.
Tanto producción como consumo, hasta en los formatos más convencionales que hemos analizado, son conscientes de querer buscar formas de relación económica distintas, en las que se valoran el bien común y las cosas bien hechas. Buscan modelos socioeconómicos en los que estar juntos y cooperar desde la dignidad, a partir de las circunstancias particulares de cada parte. Comunidades que no tienen por qué vivir en un mismo pueblo o barrio, en las que las personas que las conforman quizá solo comparten unas horas a la semana o al mes, o una pequeña parte de sus motivaciones, conflictos e intereses. Pero en las que se comparte cierta forma de hacer las cosas, ciertos valores, ciertas normas y rituales… Y, sobre todo, la voluntad, explícita o implícita, de hacer juntos y juntas.
En casi todos los casos, a excepción del caso de la Cooperativa Longo Maï –que explícitamente recrea formas de vida comunitarias, en el sentido más inmediato e integral del término– , hablamos de comunidades en las que, en términos materiales, se comparte poco más que una transacción económica y algunos ratos más. Pero incluso en los casos en los que hay menor relación, por ejemplo, entre consumidores (en el caso de las grandes cooperativas de consumo) o entre producción y consumo (algunas de las agrupaciones de productores más grandes, o sistemas de reparto a domicilio), quien forma parte de las redes está ahí por algo. En algunos casos, quien se acerca a las redes alternativas de alimentos ecológicos busca un precio bajo, pero creo que pocas veces estas iniciativas se caracterizan por ser “baratas” en relación con los precios de mercado. Y mucho menos si computamos otro tipo de esfuerzos no monetarios que se suele exigir para participar en ellas. La gente que se acerca a estas iniciativas busca formar parte de algo más. En el peor de los casos quieren apoyar formas de hacer diferentes, alternativas.
En este sentido se da un nexo de unión entre las personas y grupos que va más allá del interés –monetario– individual y que conforma cierto tipo de comunidad. Pueden ser personas que organizan parte de sus vidas –la alimentación, por un lado, y la producción agraria, por otro– en común, y, por lo tanto, constituyen una comunidad parcial. Pueden ser comunidades espacialmente extendidas, que, por ejemplo, vinculan a través de experiencias de comercio alternativo y solidario a personas de continentes distintos con un interés en común; o a productores en el medio rural y a consumidores urbanos. Pueden ser –y normalmente son– personas con trayectorias de vida absolutamente diferentes, con poco en común en cuanto a su historia pasada, pero que deciden construir vínculos e intereses interdependientes; y que, por lo tanto, recrean un mundo simbólico común que albergue y dé coherencia a los nuevos vínculos materiales. Además, en todos los casos, se da una vocación explícita de construcción compartida de un sentido para las cosas que se hacen y para leer el mundo. De construir en común mapas de subjetividades que puedan dotar de un sentido compartido a la vida en común, aunque sea para una parte muy reducida de la vida de cada cual. En mi opinión, podemos llamar a esto comunidad. Y desde esta perspectiva, este tipo de circulación económica no responde a las lógicas capitalistas. Ya que estas últimas necesitan para su correcto funcionamiento del aislamiento del individuo del resto de individuos , y disociarlo de sí mismo como consumidor y como productor, aunque seamos las dos cosas al mismo tiempo en nuestra vida.
Uno de los rasgos en los que se puede observar con mayor nitidez esta producción activa de nuevas formas de comunidad es en los trabajos y actividades destinados a generar sentimiento de pertenencia a un grupo y a facilitar el fortalecimiento de esta subjetividad compartida entre sus miembros. Por ejemplo, las grandes cooperativas de consumo y modelos mixtos de producción y consumo como el BAH! destinan importantes esfuerzos a incorporar a nuevas personas socias, a realizar actividades de debate y al establecimiento de relaciones entre ellas, ya sean productoras o consumidoras. También a producir determinados actos y recursos –podríamos denominarlos elementos rituales– de celebración y fortalecimiento de la comunidad, tales como fiestas, camisetas y otros objetos de refuerzo de la identidad colectiva. En muchos grupos de consumo se plantea abiertamente la importancia que tienen para sus miembros las relaciones sociales que se establecen durante y después del reparto –las cañas, que tanto unen…–. Entre las redes de productores y productoras también es muy común la celebración de eventos de encuentro informal entre personas socias, simplemente para estar juntos y compartir con iguales, a menudo distantes espacialmente, la alegría de cooperar y mantener un proyecto en común. En las redes regionales, los encuentros tienen un papel de coordinación técnica y estratégica, pero también contienen un carácter social y emocional muy importante, de conocimiento mutuo y construcción de confianza y complicidades, tan necesarias para la acción colectiva en territorios amplios.
El fortalecimiento de estos procesos de autogestión también viene ligado a un esfuerzo importante de autoformación para el funcionamiento colectivo. Como ya se ha comentado, nos hemos criado en una sociedad de consumo, capitalista e individualista; y nadie nos enseñó a construir relaciones socioeconómicas horizontales y de apoyo mutuo o reciprocidad. Por ello resulta muy común, especialmente en los proyectos promovidos desde el consumo, el desarrollo de actividades de formación y la sensibilización en relación con la agroecología y la soberanía alimentaria (el sistema agroalimentario, la importancia del consumo local y estacional, etcétera). Pero también en relación con las técnicas y metodologías de trabajo en grupo, el asamblearismo y la participación. La construcción de formas sociales alternativas viene vinculada con un esfuerzo pedagógico por desaprender las formas de relación individualistas y competitivas, para aprender a construir el interés común. Y esto es así porque, por muy buena voluntad que pongamos, este interés común no surge solo; y las implicaciones y contradicciones que nos plantea la búsqueda del interés común a menudo se sitúan en tensión con el interés individual.
Las identidades que se generan a través de estos artefactos de construcción de comunidad son variadas, en función del objetivo del proyecto y de la diferente participación de cada actor en el mismo. En una cooperativa de productores o una comunidad como Longo Maï es necesario generar una confianza e identidad de grupo fuertes entre sus miembros, ya que las inversiones y el trabajo aportados suponen un compromiso importante; y los ingresos económicos de sus socios dependen del buen funcionamiento de la estructura. En los casos de los grupos de consumo o las redes territoriales, a menudo juega un papel central la vocación de integrar a personas nuevas en los tejidos socioeconómicos alternativos. En estos casos la identidad de grupo –o de la comunidad– es abierta y más flexible, para no excluir a otras personas o grupos que no compartan principios ideológicos o características sociales o económicas. La construcción de una identidad común, en estos casos, se está construyendo sobre formas de hacer, y especialmente de hacer juntos y juntas, más que sobre principios ideológicos y teóricos. Parece que nos resulta más fácil encontrarnos al hacer cosas bonitas –porque tienen un sentido inmediato y son eficaces y alegres– que debatiendo sobre símbolos identitarios u opciones teóricas vinculadas de forma menos directa con el cotidiano del grupo.
En este sentido, la reconstrucción del territorio, como identidad y espacio compartidos, está resultando un elemento clave en estos procesos de reconstrucción de comunidades con capacidad de erigirse en sujeto de la autoemancipación. Para Zibechi, hablar de territorios pone el acento en flujos y circulaciones, y no en estructuras, abriendo así espacio al movimiento y el desarrollo de identidades compartidas y abiertas. Para él, el territorio es una construcción social, más allá del espacio físico, donde se pueden desplegar relaciones sociales y económicas diferentes a las capitalistas, donde se pueden desarrollar formas de vida diferenciadas. Los territorios están vinculados a los sujetos que los instituyen, los marcan, los señalan sobre la base de las relaciones sociales que portan. Y, por lo tanto, “quien sea capaz de producir espacio encarna relaciones sociales diferenciadas que necesitan arraigar en territorios que serán necesariamente diferentes” .
Muchas de las experiencias que hemos visto –especialmente, los grupos y redes de consumo urbanos– son, en gran medida, una celebración de la construcción de nuevos vínculos sociales en el entorno vital inmediato. Al igual que puede ocurrir con los huertos comunitarios en el entorno urbano. Son un artefacto a través del cual el camino desde mi casa al trabajo ya no atraviesa un espacio vacío de significados, sino lleno de referencias vivas y proyectos compartidos. Suponen un nuevo vínculo con espacios antes anónimos, vinculan a la persona y a sus redes sociales mediante relaciones con el espacio. A su vez, transforman el espacio en territorio vivido; en una parte constituyente de la nueva comunidad que se forma.
A mayor escala, a través de las redes regionales de soberanía alimentaria se están produciendo espacios de confluencia entre productores –normalmente, rurales– y consumidores –normalmente, urbanos– en un territorio común de referencia, aunque este territorio sea demasiado amplio como para compartir el cotidiano. Aun así, estas redes refuerzan la idea de lo local y, de hecho, la transforman, poniendo carne –territorio– en lugar de esos espacios vacíos de significado que antes solo eran un medio rural “indiferenciado” más allá de los márgenes de las autovías. Dotan de nuevos significados al espacio que hay alrededor de las ciudades. En algunos casos excepcionales, y que no hemos incluido en este texto más que tangencialmente, los circuitos cortos de comercialización sirven para articular y fortalecer movimientos sociales en defensa del territorio –como en los casos de las huertas históricas de Valencia o Zaragoza –. En todos estos casos, los circuitos cortos construyen territorio y, haciéndolo, construyen una comunidad territorializada.
Horizontalidad y flexibilidad: de las estructuras a las redes
La mayoría de las experiencias que hemos comentado en este libro están articuladas con otras, formal o informalmente. Algunas de las experiencias son, de hecho, coordinaciones de iniciativas más pequeñas o localizadas (las redes territoriales de soberanía alimentaria, algunas redes de productores o redes de grupos de consumo, etcétera). Las redes son formas de articulación, formalizadas o no, que consisten en vínculos entre personas o proyectos más que en estructuras definidas con una jerarquía y/o un reparto de responsabilidades y funciones claro y explícito. Las redes son flexibles y móviles, y se activan generalmente para realizar actividades concretas de forma conjunta entre los distintos nodos de la red. Más que en los elementos que las conforman, el concepto de redes pone el acento en las relaciones que se dan entre ellos, aportando así una gran flexibilidad al conjunto y permitiendo la integración operativa de una gran diversidad. Los distintos nodos de la red pueden participar en una acción determinada o no; y a su vez mantienen actividades propias ajenas a la red, permitiendo cooperaciones sin necesidad de una coincidencia total en sus objetivos, capacidades o ámbitos de acción.
Una gran parte de las iniciativas de producción analizadas desarrollan sistemas híbridos de distribución, combinando redes alternativas con circuitos convencionales. Las redes alternativas no son capaces de absorber todas las producciones que hoy se intentan destinar a los circuitos interiores. Y para poder comercializar toda su producción muchos productores comercializan a distribuidoras, a compradores en el extranjero o se ven obligados a comercializar el alimento como convencional a almacenes o asentadores de los Mercas. En la transición hacia redes de distribución más amplias y estructuradas, la flexibilidad permite al productor reorientar poco a poco sus circuitos comerciales y, por lo tanto, sus producciones, a la vez que puede vivir del fruto de su trabajo.
La naturaleza flexible de las articulaciones en forma de redes se vincula con la idea de autonomía para los distintos nodos de la red, y a su vez configura ciertas formas de expansión de las redes. En el caso de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) se dio un interesante debate acerca de las formas de crecimiento, en un momento en el que nuevas personas querían incorporarse a la iniciativa, tanto en la producción como en el consumo. El modelo adoptado fue el de la multiplicación. Dado un tamaño máximo de cada iniciativa, se daría apoyo a la creación de nuevos núcleos de producción y consumo autónomos, pero coordinados con los anteriores. Así, por un lado, las estructuras individuales no se saturarían y se daría un grado óptimo de participación en el seno de cada una, y a la vez se podrían compartir recursos entre los distintos núcleos . El BAH! había creado un modelo replicable, y apoyó a otras iniciativas, de forma autónoma, que deseasen adoptar el modelo, hacerlo suyo y adaptarlo a su propia situación . De alguna forma, se creó una red de BAH! que nunca tuvo una reunión formal, pero que ha mantenido durante muchos años la cooperación entre cooperativas.
Ejemplos similares se pueden encontrar, por ejemplo, en los AMAP franceses o en los CSA estadounidenses y del Reino Unido. Se crea un modelo que se expande, y cada nueva unidad creada se mantiene vinculada o no a las distintas redes que se dan entre los AMAP a nivel regional y estatal, pero se puede apoyar en ellas. En todos estos casos hablamos de un tamaño limitado en cada uno de los núcleos individuales, pero esta autolimitación no coarta la capacidad del movimiento de expandirse y crecer en número. El tamaño de cada núcleo se define en función de criterios diversos, si bien es común que el máximo se fije en función de la posibilidad de participación directa de cada uno de los miembros individuales de cada iniciativa en la gestión de los asuntos comunes. Este tamaño óptimo depende en gran medida de los objetivos y de las tecnologías organizativas y de participación de que se disponga en cada caso. Otros criterios son tamaños mínimos para que los ingresos permitan mantener un puesto de trabajo; o tamaños máximos limitados por las infraestructuras logísticas, la tierra disponible o la existencia de personas con perfiles apropiados, como en el caso de algunas cooperativas de productores. En muchos casos los tamaños considerados como óptimos cambian a lo largo del tiempo, y en general son más reducidos en las etapas iniciales de cada proyecto, para facilitar el fortalecimiento inicial del mismo.
En todo caso, la pregunta a la que se hace frente no es tanto “¿Cómo crecer?”, sino más bien “¿Cuál es el tamaño óptimo para que podamos desarrollar el modelo de proyecto y relaciones socioeconómicas que queremos?”. Algunos proyectos analizados, como las grandes cooperativas de consumo, sí parecen tener como objetivo “ser más”, ya que entre sus objetivos están el incorporar cada vez a más gente a las redes de economía social y solidaria, y facilitar que los productores puedan comercializar todo su producto en estas redes. Como ellos mismos plantean, un tamaño relativamente grande plantea dificultades en cuanto a la participación interna, que requiere en estos casos de importantes recursos para su dinamización. Otros proyectos de tamaño más reducido y autolimitado –tanto desde la producción como desde el consumo–, sin embargo, plantean dificultades vinculadas a la precariedad de la iniciativa y la fuerte carga de trabajo voluntario de gestión que requieren. A pesar de que reconocen que el trabajo voluntario y rotativo genera procesos de identidad de grupo y de experimentación de formas alternativas de gestión y relación mucho más profundos.
En todos los casos encontramos escalas autolimitadas, si bien con distintos raseros o umbrales. Y una cierta resistencia a dimensionar estructuras con altos costes de mantenimiento o realizar grandes inversiones en los proyectos. Los modelos de distribución que impulsan las administraciones, en muchos casos, llevarían a incrementos sensibles en el tamaño de las iniciativas y a un fuerte endeudamiento que las llevaría a la necesidad de crecer constantemente en su actividad económica. Analizando las distintas experiencias centradas en experiencias colectivas de productores, observamos en general fuertes resistencias al endeudamiento colectivo y una preferencia generalizada por las estrategias de reducción de costes para mantener la rentabilidad. Estas resistencias podrían aplicarse a un gran número de iniciativas también en el consumo o en las redes territoriales, que autolimitan su tamaño o su dimensión económica. Este modelo de redes autolimitadas resulta también mayoritario en el panorama estatal.
Podríamos señalar al menos tres razones para limitar esta dimensión económica. En primer lugar, desconfianza y limitación hacia la profesionalización de la gerencia y el equipo administrativo, por los elevados costes y por el peligro de concentración de información y poder en el equipo técnico, en relación a la experiencia de las grandes cooperativas agrarias impulsadas en el franquismo. En segundo lugar, exigencia a los socios de un fuerte compromiso, tanto económico como de implicación en las tareas colectivas de gestión, que lleva a reducir el número de asociados en función del perfil exigido y de la necesidad de una fuerte confianza de grupo. En tercer lugar, limitación del endeudamiento frente a un mercado aún muy poco desarrollado y, por lo tanto, inestable e inseguro, lo que condiciona la inversión en infraestructura logística y acciones de promoción. La forma de evitar que estas autolimitaciones no vuelvan insostenibles los proyectos –debido a la sobrecarga de trabajo que vuelcan sobre sus miembros– es mediante la articulación en redes que permiten movilizar para uso común los recursos individuales de sus miembros. Sin embargo, muchas de estas redes con inversiones y costes autolimitados señalan la precariedad o el elevado coste de gestión (normalmente, en cuanto al número de horas) como una de las principales debilidades del proyecto, tanto en la producción como en el consumo (capítulos 9, 11 y 14). Y como vemos, en algunos casos se opta por fórmulas de profesionalización de la gestión. De nuevo, cada modelo resulta útil para unos objetivos y menos para otros.
En todo caso, el manejo del equilibrio entre dimensión económica (inversiones iniciales y gastos de mantenimiento, ya sea en dinero, en horas o en otras unidades), tamaño humano y eficacia de la estructura es complicado; y en algunos casos va a depender de la escala territorial en la que nos movamos: en una comarca de pueblos abandonados, la gente con la que podremos trabajar se localiza en un territorio más amplio que en una zona metropolitana. En este sentido, merece la pena prestar atención a lo que se ha denominado “la trampa local” . Para estos autores, los beneficios sociales y ecológicos considerados a menudo como inherentes a la categoría de “local” deben ser puestos en cuestión, al ser “lo local” una categoría socialmente construida. Los procesos en la vida real no se ajustan a escalas fijas –el municipio, la comarca, etcétera–, sino que más bien plantean la necesidad de un enfoque transescalar para superar la paradoja de que los problemas, a menudo, se identifican en las escalas micro, pero las soluciones a menudo se dan en escalas más amplias. Este esfuerzo implica incorporar las especificidades de cada territorio, de cada cadena de valor y de la naturaleza de los actores implicados en la definición de “lo local”. Y, a su vez, incorporar en cada caso las complejas interacciones que se dan entre la escala local y la global. La comparación de las estrategias de comercialización de los productores extremeños y madrileños (capítulo 9) resulta esclarecedora a este respecto, en dos territorios claramente diferenciados –el primero, productor; el segundo, consumidor.
En otro orden de cosas podemos encontrar redes sectoriales de grupos de consumo, como la Red Agroecológica de Lavapiés (Madrid) y otras que surgieron más tarde con el proceso de La Rehuerta, con el objetivo de apoyar el desarrollo de las redes alimentarias alternativas en su territorio. O las redes de huertos urbanos de determinados territorios, como las conurbaciones de Madrid, Barcelona y Sevilla. En territorios con mucha menor densidad de población y proyectos, y más orientados a la producción –como las redes de Ciudad Real y La Rioja–, la escala de agregación salta del ámbito metropolitano al provincial o regional para objetivos similares: apoyar el desarrollo de las redes alimentarias alternativas, desde el consumo y en los espacios urbanos. En algunos casos, como en el caso de La Repera (Barcelona), la existencia de la red tan solo cristaliza en eventos públicos una vez al año, en la que se reúnen productores y grupos de consumo de Catalunya para explorar y acordar formas de fortalecer las redes alimentarias alternativas en el territorio.
Desde la producción, encontramos la Red ARAE en Castilla y León o la Xarxeta de Pagessos de Catalunya, que coordinan recursos y vías de comercialización desde la autonomía de cada nodo de productores. En algunos casos, las redes avanzan en procesos más complejos y comprometidos, como la planificación conjunta de las producciones y la organización de acciones colectivas de acercamiento a nuevos nodos de consumo. Su escala de acción también varía en función de algunas características territoriales, como la planificación conjunta de producciones en función de la diversidad de características geoclimáticas que se dan en el seno de la Red Agroecológica de la provincia de Granada. También existen redes de ámbito estatal que se coordinan para eventos concretos, como es el caso de la Semana de la Lucha Campesina, que se celebra todos los años en torno al 17 de abril, activando los nodos locales vinculados con la agroecología política y la soberanía alimentaria en todo el Estado español. O eventos de articulación del sector a nivel estatal desde la autonomía de los distintos agentes, como los Seminarios Internacionales de Circuitos Cortos de Comercialización organizados por organizaciones estructuradas como Ecologistas en Acción.
Las redes sirven para desarrollar cooperaciones de pequeño calado, o acciones puntuales compartidas, manteniendo la autonomía de cada nodo y exigiendo costes muy reducidos de mantenimiento de la coordinación, pues no mantienen estructuras permanentes. Para acciones de mayor calado o permanencia, muchas de las iniciativas analizadas combinan el funcionamiento en red con otro tipo de estructuras más formalizadas, como en el caso de las organizaciones profesionales agrarias (el caso de redes de productores como Nekasarea, ARAE o ARCO-COAG) o algunas redes territoriales vinculadas con Plataforma Rural. A su vez, hay formas cooperativas que se asocian en forma de red entre ellas, como en la Xarxeta de Pagessos de Catalunya. Y también encontramos en el consumo formas de articulación más formales, como la Federación Andaluza de Consumidores y Productores (FACPE), la Federación Catalana de Grupos de Consumo (Ecoconsum) y otras, quizá con vocación de ejercer interlocución frente a la administración y acceder a financiación pública para avanzar hacia sus objetivos.
La coexistencia de formas organizativas distintas refleja que cada forma resulta operativa para distintos objetivos y condiciones. Este eclecticismo en las formas puede resultar apropiado para iniciativas colectivas cuya existencia se encuentra difuminada entre la acción social y la económica. La preferencia por formas de coordinación abiertas, flexibles y con bajos costes de mantenimiento puede encontrar raíces en la crisis de las grandes cooperativas de productores creadas desde los años cincuenta, o en la decepción generalizada respecto a formas sociales estáticas y jerárquicas, como los partidos políticos y sindicatos mayoritarios. Sin embargo, se observa una tendencia a crear estructuras más estables y de mayor calado, tanto en la producción como en el consumo, cuyas formas aún están en experimentación.
Anticapitalismo
Numerosas iniciativas analizadas han señalado su vocación por impulsar a través de su funcionamiento un cambio social, más allá del capitalismo . En algunos casos esta voluntad es explícita. Sin embargo, pocas veces se formula en relación con propuestas ideológicas definidas, y rara vez ocupa el centro de las tareas cotidianas de las iniciativas. En mi opinión esta acción política se puede observar en dos vías: mediante la articulación de estas iniciativas económicas con otros movimientos sociales centrados en la movilización social, la incidencia y la denuncia políticas; y mediante la experimentación de formas de relación e intercambio económico no capitalistas y horizontales, que puedan incorporar a personas no activistas a espacios colectivos de relaciones no capitalistas. Estas dos formas de acción política –la de la denuncia y la de la incorporación a través del hacer– me parecen perfectamente compatibles y, de hecho, normalmente conviven y se refuerzan mutuamente.
La primera de estas vías es quizá la acción política más clásica Los proyectos analizados son vías de difusión de ideas, convocatorias y acciones de resistencia frente a los ataques del capitalismo a la viabilidad y la integridad de las personas y los ecosistemas. También sirven de espacio de encuentro para la realización de debates políticos de todo tipo y, en muchos casos, de movilización de recursos económicos para el apoyo de otros proyectos, ya sean nuevos emprendimientos socioeconómicos o determinadas luchas y resistencias sociopolíticas. Muchos de estos proyectos se vinculan, de una u otra forma, con otros movimientos sociales , de todo tipo, para articular sus redes con otras luchas sectoriales o más amplias, que trascienden el ámbito de acción local y cotidiano en el que las redes alimentarias alternativas suelen moverse. Y, de hecho, un gran número de las personas más implicadas en la dinamización de estas redes se implican de la misma manera en otros movimientos y movilizaciones sociales.
El contexto de un proyecto socioeconómico alternativo y agroecológico resulta un espacio privilegiado para el debate político. La construcción de alternativas prácticas y cotidianas de los asuntos comunes dota de profundidad al debate sobre las ideas, les pone carne y piel. Emprender estos debates desde el territorio de las propuestas prácticas permite que comprendamos y enunciemos la crítica desde un tipo distinto de nosotros. Este nosotros no está tan atravesado por las ideologías –que tan a menudo nos separan–, sino por el deseo de vivir mejor y juntos/as, y por la certeza de que es posible un mundo distinto que ya experimentamos. En este sentido, las movilizaciones lanzadas o participadas por redes que articulan proyectos alimentarios alternativos son entendidas, a su vez, como acciones de autodefensa de los precarios –y parciales– espacios que conseguimos abrir más allá de la lógica del capital. Las movilizaciones contra los transgénicos, el movimiento por la recuperación y reproducción de las semillas locales, el de defensa de las huertas históricas de las áreas metropolitanas, las movilizaciones ligadas al 15-M o las acciones contra la Organización Mundial del Comercio y los tratados comerciales bilaterales de la UE son acciones de autodefensa de las redes alimentarias alternativas. Y a su vez estos movimientos sociales son reforzados por la existencia de estas alternativas. Son un camino en común: construcción y autodefensa.
Desde la perspectiva opuesta, de hecho, las redes alimentarias alternativas hoy se apoyan fuertemente en otras redes, movimientos y organizaciones sociales. Ya sea porque con el apoyo de estas últimas reciben un aval social que favorece su funcionamiento y el que nuevas personas y grupos se unan, o porque cada vez más colectivos sociales –sindicatos, asociaciones de vecinos, ecologistas o culturales, o centros sociales okupados– deciden crear grupos de consumo, mercadillos de productores ecológicos, huertos urbanos u otras acciones de acercamiento entre campo y ciudad. O porque nos apoyamos en las infraestructuras de estos grupos –especialmente, sus locales– para construir redes logísticas, puntos de reparto o herramientas de información y difusión de las iniciativas. Todas estas iniciativas, a su vez, ven así reforzadas sus actividades –a menudo abstractas, esforzadas y poco gratificantes– con otras que dan vida cotidiana e inmediatamente gratificante a sus locales y a las personas que participan en sus actividades.
Quizá hay muchas iniciativas agroecológicas que no asumen explícitamente este papel de acción política, y sus miembros entienden el proyecto como algo separado de la política. A veces esta separación se da precisamente para que la agenda y la pesada carga ideológica y vital de las acciones de resistencia y denuncia no lastren la difícil convivencia entre personas con ideologías muy diversas que se da en las redes alimentarias alternativas. Sin embargo, creo que es necesario superar esta separación entre lo económico y lo sociopolítico, como única forma de fortalecer ambas esferas de nuestras vidas. Quizá, encontrar formas creativas de superar la disociación entre ambas dimensiones de nuestras vidas, sin recurrir a identidades fuertes y cerradas que nos dividan y paralicen, es uno de los principales retos que tenemos por delante.
Eric Holt-Giménez, en su libro ¡Movimientos alimentarios unidos! , plantea la necesidad de construir espacios de convergencia entre lo que él llama movimientos “radicales” –principalmente los grupos vinculados con Vía Campesina y otros movimientos anticapitalistas de base– y movimientos “reformistas” –ONG para el desarrollo implicadas con la soberanía alimentaria, gran cantidad de asociaciones de consumidores no explícitamente politizadas, grupos ecologistas, etcétera–. Plantea esta alianza para plantar cara a un capitalismo que hoy está socavando las mismas bases sociales y ecológicas que necesita para su reproducción: “Necesitamos movimientos sociales fuertes, capaces de forzar los cambios, y que esos cambios introduzcan reformas transformadoras. Necesitamos una convergencia amplia, y necesitamos introducir una visión más global de estos movimientos, que en las últimas décadas se han despolitizado mucho. El sistema global cambió de forma, y los sindicatos dejaron de ser efectivos. Por lo tanto, la gente ha buscado otras formas organizativas y de expresión, que son muy importantes, pero están fragmentadas y despolitizadas. Samir Amin, en la introducción del libro, propone “repolitizar para hacer converger la diversidad” .
En la segunda de las vías de acción sociopolítica anticapitalista, las iniciativas de las que hablamos tratan de construir interacciones socioeconómicas que no buscan la reproducción del capital, sino de las comunidades y de los ecosistemas con los que estas interactúan. La convergencia se realiza en torno al grito de rechazo frente a la hegemonía capitalista y las formas de vida que nos impone. El rechazo a determinadas formas que adopta el mundo en que vivimos es lo que nos une, y lo que nos hace juntarnos para desarrollar nuevas formas de vida. La vocación transformadora, sin embargo, se expresa en la práctica cotidiana de las iniciativas, como construcción de relaciones socioeconómicas alternativas al capitalismo.
Esta forma de construir nuevas relaciones igualitarias, autogestionarias y más ecológicas, es una forma de generar transformaciones desde el hacer, para construir comunidades de base capaces de gestionar la vida y plantar cara a los poderes hegemónicos. Es una forma de articularnos con otra gente no tanto por las ideas, sino por la elección de unas formas determinadas de satisfacer en común nuestras necesidades comunes: en nuestro caso, la alimentación. Una forma de articularnos con nuestros iguales en aquellas cosas en las que somos iguales –las necesidades básicas de subsistencia–, y que reproduce relaciones de igualdad y seguridad, ya que refuerza los lazos comunitarios. Formas colectivas que permiten satisfacer la necesidad común de controlar las bases de reproducción de nuestras vidas. En esta recreación de artefactos colectivos que creen, pongan en práctica y difundan formas de funcionamiento no capitalistas, resulta tan importante su carácter alternativo como que los proyectos realmente funcionen, en el sentido de cubrir de forma satisfactoria las necesidades –también materiales– que pretenden cubrir. Y en este sentido, el significado concreto y situado del verbo satisfacer deberá ser definido por cada proyecto.
Recogiendo un antiguo lema del Proyecto A, una iniciativa colectivista y localista lanzada en Alemania en los años ochenta, la propuesta de las redes alternativas me recuerda a aquello de pasar del anarquismo panfletario al anarquismo vivido. Y eso, a pesar de que muchos proyectos no se vinculan de ninguna forma con el anarquismo. Horst Stowasser, autor del primer borrador difundido acerca del Proyecto A en los años ochenta, explicaba recientemente en una entrevista que la creación de redes económicas alternativas es “una de las muchas respuestas para que el movimiento anarquista pueda salir de su gueto político, de debates infecundos, para volver a tener peso en la vida cotidiana de la gente que normalmente no se interesa por la política, mediante proyectos prácticos viables, soluciones a la vida, que pueden ser tanto puestos de trabajo como guarderías, como proyectos culturales […], construyendo una comunidad de convivencia entre todas las generaciones tanto para anarquistas como no anarquistas” .
Muchas de las iniciativas analizadas plantean entre sus objetivos centrales el generar otras formas de gestionar la economía o atraer a las redes alternativas a nuevas personas. Y esto desde una vocación de transformación social que está implícita en las formas de hacer y de relacionarse, y en las formas de (auto)gestionar los asuntos comunes, sin necesidad de recurrir a banderas ni grandes lemas. Esta línea de trabajo no pretende que la gente que se incorpora termine engrosando las filas de una u otra organización sociopolítica, sino que experimenten, aunque sea en una pequeña porción de sus vidas, formas de relación no capitalistas, basadas en el apoyo mutuo y el interés común. Encontrarnos en el grito de rechazo a la hegemonía capitalista y en la búsqueda de nuevas formas de existencia, y generar así cambios en el imaginario individual y colectivo que nos permitan ver más allá de la miseria cotidiana del mundo en que vivimos. Hablar de nuestra capacidad para transformar nuestro mundo es también hablar de política, en minúsculas, pero con toda la potencia del hacer política desde abajo.
En el proyecto de Bajo el Asfalto está la Huerta estos objetivos fueron explícitos desde un primer momento169, pero también en otros proyectos vinculados con las redes de economía alternativa y solidaria, como pueden ser las grandes cooperativas de consumo, los AMAP y CSA. O de forma más implícita, gran parte de los pequeños grupos de consumo que se multiplican por nuestro territorio. Por su parte, en algunas de las redes de productores, y especialmente en aquellas vinculadas con organizaciones profesionales agrarias (ARAE, ARCO, etcétera), algunos de sus miembros asumen de forma explícita o implícita la tarea de demostrar a los compañeros de sus organizaciones generalistas que es posible desarrollar la actividad agraria mediante formas alternativas de agricultura. Estas formas alternativas de agricultura profesional van más allá de la agricultura ecológica. Por medio de formas innovadoras de cooperativas de producción y de la comercialización a través de redes alternativas, muestran otras formas en las que relacionarse entre productores, con el consumo e incluso con el propio producto de su trabajo –los alimentos– y los medios de producción –suelo, agua, semillas, ecosistemas, etcétera.
Poner las ideologías en el centro de nuestros proyectos suele ser un elemento generador de identidades duras y excluyentes y, por lo tanto, puede generar tensiones en la acción social colectiva. Sin embargo, no podemos obviar que este tipo de prácticas hunde sus raíces en diversas tradiciones sociales de pensamiento y acción, de entre las cuales la libertaria ocupa un papel central. Para Carlos Taibo, lo “libertario tiene un sentido amplio, en la medida en que remite a la condición de muchas gentes que, anarquistas o no, apuestan por la asamblea, por la democracia directa y por la autogestión, y rechazan jerarquías y liderazgos. […] Para hacer frente a los problemas de un capitalismo que se adentra en una fase de corrosión terminal, y que nos conduce al colapso, la propuesta libertaria, que no es otra que la de la organización de la sociedad desde abajo, en defensa abierta de la autogestión y de la desmercantilización, tiene hoy más actualidad que nunca” .
Conocer reflexiones y experiencias previas acerca de procesos similares a los que hoy vivimos no puede sino fortalecer lo que hacemos. Y en este sentido, las experiencias históricas de los movimientos libertarios –ya sean socialistas en su sentido más amplio, marxistas o anarquistas– aportan un acervo amplísimo que nos puede ayudar a situar históricamente, comprender y dimensionar la nueva oleada de proyectos autogestionarios alrededor de la alimentación que hoy se extienden por todo el planeta. En mi opinión, todos ellos forman parte de una corriente histórica que ha tomado fuerza en repetidos momentos y territorios, que pretende reconstruir poder popular desde abajo, construyendo cultura y formas de funcionamiento autogestionarios. Una cultura y una tecnología de autoorganización que es necesario desarrollar y extender para que este mundo nuevo que hoy estamos creando pueda abrirse espacio y hacerse fuerte.
Valor de uso
En el tercer capítulo del presente texto hicimos un brevísimo acercamiento al concepto de “valor de uso” , y a su importancia central en la generación de espacios económicos no capitalistas. La transición del valor de cambio –capitalista– al valor de uso –no capitalista– significa, en mi opinión, la línea roja de mayor trascendencia en el carácter transformador de nuestros proyectos. El valor de uso no se puede acumular y no genera propiedad privada, sino tan solo apropiación en función de la utilidad social de un bien o servicio. El intercambio en base al valor de uso genera espacios de reciprocidad y, por lo tanto, reproduce el vínculo comunitario. Y facilita el desarrollo de procesos de producción social en los que el acceso a los recursos se pueda dar en condiciones de equidad. De hecho, al poner el valor de uso en el centro de los procesos económicos, se amplía la disponibilidad de recursos sociales, ya que su circulación no se deriva hacia los procesos de acumulación capitalista que se encuentran en la base del valor de cambio. Así, abandonamos el estado de carencia permanente al que nos somete el capitalismo para disciplinar la fuerza de trabajo y subordinarnos al capital en base a los salarios. Por contra, el valor de uso abre un espacio de abundancia al que todas las personas podemos acceder, que debe ser el marco para la construcción de relaciones sociales en libertad y dignidad.
Desde la perspectiva teórica de la economía campesina, planteábamos que el valor de uso es precisamente el punto de encuentro entre esta y otras perspectivas teóricas alternativas, tales como la economía feminista o la economía ecológica. Este concepto supone un puente de conexión con las culturas precapitalistas (campesinas), muchas de las cuales aún existen y, de hecho, suman poco menos de la mitad de la población mundial. También supone un puente de conexión entre dos realidades presentes, aunque disociadas en las sociedades capitalistas, como son la economía monetarizada y la no monetarizada –todo el trabajo de reproducción y sostenimiento de la vida, garantizado básicamente por las mujeres–. Un puente entre los procesos productivos y los procesos reproductivos en nuestra sociedad, ya que permite equiparar todos los tipos de trabajo en función de su valor social.
Los procesos económicos no capitalistas que hoy se dan en el mundo, como las producciones no monetarizadas y los trabajos reproductivos, existen y son mayoritarios en cuanto a la proporción de trabajo humano realizado. Existen a pesar del capital, que no se compromete con su reproducción y su mantenimiento, sino que más bien los combate y trata de colonizarlos para introducir más aspectos de la vida social en las redes económicas mercantiles. Sin embargo, el propio capitalismo no podría existir sin la subordinación de este trabajo a la economía monetarizada.
Sin la reproducción de la fuerza de trabajo y del vínculo social que se da de forma gratuita, día a día, en todo el planeta, el capitalismo no se podría sostener. Los trabajos –tanto humanos como no humanos– para la reproducción de la vida son un bien común imprescindible, y el capital no es capaz de mantener estos procesos dentro de la lógica de mercado, de su lógica de destrucción. Los realizamos entre todas y todos –y principalmente las mujeres–, y es un trabajo colectivo que podemos elegir destinar a la reproducción del capital o a la reproducción de la vida. En mi opinión, esta es una de las herramientas más poderosas que están en manos de las redes alimentarias alternativas.
Para proyectos como el de Bajo el Asfalto está la Huerta o ciertos tipos de CSA, el valor de lo que se produce en las huertas de la iniciativa no tiene un precio de mercado, sino que cada miembro de la cooperativa aporta el dinero y el trabajo necesarios para reproducir la actividad, para que esta se mantenga en el tiempo. Reproducir la actividad no supone tan solo garantizar mediante una asignación económica mensual –que también existe– la supervivencia de las personas trabajadoras en las huertas y un aporte de hortalizas suficiente para las familias consumidoras. También supone generar y mantener los recursos necesarios para mantener toda la sociabilidad que se da entre miembros de la cooperativa: el aprendizaje colectivo, la autoproducción de insumos, la realización de acciones sociopolíticas y actividades de autoformación, las fiestas, etcétera. Cada año se discute el dinero y el trabajo no monetarizado necesario para el mantenimiento de la actividad, y se proyecta la forma en que puede ser aportado. Se diluyen las fronteras entre lo productivo y lo reproductivo, entre lo monetarizado y lo no monetarizado. Los alimentos producidos, pero, más exactamente, toda la actividad de la iniciativa, adquieren un valor de uso –porque resultan útiles para la comunidad de miembros de la iniciativa y para las redes con que se relacionan–, más allá del valor del mercado que podrían adquirir.
Procesos parecidos se dan en muchos grupos de consumo estatales y otros modelos como los AMAP, en los que se acuerdan los costes monetarios y trabajos necesarios para mantener la actividad. Estos costes incluyen apoyar la actividad productiva, así como las actividades de reproducción de la comunidad local que van paralelas a la producción agraria y su circulación local, y se acuerdan al respecto cuotas a aportar por cada socio. En algunos casos se llega a colectivizar la propiedad de la tierra y de los medios de producción entre producción y consumo, como es el caso de algunos CSA o, en el Estado español, las que se han denominado cooperativas agroecológicas “integrales” o “unitarias”, tales como el BAH, Hortigas (Granada), La Acequia (Córdoba) y otras. En muchos de estos casos se ponen en práctica herramientas financieras alternativas, mediante las cuales las personas socias adelantan el capital necesario para las inversiones o donan dinero y trabajo para realizar inversiones puntuales en la mejora de las condiciones de producción o en su restablecimiento tras algún percance.
Quizá el trabajo y el dinero aportados en algunos casos no resulten rentables en sentido monetario, pero tienen sentido de cara a los objetivos y motivaciones del proyecto. Al igual que, cuando se producen excedentes, no se vende la producción fuera, sino que más bien se intenta reducir la carga de trabajo productivo. En este sentido, este manejo de los recursos internos de las iniciativas se parece más a una economía campesina que a la búsqueda capitalista de maximización de la rentabilidad monetaria.
Otro tipo de iniciativas centran su actividad en redirigir flujos monetarios hacia circuitos y bienes socioeconómicos de interés común. Por ejemplo, las grandes cooperativas de consumo plantean vincular a capas amplias de la población con los circuitos agroecológicos de producción y consumo, y la vinculación se da especialmente mediante la aportación de dinero a cambio de alimentos y otros productos. Pero quien aporta este dinero compra aquí y no en otros canales porque desea destinar su dinero a estas redes, y no a otras. Estas iniciativas se vinculan con otras redes de economía social y solidaria, para bombear recursos –monetarios y de otro tipo– de cara a financiar actividades de interés social: producciones sostenibles realizadas en condiciones de trabajo digno. Un ejemplo paradigmático, que no hemos tratado en este texto, sería la experiencia de banco de tierras de Terre de Liens en Francia, que capta ahorro privado para comprar fincas destinadas a producciones agroecológicas para las redes alimentarias alternativas. Esta iniciativa no ofrece rentabilidad a las inversiones, más allá de su rentabilidad social. Se vincula estrechamente con las redes de AMAP –entre otras–, al captar ahorro de las personas consumidoras y facilitar el acceso a la tierra para las nuevas productoras .
La Cooperativa Europea Longo Maï pone en funcionamiento un sistema de relación económica entre sus distintos núcleos de producción y convivencia basado en las relaciones de reciprocidad. Entre las distintas cooperativas de la red, se planifica la producción para el conjunto de cooperativas, y luego se reparten las producciones de cada una, en función de necesidades y capacidades productivas. De nuevo, se produce lo que se necesita, para el autoconsumo en la red y para generar los ingresos necesarios para la reproducción de la comunidad, con todas las actividades que desarrolla. No se miden intercambios equitativos en términos monetarios, ni siquiera en términos de trabajo: simplemente, se produce para el común. Así se refuerza el común, que en la práctica se compone de personas e iniciativas que transitan entre unas cooperativas y otras y de la red de vínculos sociales, económicos y políticos externos que se articulan con las cooperativas. A su vez, el proyecto también recibe dinero de financiadores privados, que convierten así su dinero en lo que ellos consideran un bien común: la existencia de proyectos socioeconómicos alternativos y el mantenimiento de un mundo rural vivo.
Desde la perspectiva que planteo para el desplazamiento de valor de cambio en favor del valor de uso, el dinero también puede resultar útil. Puede convertirse en valor de uso colectivo, al financiar la reproducción de bienes comunes como la agricultura sostenible, la conservación de semillas tradicionales, la repoblación de medios rurales en proceso de abandono o los procesos de recampesinización. Algunos de los proyectos analizados sustituyen –siquiera parcialmente– la circulación de dinero por una contabilidad en horas o por monedas sociales complementarias. Para mí, ambas vías de desplazamiento hacia el valor de uso –monetaria y no monetaria– tienen sentido si existe un proceso en el que es la comunidad la que define el valor de las cosas, en función de los intereses y capacidades de la propia comunidad y de los recursos que ofrece el entorno. Si se subordinan los procesos económicos a la reproducción de la comunidad y, en general, de la vida.
El dinero en sí no es el problema –es una mera construcción social como referente de valor–, sino el proceso en el que se define lo que tiene valor y lo que no; lo que merece la pena ser consumido y producido, y lo que no la merece. El debate sobre el papel del dinero en las redes alimentarias alternativas me parece urgente, pues vivimos en un mundo en el que las relaciones económicas monetarizadas son hegemónicas. Necesitamos dinero para acceder a muchos de los medios de producción, y también para sostener muchas de nuestras actividades de reproducción personal y colectiva. Por lo tanto, resulta crucial identificar y definir formas en las que la circulación de recursos monetarizados en nuestras redes no destruyen la comunidad, sino que la fortalecen. Y establecer, por lo tanto, los procesos sociales en los que es la comunidad la que asigna el valor –más allá de los precios de mercado– a las distintas producciones sociales, en función de criterios de reproducción de la vida, y no del capital. En este sentido, resulta crucial superar la dualidad cotidiana en la que nos sitúa el capitalismo, al enfrentar nuestra faceta de personas consumidoras –que quieren comprar barato– con la de personas productoras –que quieren cobrar mucho–. La construcción de un espacio social capaz de acordar y ordenar los procesos de valorización económica resulta clave para romper esta esquizofrenia cotidiana, así como romper con la adherencia al capitalismo que esta disociación genera en los individuos .
El carácter más o menos monetarizado de las iniciativas alternativas sirve a veces de rasero para medir su carácter alternativo. Voy a tratar de explicarme apoyándome en ejemplos extremos y polarizados. Con este debate se abre una grieta entre experiencias de nueva instalación en la actividad agraria por parte de personas de origen urbano, muy vinculadas con los movimientos sociales urbanos, y las personas productoras “tradicionales”, que podríamos llamar “profesionales”. Las primeras suelen empezar con muchos recursos sociales y pocos recursos monetarios o productivos, lo que se traduce en una fuerte precariedad del trabajo y también de su productividad. Las segundas –siguiendo en perfiles quizá extremos– suelen provenir del sector convencional y, por lo tanto, muestran escalas de producción demasiado elevadas para las limitadas redes alternativas de comercialización. No tienen contactos con estas redes ni conocen sus códigos y valores, y a menudo presentan un alto grado de endeudamiento que dificulta la diversificación de las producciones y una reducción rápida en la escala de producción.
En algunos encuentros, como en el seminario sobre CCC celebrado en Lizarra (capítulo 14), el debate sobre la “profesionalidad” surgió como conflicto en el taller de productores/as. Unos calificaban como “competencia desleal” aquellas iniciativas informales, que no pagaban impuestos y que por su productividad y su escala de producción no llegaban a generar puestos de trabajo estables y completos y que, por lo tanto, reducían los precios de venta. En otros foros se ha acusado a los primeros de no ser “agroecológicos”; de ser “empresas” que solo buscan la rentabilidad económica y, de alguna forma, son “oportunistas” en las redes alternativas. En mi opinión, desde las redes alimentarias alternativas necesitamos esos dos perfiles y todos los que hay en medio. Como se comentó en el primer capítulo, el número de activos agrarios cae en picado en el Estado español, y eso supone una importante amenaza en términos de soberanía alimentaria. Los productores “profesionales” tienen el acceso a los medios de producción –la tierra, la maquinaria, las infraestructuras, el conocimiento–, y necesitamos generar un cambio hacia la sostenibilidad en su modelo. Las nuevas iniciativas de producción, a menudo de manos de “neorrurales”, tienen la ilusión, los contactos y las claves de relación con las redes de consumo urbanas, y necesitamos que sus iniciativas productivas se afiancen en cuanto a la dignidad y la productividad –económica, social y ecológica– de su trabajo. La “profesionalización” es un término que no me gusta, pues refiere al proceso de mercantilización de la actividad agraria; pero ambos perfiles requieren de un proceso de transición hacia la sostenibilidad –social, ecológica y económica–. Y en esta transición el dinero va a resultar un recurso necesario, al igual que muchos otros recursos sociales que estamos planteando a debate.
Del mismo modo, quizá resulta urgente el debate sobre la propiedad de los medios de producción y, especialmente, en relación con el acceso a la tierra. Algunos de los proyectos mencionados han accedido a la tierra por medio de okupaciones (el caso del BAH!, por unos meses); algunos de ellos ponen en práctica fórmulas de propiedad colectiva que aseguran la retirada del suelo de las lógicas mercantiles; y en algunos casos son proyectos públicos los que están facilitando el acceso a suelos agrarios. Sin embargo, muchos de los proyectos muestran dificultad para acceder a suelos de calidad y en condiciones estables –muchos proyectos agroecológicos se sitúan sobre suelos arrendados o cedidos de forma precaria–; y el acaparamiento de tierras por parte de grandes empresas crece en todo el planeta, y también en el Estado español . El acceso a la tierra es un problema acuciante, y es urgente, por lo tanto, disponer de estrategias para asegurar un uso social de la misma.
La propiedad de la tierra, en ciertas fórmulas y situaciones, es un elemento activo en la generación de acción social colectiva y de iniciativas socioeconómicas alternativas, como plantea Raul Zibechi para los movimientos indígenas y campesinos en Sudamérica. Vandana Shiva habla de la economía del sustento , para incluir en esta categoría los muchos trabajos no monetarizados que se realizan en la producción de bienes para el autoconsumo, principalmente, la producción de alimentos y el mantenimiento de los ecosistemas agrarios campesinos, en general sostenidos por mujeres. Para Silvia Federici , la posesión de la tierra –y su reconocimiento legal– han jugado un papel central en la defensa, por parte de las mujeres africanas, de las formas de vida basadas en las economías del sustento. En estos casos, la propiedad de la tierra vincula a los actores sociales con el territorio de forma estable, y permite la emergencia de la vocación por resistir y defender un territorio, ya que este forma parte de la propia identidad de estos actores. Quizá se hace necesario disponer de herramientas para acceder a la propiedad de la tierra, y disponer de fórmulas innovadoras para ejercerla en bien de la comunidad y de las redes alimentarias alternativas. En este proceso, también necesitamos dinero, y ya se han citado algunas experiencias que nos podrían servir de referencia.
Por último, quería retomar el debate sobre lo productivo y lo reproductivo para cerrar este apartado. Los trabajos reproductivos incluyen los trabajos necesarios para la reproducción y el sostenimiento de la vida humana, que a menudo se dan en el ámbito doméstico. Han sido, por lo tanto, invisibilizados como trabajo no monetarizado y como parte de la vida pública . Todos estos trabajos han estado garantizados, históricamente, por las mujeres; y tradicionalmente no han sido reconocidos como trabajo. Sin embargo, resultan absolutamente imprescindibles para la reproducción social y para la vida. Ante el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la carga de trabajo de cuidados sobre las mujeres se ha recrudecido, acercándonos poco a poco a niveles de explotación del siglo XIX, tanto en el trabajo productivo como en el reproductivo.
La perspectiva que planteamos pone de relieve el potencial transformador que muestran las redes alimentarias alternativas al ser asumidas como herramientas de la reproducción social colectiva. Sin embargo, la reproducción y el sustento de la fuerza de trabajo y de las personas que participan de estas redes siguen relegados, en la mayoría de los casos, al ámbito privado y, por lo tanto, invisibilizados. Quizá sería excesivo esperar de las iniciativas parciales de las que hablamos que puedan asumir estas cuestiones. En algunos casos de CSA y grupos de consumo se dispone de mecanismos internos de redistribución de riqueza, tales como bonos para familias de rentas bajas y otros. En algunos casos, los miembros de las redes de productores aportan producto cuando a algún miembro le falta producción, debido a alguna causa fortuita y mayor. Pero esto no cubre la gran carga de cuidados, por ejemplo, que requiere la reproducción fisiológica y emocional de las comunidades.
Raúl Zibechi178 nos aporta algunas claves para definir posibles líneas de acción a este repecto. Analiza las formas de acción colectiva de las mujeres de las barriadas populares autoconstruidas en diversos lugares de Sudamérica, para cubrir necesidades básicas no cubiertas por el Estado frente a la desposesión en el acceso a un empleo y a los medios de producción. “La fortaleza de las mujeres, y esta es una característica de los movimientos actuales en todo el continente, consiste en algo tan sencillo como juntarse, apoyarse unas a otras, […] trasladar al espacio colectivo el mismo estilo del espacio doméstico”. Si bien no estamos en la misma situación que en el Chile de los años setenta, en las favelas de Brasil o las villas miseria de Venezuela, Perú o Ecuador, esta experiencia puede servir para convertir en contrapoder popular los estados crecientes de carencia y exclusión que se dan en nuestro territorio. Y tratar de superar la escisión entre lo productivo y lo reproductivo que debilita a las comunidades locales. 
16 Formas socioeconómicas para la transición social y ecológica
En las páginas anteriores hemos tratado, primero, de recoger algunas ideas para contextualizar los procesos de construcción de redes alimentarias alternativas que se están desarrollando en nuestros territorios. Más adelante, hemos desplegado un conjunto limitado pero bastante variado de proyectos, tanto en sus formas como en los objetivos que los guían, la escala de acción, la antigüedad, los contextos territoriales que los acogen o el tipo de actores que los integran. Desde una perspectiva –en la mayoría de los casos– externa y casi técnica, intentando evitar valoraciones, hemos tratado de profundizar en las claves económicas, sociales y organizativas que permiten funcionar a cada modelo en cada contexto. En las siguientes páginas (capítulo 15) hemos tratado de sacar algunas líneas en común y divergencias generales entre los proyectos analizados, para ver qué cosas aplicables a nuevos contextos y situaciones podemos aprender. En las siguientes páginas ampliamos de nuevo el foco hasta tratar de alcanzar una perspectiva de gran angular, intentando identificar claves acerca de la relación entre las redes alimentarias alternativas y los procesos más amplios de transformación social y ecológica.
El grito que nos une y la necesidad de un mundo nuevo
En mi opinión, todas las propuestas que hemos analizado en la segunda parte de este texto parten de un rechazo profundo a cómo se organiza la economía en la sociedad del capitalismo global en la que vivimos, y de las formas de vida a las que nos vemos sometidos en esta civilización urbano–industrial que hoy resulta hegemónica en el mundo. Son formas de organizar la economía que rechazan las formas hegemónicas, generadoras de miseria y destrucción ecológica a gran escala, la cosificación de las cosas y las personas y el enfrentamiento entre personas y pueblos en base a la competitividad. Son fruto de gritos de rechazo y resistencia a unas vidas subordinadas a la reproducción del capital, de estar hartos de estados paternalistas que nos impiden afirmarnos como personas y comunidades, y de aparatos represores que protegen a las personas que cada vez acumulan más poder frente a las que cada vez tienen menos. A partir de este rechazo a la hegemonía capitalista en el mundo en que vivimos, personas y grupos diversos encontramos un espacio en el que juntarnos.
Todos estos proyectos surgen del cansancio de apretarnos el cinturón para esperar un futuro de abundancia que nunca llega y que no queremos. Cansadas de que nos intenten convencer de que lo que queremos en esta vida es tener más cosas. Cansadas de que nos digan que solo se puede ser libre como individuo aislado. Cansadas de que nos engañen cuando hablan de derechos universales, de paz y de justicia. Cansadas de guerras sangrientas para mantener los beneficios de los poderosos y la explotación descontrolada de los ecosistemas. Cansadas de partidos políticos que traicionan a quienes les votan, y cansadas de esperar cuatro años para descubrir una a una estas traiciones. Cansadas de que las personas e instituciones poderosas definan lo que está bien y lo que está mal, y de que las cosas solo puedan ser de una manera, la que ellas dicen. Cansadas de que nos digan que no sabemos, mientras vemos que las decisiones de los poderes cada vez nos hunden más en la miseria y la destrucción.
Pero detrás de este rechazo, de este grito, en estos proyectos también hay una necesidad urgente de vivir de otra forma: de organizar las relaciones económicas entre las personas de una forma diferente y alternativa; y de reorganizar las relaciones entre sociedad y naturaleza de forma que no sigamos destruyendo nuestro entorno. Un deseo incontenible de afirmar y demostrarnos que somos capaces de hacer, de organizar y gestionar las cosas de otra manera. De producir cosas útiles, con valor social, sin necesidad de aplastar a otras personas. De hacer las cosas bien y con dignidad. Un deseo imparable de existir, de decidir y de crear un mundo de relaciones sociales distinto. De vivir, más allá de la misera cotidiana en el capitalismo, la única vida que tenemos.
La experimentación de nuevas formas socioeconómicas
Cada uno de los proyectos que hemos reseñado en la segunda parte de este texto pueden ser explicados como modelos definidos de organización socioeconómica. Muestran formas flexibles y en constante evolución, en relación con la propia evolución de las personas y grupos que las conforman. Y en diálogo con su entorno, que también cambia, tanto el entorno más micro, cotidiano y cercano como el entorno global. Cada propuesta responde a unas claves más o menos estables, una lógica interna que se expresa en unos valores determinados, objetivos compartidos, formas de hacer y formas de relacionarse en el interior y en el exterior del colectivo, y a un mapa cognitivo acerca del mundo más o menos compartido. Sin estas “culturas de grupo”, que van mucho más allá de las definiciones, normas y acuerdos explícitos, la permanencia de estas iniciativas sería imposible.
En general, cada una de las combinaciones que encontramos son únicas e irrepetibles. Sin embargo, cada combinación de elementos debe mantener una cierta coherencia, tanto interna como en relación con el entorno, para que la iniciativa sea operativa: para que funcione . Cada iniciativa responde a una cultura de grupo determinada –y además, en constante evolución –, y es importante que la conozcamos y comprendamos para poder, de alguna forma, comprender la evolución del propio grupo. Para poder reflexionar y aprender sobre nuestro experimento vital y colectivo, y poder acompañar su propia evolución para realizar los ajustes necesarios.
Conocer qué combinaciones de todos estos elementos de “culturas de grupo” pueden adquirir esa coherencia. Qué disonancias y contradicciones hay entre unos aspectos y otros, de entre las infinitas formas distintas que podemos desarrollar. Comprender la lógica interna de los procesos por los que se llega a adoptar una forma y no otra para desarrollar unos objetivos determinados, en un momento y un territorio concretos. Dónde están los cuellos de botella que hacen que una iniciativa no cumpla sus objetivos, y qué elementos permiten que crezca, se multiplique o se fortalezca. Especialmente, aquellos elementos que definen su “esencia” transformadora, lo que nos diferencia de aquello frente a lo que queremos ser alternativos. A menudo, para mantener los proyectos vivos, es necesario priorizar y reducir objetivos, o realizar cambios y ajustes; y es importante identificar qué cambios fortalecen esa esencia o permiten la supervivencia del proyecto sin dañar su integridad. Y, a la vez, identificar qué cambios o decisiones nos harían perder el camino hacia aquello a lo que queremos llegar.
Ser capaces de explicar, de alguna manera, esta esencia de los proyectos –aquellos elementos característicos y a la vez esenciales que definen y dan forma a los experimentos sociales a los que damos vida– también es importante. Ser capaces de explicar la lógica interna y profunda de un proyecto en pocos minutos significa, para mí, que ese proyecto tiene coherencia interna, y que esta coherencia está integrada en las vidas de las personas que forman ese proyecto. Cuando somos capaces de captar y explicar esta esencia, significa que tenemos un modelo: algo que sintetiza la esencia de lo que hacemos, que podemos estudiar y analizar, sobre lo que podemos reflexionar y con lo que podemos aprender. Entonces también somos capaces de transmitir la energía que emana de un proyecto, que a la vez es un artefacto, una construcción o un diseño social. Compartir esta energía con otras personas o proyectos es un momento constituyente de nuevos lazos y de nuevos proyectos alternativos.
Y a la vez refuerza el modelo explicado, pues puede ser puesto en cuestión y, por lo tanto, reforzado desde otras perspectivas en la superación de sus contradicciones internas.
Necesitamos nuevos modelos, explicables y replicables –adaptados a cada nuevo contexto, por supuesto–, y a la vez tan reales como su existencia, para construir nuevas narrativas de lo que es posible y lo que no lo es; lo que somos capaces de hacer y lo que no; lo que es real y lo que no lo es. El nuevo mundo es posible porque ya existe en estos proyectos, y debemos ser capaces de comunicarlos y de destilar las claves que los convierten en alternativos y a la vez permiten que funcionen. Es importante nombrar lo que hacemos y por qué lo hacemos . Y para eso necesitamos modelos –no reduccionistas– que prendan como mechas en nuestros cuerpos e imaginarios colectivos, para que más personas continúen abriendo caminos más allá del capitalismo.
Mi intención con este libro ha sido poner el foco en el presente, en lo que estamos haciendo aquí y ahora, para tratar de identificar qué hay de transformador –radicalmente transformador– en las formas socioeconómicas alternativas que se están desarrollando en nuestros territorios globalizados y posindustriales. No busco formas puras, revolucionarias y no capitalistas. Queramos o no, las personas que las conformamos hemos sido educadas y socializadas en el individualismo y la competitividad; y las desarrollamos en un contexto de fuerte hegemonía del capitalismo global, con el que nos relacionamos constantemente. Como tales, todo nuestro deseo de salir del capitalismo no puede sino estar atravesado por profundas contradicciones.
Un a priori del que parte este análisis es que no es posible, como a veces se plantea para las propuestas alternativas, salirse del sistema. Como dice Raúl Zibechi, “el éxodo no es opción practicable. […] No hay afuera al que emigrar”183. Entonces nuestra perspectiva no puede ser estática ni maniquea, buscando verdades puras y sucesos definitivos. Nuestro avance es por crear, en este mundo en el que vivimos bajo la hegemonía capitalista, las condiciones para que lo nuevo y transformador vaya teniendo cada vez más espacio, y para que se mantenga en el tiempo. Para que cada vez puedan emerger con más fuerza y claridad sus rasgos alternativos y transformadores, especialmente aquellos rasgos que aún no somos capaces, siquiera, de imaginar.
Siguiendo a John Holloway , “tenemos que buscar la presencia confusa y contradictoria de la rebelión en la vida cotidiana. […] En el mundo de la posible emancipación, la gente no es lo que parece. Más aún, no son lo que son. No están contenidos en identidades, sino que las sobrepasan, brotan de ellas, se mueven en contra y más allá de ellas. […] Lo importante no son sus limitaciones presentes, sino la dirección del movimiento, el empuje en-contra-y-mas-allá (del capitalismo), el impulso hacia la autodeterminación social. […] Nuestro enfoque sugiere un criterio diferente: esta acción o forma de organización ¿nos hace avanzar hacia la autodeterminación social?, ¿está prefigurando una sociedad autodeterminada? […] El problema práctico y teórico es cómo pensar, articular y participar en un movimiento en-contra-y-más-allá (del capital) inherente a tales resistencias”.
Cada forma sirve para unos objetivos y un contexto, y no para otros
Necesitamos formas de organizar la economía que permitan aflorar nuevas formas de relación basadas en el apoyo mutuo y el bien común. Que nos permitan experimentar, equivocarnos y reaprender a relacionarnos más allá de la competitividad y el individualismo, entre las personas y con el mundo que nos rodea. Porque nos hemos criado en el capitalismo, nos rodea por todos lados con gran violencia y vive dentro de nosotros. Necesitamos formas de organizar el cotidiano y de satisfacer nuestras necesidades más básicas, que sean nuevas y creativas, porque lo que tenemos a mano no nos sirve. Y empezaremos a recrearlas aquí y ahora, con lo que somos y los recursos –materiales y simbólicos– que tenemos a nuestra disposición. No tenemos tiempo ni ganas de esperar a que se cumpla ninguna profecía –¿el desarrollo de las fuerzas productivas?, ¿la cristalización de la conciencia de clase?– de la noche al día. Ni a que nos avisen el día en que se haga la revolución de que hay que salir a las calles a morir bajo no se qué bandera. Pero tampoco podemos quedarnos quietos.
Hasta que no experimentamos, no cobramos conciencia de la importancia de la propia experimentación, ni de su potencial para transformar nuestras mentes y cuerpos. Como decía aquel viejo lema, vinculado con la okupación y los movimientos autónomos juveniles a partir de Mayo del 68: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Es importante experimentar formas alternativas de vida para poder imaginar un poco más allá; para tener fe en que es posible vivir de otra manera y que esa fe nos anime a imaginar y luchar por que las cosas –nuestra vida– sean distintas. Hasta que no desarrollamos las ideas en la práctica, en la realidad, tampoco descubrimos la debilidad de algunos elementos de nuestros relatos sobre el mundo, ni muchos de los aciertos y potenciales de transformación que esconden. Tampoco resulta fácil, sin recurrir a la experiencia, conocer qué formas sociales o económicas van a resultarnos adecuadas u operativas, de entre el gran acervo acumulado por los movimientos sociales emancipatorios. Ni siquiera resulta fácil identificar el carácter esencialmente transformador –o no– de una forma u otra de organizar la cadena alimentaria, ni su carácter innovador. Por eso me parece importante experimentar estas ideas y darles forma en proyectos sociales concretos.
Tenemos que empezar a preparar el mundo nuevo aquí y ahora, en lo local y en procesos parciales de la vida colectiva, porque es lo que podemos hacer. Sabemos que tenemos que acumular fuerzas para generar cambios mayores, pero esta será nuestra forma de acumular fuerzas: construir procesos sociales que cubran algunas de nuestras necesidades a través de estructuras y procesos sociales no capitalistas. En palabras de Zibechi, “no es que los cambios consistan en la recuperación de los medios de producción, sino que esa recuperación abre la posibilidad de que los cambios se produzcan” . Conseguir que nuestras estructuras socioeconómicas funcionen será una herramienta de movilización mucho más potente que muchos textos o conferencias. Estoy seguro de que prácticamente todas las personas que conozco preferirían desarrollar su vida económica dentro de redes basadas en la cooperación, el bien común y la sostenibilidad ecológica… si estas redes funcionan. Entre todas tendremos que decidir qué significa “funcionar”, y esta es una de las cosas que ganamos al hacer las cosas por nosotros/as mismos/as.
El que planteamos es un camino abierto, en el que la duda colectiva –el derecho a dudar en grupo– es la puerta inevitable para desatar procesos de creatividad social, desde lo que somos en el presente y con todas sus contradicciones. “El respeto mutuo, la responsabilidad compartida y también la ignorancia compartida son parte del impulso a la autodeterminación, hacia la creación de una sociedad basada en el mutuo reconocimiento de la dignidad, es decir, necesariamente un proceso de búsqueda y de interrogantes. […] En una relación de este tipo, nadie puede presumir que tiene la respuesta: la resolución de los problemas es un objetivo común, un movimiento a través de las preguntas” .
Si es la propia comunidad la que define que un determinado emprendimiento social “vale” o es válido para la comunidad (valor de uso), entonces es posible introducir nuestros propios criterios para evaluar su marcha. Podemos evaluarlos desde una perspectiva de proceso, contemplando cómo se avanza. Podemos valorar el encaje que permite entre los aspectos productivos y los aspectos reproductivos de la vida en común. Podemos valorar que, simplemente, queremos que se haga de una forma determinada porque es bonito, porque nos gusta o porque nos divierte. Si es la comunidad la que sostiene un determinado emprendimiento socioeconómico, entonces la comunidad definirá qué necesidades debe cubrir ese emprendimiento. Y seguramente estas no son solo necesidades de económicas, sino muchas otras .
Las distintas formas socioeconómicas que hemos visitado se adaptan a contextos, motivaciones y situaciones de partida muy diversos y, por lo tanto, creo que de todas ellas hay muchas enseñanzas que extraer. Igual que hay algunos rasgos en cada una de las iniciativas presentadas que no me acaban de convencer. Pero prefiero dejar que lo juzgue por sí misma la persona que lea estos papeles y, sobre todo, las personas que están desarrollando cada iniciativa. En cada proyecto económico concreto desarrollamos un modelo social determinado: cómo nos relacionamos entre nosotros, con el fruto de nuestro trabajo o con sus materias primas; cómo distribuimos las responsabilidades; cómo construimos las decisiones u organizamos el aprendizaje colectivo; cómo es la relación entre producción y consumo. Cada modelo resulta funcional para cubrir unos objetivos determinados y no otros; en un contexto determinado y no en otro. Por eso mismo, no tiene sentido pedirle a un proyecto social agroalimentario que cubra todas nuestras expectativas vitales y políticas. De hecho, la gran diversidad y creatividad de formas socioeconómicas que se desarrollan en la actualidad en el mundo son nuestra gran riqueza, y suponen un seguro de vida frente a los riesgos de que el capitalismo y los Estados coopten su potencia transformadora.
Las personas y los proyectos
Hasta que no llevamos a la práctica estos experimentos, tampoco somos capaces de enfrentar nuestras ideas con nuestras capacidades y motivaciones más profundas: lo que realmente nos apetece ser y hacer con nuestra vida. Y quizá estamos proponiendo esfuerzos o formas de vida que ni siquiera nosotros querríamos vivir. Hablamos de experimentos políticos y socioeconómicos, pero con una dimensión vital muy profunda, cuya materia prima son nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras emociones. Tenemos derecho a vivir nuestros sueños, y cuando lo hacemos, ya nadie nos podrá arrebatar la experiencia de libertad. Pero también tenemos derecho a que nuestra motivación política no pase por encima de nosotros y nuestras vidas, aplastándonos como individuos. Ante todo, nuestras alternativas deben generar formas de vida satisfactorias a nivel individual y colectivo, vinculadas con el “buen vivir”.
Creo que debemos ser ambiciosos en cuanto a la gente que queremos que se integre en estas iniciativas. Buscamos transformaciones grandes, y por eso queremos ser mucha gente, acumular muchas fuerzas. Pero no queremos dejar atrás nuestras convicciones sociales y políticas para hacer los procesos más eficientes y funcionales. Y por ello debemos ser creativos para que nuestras formas socioeconómicas se adapten a las condiciones y motivaciones presentes de las personas que las conforman, así como a sus trayectorias y proyectos de vida. Esto incluye desde querer tener hijos/as a tener que cuidar alguna persona dependiente, militar en cinco grupos a la vez o tener un irremediable deseo por dormir. Todo esto debe ser legítimo, si actuamos con responsabilidad y con honestidad hacia nosotros mismos y el grupo en cuanto a lo que podemos y queremos aportar. Cada proyecto debe ser capaz de sacar lo mejor de la gente que quiere participar en él y, por lo tanto, debe adaptarse a la gente que lo conforma. Las cosas se pueden hacer de muchísimas formas distintas, y estamos tan lejos de vivir en el mundo que nos gustaría que no me atrevo a decantarme por unos modelos o por otros. Ni a delimitar muchas y gruesas líneas rojas por donde nunca deberíamos pasar.
No debemos olvidar, hablando de redes agroalimentarias alternativas, que estas redes deben funcionar, en el sentido de satisfacer la necesidad de subsistencia (alimentación) con un coste vital proporcionado. Podemos ponerle precio a las cosas, y entonces hablar de un precio justo para producción y consumo. Podemos no poner precio y hablar de coste vital, que debe ser equilibrado para ambas partes o para las personas integrantes de la comunidad. Podemos contraponer la comodidad de un reparto a domicilio a la responsabilidad colectiva hacia el proyecto común. Podemos plantearnos que consumimos demasiadas cosas superfluas, y que habría que centrar más nuestros recursos monetarios en la alimentación local, estacional y agroecológica. Pero debemos tener en mente la viabilidad personal de las iniciativas que nos planteamos, que deben mantener cierto equilibrio entre el esfuerzo que requieren para funcionar y la satisfacción de necesidades que generan.
Las personas implicadas en este tipo de experimentos somos demasiado valiosas como para terminar “quemadas” o “cansadas” de proyectos que nos exigen demasiado y nos aportan demasiado poco. Por eso tenemos que ser honestas con nosotras mismas, y construir desde ahí formas de vida que nos resulten “vivibles” individual y colectivamente. Hay infinitas formas de hacer las cosas, y siempre hay partes que pueden mejorar para lograr formas sociales que cada vez funcionen mejor, en todos los sentidos. La precariedad o la marginalidad no son nunca un indicador de que un proyecto es transformador, sino de que es precario o marginal. Transformador es lo que transforma; y lo que buscamos son proyectos sociales que generen cambios profundos y estables, en nuestras propias vidas y también a nuestro alrededor. En este sentido, cuidar de las emociones individuales y colectivas también es importante: construir nuestros propios rituales, desde lo que hoy somos, de celebración de la comunidad. De estar juntos y juntas.
Hablamos de proyectos y comunidades –alimentarias– que solo tratan de una parte, importante pero limitada, de nuestras vidas. Hay tantas cosas por experimentar, tantas necesidades colectivas que podemos cubrir desde una perspectiva transformadora y autogestionaria, que hay que buscar formas de hacer converger unos sectores de experimentación socioeconómica –vivienda, formación, alimentación, manufactura, etcétera– con otros. Por sí solos, los proyectos tienen un recorrido y alcance limitados en nuestras vidas. Cuando los proyectos concretos funcionan, cuando ya no requieren el impulso inicial para mantenerse porque efectivamente cubren necesidades y generan satisfacción personal, podemos ir a por el siguiente. La construcción del mundo nuevo no acabará nunca, y debemos hacer nuestros proyectos lo suficientemente vivibles y autosustentables como para que nos queden ganas para más.
Del enfoque sectorial (alimentario) a las propuestas territorializadas
Las formas socioeconómicas que hemos visitado en este libro se podrían vincular con el ámbito de la agroecología y la soberanía alimentaria. Quizá también con la agricultura ecológica, el desarrollo rural, la ecología política y el ecologismo social. Podríamos haber hablado de fábricas recuperadas, de redes globales de software libre o de ocupaciones de viviendas y centros sociales, y muchas de las ideas que manejaríamos serían las mismas. En todos estos campos podríamos hablar de autonomía, de cooperación social en base a la creatividad, de inteligencia colectiva y de recuperar el control sobre nuestros medios de vida. Quizá podríamos hablar, también, de sostenibilidad y de ecología.
A muchas personas habitantes urbanas y rurales la vida nos ha ido acercando a lo agrario y la ecología, y ambos mundos se encuentran en torno a la agroecología. El mundo de lo agroalimentario aporta a los experimentos socioeconómicos alternativos el contacto directo con la tierra y con lo vivo. Y esto aporta una belleza y una materialidad distintas respecto a otras producciones o necesidades humanas que nos podrían servir de base para construir economías alternativas. La alimentación es una necesidad de primer orden, con implicaciones fisiológicas insalvables para la reproducción de la vida. También nos acerca de forma inmediata a los límites físicos de la naturaleza, y creo que en nuestra sociedad necesitamos con urgencia comprender bien lo que suponen estos límites. De una u otra forma, la actividad agraria maneja y controla al menos el 80% de nuestro territorio, pero estamos dentro de una corriente más amplia, que pretende generar en la sociedad cambios más profundos e integrales.
En el anterior capítulo hemos tratado de establecer rasgos en común entre los distintos modelos o formas socioeconómicas analizados en la segunda parte de este libro, así como desgranar cómo las diferentes formas persiguen alcanzar unos objetivos u otros, y algunas de las contradicciones en las que caen. Hemos estructurado la discusión en base a cuatro valores que entendemos como determinantes a la hora de establecer el carácter transformador de estos proyectos. Las interacciones entre estos valores (figura 16.1) definen, de alguna forma, un proyecto en común que va más allá de los procesos vinculados con el sistema agroalimentario. Apuntan algunas claves para un proceso compartido con otros movimientos sociales transformadores que cada vez son más fuertes. Y todos ellos se encuentran en torno al concepto de territorio.
Figura 16.1. Interacciones entre cuatro valores que definen el carácter transformador de las redes alimentarias alternativas

El territorio es vital para la reconstrucción de contrapoderes y economías locales, al menos en tres sentidos: como espacio físico para la producción, especialmente para la actividad agraria; como espacio para la convivencia, la generación de confianzas y la recreación del vínculo social; y como espacio para la reconstrucción y la reproducción de identidades localizadas, en oposición a las identidades globales. Sin embargo, desde hace ya siglos, pero especialmente en las últimas décadas, podemos observar cómo el capitalismo global ha transformado el territorio, moldeándolo y deformándolo para ponerlo al servicio de los flujos económicos globales. Ha transformado territorios inmensos en torno a las antiguas ciudades y a lo largo de los grandes ejes de transporte, para concentrar allí a la población y hacerla dependiente del mercado, por la vía del trabajo asalariado y del consumo mercantilizado. Ha diseñado grandes infraestructuras logísticas, de transporte y almacenamiento, de abastecimiento de materias primas, y polos de desarrollo industrial y financiero, concentrando ahí los recursos y el poder y excluyendo así a los territorios no conectados con los flujos globales de energía, materiales e información.
En estos territorios devastados por la urbanización, fragmentados y privatizados, resulta muy difícil construir proyectos de autonomía económica. Los movimientos transformadores debemos aprender a neutralizar la capacidad de los centros de mando del capitalismo global de disponer el espacio para su beneficio. En palabras de David Harvey, mientras que la clase obrera “no aprenda a enfrentarse a esa capacidad burguesa de dominar el espacio y producirlo, de dar forma a una nueva geografía de la producción y de las relaciones sociales, siempre jugará desde una postura de debilidad más que de fuerza” .
Para Zibechi (2011), los proyectos autonomistas que han recreado formas alternativas de economía y sociedad, tales como los zapatistas en México o los movimientos indígenas en Bolivia o Ecuador, no se pueden entender sin una fuerte vinculación con un territorio físico definido. La territorialización de las luchas y de las construcciones alternativas puede rastrearse en el movimiento colectivista de la Revolución española de 1936, en las huelgas y movilizaciones de la autonomía obrera de los años setenta y ochenta, en los centros sociales okupados de los años noventa y siguientes en el Estado español y también en las asambleas del 15-M en muchas ciudades y pueblos. En estos procesos territorializados los conceptos de barrio y pueblo han sido reconstruidos como espacio de encuentro y agregación, como plataforma para expresar los proyectos alternativos en el espacio. Dentro del desarrollo de las asambleas de barrio del 15-M, los huertos urbanos y los grupos de consumo han jugado un papel importante, como espacio de afirmación y recreación de autonomías personales y colectivas. Acciones que afirman: “Somos capaces de transformar este espacio muerto en algo vivo y útil. Somos capaces de producir”.
Pero la construcción de espacios alternativos no puede dejar de lado la denuncia y la lucha. El poder del capitalismo es cada vez más global y más difuso, parapetado tras los Estados y sus aparatos represivos. Su necesidad de crecimiento continuo y exponencial lleva a que cualquier espacio de resistencia sea demasiado como para ser tolerado. Por eso es necesario articular formas de resistencia en todas las escalas: tanto en el seguimiento y la denuncia de sus desarrollos normativos –desde la escala internacional a la global– como en el rechazo de sus ataques de desarticulación de las conquistas sociales de los movimientos de trabajadores/as. Respecto al sistema agroalimentario, estamos hablando de la privatización de las semillas, los cultivos transgénicos, la biomasa y los agrocombustibles, la nanotecnología, etcétera. También de luchar contra el oligopolio de las grandes cadenas de distribución y producción de insumos agroindustriales, la Política Agraria Común de la UE, la Organización Mundial del Comercio y los tratados internacionales de comercio alimentario, etcétera. En otros sectores de lucha hay también innumerables ataques de los que tendremos que defender a los proyectos de autonomía local.
El proyecto común, en mi opinión, es la construcción de autonomías locales capaces de integrar los procesos políticos, sociales y económicos transformadores que vamos desarrollando. Reconstruir comunidades locales capaces de servir de puntos de encuentro entre las sensibilidades mayoritarias en la sociedad. Y de construir juntas soluciones, que vayan más allá del capitalismo, para las problemáticas –materiales, organizativas y simbólicas– comunes. Todas las herramientas que nos acerquen a este fin me parecen apropiadas, si es que están articuladas en su diversidad y entre las distintas escalas y sectores de acción. Y si generan procesos en que los movimientos sociales y los emprendimientos socioeconómicos alternativos sean cada vez más fuertes.

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ZIBECHI, R. (2011): Territorios en resistencia. Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas, Barcelona, Virus-Zambra.
Páginas web:
Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!): http://bah.ourproject.org/.
Campaña “No al TTIP”: http://noalttip.blogspot.com.es/
EcoAgroCulturas, proyecto de Fomento de la Agricultura Ecológica, Extremadura, Castilla-La Mancha y Andalucía (2009-2011): http://www.ecologistasenaccion.es/rubrique440.html
Ecologistas en Acción, Área de agroecología, soberanía alimentaria y mundo rural: http://www. ecologistasenaccion.es/rubrique23.html
Ecos del Tajo, agricultura ecológica en la cuenca del Tajo: http://www.ecosdeltajo.org
Extremadura Sana: http://extremadurasana.blogspot.com.es/
Indice de Precios agrarios en Origen y Destino (IPOD), elaborado por COAG: http://www.coag. org/index.php?s=html&n=de17fe1e436f03b43409ecceeaa6fa75
Instituto de Sociología y Estudios Campesinos, Universidad de Córdoba: http://redisec.ourproject.org
Just Food: www.justfood.org
Marcha Mundial de las Mujeres: http://www.marchemondiale.org/index_html/es?set_ language=es&cl=es
MIRAMAP: Red estatal de AMAPs: http://miramap.org.
La Fertilidad de la Tierra: http://www.lafertilidaddelatierra.com
La Vía Campsina: http://viacampesina.org/es/
Local Harvest, web de información sobre Community Supported Agriculture en los EUA: www. localharvest.org
Per l’Horta, colectivo en defensa de la huerta histórica del área metropolitana de valencia: http:// www.perlhorta.info
Plataforma por la Huerta Zaragozana: http://huertazaragozana.blogspot.com.es
Plataforma Rural-Alianzas por un Mundo Rural Vivo: www.plataformarural.org
Red de Green Markets de la ciudad de New York: www.grownyc.org
Red de Huertos Urbanos de Madrid: https://redhuertosurbanosmadrid.wordpress.com/
Red Terrae, Territorios Reserva Agroecológicos: http://rlsc.cantabria.es/portal/etiquetas/red-terrae
Red “Urgenci”, Red Internacional de Agricultura Apoyada por la Comunidad: http://urgenci.net/
Revista “Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas”: http://www.soberaniaalimentaria.info/