Siria: los años del saqueo

El boyante comercio de propiedades personales sirias y la infraestructura de saqueo auspiciada por el régimen sirio no sólo son un síntoma de crisis económica y de amplia crisis moral tras la guerra; apuntan a la criminalidad cada vez más grave que acecha al futuro del país bajo Assad.
En tanto en las regiones del norte y oriente sirio, un tercio del país, autoorganizado en las autonomías comunitarias que se articulan en el confederalismo democrático, ocurre todo lo contrario, como un hormiguero de fraternas relaciones sociales se reconstruye colectivamente reciclando lo destruido por la guerra y generando redes económicas horizontales.



03-11-2018
Siria
Los años del saqueo

Rafia Salameh
Al Jumhuriya English
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El boyante comercio de propiedades personales sirias y la infraestructura de saqueo auspiciada por el régimen sirio no sólo son un síntoma de crisis económica y de amplia crisis moral tras la guerra; apuntan a la criminalidad cada vez más grave que acecha al futuro del país bajo Assad.
Ya sea en las conversaciones entre pasajeros del transporte público, amigos, parientes, compradores y vendedores en el mercado, el discurso público que prevalece condena hoy claramente el fenómeno del ta’fish (el saqueo de las viviendas de los civiles forzosamente desplazados en Siria). Al mismo tiempo, el fenómeno ya no se limita a determinados lugares –conocidos, por ejemplo, como los “mercados suníes”- sino que se ha extendido a innumerables vendedores ambulantes y a personas que venden desde la parte trasera de sus vehículos, así como a tiendas que se abren durante cortos períodos de tiempo con el único propósito de vender bienes saqueados.

En el autobús que se dirigía hacia y desde Jaramana, al sureste de Damasco, después de la batalla por Ghuta se podía escuchar a los pasajeros señalando que los camiones que pasaban iban abarrotados de muebles para el hogar, tanques de agua, pequeños electrodomésticos o equipos más grandes para talleres de costura. Los pasajeros maldecían a los ladrones y denunciaban su comportamiento hasta que uno de ellos se bajó del autobús y se puso allí mismo a inspeccionar los utensilios de cocina usados ​​ofrecidos por un vendedor en la carretera.

En estas denuncias verbales del saqueo, este no es más que una de las muchas aflicciones de la guerra, de la que se lamentan con la frase “Que Dios nos proteja”, poniendo siempre la responsabilidad en manos anónimas por temor a que repercuta en la seguridad o acabe en alguna disputa. Al lamentar el problema, al mismo tiempo que se desvía la responsabilidad a otra parte, se obtiene una falsa satisfacción moral y un sentido gratificante de la condición de víctima que alivia la responsabilidad personal y pone límites a la moralidad y el deber, elementos confusos en tiempos de guerra.

En la nueva realidad siria, el saqueo puede ser también el nuevo contrato social. El término ta’fish parece muy apropiado para la época, ya que implica apoderarse de lo que un propietario temeroso no puede proteger porque pone en riesgo algo que es aún más importante: su propia existencia. El destino de los sirios y su vulnerabilidad están unidos a otro término, tashbih, que significa el uso, directo o indirecto, de la fuerza del régimen para imponer a la víctima todo aquello que le plazca en contra de su voluntad (y está vinculado gramaticalmente a los shabiha, los infames matones leales al régimen). Tashbih y ta’fish, ocultos y visibles, están entrelazados y quizás sean los dos verbos que den forma a nuestras vidas y las cubran de miseria, una miseria que sólo podremos enfrentar y limitar con nuestros propios esfuerzos.

¿Quién es el vendedor?

La compra de bienes saqueados suele estar asociada a los partidarios del régimen de Asad, sobre todo porque la mayoría de los mercados para este tipo de bienes se hallan en zonas como Jaramana, Dahyet Harasta y Kashkul, cuyos residentes tienen la reputación de ser leales al régimen. El posicionamiento político puede contribuir realmente a mitigar la evidente ilegalidad, la aberración moral que representa vender bienes robados y el deber de abstenerse de tales delitos. Sin embargo, por desgracia, esta no es la opinión predominante, ya que los leales han comprado el discurso patriótico del régimen y es insostenible seguir siendo coherente con este discurso mientras se defiende la adquisición de bienes saqueados.

A este respecto, los leales utilizan también un chantaje moral y emocional sobre la base del “sacrificio” realizado por los combatientes en la línea del frente mientras otros vivían cómodamente en sus hogares. Esto sirve para justificar el saqueo, o hacer lo que les plazca con los “terroristas” y sus propiedades, ya que se supone que estos últimos son la causa fundamental de la situación actual. Los leales al régimen justifican aún más el saqueo por la pobreza de quienes participan en él, que sufrieron gravemente en defensa del país contra el terror. Esto les eleva a un estatus que les concede un derecho que otros no tienen, vinculando el ta’fish al concepto islámico del botín de guerra (al-ghanima).

Además, los partidarios del régimen consideran que las zonas que estaban bajo control de la oposición son áreas “terroristas” merecedoras de todas las catástrofes que les han sobrevenido, aunque esta justificación no sea más que un desafío, ya que la permisibilidad del saqueo no es la razón por la que compras un refrigerador; lo compras porque lo necesitabas y porque era barato. Las personas que participan en esto son las mismas que se benefician de las cestas de alimentos, a pesar de su capacidad para llegar sin gran problema a fin de mes. El declive económico general ha ayudado a que algunos sirios encuentren justificaciones para tomar lo que no es suyo. Esto se aplica igualmente a aquellos que empatizan con la oposición, convirtiéndolo en un problema ético independiente de las posiciones políticas.

En teoría, todo el mundo parece oponerse a comprar los frutos del ta’fish y nadie se enorgullece abiertamente de estar involucrado en ello, de ahí el uso del eufemismo “segunda mano” para describir esos artículos. En la práctica, los tentadores precios parecen ser un factor que invalida cualquier aversión teórica a los mismos. Ya no importa si uno apoya o se opone al régimen; lo que importa es la ética del mercado de consumo, resumido en el popular dicho: “Si yo no lo aprovecho, otro lo hará, y me lo merezco más que nadie”. Entre lo abstracto y lo práctico pueden encontrarse todo tipo de excusas, ya sea el debate sobre si es algo robado o no (“muchas personas están vendiendo sus pertenencias”); o las opciones disponibles (“los bienes usados ​​son la única opción, comprarlos nuevos es insostenible” o “los artículos nuevos son demasiado caros”), o el nihilismo desesperado (“A nadie le importa si lo compro o no”).

A veces aparece también la justificación de que los propios compradores han padecido el mismo delito. Es necesario señalar que muchos de los compradores en Damasco y sus alrededores se encuentran entre los desplazados forzosos. Para la mayoría de ellos, el deterioro de los niveles de vida muy por debajo del umbral de la pobreza hace que las consideraciones éticas sean un lujo que no pueden permitirse. En plena canícula veraniega, la compra de un abanico saqueado en comparación con la alternativa de abanicarse con un pedazo de cartón, supone posiblemente una mejora sustancial en la condición de vida de uno, y eso es lo más lejos que tu pensamiento te puede llevar. No hay hueco para pensar en la otra persona ni para cualquier dimensión moral con respecto al comportamiento personal.

Conflictos de Estado

“La tierra es nuestra y todo lo que hay sobre ella está a tu disposición para que lo cojas”, según un dicho común entre los militares, cuyo autor fue supuestamente uno de sus comandantes. Se cuenta que el ministro de Defensa, el general Fahd al-Freij, anunció que no quería que se dejara ni un perno de metal en al-Mleiha, al este de Damasco, tal era la intensidad de su furia por el coste de la operación militar para recuperarla.

Aquí, el Estado lidia con sus propias instituciones con una acentuada contradicción. Por un lado, permite el pillaje y el saqueo como compensación por los supuestos sacrificios en la lucha y como recompensa por la recuperación de la tierra. Al mismo tiempo, las leyes del Estado, su constitución y sus ramas ejecutiva y judicial dan a veces la oportunidad de hacer rendir cuentas a algunos individuos por cometer actos de pillaje previamente permisibles. Así pues, el discurso oficial de los medios de comunicación del Estado niega todo el fenómeno y alega que los arrestados en mayo por los rusos, que estos entregaron después al régimen, eran fugitivos buscados que decían pertenecer al ejército sirio. Todo ello a pesar de la cascada de noticias sobre la recuperación de propiedades robadas, con el último botín valorado en mil millones de libras sirias (1,9 millones de dólares), según el ministro del Interior, Muhammad al-Shaar, y de que los tribunales rebosan de personal militar sospechoso de “robos durante los disturbios”, término legal para el ta’fish.

Se dice que a los combatientes de la 4ª división blindada y a las milicias aliadas se les permite utilizar pastillas de Captagon (fenetilina) y hachís, y que son sus propios comandantes quienes les proporcionan las sustancias; si alguna rama de la seguridad les arresta fuera de sus unidades militares, la investigación se interrumpe, se les devuelve ilesos y se retiran los cargos. Sin embargo, se les deja solos para enfrentar cargos de robo si se les atrapa saqueando, siendo desautorizados por los mismos comandantes que les permitieron participar en esos actos en un principio.

Se dan órdenes para “peinar” algunas zonas en determinado intervalo de tiempo, lo que implica que ese es el tiempo asignado para el saqueo, fijándose una fecha para poner fin a la operación, antes de la cual los militares ladrones se apresuran a llevarse cuanto pueden. En el campamento de refugiados palestinos de Yarmuk, el período de “peinado” se amplió porque las tropas no habían terminado de arrasar con todo. El tiempo es obviamente esencial en estos asuntos, y aquellos que llegan pronto se llevan los mejores botines. Por ejemplo, en Daraya, la 4ª división y la inteligencia de la Fuerza Aérea estaban en dos frentes de batalla para retomar la ciudad, y cuando llegó el momento del ta’fish, la inteligencia de la Fuerza Aérea entró primero en la zona, lo que implicaba obtener la parte del león del botín. Esto produjo una disputa que obligó a Maher al-Asad, comandante de la 4ª División, y al general de división Yamil Hasan, de la inteligencia de la Fuerza Aérea, a comunicarse personalmente, resolviéndose la disputa a favor del hermano del presidente antes de que estallaran unos enfrentamientos en aquel momento inminentes.

Las disputas por los saqueos se han convertido en algo habitual y en ocasiones provocan lesiones e incluso la muerte de soldados del régimen. Hasta dentro de la misma división podría estallar la disputa sobre “quién tiene derecho a tomar qué”. Es una reminiscencia de aquellas películas estadounidenses en las que los delincuentes se traicionan constantemente entre sí y donde el más despiadado de ellos es el que más cosas puede llevarse porque los otros rehúsan luchar con él. En el curso de la guerra siria, el tashbih en el ta’ish pasó de atacar primero a la gente a enfrentar a partes aliadas en un mismo bando, y luego entre unos y otros hasta llegar a la gente dentro del mismo bando, haciendo que uno se pregunte: ¿Quién va a ganar? ¿Quién es el más fuerte? ¿Cuánto tiempo van a sobrevivir? La guerra parece convertirse entonces en un gran proceso de selección para elegir la panda de criminales más poderosa posible para controlar Siria de aquí en adelante.

En el ta’ish hay una jerarquía que indica quién tiene derecho a saquear sin rendición de cuentas y quién tiene que enfrentar el destino de un ladrón si no tiene suerte. Parece que no hay razones para la impunidad o el castigo, excepto la posibilidad, o no, de arrestar al autor, con la certeza de que hay nombres que inevitablemente quedan fuera del ámbito de la rendición de cuentas.

Las fábricas, instalaciones e incluso instituciones estatales y cualquier cosa que pueda contener equipo pesado son competencia de los ladrones principales. En los almacenes de la antigua Feria Internacional de Damasco, en el centro de la ciudad, pudo verse amontonada maquinaria pesada y agrícola y otros equipamientos de Ghuta, considerados capital real por sus propietarios. El tráfico se detuvo y los policías facilitaron la entrada de enormes camiones frente a una multitud de espectadores. Aquí, las opciones no violentas se entretejen en las mentes de los sirios, aceptando la derrota ante la violencia abrumadora y vuelven a sonreír ante el ladrón importante que no necesita justificación para lo que hace, mientras que los ladrones más pequeños argumentan sus acciones en su sufrimiento. Aquellos que disponen de dinero podrían comprar lo que necesitan a un precio reducido, y en lugar de reclamar y exigir lo que es legítimamente suyo, se someterán ante quienes son capaces de hacer cualquier cosa y combatirán el tashbih comprando ta’fish, midiendo su éxito en la minimización de su pérdida, con perseverancia, la única alternativa a la entrega total.

Evolución e institucionalización

Algunos combatientes de las milicias dicen que antes se sentían más orgullosos que ahora de lo que estaban haciendo. El hecho de llevar una lavadora o un refrigerador a una familia empobrecida era una prueba material de su victoria y la venganza contra aquellos “terroristas” que mataron a sus compañeros y a los que había que vengar en nombre del Estado, en lugar de un castigo punitivo, como si eso constituyera una lección para la historia y ​​no sólo para ellos. Sin embargo, lo que prevalece ahora es el desconcierto ante la eficiencia de la máquina económica del ta’fish, la meticulosa organización de la misma y la irrupción, tan sólo para saquear, de quienes nunca han participado en una batalla.

La Compañía Siria del Cobre y del Metal está ubicada en el distrito Mezzeh de Damasco y su misión principal es la gestión de los asuntos de Maher al-Asad y el empresario Muhammad Hamsho, así como la compra de cobre robado a los comandantes de las unidades de combate, que llegan desde muy lejos en sus coches con ventanas tintadas y sin placas de matrícula para intercambiar facturas, que previamente han cogido de la empresa, por bolsas de dinero en efectivo. Tres porteadores se sitúan con guardaespaldas de la 4ª división para ayudar a cargar el dinero. Los escasos empleados de la compañía, armados y con uniformes militares, organizan los procesos de transporte, pesaje y pago realizados entre las áreas saqueadas y la fábrica de acero de Hamsho en Adra, al noreste de Damasco. Los camiones de carga llegan a la zona, recogen el cobre y luego lo transportan con escoltas a través de los puestos de control hasta llegar a Adra, donde Hamsho lo vende a precios competitivos, principalmente a los mercados libaneses y sirios. Lo compra al por mayor en aproximadamente 1.500 libras sirias (3 $)) el kilo, pero su valor real está cerca de las 5.000 (10 $).

El método para extraer el cobre revela niveles obscenos y sin parangón de vandalismo. Se quema el asfalto de las carreteras con gasolina y luego se cava el suelo con excavadoras para extraer de él los cables de cobre, ya que hay alrededor de quince metros de cableado de cobre entre cada polo eléctrico y el siguiente. El cobre contenido en cada medidor se vende a aproximadamente 100.000 libras sirias (194 $), y luego estos cables se colocan en hornos donde se derrite el aislamiento de plástico y se recupera el cobre.

Una vez que terminaron los combates en el campamento de Yarmuk, las columnas de humo que durante muchos días siguieron subiendo por el aire procedían del saqueo del cobre. Todos en la ciudad lo observaron, sabiendo que antes ese humo mostraba el cielo oscuro de la guerra, pero este era distinto, un humo que no significaba nuevas muertes sino una paz bastante ambigua con la que van a tener que vivir durante mucho tiempo.

Una economía que se devora a sí misma

El ta’fish agrava el daño económico de la guerra en órdenes de magnitud y aumenta el costo de la reconstrucción para reemplazar lo que se vendió al precio más bajo. Devolver a barrios enteros al estado anterior a la construcción e infraestructuras, y destruir los pocos muros que quedan para extraer y saquear lo que hay en su interior, es un proceso sistemático de empobrecimiento del país. Es un proceso que sustituye la producción con el reciclaje de propiedades, socavando su valor, intercambiando a sus propietarios, como un cadáver putrefacto que devora cualquier signo de vida hasta que simplemente desaparece.

Con el grave descenso de los niveles de vida e ignorando los mercados de “segunda mano”, si uno examina los nuevos productos disponibles, podría encontrar opciones de tercer y cuarto nivel en todo tipo de cosas; una economía paralela que satisface las necesidades de la población en forma de productos de una calidad tan baja que su vendedor no los garantiza un momento después de su compra, y esa compra es una apuesta asegurada tan sólo por la creencia en lo sobrenatural y las plegarias esperanzadas.

Las casas que se construyeron, equiparon y amueblaron teniendo en cuenta la sostenibilidad a largo plazo han sido reemplazadas por una actitud de necesidad a corto plazo, que implica la posible exigencia de tener que prescindir y dejarlo todo en cualquier momento. Incluso quienes trabajan en labores de mantenimiento tratan ahora de prolongar la vida útil en lugar de encontrar soluciones reales a los problemas encontrados, y con frecuencia utilizan equipamiento cuyo origen, que niegan, es el ta’ish, agotando lo disponible sólo para perderlo de nuevo.

La cuestión moral

Los signos de resistencia implícita siguen siendo el único esfuerzo con el que se puede recuperar la esperanza. La condena absoluta del ta’ish puede cuestionarse con acusaciones de falsa superioridad moral diciendo que la necesidad y la demanda son las que mantienen viva la práctica y que la moralización es un falso pretexto. Sin embargo, la necesidad de defender o justificar el acto por su necesidad significa que no es meramente una cuestión de la guerra y del daño que merece el enemigo. Hay una identificación implícita de las personas de las zonas rebeldes, o al menos de quienes están desplazados en las zonas del régimen. Me estoy refiriendo, por supuesto, a los leales al régimen que no tienen reparos en legitimar la aniquilación de los otros.

Sin embargo, hay muchas personas aún que se niegan a comprar los productos del ta’fish, a menudo por razones religiosas enraizadas en la negativa a comprar lo que se ha obtenido de manera incorrecta. Sin embargo, la dificultad de mantener esta actitud proviene del hecho de que quienes así se manifiestan son a menudo las familias desplazadas que suelen dormir en colchones y colchonetas con el logotipo de las Naciones Unidas. Esta es una virtud moral sumamente encomiable, pero su abandono puede no ser una razón suficiente para la reprimenda moral por cómo están las cosas hoy en día. Es fácil construir una retórica moralista que menosprecie a quienes compran artículos robados, pero la transformación de muebles y electrodomésticos nuevos, con la excepción de los productos chinos de baja calidad, en un mercado de consumo que no incluye a nadie más que a élites relativamente intactas por la guerra a nivel económico, obliga a uno a considerar la ética apropiada que cumpla su propósito y logre el bien común.

Tal vez las recientes iniciativas contra el saqueo en Suwayda, que incluyeron campañas audiovisuales en las redes sociales, fatwas religiosas y llevar el asunto a los tribunales del régimen mediante la presentación de demandas, nos han llevado a un ámbito de debate moral sobre el problema en el que algunos sirios parecen tener en cuenta los intereses comunes y ponen todo lo que tienen sobre la mesa de debate, aunque sólo sea hipotéticamente.

Este debate hipotético, y sus conclusiones naturales, nos acercan a expectativas realistas, aunque lleguen demasiado tarde y en los últimos capítulos de la guerra siria y el comienzo de otro capítulo. Ayuda a propiciar oleadas de pensamiento popular que pueden permanecer y establecerse como constantes morales entre los sirios. Hoy en día no disfrutamos del lujo de poder distinguir o elegir, ya que el nivel de vida de la mayoría de la población cae por debajo de las tasas mundiales de pobreza extrema. Para que las cosas sigan igual no habría que advertir de la destrucción del capital social, corrompido aún más por la polarización política. Lo que sigue siendo posible es continuar convocando y promoviendo la moralidad, evitando incriminar. Todo el país puede convertirse en delincuente y quizás el único medio posible de supervivencia sea centrarnos en la virtud; cualquier otra cosa es la ruina segura.

La inestabilidad impuesta por el desplazamiento y la guerra, además de un futuro sombrío e incierto, ha empujado a los individuos hacia opciones que van desde lo moralmente cuestionable hasta lo absolutamente impensable. Se permite que los sirios se defiendan moralmente y justifiquen sus acciones, dado que aún tienen que desarrollar herramientas para comprender o sobrellevar la situación. Esta comprensión es una responsabilidad colectiva, compartida entre quienes son conscientes de las implicaciones de un acto y quienes no lo son. Quizás el debate moral sobre la cuestión del ta’fish sea una posible vía para el diálogo, porque la discusión de las actitudes hacia el régimen ha quedado suspendida indefinidamente en las zonas bajo su control, y el hecho volver a ese nivel de debate solo exacerbará el problema. A la inversa, desarrollar una ética fundamental para todos los sirios que consolide todo aquello que es compartido y moral dentro de nuestra realidad objetiva vivida, requiere que los intelectuales desarrollen un sentido común compartido con todos los demás sirios.

Hay una cifra enorme de sirios a quienes les han robado los frutos de toda una vida de trabajo y hay mucho irreparablemente destruido. Pero quizá sea aún posible utilizar nuestro drama en varios niveles, el más orgánico de los cuales debería someterse a introspección por parte de observadores, para obtener información e intentar transformarlo en una cultura que pueda llegar a los afectados por el ta’fish, tanto víctimas como practicantes. Las acusaciones de robo contra el régimen, incluso por parte de sus propios partidarios, podrían ser un punto de partida que debe aprovecharse y desarrollarse tanto como sea posible, y hoy en día no sirve de nada ridiculizar este bajo nivel de beneficio para los sirios. Quizás baste ahora con que incluso nuestro ciudadano más desvalido y sin voz sea consciente de que el petróleo del país pertenece a Bashar al-Asad, sus telecomunicaciones a Rami Makhlouf y sus metales a Maher al-Asad, y que la experiencia vivida por los sirios les informa sencillamente de que las cosas no podrán seguir igual en el futuro.

Lo que nos queda son las vajillas antiguas exhibidas durante mucho tiempo en las casas de nuestras madres y las láminas con el tema de Romeo y Julieta que exponen la era específica de subyugación que los sirios han vivido; ahora los vendedores ambulantes muestran por las calles esas cosas delicadas y quebradizas, pintando una imagen frágil y triste del fin de trauma de la guerra y la forma en la que permanecerá grabado en los recuerdos de todos los sirios.

[Este artículo se publicó originalmente en árabe el 9 de agosto de 2018 y ha sido traducido al inglés por Moayad Hokan]

Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/looting-years