Maristella Svampa*, Ariel Slipak**
CHINA EN AMÉRICA LATINA:
DEL CONSENSO DE LOS COMMODITIES AL CONSENSO DE BEIJING
AMÉRICA LATINA EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
Durante las últimas dos décadas del siglo XX el mundo fue testigo de importantes transformaciones en la forma de producción y acumulación global, como así también de la consolidación de un orden internacional en apariencia unipolar que tenía a Estados Unidos como rector indiscutido del mismo.
Desde un punto de vista político, la caída del Muro de Berlín, la finalización de la denominada “Guerra Fría”, la debacle económica y política de la U.R.S.S. y otros países del bloque socialista, daban fin a un orden bipolar, para abrir otro en el cual la supremacía de EE.UU. –en los aspectos productivos, financieros, militares, tecnológicos y capacidad de ejercicio de coacción y coerción sobre las demás naciones– parecía indiscutible.
En cuanto a la faz productiva, cobran mayor relevancia las grandes empresas transnacionales (ET) como organizadores de las cadenas globales de valor (CGV), que, concibiendo la producción a escala
global de manera sistémica, localizan las diferentes etapas del proceso
* Investigadora Principal del Conicet y Profesora de la Universidad Nacional de La
Plata (Argentina).
** Economista (UBA). Profesor Regular del Departamento de Economía de
Universidad Nacional de Moreno (UNM). Becario Doctoral del CONICET.
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productivo en regiones disímiles del planeta según las ventajas comparativas que puedan encontrar en cada una de ellas.
En este contexto, en una América Latina ahogada por el endeudamiento externo, la hiperinflación y el legado traumático que dejaron
las dictaduras cívico-militares, asomaba como inapelable un alineamiento político y económico con EE.UU, las potencias occidentales
tradicionales e instituciones como el Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial (BM). El cumplimiento del decálogo de
políticas de reforma de la arquitectura financiera local, leyes de recepción de la Inversión Extranjera Directa (IED) y ajustes fiscales y
monetarios permanentes que prescribía el denominado “Consenso
de Washington”, aparecía como un camino obligatorio a seguir para
emular a las economías desarrolladas.
Sin embargo, estas transformaciones económicas globales que
implicaban una migración de etapas productivas hacia la región de
Asia-Pacífico, en forma simultánea con una serie de cambios internos
en la República Popular de China (RPCh), generaron que hacia inicios
del siglo XXI nos encontremos con que este país se ha convertido no
solamente en un gran actor económico sino también en una potencia
en expansión desde un punto de vista geopolítico.
El declive económico de EE.UU. y los otros países del G7 tras la
crisis económica y financiera internacional de 2008, generan un escenario tal que pone en jaque la consolidación de un orden de carácter
unipolar bajo el liderazgo único e indiscutible de EE.UU. y hasta permite pensar en una hipótesis de transición hegemónica.
Así, entre los principales cambios de carácter económico transcurridos en los últimos tiempos, nos encontramos con el desplazamiento de procesos fabriles desde el tradicional “Norte global” hacia los
países de Asia-Pacífico, adquiriendo especial relevancia el caso de la
RPCh. El acelerado crecimiento industrial y la elevada tasa de urbanización de este país, trajo aparejado un incremento sin precedentes
de la demanda –y por consiguiente del precio– de varios productos de
origen primario-extractivo. Esto último, junto con el acentuado rol de
China como proveedor global de manufacturas finalizadas, bienes durables de producción, e insumos industriales, fueron consolidando la
expansión de un vínculo comercial basado en ventajas comparativas
estáticas tradicionales, reforzando un rol para América Latina como
proveedor de productos básicos. Esta forma de interacción comercial
se ve reforzada hacia finales de la primera década de 2000 con un acelerado incremento de inversiones de China en la región.
Para los gobiernos de América Latina de inicios del siglo XXI –
que en su mayoría cuestionan el rumbo político y económico de sus
predecesores en las décadas de 1980 y 1990–, la relación con China
Maristella Svampa, Ariel Slipak
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adquiere un carácter de estratégico, una oportunidad para la creación
de un nuevo orden global de carácter multilateral, más equitativo y
más justo, en el cual los países de la región se verán empoderados.
En este artículo discutimos sucintamente el escenario de ascenso de China en el orden global, para luego realizar algunas caracterizaciones de su relación con América Latina e inspeccionamos en
particular los flujos de IED provenientes de aquel país como una
arista de dicha relación. Nuestro propósito principal es discutir
la cuestión del carácter estratégico del vínculo, para establecer la
transición de la región de una época regida políticamente por las
prescripciones del Consenso de Washington, a otro tipo de inserción –también– periférica y dependiente que venimos caracterizando
como “Consenso de los Commodities”, y, recientemente, debido a
las modalidades que van asumiendo los vínculos con la RPCh, como
“Consenso de Beijing”.
TRANSFORMACIONES INTERNAS, CONSOLIDACIÓN COMO GRAN
POTENCIA Y DISPUTA HEGEMÓNICA
Entre 1989 y 2012 China emergió como una gran potencia económica
mundial. Su expansión está ligada a la nueva configuración que surge
luego del colapso del mundo bipolar (1989-1991), el cual trajo como
consecuencia –en un contexto de hegemonía estadounidense– una reducción de las asimetrías de poder de China en relación con Rusia
y Estados Unidos; el fin del proceso colonial que había implicado
una expansión física de China; el ingreso de China a la Organización
Mundial del Comercio (año 2000), entre otros factores importantes
(Bolinaga, 2013). A ello, hay que agregar el giro económico operado
desde el Atlántico hacia el Pacífico, que incluye un arco amplio de
países asiáticos (Japón, Taiwán, Indonesia, Corea).
Sin embargo, la teoría del declive de Estados Unidos y la inevitable sucesión hegemónica que recaería sobre China contiene
ingredientes de “un determinismo muy extremo” (Katz, 2012). En
realidad, el primer elemento que hay que destacar es que el ascenso global de China ha sido pacífico, y se ha venido llevando a cabo
a partir de una estrategia de cooperación y no de confrontación con
Estados Unidos. La creciente interdependencia comercial y financiera ha ido actuando como “cinturón de contención”, más allá de
que existan lecturas del pensamiento estratégico norteamericano sobre “la amenaza china” o de los think tank chinos, llamados “triunfalistas”, que auguran que el enfrentamiento entre Estados Unidos
y China será “el duelo del siglo” (Kissinger, 2012; Bolinaga, 2013).
Reflexionando sobre esta relación, Inmanuel Wallerstein se pregunta: “¿Son rivales China y Estados Unidos? Sí, pero hasta cierto punto.
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Y, ¿son enemigos? No, no son enemigos. Y, ¿son colaboradores? Son
ya más de lo que les gustaría admitir, y lo serán más conforme continúa la década” (Wallerstein, 2012).
En segundo lugar, las transiciones o sucesiones de hegemonía
son períodos de grandes conflictos. Wallerstein ha analizado desde
una perspectiva histórica tres casos, el de los Países Bajos (siglo XVI),
Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), mostrando que
para acceder a los respectivos ciclos de hegemonía mundial se desataron conflictos bélicos que involucraron a todas las potencias del
momento. A ello se agregan los problemas internos que atraviesa la
RPCh, parte de los cuales están ligados a la enorme heterogeneidad interna así como a los acelerados procesos de urbanización. En
esta línea, Wallerstein considera que la hegemonía estadounidense
podría ser reemplazada por una lucha caótica entre los múltiples
polos de poder, a lo que se sumaría una crisis de orden sistémico,
o sea civilizacional, que incluye los límites ecológicos del planeta.
De modo similar, hay quienes sostienen que el sistema internacional evolucionaría hacia un mundo multipolar, donde las diferentes
regiones económicas y políticas jugarán un papel, por ejemplo a
través de la alianza entre China Rusia e India, o en líneas generales,
a través de los BRICS, los cuales representan actualmente el 45%
de la población mundial y el 30% del PIB mundial. Para el especialista argentino Eduardo Oviedo (2014), en realidad el fin del mundo
bipolar no condujo a un orden unipolar o multipolar, sino a un nuevo
oligopolio con la primacía hegemónica de Estados Unidos.
Cuando Deng Xiaoping asume el control del gobierno y del Partido
Comunista Chino (PCCh) en el año 1978 tras la muerte de Mao Tse
Tung en 1976, anunció el impulso de un “socialismo con características chinas”. Esta retórica permite sostener un esquema gubernamental en el cual el PCCh mantiene el monopolio del poder político y un
férreo control del ejército, impulsando al mismo tiempo una serie de
drásticas reformas económicas que implicaban una importante apertura a la recepción de IED e incremento de la productividad.
La propiedad pública y colectiva pasó a coexistir con la familiar,
la privada, la extranjera y esquemas mixtos entre los mencionados.
Hacia 1980 se crearon en las provincias orientales del país Zonas
Económicas Especiales (ZEE) en donde se permite la conformación
de joint-ventures entre grandes ET y firmas de capital chino. Este esquema permitía a las compañías más importantes del planeta llevar
adelante algunas etapas de procesos productivos en China sacando
provecho de los reducidos salarios reales, pero el gobierno de este
país forzaba la transferencia tecnológica hacia las firmas locales.
China –gracias a consolidarse como una plataforma exportadora de
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manufacturas hacia Occidente– logra crecer entre 1978 y 2011 a tasas
promedio de un 10% anual. Resulta importante destacar que hacia
inicios del siglo XXI el gigante oriental ya había transformado su sector industrial de tal manera que se ha convertido en un exportador de
productos con alto contenido tecnológico.
Durante el año 2010, China se consolidó como la segunda economía del globo, dejando a Japón en el tercer lugar. Si medimos el
Producto Bruto Interno por paridad de poder adquisitivo, para el 2014
China también relegaba a Estados Unidos como primer potencia productiva del planeta, alcanzando una participación del 16,479% del
PBI mundial frente a un 16,277% de EE.UU. Si bien manteniendo
la medición a precios corrientes China permanece como la segunda
economía del globo, estas cifras simplemente complementan el hecho
de que el país oriental es el primer productor y exportador mundial de
bienes, y ocupa el segundo en cuanto a las importaciones.
Las transformaciones productivas en China han traído aparejado
un importante flujo de migraciones internas de las provincias occidentales hacia el oriente. En 1978 su población urbana era tan solo el
17,9% del total, mientras que hacia 2013 ya superaba el 53%, estimando que podría alcanzar el 70% en 2030. Si bien parte de la literatura
sobre el tema suele afirmar que gracias a este proceso más de 500
millones de personas dejaron de ser consideradas pobres o que la esperanza de vida al nacer se incrementó de los 66,5 a 75,2 años en dicho
período; no podemos dejar de ignorar el incremento de desigualdades
inter-regionales y la inequidad distributiva1
.
El otro efecto del crecimiento urbano e industrial de China es un
incremento sin igual en la historia del consumo de productos básicos,
convirtiéndose en el primer consumidor mundial de energía, aluminio, cobre, estaño, soja, zinc, carbón y carbonato de litio del planeta,
como así también el segundo en cuanto a petróleo –detrás de EE.UU.–
y azúcar. China se ha convertido en el principal demandante mundial
de la gran mayoría de los commodities, lo cual tracciona a su vez el
alza de los precios de los mismos (Jenkins, 2011; Slipak, 2012a).
La creciente necesidad del incremento en el consumo de esta
gran diversidad de productos básicos hacen que para China su abastecimiento resulte estratégico, tanto para seguir asegurándose el
crecimiento de la industria, como también para evitar la pérdida
1 Un dato que puede ilustrar el incremento de la inequidad distributiva es que hacia 1981 el coeficiente de Gini era del 0,291, alcanzando un 0,473 en el 2013 (World
Bank Database, 2014). Al mismo tiempo, mientras casi un 35% de la población no
tiene acceso a instalaciones sanitarias básicas, China ostenta el segundo lugar en
cantidad de multimillonarios del ranking de la Revista Forbes (People Daily, 2013).
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de legitimidad política de la conducción del PCCh (Bolinaga, 2013).
Esto justifica el importante flujo de inversiones e infraestructura
primeramente en África y luego en América Latina. El alza de precios de los commodities tiene como efecto que comiencen a resultar
rentables una serie de proyectos vinculados a actividades extractivas que antes no lo eran, generando en países de América Latina
un reemerger de un imaginario de posible inserción virtuosa en el
comercio internacional a partir de la explotación intensiva de dichos
recursos.
Por otro lado, China también es una potencia en el plano financiero. Los abultados superávits comerciales y una alta tasa de ahorro
interno, generaron que gran parte de ese excedente se destine a la
compra de bonos del Tesoro de EE.UU., de quien China es el principal prestamista2
. Además se ha consolidado como el primer poseedor
global de Reservas Internacionales y actualmente unos 40 bancos centrales de todo el planeta utilizan el yuan como moneda de reserva. Dos
datos ilustran el poderío financiero de China: este país aparece como
el tercer emisor global de flujos de IED3
; en 2014, 95 de las 500 firmas
de mayor facturación del planeta son originarias del país oriental.
Desde un punto de vista militar, China ostenta el segundo presupuesto de gasto en defensa del planeta. El incremento de su fuerza
bélica no tiene parangón con su ascenso económico, puesto que la
capacidad militar de Estados Unidos la excede largamente, quintuplicando en 2012 a la de China (Oviedo, 2014). Sin embargo, más allá de
que un análisis comparativo entre el poderío militar estadounidense
y el del país asiático inclina la balanza hacia el primero, no podemos
ignorar que mientras China anuncia la construcción de su segundo
portaaviones4
, EE.UU. reduce la cantidad de dichas naves en operación (que actualmente son diez)5
. La RPCh, también ocupa desde 1971
2 A diciembre de 2014 las tenencias Chinas de bonos del Tesoro de EE.UU. totalizaban 1,24 billones de dólares (Goodman, 2014).
3 Los flujos de IED salientes de China hacia otros países superan el 7,15% de la IED
total del planeta, ubicándose detrás de EE.UU. (23,98%) y Japón (9,63%). Este país
también resulta el segundo receptor global de IED, detrás de EE.UU. (UNCTAD, 2014).
4 El único portaaviones chino, el Liaoning, fue puesto en servicio en 2012. El
mismo es una remodelación de un buque soviético inconcluso adquirido a Ucrania
en 1999. El segundo portaaviones que se encuentra en construcción, en cambio, se
construye íntegramente en China. (Vidal Liy, 2015).
5 En 2013, EE.UU. contaba con 11 portaaviones en operación, y su Ministro de
Defensa, Chuck Hagel, anunciaba la necesidad de reducir la cantidad de estas naves
a 9 u 8, en simultáneo a la disminución del personal de la infantería de marina. A
marzo de 2015 la cantidad de portaaviones estadounidenses en operación es de 10
naves. Véase:
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359
un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas (ONU)6
. lo cual le otorga capacidad de veto de cualquiera de
las acciones que vote una eventual mayoría del mismo.
A partir de estos datos que ilustran de modo elocuente el ascenso de China, creemos que la calificación de este país como “economía
emergente” o “en vías de desarrollo” resulta un eufemismo. La cuestión
fundamental para poder discutir los efectos para América Latina de
esta emergencia china radica en cómo este país asume su nuevo rol global; si actúa o no como un poder desafiante respecto de la hegemonía
norteamericana y qué propone en términos del funcionamiento de las
instituciones globales y cuáles son sus políticas exteriores para alcanzar
sus propias metas. Sin embargo, a partir de su actual integración en la
configuración (oligopólica) de poder internacional, China ya ha modificado el orden global. Su sola emergencia conllevó cambios en las relaciones de poder entre las grandes potencias (mayor desconcentración
de la fuerza económica y mayor heterogeneidad civilizacional).
Desde 1954 –un lustro después de la proclamación de la República
Popular–, China viene desplegando una retórica diplomática basada
en los denominados “Cinco principios de coexistencia pacífica”. Ellos
son el respeto mutuo por la soberanía e integridad territorial, la no
agresión mutua, la no interferencia en los asuntos internos de otros
países, la búsqueda de igualdad y beneficio mutuo y la coexistencia
pacífica. El Gobierno de la RPCh, desde nuestra óptica, sigue una
estrategia dual en el concierto de las relaciones internacionales: por
un lado, asume en diferentes instancias u organismos –como en el
Consejo de Seguridad de la ONU– su rol de gran potencia; pero al
mismo tiempo, continúa presentándose como un país “en vías de desarrollo”, con el argumento de que comparte problemáticas comunes
con las naciones del “Sur Global”. Gracias a esto último, en numerosas instancias diplomáticas China aparece –ocasionalmente también
junto a Rusia– abogando por reformas en las instituciones financieras
y políticas internacionales que apunten a un orden basado en el multilateralismo, teniendo en cuenta aún más las necesidades de los países
emergentes7
. Si bien el gobierno de China no apunta a que su ascenso
resulte conflictivo, una serie de acontecimientos van desafiando de
6 En 1971, la Asamblea de la ONU decide reemplazar la membrecía de La República
de China (el gobierno asentado en Taiwán que fue derrotado en la Revolución de
1949), por la de La República Popular de China, o China continental.
7 Un ejemplo de esta dualidad, resulta de su estrategia de negociación sobre la
cuestión de las emisiones de CO2 y otros Gases de Efecto Invernadero: si bien China,
es efectivamente el principal emisor de CO2, al momento de suscribir el Protocolo
de Kyoto en 1997, no debió asumir ningún tipo de compromiso de reducción de emisiones, por ser considerada una “economía emergente”.
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manera gradual la primacía estadounidense. En primer lugar, es interesante considerar que desde inicios del siglo XXI, el gobierno de la
RPCh impulsa una fenomenal expansión de la IED de aquel país en
el resto de planeta, conocida como “going global”, apuntando a tener
un mejor posicionamiento económico mundial. Esta política no obedece a una estrategia única sino a múltiples propósitos. Davies (2013)
remarca que si bien la causa más señalada por los medios de comunicación es la búsqueda de productos básicos de tal manera que se pueda garantizar la continuidad de las altas tasas de crecimiento de este
país, también se observa la compra de firmas propietarias de marcas
con canales de distribución desarrollados e importantes participaciones de mercado en productos de consumo masivo. Este autor también
señala que firmas chinas han comenzado a (des)localizar procesos de
mano de obra intensivos hacia países vecinos como Vietnam y el continente africano, en los cuales existe una fuerza de trabajo que acepta
menores remuneraciones; o como señala el economista Pierre Salama
(2014), existen menores exigencias en el cumplimiento de normativas
laborales. A estos motivos, agregamos que las empresas de la RPCh
también adquieren firmas propietarias de patentes o con importantes
desarrollos tecnológicos, accediendo así a la posibilidad de apropiación de las rentas provenientes del conocimiento, aspecto que también constituye un área de disputa hegemónica a nivel global.
Sobre la IED saliente de China, es interesante destacar que los proyectos de Inversión requieren la aprobación de la Comisión Nacional
de Desarrollo y Reforma (NDRC), que dependen del Ministerio de
Comercio (MOFCOM) y de la Administración Estatal de Moneda
Extranjera de China (SAFE). Estos organismos tienen en consideración aspectos como el vínculo diplomático entre el país de destino
y China8
y el tipo de inversión, teniendo una tendencia a favorecer
el aseguramiento de recursos naturales. Por otra parte, el gobierno
otorga importantes beneficios fiscales a firmas que inviertan en el
exterior en proyectos que estén vinculados a destinos que considera
prioritarios, que no solo incluyen los recursos naturales, sino también todo aquel proyecto que permita a China incrementar el contenido tecnológico de sus exportaciones, proyectos de infraestructura o
desarrollos que les permitan hacerse de tecnología y conocimientos.
Esto se complementa con las condiciones de financiamiento especial
y tasas subsidiadas que otorgan desde el año 2004 tanto el Banco de
Exportación e Importación (Eximbank) como el Banco de Desarrollo
de China (CDB) (CEPAL, 2011).
8 Sobre este punto, se evalúa negativamente que el país de destino reconozca a la
“República de China” o Taiwán en lugar de la RPCh o China continental.
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En el plano financiero, desde la crisis producida por el colapso
de Lehman Brothers en 2008, China viene expresando la necesidad
de reformar el sistema de instituciones creado por Bretton Woods; en
especial cambiar el esquema de división de cuotas del FMI, de tal forma que la propia China tenga mayor poder en el esquema de votación
del organismo. Paralelamente, también forma coaliciones con otros
países que desplazan la influencia financiera estadounidense. Así, durante los años 2013 y 2014 se ha anunciado la creación de dos nuevas
entidades crediticias internacionales para el financiamiento de proyectos de infraestructura y desarrollo. Ellos son el Asian Infrastructure
Investment Bank (AIIB) y el New Development Bank (conocido como
“Banco de los BRICS”, por ser creado e impulsado por dicho bloque
de países). En el caso del AIIB, dicha institución se crea para financiar proyectos de infraestructura en Asia, ante la insuficiencia de la
asistencia crediticia del FMI y el Banco Asiático de Desarrollo. Este
contaría con un capital inicial de U$S 100 mil millones que en su mayoría sería suministrados por China, lo cual le otorga a este país una
expansión de su capacidad de influencia en la región frente a EE.UU.
y Japón, que ya expresaron reparos ante el lanzamiento del AIIB. Un
aspecto interesante es que esta entidad crediticia tendrá como socios
extra-regionales a Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania y Brasil.
Según Raúl Zibechi (2014) Ariel Noyola Rodríguez y Oscar
Ugarteche (2014), tanto el AIIB como el Banco de los BRICS, obedecen a una estrategia de mayor internalización del yuan y desdolarización global. La hegemonía de la moneda efectivamente es uno de los
aspectos que otorga a EE.UU. su primacía. La tendencia de China a
comerciar bilateralmente con cada uno de sus socios prescindiendo
de dólares y la firma de 25 swaps cambiarios, también son parte de
esta estrategia de desdolarización.
El bloque de los BRICS, no solo representa para China una posibilidad de alianzas de tipo financiera, sino también de un nivel geopolítico más relevante. En la declaración de la última cumbre de este
bloque, realizada en Fortaleza, Brasil en 2014, se anuncia que China
y Rusia bregarán por un empoderamiento de Brasil, India y Sudáfrica
en las instituciones internacionales9
.
En consecuencia, teniendo en cuenta el análisis precedente sobre
aspectos productivos, financieros y de influencia diplomática y hasta
de capacidad bélica, consideramos que el ascenso gradual, pero cada
vez más acelerado de China dentro del oligopolio de poder del orden
9 Esta declaración también expone la naturaleza dual de la diplomacia de la RPCh,
ya que con un mes de anterioridad, en la Cumbre del G7 + China, en Santa Cruz,
Bolivia, el tono de la misma resulta aún más crítico de dichas instituciones.
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
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vigente, da cuenta de la profundización del declive de la primacía
norteamericana, la cual igualmente se mantiene. Por otro lado, como
sostiene Rossell (2013), China no expone capacidad para ejercer una
primacía como lo hace EE.UU., sino que busca entablar un complejo
entramado de alianzas con otras potencias.
En suma, vivimos un escenario de disputa hegemónica, que aún
se encuentra abierto e indefinido. Sin embargo, pese a que atravesamos una época de transición global, China es una de las grandes
candidatas a devenir nuevo hegemón en la estructura internacional
de poder, sea bajo la forma de un oligopolio o de la primacía hegemónica, lo cual con el tiempo podría o no llegar a traducirse en términos
de cambios civilizacionales. Visto en la longue dureé el proceso adopta
otra significación. Como reflexiona Kissinger, ante la pregunta si considera que los chinos creen que están retornando a glorias pasadas:
“China es descrita a menudo como una ‘potencia en alza’. Pero ellos
no se ven así, porque por 18 de los últimos 20 siglos han tenido el
producto interno bruto más alto del mundo” (2011).
LA PRESENCIA DE CHINA EN AMÉRICA LATINA
En este apartado nos proponemos mirar más de cerca las implicancias de estas transformaciones para América Latina, teniendo en consideración la acelerada expansión de la relación comercial, flujos de
inversiones e incremento de la actividad diplomática e intercambios
políticos de la región con la potencia ascendente.
En los últimos años, los intercambios entre América Latina y
China se han intensificado notoriamente. Hacia el año 2000, China no
ocupaba un lugar privilegiado como destino de exportaciones u origen
de importaciones de los países de la región. Sin embargo, China fue
desplazando como socios comerciales de la región a Estados Unidos,
países de la Unión Europea y Japón. En 2013 se había convertido en
el primer origen de las importaciones de Brasil, Paraguay y Uruguay;
el segundo en el caso de Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica,
Ecuador, Honduras, México, Panamá, Perú y Venezuela; y el tercero
para Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. En el caso de las
exportaciones, resulta el primer destino de las de Brasil y Chile; y el
segundo destino de Argentina, Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela
(Slipak, 2014b).
En la mayoría de los casos, las exportaciones de la región al país
oriental se encuentran concentradas en unos pocos productos, tratándose casi exclusivamente de productos provenientes de actividades
primario-extractivas o productos industriales basados en recursos naturales. En tanto, las importaciones de los países de América Latina
desde China se encuentran sumamente diversificadas y constan de
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productos con alto contenido de valor agregado. La excepción la constituye Paraguay (sus exportaciones a China son prácticamente inexistentes), ya que este país aún reconoce al gobierno instalado en Taiwán
como la legítima “República de China”.
Un hito importante que aceleró el incremento de los vínculos comerciales entre China y varios países de la región fue la gira del entonces presidente Hu Jintao por Brasil, Argentina y Chile hacia fines
de 2004. Como resultado de estas visitas, China firmó un memorándum de entendimiento con cada uno de estos países en los cuales las
naciones sudamericanas le reconocieron el estatus de “economía de
mercado”10. Por otro lado, la relación con China adquirió un sentido
político estratégico, de Cooperación Sur-Sur, en un contexto que indicaba el pasaje acelerado de un mundo bipolar a uno de carácter multipolar, donde China, India, Rusia juegan un papel muy importante en
los equilibrios geopolíticos de la región.
En materia comercial, también es relevante agregar que China
tiene firmados tres Tratados de Libre Comercio (TLC) con países de
la región. Se trata de Chile (en 2005), Perú (en 2008) y Costa Rica
(en 2011) y se encontraría próximo a la firma uno con Colombia.
Transcurridos casi diez años de firma del TLC entre Chile y China
podemos observar que las exportaciones del primer país al segundo
prácticamente se cuadriplican. Sin embargo, la composición de las
mismas profundiza la tendencia a la concentración en productos primarios (cobre y sus derivados, mineral de hierro, madera, frutas y
otros minerales). En el caso de Perú, desde la firma del TLC en 2008 el
incremento de exportaciones también es notable. De manera análoga
al caso chileno, mantienen la preponderancia los productos primarios
(diferentes minerales y pescado). En este caso destacamos que China
estableció como pre-condición para entablar las conversaciones sobre
un TLC el reconocimiento del “estatus de economía de mercado”. Esto
último también fue requerido a Colombia al inicio de las conversaciones para el estudio de la firma de un TLC en 2012.
La percepción china de América Latina como un área de abastecimiento de productos primarios –y en menor medida como mercado
10 Oviedo subraya que el reconocimiento de este estatus (superior al reconocimiento de la OMC a China en 2001 como “economía en transición”) implica para estos
tres países el limitar el uso de medidas antidumping sobre productos originarios en
China. Este autor explica con claridad que ante la imposibilidad del MERCOSUR
de tratar este asunto a nivel regional, China despliega una estrategia de negociación
bilateral con cada país que acentúa el carácter asimétrico de estas relaciones.
Indudablemente el volumen de divisas que representan para estos países sus colocaciones de productos primario-extractivos en China actúa como una importante
herramienta de coerción para el reconocimiento del estatus mencionado.
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
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para sus manufacturas–, no solo queda reflejada en los vínculos comerciales, sino que también, el gobierno de la RPCh lo ha plasmado por escrito en 2008 cuando publicó el documento conocido como
“el Libro Blanco sobre la política de China hacia América Latina y
Caribe”. En este último, se exponen la necesidad de que los vínculos sino-latinoamericanos continúen su expansión sobre la base de
la complementariedad de sus economías. Precisando, China hizo explícita su fascinación por la riqueza natural latinoamericana, proponiendo una integración comercial basada en un enfoque de ventajas
comparativas estáticas clásico, que profundiza el rol latinoamericano
como proveedor global de productos básicos y hasta obturando las
posibilidades de desenvolvimiento industrial para varias actividades.
A pesar de la notable expansión comercial entre América Latina
y China desde el año 2000, hasta la publicación del Libro Blanco, los
flujos de IED provenientes de aquel país a la región habían resultado exiguos. De hecho, la CEPAL (2013b), encuentra que entre 1990 y
2009 los flujos de IED totales provenientes del gigante asiático totalizaron tan solo U$S 6,3 miles de millones, mientras que tan solo para
los años 2010 a 2012 los mismos fueron aproximadamente de unos
U$S 32,2 miles de millones. Si tomamos en consideración el anuncio
del Presidente de China Xi Jinping durante la Cumbre CELAC-China
de enero de 2015, en donde expresó las intenciones de que las inversiones en América Latina alcancen los U$S 250 mil millones durante
los próximos 10 años, el total de flujos acumulados en 1990 y 2012, de
U$S 38,5 mil millones, resulta aún una muestra exigua de las próximas tendencias. CEPAL, también encuentra que un 90% de estas inversiones se destina a recursos naturales, destacándose como las áreas
más relevantes el petróleo y la minería.
Así, en el sector de Hidrocarburos, están presentes en la región las
cuatro mayores firmas de origen chino, todas ellas con una importante
participación accionaria estatal: Sinopec, la Corporación Nacional de
Petróleo de China (CNCP), la China National Offshore Oil Company
(CNOOC) y Sinochem. Estas cuatro empresas se encontraban participando hacia 2010 en unos 15 proyectos de extracción, localizados en
Perú, Venezuela, Ecuador, Colombia, Brasil y Argentina (Slipak, 2012a).
La firma CNPC es la más antigua en la región y opera desde la
década de 1990. Su estrategia de ingreso siempre fue la obtención de
concesiones por parte del Estado en el país receptor o la asociación
con empresas públicas, destacándose las históricas explotaciones conjuntas en Venezuela con PDVSA y otras en Perú y Ecuador. También
opera en Costa Rica y Cuba. Es importante añadir que en los últimos
años aparecen tres acontecimientos salientes en relación a inversiones
de CNPC. En primer lugar, durante 2013, un consorcio integrado por
Maristella Svampa, Ariel Slipak
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esta firma, Total, Shell, Petrobrás y la también estatal china CNOOC,
se hizo de la licitación para la explotación de los campos petroleros
del área de pre-sal de Libra. Se trata de un proyecto de aguas profundas, con reservas estimadas en 12 mil millones de barriles de crudo,
que lo convierten en el principal yacimiento de Brasil. El segundo de
ellos, es el anuncio de la participación de CNPC con un 30% de las
acciones en el importante proyecto en Ecuador de la Refinería del
Pacífico que se encuentra en construcción y permitiría la extracción
de 300 mil barriles diarios. Por último, a inicios de 2015, el Presidente
de Venezuela anunciaba nuevas inversiones de CNPC (U$S 28 mil millones) y Sinopec (U$S 14 mil millones) destinadas a la explotación
en la Faja del Orinoco, que actualmente es considerado el yacimiento
hidrocarburífero más relevante del mundo11.
Sin duda alguna, de las firmas hidrocarburíferas que poseen explotaciones en la región, Sinopec ha sido la más dinámica durante los
últimos años. Esta empresa desembarca mediante la adquisición total
o parcial de activos de grandes firmas privadas transnacionales que
operan en los diferentes países. En el año 2010, le adquirió a Oxy de
EE.UU. su filial argentina –Occidental Argentina– en U$S 2.450 millones, haciéndose de 23 concesiones con más de 1.500 pozos en operación. Ese mismo año se asoció en Brasil a la española Repsol, adquiriendo el 40% de su filial en ese país en U$S 7.111. En 2012 compró
el 30% de las acciones de la portuguesa Galp en ese mismo país por
U$S 4.800 millones. Además participa en el importante proyecto de
la Faja del Orinoco mencionado con anterioridad. A inicios de 2015,
se anunció la asociación de Sinopec, con la firma parcialmente estatal argentina, YPF, para realizar conjuntamente explotaciones en la
cuenca neuquina de Vaca Muerta, uno de los principales yacimientos
de hidrocarburos no convencionales12 del planeta, en dónde se emplea
la tecnología de la fractura hidráulica o fracking13.
Por su parte las empresas CNOOC y Sinochem, también ingresan
en América Latina adquiriendo parcialmente porcentajes accionarios
11 Los U$S 42 mil millones que invertirán estas firmas en Venezuela resultan una
cifra realmente abultada si consideramos que representan más de 3 veces el total de
IED que ingresó a aquel país a lo largo de todo del período 2000-2013.
12 Vale la pena agregar que tanto la explotación del pre-sal en aguas profundas,
como los crudos pesados de la franja del Oribico y el shale y tight gas de Neuquén, se
encuentran entre los hidrocarburos no convencionales, de extracción técnicamente
más difícil, económicamente más costosas y con mayores riesgos de contaminación.
Los yacimientos denominados no convencionales se pueden clasificar según su método de extracción (Bertinat, Svampa y otros, 2014; Svampa y Viale, 2014).
13 Además, no podemos dejar de mencionar que Sinopec también posee otras inversiones en Colombia y Ecuador en ambos casos desde 2006.
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
366
de firmas que operan en los países receptores, formalizando alianzas
estratégicas. La operación más importante de la firma CNOOC, fue la
adquisición en Argentina en 2010 del 50% de la firma Bridas, que a su
vez es propietaria del 40% de Panamerican Energy (PAE). Esta última
a su vez, explota el yacimiento hidrocarburífero –convencional– más
importante de Argentina, Cerro Dragón, en la Provincia de Chubut.
Sinochem, ha realizado el tipo de adquisiciones parciales mencionadas en Colombia y Brasil.
En cuanto a Minería y Metales, China está presente en gran parte de los países, aún mientras el principal destino de las inversiones
mineras ha sido siempre Perú, secundado por Brasil y recientemente, Ecuador. Las firmas más dinámicas en cuanto al desembarco de
inversiones en la región son Minmetals y Chinalco. Como hemos
mencionado con anterioridad, China es el principal consumidor global de cobre y mineral de hierro (entre otros minerales), razón por la
cual este tipo de inversiones resulta de carácter estratégico. Se destaca que en 2014, Minmetals le compró a Glencore-Xstrata la mina
peruana de Las Bambas –uno de los mayores proyectos de cobre
del mundo– en U$S 5.850 millones. Es interesante observar que las
firmas chinas que operan en Perú –que realizan las explotaciones sin
asociarse a firmas locales–, exportan estos minerales concentrados
hacia China con la mínima refinación posible, afectando así la generación de valor agregado local y generación de empleos. En Brasil
–a diferencia de Perú– las mineras chinas operan asociadas a firmas
locales. En Ecuador, el gobierno de Rafael Correa, concedió a la firma Ecuacorriente (ECSA) –cuyos accionistas son las firmas públicas chinas Tongling Nonferrous Metals Group Holdings y la China
Railway Costruction Corporation Limited–, la exploración y explotación de los proyectos San Carlos Panantza y Mirador. Con estas
concesiones, las estatales chinas controlarían más de la mitad de la
producción de cobre y al menos un tercio de la producción de oro y
plata de Ecuador (Chicaiza, 2014).
Tantos en los casos de los desembarcos de IED orientados al petróleo, como a la minería, se observa que prevalecen las firmas estatales como inversores y que las mismas no buscan la maximización de
la ganancia, sino que las inversiones responden a las necesidades de
abastecimiento de largo plazo de los propios recursos para la RPCh.
En relación al sector agropecuario, pesquero, madera y las cadenas de comercialización de estos productos, resulta relevante destacar
que si bien los montos de IED provenientes de China resultan reducidos en relación a la minería y los hidrocarburos, ello sucede porque
estas dos últimas actividades requieren de mayores volúmenes por
resultar capital-intensivas.
Maristella Svampa, Ariel Slipak
367
En relación a la actividad pesquera y maderera, existen ejemplos en los cuales tras las adquisiciones de firmas locales por parte de
transnacionales chinas, se han incrementado las exportaciones al país
oriental de estos productos sin procesar, implicando así un descenso
en las cadenas de valor de estos productos (Slipak, 2012a).
Respecto de los productos agropecuarios, resulta interesante observar que durante los primeros años luego de la publicación del Libro
Blanco, la estrategia para el aseguramiento de estos productos parecía
ser el intento de acaparar tierras en la región. Sin embargo, luego
de reveses de proyectos como la obtención de la concesión de 320
mil hectáreas en la región patagónica de Argentina que se destinarían para la siembra y cosecha de soja, la estrategia cambió y parece
orientarse a la adquisición de las firmas comercializadoras. El ejemplo destacado es la adquisición del 51% de las acciones de uno de los
principales traders globales de granos, Nidera, por parte de la estatal
COFCO. Esta compra le permite al gobierno de la RPCh controlar uno
de los más importantes oferentes globales, evitando así posibles alzas
del precio de uno de los productos más demandados por China como
la soja.
Otro de los temas que cobran mayor relevancia para dar cuenta
de la relación entre China y América Latina son los préstamos. Un
estudio reciente consigna que la mayoría de los préstamos chinos en
la región han sido para infraestructuras (55%), seguido de energía
(27%) y minería (13%). El principal prestamista ha sido el Banco de
Desarrollo de China al haber concedido alrededor del 71% de los préstamos hacia la región, y el principal beneficiario Venezuela con algo
más de la mitad de los fondos prestados para financiar 13 proyectos.
Como beneficiarios de los préstamos se destacan Brasil y Argentina
al recibir cada uno de ellos cerca del 14% de los préstamos realizados en la región (Montegro y Ecanez, 2014). Los préstamos chinos a
Ecuador14 y Venezuela15 están ocupando el lugar de los mercados de
deuda soberana. “El financiamiento chino es a menudo el ‘prestamista
de última instancia’. No es uno barato, pero debido a la preocupación
de la comunidad financiera internacional sobre Venezuela y Ecuador
y las primas de alto riesgo que acarrearían, los préstamos chinos son
14 Entre los préstamos a Ecuador más destacados, encontramos el financiamiento
del 70% de las inversiones de la Refinería del Pacífico.
15 A diciembre de 2014, la deuda externa pública de Venezuela con China ascendía
aproximadamente a los U$S 70 mil millones. Al inicio de estos desembolsos de préstamos a cambio de petróleo, en 2007, Venezuela abonaba con unos 100 mil barriles
diarios. Al cierre del año 2014, esa cantidad alcanzó los 600 mil barriles diarios. Esto
último llevo a una renegociación de las condiciones de pago, reduciendo la cantidad
diaria, que a la fecha no es de conocimiento público (El Monitor, 2015).
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
368
una opción atractiva” (Myers, 2011, citado en Lander). Gallagher et al.
(2013) concluyen que contrariamente a lo que sugieren otros observadores, “… los términos de los créditos chinos a América Latina pueden
ser más estrictos que los de los créditos occidentales, que los bancos
chinos no imponen condicionamientos políticos (pero sí de otra naturaleza) y para sorpresa de muchos, mostramos que el financiamiento
chino opera bajo un conjunto de directrices medioambientales, aunque estas directrices no están aun a la par de los prestamistas occidentales”. Por último, además de sus altas tasas de interés, se trata de
préstamos condicionados por commodities, que incluyen una política
de inversión con la participación de las empresas chinas. Para el caso
de Ecuador, los préstamos y pagos anticipados comprometen nada
menos que el 50% del petróleo crudo del país (Chicaiza, 2014).
Desde luego, en cuanto al sector financiero no podemos dejar de
destacar el desembarco en la Argentina de Industrial and Comercial
Bank of China (ICBC), mediante la adquisición en 2011 del 80% de las
acciones de la filial local del sudafricano Standard Bank16. La afluencia de entidades financieras chinas en la región podría obedecer a una
estrategia de promover condiciones diferenciales a empresas de origen chino para otras actividades como las primario-extractivas.
En relación a la infraestructura, si bien la CEPAL, encuentra en
sus últimos informes (2013a, 2013b, 2014) que las inversiones de
China resultan exiguas en relación a la realizada en recursos naturales, sucede que la modalidad de desarrollo de los proyectos ha sido
mediante el otorgamiento de préstamos. Al mismo tiempo, los anuncios más relevantes son recientes.
Sin duda alguna, el proyecto de mayor envergadura resulta
el anuncio del inicio de la construcción de un canal bioceánico en
Nicaragua, que tendría el triple de longitud, mayor profundidad y sería más ancho que el Canal de Panamá, y se llevaría adelante entre
2015 y 2020. El proyecto demandaría inversiones totales por más de
U$S 50 mil millones e incluye la construcción de varios puertos y un
aeropuerto. Su concreción definitivamente cambiaría por completo el
mapa comercial, geopolítico y ambiental global. HKND, obtendría los
derechos de administración del Canal por 100 años.
Además de esta compleja obra, el despliegue de inversiones y financiamientos de infraestructura en América Latina cobró un nuevo impulso desde mediados de año de 2014, cuando el Presidente Xi
Jinping visitara Brasil con motivo de la cumbre de los BRICS y realizara una gira por Brasil, Venezuela, Cuba y Argentina, con el anuncio
de inversiones en la región por más de U$S 250 mil millones para
16 El ICBC ya había adquirido en 2008 el 20% de las acciones de la casa matriz.
Maristella Svampa, Ariel Slipak
369
los próximos diez años durante la Cumbre CELAC-China celebrada
en enero de 2015. Entre ellos se destacan los sectores ferroviarios,
telecomunicaciones, portuarios y energéticos. En la mayor parte de
todos estos casos podemos encontrar que, prevalece una lógica de redefinición del espacio territorial en virtud de la generación de una
infraestructura que garantice el transporte de los productos primarioextractivos al menor costo posible. En la mayoría de los casos incluyen cláusulas que implican la obligatoriedad o el privilegiar la compra de insumos provenientes de China, empresas contratistas para las
obras, incluyendo a veces la contratación de asalariados de aquel país.
Por último, en relación al sector manufacturero, si bien existen
inversiones chinas en la región, la mayor parte de ellas se realizan
casi exclusivamente en Brasil. Entre ellas, se destacan varias firmas
del sector automotriz, que instalan, plantas de ensamblaje como estrategia de penetración en el mercado local. Esto incrementa aún más
las importaciones de la región de partes e insumos con alto contenido
tecnológico, lo cual hasta puede obturar el desarrollo de cadenas integradas en la propia región.
Teniendo en consideración las características de los flujos de IED
provenientes de China en América Latina, cabe destacar que las mismas se establecen mayoritariamente en actividades extractivas (destacándose minería, petróleo, mega-represas). En numerosos casos
consisten exclusivamente en el pago por la adquisición de derechos de
explotación de recursos naturales, o compras de empresas existentes,
siendo escasas las inversiones greenfield. Uno de los aspectos que reviste mayor gravedad es que estas inversiones implican el control de
la oferta de los productos básicos por parte de su principal demandante. Las firmas chinas –estatales– que controlan la oferta de petróleo,
minerales, soja u otros productos primarios producidos en América
Latina, podrían no bregar por el alza de estos precios, sino por su
baja. Esto quiere decir, que incluso asumiendo como “bondadosa” una
integración comercial a la división internacional del trabajo basada en
ventajas comparativas estáticas, este tipo de configuración impide a
los propios actores nacionales la apropiación de la renta diferencial o
posibles beneficios extraordinarios, provenientes de estos productos.
En segundo lugar se orientan al sector terciario para dar apoyo a las
primeras. Si se requiriesen obras de infraestructura, éstas se encargan
a empresas de China y los cuadros gerenciales son de aquella nacionalidad. A esto hay que sumar la política de préstamos condicionados
por commodities. Este desembarco implica incluso una amenaza a
clusters conformados por pequeñas y medianas empresas, sea por la
contaminación ambiental o por la posibilidad de exportar directo a
China productos que antes eran transformados por PyMEs locales.
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
370
Las inversiones que la región latinoamericana recibe de China, no
tienden a desarrollar capacidades locales, ni actividades intensivas en
conocimiento o encadenamientos productivos. La localización de las
empresas chinas, como los préstamos contra commodities, tiende a
potenciar las actividades extractivas en detrimento de aquellas con
mayor valor agregado, lo cual refuerza el efecto reprimarizador que
nuestras economías viven bajo lo que hemos llamado el “Consenso de
los Commodities”.
LAS MIRADAS LATINOAMERICANAS SOBRE LA REPÚBLICA
POPULAR CHINA
El interés frente al ascenso fulgurante de China así como los interrogantes acerca del tipo de relación que en la actualidad se estaría
estableciendo entre América Latina y el gigante asiático, se han incrementado notablemente en los últimos años. Como hemos señalado, la
RPCh ha venido utilizando un lenguaje que enfatiza las relaciones de
Cooperación Sur-Sur, tal como aparece en el Libro Blanco, especialmente dirigido a América Latina, publicado en 2008, así como en una
auto-presentación en términos de “país en desarrollo”.
Una primera consideración es que la cuestión sobre el rol de
China en América Latina debe ser leída a la luz del neoextractivismo dominante. Ciertamente, uno de los grandes temas de debate en
la región latinoamericana se vincula a las dinámicas de acumulación
y los modelos de desarrollo vigente. Categorías críticas como neoextractivismo y otras, de tipo propositivo, como Buen Vivir, Bienes
Comunes, Derechos de la Naturaleza y Postextractivismo, atraviesan
las discusiones teóricas y las luchas socio-territoriales, generando
una nueva gramática política que cuestiona la sustentabilidad de los
actuales modelos de desarrollo y plantea otras relaciones entre sociedad, economía y naturaleza17. Estas discusiones tuvieron origen
principalmente en Ecuador y Bolivia, países donde las movilizaciones
sociales antineoliberales de fines del siglo XX y principios del XXI,
fueron acompañadas no sólo por la emergencia de nuevos gobiernos
(progresistas o populares), sino también por procesos constituyentes,
cuyo objetivo fue el de repensar o refundar el pacto social. Fue en ese
momento de apertura radical que aquellas nociones dejaron de ser
conceptos asociados exclusivamente a corrientes teóricas, ingresando
al campo de la disputa política, para plantear la posibilidad de otro
programa de desarrollo, más allá del esquema primario-exportador
(Svampa, 2012).
17 Para una discusión sobre el extractivismo véase Gudynas, 2009; Svampa, 2011;
Lang y Mokrani, 2012.
Maristella Svampa, Ariel Slipak
371
Con el correr de los años y en un contexto de consolidación de
los gobiernos progresistas, los debates se fueron tornando más arduos
y controversiales. Por un lado, en función de las ventajas comparativas ligadas al boom de los commodities, los gobiernos de Ecuador y
Bolivia olvidaron sus promesas de cambio de modelo de desarrollo, y
afianzaron una visión ligada al crecimiento de las exportaciones, basada en productos primarios. Por otro lado, al calor de los conflictos
socioambientales, y de la multiplicación de proyectos de explotación
de recursos naturales para la exportación, fue tomando cuerpo la crítica al Neoextractivismo, de la mano de organizaciones sociales e intelectuales, en abierta confrontación con los diferentes gobiernos de la
región. En este marco es que asistimos a una consolidación de lo que
en otros textos denominamos Consenso de los Commodities (Svampa,
2013), una caracterización que parte del reconocimiento de que, a diferencia de los años noventa, las economías latinoamericanas se vieron
enormemente favorecidas por los altos precios internacionales de los
productos primarios (commodities). En esta coyuntura favorable, la
totalidad de los gobiernos latinoamericanos tendieron a subrayar las
ventajas comparativas del boom de los commodities, negando o minimizando las nuevas desigualdades y asimetrías ambientales, económicas, sociales, que traía aparejada la profundización de una dinámica
de acumulación basada en la exportación de materias primas a gran
escala. De modo que, todos los gobiernos latinoamericanos, sin importar el signo ideológico, habilitaron el retorno de una visión productivista del desarrollo, y con ello, apuntaron a minimizar los cuestionamientos y las protestas, escamoteando las discusiones de fondo acerca
de las implicancias ambientales, socio-territoriales y socio-sanitarias
en torno a los diferentes modelos de desarrollo. En suma, el Consenso
de los Commodities trajo aparejado un nuevo escenario en América
Latina, en el cual se combinan rentabilidad extraordinaria, reprimarización de la economía y conflictos ambientales, cuyo trasfondo es la
creencia –desde la narrativa hegemónica– de que la actual dinámica
económica basada en la exportación de commodities no sólo es irrefrenable sino también benéfica, para el conjunto de los países latinoamericanos. En esta línea, la confirmación de una relación comercial
privilegiada con China, basada en la demanda de commodities y en
la vertiginosa consolidación de un intercambio desigual, marcaría la
emergencia de nuevas relaciones de dependencia, cuyo contorno se
estaría definiendo al calor de las negociaciones unilaterales que aquel
país mantiene con cada uno de sus socios latinoamericanos.
Sin embargo, esta línea de lectura que subraya la emergencia de una
nueva dependencia cuyo pilar sería el Consenso de los Commodities, no
es la interpretación predominante en clave progresista y de izquierda,
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
372
ya que varios autores sostienen que la relación con China ofrecería la
posibilidad de ampliar los márgenes de autonomía de la región, en relación a la hegemonía estadounidense. Sea en la línea del anti-imperialismo clásico (anti-norteamericano); sea en términos de “desoccidentalización”, una parte de las izquierdas progresistas latinoamericanas
abogan por un acercamiento a China. La primera posición puede ser
ilustrada por el ex secretario ejecutivo de CLACSO, Atilio Borón, quien
sostiene que el ascenso del gigante asiático se da en un contexto de
creciente multipolaridad, pero que ni China ni ninguna otra potencia
podrían reunir la combinación de factores que hicieron posible la hegemonía de Estados Unidos, luego de finalizada la Segunda Guerra
Mundial. Se estaría operando entonces la transición geopolítica del hegemón indiscutible (Estados Unidos), a un multilateralismo y concierto entre las naciones. Amén de ello y más allá del declive, el papel de
Estados Unidos seguiría siendo crucial, como garante del desarrollo capitalista global y en su carácter de gendarme imperial (Borón, 2012)18.
En sintonía con esta visión, el decolonial Walter Mignolo (2012)
celebra la emergencia de los BRICS, y lee el ascenso de China en la
línea de la “desoccidentalización y la distribución racial y del conocimiento”, que si bien consolida la colonialidad económica (el
capitalismo), apunta por otro lado a la constitución de un orden
policéntrico. Mignolo aclara que esta dinámica de des-occidentalización opera en la esfera político-económica y no conlleva un cuestionamiento del capitalismo ni del desarrollo. Además, en este proceso de desoccidentalización del capitalismo, el autor incluye a China
pero también países como Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, India,
Turquía, Indonesia, Rusia, África del Sur; esto es, “economías fuertes
y gobiernos progresistas en América del Sur” (Mignolo, 2013).
18 En realidad, es posible distinguir dos interpretaciones diferentes, según el bloque
político al que hagamos referencia y el rol que éstos otorguen a Estados Unidos. Así,
al calor del Consenso de los Commodities y de la profundización de las relaciones
comerciales con China desde los gobiernos conservadores y neoliberales la línea predominante ha sido la de buscar un aggiornamento. Así, aunque resulta difícil generalizar, para los países identificados con la Alianza del Pacífico, que hasta el día de hoy
privilegian el alineamiento político con los Estados Unidos, el cambio geopolítico
implica también el desafío de conciliar las alianzas comerciales con China y la región
del Pacífico, con la continuidad de un alineamiento político a los Estados Unidos.
“No obstante el declive estadounidense en el mundo, desde América Latina se impulsan sendas iniciativas para competir con los bloques asiáticos. México impulsa el
“Arco del Pacífico”, que reúne a los mayores países latinoamericanos bañados por ese
océano, y Estados Unidos impulsa el Acuerdo Transpacífico, en el que selectivamente
se invitó a los países del Pacífico latinoamericano, con las economías más abiertas.
Estados Unidos también pretende ganar mayor influencia en el Foro de Cooperación
Asia-Pacífico (también conocido como APEC, por sus siglas en inglés), el cual incluye
en su membrecía a países asiáticos (Preciado, 2014).
Maristella Svampa, Ariel Slipak
373
En líneas generales, si se indagan los argumentos en favor de estas posiciones, éstos se reducen esencialmente a tres: uno, el discurso
latinoamericanista en pos de la integración regional; dos, la defensa
del modelo de desarrollo extractivista, en clave neoestructuralista o
neodesarrollista; y tres, la defensa de un esquema de relaciones estratégico, en pos de una Cooperación Sur-Sur. La articulación ideal de estos tres ejes conllevaría la apertura de un espacio de mayor autonomía
respecto de la hegemonía estadounidense. Ahora bien, respecto del
primer eje, no hay dudas de que, a partir del año 2000, hemos asistido
a la emergencia de lo que podría denominarse como un “regionalismo
latinoamericano desafiante”, en clave anti-imperialista, respecto de la
tradicional hegemonía estadounidense. Entre los hitos más importantes hay que mencionar la cumbre de Mar del Plata, en 2005, cuando
los países latinoamericanos enterraron la posibilidad del ALCA, propuesta sostenida por Estados Unidos, y crearon el ALBA (Alternativa
Bolivariana para las Américas), bajo el impulso del carismático Hugo
Chávez, aún si todo esto estuvo lejos de evitar que, con posterioridad, Estados Unidos firmara TLC (Tratados de Libre Comercio) de
forma bilateral con varios países latinoamericanos. En la línea latinoamericanista se pergeñaron proyectos ambiciosos, como el de la
creación de una moneda única (Sucre) y el Banco del Sur, los cuales
sin embargo no prosperaron, en parte debido al escaso entusiasmo
de parte de Brasil, país que a raíz de su rol de potencia emergente,
juega en otras ligas globales. La creación de la UNASUR, en 2007
(Unión de Naciones Sudamericanas), y posteriormente de la CELAC
(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), en 2010,
inicialmente como foro para procesar los conflictos de la región, por
fuera de Washington, jalonan dicho proceso de integración regional.
El segundo eje remite al modelo de desarrollo, vinculado al
Consenso de los Commodities, al que ya hemos hecho referencia.
Ciertamente, los gobiernos progresistas se han venido apoyando en
la perspectiva neoestructuralista19, que parte de la idea de que la acumulación se sostiene en el crecimiento de las exportaciones de commodities o bienes primarios. De la mano de la CEPAL, el neoestructuralismo suele hacer hincapié en las condiciones privilegiadas que
ofrece América Latina en la actual fase, en términos de “capital natural” o de recursos naturales estratégicos, demandados por el mercado
19 En líneas generales el neoestructuralismo posee una concepción sobre los bienes
naturales que instala un campo de ambigüedad entre la noción de commodities y recursos naturales estratégicos. Si bien la política de desarrollo se orienta al crecimiento de las exportaciones y la asociación con grandes corporaciones transnacionales,
también apunta a un control mayor por parte de los Estados de la renta extractiva,
sobre todo en materia de hidrocarburos y energía. Para el tema, véase Feliz (2012)
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
374
internacional, muy especialmente por China. En esta línea, Mikio
Kuwayama y Osvaldo Rosales, de la CEPAL dieron a conocer en 2012
un largo informe en el cual sostienen que la relación comercial entre
la región y China ofrece tanto oportunidades como desafíos. Entre
los desafíos sostiene que “Es relevante evitar que nuestro creciente
comercio con China reproduzca y refuerce un patrón de comercio de
tipo centro-periferia, donde China aparecería como un nuevo centro
y los países de la región como la nueva periferia. En consecuencia, es
preciso avanzar hacia una relación comercial más acorde con los patrones de desarrollo económico y social que requiere América Latina
y el Caribe” (CEPAL, 2012). Asimismo, este organismo elaboró un documento sobre los recursos naturales, que presentó en el seno de la
UNASUR, en junio de 2013, donde propone como estrategia industrializar los recursos naturales, lo que algunos avizoran a través de la
relación estratégica con China. En tercer lugar, la relación con China
adquiere un sentido político estratégico, de Cooperación Sur- Sur, en
un contexto que indica el pasaje acelerado de un mundo bipolar a
uno de carácter multipolar, donde China, India, Rusia juegan un papel muy importante en los equilibrios geopolíticos de la región. Fue el
propio ex-presidente venezolano Hugo Chávez, quien lideró este tipo
de posicionamiento, llevando a cabo una política de notorio acercamiento a China. Así, de las siete visitas presidenciales venezolanas a
China en 39 años de relaciones diplomáticas entre ambas naciones,
seis se realizaron durante el mandato de Hugo Chávez. Apoyado en
la riqueza petrolera, Chávez vio en China el aliado comercial y político idóneo para alejarse de la hegemonía de Estados Unidos y su
amenaza constante al régimen venezolano. En consonancia con esta
visión, analistas como Mónica Bruckmann (2010) y Atilio Borón, consideran que el nuevo escenario geopolítico y las riquezas naturales y
la biodiversidad de la región latinoamericana, abren una oportunidad
de establecer alianzas estratégicas con China, las cuales deberían ser
adoptadas a nivel regional, utilizando los espacios o bloques regionales constituidos en los últimos años.
Sin embargo, el rumbo que están adoptando las relaciones entre
China y los diferentes países latinoamericanos desmienten lo enunciado por estos tres argumentos, los cuales parecen tener que ver más
con una suerte de wishfull thinking, antes que con las prácticas económicas y comerciales realmente existentes que hoy exhiben los diferentes gobiernos progresistas latinoamericanos. Por un lado, más allá
de ciertos logros, la integración regional forma parte de una retórica
emancipatoria que presenta cada vez menos correlato con la política económico-comercial que adoptan los países latinoamericanos.
En los vínculos comerciales con China, la realización de convenios
Maristella Svampa, Ariel Slipak
375
o acuerdos unilaterales por parte de los diferentes gobiernos latinoamericanos (muchos de los cuales comprometen a la economía
de estas naciones por décadas), están lejos de ser la excepción. Al
contrario, constituyen una regla bastante generalizada en los últimos tiempos, lo cual en lugar de afianzar la integración latinoamericana, no hace más que agravar la competencia entre estos países,
tal como lo muestran los convenios firmados en los últimos tiempos
por diferentes países.
Por otro lado, como hemos señalado, las inversiones provenientes
de China en América Latina y Caribe se establecen mayoritariamente
en actividades extractivas (minería, petróleo, agronegocios, megarepresas), lo cual refuerza el efecto reprimarizador que nuestras economías viven bajo el “Consenso de los Commodities”.
Así, si bien es cierto que la irrupción y rápida consolidación de la
influencia de la RPCh en América Latina aparece como una oportunidad para lograr una mayor autonomía en relación a Estados Unidos,
todo lo reseñado –el latinoamericanismo puramente retórico, la competencia de hecho entre los diferentes países de la región; el aumento
de las exportaciones de materias primas–, terminan por consolidar las
asimetrías, configurando como tendencia la profundización de un extractivismo neodependentista, que perfila cada vez más a China como
polo hegemónico.
¿HACIA EL CONSENSO DE BEIJING?
En suma, la emergencia de una nueva configuración dependentista
debe ser analizada en función de tres hipótesis mayores: la primera
remite a la idea de transición hegemónica. Aunque ya hemos hablado
de este tema, vale la pena insistir en el hecho de que vivimos un mundo de transición, el cual se halla marcado por el declive de Estados
Unidos como potencia hegemónica, cuya primacía sin embargo sigue
claramente vigente en términos militares y culturales, y por la emergencia de una nueva configuración geopolítica, con rasgos oligopólicos, que evidencian una creciente primacía económico-financiera de
China. La transición hegemónica se vive menos como dislocación y
mucho más como la entrada a un período caracterizado por el policentrismo y la pluralidad –aún conflictiva– en términos civilizacionales. Asimismo, como sostiene Wallerstein, la transición revela una
enorme crisis sistémica, ligada en mucho a la crisis del capitalismo y
la crisis ecológica.
Frente a este mundo de transición, bien vale la pena preguntarse
acerca de los contornos que asume la nueva relación entre los países latinoamericanos y el gigante asiático. Así, la segunda hipótesis
es que dichas relaciones van adoptando una configuración definida,
ECOLOGÍA POLÍTICA LATINOAMERICANA. VOLUMEN II
376
que podemos denominar como neodependentismo o nueva dependencia. Por otro lado, en la línea de Wallerstein y a la luz de las nuevas transformaciones globales, el enfoque diádico centro-periferia,
propio del dependentismo de otras épocas, debe ser reemplazado
por una línea interpretativa trimodal (centro-semiperiferia.-periferia). Oviedo (2014) sostiene que, pese a que América Latina es una
región más que periférica para China, la conjunción de intereses
chinos y latinoamericanos otorgó mayor densidad a la relación, lo
cual está ligado directamente a la llegada de inversiones chinas a
los sectores extractivos. Este autor resume de la siguiente manera
las relaciones entre China y América Latina: “Combinando la teoría del sistema-mundo con la posición de los países en la estructura
económica internacional, las relaciones entre China y los Estados latinoamericanos claramente aparecen divididas en tres diferentes tipos económicos, estimados en términos del Producto Interno Bruto
(PIB) de las naciones publicado por el Banco Mundial: a) China y
Brasil mantienen desde 2007 una relación centro-centro (debido
a las capacidades de grandes potencias económicas de ambas naciones: China desde 1998 y Brasil desde 2007); b) China y México
implementan relaciones centro-semiperiféricas (China como estado
central y México como mediana economía) y; c) el resto de las economías latinoamericanas mantienen relaciones centro-periféricas
con China. En la relación horizontal chino-estadounidense, América
latina es considerada más objeto que sujeto de la política mundial.”
(Oviedo, 2014).
Efectivamente, no es el mismo tipo de relación la que pueden tener países periféricos como Argentina o Ecuador, con China, respecto
de Brasil, aún si hay analistas que consideran que la relación entre
China y Brasil discurre también por una vía asimétrica, la cual puede
ser leída en términos de ”desindustrialización temprana”, debido a
la incapacidad de los gobiernos para contrarrestar los efectos de la
“enfermedad holandesa”; esto es, la exportación masiva de materias
primas ligadas a la explotación de recursos naturales (Salama, 2012).
En tercer lugar, es en un contexto de intensificación de las exportaciones de commodities que debe insertarse la discusión sobre
la nueva dependencia y el rol de China en América Latina, relación
que ha ido cobrando una importancia cada vez mayor en los últimos
años. Desde el punto de vista económico –que es lo que interesa en
este apartado– ello se ha ido traduciendo por un proceso de reprimarización de la economía, visible en la reorientación hacia actividades
primario extractivas, con escaso valor agregado. A esto hay que sumar que, diversos analistas consideran que estaríamos llegando al fin
del llamado “súper-ciclo de los commodities” (Canutto, 2014), lo que
Maristella Svampa, Ariel Slipak
377
algunos vinculan sobre todo con la desaceleración del crecimiento en
China. No sólo la mayoría de los gobiernos latinoamericanos no están
bien preparados para la caída de los precios de los productos básicos,
sino que ya se observarían consecuencias en la tendencia a la caída
en el déficit comercial, tal como sucede con Brasil, Colombia, Brasil,
Perú y Ecuador. Argentina, por su parte, todavía conserva el superávit comercial, pero padece una escasez de divisas extranjeras que lo
ha llevado a demandar más crédito a China (Martínez-Alier, 2015).
Dicho de otro modo, los países latinoamericanos exportan mucho a
China, pero esto no alcanza para cubrir el costo de las importaciones
desde ese país. Todo ello conllevará no solo más endeudamiento, sino
también una exacerbación del extractivismo, esto es, una tendencia al
aumento de las exportaciones de productos primarios, a fin de cubrir
el déficit comercial, con lo cual se ingresaría en una suerte de espiral
perversa (multiplicación de proyectos extractivos, aumento de conflictos socioambientales, entre otros).
En suma, aún en un contexto de transición hegemónica a nivel
global, América Latina parece estar encaminándose hacia una nueva
dependencia. Todo indica que asistimos a la consolidación de nuevas
y vertiginosas relaciones asimétricas entre América Latina y China,
marcando así un pasaje del Consenso de los Commodities (exportación de productos primarios a gran escala), a lo que proponemos denominar como Consenso de Beijing (China como polo hegemónico),
cuyos alcance todavía no puede evaluarse a cabalidad, aun si ya comienzan a asomar las nuevas formas económicas, sociales y políticas
de la configuración neodependentista.
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