Nicaragua: ante la irracionalidad, nadie está a salvo

Compartido por Mónica Baltodano en Facebook



Compartido por Monica Baltodano
Facebook
De acuerdo Fabian. Frente a la irracionalidad, intolerancia y fundamentalismo orteguista, nadie, ni aun los que han apoyado a este gobierno, pueden sentirse a salvo. Ahora ya hasta los amigos comienzan a parecerles sospechosos.
-.-

Ante la irracionalidad, nadie está a salvo
Un día, cuando ya no queden los otros, la máquina trituradora también irá por los que en su paranoia considerará traidores. No importará que no lo sean
Fabián Medina 27/12/2018

Trituradora
Primero vinieron por los estudiantes. Luego por los campesinos. Después por los médicos. En algún momento su propósito a destruir fue la Iglesia, los obispos. Después vinieron por los ONG, por los organismos internacionales y por los defensores de derechos humanos. Ahora es por los periodistas. Nicaragua vive paso a paso el poema trágico de Martin Niemöller. Nadie está a salvo. Ni los que callan cuando llegan por alguien porque no es con ellos, ni siquiera los que aplauden las muertes, secuestros, expulsiones, capturas y condenas, porque la máquina trituradora de la dictadura es insaciable. Necesita crearse enemigos en todo momento.

Paranoia
Ante la irracionalidad, nadie está a salvo. Un día, cuando ya no queden los otros, en su paranoia también irán por los traidores. No importará que no lo sean, así como no importó que no fueran terroristas ni golpistas los hasta ahora condenados como delincuentes. Y cuando la máquina trituradora vaya por los “traidores” no habrá ya organismos de derechos humanos que los protejan, ni organismos internaciones que sirvan de testigos, ni medios de comunicación independientes donde puedan hacer sus denuncias, porque ya fueron por ellos y nadie dijo nada.

Laboratorio
Ahora mismo Nicaragua parece ser el ensayo de dos modelos contrapuestos. Un laboratorio. Una tercia. Por un lado está la comunidad mundial probando si el instrumental jurídico internacional puede hacer que un país retorne al camino democrático, sin guerra, sin intervención militar y sin que haya una revolución violenta interna. Es que si las normas de convivencia y regulación internacional no sirven para Nicaragua, un país pobre, pequeño y dependiente, con un gobierno sin ley y aislado, ¿cómo van a servir para un país rico, con armamento nuclear, ejércitos grandes y aliados poderosos, que las desafíe? Por el otro lado está un régimen empeñado en demostrar a otras dictaduras, aliadas y en crisis, que el sometimiento por la fuerza es todavía posible en estos tiempos. Que ante una crisis mucho más grande que otras que han botado dictaduras en otras partes del mundo, puede sostenerse a punta de garrote, cárcel y plomo, incluso cuando casi toda la comunidad internacional le da la espalda.

Sándwich
En medio del sándwich estamos nosotros. Todos. Tanto los que queremos un país con libertades plenas para sus ciudadanos y con normas que valgan por igual para todos, como aquellos que niegan esas libertades, en defensa de los privilegios que les da servir a una dictadura.

Guerra imaginaria
Esa otra tercia, la interna, está determinada por una paradoja que espero en algún momento la historia analice con objetividad y justicia: una gran mayoría de la población que rechaza una salida violenta y otra parte que se ha inventado una guerra imaginaria para justificar sus desmanes. ¿Contra qué enemigo usará las armas de guerra que exhibe todos los días la policía? ¿Dónde está el arsenal que le quitaron a los que ellos llaman golpistas y que, según sus cuentas, son responsables de todas las muertes y daños? Tan imaginaria es esta guerra que en busca de un enemigo contra el cual pelear, han terminado criminalizando trivialidades como inflar chimbombas, dar opiniones e información, y hasta el uso de los símbolos patrios, algo que debe ser material de estudio en algún momento.

Poder
Aquí no hay una guerra armada por tomar el poder. Aquí lo que hay es el enfrentamiento, irreconciliable, de dos modelos de sociedad. Una donde un grupo entiende al poder como una patente de corso, un certificado de propiedad del país, y con ello su derecho a hacer con quienes se opongan lo que les venga en gana. Algo así como los derechos que da un secuestro. Otro sector, en cambio, piensa que el poder debe ser un ejercicio temporal de servicio a todos los ciudadanos, según las normas establecidas para ello.

Delitos
Inflar globos no es delito. Portar una bandera patria no es delito. Marchar no es delito. Curar un herido no es delito. Protestar no es delito. Opinar no es delito. Hacer periodismo no es delito. Al contrario, son derechos y a veces obligaciones. Que eso incomode a quienes tienen el poder es otra cosa. Los defensores del régimen tienen que entender, ahora que andan recetando Chipote para todo, que el hecho de que algo les incomode o los contradiga no lo vuelve delito. Que convertir esos hechos en delitos con nombres rimbombantes como “terrorismos” o “golpismo” no es justicia, es abuso. Que castigar, expulsar o asediar a quienes ejercen esos derechos no los convierte a ellos en delincuentes. Al contrario, los delincuentes serían quienes niegan los derechos.

Respetos
No puedo por lo tanto, terminar esta última columna del año, sin mostrar mi solidaridad y admiración para aquellos colegas que están llevando el ejercicio del periodismo hasta sus últimas consecuencias. A Ángel Gahona, que murió informando. A mis amigos Miguel Mora y Lucía Pineda Ubau, presos por reclamar libertad y decir lo que piensan. A todo el equipo de 100 por ciento Noticias. A Radio Darío, la radio mártir. A Carlos Fernando Chamorro y su aguerrido equipo de Confidencial, Esta Noche y Esta semana. A todos los colegas que han debido salir de país para proteger sus vidas. A todos los que no callan. Mis respetos.