Un salto cualitativo en las tormentas

Esta nueva realidad inutiliza nuestras viejas estrategias y nos fuerza a construir arcas (o como cada quien quiera llamarle a los espacios de autonomía y autodefensa) que necesitamos para no naufragar y morir en la tormenta.
Zibechi cada vez clava el bisturí más al fondo en una evolución que va dejando atrás nuestras viejas estrategias, a lo que agregaríamos además las estrategias camufladas de nuevas por los viejos zorros de la política, que no se van a suicidar, obviamente, pero habrá que demostrar a sus bases que hoy día el trabajo es otro. Por ejemplo en Chile hay algunos grupos partidarios que han inventado la consigna del poder popular comunitario, que por lógica nace castrado al estar subordinado a una organización partidaria. Tristemente en todos los países hay grupos así, estimulados por los avances de la izquierda reformista, aunque zarandeados por sus fracasos, por ejemplo también en Chile, el Frente Amplio ha conseguido atraer sectores revolucionarios y se codean compartiendo discursos y promesas. Nuestra tarea es seguir conviviendo con ellos sin aceptar su conducción hacia lo social, aún a riesgo de desenmascararlos ante los vecinos que creen inocentemente en ellos. La lucha ideológica en ese caso está en evadir los temas macro y sumergirse en el mundo de la cotidianeidad en la producción y reproducción de la vida. La disputa es de referentes sociales, por ejemplo están mostrando la hilacha en la lucha ambiental de Quintero-Ventana-Puchuncaví-Horcón, donde ya se nota que hay partidos detrás de las convocatorias y con ello están sembrando el divisionismo y el debilitamiento del protagonismo social, asunto que a ellos no les interesa pues viven reclutando selectivamente para los viejos aparatos de vanguardia.



Un salto cualitativo en las tormentas
Raúl Zibechi
La Jornada

Estamos entrando en una nueva normalidad. Las cosas no son como eran hace 10 años. Las frases no pertenecen a ningún intelectual sino a alguien realmente importante: el jefe de bomberos de un condado de California. Integran el reportaje del periodista hispano-estadunidense Gustavo Arellano sobre los más recientes y devastadores incendios, que pueden servir como introducción al mundo caótico en el que estamos ingresando (goo.gl/pVezzc).

Los bomberos más experimentados de ese estado aseguran que nunca habían visto algo igual. En la pequeña ciudad de Paradise ardieron 10 mil edificios, hubo cerca de mil desparecidos y los muertos se acercan al centenar. Especialistas aseguran que ya no hay temporada de incendios, como había hasta ahora, porque suceden a lo largo de todo el año.

Al cambio climático se suma la desastrosa urbanización de áreas rurales. Cien millones de árboles muertos en California en sólo cuatro años de sequía (2011-2015), a lo que se suma la brutal especulación inmobiliaria que ha urbanizado las zonas rurales, una impresionante colonización del campo (goo.gl/DneeTq).

¿Podemos imaginarnos lo que sería si los huracanes y los tsunamis dejaran de ser algo excepcional o temporal para convertirse en una nueva normalidad? Agréguese que la mayoría de las grandes ciudades del sur del mundo no tienen más agua potable y sus habitantes deben comprarla, cuando pueden, para no enfermar. Los 20 millones de habitantes de Delhi viven 10 años menos por la contaminación del aire, 11 veces superior a lo permitido por la Organización Mundial de la Salud (goo.gl/v7KNKH).

Estamos ingresando en el momento en cual la tormenta se torna lo cotidiano, agravada por una nueva coyuntura política en la cual los Trump y los Bolsonaro forman parte del nuevo decorado. Hasta el mediocre presidente francés Emmanuel Macron, declaró que el mundo se verá abocado al caos si la decadente Unión Europea no encuentra un rumbo propio (goo.gl/YjBqTH).

Si es cierto, como dice el filósofo brasileño Marcos Nobre, que Bolsonaro fue el candidato del colapso y necesita del colapso para mantenerse, debemos reflexionar sobre este argumento (goo.gl/tSkZaF). A mi modo de ver, tanto el nuevo conservadurismo (fascismo dicen algunos) como el progresismo, son el fruto amargo del colapso y tienen un amplio futuro por delante. Como resultó evidente en Brasil, Lula y Bolsonaro son complementarios y cada quien podrá llegar a conclusiones similares en su propio país.

Creo necesario reflexionar sobre qué entendemos por colapso, a quiénes afectará y cómo podríamos salir del mismo.

En primer lugar, dejar en claro que el colapso en curso es una creación de los de arriba, la clase dominante o el uno por ciento más rico, para superar una situación de extrema debilidad por falta de legitimidad respecto al resto de la humanidad. El colapso es una política de arriba para controlar y disciplinar a los de abajo y, eventualmente, encerrarlos en campos de concentración reales, sin alambradas pero rodeados por campos con glifosato, monocultivos, mega-obras y mineras a cielo abierto.

Rechazo con vehemencia la idea de que el colapso sea un proceso natural o de la naturaleza, e insisto en su carácter de proyecto político que reducir la población del planeta para estabilizar la dominación. Este plan se exterioriza también en los fenómenos naturales, pero su punto de partida es la clase dominante.

La segunda cuestión es que afecta principalmente a los sectores populares, pueblos originarios, africanos liberados de la esclavitud, familias rurales y de las periferias urbanas. Las y los de abajo sobramos en este mundo de acumulación por robo, porque como ya se ha dicho somos el mayor obstáculo para convertir la naturaleza en mercancías.

Los de arriba nos atacan, pero no por razones ideológicas, por racismo o machismo feminicida, sino que utilizan estos instrumentos de dominación y control para lubricar su enriquecimiento ilegítimo y a menudo ilegal. Se volvieron violentos para acumular.

La tercera es que no tiene mayor importancia si estos procesos se producen bajo gobiernos conservadores o progresistas, ya que no pueden controlar la acumulación por robo, lo que no los convierte en inocentes por cierto. El progresismo sudamericano se ha hundido por la violencia y la corrupción que generaron las grandes obras, más que por las acciones de la derecha.

Como señala el periodista de izquierda Leonardo Sakamoto, la aberración de construir una hidroeléctrica como Belo Monte (en plena Amazonia), con su inevitable secuela de violencia contra las poblaciones indígenas, trabajo esclavo y tráfico de personas, fue el fruto de la arrogancia desarrollista del lulismo (goo.gl/44bkpg). Las mega-obras no son errores sino el meollo del progresismo.

Por último, esta nueva realidad inutiliza nuestras viejas estrategias y nos fuerza a construir arcas (o como cada quien quiera llamarle a los espacios de autonomía y autodefensa) que necesitamos para no naufragar y morir en la tormenta.
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Nota de Zibechi:

California, un desastre no tan natural
El estado encadena dos años de incendios gigantes por inusuales altas temperaturas, pero también por una mala gestión del bosque y un desarrollo urbanístico peligroso
El País
12 AGO 2018

No ha hecho más que empezar. Ni siquiera tenía que haber empezado. California está preparada para una temporada de incendios que comienza a finales de agosto y dura más o menos hasta octubre. Este fin de semana, sin embargo, se habrán superado las 332.000 hectáreas quemadas en 2018. Es el doble que la cantidad quemada a estas alturas de 2017. Entre otras cosas, porque el año pasado los incendios más graves se produjeron de octubre a enero. Ya no hay temporada de incendios. Es todo el año.

Dos de los diez incendios más grandes de la historia están activos ahora mismo. El incendio múltiple de Mendocino no estará completamente controlado hasta septiembre, calculan los bomberos. Mendocino está formado por dos incendios que rodean una zona de lagos y bosques a dos horas y media en coche al norte de San Francisco. Esta semana batió el récord de extensión desde que existen registros. El fuego más grande de la historia de California superará este fin de semana las 121.000 hectáreas. Es del tamaño de una ciudad como Los Ángeles o Río de Janeiro. El anterior fue el año pasado. Cuatro de los cinco incendios más grandes de California se han producido en la última década.

Los incendios de julio y primeros de agosto en California han dejado decenas de miles de personas fuera de sus casas. Solo los evacuados por el llamado incendio Carr, en los alrededores de Redding, al norte del Estado, se calculan en unos 37.000. Es el más destructivo hasta el momento. Empezó el 23 de julio y hasta el sábado había quemado 1.077 casas y otros 500 edificios. Está controlado en un 55%. El gigantesco incendio múltiple de Mendocino ha destruido solo 139 casas. El incendio más mortífero en tiempos recientes fue el de Santa Rosa, a una hora al norte de San Francisco, en octubre del año pasado. Siendo 10 veces más pequeño que el de Mendocino, mató a 22 personas al devorar un barrio entero antes de que pudiera ser evacuado.

Viviendas arrasadas por el incendio Carr cerca de Redding, California. Ha sido el más destructivo de este año.
Viviendas arrasadas por el incendio Carr cerca de Redding, California. Ha sido el más destructivo de este año. AFP
El gobernador del Estado, el demócrata Jerry Brown, que impulsa una agresiva política de lucha contra el cambio climático, repitió que se trata de la “nueva normalidad”. Ya lo había dicho en diciembre. “Durante la próxima década tendremos más fuego, más destrucción, más miles de millones gastados”. El cambio climático tiene su parte, dicen los expertos, pero también una mala gestión de los bosques, una excesiva colonización del campo y cierta mala suerte.

El pasado enero, un grupo de investigadores de la Universidad de California en Berkeley presentó un estudio en el que aseguraban que los cuatro años de sequía (2011-2015) habían dejado alrededor de 100 millones de árboles muertos en California. Es decir, una hoguera lista para ser encendida. “La mortalidad de árboles actual es tan grande que existe un gran potencial para incendios masivos en las próximas décadas”.

“Los bosques se han hecho más peligrosos por la forma en la que se gestionan”, explica en una entrevista telefónica Scott Stephens, profesor de ciencia de los incendios en Berkeley y uno de los autores de ese estudio. Stephens se refiere a la política de apagar sistemáticamente cualquier fuego que se produce, que ha sido hasta ahora el estándar en la forma de actuar. “Al apagar los fuegos, el bosque sigue creciendo y hay más combustible en el suelo. Es mejor dejar que entre el fuego en el bosque”.

La responsabilidad que sí se le puede atribuir al cambio climático es que los veranos son cada vez más largos y más calurosos, es decir, las condiciones para que todo eso arda cada vez se prolongan más tiempo. “En julio hemos tenido las condiciones de septiembre” en cuanto a calor y sequedad, dice Stephens. “Normalmente los fuegos son en septiembre y octubre. Lo de julio es territorio nuevo”.

Vecinos de Coronoa, California, observan el incendio Holy en el bosque nacional de Cleveland, el viernes.
Vecinos de Coronoa, California, observan el incendio Holy en el bosque nacional de Cleveland, el viernes. ROBYN BECK AFP
A la brutal sequía siguió un año inusualmente húmedo, que hizo crecer el chaparral y la hierba más de lo normal, y después un invierno seco, el de 2017, que ha convertido todo eso en aún más combustible. Y ahora, hay que sumar unos meses de junio y julio muy calurosos para California. “Estamos viendo una especie de tormenta perfecta de sequía, calor sin precedentes, mucho combustible y mucha gente viviendo en zonas boscosas”, dice Lenya Quinn-Davidson, investigadora de la Universidad de California en Eureka. Quinn-Davidson sí cree que el cambio principal en la última década es el clima. “Hace demasiado calor. Ya no refresca suficiente por la noche”.

Yana Valachovich, asesora sobre bosques en la Universidad de California en Eureka, responsabiliza sobre todo a la forma de atacar el fuego, que “ha acumulado combustible durante 100 años” y al excesivo desarrollo urbanístico en el campo. La actividad humana es la principal causa de los incendios forestales, intencionados o no. El fuego que mató a más de 20 personas en Santa Rosa el año pasado fue provocado por un poste de la luz. Además, “hace más difícil luchar contra el fuego y provocar fuegos buenos” que ayudarían a limpiar el bosque.

Este es el punto principal que los expertos destacan. Al apagar todos los fuegos sistemáticamente, la naturaleza no hace su trabajo de limpiar de vez en cuando el monte. Cuando se inicia un incendio, especialmente en estas condiciones de “tormenta perfecta”, se hace gigantesco. Por eso son cada vez más grandes. “Hemos creado nuestro propio problema y debemos asumir la responsabilidad. Si lo piensas, el fuego es el único desastre natural que combatimos. Con los demás, nos preparamos y nos adaptamos. Con el fuego hacemos lo contrario”, dice Quinn-Davidson. “Espero que podamos convertir esto en una oportunidad”, añade Valachovic.

El humo del incendio Ferguson cubre el valle de Yosemite, California, el pasado día 23. El parque nacional lleva 20 días cerrado al público.
El humo del incendio Ferguson cubre el valle de Yosemite, California, el pasado día 23. El parque nacional lleva 20 días cerrado al público. NOAH BERGER AP
Cuando el público aún digería el récord de Mendocino, el lunes se inició un nuevo fuego en el sur de California. El llamado incendio Holy comenzó en una ladera del bosque nacional de Cleveland, a una hora y media al sureste de Los Ángeles. En solo una semana ha crecido hasta las 7.600 hectáreas y ha obligado a evacuaciones forzosas en pueblos cercanos. Está controlado en un 10%, sigue amenazando viviendas y los bomberos no esperan tenerlo rodeado hasta el 15 de agosto. En este caso hay un detenido. Un hombre de 51 años que vivía en una cabaña en el bosque y está acusado de haber iniciado el fuego intencionadamente.

Los telediarios de California muestran imágenes de suburbios de postal bañados en líquido retardante rosa esparcido desde un Boenig 747. Las fotos del cielo naranja apocalíptico invaden las redes. En plena turística, el parque nacional de Yosemite, una de las joyas del Estado, lleva 20 días cerrado porque otro incendio cercano lo hace irrespirable y peligroso. Los equipos antiincendios pasan ocho meses desplegados en el campo en vez de tres, saltando de una punta a otra del Estado. Ya han muerto 10 personas. La “nueva normalidad” está aquí.