Brasil: de luchas, renta y médicos cubanos

Cuando la izquierda escucha Cuba ya comienza a soñar con las epopeyas en las montañas cubanas y de fondo una canción de Violeta Parra, como si el programa Más Médicos (lanzado en 8 de julio de 2013 por el gobierno de Dilma Rousseff, tras la derrota del PT que intentó encajar al pueblo el tarifazo rechazado en las calles por millones, y cuyo objetivo es suplir la carencia de médicos en los municipios del interior y en las periferias de las grandes ciudades de Brasil) fuese la última floración del internacionalismo latinoamericano. Del otro lado, la derecha ideológica denuncia el experimento perverso de un Estado totalitario que somete a sus propios ciudadanos al trabajo forzado. Unos y otros protagonizan una película mala, plagada de clichés, vagamente inspirados en la historia del siglo pasado.



Brasil: de luchas, renta y médicos cubanos

25 noviembre, 2018
Bruno Cava Rodriguez
Universidad Nómada

Cuando la izquierda escucha Cuba ya comienza a soñar con las epopeyas en las montañas cubanas y de fondo una canción de Violeta Parra, como si el programa Más Médicos (lanzado en 8 de julio de 2013 por el gobierno de Dilma Rousseff, cuyo objetivo es suplir la carencia de médicos en los municipios del interior y en las periferias de las grandes ciudades de Brasil) fuese la última floración del internacionalismo latinoamericano. Del otro lado, la derecha ideológica denuncia el experimento perverso de un Estado totalitario que somete a sus propios ciudadanos al trabajo forzado. Unos y otros protagonizan una película mala, plagada de clichés, vagamente inspirados en la historia del siglo pasado.

Es difícil pensar el Más Médicos sin tomar en cuenta Junio de 2013. Ahora se habla bastante en conceptos del pensamiento económico: concurrencia, salario justo, corporativismo, formación de precios; pero son colocadas en segundo plano las jornadas de Junio de 2013 y la huelga de los camioneros, que están asociadas a la conducción de los precios administrados por el gobierno: las tarifas de autobuses urbanos (2013) y el precio del diesel (2018). Las luchas resultaran en reducciones de 20 a 46 centavos, respectivamente.

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Existen varias teorías sobre la formación de precios. El padre del liberalismo económico, Adam Smith, tuvo la idea revolucionaria de que, dado un conjunto suficientemente grande de agentes racionales, si cada uno persigue su propio interés, de manera egoísta, la acción combinada de todos convergirá en la mayor eficiencia del todo. O sea existe una mano invisible, supra personal, que guia la interacción racional de los grandes números llevando a la maximización del producto total. Adam Smith se volvió el marco de la microeconomía: la optimización de los procesos económicos debe partir de abajo hacia arriba, llegando a un equilibrio global fundado en la aglutinación matemática del juego de la oferta y la demanda. León Walras, en la década de 1870, desarrollo un modelaje de formación de precios de abajo hacia arriba, de la nube difusa de sujetos a los índices agregados, elaborando la primera Teoría del Equilibrio General.

Pero Smith también fue un pensador de la macroeconomía. Rompiendo con sus predecesores fisiocráticos, sostenía que aumentar la riqueza de las naciones implicaba abrazar la Revolución Industrial, y que los estados precisaban dirigir sus inversiones al capital productivo. La fuerza de trabajo debería ser movilizada en la dirección de la industria. Otro liberal, J.M. Keynes, profundizó el aspecto macroeconómico de la teoría smithiana: el estado debería coordinarse con los empresarios para promover un mix de inversiones públicas y privadas y, de ese modo, mantener la economia caliente. El estado debería entonces incentivar la “eutanasia del rentista”, es decir, no debería bajo pretexto alguno salvar a los agentes económicos ineficientes o parasitarios. En el keynesianismo, inversión productiva y propensión al consumo son la clave de una demanda efectiva que actúa en la forma de una psicología de masas: la confianza social en la virtud del sistema realiza esa propia virtud, evitando crisis de depresión y paranoia. Pero otro liberal, David Ricardo, contemporáneo de Smith, tenía una pretensión distributiva y es la principal referencia filosófica de la social democracia y de muchos socialismos científicos. Ricardo diferencia precio de valor. La diferencia es que el valor puede ser medido objetivamente y, por lo tanto, las parcelas de valor pueden ser atribuidos a determinados segmentos sociales. Es el racionalismo distributivo. Para Ricardo, la composición del valor está dada por el tiempo de trabajo concretizado en el producto o servicio, multiplicado por un coeficiente cualitativo. Un médico, por ejemplo, incorpora en su tiempo de trabajo una exhaustiva, larga y onerosa formación, generalmente a tiempo completo. El equilibrio ricardiano, en lugar de derivar del producto global de una multitud de interacciones racionales, consiste en considerar a cada uno su parte. O sea, el salario debe corresponder al valor concretizado del trabajo. Existiría por lo tanto un salario justo, dado por el balance entre el precio reconocido al trabajo y el valor agregado por el mismo trabajo. En el fondo, Ricardo es un teorico de la justicia, predecesor de un John Rawls de hoy (los economistas políticos clásicos eran filósofos morales)

Karl Marx no era un economista político clásico y su principal contribución fue contestar la teoría del valor de David Ricardo. Su más famosa obra tiene por subtítulo: “Critica de la economia política”. Contra el socialismo de su tiempo y las teorías distributivas, Marx entiende que la ecuación no puede ser equilibrada. Existe un desequilibrio inamovible en el sistema que es, exactamente, lo que él llama relación del capital. No porque los capitalistas sean ambiciosos o porque la distribución de la riqueza social sea económicamente injusta en virtud del mayor poder político de la clase dominante. Eso ya está, al menos implícitamente, en David Ricardo. La contribución de Marx es mostrar como el desequilibrio es lo que hace al capitalismo funcionar: el desequilibrio es necesario para que el valor pueda ser producido y reproducido, de manera que, dentro de esta lógica, él no tiene como ser reequilibrado. Esto es, no existe salario justo, ese es un concepto quimérico. Toda relacion de trabajo implica un desequilibrio que, en términos políticos, él denomina ‘explotación’: el valor presupone una extracción de plusvalía, de apropiación del trabajo ajeno y la dirección del conjunto de la cooperación social (el trabajo colectivo) para la reproducción del propio sistema. Y más aún: o el capital intensifica y profundiza la explotación y, por lo tanto, aumenta la taza de plusvalía sobre el valor producido, o muere. Como los tiburones, el capital es forzado a continuar depredando y engordando en la compulsión estructural. Por eso, para Marx, la crisis es intrínseca a la relacion del capital y el desarrollo de las fuerzas productivas lleva al sistema a caminar en dirección a su colapso, pues eleva la explotación a altas cimas al mismo paso que incorpora y moviliza ‘en abyme’ a la fuerza de trabajo.

Es por eso que Marx, contra los liberales smithianos (inclusive, ex ante, Keynes) y Ricardo, realiza un desplazamiento en el pensamiento económico. Lo central no es la formación de los precios ni la teoría del valor, sino que el dinero. El marxismo de Marx es, antes que nada, una teoría monetaria. La lucha por el dinero es directamente politica. El precio no es el resultado de las interacciones racionales en un modelo del equilibrio general (Walras), ni la resultante del reequilibrio vigilante entre microeconomía y macroeconomía (Keynes), sino que un enfrentamiento de fuerzas, una relacion de poder con dos polos asimétricos. El precio del salario está dado por la capacidad de los trabajadores de organizarse y de movilizarse por el precio. El precio es político, que es la base de la teoría marxiana de pensadores económicos como Mario Tronti o Toni Negri. Los 66 centavos (que se van a multiplicar a los billones, pues son precios claves de la economia), conquistados en las principales luchas brasileñas de la década del 2010, son la contribución politica de la multitud en la formación de los precios, contra el contubernio estado/mercado que determina la tarifa de autobús o el precio del combustible.

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Y ahí, hecho el excurso, llegamos nuevamente al caso de Más Médicos. Me voy a referir ahora a dos jóvenes economistas, que se han esforzado por entender la historia del país.

En “Valsa brasileira” (2017), Laura Carvalho interpreta Junio de 2013 como un conflicto redistributivo: empujado por el aumento del salario mínimo por parte del gobierno y por medidas de valorización de la renta popular (un abanico de subsidios), la población se movilizó aún más para ampliar las demandas y presionar por mejores salarios. Aquel año, vale recordar, fue el record de huelgas contabilizadas por el Diesse: 2.050 en un único año. Mientras, el gobierno estaba a contracorriente del incremento de la inversión pública y del consumo popular, pues adoptó una agenda de inversión privada que entendía era el capital más productivo, la llamada “Agenda Fiesp”, donde estaba Odebrecht, constructoras, agronegocios, industriales automotores. El análisis no deja de ser en buena medida correcto, pero aún se limita a la lógica ricardiana, esto es, a la teoría del valor – que por cierto es la base de buena parte de la reflexión socialista y de la socialdemocracia en Brasil.

Monica de Bolle, en “Como matar la mariposa azul” (2017), va más al fondo de la cuestion. Ella muestra el tono del gobierno de Dilma fue subordinar las cuestiones microeconómicas a los problemas macroeconómicos, bajo la ilusión de que el gobierno podría intervenir más directamente sobre los precios. La autora narra cómo el gobierno amplio el margen de discrecionalidad sobre una serie de decisiones relativas a la conducción de los precios administrados (energía eléctrica, petróleo, tarifas, etc…), la tasa de intereses, las reducciones fiscales y todo tipo de subsidio a lo que Dilma entendía era el capital productivo (los campeones nacionales). Fue un menú completo de medidas normativas que pretendían imprimir un control del estado sobre el funcionamiento económico. Muchos análisis más a la izquierda, como el de André Singer, tienden a ver que las medidas de Dilma fueron desastrosas porque no tomaron en cuenta la correlación de fuerzas, pero en esencia justas y hasta valientes, pues estarían enfrentando el poder económico financiero. El texto de Monica es devastador inclusive para revelar como, en verdad, las medidas del gobierno estaban sujetas al corto plazo y no incorporaban, en su génesis, un correspondiente proceso económico capaz de darles sustancia y tendencia.

¿Cuál sería el proceso entonces? Es ahí que las luchas como las de Junio de 2013 y la huelga de los camioneros deben ser pensadas como fuerza económica. Las conquistas de los 20 y 46 centavos reconstruyen la confianza social en la capacidad de movilizarse. Dentro del abatimiento de los precios, existe un margen de produccion de subjetividad que es más virtuosa que los decretazos de palacio, aunque el palacio sea visto como una especie de Kremlin tupiniquim contra los banqueros globalista y su “guerra económica”.

De qué manera una removilización social es removilización productiva, como la conquista de renta (directa o indirectamente) esta acoplada a una nueva composición politica del trabajo, y como todo eso incide sobre la formación de precios? Inclusive la renta, el precio del trabajo social. Un campo enorme a pesquisar y, en ese sentido, recomiendo la produccion teórica de Giuseppe Cocco, que siempre insistió mucho sobre los desaciertos económicos de Dilma y su relacion con las luchas.

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Para terminar, ¿y el Mas Médicos? Fue una respuesta del gobierno a Junio de 2013. Fue lanzado al mes siguiente para atender una de las principales pautas difusas del movimiento, la salud. Desde el punto de vista distributivo, podríamos terminar la argumentación aquí, inclusive racionalizando el bajo precio del salario del médico cubano, que sería compensado en Cuba por una reinversión en servicios públicos y, en el cómputo global, tendríamos un equilibrio ricardiano. O podríamos usar a Smith o Walras para impugnar la descompensación introducida en el sistema de formación de precios (“falta de concurrencia”), perjudicando el mercado de los servicios de salud como un todo. O el propio Ricardo, junto con la categoría de los médicos, para alegar la deflación salarial injusta, reduciendo el valor del trabajo de los médicos en detrimento del médico nacional.
Pero me quedo con lo siguiente: la legión de pobres conquistó, a través de las luchas de Junio (sentido amplio), una solución precaria y desastrosa, pero que venía funcionando. Y no se puede esperar la revolución liberal o socialista para tener atención médica. Así como con las cuotas raciales, no se puede esperar a la abolición del racismo para entrar a la universidad. Esto no exime al gobierno de gobernar: convenir con la sociedad y los movimientos en la construcción de soluciones mejores. Aunque haya trabajado para destruir Junio, inclusive con la ley de organizaciones criminales (agosto de 2013) y la ley antiterrorista (marzo de 2016), en esto, por lineas torcidas, el gobierno de Dilma acabó yendo al encuentro de Junio.

¿Y los médicos cubanos? Esos no son víctimas de un totalitarismo de izquierda y no están en un Gulag. Son, si, explotados a tasas asiáticas por una dictadura fallida y anacrónica que explota el trabajo cualificado para obtener ingresos y sustentar el régimen castrista. La diferencia de ellos y los bolivianos explotados por Zara o por los chinos y que viven en jaulas en la periferia de de São Paulo no es de naturaleza, sino que de grado. Pero no son solo “victimas”. En primer lugar, porque son migrantes y como tales, resistencia en movimiento. En segundo lugar, porque ya venían movilizándose políticamente, a pesar de la represión a la disidencia por el estado cubano, llegando a llamar al propio régimen de trabajo de “esclavo” o de “semi-esclavitud”, palabras de una fracción de ellos.

La lucha genera más lucha y los nuevos problemas siguen su marcha, debiendo ser analizados al interior del propio movimiento.

Traducción del portugués: Santiago De Arcos-Halyburton