Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno. Síntesis del libro

En medio de la crisis ecológica y el calentamiento global, se ha expandido el uso del concepto «Antropoceno» para caracterizar nuestra época. Al mismo tiempo, las imágenes del fin pueblan diversas advertencias, análisis y pronósticos referidos al devenir de la humanidad en un futuro más o menos próximo. En ese contexto, han emergido tres respuestas: la que pone el acento en el colapso civilizatorio, la que busca salidas capitalistas-tecnocráticas y la que impulsa diferentes formas de resistencia antisistémica.
El Antropoceno como paradigma hipercrítico exige repensar la crisis desde un punto de vista sistémico. Lo ambiental no puede ser reducido a una columna más en los gastos de contabilidad de una empresa en nombre de la responsabilidad social corporativa, ni tampoco a una política de modernización ecológica o la economía verde, que grosso modo
apunta a la continuidad del capitalismo a través de la convergencia entre lógica de mercado y defensa de nuevas tecnologías proclamadas como «limpias». Finalmente, la actual crisis socioecológica no puede ser vista como «un aspecto» o «una dimensión más» de la agenda pública o inclusive como una dimensión más de las luchas sociales. Esta debe ser pensada desde una perspectiva inter- y transdisciplinaria, desde un discurso holístico e integral que comprenda la crisis socioecológica en términos de crisis civilizatoria y de apertura a
un horizonte poscapitalista.



Imágenes del fin
Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno

Maristella Svampa

En medio de la crisis ecológica y el calentamiento global, se ha expandido el uso del concepto «Antropoceno» para caracterizar nuestra época. Al mismo tiempo, las imágenes del fin pueblan diversas advertencias, análisis y pronósticos referidos al devenir de la humanidad en un futuro más o menos próximo. En ese contexto, han emergido tres respuestas: la que pone el acento en el colapso civilizatorio, la que busca salidas capitalistas-tecnocráticas y la que impulsa diferentes formas de resistencia antisistémica.

Al designar un nuevo tiempo en el
cual el ser humano se ha convertido en una fuerza de transformación
global con alcance geológico, la categoría «Antropoceno» se ha revelado
central para hacer referencia a la actual crisis socioecológica. En términos de diagnóstico, el Antropoceno
instala la idea de «umbral» frente a
problemáticas ya evidentes como el
calentamiento global y la pérdida de
biodiversidad1
. El concepto, acuñado
por el químico Paul Crutzen en 2000,
pronto fue expandiéndose no solo en
el campo de las ciencias de la tierra
sino también en las ciencias sociales
y humanas, e incluso en el campo artístico, razón por la cual devino una
suerte de «categoría síntesis», esto es,
un punto de convergencia de geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, filósofos, artistas y críticos de
arte, entre otros. Para las visiones
más críticas, la evidencia de que estamos asistiendo a grandes cambios
de origen antrópico o antropogénico, a escala planetaria, que ponen en
peligro la vida en el planeta, se halla
Imágenes del fin
Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
Maristella Svampa
En medio de la crisis ecológica y el calentamiento global, se ha
expandido el uso del concepto «Antropoceno» para caracterizar
nuestra época. Al mismo tiempo, las imágenes del fin pueblan
diversas advertencias, análisis y pronósticos referidos al devenir
de la humanidad en un futuro más o menos próximo. En ese contexto,
han emergido tres respuestas: la que pone el acento en el colapso
civilizatorio, la que busca salidas capitalistas-tecnocráticas
y la que impulsa diferentes formas de resistencia antisistémica.
Maristella Svampa: es socióloga y escritora. Sus libros más recientes son Chacra 51. Regreso a la
Patagonia en los tiempos del fracking (Sudamericana, Buenos Aires, 2018) y Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencia (calas /
Universidad de Guadalajara, Zapopan, 2018).
Palabras claves: Antropoceno, calentamiento global, colapso, crisis ecológica.
1. La mejor introducción y síntesis de debates sobre el tema puede encontrarse en Jean-Baptiste
Fressoz y Christophe Bonneuil: L’événement Anthropocène. La Terre, l´histoire et nous, Seuil, París, 2013.
n ENSAYO
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad No
278,
noviembre-diciembre de 2018, ISSN: 0251-3552, .
N
153 Ensayo
Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
colapso constituyen un relato del fin
del mundo, pero a diferencia del pasado, no se nutren de creencias religiosas sino de datos duros y finas
argumentaciones que proveen las diferentes ciencias de la tierra (geofísica,
paleontología, climatología, hidrografía, oceanografía, meteorología,
geomorfología, biología, entre otras),
a las que hay que sumar las ciencias
ambientales (ecología política, economía ecológica, historia ambiental, entre otras). Son nuestras nuevas
y modernas teorías sobre el fin del
mundo, ahora con sustrato científico.
Para ilustrar esta visión quisiera tomar tres textos diferentes. El primero es el conocido libro de Jared
Diamond, geógrafo y ambientalista de
renombre internacional, quien en 2004
publicó Colapso. Por qué unas sociedades
perduran y otras desaparecen4
. ¿Qué es lo
que hace que una determinada cultura, otrora una sociedad pujante, llegue
a desaparecer? ¿Cuáles son los factores
que hacen especialmente vulnerable a
una sociedad?, se pregunta Diamond.
Por colapso, este autor no entiende la
desaparición de un día para el otro de
una cultura o una determinada civilización, a la manera de las películas
apocalípticas del cine hollywoodense.
El colapso presupone un «drástico
descenso del tamaño de la población
humana y/o la complejidad política,
económica y social a lo largo de un territorio considerable y durante un periodo de tiempo prolongado»5
. Entre
los factores que llevaron al colapso a
sociedades del pasado están la deforestación, la erosión del suelo, la mala
gestión del agua, la sobrepesca, la caza
excesiva, la introducción de especies
alógenas, el aumento de la población
y el impacto humano sobre su entorno. Todos estos factores de riesgo
están presentes en nuestra civilización y a ellos se suman otros agravantes, como el cambio climático y la
quema de combustibles fósiles. Pero a
esto hay que añadir la mayor amplitud de los impactos, esto es, la gran
escala, el nivel planetario que tendría
un desastre en nuestros días.
El segundo texto sobre el colapso es
del notable ecologista español, ingeniero de profesión, Ramón Fernández Durán, fallecido hace unos años,
quien dejó una obra inconclusa en dos
tomos en la que analiza el declive y
hundimiento del capitalismo global.
En un texto más breve, publicado en
20116
, Fernández Durán sostiene que
el colapso no sería repentino, sino
«un lento proceso con altibajos, pero
con importantes rupturas», un largo
declive de la civilización industrial
que podría durar 200 o 300 años. Sus
4. J. Diamond: Colapso. Por qué unas sociedades
perduran y otras desaparecen, Debate, Barcelona,
2006, recientemente reeditado.
5. Ibíd., pp. 12-13.
6. R. Fernandez Durán: «La quiebra del capitalismo global: 2000-2030. Crisis multidimensional, caos sistémico, ruina ecológica y
guerras por los recursos. Preparándonos para
el comienzo del colapso de la Civilización Industrial», Ecologistas en Acción, disponible en
inicio_del_fin_de_la_energia_fosil.pdf>.
Nueva Sociedad 278 154
Maristella Svampa
causas: los límites ecológicos del planeta y el agotamiento de recursos,
muy especialmente debido a la (in)capacidad de aprovisionamiento de
combustibles fósiles. El gran problema
del capitalismo global es que no cuenta con un plan b energético para sustentar la actual civilización industrial.
Ninguna fuente energética podrá sustituir el «tremendo vacío que dejarían
las energías fósiles en su declive, debido a su intensidad energética». Nadie
quedaría al margen de este declive,
ni siquiera las elites, lo cual no quita
que habría –inevitablemente– ganadores y perdedores. Durán tampoco
descartaba que la ambición por conservar a cualquier costo la glamorosa
sociedad hipertecnologizada actual
pudiera llevarnos a un colapso más
brusco, a una crisis sistémica sin
transición posible.
El tercer texto nos sumerge en una
ciencia ficción de carácter posapocalíptico, cargada de datos duros. Escrito por dos historiadores de la ciencia,
Naomi Oreskes y Erik Conway, se trata de un libro publicado en 2015 bajo
el título The Collapse of Western Civilization [El colapso de la civilización occidental]7
. La historia nos sitúa en un
tiempo lejano, en 2393, bajo la Segunda República Popular China, época
en la cual un historiador de esa nacionalidad se pregunta acerca de las
razones del hundimiento de la civilización occidental, conocida como la
«Edad de la Penumbra», ocurrido a
mediados del siglo xxi.
Los tres relatos aquí evocados están
recorridos por consensos básicos: el
primero es que el derrumbe es leído
como una reducción importante de
la complejidad en diferentes planos
(económico, social, político, cultural).
Cuanto más compleja es una sociedad, más expuesta y vulnerable deviene; es decir, es más dependiente de esa
complejidad y de los recursos (energéticos) que la mantienen en funcionamiento. Segundo tópico en común:
pese a que Diamond habla de «la sociedad mundial» y Durán del «capitalismo global», ambos coinciden en que
el derrumbe civilizatorio implicaría
también la desaparición de valores políticos democráticos que creíamos fundamentales. Se habla así de «nuevos
capitalismos regionales», fuertemente
autoritarios y conflictivos entre sí, lo
cual conllevaría una «refeudalización
de las relaciones sociales». Oreskes
y Conway llegan a una conclusión similar, agregando que la posibilidad
de sobrevivir a un gran desastre aumentaría si contáramos con un régimen centralizado y un fuerte aparato
estatal (al estilo de China), aun si esto
implicara una pérdida inevitable de
valores democráticos. Por encima de la
diferencia ideológica de los autores citados, hay otros puntos en común. Por
un lado, a diferencia de las anteriores
culturas que colapsaron y terminaron desapareciendo, no hay dudas de
7. N. Oreskes y E. Conway: The Collapse of
Western Civilization: A View from the Future,
Columbia up, Nueva York, 2017.
155 Ensayo
Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
que el nuestro no es un problema
de carencia de información; más bien,
nuestra civilización sabe, conoce, está
al tanto de los efectos devastadores
de su acción. La consecuencia de sus
actos no solo es previsible, sino que
ha sido prevista8
. Por otro lado, como
nos dice el paciente historiador chino
imaginado por Oreskes y Conway,
existen también obstáculos de orden
epistemológico que explicarían la caída de la sociedad del siglo xxi, entre
ellos, la «convención occidental arcaica» que imponía la división y el estudio separado del mundo físico y del
mundo social; en otros términos, la
persistencia de una ontología dualista respecto de la relación entre sociedad y naturaleza, expresada también
en el ámbito del conocimiento. La posibilidad de repensar nuestra crisis y
abrirnos camino exige, por ende, un
enfoque posdualista y relacional.
■ La narrativa capitalista-tecnocrática
No hay que ser muy perspicaz para
darse cuenta de que los resultados de
las últimas cumbres climáticas son
muy desalentadores y parecen formar parte de la crónica de una muerte anunciada. Así, pese a que en 2017
el Acuerdo de París fue ratificado por
171 países entre los 195 participantes, implicó un retroceso, dado que
se decidió que el cumplimiento de lo
pactado y la forma de implementación –reducción de emisiones de co2
a fin de no sobrepasar el aumento de
la temperatura media de 2 ºC– son
voluntarios y dependen de cada país.
A esto hay que sumar la salida de Estados Unidos, concretada por Donald
Trump, reconocido por su negacionismo climático y por su fuerte apoyo a
las industrias de combustibles fósiles,
lo cual tuvo también un impacto negativo en la Unión Europea.
En este escenario, de cara a la cada
vez más escasa credibilidad que despiertan los acuerdos globales para
controlar las emisiones de co2
, el capitalismo prepara su plan b para reciclar
el proyecto de modernidad capitalista sin tener que salir del capitalismo.
Ese plan b se llama «geoingeniería»
y está basado en el principio de que
es posible superar los riesgos del calentamiento global mediante una intervención deliberada sobre el clima
a escala planetaria.
La geoingeniería provoca expectativa entre quienes buscan mantener los
actuales patrones de desarrollo –el
sistema de producción, circulación y
consumo de mercancías– y evitar tener que reducir las emisiones de co2
,
es decir, es un camino que avala la
visión dominante del progreso y el
conocimiento científico apoyada, entre otros, por sectores ligados a la industria de los combustibles fósiles. El
caso es que la hipótesis de la geoingeniería comenzó a dejar el ámbito
de la ciencia ficción para formar parte de una agenda pro-establishment, un
8. Ibíd., p. 11.
Nueva Sociedad 278 156
Maristella Svampa
9. J. Broton: «Geoingeniería y modificación del
clima» en Ecologista No
85, 1/6/2015.
10. Disponible en
content/jugando-con-gaia>.
proyecto de continuidad del capitalismo y sus estándares de vida para las
elites de poder mundial.
Los métodos de la geoingeniería pueden clasificarse en dos grupos generales: manejo de la radiación solar y
secuestro de co2
. Como nos dice Jordi
Brotons, biólogo ambiental y miembro de la Plataforma por la Soberanía
Alimentaria de Alicante,
la geoingeniería incluye tecnologías descabelladas tales como la cobertura de
grandes extensiones de desiertos con
plásticos reflectantes; megaplantaciones
de cultivos transgénicos con hojas reflectantes; almacenamiento de co2
comprimido en minas abandonadas y pozos petroleros; inyección de aerosoles de sulfatos
(u otros materiales, como el óxido de
aluminio) en la estratosfera para bloquear
la luz del sol y blanqueamiento de las
nubes para reflejarla; desvío de corrientes
oceánicas; fertilización de los océanos con
nanopartículas de hierro para incrementar el fitoplancton y, así, capturar co2
;
enterrar enormes cantidades de carbón
vegetal para eliminar co2
; etc.9
Desde 1996, las discusiones sobre estas
alternativas atraviesan las diferentes
cumbres climáticas y vienen suscitando críticas y resistencias sociales. No se
trata solo de un cuestionamiento a la
tecnocracia o a la «razón arrogante».
La geoingeniería supone una manipulación que entraña grandes riesgos y
no pocos efectos colaterales, que han
sido expuestos en diversos informes
científicos que concluyen que las nuevas tecnologías de la geoingeniería
son falsas soluciones. Ya en 2007, el
Grupo etc (Grupo de Acción sobre
Erosión, Tecnología y Concentración)
divulgó un informe titulado «Jugando
con Gaia»10, en el que denunciaba el
lobby del gobierno estadounidense
en el Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático
para imponer una salida técnica, reestructurando el planeta Tierra a través de la geoingeniería. El etc sostiene
que cualquier experimentación que
alterase la estructura de los océanos
o la estratósfera no podía realizarse sin un debate público profundo
e informado sobre sus posibles consecuencias y sin autorización de la
Organización de las Naciones Unidas (onu).
Entre 1993 y 2009, 11 gobiernos realizaron una docena de experimentos
de geoingeniería en aguas internacionales, vertiendo partículas de hierro sobre el océano para ver si podían
capturar y precipitar co2
en el suelo
marino. Se vertió hierro en más de
50 km2
del océano y, como no hubo
resultados, se aumentó la superficie
experimental seis veces; hacia fines
de 2009 el área «fertilizada» con hierro se extendía a 300 km2
. Pero esto siguió sin dar resultados. La oposición
de sectores de la sociedad civil terminó por forzar la cancelación de otros
proyectos de fertilización oceánica
157 Ensayo
Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
y en 2010 condujo al establecimiento de una moratoria internacional en
la Convención sobre la Diversidad
Biológica de la onu y en el Convenio
sobre la Prevención de la Contaminación del Mar por Vertimiento de
Desechos y otras Materias, también
llamado Convenio de Londres. Esa
moratoria, que rige hasta la actualidad, no fue firmada por eeuu, entre
otros países11.
Sin embargo, dados los endebles acuerdos de París, la geoingeniería va ganando cada vez más terreno entre las
elites políticas y científicas de los países centrales. Esta es presentada cada
vez más como un medio «esencial»
para lograr la meta de que la temperatura no suba más de 1,5 o 2 ºC respecto de los niveles preindustriales.
Un artículo firmado por Bjørn Lomborg, promotor del llamado Consenso de Copenhague, proyecto iniciado
en 2004, afirma que gastando tan solo
9.000 millones de dólares en 1.900 barcos de pulverización de agua de mar,
se podría impedir el calentamiento global que se prevé para este siglo.
En contraste, afirma que las promesas
del Acuerdo de París costarían un billón de dólares por año y se obtendría
además una reducción de emisiones
de carbono mucho menor. Desde su
perspectiva, los acuerdos de París son
tan débiles como costosos, lo cual abre
la puerta a otras oportunidades, como
la geoingeniería, que son vistas como
«una póliza de seguro prudente y asequible» (frase atribuida a Bill Gates)12.
Pero apelar a la geoingeniería no solo
no ataca las causas de fondo, sino que
implicaría además ceder el control del
termostato del planeta a las grandes
potencias globales, que son por otra
parte las más contaminantes. Quienes apuestan por esta estrategia minimizan los impactos directos reales,
que pueden incluir, según la tecnología desarrollada, desde sequías intensas y prolongadas en ciertas regiones
del planeta (manejo de la radiación
solar), hasta la generación de zonas
muertas en los océanos (fertilización
marítima) o devastación de millones
de hectáreas (técnica de captura y almacenamiento de las llamadas «emisiones negativas»). Asimismo, pueden
producir alteraciones metereológicas:
por ejemplo, una de las intervenciones sobre el clima consiste en inyectar sulfato en la estratosfera, lo cual
no disminuye las concentraciones de
gases de efecto invernadero sino que
las pospone. Esta técnica imita las
erupciones volcánicas, que reducen
11. Otro ejemplo son los proyectados experimentos de geoingeniería en eeuu: el primero,
en Arizona, donde un centenar de científicos
de la Universidad de Harvard y empresarios,
con el apoyo financiero de Bill Gates y de la industria espacial, planificaron una experiencia
a cielo abierto basada en la radiación solar (aerosoles de sulfato en las capas más altas de la
atmósfera); el segundo, en California, es una
intervención para blanquear las nubes, implementada por climatólogos de la Universidad
de Washington, junto con un grupo de ingenieros de Silicon Valley.
12. B. Lomborg: «¿Se debe aplicar la geoingeniería
al cambio climático?» en El Tiempo, 27/1/2017. El
proyecto, en un principio, fue apoyado económicamente por el gobierno danés y la revista The Economist.
Nueva Sociedad 278 158
Maristella Svampa
la temperatura mediante la liberación
de sulfato, tal como fue demostrado
en 1991 tras la erupción del volcán
Pinatubo en Filipinas, que disparó
unos 20 millones de toneladas de dióxido de azufre y produjo una disminución de la temperatura global de
0,4 ºC; sin embargo, al año siguiente
decayeron las lluvias y hubo una baja
afluencia de aguas. De modo que el
remedio podría resultar peor que la
enfermedad. Y a esto hay que agregar que, una vez iniciado el experimento de geoingeniería a gran escala,
toda cancelación de este –por ejemplo, a raíz de los impactos directos
que podría causar en ciertas regiones
del planeta y la ola de protestas que
podría desencadenar– provocaría un
recalentamiento fuerte y acelerado,
debido a la concentración de emisiones nuevas en la atmósfera.
En términos antropológicos, el plan b
está lejos de ser un llamado a la autolimitación. Más bien, a la manera
de las corrientes ligadas a la «modernización ecológica», como lo es hoy
la denominada «economía verde», la
geoingeniería privilegia las soluciones tecnológicas que consideran la naturaleza como un ente completamente
manipulable, lo que marca una continuidad agravada respecto del paradigma moderno antropocéntrico, aun
si su promesa es la supervivencia de
la especie. En realidad, su aspiración
es a «rehacer» la naturaleza13, adaptándola al patrón de desarrollo vigente, con un horizonte poshumano14, sea
en el lenguaje de las elites o en el de
los minoritarios desvaríos aceleracionistas15.
En suma, como sostiene Clive Hamilton16, la geoingeniería es uno de los
grandes dilemas éticos, geopolíticos
y civilizacionales a los cuales la humanidad será confrontada en la década próxima. Pero queda claro que
no hinca el diente en el modelo de
desarrollo vigente; supone más bien
su preservación. Implica intervenciones a gran escala, experimentos altamente riesgosos cuyas consecuencias
son impredecibles y que, de hacerse, requerirían de un acuerdo global;
sin embargo, en la práctica también
pueden ser llevados a cabo unilateralmente, lo cual está lejos de ser una
fantasía si tenemos en cuenta que, además de eeuu y la ue, existen otros países
que manejan ya las técnicas de geoingeniería, entre ellos Rusia y China.
■ Las narrativas anticapitalistas
y de transición socioecológica
Narrativas en clave ambientalista existen desde hace mucho tiempo y sus
13. Para una crítica del «geoconstructivismo»,
v. Frédéric Neyrat: La part inconstructible de la
Terre. Critique du géo-constructivisme, Seuil, París, 2016.
14. Luc Ferry: La révolution transhumaniste. Comment la technomedicine et l’uberisation du monde
vont bouleverser nos vies, Plon, París, 2016.
15. Para una introducción al aceleracionismo, v.
Armen Avanessian y Mauro Reis (eds.): Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el
postcapitalismo, Caja Negra, Buenos Aires, 2016.
16. Ver C. Hamilton: Les apprentis de sorciers.
Raisons et deraisons de la geo-ingenierie, Seuil,
París, 2013.
159 Ensayo
Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
tópicos son variados, pero sin duda,
al calor de la crisis socioecológica y el
surgimiento de resistencias locales y
nuevos movimientos ecoterritoriales,
estas se han ido multiplicando para
adquirir un mayor espesor discursivo
y simbólico en nuestras sociedades.
Desde el Sur, las consecuencias de la
crisis socioecológica se conectan directamente con la crítica al neoextractivismo y la visión hegemónica del
desarrollo, ya que es en la periferia
globalizada donde se expresa a cabalidad la mercantilización de todos los
factores de producción, a través de la
imposición a gran escala de modelos
de desarrollo insustentables: desde el
agronegocio y sus modelos alimentarios, la megaminería y la expansión de las energías extremas hasta
las megarrepresas, la sobrepesca y el
acaparamiento de tierras17. Asimismo,
plantean el desafío de pensar alternativas al desarrollo, como ya planteara
Arturo Escobar, al introducir la categoría de «posdesarrollo»18.
En coincidencia con los planteamientos de Alberto Acosta y Ulrich Brand,
la transición puede ser pensada mediante dos conceptos cada vez más
arraigados en el campo contestatario
a escala global: posextractivismo y
decrecimiento19. Desde mi perspectiva, se trata de dos conceptos-horizonte de carácter multidimensional,
que comparten diferentes rasgos: por
ejemplo, aportan un diagnóstico crítico sobre el capitalismo actual, no
solo en términos de crisis económica
y cultural, sino también desde un enfoque más global, si se entiende esta
como una crisis socioecológica de alcance civilizatorio. Al mismo tiempo,
ambos conceptos conectan la crítica
al paradigma productivista y el perfil metabólico de nuestras sociedades
(basado en la demanda cada vez mayor de materias primas y energías)
con la crítica al capitalismo. Ambos
ponen el acento en los límites ecológicos del planeta y enfatizan el carácter
insustentable de los modelos de consumo y alimentarios, difundidos a
escala global, tanto en el Norte como
en el Sur. Por último, se constituyen en
el punto de partida para pensar horizontes de cambio y alternativas
civilizatorias, basadas en otra racionalidad ambiental, diferente de la puramente economicista, que impulsa
el proceso de mercantilización de la
vida en sus diferentes aspectos.
Para revertir la lógica del crecimiento infinito, es necesario explorar y
17. Ver M. Svampa: La expansión de las fronteras
del neoextractivismo en América Latina, cit.
18. A. Escobar: «El postdesarrollo como concepto y práctica social» en Daniel Mato (coord.): Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos
de globalización, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2005.
19. El texto al que hacemos referencia es A.
Acosta y U. Brand: Salidas del laberinto capitalista.
Decrecimiento y postextractivismo, Icaria, Madrid,
2017. Pero quien colocó el desafío de pensar la
transición y salida del neoextractivismo en términos de posextractivismo fue el ambientalista
uruguayo Eduardo Gudynas. V. «Sentidos, opciones y ámbitos de las transiciones al posextractivismo» en aavv: Más allá del desarrollo, Fundación Rosa Luxemburgo, Quito, 2012.
Nueva Sociedad 278 160
Maristella Svampa
avanzar hacia otras formas de organización social, basadas en la reciprocidad y la redistribución, que
coloquen importantes limitaciones
a la lógica de mercado. En América Latina existen numerosos aportes
desde la economía social y solidaria,
cuyos sujetos sociales de referencia
son los sectores más excluidos (mujeres, indígenas, jóvenes, obreros,
campesinos), cuyo sentido del trabajo
humano es producir valores de uso o
medios de vida. Existe, así, una pluralidad de experiencias de autoorganización y autogestión de los sectores
populares ligadas a la agroecología
y la economía social y el autocontrol
del proceso de producción, de formas de trabajo no alienado, otras ligadas a la reproducción de la vida
social y la creación de nuevas formas
de comunidad. Incluso en un país tan
«sojizado» como Argentina se han
creado redes de municipios y comunidades que fomentan la agroecología, proponiendo alimentos sanos,
sin agrotóxicos, con menores costos
y menor rentabilidad, que emplean
a más trabajadores. Va surgiendo así
un nuevo entramado agroecológico,
un archipiélago de experiencias que
crece al margen del gran continente
sojero que hoy aparece como el modelo dominante, basado en el cultivo
transgénico para la exportación. En
suma, desde América Latina la transición tiende a pensarse desde nuevas
formas de habitar el territorio, al calor
de las luchas y las resistencias sociales
al neoextractivismo. Estos procesos
de reterritorialización van acompañados de una narrativa político-ambiental asociada al «buen vivir» y los
derechos de la naturaleza, los bienes
comunes y la ética del cuidado, cuya
clave es tanto la defensa de lo común
como la recreación de otro vínculo
con la naturaleza.
Por otro lado, en Europa, hacia 2008,
reapareció la idea de «decrecimiento»,
que fuera lanzada hacia los años 70
por André Gorz. Lejos de la literalidad
con la que algunos asocian el concepto
(leído simplemente como la negación
del crecimiento económico), el léxico
experiencial desarrollado en Europa
en las últimas décadas profundiza el
diagnóstico de la crisis sistémica (los
límites sociales, económicos y ambientales del crecimiento, ligados al
modelo capitalista actual) y abre el
imaginario de la descolonización a
una nueva gramática social y política en la que se destacan diferentes
propuestas y alternativas: auditoría
de la deuda, desobediencia civil, renta universal ciudadana, ecocomunidades, horticultura urbana, reparto
del trabajo, monedas sociales20. Por
ejemplo, en el marco de la transición
energética, se vienen impulsando las
20. Ver Giacomo D’Alisa, Federico Demaría y
Giorgos Kallis (comps.): Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era, Icaria, Barcelona, 2015,
publicado también en varios países latinoamericanos. En septiembre de 2018 se realizó la
Primera Conferencia Global de Descrecimiento Norte-Sur, en México, con la participación
de numerosos activistas y académicos de diferentes latitudes.
161 Ensayo
Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
transition towns, un movimiento pragmático en favor de la agroecología, la
permacultura, el consumo de bienes
de producción local y/o colectiva, el
decrecimiento y la recuperación de
las habilidades para la vida y la armonía con la naturaleza. Nacido en Irlanda en 2006, este movimiento apunta
a crear sociedades más austeras, sostenidas en energías limpias y renovables, y con un fuerte aumento de la
eficiencia energética21.
Resulta claro que el Antropoceno
como diagnóstico hipercrítico conlleva
el desafío de pensar alternativas a los
modelos de desarrollo dominantes,
de elaborar estrategias de transición
que impliquen una descolonización
del imaginario social y marquen el
camino hacia una sociedad poscapitalista, en una época en la cual no
existen modelos macrosociales ni
tampoco socialismos realmente existentes. En los diferentes foros globales
que reúnen a la militancia anticapitalista, suele resaltarse la capacidad de
irradiación de las experiencias locales y se subraya su carácter ejemplar
en términos de otra racionalidad social y ambiental.
■ Desafíos del Antropoceno
y enfoques relacionales
Las tres narrativas reseñadas coexisten en la actualidad. Algunos podrán
decir que el «realismo capitalista»22
hará que la humanidad opte por la hipótesis tecnocrática. Es probable que
así suceda, aunque habrá que adjudicar tal decisión a las elites de los países del Norte, no tanto a los países del
Sur, y mucho menos a los movimientos sociales antisistémicos, hoy decididamente opuestos a lo que consideran
como una «falsa solución»23. Es probable incluso que, ante el agravamiento
del calentamiento global y sus consecuencias, negacionistas como Trump
terminen por apoyar la geoingeniería.
Sin embargo, para los proyectos altercivilizatorios, no se trata de buscar
engañosos atajos a través de la solución tecnocrática, como plantean los
defensores del capitalismo verde, que
conciben al ser humano como un demiurgo capaz de manipular y rehacer la naturaleza. Tampoco se trata de
caer rendido a los pies de las narrativas «colapsistas», pues el riesgo más
evidente es quedar atrapado en una
lógica paralizante que anule la capacidad de acción colectiva, tan necesaria
a esta altura de la crisis civilizatoria.
Sin embargo, un detalle no menor que
nos advierte esa visión es la certeza de
que ya hemos cruzado un umbral de
riesgo y como tal, la transición, cualquiera sea, ya ha comenzado. El giro
21. Las comunidades en transición buscan
generar resiliencia social contra el progresivo
colapso colectivo provocado por el cambio
climático, el agotamiento de los combustibles
fósiles y la degradación de los regímenes
políticos.
22. Mark Fisher: Realismo capitalista. ¿No hay
alternativa?, Caja Negra, Buenos Aires, 2016.
23. V. el «Manifiesto contra la geoingeniería»,
de octubre de 2018, disponible en org.ar/blog/2018/10/04/manifiesto-contra-lageoingenieria/>.
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Maristella Svampa
antropocénico tiene hondas repercusiones filosóficas, éticas y políticas;
obliga a repensarnos como anthropos, pero también, de modo central,
nos lleva a replantear el vínculo entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano. El Antropoceno
exige pensar las consecuencias de la
gran separación –le grand partage– entre orden cosmológico y orden humano, como dice el antropólogo Philippe
Descola24, y nos desafía a reelaborar
desde otras coordenadas la relación
entre sociedad y naturaleza, entre las
ciencias de la tierra y las ciencias humanas y sociales.
Hace siglos que hemos abandonado
la visión organicista de la naturaleza, Gaia, Gea o Pachamama, aquella
que profesaban nuestros ancestros.
Somos hijos de la Modernidad o vástagos colonizados por ella; nos hemos
vinculado a la naturaleza a partir de
una episteme antropocéntrica y androcéntrica, cuya persistencia y repetición, lejos de conducirnos a dar una
respuesta a la crisis, se ha convertido
finalmente en una parte importante
del problema. En esta línea, la antropología crítica de las últimas décadas ha hecho avances interesantes al
recordar la existencia de otras modalidades de construcción del vínculo
con la naturaleza, entre lo humano y
lo no humano. Dicho de otro modo:
no todas las culturas ni todos los
tiempos históricos, incluso en Occidente, desarrollaron un enfoque dualista de la naturaleza, que la considera
un ámbito apartado, exterior, al servicio del ser humano y su afán predatorio. La crisis civilizatoria nos obliga a
abdicar del pensamiento único, para
asumir la diversidad en términos no
solo epistemológicos sino también
ontológicos. Existen otras matrices
de tipo generativo, basadas en una
visión más dinámica y relacional,
tal como sucede en algunas culturas
orientales, donde el concepto de movimiento, de devenir, es el principio
que rige el mundo y se plasma en la
naturaleza, o aquellas visiones inmanentistas de los pueblos indígenas
americanos que conciben al ser humano en la naturaleza, inmerso y no
separado o frente a ella.
Estos enfoques relacionales, que subrayan la interdependencia de lo vivo
y dan cuenta de otras formas de relacionamiento entre los seres vivos,
entre humanos y no humanos, toma
diversos nombres: «animismo», para
el ya citado Descola; «perspectivismo
amerindio», para Eduardo Viveiros
de Castro, quien en su ensayo La mirada del jaguar conceptualiza el modelo local amazónico de relación con la
naturaleza.
Se trata de la noción, en primer lugar, de
que el mundo está poblado por muchas
especies de seres (además de los humanos propiamente dichos) dotados de conciencia y de cultura y, en segundo lugar,
de que cada una de esas especies se ve a
24. P. Descola: Más allá de naturaleza y cultura,
Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
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Imágenes del fin. Narrativas de la crisis socioecológica en el Antropoceno
sí misma y a las demás especies de un
modo bastante singular: cada una se ve a
sí misma como humana, viendo a las
demás como no humanas, esto es, como
especies de animales o de espíritus.25
En contraste con la visión moderna, el
fondo común entre humanos y no humanos «no es la animalidad, sino la
humanidad»26.
Por ende, la humanidad no deviene la
excepción, sino la regla; cada especie
se ve a sí misma como humana, por
ende, como sujeto, bajo la especie de
la cultura. Estas formas de relacionamiento y apropiación de la naturaleza
cuestionan los dualismos constitutivos de la Modernidad. Estas «ontologías relacionales», como las denomina
Escobar27 siguiendo al antropólogo
Mario Blaser, tienen el territorio y sus
lógicas comunales como condición
de posibilidad. En diversas latitudes,
dieron origen a una profusa literatura antropológica sobre el «giro ontológico»28.
Por otro lado, a la hora de repensar
nuestro vínculo con la naturaleza
desde una perspectiva relacional, sin
duda la ética del cuidado y el ecofeminismo abren otras vías posibles.
Sus aportes pueden contribuir a cuestionar la visión reduccionista basada
en la idea de autonomía e individualismo. Ciertamente, la ética del cuidado coloca en el centro la noción de
interdependencia, que en clave de crisis civilizatoria es leída como ecodependencia. La revalorización y
universalización de la ética del cuidado, vista como una facultad relacional
que el patriarcado ha esencializado
(en relación con la mujer) o desconectado (en relación con el hombre),
como afirma Carol Gilligan, abre a un
proceso de liberación mayor, no solamente feminista, sino de toda la humanidad29.
En la actualidad, esto aparece reflejado en la acción e involucramiento
cada vez mayores de las mujeres en
las luchas socioambientales, en sus
diferentes modalidades. Los llamados feminismos populares se abren a
una dinámica que cuestiona la visión
dualista; proyectan una comprensión de la realidad humana a través
del reconocimiento con los otros y
con la naturaleza; van tejiendo una
relación diferente entre sociedad y
naturaleza a través de la afirmación
de la interdependencia. Asimismo,
la dinámica procesual de las luchas
25. E. Viveiros de Castro: «El cascabel del
Chaman es un acelerador de partículas» en La
mirada del jaguar. Introducción al perspectivismo
amerindio, Tinta Limón, Buenos Aires, 2008.
26. Ibíd.
27. A. Escobar: Sentipensar con la tierra. Nueve
lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia,
Unaula, Bogotá, 2014. El autor refiere además a
los trabajos de la antropóloga peruana Marysol de la Cadena.
28. Ver Florencia Tola: «El ‘giro ontológico’ y
la relación naturaleza/cultura. Reflexiones
desde el Gran Chaco» en Apuntes de Investigación del cecyp No
27, 2016; Martin Holbraad y
Morten Axel Pedersen: The Ontological Turn:
An Anthropological Exposition, Cambridge up,
Cambridge, 2017.
29. C. Gilligan: La ética del cuidado, Cuadernos
de la Fundació Víctor Grífols i Lucas, Barcelona, 2015.
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conlleva también un cuestionamiento
del patriarcado, basado en una matriz
binaria y jerárquica que separa y privilegia lo masculino por sobre lo femenino. No pocas veces, detrás de la
desacralización del mito del desarrollo y la construcción de una relación
diferente con la naturaleza, va asomando la reivindicación de una voz
libre, honesta, «una voz propia», que
cuestiona el patriarcado en todas sus
dimensiones y busca recolocar el cuidado en un lugar central y liberador,
asociado de modo indiscutible a nuestra condición humana30.
Así, al calor de las luchas se van afirmando otros lenguajes de valoración
del territorio, otros modos de construcción del vínculo con la naturaleza,
otras narrativas de la Madre Tierra,
que recrean un paradigma relacional
basado en la reciprocidad, la complementariedad y el cuidado, que apuntan a otros modos de apropiación y
diálogo de saberes; a otras formas de
organización de la vida social. Estos
lenguajes se nutren de diferentes matrices político-ideológicas, de perspectivas anticapitalistas, ecologistas e
indianistas, feministas y antipatriarcales, que provienen del heterogéneo
mundo de las clases subalternas.
En suma, el Antropoceno como paradigma hipercrítico exige repensar
la crisis desde un punto de vista sistémico. Lo ambiental no puede ser
reducido a una columna más en los
gastos de contabilidad de una empresa en nombre de la responsabilidad
social corporativa, ni tampoco a una
política de modernización ecológica
o la economía verde, que grosso modo
apunta a la continuidad del capitalismo a través de la convergencia entre
lógica de mercado y defensa de nuevas tecnologías proclamadas como
«limpias». Finalmente, la actual crisis socioecológica no puede ser vista
como «un aspecto» o «una dimensión más» de la agenda pública o inclusive como una dimensión más de
las luchas sociales. Esta debe ser pensada desde una perspectiva inter- y
transdisciplinaria, desde un discurso holístico e integral que comprenda
la crisis socioecológica en términos
de crisis civilizatoria y de apertura a
un horizonte poscapitalista.
30. Ver M. Svampa: Del cambio de época al fin de
ciclo. Gobiernos progresistas, extractivismo y movimientos sociales en América Latina, Edhasa, Buenos Aires, 2017, así como el prólogo en Tatiana
Roa Avendaño et al.: Como el agua y el aceite.
Conflictos socioambientales por la extracción de la
frontera petrolera, Oxfam, Bogotá, 2017.