A propósito de ser ciego
Jair Bolsonaro ganará en Brasil con 57% de los votos y la izquierda agoniza en América Latina
Javier Antonio Vivas Santana
Aporrea
Viernes, 26/10/2018
Son muchas las interpretaciones que se han dado sobre el eventual triunfo de un candidato de derecha para dirigir los destinos de Brasil durante los próximos cuatro años, a partir de 2019 que hasta el expresidente Fernando Henrique Cardoso escribió un artículo tratando de dar respuesta a ese hecho político¹.
Me disculpan todos esos analistas que están buscando dentro de Brasil respuestas a este fenómeno político, pero solamente existen dos respuestas ante este evento electoral. La primera, es sin duda, la inhabilitación de Lula de Silva, injusta o no, debido a su detención por supuestos hechos de corrupción relacionados en parte con la petrolera Odebrecht² que se ha llevado por delante a más de un político en América Latina, excepto en Venezuela, en donde toda la cúpula madurista prácticamente les falta escribir una segunda parte del Apocalipsis, explicando que ellos y sus seguidores tienen asegurada la inmortalidad en el cielo.
La segunda razón para que Jair Bolsonaro se consolide como presidente de la República de Brasil, sobre el candidato Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores, o sea, la organización política de Lula tiene que ver de manera directa con el desastre del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, lo cual ha influido para que primero en Argentina y ahora en Brasil la izquierda se haya desmoronado de manera profunda en términos políticos, máxime cuando la hegemonía que mantuvieron los Kirchner y luego el propio Lula en esos países de la región estuvieron ampliamente vinculados con la presidencia que ejerció Chávez en Venezuela.
Incluso, en el caso de Brasil, fue tal la influencia de Chávez que hacia finales de 2006 cuando Lula se prestaba para la reelección, a pocos días de los comicios en ese país, el entonces presidente brasileño vino a Venezuela a un evento político para consolidar el apoyo de su homólogo venezolano³.
Lamentablemente, para Lula y su partido, las desgracias políticas, no sólo comenzaron con la destitución de la presidencia de la República de quien fuera su sucesora Dilma Rousseff en 2016, sino que la posterior detención del propio Lula por supuestos hechos de corrupción, en vez de generarle la suficiente sindéresis para realizar las debidas interpretaciones de los hechos históricos que estaban marcando el paso en Brasil, lo que hizo fue seguirle el juego tanto a sus panegíricos internos como externos.
Así tenemos que el apoyo que dio Lula a la candidatura de Nicolás Maduro en 2013⁴, que lo llevaron hasta decir “Maduro presidente, es la Venezuela que Chávez soñó”⁵ fueron palabras que probablemente se convirtieron en su peor condena ante el pueblo brasileño. De hecho, Lula en vez de comenzar con advertencias a Maduro sobre su nefasto gobierno, y que después de la destitución de Dilma Rousseff se materializaba por la constante emigración de venezolanos, siendo Brasil uno de los principales países receptores, Lula Da Silva, no sólo calló ante la destrucción que hacia el presidente venezolano con la economía y constantes violaciones de derechos humanos, sino que además para completar su desgracia, aceptó el apoyo de Nicolás Maduro cuando éste protestó por su detención⁶, no sin antes obviar que el gobierno venezolano tan dado a hablar de no injerencia en asuntos internos de otros países, fue probablemente el único país de la región que condenó – y de manera inmediata - la destitución de Rousseff por parte del senado brasileño⁷.
Entonces, resulta obvio que ante los innegables vínculos del Partido de los Trabajadores con el madurismo, cuyo forma de gobernar ha sumido a Venezuela en la más espantosa crisis de su historia, hecho que ha afectado de manera directa la economía y estabilidad social de Brasil que también vive su propia crisis, pues, sólo bastaba a Jair Bolsonaro mostrar lo que está pasando en la patria de Bolívar en relación con la hiperinflación, escasez de alimentos y medicinas, quiebra de la industria petrolera, colapso de los servicios públicos, empobrecimiento de la población, y por supuesto, la incesante emigración nacional, para que en el vecino país el temor porque algo similar se puede generar en su territorio, ha sido el madurismo el mejor aliado que ha podido tener el candidato de la derecha – por denominarlo de esa manera – para su ineludible ascenso al poder, más allá de todas las críticas que pudiesen hacerse en relación con su retórica. En este caso, podemos decir que el pragmatismo de los votantes supera cualquier razonamiento político.
Ante tal realidad, Fernando Haddad tratando de desmarcarse de Nicolás Maduro, y probablemente con la anuencia subrepticia de Lula Da Silva, días antes de la primera vuelta electoral en Brasil, llegó a decir que “el ambiente de Venezuela no es democrático⁸”, pero la verdad es que tales palabras no fueron suficientes para tratar de persuadir al electorado sobre la necesidad de que votaran por su fórmula electoral.
Las cartas están echadas. Jair Bolsonaro ganará la presidencia de Brasil con aproximadamente el 57% de los votos, propinándole al Partido de los Trabajadores, una derrota, cuya primera campanada estuvo situada en el rechazo que tuvo Dilma Rousseff en su aspiración al senado, razón por la cual, salvo que Haddad posterior a su derrota, se erija como jefe de la oposición brasileña condenado al régimen de Maduro de manera implacable como un sistema neototalitario, empobrecedor y violador de derechos humanos, lo que sucederá con el partido de Lula tendrá que ver con una frase que el propio Chávez gustaba decir en varias de sus declaraciones: dejen que los muertos entierren a sus muertos.
Jair Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil, lo cual equivale a decir que el madurismo se queda sólo en la región, y además se ha convertido en el verdadero aliado de los partidos de derecha y en la peor peste de la izquierda latinoamericana. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.