Los chalecos amarillos de Francia: un movimiento que sigue sus propias reglas

En Francia, la combinación de descontento y desconfianza ha creado una fuerza en expansión de los “chalecos amarillos” y lo más seguro es que aún no esté cerca de alcanzar sus límites.
Aún no se lo han apropiado la nacionalista de extrema derecha Marine Le Pen ni el líder de la extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, por mucho que intenten reclamarlo como suyo.
Y justo eso hace único al movimiento de Francia, en comparación con, digamos, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, el cual surgió de una aversión similar hacia los partidos políticos y una desconfianza en las élites, y que se ha mantenido como la expresión auténtica de la voluntad popular.



Los ‘chalecos amarillos’ de Francia: un movimiento que sigue sus propias reglas

7 de diciembre de 2018

Las exigencias de los llamados Chalecos Amarillos en Francia son similares a aquellas de otros movimientos populistas, pero el levantamiento no está relacionado con ningún partido político, mucho menos con uno de derecha.

PARÍS — Demasiado poco, demasiado tarde: esa fue la respuesta esta semana de los llamados manifestantes de los “chalecos amarillos” ante la repentina marcha atrás que dio el gobierno francés al aumento del impuesto sobre la gasolina. Los “chalecos amarillos”, quienes han convulsionado Francia con protestas violentas en las últimas semanas, afirman que quieren más, mucho más, y lo quieren ahora, no después: impuestos más bajos, salarios más altos, liberación del continuo temor financiero y una vida mejor.

Esas exigencias más profundas, la incapacidad del gobierno para mantener el paso y un resentimiento feroz contra las ciudades prósperas y exitosas corre como un cable electrificado que conecta levantamientos populistas en Occidente, incluidos los del Reino Unido, Italia, Estados Unidos y, en un grado menor, Europa central.

El vínculo entre estos levantamientos, más allá de las exigencias, es un rechazo a los partidos, los sindicatos y las instituciones gubernamentales existentes, los cuales se perciben como incapaces de canalizar la profundidad de sus reclamos o de ofrecer un refugio en contra de la inseguridad económica.

Sin embargo, lo que diferencia a la revuelta en Francia es que no ha seguido el manual populista de siempre. No está atada a un partido político, mucho menos a uno de derecha. No se enfoca en la raza ni en la migración, y esos puntos tampoco aparecen en la lista de exigencias de los “chalecos amarillos”. No la encabeza un líder que escupe fuego por la boca. El nacionalismo no está en su agenda.

En cambio, el levantamiento es en gran parte orgánico, espontáneo y autodeterminado. Sobre todo, se trata de las clases económicas y gira en torno a la incapacidad de la gente para pagar las cuentas.

En ese aspecto, se parece más a Occupy, las protestas en contra de Wall Street que iniciaron los trabajadores pobres de Estados Unidos.

En París, se dio en las calles con las tiendas de lujo, la avenida Kléber y la calle Rivoli —símbolos del privilegio urbano que contrastan con las provincias anodinas de donde surgieron los “chalecos amarillos”— donde el 1 de diciembre rompieron escaparates.

No obstante, el movimiento también proviene de una profunda desconfianza hacia las instituciones sociales, pues se percibe que estas funcionan en contra de los intereses de los ciudadanos, y que serán una dificultad particular para que el gobierno resuelva esta crisis. Los “chalecos amarillos” desprecian a los políticos y rechazan a los socialistas, la extrema derecha, el movimiento político del presidente Emmanuel Macron y a todos los que se encuentren en medio.

El movimiento fue “totalmente inesperado para los partidos”, comentó el politólogo Dominique Reynié. “El sistema está en crisis”.

De hecho, por lo menos hasta ahora, el movimiento de Francia sigue relativamente poco estructurado. Aún no se lo han apropiado la nacionalista de extrema derecha Marine Le Pen ni el líder de la extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, por mucho que intenten reclamarlo como suyo.

Y justo eso hace único al movimiento de Francia, en comparación con, digamos, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, el cual surgió de una aversión similar hacia los partidos políticos y una desconfianza en las élites, y que se ha mantenido como la expresión auténtica de la voluntad popular.

Se pueden decir muchas cosas similares del Partido de la Independencia del Reino Unido, el cual le dio voz al brexit y al rechazo público de las estructuras de la Unión Europea, así como a sus divisiones de clases con Londres. O, si estamos en esos territorios, podría decirse lo mismo del presidente Donald Trump, quien menosprecia a las instituciones; sus simpatizantes de las zonas rurales y de más allá de los suburbios coinciden con él.

“Existe el mismo grado de miedo, ira y ansiedad en Francia, Italia y el Reino Unido”, comentó Enrico Letta, ex primer ministro de Italia que ahora da clases en el Instituto de Estudios Políticos en París. “Esos tres países tienen el nivel más alto de desfase de clases”, explicó Letta.

Durante los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial “estuvieron en la cima del mundo”, comentó Letta, “en el mismísimo centro”. Estos países “solían vivir con un nivel muy alto de bienestar promedio”, mencionó. “Ahora, hay un gran temor de que todo pueda desaparecer”.

Ese miedo trasciende a todos los demás. Por lo tanto, en Italia, la propuesta del Movimiento 5 Estrellas de un “ingreso ciudadano”, o un ingreso garantizado parecido a un seguro por desempleo, sirvió para que el movimiento conquistara el sur empobrecido del país. En el Reino Unido, se vendió el brexit en parte como un escape de las restricciones financieras de la Unión Europea, las cuales se percibían como incapacitantes.

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La violencia en algunos vecindarios acaudalados en París simboliza el odio hacia los “ganadores” en el sistema global, afirman analistas. Credit Thibault Camus/Associated Press
“Hay una angustia social que existe prácticamente en todas partes”, comentó Marc Lazar, especialista en historia italiana del Instituto de Estudios Políticos. “La gente que está muy preocupada por el futuro no solo está sufriendo, sino que tiene una profunda desconfianza en las instituciones y los partidos políticos. Esto se puede ver en todas partes de Europa”.

En Francia, la combinación de descontento y desconfianza ha creado una fuerza en expansión de los “chalecos amarillos” y lo más seguro es que aún no esté cerca de alcanzar sus límites. La protesta ya ha cambiado de una revuelta por un pequeño aumento al impuesto sobre el combustible a demandas por mejores salarios y más.

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Manifestantes en Guéret, Francia. La combinación de descontento y desconfianza ha hecho de los Chalecos Amarillos una fuerza en crecimiento. Credit Andrea Mantovani para The New York Times

“El impuesto a la gasolina fue solo el inicio”, señaló Tony Roussel, vocero del movimiento en Marsella. “Ahora están todos los demás impuestos. Están los salarios. Está el salario mínimo”.

La respuesta del gobierno ha sido especialmente tensa. Por un lado, hay altos funcionarios que expresan empatía, pues no se atreven a oponerse porque las encuestas muestran un gran apoyo por el movimiento; por el otro, los mismos funcionarios están furiosos y exasperados por el desafío violento a la estructura institucional de Francia.

El resultado es una especie de parálisis que detiene ajustes y lo más probable es que esta situación provoque más desafíos.

“Aún no han entendido nuestras exigencias”, dijo Roussel por teléfono esta semana. “Esto fue como un petardo en el agua”, señaló para referirse a la suspensión de seis meses que realizó el gobierno al aumento sobre el impuesto al gas.

Las protestas no se detendrán, prometió Roussel, hasta que se hagan concesiones más profundas.