Cr?nica desde un Hait? al rojo vivo

El clima social viene calde?ndose en Hait?, conforme las frustraciones sociales se acumulan en un polvor?n que nunca termina de desactivarse.
Las protestas ya llevan ocho intensas jornadas, y nada parece se?alar que vayan a detenerse.



Cr?nica desde un Hait? al rojo vivo
Lautaro Rivara*
15 febrero 2019 0

El pueblo haitiano contin?a con las protestas contra el gobierno nacional, al que acusan de corrupci?n y de la situaci?n cr?tica que vive el pa?s.

El clima social viene calde?ndose en Hait?, conforme las frustraciones sociales se acumulan en un polvor?n que nunca termina de desactivarse. Despu?s de las intensas movilizaciones del a?o pasado, con epicentros masivos y radicales en los meses de julio, octubre y noviembre, la tregua t?cita de fin de a?o dio lugar a unas navidades materialmente precarias, pero tranquilas. Pero las festividades no fueron m?s que un interludio breve. Pronto se reanudar?an las batallas contra la carest?a de la vida, la corrupci?n end?mica, la crisis social y econ?mica y la ausencia de un modelo de naci?n para la primera Rep?blica independiente surgida a la historia de este lado del R?o Bravo. Las protestas ya llevan ocho intensas jornadas, y nada parece se?alar que vayan a detenerse.

Los primeros s?ntomas de este nuevo ciclo de protestas se manifestaron en nuestro propio pueblo, cuando j?venes descontentos por el accionar policial en un conflicto de tierras prendieron fuego a la comisar?a de polic?a de la localidad de Montrouis, en el departamento Artibonite. La respuesta, previsible, fue la r?pida militarizaci?n de un poblado por lo dem?s pac?fico. Al d?a siguiente del hecho, las fuerzas especiales del CIMO ya dorm?an su siesta larga frente al mercado del pueblo, y nadie pod?a recordar c?mo era que hab?an ido a parar all?, ni con qu? prop?sito. Pero pronto el conflicto comenz? a multiplicarse en diferentes focos del pa?s hasta llegar a la explosiva jornada del 7 de febrero, aniversario de la huida del pa?s del dictador Jean-Claude Duvalier. Desde entonces comenz? a combinarse todo el repertorio de acciones callejeras habidas y por haber: concentraciones espor?dicas, inmensas movilizaciones espont?neas, caravanas de motocicletas, huelgas de transportistas, la quema de comisar?as y edificios gubernamentales y, sobre todo, miles de barricadas que r?pidamente tabicaron la capital y los diez departamentos del pa?s.

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Hace semanas que la escasez de combustible no deja de agravarse. Las largas colas que poblaban las estaciones de gas han cedido paso a puertas cerradas y playones vac?os, sin autos ni transe?ntes. Los ?ltimos galones de circulaci?n legal fueron engullidos por el contrabando, y ahora s?lo es posible conseguir combustible en la calle, tras arduas negociaciones y a precios imposibles. En estas refriegas es el peque?o consumidor qui?n lleva todas las de perder, desde el chofer que necesita echar a rodar su motocicleta para comprar su raci?n diaria de arroz con frijoles, hasta la vendedora que precisa encender su mechero para continuar sus ventas al menudeo en las horas sin sol. Las causas del desabastecimiento tienen que ver con las responsabilidades contra?das por el deficitario Estado haitiano, que adeuda pagos millonarios a la empresa que concentra las importaciones. Los monopolios, sin remordimientos, ajustan cuentas haciendo rechinar los dientes de toda la poblaci?n con su poder de paralizar el pa?s. Las calles est?n casi vac?as, y los precios de todas las cosas, desde el transporte hasta la alimentaci?n, se han disparado por los aires. La econom?a cotidiana est? deshecha y est? paralizado el trajinar diario de qui?nes cada d?a luchan por su subsistencia en el pa?s m?s pobre (o m?s bien, empobrecido) de todo el hemisferio.

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Mientras la agenda internacional se empecina en volver la mirada hacia la agredida Venezuela, la grave crisis haitiana pasa, una vez m?s, pr?cticamente desapercibida. Y es que a los motivos del aislamiento que sufre la naci?n caribe?a, en donde los factores pol?ticos y econ?micos son a?n m?s determinantes que su condici?n insular o su singularidad ling??stica, se suma un hecho fundamental. El ensimismado gobierno nacional de Jovenel Mo?se, jaqueado por ocho d?as de protestas y repudiado por pr?cticamente todos los sectores de la vida nacional haitiana, viene de dar una significativa se?al de alineamiento a la diplomacia de guerra norteamericana, al reconocer en la OEA al autoproclamado Juan Guaid?: ?White dog?, como se ha dado en llamar al recientemente ungido ?presidente? del Departamento de Estado. La pol?tica abstencionista que Hait? ven?a sosteniendo junto a otras naciones caribe?as, hab?a sido determinante para evitar que los Estados Unidos y el Grupo de Lima expulsaran a Venezuela del mismo organismo interregional en el mes de febrero del 2018. Ahora bien, la pol?tica pragm?tica y mendicante de Mo?se malamente podr?a ser confundida con afinidad ideol?gica con el socialismo del siglo XXI. Al ser jalado de la correa, Mo?se volvi? r?pidamente al redil, traicionando los v?nculos hist?ricos del pa?s con Venezuela y, sobre todo, la generosa pol?tica sostenida por Hugo Ch?vez Fr?as y la plataforma de integraci?n energ?tica Petrocaribe desde el a?o 2005.

As? es que a casi nadie conviene hoy se?alar que si se trata de urgencias humanitarias, ?xodos migratorios, inseguridad alimentaria, represi?n estatal y ausencia de democracia, el foco de las preocupaciones deber?a recaer sobre el devastado Hait? y las miradas admonitorias sobre su clase pol?tica y sus puntales internacionales. Pero es evidente, dado el apoyo irrestricto de los Estados Unidos al apartheid israel? o al desquiciado r?gimen de la monarqu?a absolutista saud?, que de lo que se trata es de garantizar la explotaci?n del crudo venezolano y de completar el proceso de recolonizaci?n continental, inaugurado con el golpe de Estado en Honduras hace ya exactamente una d?cada. Lo dem?s son tan s?lo coartadas m?s o menos imaginativas, como las armas de destrucci?n masiva de Iraq o el patrocinio de Cuba al terrorismo.
A esta resonante indiferencia ante la crisis haitiana, debemos sumar tambi?n una explicaci?n ligada al secular racismo de un mundo colonialmente estructurado desde los tiempos de la esclavitud plantacionista y el comercio triangular. Racismo que hace que diversos sectores, incluso progresistas o de ?izquierda?, se encandilen ante la ?elegancia? con que luchan en las calles parisinas miles de Chalecos Amarillos (ciertamente dignos), pero desprecian las batallas desesperadas de un pueblo negro y tercermundista que no ha cesado de movilizarse de a cientos de miles, e incluso de a millones, desde la insurrecci?n popular de julio de 2018.

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La palabra ?ladr?n? tiene en creol, la lengua nacional de los haitianos, una connotaci?n mucho m?s subida que en otras lenguas continentales como el portugu?s, el espa?ol y el ingl?s. No es un t?rmino de uso tan frecuente ni un vocablo para dispensar a la ligera. El robo es considerado una ofensa grave a toda la comunidad, por lo que en algunas zonas rurales a?n se lo castiga severamente, con m?todos de justicia autogestionados por las propias comunidades. Por eso es que caracterizar al presidente de la Rep?blica y a toda la clase pol?tica como viles ladrones, es un hecho menos frecuente y a?n m?s significativo que en muchos de nuestros pa?ses. La acusaci?n se relaciona al desfalco de fondos p?blicos, probado por el Senado haitiano e investigado por el propio Tribunal Superior de Cuentas, que inculpa a altos funcionarios de Estado de la actual administraci?n y de la anterior gesti?n presidencial de Michel Martelly. La suma, dilapidada por la clase pol?tica local en convenio con capitales diversos, es de unos 3.800 millones de d?lares, previstos para atender las infinitas urgencias de infraestructura que tiene el pa?s. Se trata de fondos que la Revoluci?n Bolivariana otorgara generosamente en el marco de los programas de desarrollo de la Plataforma Petrocaribe.

Si a esta corrupci?n end?mica sumamos la delicada situaci?n de la econom?a y la sociedad haitianas, podremos comprender f?cilmente los rencores acumulados y las ansias de trasformaci?n social, expresadas en las calles por un mosaico que expresa contradictoriamente a sectores sindicales y pol?ticos, urbanos y campesinos, eclesi?sticos y empresarios, conservadores y radicales. Algunos indicadores econ?micos pueden ayudarnos a resumir r?pidamente la situaci?n: una devaluaci?n de la moneda nacional, el gourde, de un 20 por ciento a lo largo del 2018; una inflaci?n de dos d?gitos que algunos analistas estiman en el orden del 14 o 15 por ciento; el derroche de recursos p?blicos en prebendas de todo tipo absorbidas por la clase pol?tica; el desmanejo econ?mico de un Estado que ni siquiera cuenta con un presupuesto oficial desde que fuera retirado el previsto para el ciclo 2018-2019; los niveles alarmantes de desempleo y la completa informalidad del mundo laboral; la ruina pronunciada de la producci?n agr?cola; el ?xodo permanente de los j?venes, expulsados del campo a la ciudad y de all? a pa?ses d?nde son discriminados y super explotados; y por ?ltimo, el hambre que golpea duramente a pr?cticamente un 60 por ciento de toda la poblaci?n.

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Un carro blindado de las Naciones Unidas, conducido por militares extranjeros, perdi? el control y embisti? de lleno a untap tap, el popular medio de locomoci?n haitiano. El saldo, tr?gico, fue de cuatro muertos y nueve heridos. Un accidente involuntario, sin dudas. Pero el estupor y la bronca de los ciudadanos de a pie no parece deberse a la impericia del conductor, sino al hecho de no poder entender por qu? un carro blindado, un veh?culo de guerra, circula amenazante por un pa?s pobre y sin fuerzas armadas, que no representa una amenaza para la seguridad de terceros pa?ses. Hace 15 a?os comenz? la llamada pacificaci?n de Hait?, impulsada por las Naciones Unidas y plasmada en la intervenci?n de una fuerza militar y civil multilateral, la MINUSTAH (hoy MINUJUSTH). Pero al d?a de hoy, la principal amenaza para la poblaci?n, m?s que la inseguridad local (baja si la comparamos con su incidencia en el resto de la regi?n) y a?n m?s que el accionar sus propias fuerzas policiales, lo constituye la presencia de una fuerza de ocupaci?n. Entre los atropellos se cuentan las violaciones sistem?ticas a mujeres de los llamados ?guetos?, entre siete mil y nueve mil v?ctimas fatales por la epidemia de c?lera tra?da al pa?s por un contingente de soldados nepal?es, y un n?mero incierto de j?venes asesinados en las barriadas de la capital Puerto Pr?ncipe. En Hait?, c?mo podr?a suceder en Venezuela, la llamada ?ayuda humanitaria? no ha sido m?s que una excelente coartada para violar la soberan?a territorial de nuestras naciones. La peque?a naci?n caribe?a es hoy un muestrario de lo que el ?capitalismo humanitario? podr?a generar en Venezuela.

Haiti movilizacion capital del pais la-tinta
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Diez muertos ya reconocen las fuerzas policiales. Una media centena, e igual n?mero de heridos, afirman enf?ticamente sectores de la oposici?n y los movimientos sociales. En los ?ltimos d?as, las calles y las redes sociales muestran una serie de im?genes escabrosas. J?venes y ni?os tendidos, agonizando, en las calles de la capital. Un militante popular socorrido por sus compa?eros, tras ser derribado por una bala policial en las inmediaciones del parlamento. Una densa humareda negra que cubre la ciudad de forma casi permanente, generando un clima irrespirable. El mercado de Croix-des-Bossales, mil veces incendiado, mil veces reconstruido, otra vez reducido a una mara?a de hierros retorcidos. Pero tambi?n hay im?genes indudablemente heroicas, con ese hero?smo propio de las gentes sencillas, sin margen, que se animan. Estar en las calles de Hait? es hoy mucho m?s que una opci?n pol?tica y un gesto de coraje: es una necesidad vital, el cross desesperado de un pueblo contra las cuerdas. Hombres en sillas de ruedas o en muletas marchando bajo el sol abrasador de mediod?a. Vendedoras y mujeres ancianas gritando sus consignas desaforadas frente a la represi?n policial. Y tambi?n, peque?os gestos de solidaridad internacional que titilan como luces tenues, y llegan al pa?s saltando las barreras del idioma y la desidia.

?Nou gen dwa viv tankou moun? (?Tenemos derecho a vivir como personas?), se lee en una pancarta que sintetiza un programa m?nimo, elemental, meramente humano. El programa de un pueblo que a?n recuerda las glorias pasadas, que a?n cree en las posibilidades de regeneraci?n nacional y que busca fan?ticamente, y por segunda vez, su independencia y su dignidad. Un pueblo que sufre, s?, pero que jam?s se resigna.

*Por Lautaro Rivara desde Hait? para Nodal / Imagen de portada: AP

Publicado en La Tinta