Los chalecos amarillos: un objeto social no identificado

La secuencia amarilla sigue abierta. La monarqu?a liberal no la ten?a en sus previsiones. Corre asustada entre los ?ndices de las bolsas y un renovado arsenal represivo. El Estado exhibe sus m?sculos al mismo tiempo que su impotencia, su irrecuperable ceguera social. No sabe c?mo desarticularlos. Ya es demasiado tarde. Los ?chalecos amarillos son una innovaci?n en la expresi?n de la injusticia: salieron a denunciar el virus social recurrente que cada d?a se traga la riqueza de las sociedades del mundo.



Los ?chalecos amarillos?: un objeto social no identificado

Por Eduardo Febbro
Nueva Sociedad
Enero 2019

Los ?chalecos amarillos? sorprendieron a la derecha y a la izquierda y representan un fuerte cuestionamiento a las elites y al car?cter casi mon?rquico de la toma de decisiones por el poder pol?tico franc?s. Adem?s, pusieron en cuesti?n la premisa de que el ?xito es solo posible en las ciudades y mediante la tecnolog?a y de que el resto no existe. Los ?gilets jaunes? surgieron desde ese fondo que los medios y la tecnocultura liberal tornaron invisible o vagamente lejano y ex?tico y llegaron al centro de la prosperidad y la abundancia parisina.

La secuencia de insurrecci?n social abierta a mediados de noviembre de 2018 por los ?chalecos amarillos? sigue pesando sobre el mandato del presidente Emmanuel Macron. El Poder Ejecutivo franc?s apost? por la extenuaci?n de este movimiento que surgi? en octubre en las redes sociales ?Change.org, Facebook? pero, en vez de dislocarse, los ?chalecos amarillos? se afianzaron como voz leg?tima y terminaron abriendo una secuencia pol?tica y otra institucional que condicionan los pasos del gobierno.

La rebeld?a amarilla fue al principio una suerte de ?objeto social no identificado?: la expansi?n y los or?genes sociales de sus protagonistas condujeron a los comentaristas a situarlos en una suerte de imaginaria ?Francia invisible?. Sin embargo, esa Francia solo era invisible para las elites urbanas y tecnol?gicas que asimilan con la periferia o la invisibilidad cualquier territorio que est? fuera de sus barrios. Los gilets jaunes son, de hecho, el elemento narrativo aut?ntico del gran relato enga?oso de la globalizaci?n.

Desde sus periferias, a la vez suburbanas, rurales y perirrurales, los ?chalecos amarillos? se lanzaron a la denuncia del mundo en el que todos vivimos: injusto, desigual, embaucador y lleno de castas que se protegen a s? mismas sin la m?s m?nima noci?n de cuerpo social. Constituyen todav?a un fen?meno extra?o, atravesado por corrientes pol?ticas que incluyen la extrema derecha y la extrema izquierda, el populismo y la brutal lucidez de quienes, con pocas palabras y un lenguaje rudo, ofrecen la caricatura m?s feroz de las democracias liberales. Existen con una libertad que tampoco es com?n: partidos pol?ticos, sindicatos o asociaciones carecen de influencia sobre ellos.

A su manera repentina y sincera, los ?chalecos amarillos? son la otra cara de la moneda global. All? donde los otros movimientos sociales surgidos en Francia en los ?ltimos a?os fracasaron, ellos llevaron con ?xito sus reclamos a la cima de la visibilidad y la aceptaci?n: 75% de la opini?n p?blica los respalda.

Resulta parad?jico que el levantamiento social que ellos precipitaron haya nacido sin mediadores sospechosos en el territorio m?s expuesto a las manipulaciones y las teor?as complotistas: las redes sociales. El 10 de octubre de 2018, el camionero Eric Drouet abri? la brecha en Facebook con una protesta contra el aumento del precio del gasoil decidido por el gobierno en el marco de la mal llamada pol?tica de ?transici?n ecol?gica?. Una semana despu?s, una hipnoterapeuta, Jacline Mouraud, fustig? en las redes ?la caza? contra los automovilistas. Cuatro d?as m?s tarde, en Change.org, una microempresaria de 30 a?os, Priscilla Ludosky, emiti? una petici?n contra el aumento del gasoil. De inmediato, las adhesiones se multiplicaron a una velocidad digna de las redes virtuales.

Drouet acumul? m?s de un mill?n de adhesiones, Jacline Mouraud seis millones y medio y Priscilla Ludosky lleva ya tres millones. En diez d?as, se crearon casi 300 grupos de apoyo que totalizan ya m?s de cinco millones de usuarios. Nadie los vio venir. Los bloqueos de rutas y los piquetes en las rotondas empezaron casi en el anonimato. El primero se llev? a cabo el 17 de noviembre. Con esa metodolog?a, el movimiento inaugur? una nueva fase de la lucha social.

A diferencia de movimientos como los indignados en Espa?a, Occupy Wall Street en Estados Unidos o la Plaza Tahrir en Egipto, el espont?neo grupo franc?s no convoc? a ocupar un lugar central de la capital sino todo el territorio nacional. M?s tarde se producir?an manifestaciones en Par?s con, tambi?n esta vez, otro dato in?dito: la ocupaci?n y el saqueo de los barrios ricos de Par?s, en particular el s?mbolo de la opulencia mundial que son los Campos El?seos o la Avenida Foch, una de las m?s caras del mundo. Ni siquiera se intimidaron ante esa alegor?a nacional que es la Tumba del Soldado Desconocido instalada en el Arco de Triunfo: la llenaron de pintadas y la destruyeron parcialmente.

Desde entonces, en cada manifestaci?n de los s?bados, los ?chalecos amarillos? arremeten no solo contra los s?mbolos evidentes de riqueza, autos de lujo o comercios, sino contra los emblemas del Estado: edificios p?blicos, municipalidades, paradas de buses, centros de estudios, bicicletas p?blicas. Para ellos, el Estado es una casta al servicio de otra casta que est? por encima cuyo prop?sito consiste en que paguen los de abajo para proteger a los de arriba. ?Queremos vivir, no sobrevivir?, dice la frase que aparece a menudo pintada sobre los chalecos.

Su encono hacia el sistema no solo es irrenunciable sino sin l?mites. Se enfrentaron reiteradamente a la polic?a a campo abierto, avanzaron para ocupar el palacio presidencial y, en una de las ?ltimas manifestaciones, se apoderaron de una gr?a de trabajos p?blicos con la que derribaron las puertas del Ministerio de Relaciones Exteriores (5 de enero). Los diputados, los alcaldes y los consejeros municipales reciben decenas de insultos y amenazas, tanto como los medios de comunicaci?n. De lo p?blico pasaron enseguida a la ofensiva privada. Uno de los l?deres, Maxime Nicole, alias Fly Rider, hizo un llamado contra el sistema con una petici?n simple. En su p?gina de Facebook escribi?: ?En vez de ir a la calle, vayan al banco de su pueblo, retiren el dinero. Y si hay 20 millones de personas que sacan su plata, el sistema se hunde. Sin sangre, sin armas, sin nada?.

La revuelta inicial se fue transformando en apenas un mes. Al principio, la protesta se articul? en torno de la decisi?n del gobierno de equiparar el precio del gasoil con el de la gasolina com?n para empujar hacia abajo el consumo del gasoil, que es un combustible mucho m?s contaminante. Pero esa medida sac? a la luz varias heridas. La primera: esa Francia semirrural organiza su vida en torno del autom?vil. Los ?chalecos amarillos? pertenecen a una generaci?n que se fue de las ciudades y sus alrededores pr?cticamente expulsada por la especulaci?n inmobiliaria. Se fueron instalando en zonas semirrurales al mismo tiempo que el Estado desmantelaba los servicios: desaparecieron las oficinas de correos, las guarder?as, las escuelas, los hospitales, las sucursales bancarias, y hasta cerraron muchas estaciones de trenes.

Hace falta recorrer m?s de 100 kil?metros por d?a para ir a trabajar, y otros tantos para llevar y traer los ni?os al colegio. Los gilets jaunes sintieron que ese presidente que hab?a inaugurado su mandato en 2017 con un gigantesco regalo a los ricos, la modificaci?n generosa del impuesto a las grandes fortunas, los castigaba exclusivamente a ellos trasladando a sus monederos el tributo de la ecolog?a: los ricos pagan menos impuestos, las industrias contaminantes no aportan nada y ellos deben poner m?s y m?s de sus bolsillos. Esa pol?tica ecol?gica justific? el apodo que retrat? a Macron apenas lleg? al poder: el de ?presidente de los ricos?.

A lo largo de un mes de lucha, los ?chalecos amarillos? demostraron el perfil desigual de las pol?ticas del Estado, sancionaron el liberalismo a ultranza del modelo de desarrollo promovido por la Uni?n Europea, estampillaron el fracaso franc?s de esa pol?tica y restauraron el tan utilizado concepto de soberan?a popular. Sin ideolog?as ni ret?ricas sindicales. La Francia de los desiertos asalt? las intersecciones que los comunican, las rotondas, y luego march? hacia la capital. La segunda herida que qued? en evidencia es el subdesarrollo del mundo suburbano o rural, su falta de oportunidades profesionales y su aislamiento social. La modernidad instal? la mentira seg?n la cual el ?xito es solo posible en las ciudades y mediante la tecnolog?a. El resto no existe. Los ?chalecos amarillos? surgieron desde ese fondo que los medios y la tecnocultura liberal tornaron invisible o vagamente lejano y ex?tico.

Esa secuencia social se transform? poco a poco en secuencia pol?tica. Los partidos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, no ten?an ni ideas ni respuesta para el movimiento franc?s. As?, la modesta demanda del comienzo se ampli? hacia una exigencia pol?tica de justicia fiscal, transformaci?n del reparto de las riquezas, aumento de los salarios, mejora del poder adquisitivo, reformulaci?n global de un sistema depredador que sacrifica el bienestar de una mayor?a en beneficio de una minor?a. ?Aqu? ?dec?a un gilet jaune en una rotonda? hay mucha gente que tiene que elegir entre comer bien y pasar fr?o porque no les alcanza la plata para la calefacci?n, o estar calefaccionada y pasar hambre?.

La tercera secuencia que abri? el movimiento es la institucional: puso en tela de juicio el car?cter casi mon?rquico de la toma de decisiones por el poder pol?tico franc?s y plante? otro esquema. Los ?chalecos amarillos? presentaron una lista de 42 reivindicaciones o ?directivas del pueblo? en la que entran reclamos a favor del poder adquisitivo, los impuestos, la inmigraci?n o la reforma de las instituciones. La clave de ese cambio ser?a una reforma de la Constituci?n para introducir el llamado refer?ndum de iniciativa ciudadana (RIC). Esta herramienta tendr?a como objeto dejar en manos del pueblo las decisiones que le conciernen. El RIC, por ejemplo, podr?a funcionar ?para suprimir una ley injusta? o ?revocar el mandato de un representante?.

Los ?chalecos amarillos? introdujeron en el debate social, pol?tico e institucional variables que estaban anestesiadas por la masiva promoci?n de un modelo de desarrollo presentado como la ?nica posibilidad de existir. El movimiento franc?s parece decir ?aqu? tambi?n hay gente, y no vamos a ser nosotros quienes nos quedemos fuera de la historia ni tampoco quienes asumamos, solos, el costo de las transformaciones en curso?. La historia est? llena de invitados sorpresa. Los ?chalecos amarillos? llegaron desde una aparente y lejana galaxia social. Se instalaron en el coraz?n de la mec?nica liberal para impugnar, a menudo con una violencia sin reparos, la vor?gine de una econom?a esclava de los privilegiados, del crecimiento y de los beneficios.

En un operativo represivo sin precedentes, el gobierno de Macron moviliz? a miles y miles de polic?as y gendarmes, procedi? a cientos de arrestos preventivos y a detenciones arbitrarias. Nada alter? la convicci?n de esa ?Francia invisible?. Los nuevos l?deres sociales franceses se forjaron en estas semanas de luchas: una microempresaria, un camionero y un trabajador intermitente son los abanderados de la combatividad social. Irreverentes o insolentes, hasta ahora, los ?chalecos amarillos? sobrevivieron a los intentos de colonizaci?n pol?tica, tanto de la extrema derecha de Marine Le Pen como de la izquierda radical de Jean-Luc M?lenchon.

Como lo expres? hace unos d?as la l?der Priscilla Ludosky, ?este es un movimiento del pueblo, es decir, que pertenece a todos y a nadie?. La burgues?a francesa vio la autenticidad del peligro. Varias empresas pagaron primas y suplementos en los salarios de fin de a?o. La secuencia amarilla sigue abierta. La monarqu?a liberal no la ten?a en sus previsiones. Corre asustada entre los ?ndices de las bolsas y un renovado arsenal represivo. El Estado exhibe sus m?sculos al mismo tiempo que su impotencia, su irrecuperable ceguera social. No sabe c?mo desarticularlos. Ya es demasiado tarde. Los ?chalecos amarillos son una innovaci?n en la expresi?n de la injusticia: salieron a denunciar el virus social recurrente que cada d?a se traga la riqueza de las sociedades del mundo.