El feminismo es un movimiento de transformaci?n radical de la sociedad

Ver?nica Gago, una de las m?s activas militantes de Ni Una Menos, que articula los mundos de la militancia, la academia y la econom?a popular. Ella nos habla de algunas de sus mayores referentes intelectuales -la argentina Rita Segato, la mexicana Raquel Guti?rrez y la italiana Silvia Federici-, con quienes ella se codea en conferencias y congresos en todo el mundo; pero, tambi?n, de las mujeres que trabajan en la econom?a popular, que sacan el trabajo dom?stico a las calles de las villas miseria [las favelas], que luchan para defender sus territorios frente al modelo extractivista ?la miner?a, el agronegocio y otros grandes emprendimientos que avanzan en detrimento de las comunidades ind?genas, afrodescendientes y campesinas-, o las que est?n recluidas en presidios.



Ver?nica Gago: ?El feminismo es un movimiento de transformaci?n radical de la sociedad?

DEcuador Today

El 8 de marzo de 2018 puso en escena la fuerza del movimiento de mujeres en Argentina, y convirti? Buenos Aires en uno de los ejes m?s importantes del mapa internacional de los feminismos. La marcha se esperaba masiva, pero fue mucho m?s que eso: fue inmensa, y festiva, lleg? acompa?ada de una huelga de cuidados y logr? hacerse entender no como un acontecimiento sino como un momento -hist?rico, s?- de un largo proceso, tejido a lo largo de meses de asambleas y, antes de eso, d?cadas de lucha. La fiesta memorable que fue el 8 de marzo fue una sorpresa s?lo a medias. El 3 de junio de 2015 hab?a instalado un grito incontestable: el de Ni Una Menos; pero la inteligencia colectiva de los activismos feministas no se qued? ah?: pretend?a mucho m?s que anunciar que ya no estamos dispuestas a que nos maten, golpeen o violen. Pretend?a cambiarlo todo.

Tenemos el privilegio de conversar con Ver?nica Gago, una de las m?s activas militantes de Ni Una Menos, que articula los mundos de la militancia, la academia y la econom?a popular. Ella nos habla de algunas de sus mayores referentes intelectuales -la argentina Rita Segato, la mexicana Raquel Guti?rrez y la italiana Silvia Federici-, con quienes ella se codea en conferencias y congresos en todo el mundo; pero, tambi?n, de las mujeres que trabajan en la econom?a popular, que sacan el trabajo dom?stico a las calles de las villas miseria [las favelas], que luchan para defender sus territorios frente al modelo extractivista ?la miner?a, el agronegocio y otros grandes emprendimientos que avanzan en detrimento de las comunidades ind?genas, afrodescendientes y campesinas-, o las que est?n recluidas en presidios.

Ver?nica, amazona incansable y generosa, sabe que las preguntas se hallan, y las respuestas se elaboran, siempre desde abajo y en colectivo. Nos habla en un contexto complejo -la vuelta de las derechas en el pa?s y en toda la regi?n- en el que los feminismos, y en particular el feminismo popular o comunitario, emergen como la m?s prometedora de las luchas por la emancipaci?n.

VER?NICA GAGO. FOTO DE FLORENCIA TRINCHERI
?C?mo se logra vencer la resistencia al t?rmino ?feminismo? que hay en ciertos sectores, como las mujeres rurales y de clases populares?

Creo que la capacidad actual de los feminismos ha sido ligarse a una conflictividad social; y es gracias a eso que varios de sus conceptos fundamentales emergen hoy desde las luchas, y se va m?s all? de esa identificaci?n que existi? durante mucho tiempo del feminismo asociado a una din?mica m?s cercana a las instituciones o al espacio acad?mico y, por tanto, desencontrado con las luchas populares. Hoy esa conexi?n est? siendo muy poderosa y es la que le da una vitalidad al feminismo desde abajo. La noci?n de cuerpo-territorio, por ejemplo, es capaz de poner en conexi?n todo un archivo, un acumulado de luchas en torno a la autonom?a de los cuerpos de los feminismos con las luchas alrededor de la autonom?a de los territorios, complejizando al mismo tiempo la idea de ?soberan?a? y la de cuerpo entendidas por fuera de los confines del cuerpo como propiedad individual. La palabra cuerpo se piensa as? de modo extenso, como el cuerpo social produciendo un tipo de resonancia entre luchas comunitarias y feministas. Insisto que lo novedoso es c?mo toda esa riqueza de categor?as nace del ritmo y las invenciones de una nueva conflictividad social que encuentra lenguajes para narrarla y confrontarla, que vienen desde el feminismo popular, comunitario, ind?gena y villero.

Eso nos lleva a una cuesti?n que es fundamental en toda Am?rica latina: por qu? y c?mo las mujeres est?n en la primera l?nea de los conflictos por los territorios, en conexi?n con el avance acelerado del modelo extractivista.

Las respuestas que dan las mujeres en esos conflictos es muy clara; pienso por ejemplo en los conflictos ahora en Tariqu?a, al sur de Bolivia: ?Porque sabemos que nosotras seremos las que tendremos que ir a conseguir el agua si la mina acaba con ella, somos las que vamos a cargar los bidones en el bus?. Las mujeres afrontan estos conflictos en t?rminos concretos y cotidianos, en la medida que se multiplica su trabajo reproductivo como trabajo obligatorio para responder a los despojos de las transnacionales en el territorio. Y en este marco, muchas se preguntan qu? significa poner el cuerpo en la lucha si despu?s son desvalorizadas en el momento de la toma de decisiones; as? es que se exige no s?lo estar en la primera l?nea de los conflictos, sino tambi?n ocupar los espacios en los que se toman las decisiones pol?ticas sobre esos conflictos. Creo que de este tipo de situaciones surgen reflexiones muy ricas que radicalizan las preguntas que nos hacemos todas, porque van enlaz?ndose de maneras variadas. Esto sucede tambi?n en los territorios urbanos. Una compa?era de la Corriente Villera Independiente, Gilda, con quien coordinamos una de las asambleas para el 8M muri? unas semanas despu?s electrocutada al sacar agua de los pasillos de la villa tras una tormenta. La falta de infraestructura b?sica hace que la precarizaci?n de la existencia sea total y que sean en general las mujeres las que se ponen al hombro la tarea de producir infraestructura popular y pagar las consecuencias en que la inexistencia de servicios b?sicos se traduzca como verdadera ?inseguridad?. Lo que sucede es una multiplicaci?n de los territorios en conflicto y una conexi?n entre esas conflictividades. El a?o pasado, en Argentina fue muy fuerte la criminalizaci?n contra las comunidades mapuche, y en particular a una generaci?n joven que, crecida en las periferias de una ciudad racista como Bariloche, se propone hoy una reinvenci?n de la experiencia comunitaria y la recuperaci?n de territorio en la Patagonia, a manos de latifundistas como Benetton. La alianza de los estados con las empresas es evidente en cada uno de estas conflictividades.

En Guatemala, las organizaciones locales en defensa de los territorios me aseguraron que las resistencias al avance del monocultivo de ca?a azucarera o palma aceitera son m?s exitosas cuando son lideradas por mujeres, que ellas son m?s dif?ciles de cooptar por las empresas. ?Cu?l es la potencia pol?tica de esa imbricaci?n del feminismo con otras luchas?

Creo que ese ?garant?a? de radicalidad y no cooptaci?n es muy material: las mujeres son las que conocen y eval?an en el propio cuerpo propio y colectivo y en el trabajo extra ?como dec?a m?s arriba- que implicar? para ellas y para la comunidad toda el avance del megaemprendimiento. Lo interesante es que as? como sucede en los conflictos territoriales, pasa lo mismo en los sindicatos, donde las mujeres son vistas como m?s ?intransigentes? en las negociaciones y por eso menos ?confiables?. Hemos presenciado esto muy fuerte a partir del proceso de los paros de mujeres. Entonces lo que no se quiere reconocer es que lo que ponemos en juego es otra l?gica de construcci?n que, adem?s, desnuda los propios l?mites e ineficacias de las conducciones machistas. Ni que hablar de esa radicalidad desplegada por las estudiantes secundarias que han enlazado de manera directa la cr?tica a la reforma estudiantil con el reclamo de una educaci?n sexual integral en contra del giro ?preventivo? y moralizador que le quiere imprimir el gobierno. Por eso, creo que el feminismo act?a como un vector de radicalizaci?n de todas las premisas de los conflictos: desde lo que se entiende por poder y liderazgo hasta el deseo que se pone en juego en la pelea. Estamos viendo hoy una masificaci?n por radicalizaci?n y esto va contra de un sentido com?n persistente en las militancias que sosten?a que hab?a que ?suavizar? el discurso para conectar con capas amplias de la poblaci?n. Estas experiencias concretas de feminismo, a partir de su masividad y transversalidad, desaf?an todo el lenguaje de reconocimiento de las minor?as y del premio de los cupos para hacer un planteo que no deja espacio social, pol?tico, laboral y vital sin conmover.

La masividad es un escenario de mucha potencia, pero tambi?n surgen riesgos en torno a esa ?moda? a la que se quiere reducir el feminismo?

Desde luego, hay intentos de captura. Creo que una ofensiva empresarial muy clara fue la campa?a de Benetton, ?Be Purple? (s? ?violeta?, el color del movimiento feminista), que empapel? varias ciudades justo en el momento en que el conflicto por los territorios en la Patagonia, donde la empresa Benetton es una de las mayores propietarias, estaba en un pico de violencia. Existe tambi?n un riesgo de banalizaci?n del movimiento por muchos dispositivos de marketing. Y hay, tambi?n, contraofensivas m?s violentas ante el ?xito innegable del movimiento: as?, en Argentina se vio un cambio en la represi?n posterior al 8M de 2017 evidente. El a?o pasado, el 8 de marzo inaugur? un nuevo modelo de represi?n del gobierno macrista: la ?cacer?a?, es decir, la persecuci?n de mujeres despu?s de que se hab?a desconcentrado la multitudinaria marcha, mientras chicas esperaban el autob?s o caminaban a sus casas. Este a?o eso no sucedi?, en parte porque se despleg? una inteligencia colectiva que arm? estrategias para evitarlo; pero la noche del 8 al 9 de marzo hubo una brutal represi?n contra las mujeres del penal de Ezeiza que hab?an hecho paro y ruidazo, como sucedi? en otros 16 penales del pa?s. El servicio penitenciario, que hab?a sido objeto de denuncia de las compa?eras, se ensa?? con ellas esa misma noche, justamente aprovechando su aislamiento y la audacia de llevar el paro a la c?rcel. Por otro lado hubo una ofensiva medi?tica y de funcionarios del gobierno de Macri contra el documento que se ley? en 8M, donde se una cantidad de demandas, problem?ticas y denuncias que claramente desobedec?an y denunciaban las fronteras de la ?agenda de g?nero? que el gobierno dice poner en pr?ctica. La nueva estrategia luego del 8M en Argentina combina as? el intento por deslegitimar el documento consensuado en un laborioso proceso de asambleas con el ensa?amiento sobre el cuerpo de las mujeres privadas de libertad.

Se trata del mismo gobierno que, sin embargo, ha puesto sobre la mesa la despenalizaci?n del aborto. M?s all? de lo que pueda haber de oportunismo pol?tico por parte del macrismo, ?est? logrando el movimiento de mujeres colocar temas en la agenda pol?tica?

S?, desde luego. Hablar ?nicamente en t?rminos de oportunismo pol?tico es despreciar c?mo la lucha continuada de las mujeres ha hecho que se vean abocados a tratar el tema. No es s?lo una cuesti?n de agenda: el feminista es un movimiento de transformaci?n radical de la sociedad. Y, en Argentina, es la principal actriz de oposici?n al gobierno macrista. Que el presidente Macri declare en televisi?n que es un ?feminista tard?o? no s?lo es un intento grotesco de disputa de palabras, es tambi?n la capacidad de haber instalado esta discusi?n en todos los espacios sociales y pol?ticos. Un ejemplo: en los d?as preparatorios al paro del 8 de marzo se lograron escenarios de transversalidad in?ditos, como sucedi? con mujeres de sindicatos de todas las centrales sindicales: todos ellas pudieron ponerse de acuerdo en el apoyo a la convocatoria superando las internas patriarcales. Y todo esto responde a un acumulado de luchas de las mujeres contra la estructura machista y verticalista en el interior de los sindicatos pero tambi?n al interior de las organizaciones sociales y en la elaboraci?n colectiva de qu? significa un movimiento anti-neoliberal que se teje desde abajo.

?C?mo se sostiene esa transversalidad?

El paro ha sido importante como horizonte organizativo y eso se ha notado en el incremento de asambleas, de colectivos nuevos, de iniciativas diversas que crecieron entre el 8M 2017 al 8M 2018. Creo que la transversalidad se nutre por el hecho que el activismo feminista se ha convertido en una fuerza disponible que se pone en juego en diferentes espacios de lucha y de vida. Esta es una manera que va contra la ?sectorizaci?n? de la llamada agenda de g?nero. O sea, la transversalidad no es s?lo una forma de coordinaci?n, sino tambi?n una capacidad de hacer del feminismo una fuerza propia en cada lugar y de no limitarse a una l?gica de demandas puntuales. Sostenerla no es f?cil porque implica un trabajo cotidiano de tejido, de conversaci?n, de traducciones y ampliaci?n de discusiones, de ensayos y de errores. Pero lo m?s fuerte es que hoy esa transversalidad se siente como necesidad y deseo de estar encontr?ndonos ac? y all?, de imaginar cosas en com?n, de saber unas de otras, de sentir la fuerza de que somos parte de un momento hist?rico que nos deja, de alg?n modo, el tiempo en nuestras manos.

En la masiva marcha de Buenos Aires, algunas mujeres sintieron malestar por la presencia y actitud de algunos hombres. ?Qu? papel deben desempe?ar los varones en el movimiento feminista?

Esa discusi?n no llev? mucho tiempo en las asambleas preparatorias del 8M, porque desde el principio hubo un amplio acuerdo de que los varones no participasen en la marcha, sino que hicieran el ejercicio de sustraerse de la visibilidad pol?tica ?al menos por un d?a! y se dedicasen a tareas de apoyo, como suplir a sus compa?eras de las tareas de cuidado para que ellas pudieran marchar. Llama la atenci?n c?mo les cuesta a los compa?eros ocupar ese lugar de invisibilidad y de respeto de la autodeterminaci?n de los espacios feministas. En la marcha hubo situaciones inc?modas, como varones sosteniendo las pancartas de partidos pol?ticos, que se colocaron al frente rompiendo todos los acuerdos de las asambleas; incluso cuando les pedimos que bajaran las banderas, a una compa?era la putearon; era una violencia en un espacio que hab?amos creado para que estuviera a salvo de eso, por eso se sinti? como una doble violencia. Creo que hay una responsabilidad ah? de los partidos de izquierda, en su deseo por aparatear la manifestaci?n; y est? tambi?n el papel que juegan los medios hegem?nicos, repitiendo ese estigma de que el feminismo odia a los hombres, haciendo una inversi?n caricatural de la violencia seg?n la cual ser?an las mujeres las que violentan a los hombres.

VER?NICA GAGO. FOTO DE SANTIAGO SBURLATTI.
En Espa?a, el 8M, donde la marcha tambi?n fue hist?rica y masiva, hubo tensiones porque colectivos de mujeres negras y gitanas rehusaron de participar en la huelga; as? denunciaban la invisibilidad a la que el feminismo hegem?nico y blanco ha condenado a los colectivos racializados. Uno de los argumentos que se utilizaron fue se?alar la huelga como una herramienta de privilegiados, nacida en un contexto masculino y europeo. En Argentina el proceso ha sido muy diferente, ?por qu??

Ac?, la potencia que ha tenido la cuesti?n del paro, o de la huelga, es que ha sido apropiada justamente por segmentos de mujeres que han sido siempre las excluidas del mundo del trabajo reconocido como tal, desde las mujeres de la econom?a popular a las despedidas, pero tambi?n por las trabajadoras sindicalizadas para desobedecer a sus conducciones. Esto tiene que ver en Argentina con la trayectoria del movimiento piquetero que lleva m?s de quince a?os problematizando el tema del trabajo, qu? significa estar exclu?dx e incluidx, como modos de clasificaci?n y tutelaje estatales, y eso es algo que hoy sigue presente de modos diversos en las organizaciones y en las protestas callejeras. En Argentina, la decisi?n del paro se combin? con esta historia de lucha muy potente y radical. De este modo, las que hicieron paro son tambi?n las que no pueden parar como antes hicieron piquetes lxs que ya estaban fuera de la f?brica o reclamaron justicia las madres a quienes les hab?an desaparecido sus hijxs. Creo que el paro conecta con un gesto de reapropiaci?n y desobediencia que tiene distintos momentos hist?ricos en nuestro pa?s. No hay dudas de que el paro remite, en t?rminos hegem?nicos, a la historia del movimiento obrero masculino, asalariado, blanco. Pero no ver c?mo eso est? siendo hoy impugnado, reiventado y reformulado por pr?cticas concretas implicar?a negar y desconocer la fuerza del movimiento. Este proceso pol?tico puso en discusi?n que la huelga puede ser apropiada, reinventada y ampliada m?s all? de los l?mites del mundo del trabajo formal, ?en blanco?, y reconocido que, sabemos, es predominantemente masculino. Cuando el movimiento feminista llama a la huelga, el paro deja de ser una orden que se acata -es decir, que se sabe c?mo obedecerla-, para convertirse en una pregunta a responder desde la multiplicidad de situaciones del trabajo informal, dom?stico, precario, pero tambi?n asalariado. ?Qu? significa parar para las amas de casa, para las vendedoras ambulantes, para las trabajadoras del campo, para las estudiantes, para las desocupadas, para las beneficiarias de planes sociales, para las migrantes, para las mujeres campesinas que se oponen al agrobussines? ?Qu? significa parar cuando tu sindicato no da la orden de parar? Es una pregunta por el por qu? y c?mo desobedecemos hoy desde nuestras situaciones concretas y, en el caso del trabajo, c?mo visibilizamos el valor que producimos cuando es no reconocido porque se hace en la casa o en el barrio y/o porque trabajamos en formas de empleo sin patr?n formal o reconocible. Esta pregunta es pol?tica y es existencia

?Cu?l es esa herencia de lucha piquetera a la que hac?as menci?n?

Creo que la econom?a popular de hoy est? fuertemente protagonizada por las hijas de las piqueteras. En Argentina, con la crisis del 2001, muchos varones quedan desocupados, la depresi?n y el alcoholismo fue muy fuerte en muchos hogares. En ese momento cr?tico son las mujeres las que salen a la calle a problematizar lo que est? sucediendo, y quienes toman la iniciativa para poner en marcha una gesti?n colectiva de la vida: guarder?as, ollas populares, toda una serie de equipamientos comunitarios, una infraestructura social que derrama el trabajo de reproducci?n al espacio fuera del hogar y que permite luego juntar fuerza com?n para el corte de ruta. Hoy son ellas y sus hijas quienes est?n poniendo en valor el trabajo dom?stico que ya no se hace dentro de las casas, sino en el barrio y que sustenta incluso una discusi?n parlamentaria sobre el ?salario social?; son ellas, con un fuerte protagonismo femenino en esas econom?as, las que disputan con las econom?a ilegales un modo de gestionar la crisis de la sociedad asalariada (y todo su imaginario). As?, no s?lo se valoriza el trabajo dom?stico asignado a las mujeres, sino que se disputa el confinamiento de ese trabajo de cuidado y reproducci?n a los hogares y su asociaci?n estricta con modelos familiares, al tiempo que se denuncia la miseria y se valoriza el trabajo comunitario como trabajo productivo fundamental para el sostenimiento de la vida.

Ya que hablamos de la valorizaci?n de las tareas de reproducci?n y cuidado: ?por qu? sin patriarcado no hay capitalismo?

Muchas de nosotras nos nutrimos de un libro fundamental que es Calib?n y la bruja, de Silvia Federici. Ella recupera una manera de pensar muy a fondo c?mo se estructura la explotaci?n espec?fica de las mujeres en el capitalismo: es un diferencial de explotaci?n que lleva a la pregunta de por qu? las mujeres somos explotadas de manera particular, y sobre todo, confinadas y obligadas al trabajo dom?stico no remunerado. Esa organizaci?n del trabajo de las mujeres como obligatorio y gratuito da la clave: el capitalismo necesita la subordinaci?n patriarcal de las mujeres para organizar las relaciones de explotaci?n; as? puede entenderse c?mo se ha utilizado hist?ricamente el salario como una herramienta de dominaci?n de las mujeres por los hombres, seg?n una organizaci?n espec?fica del desprestigio social de lo dom?stico y la consagraci?n de lo p?blico como ?nico espacio de la pol?tica. Y esta es una discusi?n interesante para entender qu? pasa hoy, cuando, con la crisis de la sociedad salarial, el salario deja de ser la herramienta de autoridad masculina. Hoy tenemos que pensar lo que pasa luego del patriarcado del salario. Creo que parte del ensa?amiento de la violencia dom?stica en la actualidad se explica as?: los varones, que ya no tienen el salario como herramienta que objetiva su dominaci?n masculina, practican formas ?desmedidas? de violencia. El salario med?a y mediaba la autoridad del hombre y delimitaba las fronteras entre p?blico y privado; hoy, junto a la crisis del salario entra en crisis la autoridad masculina, que ya no se puede erigir en torno al papel de macho proveedor; y esto explica c?mo implosiona la violencia en los hogares, cuando la masculinidad necesita hacer presente su autoridad. La hip?tesis que estoy trabajando junto a Raquel Guit?rrez Aguilar es que estamos en un momento de ?patriarcado colonial de las finanzas?. Esto tiene a su vez que ver con c?mo las econom?as ilegales organizan hoy cierta conflictividad de los territorios; pienso, en particular, en c?mo el narco provee a los varones una v?a de captaci?n de recursos y control de los flujos de dinero, y as? inventa nuevas formas de autoridad con mucha mayor violencia. Para un pibe hoy, ser un soldadito [ni?os captados por las redes del narcotr?fico] lo vuelve a organizar bajo un principio de autoridad que es a la vez bajo un umbral de violencia mucho m?s alto. Se produce entonces una disputa en un momento en que la violencia surge como fuerza productiva, como ha pensado Federici para otros contextos hist?ricos. Es la pregunta que tambi?n se hace Rita Segato: por qu? hoy el cuerpo de las mujeres aparece como territorio de conquista. La multiplicaci?n de violencias machistas refiere a eso que tienen que demostrar las masculinidades que ya no se pueden sostener su autoridad sobre el salario ni sobre la figura proveedora en t?rminos m?s amplios. Ah? aparece la cuesti?n del patriarcado de la forma m?s brutal, sin la mediaci?n salarial. Dir?amos entonces que el patriarcado tiene todo que ver con esa divisi?n sexual del trabajo, sin la cual no hay acumulaci?n capitalista, y que hoy se reformula hacia el patriarcado colonial de las finanzas.

Como dice Silvia Federici, el movimiento de mujeres debe disputar esa desvalorizaci?n que hizo el capitalismo del trabajo de reproducci?n y cuidado. Eso se ha desarrollado desde las luchas feministas con mucha fuerza en los ?ltimos a?os; pero aparecen giros pol?micos, como la crianza con apego o un nuevo mandato por una lactancia prolongada. ?Hasta qu? punto podemos ver en esos fen?menos una valorizaci?n de ese trabajo reproductivo, de la vida, y hasta d?nde pueden ser nuevas formas de confinamiento de las mujeres a las tareas de cuidado?

Ah? hay una tensi?n muy fuerte de las l?gicas de cooptaci?n y captura de las que habl?bamos antes. La desvalorizaci?n del trabajo dom?stico, de reproducci?n y de cuidado es una desvalorizaci?n pol?tica; como recuerda Federici, se disminuye el prestigio social para quitarles a las mujeres su capacidad pol?tica, sus saberes, su poder comunitario. Desde el feminismo se est? dando una nueva dignidad a estas tareas, y adem?s estas cuestiones tienen cada vez m?s que ver con mostrar el papel de estas labores en la reproducci?n ampliada de las relaciones sociales. Las vertientes que intentan que se convierta en una renaturalizaci?n de lo femenino, creo que van en el sentido de volver a fetichizar la maternidad como momento individual, familiar y, sobre todo, de realizaci?n personal. El feminismo problematiza esa cuesti?n desde la imposibilidad de sostener la maternidad y el cuidado de forma individual, una vez han sido derrocados los modelos tradicionales de familia y porque ha habido resistencias enormes a la familia como modelo de aislamiento. Hay discusiones muy interesantes sobre la crianza colectiva, por la ecolog?a de cuidados; porque en el feminismo la autonom?a se piensa de la mano de la interdependencia, no desde la concepci?n individual liberal. Esta discusi?n se da hoy en un momento de colapso, en un marco de despojo colectivo y de precarizaci?n de recursos muy fuerte, en el cual las encargadas de las tareas reproductivas deben hacerse cargo en una estructura social en la que ya no hay una infraestructura. Escuchamos desde distintos espacios un feminismo que se pregunta por ese despojo desde una perspectiva que no conf?a solamente en el Estado o que simplemente siente nostalgia por sus viejas instituciones, sino que se organiza auton?mamente en los territorios.

Fuente: Revista Amazonas