Fragmentación espacial y nuevos procesos de integración social “hacia arriba”: socialización, sociabilidad y ciudadanía

Nadie ignora que en América Latina, el pasaje a un nuevo tipo societal ha conllevado una fuerte transformación de las pautas de integración y exclusión social, proceso que ha acentuado las desigualdades sociales preexistentes y el aumento de las distancias sociales. La nueva dinámica societal ha ido configurando una nueva cartografía social que presenta, por un lado, una franja más reducida de “ganadores”, representados por las élites planificadoras, los sectores gerenciales y profesionales, los intermediarios estratégicos, en fin, una heterogénea clase de servicios. Por otro lado, encontramos un vasto y heteróclito conglomerado social de “perdedores” entre los que se cuentan importantes sectores de la clase media tradicional y de servicios que hoy sufre los efectos de la descalificación social y la precarización laboral, así como también un creciente y nuevo proletariado, confinado a realizar las tareas menos calificadas que requiere la economía de servicios.



Fragmentación espacial y nuevos procesos de integración social
“ hacia arriba” : socialización, sociabilidad y ciudadanía 1

Maristella Svampa
Universidad Nacional de General Sarmiento
Investigadora del Conicet

Introducción
Nadie ignora que en América Latina, el pasaje a un nuevo tipo societal ha conllevado una fuerte transformación de las pautas de integración y exclusión social, proceso que ha acentuado las desigualdades sociales preexistentes y el aumento de las distancias sociales. La nueva dinámica societal ha ido configurando una nueva cartografía social que presenta, por un lado, una franja más reducida de “ganadores”, representados por las élites planificadoras, los sectores gerenciales y profesionales, los intermediarios estratégicos, en fin, una heterogénea clase de servicios. Por otro lado, encontramos un vasto y heteróclito conglomerado social de “perdedores” entre los que se cuentan importantes sectores de la clase media tradicional y de servicios que hoy sufre los efectos de la descalificación social y la precarización laboral, así como también un creciente y nuevo proletariado, confinado a realizar las tareas menos calificadas que requiere la economía de servicios. Así, en un contexto de notorio aumento de las desigualdades sociales y frente a la deserción del Estado y el vaciamiento de las instituciones públicas, se fueron desarrollando nuevos mecanismos de regulación, que encontraron expresión en la proliferación de formas privatizadas de la seguridad y de la integración social. En Argentina, la expansión vertiginosa de las “urbanizaciones privadas” es una de los fenómenos más emblemáticos y radicales del proceso de privatización que caracteriza al país desde hace más de diez años. Su difusión incluye una variedad de ofertas inmobiliarias, entre barrios privados, countries, chacras, ciudades privadas y condominios; más de 430 emprendimientos para la Región Metropolitana de Buenos Aires, aunque también
se encuentran en grandes ciudades del interior (Córdoba, Mendoza, Rosario) y otras de tamaño mediano. Gran parte de los análisis existentes coinciden en afirmar que el proceso actual de suburbanización y segregación espacial encuentra no sólo en las clases altas y mediasaltas sus protagonistas centrales, sino también en los sectores medios en ascenso. Me refiero especialmente aquellos sectores que han encontrado un buen acoplamiento –aunque sea temporario con las reglas del capitalismo flexible: nuevas ocupaciones, sobre todo en los servicios al consumo y en las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información: especialistas en marketing, creadores de nuevas categorías de consumo y estilos de vida, especialistas en informática, creadores de sitios de internet, comunicadores, entre otros, a lo que hay que agregar toda una serie de servicios cada vez más personalizados ligados al desarrollo de las “industrias de la subjetividad”. En otras palabras, estos nuevos “ganadores” son más productores de “signos” que de mercancías, en el sentido tradicional del término.
Por otro lado, este nuevo patrón socioespacial participa de la expansión de un modelo de crecimiento mundial basado en la globalización de las actividades económicas, nos proporcionan algunas de las claves explicativas que dan cuenta de la emergencia de una nueva morfología urbana, asociada al nuevo tipo societal. Por encima de las diferencias la consolidación de la “ciudad posfordista” conlleva enormes implicancias socioespaciales, entre ellas, una fuerte concentración de inversiones de capital en espacios considerados estratégicos y la distorsión del mercado inmobiliario, así como refuerza la segregación interna y los procesos de dualización espacial.
Entonces y para comenzar, podemos decir que las urbanizaciones privadas ilustran nuevas modalidades de ocupación del espacio urbano; se corresponden con una lógica global, presente en grado diverso en distintas sociedades; encuentra sus protagonistas centrales en las clases medias y altas, expresan la cristalización de un estilo de vida ligado, en mucho, a la mercantilización de valores posmaterialistas, por último, pone en acto una dinámica que profundiza los procesos de segmentación social interna, al tiempo que potencian y amplifican las distancias sociales entre “ganadores” y “perdedores” del nuevo tipo societal.
Quiero dejar en claro que mi presentación se nutre del análisis del caso argentino, que quedó plasmado en el libro “Los que ganaron. La vida en los countries y en los barrios privados ”, publicado en octubre del pasado año (2001). Y aclaro que el tema llamó nuestra atención, como la de tantos otros investigadores que no provenimos de urbanismo o de la sociología urbana, a raíz de que la expansión acelerada de los countries y los barrios privados terminó por constituirse en uno de los fenómenos más características del proceso de privatización que se llevó a cabo en la sociedad argentina. Mi investigación se propuso analizar las diferentes dimensiones de ese fenómeno de privatización.
Por otro lado, otro fenómeno que llamaba nuestra atención es que el proceso de suburbanización se llevó a cabo sobre una trama urbana ocupada tradicionalmente por los sectores populares, lo cual acentuaba hiperbólicamente los contrastes sociales. Así, la incrustación de nichos de riqueza junto a extendidos bolsones de pobreza, tiende a aumentar la visibilidad de las distancias sociales. Quienes hayan estado en mi país por última vez hace poco más de una década seguramente no dejarán de sorprenderse ante ciertas transformaciones socioespaciales.
Cierto que en algunos lugares, sobre todo junto a los grandes corredores viales, como en Pilar, en el norte de la región metropolitana de Buenos Aires, verán que las redes amplían cada vez más su tamaño, sus conexiones y su influencia sobre el entorno, creando una suerte de línea de continuidad de la riqueza. Sin embargo, también nos encontramos con que los countries y los barrios privados aparecen acantonados, constituyendo verdaderas fortalezas amuralladas, muchas de ellas literalmente cercadas por barrios empobrecidos y villas miserias.
De manera más general, me interés es el de dar cuenta de la manera en cómo el proceso de privatización se expresa en la emergencia de formas de regulación que van marcando nuevas y rotundas diferenciaciones entre los “ganadores” y los “perdedores” del modelo neoliberal. Más aún, mi interés mayor consiste en mostrar a través de ello todo un conjunto de tensiones nodales que involucran cuestiones mayores de la sociología: a saber, el cambio en los modelos de socialización, la transformación de los espacios de sociabilidad y la consolidación y efectos que generan ciertas formas de ciudadanía.

Estilo de vida, Socialización y Sociabilidad

Voy a comenzar por la trama más sociológica, a saber, con el estilo de vida, el modelo de socialización y las formas de la sociabilidad.
En primer lugar, es necesario reconocer que un tópico que aparece intrínsecamente asociado al estilo de vida que proponen los predios fortificados es la recreación de ciertos aspectos ligados a una sociabilidad barrial, más comunitaria, supuestamente perdida o asociada a épocas no tan pretéritas. En efecto, la revalorización del barrio forma parte del rescate de una sociabilidad basada en el cultivo de las relaciones de vecindad y, por sobre todas las cosas, de la confianza, un valor cada vez más escaso y problemático en las sociedades contemporáneas. Es interesante, sin embargo, señalar que en el caso argentino, se realiza un rescate selectivo del viejo modelo de socialización barrial, pues sólo se retoman ciertos valores (como ser, los lazos de confianza y la seguridad), así como se descartan otros tópicos, más intrínsecamente asociados con una cultura democrática (por ejemplo, el modelo de la mezcla o la heterogeneidad social).
La seguridad emerge como un valor en sí mismo desde el cual se puede reconstruir la confianza y volver a recrear la vida de barrio. En suma, como ningún otro tópico, la valorización del barrio coloca en el centro de la cuestión la degradación de las relaciones sociales, la pérdida de confianza (de capital social, dirían algunos), que en algunos países, revela el colapso de los tradicionales modelos de socialización.
En segundo lugar, el estilo de vida de las urbanizaciones privadas coloca en el centro la imagen de la familia nuclear. En efecto, las urbanizaciones privados son espacios de organización y construcción de un orden familiar, donde la socialización de los chicos, casi siempre en edad escolar, aparece como el eje central de preocupación. Más aún, la seguridad dentro del predio facilita la implementación de un modelo de socialización caracterizado por la “autonomía protegida”, esto es, una libertad garantizada por la seguridad “puertas adentro”.
Este modelo presenta ventajas inmediatas, pues favorece el desarrollo de una libertad más precoz, valorada positivamente sobre todo por las madres trabajadoras, obligadas a conciliar la carrera laboral con la responsabilidad de la maternidad. Por otro lado, dentro del espacio protegido de estos nuevos paraísos, los niños disfrutan de grandes márgenes de libertad y expansión lúdica en un contexto de confianza.
Ahora bien, el reconocimiento de las ventajas, tan visibles, tan inmediatas, no puede sustraernos a un análisis más profundo del fenómeno. Si como es usual afirmar en las ciencias sociales, esta nueva etapa de la condición moderna aparece asociada a la contingencia y la incertidumbre, más aún, si la nueva modernidad se caracteriza por la ambivalencia de los fenómenos sociales, ¿cómo no indagar entonces, además de las oportunidades, sobre los riesgos que conllevan estos nuevos estilos de vida; más aún de sus efectos colaterales a corto
y mediano plazo?.
Así, en Argentina, el estudio de los riesgos colaterales de este modelo de socialización que denominamos de “autonomía protegida” nos confrontó rápidamente con nuevas situaciones: transtornos de las conductas (como ataques de pánico), accidentes dentro del predio, en el límite, conductas adictivas y actos vandálicos ejercidos en contra de la propiedad. Sin duda, entre todas estas consecuencias indeseadas, al menos en el caso argentino, el vandalismo infantil ha sido uno de los corolarios más notorios, pues es ahí donde convergen perversamente modelo de socialización y nuevo estilo de vida. A decir verdad, la problemática no es nueva, pues la existencia de episodios reiterados de vandalismo aparece muy asociado a la historia de los clubes de campo más antiguos, que en Argentina datan de 1930 y se extendieron en los años ´70, cuando las urbanizaciones privadas eran concebidas como residencias secundarias o de fin de semana. Tal es así que casi no existe uno de ellos que no pueda aportar alguna historia de vidrios rotos, viviendas dañadas y muebles arrojados a la piscina. Inclusive están aquellos que han tenido que confrontar verdaderos problemas de drogadicción. Pero hasta aquí sólo se trataba de adolescentes. Lo novedoso en la actualidad es la precocidad y la virulencia con la cual se vienen manifestando estas conductas en niños que hoy tienen la posibilidad de circular a cualquier hora y sin controles por el espacio protegido.
Fue uno de los countries más exclusivos del noroeste del Conurbano Bonaerense,
el que tuvo el privilegio de inagurar este nuevo fenómeno, con doce actos vandálicos realizados por niños de entre 9 y 12 años, en casas recién terminadas y a punto de estrenar, todos ellos en un solo mes, durante el año 1999. Hoy podemos afirmar que los actos de vandalismo infantil, por encima de la virulencia excepcional que registró el caso recién citado, ya forman parte del paisaje natural de muchos countries, sobre todo aquellos más elitistas o de mayores dimensiones.
¿Qué respuesta ofrecen los padres ante esta nueva problemática? Se refuerzan los controles sociales y familiares, claro está; por lo general se apela también al apoyo psicopedagógico con el propósito de “poner límites” a los chicos. No es raro tampoco que se exija a las autoridades del country y barrio privado que éstos proporcionen algo más que un habitat, y asuman el rol propio de un agente socializador , a la manera de una macrociudad o una escuela. No obstante ello, no son pocos los que minimizan estos actos de vandalismo e intentan ver en ellos episodios aislados. La mayoría hace hincapié en los efectos negativos de una “cultura de la opulencia”, de la ausencia de valores, o bien, se ocupan de cargar las tintas, con lenguaje conservador, sobre los “padres que abandonan a sus hijos” o las “familias desestructuradas” por los divorcios.
El segundo riesgo inherente a este estilo de vida es que promueve una socialización dentro un ambiente protegido y homogéneo, que los mismos residentes denominan “el modelo de la burbuja”. Son muchos los testimonios que aluden a la “irrealidad” o “artificialidad” del modelo y a sus consencuencias más inmediatas: niños ya crecidos que no saben desenvolverse de manera autónoma, una vez que trasponen las fronteras del country o del barrio privado; niños que, de visita en la ciudad “abierta”, se abalanzan sobre las calles con una ingenuidad y una confianza casi provinciana; niños que rehuyen el contacto con el mundo exterior, un mundo que vislumbran superpoblado, estridente y agresivo, y buscan pasar la mayor parte del tiempo en espacios protegidos; en suma, niños que crecen en un espacio homogéneo y restringido, del “entrenos”, con escaso contacto con seres “diferentes”, y lejos de los males contaminantes de la ciudad contemporánea.
La relación que tanto los niños como los adultos mantienen con los espacios abiertos y, de manera más general, con las ciudades, merece ser subrayada, pues plantea de manera ejemplar la cuestión de cómo debemos leer el impacto que los nuevos procesos sociales han tenido sobre la gestión de la distancia social . En este sentido creo que es útil retomar la lectura que un pensador tan inclasificable como Georg Simmel realizó del tema de la distancia, no sólo como forma de mediación sino como elemento primario de toda forma de socialización, sobre todo en las grandes ciudades. Simmel fue uno de los primeros en señalar tanto la pérdida de una sociabilidad comunitaria como la mercantilización de las relaciones sociales, son procesos directamente relacionados con la extensión de la economía monetaria en el marco de las grandes urbes (: 1987). Ahora bien, el corolario de estos nuevos procesos fue la modificación de la distancia social. En efecto, rotos los equilibrios sociales anteriores, la modificación de la distancia social vuelve a plantearnos entonces una serie de problemas de confiabilidad o, como dirían otros, de “dilemas interactivos” que, en el límite, se hallan en el origen de ciertas patologías o transtornos psicológicos, que se instalan entre el exceso y el déficit, como la hipersensibilidad y la agorafobia. Es así como hoy vemos que el temor al espacio público, en tanto lugar “no protegido”, cada vez más desregulado encuentra su expresión máxima en la gran ciudad, y va configurando una suerte de agorafobia urbana, patología que como bien advierte J. Borja, es más una “enfermedad de clase de la que parecen estar exentos aquellos que viven la ciudad como una oportunidad de supervivencia” (:2000: p.119) .
En fin, lo cierto es que, por encima del repudio o del temor que los residentes adultos establezcan en relación a la ciudad abierta, de todas maneras, el “modelo de autonomía protegida puertas adentro”, no genera en los niños ningún tipo de destrezas ni defensas de ninguna naturaleza que los ayude a desenvolverse con un grado de autonomía relativa en espacios heterogéneos, confusos, ruidosos y altamente contaminantes como lo es hoy cualquier gran ciudad.
El tema nos introduce a uno de los aspectos centrales que presenta la sociabilidad al interior de las urbanizaciones privadas: me refiero a la la tendencia a la homogeneidad social, rasgo subrayado por toda la literatura sobre el tema.
Sin embargo, aquí, antes que nada, es necesario realizar una doble advertencia. Por la primera, tengamos en cuenta que la tendencia a la homogeneidad social es considerada por diferentes estudiosos como uno de los rasgos centrales del nuevo tipo societal, que aparecería reflejado en las prácticas y estilos de vida de las clases medias en ascenso y clases medias altas, e ilustrado de manera paradigmática por las urbanizaciones privadas. De esta manera, algunos consideran que la lógica del proceso lleva a la constitución de verdaderos enclaves fortificados, articulados en redes, que presentan una gran tendencia a la homogeneidad social y generacional (que va de una sociabilidad del “entrenos”, al “urbanismo de las afinidades”, según la terminología de J.Donzelot (:1999), o para otros, a la práctica generalizada de los “apareamientos selectivos”en todos los órdenes (Cohen, 1999).
Ahora bien, una vez hecho este reconocimiento es necesario deslizar una advertencia, pues la tendencia a una sociabilidad homogénea, una sociabilidad del
“entrenos”, no debe hacernos ceder a la tentación de pensar, de manera demasiado rápida, que estas nuevas formas de sociabilidad desembocan inevitablemente en la constitución de comunidades totales, en donde las diferentes
facetas del individuo encuentran expresión. En fin, el tema señala el reconocimiento una tensión que requiere que nos detengamos un momento, a fin
de establecer posibles diferencias entre las formas de sociabilidad más comunitaria que desarrollan las clases altas y las nuevas formas de sociabilidad que presentan las urbanizaciones privadas.
Existe en las clases altas, un fuerte “colectivismo práctico” que se despliega a través de determinadas formas de sociabilidad y del control de mecanismos de socialización, que va desde los deportes “exclusivos” practicados colectivamentes, los lugares “de encierro”, como las urbanizaciones privadas, que le permiten practicar el ostracismo social, así como de ciertas instituciones, tales las escuelas de “élite”; a lo que se añade la gestión del mercado matrimonial a través del encuentro concertado de los hijos, desde una edad temprana, en fiestas y recepciones (2000: 102104).
El corolario inevitable de este estilo de vida es una sociabilidad intensa, de carácter más mundano, que es a la vez, una sociabilidad más comunitaria, caracterizada fundamentalmente por la contigüidad de los círculos sociales, de los cuáles el country, por ejemplo, es uno de ellos.
En nuestra análisis del caos argentino, pudimos observar que el nuevo estilo de vida participa menos de una experiencia cerrada, propia de un modelo estrictamente comunitario, ligado a la exclusividad de los pequeños círculos, que de las nuevas oportunidades y vínculos que aporta la homogeneidad ampliada de la incipiente red socioespacial, que incluye a los sectores medios en ascenso y las clases altas y medias altas consolidadas. Por otro lado, como en otros lugares, en Argentina el fenómeno de las urbanizaciones privadas incluyó, hasta no hace mucho tiempo, a importantes sectores de clase media mas ajustada, con escaso capital económico, pero con acceso al crédito. Así, la segmentación del mercado trajo como consecuencia la expansión de distintos tipos de urbanizaciones privadas. Y con ello comenzaron a proliferar también las estrategias de distinción, marcando diferentes posiciones al interior de un espacio social jerarquizado. Claro que, en definitiva, aunque no se trate verdaderamente de “iguales”, los contactos se realizan entre “semejantes” (“gente como uno”), que por esa misma razón devienen “confiables, pese a la diferenciación interna. Por último, hay que tener en cuenta que las nuevas generaciones que lideran el proceso de segregación espacial (sobre todo los matrimonios en los cuáles ambos cónyuges trabajan), se interesan parcialmente en el estilo de vida comunitario que proponen las clases altas, sobre todo en ciertos countries exclusivos y de manera mucho más acotada, algunos barrios privados. Esto se explica no sólo por una cuestión de recursos económicos sino también por una real escasez de tiempo, a raíz de la centralidad que adquieren en una etapa temprana del ciclo los compromisos familiares y laborales. Así, pudimos dar cuenta de que la voluntad de “encierro” se combina todavía con la aspiración de multiplicar las afiliaciones parciales, buscando mantener un equilibrio, a veces inestable, no siempre planificado, entre la vida “adentro” y “afuera”, entre las antiguas amistades y grupos y los nuevos círculos sociales.
El caso es que estamos ante otras formas de sociabilidad cuya indudable afinidad con aquella de las clases altas no puede diluir sus rasgos novedosos.
Estamos ante una sociabilidad elegida que se desarrolla en un amplio espacio común que se establece por encima de toda segmentación interna, vinculando a los “semejantes”. Es en estos términos que hablamos de una integración “hacia arriba”, proceso que nos habla de la emergencia de un espacio común de sociabilidad que tiene como marco natural la red socioespacial en la cual se encuentran barrios privados, countries y los diferentes servicios (shoppings, multicines, discotecas) y, por sobre todo, los colegios privados. De esta manera, la
red misma se constituye en el foco de pregnancia que va estructurando y homogeneizando los diferentes círculos sociales.
Lo significativo para el caso argentino es que, para muchos individuos de reciente ascensión, recientemente separados del fragmentado colectivos de las clases medias, las ventajas de la sociabilidad elegida en un contexto de homogeneidad todavía tiene el sabor de la novedad, emerge como un descubrimiento, una suerte de primera experiencia. Después de todo, estos actores se saben pioneros de un nuevo estilo de vida; pero por ello mismo son todavía conscientes de la historia que dejaron atrás, hecho que aparece más marcado en aquellos que viven las bondades de un reciente ascenso social.
Así, los beneficios que proporcionan el country y el barrio privado tienden a ser rápidamente naturalizados, y la experiencia resultante termina por configurar vastas partes del universo cotidiano que se continúa y refuerza a través de la escuela (privada) que se halla en el entorno, dentro de la red, y a través de los deportes (generalmente ligados a la escuela o, en su defecto, al club de campo). Compromete, por ende, la totalidad de los círculos de sociabilidad existentes.
He aquí planteado uno de los aspectos específicos que la integración “hacia arriba” plantea para el caso argentino: se trata de un proceso que, por el momento, nos habla menos de la articulación real que pueda operarse entre los distintos sectores “ganadores” de la sociedad, que de la adopción efectiva de un único modelo de socialización en el cual la heterogeneidad social se ve cuestionada y la sociabilidad del “entre nos” aparece naturalizada, al interior de una red socioespacial amplia y común.
Ahora bien, dicho esto, nos preguntamos si esto es válido para pensar los aspectos novedosos que las urbanizaciones privadas puedan generar en otros países latinoamericanos, tanto en términos de sociabilidad como de modelos de socialización. En este sentido, me parece legítimo indagar acerca del alcance de la novedad, sobre todo en aquellos países en donde en donde las distancias sociales aparecen como un hecho indiscutible, fundacional tal vez, de larga data seguramente, pero sobre todo, a tal punto naturalizada, que podríamos afirmar que ésta bien forma parte del habitus nacional.
Lo novedoso como en la verdadera significación del actual proceso de segregación
espacial en Argentina, cuyo carácter más hiperbólico que incipiente, ponía en evidencia tanto el ensanchamiento de las distancias sociales como el incremento de las desigualdades; todo lo cuál podía leerse a través del colapso de un modelo de socialización relativamente mixto así como del fin de un estilo de vida residencial relativamente heterogéneo. Más simple, debía hacer hincapié en la ruptura que implicaba la experiencia que análizaba respecto del modelo anterior de relaciones sociales, el cual se correspondía, aún con todas sus imperfecciones, con una lógica social a todas luces más igualitaria que la actual. En suma, con esto quiero decir que en Argentina, la expansión de las urbanizaciones privadas (barrios cerrados y countries) señalan una inflexión mayor, pues pone al descubierto las consecuencias de la desarticulación de las formas de sociabilidad y los modelos de socialización que estaban en la base de una cultura más o menos igualitaria. Pero además señala la consolidación de una matriz de relaciones sociales más jerárquica y rígida, pues lo propio de las urbanizaciones privadas es que asumen una configuración que afirma, de entrada, la segmentación social (a partir de un acceso diferencial y restringido), reforzada luego por los efectos multiplicadores de la espacialización de las relaciones sociales.
Ahora bien, si bien es cierto que, por un lado, para el caso de otros países latinoamericanos habría que repensar el diagnóstico presentado aquí, pues el tipo de lazo social preexistente da cuenta de una importante distancia social interclases, por el otro, no es menos cierto que la nueva matriz societal impuso una dinámica de ganadores y perdedores, reforzando las desigualdades sociales, la crisis del estado, la desindustrialización y el aumento de la inseguridad urbana.
La segmentación interna es el producto de este proceso, reflejada en las innumerables brechas que al interior de las clases medias y de los sectores populares se han abierto, tanto en términos de trabajo, consumo, estilos residenciales como de modelos de socialización. De manera más general, lo que buscamos decir con esto es que la vida en las urbanizaciones privadas tiene como correlato el desarrollo de un conjunto de representaciones y de prácticas sociales alrededor de las figuras del “otro” que van cristalizando una determinada configuración psicológica. Así, el nuevo estilo de vida implica la puesta en acto de fronteras físicas y rígidas que establecen una clara separación entre el “adentro” y el “afuera”: esto significa que, por un lado, existen zonas altamente reguladas (el espacio cerrado y protegido); por el otro, existe zonas desreguladas (el espacio abierto, desprotegido). Esta división trae aparejada la interiorización de un código binario que, alentada por el contraste social, reorganiza la vida cotidiana y la relación con los otros, en un registro inequívoco que diferencia el “nosotros” de los “otros”; los “iguales” de los “diferentes”.
El otro aspecto que queremos señalar está íntimamente relacionado con el anterior. Nos referimos a la “categorización de la diferencia”, como le ha llamado, entre otros, G. Améndola (:2000), esto es al hecho de que los seres “diferentes” no
aparecen captados como personas, sino sobre todo, como categorías sociales.
En efecto, la ventaja respecto del mundo “de afuera”, es su radical transparencia, pues “adentro” lo diferente no se mezcla; cada persona tiene un lugar preestablecido, según su función social, ilustrado de manera paradigmática por el proletariado de servicio que diariamente entra y sale, rigurosamente uniformado, se trate de la mucama, la niñera, el jardinero o el guardia armado.
Esta tendencia no escapa a la mirada crítica de ciertos residentes de urbanizaciones privadas. Por ejemplo, una mujer que reside en un lujoso country del noroeste del conurbano bonaerense, comentaba que una de sus mayores preocupaciones era que sus hijos se refirieran al “otro” como una clasificación:
“Viste que los tratan… o sea terminan hablando de ellos como si fueran una entidad distinta, no un ser humano… No sé, me pasó una vez algo terrible. Mi hija tenía siete años, ocho, y vienen a almorzar a casa tres amiguitas y era ésta… “¿y si pasa tal cosa que es? ¿es hombre, es mujer o es mucama?” Y estaba la empleada al lado y yo las miré y les dije: “no, se equivocaron: si es hombre o es mujer…” No, no, no, (continuaban) “¿es hombre, es mujer o es mucama?”… (Por último es la residente que se pregunta) ¿Por qué? ¿Qué es la mucama? ¿Es un perro, es un objeto, una cosa, es otra clasificación de ser humano?”.
En fin, para el caso argentino pudimos advertir que las representaciones y los lazos que se establecen con “el otro” son básicamente de tres tipos: el primero, es de índole económico (con el proletariado de servicio, como ser, la mucama); luego, está también el “otro” como objeto de beneficencia (el “pobre”, al cual se ve poco pero se ayuda de más en más con colectas que se realizan tanto en los countires y barrios cerrados como en los colegios privados). Pero la relación con ambos, se trate del proletariado de servicio o del pobre, se desarrolla en contextos regulados y previsibles. Sin embargo, el contraste entre el “adentro” y el “afuera” y la interiorización del código binario, engendra un tercer tipo de vínculo con el otro, caracterizado por el temor exacerbado, que remite a la imagen de la “pobreza violenta”, localizada siempre en los barrios carenciados y villas del entorno.
No sólo el temor crece exponencialmente, sino que la sospecha y la desconfianza se generalizan en la relación con el “otro”, al tiempo que se exige más seguridad, se elaboran y se prueban cinematográficos planes de evacuación y se experimenta más que nunca la amenaza de la pobreza violenta, que “acecha” peligrosamente puertas afuera y seguramente planea saqueos o invasiones…
Así sucedió sobre todo bajo el modelo nacionalpopular o la matriz estadocéntrica,
que caracterizó la larga etapa de sustitución de importaciones. Sin embargo, más allá de las distancias teóricas que hay entre una época y la otra, lo novedoso hoy es que, por encima de las diferencias, los diagnósticos actuales dan cuenta de la afirmación de un tipo societal que refuerza los procesos de fragmentación existente, que multiplica la segmentación social, todo lo cual conduce a una conclusión inversa a las de décadas anteriores. Sin embargo, creo que en este tema lo mejor será detenerme ahí, pues soy consciente de que vengo de una sociedad que atraviesa un proceso de fuerte descomposición social, luego de haber representado, por lejos, durante décadas la experiencia mas acabada – y una de las más exitosas, en términos de integración social, del llamado modelo nacionalpopular.

Ciudadanía patrimonial y autorregulación

Por último, quisiera hacer algunas referencias a la cuestión de la ciudadanía, tema que busqué deliberadamente dejar para el final el, porque creo que me ayudará a dar una vuelta de tuerca a los argumentos que he venido desarrollando hasta aquí.
De manera más general, las urbanizaciones privadas ilustran a cabalidad el cuestionamiento de un modelo de ciudadanía política, apoyado en criterios universalistas y, por ende, con alcances más generales y el pasaje a una ciudadanía patrimonial que está montada, por un lado, sobre la figura del ciudadano contribuyente, y por sobre todas las cosas, sobre la exigencia de autorregulación.
En efecto, la autorregulación es una de las expresiones más contundentes de este fenómeno de privatización compulsiva en los ciudadanos, como producto del retiro y el deterioro del Estado, de mercantilización de los lazos sociales; más sencillamente, la autorregulación como “mandato” del nuevo orden neoliberal, que beneficia lógicamente a aquellos que cuentan con los recursos necesarios como para llevarla a cabo.
Aún así, tengo la sospecha de que no se trata simplemente de que “adentro” se repiten los vicios que ya existen “afuera”; sino que el “colectivismo práctico” de estas nuevas formas de ocupación del espacio termina tarde o temprano por ser desplazado por el “individualismo teórico” que anima a la acción de muchos de aquellos que escogen este estilo de vida. En definitiva, hay que preguntarse si lo que sucede no es precisamente que el “colectivismo práctico”, del que hablan Monique y Michel Pincon, como rasgo propio de las clases dominantes, no puede ser llevado al extremo por las clases medias, no sólo por una falta de recursos sino por el hecho mismo de que en la base de estas microsociedades se halla la idea de la mercantilización de los lazos sociales, lo cual socava toda posibilidad de construir un orden basado en la reciprocidad y la solidaridad, una suerte de comunidad construida sobre la base de valores comunes, más allá del interés y la
competencia.
Así, el colapso del modelo de convertibilidad, en diciembre de 2001 actualizó algunos de estos temores, enfrentándonos a varias consecuencias. Una de ellas es el reconocimiento que, dada la fragilidad de ciertas posiciones, algunos de “los que habían ganado”, ya perdieron. Con esto queremos referirnos a algunos sectores de clase media alta profesional, muy competitiva, que optaron por los countries más exclusivos, pero cuyo acceso a la vida country fue posible gracias a los altos ingresos y no a la existencia de un importante capital económico.
También incluimos a aquellos sectores de clase media profesional cuyo ingreso fue garantizado por el crédito fácil y el empleo estable. Como ya había sucedido con otros grupos menos beneficiados de las clases medias, éstos sectores se vieron afectados por la profunda recesión, y más recientemente por las restricciones económicas y financieras. Por ello, no resulta descabellado pensar que para ciertos grupos sociales el alto costo del “estilo de vida country” (escuelas privadas, mantenimiento de dos autos, expensas) puede tornarse, muy a mediano plazo, francamente insostenible y tengan por ello que volver a la ciudad abierta.
Pero para las clases altas y mediasaltas consolidadas, la opción es otra: si la vida en el country se torna difícil, esto tiene menos que ver con una cuestión de costos económicos que con el aumento de la inseguridad y la exacerbación del sentimiento de vulnerabilidad, en un contexto de altísima descomposición social como el que presenta la Argentina. Para ellos, la opción que se plantea no es la de
dejar el country o el barrio privado para volver a la sociedad abierta y sus enemigos, sino la de buscar otros destinos, por supuesto, más tranquilos y menos pavorosos del que ofrece la Argentina actual.
Para terminar: creo que las urbanizaciones privadas, en su nueva modalidad, no sólo llegaron para quedarse, sino que son un anticipo, una muestra, una suerte de ilustración de lo que vendrá: un fragmento que contiene en sí mismo su propia lógica de acción y representación, su propio universo simbólico y cultural, sus específicos espacios de sociabilidad, en fin, visto desde “los que ganaron”, sus cada vez más exacerbados miedos y sus obsesivos mecanismos de regulación. Es desde esta perspectiva que el estudio de las nuevas formas de ocupación del espacio adquiere su verdadera dimensión, pues su expansión ilustra de manera paradigmática una dinámica de fragmentación social que constituye uno de los núcleos centrales del nuevo modelo societal.