Brasil: Es inútil resistir

Tal vez sea útil remover la ceniza, revolver las cenizas de junio. Buscar en junio no el huevo de la serpiente (es histriónico encontrarlo ahí), sino que una chispa para reabrir su brecha. Junio todavía espera por nosotros. La izquierda es la que no estuvo a la altura de junio.
(Junio fue la movilización de millones de brasileños contra el tarifazo petista, el alza de tarifa del transporte público que hizo el PT y su gobierno, en el fondo el punto de partida de la debacle de ese partido funcional y útil para el empresariado hasta que dejó de controlar a las masas con su falso izquierdismo).



Es inútil resistir
25 nov-18
Murilo Duarte Costa Corrêa /
Universidad Nómada

Me gustaría decirles que es inútil resistir. Que esta palabra, “resistencia”, tan gastada en el léxico político de los últimos años, se volvió la última trinchera de la anti-política legada por la impotencia de las izquierdas, que hoy la blanden como estrategia de pastoreo moral para sus proyectos fisiológicos de poder. En ese contexto, resistir pasó a ser la última expresion vacía de una multiplicidad de cuerpos y mentes separados de aquello que ellos pueden, y cuya lucha parece haberse tornado una forma de perseverar en su propia deposición.

La circulación de la palabra resistencia por redes y ruedas, su aparición en habitaciones grises conectadas al resto del mundo sólo abstractamente, y su insistencia extinta en la corporeidad de los colectivos políticos que buscan organizarla, ya no contiene más que la capacidad – sino para un nuevo reaccionarismo – para una nueva forma social de reaccionar políticamente. Es decir, resistir se ha convertido progresivamente en la palabra que nombra un automatismo identitario, que nos pone de buen grado en la contracorriente de la vivacidad de las fuerzas sociales que, hoy, son capaces de producir transformación (aunque indeseable, bajo muchos aspectos).

¿Pero no deberíamos estar más atentos a los procesos por los cuales el deseo social fue soldado a una serie de creencias más que al contenido terrible que esas creencias manifiestan? En vez de preguntarnos cómo llegamos hasta aquí, deberíamos preguntar cómo ayudamos a traer el deseo social hasta aquí: al punto en que deseo, identidad y pulsión de muerte se mezclan por toda la extensión del espectro político y social. En el Brasil de 2018, y en el léxico de la izquierda que ya no es capaz de proponer un lenguaje a la altura de la indignación social, resistir es reaccionar y reaccionar es resistir. Hacer política a la izquierda se ha vuelto a remolcar de la derecha, una especie de revuelta de los esclavos en la moral, una infinita discusión de valores sin ninguna eficacia práctica. Por eso, diagnosticar el agotamiento de las izquierdas dejó de ser embarazoso y es, ahora, perfectamente trivial.

Alguien atrapado en el fondo del espejo identitario podría extrañarle que a esta altura del campeonato diga de manera tan brutal que es inútil resistir. Tal vez digan que perdí las esperanzas, el brío, que me vendí, que fui convencido, que me convertí en un fascista, un bolsonarista, un derechista; que, sin nunca haber sido comunista, soy un comunista arrepentido (uno de los comunistas de peor tipo, otro enmendaría). Hablar contra la resistencia, que Foucault decía ser primera en relación al poder, suena mal por esos días, con toda certeza. Pero yo pido sinceramente que ahorren sus juicios y sus clichés, porque si fuéramos al fondo de ellos, veríamos que en su mayor parte ellos no son suyos, auténticamente no les pertenecen – pero, exactamente como imaginamos que se pase con los electores de Bolsonaro (supuestamente “Engañados por el WhatsApp”), ellos pertenecen a alguna fanpage lacradora: un Haddad tranquilo, un Ciro Gomes apetecido, un Boulos presidente de la Ursal, o algo que lo valga.

2 Fascismos

Olvidamos la coyuntura, pero no las inconyunturas en el Brasil contemporáneo. No perdamos tiempo con el estado actual de las fuerzas y la estructura que supuestamente lo sostiene, pero insistamos sobre las líneas de transformación social que la izquierda institucional no puede acompañar, y que ella no cesó de combatir desde antes de junio de 2013. La materia inconyuntural es el abanico de antagonismos globales vivos, es la justa indignación popular, que el Bolsonarismo, sectores del empresariado y del mercado de capitales, tuvieron éxito en capturar, asociando un conjunto de deseos a un conjunto de creencias tan autoritarias como usuales, y que el petismo difuso de las izquierdas apenas logra emular, aunque se parece cada vez más como un nuevo evangelismo político.

Si se analiza la coyuntura puede servir de algo, tal vez se preste a definir cómo la izquierda pudo convertirse en esto: una anestesia general contra la indignación, una epidural contra las transformaciones y fugas del campo social y, al mismo tiempo, una teología personalista, que moviliza el lenguaje de la resistencia y del antifascismo, del feminismo y de los genocidios negro e indígena, de los derechos sociales y laborales contra el neoliberalismo global, como coadyuvantes subalternos a un proyecto hegemonista de poder.

De paso, igualan la multiplicidad del campo social instaurando un binarismo regio, una política de amigo-enemigo que traza autoritariamente un “ellos” y un “nosotros”, como imagen social especular del binarismo de la política “real”: Lula-Haddad vs. Bolsonaro; consenso democrático mínimo vs. consenso autoritario-golpista; los demócratas (evidentemente, “nosotros”). los fascistas (por supuesto, “ellos”). Y los fascistas, ¿quiénes son? En potencial, todo el mundo (basta no dominar el código del antifascismo petista para ser considerado como uno, en el esquema sensible del petismo), pero, realmente, nadie. El fascismo, tal como la izquierda hegemonista del PT lo imagina, es un producto de marketing que busca sostener al establishment; una identidad fluida, una capucha prête à porter que tenemos mucha facilidad de denunciar en el otro, pero mucha dificultad de vigilar en nosotros mismos. En el fondo, la operación más profunda de neutralización de la resistencia o del antifascismo, que pasan a ser, en el léxico y en la práctica política efectiva de las izquierdas, del petismo y de sus líneas auxiliares, un conjunto de enunciados inofensivos, incapaces de dar un cuerpo a la indignación social, pero se convierten en herramientas útiles para sostener el hegemonismo lulista – ese cadáver de que buena parte de la centroizquierda y de la extrema izquierda todavía se alimentan.

3 Inconyunturas

Es preciso partir precisamente de ahí, de la única pregunta que vale la pena ser hecha en términos coyunturales y políticos hoy: de unos años para acá, ¿quien dio un cuerpo a la revuelta que poblaba corazones y mentes? ¿Jessé de Souza y la elite universitaria del retraso, gritando golpe? ¿Fernando Haddad, conviniendo con la represión tucana contra junio de 2013 como alcalde de São Paulo y, después, protagonizando, bajo la línea de mando lulo-gleisita, la estrategia general de rifaje electoral de Brasil a la extrema derecha? ¿O la filósofa Marilena Chauí, acompañada por gramscianos como Marco Aurelio Nogueira, que convocaban a las fuerzas del orden a actuar enérgicamente contra los “fascistas adeptos a la táctica del black bloc” al hablar sobre Derechos Humanos para la PMESP? Tal vez el garantismo jurídico-penal del #LulaLibre y sus juristas de sastrería, este correligionario directo de los gobiernos estaduales rapiñadores del PMDB en Rio de Janeiro, responsables de encarcelar a Rafael Braga Vieira por poseer dos botellas de plástico -una de alcohol etílico y otra de agua oxigenada? , ¿Quién conoce a la Dilma de los Programas de Aceleración del Crecimiento neoliberales, etnocidas y ecocidas, de hacer envidiar a Geisel, pero también de Mi Casa, Mi Vida y de los megaeventos operados a costa de remociones, con bancos, financieras y contratistas “campeonas nacionales” más tarde denunciadas en la Lava-Jato y amnistiadas por el CADE); o la Dilma que creó la Fuerza de Seguridad Nacional, que subsidiaría más tarde la temeraria intervención federal en las favelas cariocas, y sanciono la Ley Antiterrorismo con que Bolsonaro amenaza la actuación política legítima de los movimientos sociales que, ironía del destino, constituyen la base social del PT en franca disgregación? Tal vez nuestros miles de amigos de la trinchera algorítmica, que elegimos por identificación narcisista y cuyos menores desvíos políticos causan náusea, revuelta y bloqueo – en ese orden.

Aunque junio no fue la fuente, pero si el tronco principal en el que un conjunto complejo de luchas sociales confluyeron hasta volverse inundación, todo estuvo democráticamente abierto en la brecha de junio: demandas por la ampliación de políticas públicas multi-sectoriales, pautas por la profundización de políticas sociales y de distribución de renta, reivindicaciones anticorrupción, acceso a la metrópoli, el suelo común en el que permanece en juego el estatuto de una nueva ciudadanía biopolítica basada en la producción común; laboratorios sociales y experimentos políticos para transformar la indignación popular de jóvenes, precarios, pobres, mujeres, negros, indígenas, trabajadores cognitivos, etc., en instituciones autonomistas y de radicalización democrática. En una sola palabra, junio fue la sociedad contra el estado – en el sentido que Pierre Clastres dio a la expresión. Junio de 2013 fue un movimiento social general de conjuración del Estado; la manifestación en bloque de un cuerpo social que reivindicaba el poder artificialmente alienado en la forma del Estado, bajo la atmósfera emocional de la indignación y por intermedio de la revuelta profunda de todos los cuerpos. Y fue ese lecho virtual, radicalmente democrático, de junio que las izquierdas no sólo no supieron navegar sino que solo levantaron contra él (sin juego de palabras con Dilma) la inmensa represa.

4 La genealogía lulista

Para comprender el Bolsonarismo, es necesario admitir su genealogía lulista. Entender que lo que hace a Bolsonaro un icono pop es una difracción del lulismo, aunque ella asuma la forma del antipetismo. El antipetismo es un sentimiento socialmente difuso, compartido según un conjunto muy variado de percepciones hipócritas y selectivas que no comporta una explicación homogénea. Desechamos las visiones paranoicas e histriónicas, como la de Jesé de Souza, que encara el antipetismo como un efecto performativo orquestado por los medios, por el poder judicial, por el racismo de las élites y por la clase media. Estos no dejan de ser actores de un proceso ya sintomático de la circulación del antipetismo, pero la explicación por esas vías deja intactas todas las responsabilidades del propio Partido de los Trabajadores en ese proceso, haciéndole parecer como la víctima de una terrible traición de los pobres y de la esperada conspiración de los ricos.

El antipetismo es, por un lado, consecuencia de que el PT no haya capitalizado la indignación de junio. En vez de presentarse como un partido capaz de acelerar las transformaciones en la estructura del Estado, de la democracia y de los servicios públicos metropolitanos que la indignación de junio exigía, el PT se asoció con los sectores más retrógrados de la casta política y económica del país para restaurar las viejas estructuras de legitimidad, actuando como un partido fisiológico, y no de masas. Esto abrió espacio para una candidatura cuya estrategia de marketing era presentarse como anti-sistema. No sólo como “nueva”, sino como capaz de “cambiar eso que está ahí, “talquei”?”. Cuando en junio de 2013 se preguntaba a muchos manifestantes contra que se estaba manifestando, era común oír como respuesta: “contra todo lo que está ahí. El “eso que está ahí” remite a un estado de cosas contra el cual se antagoniza, y que debería ser superado. Esta es precisamente la definición que Marx y Engels dan del comunismo al final de la primera parte de La ideología alemana. Ellos dicen que el comunismo no es un estado a ser implantado, sino “el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”. Entonces, esa es una línea de explicación: el PT formó casta con la casta política contra la cual junio se levantaba, y luego fue echado a un lado por ella. Actúo concretamente por la restauración de junio que el Bolsonarismo última. Reprimió las manifestaciones tanto como los políticos de los partidos más conservadores. Haddad incluso decía a los muchachos del MPL, en junio: “no hay nada que negociar”, hasta que las calles lo hicieron volver atrás y, meses después, disputando la reelección al cargo de alcalde de São Paulo, Haddad fue derrotado en las urnas.

La otra línea de explicación es todo lo que el PT efectivamente hizo, como partido al frente de la administración federal. A parte de todos los avances sociales, el PT lideró un consorcio espurio y corrupto, que junio y el Não Vai Ter Copa ya denunciaban, vinculado a una política neodesarrollista que recuperaba muchos proyectos interrumpidos o engullidos por la dictadura militar. La doctrina de los campeones nacionales (empresas brasileñas, especialmente contratistas, cuyos servicios eran exportados a países africanos y estadounidenses más pobres que Brasil, bajo la forma de un subcolonialismo regional vergonzoso) fue el foco de una sucesión de escándalos. Esto se suma a un escenario macroeconómico de crisis, para el cual el desarrollismo neoliberal de Dilma ya no podía ofrecer respuestas, al activismo institucional del MPF y de jueces federales (que hoy asumen superministerios en el gobierno Bolsonaro), el aumento del desempleo, la inflación – controlada por medio del aumento de los intereses, una política que encarece el crédito y provoca contracción económica; las medidas correccionales del gobierno Dilma II y de Temer afectan negativamente, y con más intensidad, la franja social que había sido beneficiada por las políticas de distribución de la renta en los tres gobiernos petistas anteriores. El PT pierde progresivamente sus bases sociales y listo: se dan las condiciones para el antipetismo, que son atribuibles, en última instancia, más al PT que al cosidetto “golpe”.

5 El agenciamiento bolsonarista

Desde el punto de vista de junio, y de la multiplicidad de sus pautas, la victoria del Bolsonarismo representó su restauración total. La indignación social no dejó de ser múltiple, pero fue institucionalmente canalizada hacia un núcleo de creencias más conservador. En los años que siguieron a 2013, la política de las calles fue progresivamente restaurada en el receso de los palacios.

Los resultados de la operación Lava-Jato y el impeachment de Dilma, imaginados por el consorcio peemedebista como eventos que enfriarían los ánimos de los manifestantes anticorrupción de 2013 y del Fora Dilma, de 2016, resultaron en el confinamiento de la política de las calles a la esfera formal de representación. Esto fue como un guiño a la posibilidad de traicionar en la estrategia de reorganización “por arriba” que el establishment preparaba en sus técnicas sacrificiales (perder a Dilma para no perder el lulismo, perder a Cunha para no perder el perder el peemedebismo, perder a Aécio para no perder el tucanato etc.).

La llamada “nueva clase media” inventada por el neodesarrollismo, por las políticas de distribución de renta y de acumulación de capital humano y biopolítico de los años Lula y Dilma, compuesta por trabajadores precarios, empresarios de sí mismos, jóvenes estudiantes suburbanos – y en un corte estereotipadamente masculina, pero no sólo-, migró al Bolsonarismo, jugando en el error de la izquierda, que sólo conseguía pensar el rechazo de junio en relación a los partidos, a la representación, a la sociedad dividida, como una forma social de anti política.

La perspicacia del Bolsonarismo se resume en la posesión de una sensibilidad para lo social que las izquierdas perdieron: la capacidad de identificar quiénes fueron los que más perdieron con la crisis de 2015 (la nueva clase media); la sensibilidad para alinear sus pautas a un deseo de cambio en la esfera de la representación política y de restauración, en la esfera de las costumbres y de la política cotidiana; la capacidad de agenciar deseo y creencia según un lenguaje anti estatista (todo el problema de Brasil es el Estado y su corrupción) y al mismo tiempo nacionalista y patriótica, en una deriva antiglobalización. Es decir, la capacidad de presentarse como alternativa anti-establishment, formando un consenso entre los sectores sociales más afectados económicamente y simbólicamente por la crisis de 2015 (la nueva ex clase media) y los más ricos (formalmente, un nuevo lulismo conservador ). Coló en todo el mundo: por un lado, un discurso anticorrupción y anti-estado, antiglobalización y patriótico pero, paradójicamente, neoliberal desde el punto de vista económico; por otro, una actuación política neoconservadora en las costumbres y creencias, pero transformadora de las viejas caras de la política.

Estas son, en gran medida, las líneas que componen el agenciamiento bolsonarista, que no sólo captó la indignación social, creando un pacto fundado en una mezcla de deseos y creencias socialmente transversales, porque atraviesan todas las clases, de arriba abajo, bajo el mito de Brasil como sociedad “sin divisiones”; pero que reterritorializó los flujos y las fugas que junio ensayaba, cerrándolos en un sistema autovalidante y autorreferente. El voto a Bolsonaro es menos fruto de la negación de Lula, de un antipetismo radical y odiante (aunque ésta no deja de ser un componente), que de su duplicación especular en un agenciamiento bolsonarista: un territorio existencial “nuevo y positivo” que el Bolsonarismo mesiánico promete; un nuevo lulismo, pero ahora derechizado. Por lo tanto, deberíamos analizar el fenómeno del Bolsonarismo no a partir de sus rasgos negativos (lo que él rechaza), sino de sus rasgos positivos (a partir de en qué deseos y creencias él puede afirmarse).

6 Pragmática sensible

Ante ese cuadro, no estoy en condiciones de apuntar salidas. Sólo puedo sugerir que duden de cualquiera que diga que lo está. Intente, si es posible, no seguirlos. Porque los dos hombres que, hoy, tienen salidas para Brasil, son Lula y Bolsonaro. Yo preferiría que no… Pero algo para mí está claro. Es inútil resistir. Es inútil rechazar. Toda reacción política al Bolsonarismo es una forma de confirmación y sello. No hay nuevo progresismo ni campo democrático de resistencia. El progresismo y el campo democrático están dados como condiciones internas al agenciamiento del Bolsonarismo. El fascismo no es un conjunto de creencias personales o colectivas, sino una posibilidad cancerosa, trágica e inherente a las mutaciones que se desarrollan en un campo democrático. Es en él donde hay que investigar los gérmenes de la indignación que permanece encendida y que vendrá, porque el Bolsonarismo ya comenzó a revelarse parte del establishment palaciego. Este es el riesgo que corre el candidato antisistema que quiere ser parte del sistema: el riesgo de conseguir, de convertirse en sistema, de corresponder al deseo social con fraude y destrozar el tejido de las creencias que lo sostenían.

Una nueva videncia colectiva como ésta puede sentar las bases para un nuevo conjunto de deseos y creencias sociales, más radicalmente democráticos. Por eso, si las izquierdas desean auténticamente recuperar algo de su potencia política, necesitan abandonar todos los proyectos personalistas, toda la curaduría partidaria, toda la servidumbre voluntaria que los envuelve; deben llevar al límite la operación política que anima el bolsonarismo: rechazar al PT, reconocer que el campo de luchas ya le escapa y lo excede. Y, además del bolsonarismo y del lulismo, incapaces de esa ética, vigilar al fascista en nosotros, bajo la forma de una ascesis continua, que permita comenzar a gestar las condiciones para la emergencia de una nueva capacidad colectiva de sentir …
Deleuze definía a la izquierda como una forma especial de la sensibilidad, un modo de sentir y experimentar el mundo. Quien es de derecha se preocupa primero consigo mismo, después con su familia, su vecindad, su ciudad, su país y, con suerte, con el mundo. Quien es de izquierda se preocupa ante todo con el mundo, su continente y su país, con su ciudad y su vecindad, con su familia y, por último, consigo mismo. Por eso, no hay, ni habrá, programa de izquierda, o gobierno de izquierda: o la izquierda será una pragmática sensible o no será nada. Para ello, tal vez sea útil remover la ceniza, revolver las cenizas de junio. Buscar en junio no el huevo de la serpiente (es histriónico encontrarlo ahí), sino que una chispa para reabrir su brecha. Junio todavía espera por nosotros. La izquierda es la que no estuvo a la altura de junio.

Traducción del portugués: Santiago De Arcos-Halyburton