Europa de Abajo
Alexander Gorski
7 noviembre 2018
Desinformémonos
25 años de represión – El movimiento kurdo en Alemania
El 27 de noviembre de 1978 un pequeño grupo de jóvenes estudiantes se juntó en la provincia turca Diyarbakır. Todos ellos habían sido politizados en las luchas sociales que surgieron en Turquía a partir del año 1968, una fecha que también en el país del Bósforo se caracterizó por movilizaciones enormes de la sociedad civil y el deseo colectivo de una ruptura con el estatus quo. Uno de los jóvenes fue Abdullah Öcalan con entonces 29 años de edad, quien después de haber sido encarcelado por su actividad política, comenzó a tratar una cuestión que hasta este momento no había formado parte de los programas de las innumerbales organizaciones y colectivos de la izquierda turca: la situación del pueblo kurdo, que con más de 40 millones de integrantes sigue siendo el más grande sin Estado-nación propio en el mundo.
Hijo de una campesina turca y un padre kurdo igualmente campesino, Öcallab vio al nacionalismo feroz convertirse en el fundamento de la Nación turca que nacería en la tercera década del siglo 20 bajo el gobierno de Mustafa Kemal Atatürk. Ésto implicaba la marginación de las tradiciones, costumbres y deseos del pueblo kurdo, quienes habitaban las mismas tierras que hoy en día: Turquía, Iraq, Siria e Irán, separados por fronteras y dependiendo de la buena voluntad del respectivo regimen nacional.
Siguiendo la ideología del marxismo-leninismo y con el objetivo de establecer un propio Estado kurdo, Öcallan junto con sus compañeras y compañeros decidieron pelear por la liberación nacional a través de la lucha armada. Como marco organizativo de esta lucha fundaron el 27 de noviembre de 1948 el Partiya Karkerên Kurdistanê, PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán). Desde entonces, éste y sus diversas organizaciones hermanas han estado involucrados en uno de los conflictos más prolongados del mundo. Miles de personas han muerto en las confrontaciones con el ejército turco y sus unidades paramilitares, miles han sido sufrido de tortura, encarcelamiento, desaparición y violación. Muchos se vieron obligados a dejar sus tierras y a buscar un refugio en otro lugar del mundo.
Así fue como un gran número de kurdos llegó a Alemania, donde ya había una comunidad kurda desde los años 60, cuando el gobierno alemán trajo a cientos de miles de trabajadores del sur de Europa para servir como mano de obra barata en la economía de la posguerra. Hoy en día se estima que un millón de personas de origen kurdo vive en Alemania. Naturalmente la gente de la diáspora no renunció a su lucha. Se creó un gran número de asociaciones culturales y sociales con la idea de mantener viva la cultura kurda y apoyar la lucha que seguía en el sur de Turquía. Además se crearon estructuras de las organizaciones en lucha pertenecientes al PKK, se trabajó en la formación de militantes y se llevaron a cabo acciones solidarias en Alemania y otros países.
No tardó mucho hasta que el gobierno alemán también comenzó a reprimir al movimiento. Por un lado debido al interés propio: ¿cuál gobierno capitalista puede permitir una fuerza anticapitalista tan fuerte en su país? Por otro lado, debido a la presión del gobierno turco, que históricamente ha sido uno de los aliados más importantes de Alemania en la región, sobre todo con respecto a las relaciones económicas.
A finales de los años 80 se dio el primer golpe contra los kurdos en Alemania. En un juicio en la ciudad de Düsseldorf, llevado a cabo bajo importantes restricciones a los derechos de los acusados, el Estado alemán mostró su voluntad de enfrentar con toda su fuerza cualquier actividad cercana al PKK. Únicamente dos de veinte fueron condenados a varios años de prisión. Aún así, el Estado alemán tomó una postura clara: optó por la represión.
Consecuentemente el 26 de Noviembre de 1993, el entonces Secretario de Interior Manfred Kanther declaró prohibido el PKK en Alemania, y volvió ilegal cualquier actividad en su nombre o que actuara a favor de sus objetivos políticos. Desde entonces, la represión es una constante para activistas kurdos en Alemania. Cuando el Estado Islámico (IS) comenzaba a esparcir el horror en Iraq y Siria a partir del 2014 parecía que la percepción del movimiento kurdo podía cambiar. Nadie se puso tan valientemente en el camino de los auto-denominados guerreros santos como el YPG/YPJ, las unidades militares kurdas en estas zonas. Salvaron a miles de yezidis de un genocidio que los extremistas islamistas querían llevar a cabo contra esta minoría religiosa. La opinión pública en Europa y Estados Unidos, en donde la PKK y sus organizaciones aliadas están calificadas como terroristas, estaba tomando un nuevo rumbo a favor del movimiento.
Sin embargo, eso cambió rapidamente. Con la forzada reorganización de la República de Turquía en una dictadura abierta bajo el presidente Recep Tayyip Erdoğan, la represión contra los kurdos aumentó de nuevo. El diálogo de paz entre el gobierno turco y el PKK fracasó. De la misma manera, Alemania decidió intensificar sus acciones en contra de la población kurda organizada, sobre todo porque el gobierno de Erdoğan es una clave fundamental para impedir la llegada de migrantes y personas refugiadas al espacio de la Unión Europea y un cliente fiable de cualquier producto alemán, entre ellos rifles, tanques y tecnología de vigilancia.
Bajo esta lógica, el 2 de marzo del 2017, la Secretaría Federal del Interior dio la instrucción a la polícia y a las fiscalías públicas de perseguir cualquier uso de los símbolos de la PKK o de sus organizaciones hermanas. Ésto incluye el rostro de Abdullah Öcalan, quien sigue encarcelado bajo condidciones inhumanas en la isla İmralı en el Mar de Mármara. Frecuentemente las autoridades alemanas prohiben eventos o manifestaciones kurdas bajo el pretexto del uso de dichos símbolos y sobre todo en el Estado federal de Baviera, muchos activistas enfrentan acciones penales por el hecho de haber compartido banderas de ciertas organizaciones kurdas en las redes sociales.
Pasaron 40 años desde la fundación del PKK y 25 de la prohibición del grupo en Alemania. Pero hay continuidad: la represión y la resistencia, la persecucción y la solidaridad. De la misma manera hay rupturas. La más importante es seguramente el cambio que se dio dentro del movimiento kurdo. Había empezado como un proyecto marxista-leninista que buscaba el establecimiento de un propio Estado, siguiendo la lógica tradicional de las luchas de liberación en el Sur Global. Desde el 2005, después de muchas rupturas internas y conflictos ideológicos, el PKK optó por una nueva orientación política bajo el nombre del confederalismo democrático.
En vez de crear otro Estado, el pueblo kurdo organizado busca ahora la autonomía y el autogobierno de las comunidades para dar paso a una sociedad auténticamente antiestatal, antipatriarcal y anticapitalista. En plena guerra en Siria, se dan los primeros pasos para implementar esas ideas en la realidad del proyecto revolucionario de Rojava, que sirve como ejemplo e inspiración para activistas y revolucionarias en todo el mundo. Tal vez por eso los gobiernos de Turquía, Alemania y del resto del mundo tengan tanto miedo al PKK, al pueblo kurdo y su voluntad revolucionaria.