La ciudad y el anonimato
La crisis del espacio p?blico
Cuando las coordenadas del espacio pol?tico moderno se desarticulan, emerge la ciudad an?nima en el agotamiento del sujeto pol?tico y en la crisis del espacio p?blico, un espacio recorrido en sus m?rgenes por una vitalidad que se le escapa.
La ciudad an?nima
Texto Marina Garc?s Profesora de Filosof?a de la Universidad de Zaragoza y
de la UOC y miembro de Espai en Blanc
En la ciudad gris y disciplinada del capitalismo industrial, el
anonimato era sin?nimo de homogeneidad, estandarizaci?n
de las formas de vida, silenciamiento de la disidencia, represi?n
de la diferencia? El anonimato apuntaba a una indeterminaci?n
y a una invisibilidad que representaba una promesa
de libertad respecto a las comunidades cerradas tradicionales,
pero tambi?n una nueva forma de control social. Hoy
en d?a, las metr?polis contempor?neas ya no son gobernadas
a trav?s de la estandarizaci?n de todas las formas de
vida, sino, al contrario, a trav?s de una gesti?n pormenorizada
de las diferencias (culturales, raciales, econ?micas, personales).
La vida ha sido privatizada hasta el extremo de que
cada uno ha visto su propio ?yo? convertido en una marca
que debe gestionar y, por tanto, visibilizar a partir de aquello
que la distingue y singulariza. El anonimato, entonces, se
convierte en todo aquello que no cabe y que escapa a esta
estrategia de miniaturizaci?n selectiva del control. As?, el
anonimato adquiere nuevos sentidos. Hablar de la ciudad
an?nima, en nuestro contexto metropolitano actual, implica
un desplazamiento decisivo: de la ciudad gris a una realidad
social opaca, de lo est?ndar a lo difuso, del silencio al rumor,
de la vida intercambiable a la vida irreductible. En definitiva,
es el desplazamiento del anonimato como forma de sumisi?n
al anonimato como forma de resistencia.
En estas p?ginas queremos recorrer los distintos sentidos
de este anonimato que se resiste. En continuidad con el trabajo
sobre La fuerza del anonimato que Espai en Blanc desarroll?
en 2008-20091, nos proponemos dar un paso m?s all? y
ofrecer una mirada caleidosc?pica sobre las distintas pr?cticas
que conforman este nuevo anonimato: deserci?n, desafecci?n
y abstenci?n, pero tambi?n rebeli?n, picaresca y
apoyo mutuo. El anonimato encuentra hoy su fuerza,
muchas veces ambivalente, en el silencio del ciudadano descre?do,
en la movilidad de los migrantes m?s all? de las diferentes
formas de captura de su identidad, en la cooperaci?n
uno a uno de las redes peer-to-peer y de la Web 2.0, en las redes
afectivas de una nueva picaresca urbana o en el fuego sin
palabras de una periferia en llamas, por nombrar algunos
ejemplos.
No queremos caer en la trampa de formular la pregunta
sociol?gica o policial sobre los nuevos an?nimos (?qui?nes
son?) para tratar de identificarlos, sino que queremos situarnos
precisamente donde esta pregunta deja de funcionar.
?Qu? ocurre entonces? ?Qu? posibilidades se abren? ?De qu?
manera puede ser el anonimato la expresi?n de la heterogeneidad
m?s radical y de un desaf?o a los actuales dispositivos
de poder?
Partimos de la hip?tesis de que las transformaciones
metropolitanas que acabamos de describir no son la expresi?n
de metamorfosis superficiales de las formas de vida,
sino que implican un cambio radical del espacio pol?tico
moderno. Sus formas de visibilidad y de representaci?n ya
no funcionan, aunque sigan imponi?ndose como formas
huecas de reproducci?n de lo que hay. Nos encontramos en
una realidad postpol?tica en la que la pregunta por lo com?n
ya no pasa por las instituciones que hemos conocido hasta
hoy. El espacio p?blico, saturado de palabras y de im?genes
capturadas (por el mercado, por la publicidad, por la comunicaci?n),
est? recorrido en sus s?tanos y en sus m?rgenes por
una vitalidad que se le escapa. La ciudad an?nima es el nombre
que damos a este otro mapa, compuesto de afectos y
desafectos que no se corresponden con los ?ndices sociales
m?s reconocidos: participaci?n pol?tica, cohesi?n social y
crecimiento econ?mico. Por eso, podemos decir que la ciudad
an?nima es la ciudad que crece cuando las coordenadas
del espacio pol?tico moderno se desarticulan. M?s en concreto,
la ciudad an?nima emerge en la implosi?n del consenso,
en el agotamiento del sujeto pol?tico y, como dec?amos, en la
crisis del espacio p?blico. Ve?moslo m?s detalladamente.
En primer lugar, la ciudad an?nima es el rumor de fondo
que hace implosionar el consenso que hab?a fundamentado
una determinada configuraci?n pol?tica y social, nacida en
La ciudad an?nima
Texto Marina Garc?s Profesora de Filosof?a de la Universidad de Zaragoza y
de la UOC y miembro de Espai en Blanc
Cuando las coordenadas del espacio pol?tico moderno se
desarticulan, emerge la ciudad an?nima en el agotamiento del
sujeto pol?tico y en la crisis del espacio p?blico, un espacio
recorrido en sus m?rgenes por una vitalidad que se le escapa.
las ciudades occidentales tras la Segunda Guerra Mundial. El
mundo globalizado no es un mundo unificado. Es un
mundo que expulsa, condena, maltrata a grandes partes de
la poblaci?n, dentro y fuera del primer mundo. El consenso
t?cito sobre el progreso, las conquistas sociales y el desarrollo,
que compart?an opciones pol?ticas diversas, se ha roto.
?Qui?n espera qu?? No sabemos de qu? est?n hechas hoy las
esperanzas ni los malestares. La ciudad an?nima es el escenario
de una nueva cuesti?n social.
En segundo lugar, el anonimato emerge como potencia
pol?tica tras el agotamiento del sujeto moderno, en sus diferentes
figuras: el proletariado ya no existe como conciencia
ni como horizonte de lucha, y la ciudadan?a se ha transformado
en una suma ag?nica de individuos privatizados, de
?yos-marca? compitiendo en el escenario del mercado global.
Poder esfumarse, desertar, borrarse, desaparecer y a la
vez poder cooperar, resonar y aliarse sin resultar presa de
una nueva captura identitaria o corporativa es la doble
potencia de este anonimato resistente que desborda las
capacidades conocidas del sujeto pol?tico moderno.
Finalmente, la ciudad an?nima es el mapa humano (material,
urbano, social y pol?tico) que se impone en la crisis del
espacio p?blico, como espejismo de la palabra y de la visibilidad
autotransparentes. Hoy podr?amos decir, parafraseando
la conocida sentencia de Spinoza: no sabemos lo que puede
una ciudad. Dentro de una misma ciudad, vivimos vidas y
hablamos lenguajes intraducibles, estandarizados ?nicamente
por los ritmos del consumo. Pero frente a ello, nuestra pregunta
no es ?c?mo reducir esta disparidad a c?digos visibles
e interpretables?, sino ?c?mo hacerla m?s opaca, m?s resistente
y m?s creativa? Es evidente que esta fragmentaci?n
favorece en muchas ocasiones la guetizaci?n, la autorreferencia,
la polarizaci?n, la desigualdad, incluso los enfrentamientos.
Pero la ciudad an?nima es precisamente el anuncio de
nuevas respuestas que ya no aceptan el o dentro o fuera, el conmigo
o contra m? como c?digo de comportamiento. Dentro
pero al margen, la ciudad an?nima no aspira simplemente al
acceso, la inclusi?n y la representaci?n. Puede usar o reclamar
t?cticamente sus derechos, pero sobre todo la mueve el
deseo de crear espacios de vida vivible. En las p?ginas que
siguen nos proponemos explorar los sentidos y las posibilidades
de algunos de estos espacios, con todas las sombras y
las ambig?edades que puedan implicar.
Nota
1 El trabajo de Espai en Blanc (www.espaienblanc.net) sobre la fuerza del anonimato
se ha presentado en Revista de Espai en Blanc n? 5-6, Ed. Bellaterra,
2009 y en las jornadas ?La fuerza del anonimato?, que tuvieron lugar en el
CCCB en diciembre de 2008.
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M
La ciudad an?nima,
dentro pero al
margen, se mueve
con el deseo de
crear espacios
de vida vivible.
En la imagen,
el parque de
Poblenou en
el distrito 22@.
?Nuevos
b?rbaros?
La ciudad y el anonimato
Cuaderno central, 55
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La afirmaci?n de que el espacio es pol?tico ya no sorprende.
Y, sin embargo, el camino que llev? a ella fue arduo, ya que
ten?a consecuencias e implicaba innovaciones respecto a lo
que era el pensamiento cr?tico imperante muy ligado a la
f?brica. Al vaciar de ideolog?a la concepci?n del espacio y
rechazar la ciudad como objeto cient?fico ahist?rico, el espacio
se convert?a en fundamento y portador de din?micas de
transformaci?n social. Henri Lefebvre, cuya contribuci?n a
esta desabsolutizaci?n del espacio fue important?sima, ve?a
el espacio urbano como potencialmente emancipador: ?El
espacio permite, sugiere, y tambi?n proh?be, ciertas acciones?
1. Si el conflicto estaba situado en el espacio mismo
?decir que el ?espacio es pol?tico? significa antes que nada
eso?, el surgimiento y desarrollo de los sujetos pol?ticos
quedaba asimismo estrechamente vinculado al espacio. En
esta medida, se pod?a afirmar que la resistencia y la lucha
arrancaban del espacio, actuaban sobre el espacio, a la vez que
abr?an espacios. La centralidad de lo que se denomin? ?la
cuesti?n urbana? a partir de los a?os sesenta respond?a a
este planteamiento, y fue el mismo Lefebvre quien supo ver
que llevaba asociada el nacimiento de un nuevo derecho: el
derecho a la ciudad2.
Se puede asegurar que el ?derecho a la ciudad? ha sido el
horizonte pr?ctico que ha guiado directa o indirectamente
muchos de los movimientos urbanos en los ?ltimos tiempos.
Pero ese mismo derecho ha empezado a encorsetar las
nuevas expresiones de resistencia. El movimiento por una
vivienda digna que se extendi? por diferentes ciudades espa?olas
tuvo su m?xima fuerza cuando gir? en torno a la extra?a
consigna ?No tendr?s casa en la puta vida?3. M?s de
20.000 personas salieron en Barcelona a manifestarse bajo
esa no-reivindicaci?n. Cuando el movimiento quiso hacerse
movimiento social, es decir, cuando entr? en el marco del
derecho y busc? un interlocutor, el movimiento se deshinch?
inmediatamente. Ese es ?nicamente un ejemplo concreto
de c?mo la lucha por el ?derecho a la ciudad? tiene que ser
revisada y reformulada, ya que como horizonte pol?tico no
parece tener la misma validez que antes. Nos podr?amos
referir tambi?n, para apoyar esa necesidad de cr?tica, a las
rebeliones de las periferias de ciudades como Par?s, a las
nuevas formas de conflictividad ligadas a la vida urbana en
las ciudades miseria del llamado tercer mundo, etc. Lo cierto
es que, en la medida en que la afirmaci?n ?el espacio es pol?tico?
se hace problem?tica, y en seguida abordaremos el porqu?,
la propia lucha en el marco del derecho ?en nuestro
caso ?el derecho a la ciudad?? se hace tambi?n problem?tica.
Dicho directamente: cuando el espacio p?blico, cuando la
ciudad ya no es un espacio pol?tico ?qu? significa entonces
continuar hablando de una lucha en defensa del derecho a la
ciudad? Cuando el espacio p?blico se hunde como tal, y los
espacios del anonimato que surgen niegan el di?logo democr?tico,
no tiene mucho sentido seguir asegurando que ?la
ciudad como aventura de la libertad ha hecho del espacio
urbano un lugar de conquista de derechos?4. Es m?s, ese
tipo de declaraciones (?la ciudadan?a se conquista en el
espacio p?blico?5, etc.), que son directamente falsas, persiguen
ocultar la existencia de una politizaci?n asociada a la
fuerza del anonimato y que ya no se expresa en el antiguo
espacio p?blico.
La neutralizaci?n del espacio p?blico
Si el espacio p?blico es el cruce de procesos econ?micourban?sticos
y procesos comunicativos que definen el estar
juntos, ser?a justamente este componente de socialidad el
que hoy se reducir?a dr?sticamente. La apertura a lo imprevisto,
la expresi?n libre de formas de resistencia y de sentimientos
colectivos no tienen literalmente espacio.
Podr?amos empezar asociando la crisis del espacio p?blico a
la privatizaci?n, al predominio de las v?as de circulaci?n
para el coche, al individualismo consumista, a la inseguridad.
Lo que ocurre es que el concepto de crisis del espacio
p?blico es insuficiente para encerrar lo que ser?a la profunda
mutaci?n material y simb?lica que el neoliberalismo ha
empujado. Por esa raz?n, afirmar que el espacio p?blico se
Texto Santiago L?pez Petit Profesor de Filosof?a de la Universidad de Barcelona y
miembro de Espai en Blanc
Rebeli?n en la periferia y desocupaci?n del centro, ?los encerrados fuera?
y ?los encerrados dentro?. Los b?rbaros abren espacios del anonimato
e interrumpen la movilizaci?n global que llamamos vida. Espacios del
anonimato que son agujeros negros donde el poder no puede asomarse.
Espacio p?blico o espacios
del anonimato
ha transformado en espacio de consumo es cierto aunque
solo en parte. Y lo mismo podr?amos decir de todas las
variantes de esta tesis. Por ejemplo, la afirmaci?n que sostiene
que con el retorno de la cultura ?que es esencial al
modo de producci?n actual? hemos pasado del espacio
p?blico a un espacio de los lugares6.
Como tampoco dar?amos cuenta de esta mutaci?n del
espacio p?blico si junt?ramos todos los procesos que intervienen:
la privatizaci?n, la mercantilizaci?n, la gentrificaci?n7?
El an?lisis de todos esos procesos que conforman el
espacio no nos servir?a para poder determinar a?n qu? es
?ser?a m?s exacto decir qu? queda? del espacio p?blico en la
actualidad. Para hacerlo hay que salir del ?mbito de las ciencias
sociales porque la neutralizaci?n pol?tica del espacio
p?blico solo se puede aprehender desde una posici?n pol?tica,
es decir, desde una hip?tesis pol?tica. El nombre que he
dado a esta hip?tesis ser?a el de ?Gran Transformaci?n?. La
Gran Transformaci?n ser?a el hecho de que en la ?poca global,
capitalismo y realidad coinciden, que ya no hay afuera
alguno. Esta afirmaci?n, aqu? r?pidamente introducida, es
una afirmaci?n hist?rica, filos?fica y pol?tica8 que intenta
explicar lo acaecido despu?s de los a?os setenta, y que se
acostumbra a resumir con el r?tulo ?neoliberalismo?. De ser
tomada en serio, esta tesis implica una mirada nueva sobre
el mundo ya que nos obliga a salir del marco de la crisis ?crisis
del espacio p?blico? para pensar su neutralizaci?n pol?tica
como resultado directo de un cambio en la propia realidad.
En la ?poca global, la realidad se hace ?nica porque
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Afirmar que el
espacio p?blico se
ha convertido en
espacio de consumo
solo es cierto en
parte. Proliferan los
centros comerciales
?como Heron City,
en la foto que abre
el art?culo?, pero
tambi?n el
movimiento okupa.
Bajo estas l?neas, un
desalojo en Sants
( junio de 2007).
56, ?Nuevos b?rbaros?
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coincide con el capitalismo pero, a la vez, se dice de muchas
maneras: evanescente, transparente, opaca? Estamos, por
tanto, frente a una realidad ?nica y que tambi?n prolifera en
su indeterminaci?n. De aqu? que el nombre m?s apropiado
sea el de multirrealidad.
La realidad, en cuanto multirrealidad, es esencialmente
despolitizadora y lo es por dos razones b?sicas: 1) porque
como multirrealidad emplea el desorden como un factor de
orden, y lo hace ?y esa es la novedad? multiplicando sus
dimensiones, y 2) porque el cierre de la realidad, lo que permite
que la realidad se autopresente como tal, es la propia
obviedad, y frente a la obviedad, en principio, no hay nada
que hacer. Pues bien, ahora ya podemos concluir: la mutaci?n
material y simb?lica del espacio p?blico s?lo puede
comprenderse verdaderamente si se inserta en el interior
de esa Gran Transformaci?n. O lo que es igual: la neutralizaci?n
pol?tica del espacio p?blico se desvela como efecto
del propio car?cter despolitizador de la realidad global. En
definitiva, el espacio p?blico ya no es en s? mismo un espacio
pol?tico porque la propia realidad es pospol?tica9. Pero
entonces ?qu? es el espacio p?blico?
Lo democr?tico
La neutralizaci?n pol?tica del espacio p?blico puede contarse
mediante un gran relato que se podr?a resumir en la
frase: ?la p?rdida de la circulaci?n libre de la palabra?. El
espacio p?blico nace con la pregunta acerca del Uno. ?Con
qu? derecho Uno puede gobernar a los que son Muchos? De
aqu? que el espacio p?blico sea desde sus inicios un espacio
pol?tico en el que se debaten las grandes cuestiones que
afectan a la colectividad. La palabra circula libremente,
irrumpe socavando lo instituido, permite ir m?s all? de la
atomizaci?n social. La palabra libre prolifera, no se detiene
ante nada, abre el lenguaje contra el lenguaje mismo, y
entonces, el lenguaje habla contra el orden, contra el Uno.
Hoy, como ya hemos dicho, ese espacio p?blico no existe y
la gran pregunta por el fundamento del dominio no ha sido
contestada.
La pregunta por el Uno y su legitimidad es el gran
impensado. Y es un impensado porque el espacio p?blico
ha desaparecido sustituido por una mezcla de supermercado
y de espacio fronterizo. Consumo y vigilancia, o de una
manera m?s precisa, fascismo posmoderno y Estado-guerra. El
primero, basado en la propia gesti?n de la autonom?a; el
segundo, en la transformaci?n de la pol?tica en guerra. La
palabra libre ha sido secuestrada por la palabra tautol?gica.
La palabra tautol?gica, o lo que es igual, la autoposici?n del
Uno, la afirmaci?n ?la realidad es la realidad?, en definitiva,
la palabra del poder que (re)establece el orden. Si la democracia
es la forma concreta de articulaci?n del fascismo posmoderno
y del Estado-guerra10, el espacio p?blico ser?a su
plasmaci?n espacial. En este sentido, introducir el concepto
de ?lo democr?tico? ?es decir, efectuar el desplazamiento
de la democracia a ?lo democr?tico?? va a permitirnos abordar
qu? es realmente el espacio p?blico, y de esta manera,
llevar m?s lejos la cr?tica de la democracia. El planteamiento
es el siguiente: el espacio p?blico ?realmente existente?
es lo democr?tico, y el espacio p?blico en la medida en que es
?lo democr?tico? ya no tiene nada que ver con el espacio
pol?tico.
En ?lo democr?tico? caben desde las normativas c?vicas
hasta las leyes de extranjer?a, pasando por la polic?a de cercan?a
que invita a delatar11. ?Lo democr?tico? se construye
sobre la premisa del di?logo y la tolerancia que remiten a
una pretendida horizontalidad puesto que ?la diferencia es
una mera diferencia de opini?n, ya que estamos de acuerdo
en lo principal?12. Y lo principal, evidentemente, es el marco
democr?tico incuestionable. ?Lo democr?tico?, en cuanto
espacio p?blico, configura un espacio de posibles, es decir,
de elecciones (personales). M?s libertad significa multiplicaci?n
de las posibilidades de elecci?n. Pero no puede emerger
ninguna opci?n a causa de la cual valga la pena renunciar a
todas las dem?s. Esta opci?n que pondr?a en duda el propio
espacio de posibles est? prohibida. ?Lo democr?tico? es el
aire que respiramos. Se puede mejorar, limpiar, regenerar ?y
los t?rminos no son casuales?, aunque nunca nos podremos
preguntar si podr?amos vivir sin aire. ?Lo democr?tico? vac?a
el espacio p?blico de conflictividad, lo neutraliza pol?ticamente.
El espacio p?blico sin espacio pol?tico renace entonces
como un espacio p?blico m?gico, como la ficci?n de una
ciudad pacificada. Del espacio p?blico s?lo queda la estetizaci?n
del vivir juntos: la reapropiaci?n l?dico-comercial de la
vitrina. Porque, en ?ltima instancia, el espacio p?blico no es
m?s que la vitrina de la ciudad y sus efectos terap?uticos
son innegables13. Una vitrina es lo que mejor puede adornar
la realidad. De cambiar la ciudad para cambiar la vida se ha
pasado a cambiar la imagen de la ciudad para cambiar la idea
que la gente se forma de su vida. El espacio p?blico no es,
Cuaderno central, 57
? El hombre an?nimo, porque ya no cree, vive
en y por el presente. No se deja movilizar
verdaderamente, se sirve del espacio p?blico en
su m?s absoluta superficialidad?.
sin embargo, la construcci?n de un mero simulacro. No se
pasa del espect?culo (Debord) a la simulaci?n (Baudrillard).
Es algo m?s complicado. El espacio p?blico construido como
?lo democr?tico? funciona con una l?gica que podr?amos llamar
del ?desplazamiento mediante sustituci?n?. Esta l?gica,
que conlleva una suplantaci?n/captura, permite un control
efectivo por visibilizaci?n14, y sobre todo hace que nada sea
lo que parece. Interculturalidad, pluralismo, disenso? convenientemente
neutralizados son ahora los materiales del
espacio p?blico15. Pero la vitrina es de cristal y debe protegerse
frente a los b?rbaros.
Un rumor de fondo
En el espacio p?blico realmente existente construido como ?lo
democr?tico? no existe la posibilidad de tomar la palabra.
S?lo se puede hablar, es decir, opinar indefinidamente. Las
palabras no tocan a nadie, no hieren la realidad. Retornan
sobre el que las emite, y se agotan en el vac?o que nos separa
a unos de otros. La palabra tautol?gica llega a cualquier
lugar. Se infiltra de d?a y de noche. Nos ordena lo que hay
que hacer, y adem?s, nos entretiene. Hablar, opinar, ser?
siempre prolongarla y quedar por tanto encerrados en ella.
La palabra tautol?gica es el hilo musical que impide que
hablemos por nosotros mismos, sencillamente porque se
introduce dentro de nuestra interioridad com?n. Querer
oponer la cultura o un ?espacio p?blico de los ciudadanos?
al imperio de ?lo democr?tico? est? abocado al fracaso, porque
tanto la cultura como el ciudadano son piezas esenciales
de su propio funcionamiento. Y, sin embargo, por debajo del
hilo musical se deja o?r un rumor de fondo. Son los b?rbaros.
??Por qu? no acuden como siempre nuestros ilustres oradores
/ a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia? /
Porque hoy llegan los b?rbaros / que odian la ret?rica y los
largos discursos. / ?Por qu? de pronto esa inquietud / y
movimiento? (Cu?nta gravedad en los rostros.) / ?Por qu?
vac?a la multitud calles y plazas, y sombr?a regresa a sus
moradas? / Porque la noche cae y no llegan los b?rbaros. Y
gente venida desde la frontera / afirma que ya no hay b?rbaros.
/ ?Y qu? ser? ahora de nosotros sin b?rbaros? / Quiz?
ellos fueran una soluci?n despu?s de todo.?16
Los b?rbaros son la otra ciudad, son la no-ciudad que existe
dentro y fuera. Son la opacidad difusa que la pol?tica no
consigue atravesar. El espacio p?blico democr?tico nos ofrece
una socialidad d?bil a la carta, absorbe nuestras frustraciones,
llena nuestro vac?o con sentido, y exorciza nuestros miedos
mediante el marketing del miedo. Pero lo que ha sido
rechazado retorna con m?s fuerza. El malestar de la otra ciudad,
el malestar del que quiere vivir y no puede, insiste. Dos
s?ntomas: las rebeliones en las periferias de las ciudades francesas
en 2005 y la abstenci?n creciente en las convocatorias
electorales y, en general, la desafecci?n pol?tica. ?Cu?ndo vendr?n
los b?rbaros? Los b?rbaros ya est?n aqu?. Es la fuerza del
anonimato que como un topo excava la ciudad.
La rebeli?n de las periferias
La periferia, o m?s exactamente, el t?rmino franc?s banlieue,
tiene una enorme carga negativa. Banlieue est? asociada a
inseguridad, a delincuencia, etc. Desde un punto de vista
etimol?gico, la banlieue es un no-lugar, la negaci?n de la ciudad,
la exclusi?n como une mise au ban. Cuando se analiza lo
58, ?Nuevos b?rbaros?
que se conoce como el problema de las periferias17, la pregunta
constante es ??qui?nes son los que salen a la calle??.
Usualmente la respuesta es que se trata de j?venes inmigrantes,
por lo que la causa de la rebeli?n parece f?cil: es un
problema de integraci?n. La cuesti?n es mucho m?s compleja.
Un trabajador social franc?s respond?a as?: ?Son aquellos
que se caracterizan por haber salido del sistema escolar
a temprana edad, y por vivir en la precariedad. Se sienten
discriminados de origen. Casi todos ellos tienen origen
magreb? o subsahariano, pero entre los manifestantes tambi?n
hay chavales de origen franc?s?18. Lo cierto es que los
habitantes de las periferias coinciden siempre en decir: ?la
rebeli?n se ve?a venir??19. ?Por qu?? Porque existe un
malestar difuso como consecuencia de una situaci?n de
injusticia y de menosprecio. Quiz?s la palabra que permite
una mejor explicaci?n ser?a la de humillaci?n. La rebeli?n
de la periferia es contra la humillaci?n. La humillaci?n por
no poder disponer de una vida propia, ya que la precarizaci?n,
la segregaci?n social?, la trituran. Contra la humillaci?n,
el fuego siempre ha sido sin?nimo de victoria.
Quemar coches.
??Por qu? quemar todo esto? Quemar simplemente el
decorado que ya no soportamos ver m?s, esta miseria que
nos oprime, la ciudad podrida que nos encierra y asfixia.
Quemar los medios de transporte controlados que hay que
pagar y que humillan d?a tras d?a nuestro deseo de salir de
este color gris. Quemar las escuelas de la Rep?blica que son
el primer lugar de selecci?n, de exclusi?n, y de aprendizaje
de una obediencia ciega? Quemar pero no robar. Tan solo
para poder ver el humo de la mercanc?a que arde??20.
Quemar no es un odio reactivo, no es una violencia despolitizada
que no sabe reconocer a su enemigo. Quemar es
un gesto radical que asusta a todos los bienpensantes. Es
un gesto radical que abre un espacio del anonimato en la
medida que se territorializa. Los b?rbaros, los que se autodenominan
?los encerrados fuera?, quemando coches y
autobuses se cierran evidentemente la posibilidad de ir al
centro. Lo que ocurre es que en el centro s?lo les esperan
controles policiales. Contra la humillaci?n, la desesperaci?n.
Con su gesto radical, quemando lo que es suyo, abren
un espacio liberado, arrancan un espacio al control y a la
ley impuestos desde el poder. Ciertamente estos espacios
del anonimato no tienen la pureza que desde fuera desear?amos.
En ellos hay bandas, coacciones que no son verdaderamente
desaf?os. Pero eso es lo que hay. ?Somos ratas que
vivimos en los intersticios. Tenemos todo el tiempo del
mundo para explorar el espacio y encontrar agujeros en los
que resistir?21.
La desocupaci?n del centro
Los b?rbaros que habitan en el centro son aquellos que
callan, que emplean su silencio como un grito. Son el hombre
an?nimo que el poder trata de identificar. La pregunta
ahora es: ??qui?nes est?n detr?s de la abstenci?n en las ?ltimas
elecciones?? Los cient?ficos sociales intentan interpretar
el silencio para tranquilizar al poder. Pero las encuestas
sirven de muy poco, puesto que el hombre an?nimo se
burla de ellas cuando responde incansable: ?yo quiero vivir
y que me dejen tranquilo, que se olviden de m?. El hombre
an?nimo se abstiene o vota seg?n le interese. El uso del
———————————–
Lo ?democr?tico?
vac?a el espacio
p?blico de
conflictividad. Sin
espacio pol?tico, se
convierte en la
ficci?n de una
ciudad pacificada.
Sobre estas l?neas,
parque de Diagonal
Mar. En la p?gina
anterior, la plaza de
Europa, en la Gran
Via a su paso por
L?Hospitalet,
el dia de su
inauguraci?n (22 de
abril de 2007).
———————————
silencio es su gesto radical. Y cuando vota abre un espacio
del anonimato que se traga, por ejemplo, a Jose Mar?a Aznar,
presidente del Gobierno espa?ol. Fue el 14 de marzo del
2004, poco despu?s de los atentados de Madrid. El hombre
an?nimo es un b?rbaro porque no cree en la democracia.
?No creo en la honradez de ninguna autoridad mientras
no la demuestre con gestos continuados y, a ser posible, sin
aderezos. ?Saben cu?l es mi problema, y creo que el de
mucha gente? Que ya no creemos. Tal vez nunca cre?mos,
pero pens?bamos que no ten?amos nada que perder al
entregar nuestra confianza. Ahora que hemos perdido la
confianza, los pol?ticos deber?an sentir la heladora soledad
de las urnas vac?as?22.
El hombre an?nimo, porque ya no cree, vive en y por el
presente. No se deja movilizar verdaderamente, se sirve del
espacio p?blico en su m?s absoluta superficialidad. Los
fines comunes le resbalan, ante el otro siente m?s bien indiferencia,
y no tiene sentido hist?rico alguno. Sabe que la
cohesi?n social es un enga?o. Consume compulsivamente
?para olvidar la nostalgia de un nosotros? Aparentemente es
profundamente nihilista. Vive. Vive con su malestar aunque
tenga que recurrir a los ansiol?ticos, a los antidepresivos,
etc. Algunos no pueden m?s y frente a la humillaci?n que es
la precarizaci?n de su vida, estallan. Oponen su desesperaci?n
a esta realidad que les envuelve y no les deja respirar. El
hombre an?nimo, porque vive en el centro, no puede afirmar
como hac?a un joven griego durante la sublevaci?n de
diciembre del 2008: ?No tenemos nada que perder. ?Qu?
importa lo que queramos??. El hombre an?nimo, a pesar de
todo, se siente cerca de ?l.
La nueva cuesti?n social
Rebeli?n en la periferia y desocupaci?n del centro, ?los
encerrados fuera? y los ?encerrados dentro?. Y, sin embargo,
la dualidad centro/periferia que hemos empleado no
sirve porque el propio concepto de exclusi?n es insuficiente.
El funcionamiento de la realidad capitalista en la que
estamos metidos implica una sujeci?n que es abandono y
un abandono que es sujeci?n. El resultado es un juego
complejo y renovado que traza m?ltiples l?neas de partici?n
sobre lo social en base a la producci?n de desigualdades,
discriminaciones y segregaciones. La nueva cuesti?n
social es m?s que la cuesti?n urbana aunque desde el poder
la espacializaci?n sirva para circunscribir la conflictividad.
El malestar social no se deja codificar mediante las dualidades
dentro/fuera, visible/invisible, etc., que emplea la pol?tica
moderna en crisis.
B?rbaros son los que abren espacios del anonimato e
interrumpen la movilizaci?n global que llamamos vida. Con
el fuego, con el silencio, con gestos radicales que a?n est?n
por inventar. Se trata siempre de hacer frente a una misma
humillaci?n. Pero los espacios del anonimato no son un
espacio de aparici?n ?donde yo aparezco ante otros como
otros ante m??, son agujeros en el espacio p?blico, son agu-
———————————–
La dualidad centro /
periferia se intuye
en la convivencia
entre las antiguas
y las nuevas
edificaciones
en barrios
que han sufrido
transformaciones
urban?sticas. Los
b?rbaros no est?n
dentro ni fuera,
rodean la ciudad
porque est?n en
todas partes.
Arriba, el barrio de
La Mina. En la
p?gina siguiente,
protestas contra la
cumbre de la OTAN
que se celebr? en la
ciudad francesa de
Estrasburgo en abril
de 2009.
60, ?Nuevos b?rbaros?
? Mathieu Cugnot / EPA /Corbis/Cord?n Press
—————————————–
jeros negros en los que el poder no puede asomarse. La
nueva cuesti?n social ha inutilizado la tr?ada ?ciudadan?a ?
espacio p?blico ? ciudad fundamento de la pol?tica democr?tica?.
La tr?ada ?interioridad com?n ? fuerza del anonimato
- espacios del anonimato? que vendr?a a sustituirla
muestra la verdad de ?lo democr?tico?, as? como los l?mites
de las luchas en el interior del marco del derecho. Los
b?rbaros no est?n ni dentro ni fuera. Rodean la ciudad porque
est?n en todas partes. Como los grafitis que una y otra
vez ensucian las paredes por m?s que se limpien. La fuerza
del anonimato subvierte la idea misma de pol?tica: la pol?tica
se convierte en cr?tica de la pol?tica.
Notas
1 Lefebvre, H. (2000). La production de l?espace. Par?s, p?g. 89.
2 Lefebvre, H. (1972). Espace et politique II. Par?s, 22.
3 Mart?n Saura, L. / Fern?ndez Savater, A. (2009). FAQ sobre la fuerza del anonimato.
Espai en Blanc, n? 5-6.
4 Borja, Jordi (2003). La ciudad conquistada. Madrid, p?g. 26.
5 Ib?dem, p?g. 131.
6 Torres, M. (2007). Luoghi magnetici. Spazi pubblici nella citt? moderna e contempor?nea.
Mil?n.
7 Bidou-Zacharias, C. / Hiernaux, D. / Rivi?re, H. (2003). Retours en ville. Par?s.
8 Ver mi libro La movilizaci?n global. Breve tratado para atacar la realidad.
Madrid, 2009, p?g. 19. Un momento clave de la Gran Transformaci?n es evidentemente
la derrota del movimiento obrero, la desarticulaci?n de la
clase trabajadora como sujeto pol?tico.
9 El t?rmino ?pospol?tico? est? empleado aqu? como constataci?n del hecho
de que la transformaci?n social con verdadera voluntad de cambio est? hoy
bloqueada. Es lo que el Colectivo Situaciones analiza como impasse en su libro
Conversaciones en el impasse. Dilemas pol?ticos del presente. Buenos Aires,
2009.
10 Introduje el concepto de Estado-guerra en el libro de mismo nombre publicado
en la editorial Hiru (Hondarribia) en 2003. La presentaci?n de la democracia
como articulaci?n de Estado-guerra y de fascismo posmoderno aparece en el
libro ya citado La movilizaci?n global.
11 Anuncio de la Diputaci?n de Barcelona publicado en el a?o 2005. Un ni?o habla
al o?do de un polic?a sonriente. El texto dice: ?Hacemos un buen equipo y ganamos
en seguridad?.
12 Jordana, Ester / Gracia, David. Escenario y lenguajes de la crisis de palabras. En
http://www.espaienblanc.net/Escenarios-y-lenguajes-de-la.html.
13 Ver la revista de Espai en Blanc La sociedad terap?utica, que ya est? colgada en
la web http://www.espaienblanc.net.
14 El espacio p?blico act?a como revelador de lo oculto, de la misma manera que
el mercado es revelador mediante codificaci?n de los flujos. Las palabras proliferan,
los flujos circulan. El Estado reconduce y canaliza. Espacio p?blico y mercado
son instrumentos del Estado.
15 El F?rum de las culturas (2004) que se celebr? en Barcelona ser?a el ejemplo
m?s acabado de construcci?n de ese espacio p?blico. En s? mismo constitu?a un
verdadero laboratorio en el que ?nada era lo que dec?a ser?. Ver el informe
Barcelona 2004: el fascismo postmoderno en la web de Espai en Blanc.
16 ?Esperando a los b?rbaros?, de Konstantino Kavafis. Poes?as completas, Madrid,
1997.
17 Ver un resumen detallado y comentado de la bibliograf?a principal despu?s de
la rebeli?n de 2005 en ?Comptes rendus th?matiques?, publicado en la revista
Espaces et Soci?t?s, n? 128-129 (2005).
18 O. Batista en El Pa?s, el 8 de noviembre de 2005.
19 ?Vous sabes, on l?a sentie venir??, publicado en Beaud, S. / Pialoux, M. (2003).
Violences urbaines, violence sociale. Par?s, p?g. 10.
20Escrito del Collectif de la Cit? des Bosquets (Montfermeil), publicado en Espaces
et Soci?t?s, n? 128-129 (2005).
21 Dell?Umbr?a, A. Les bandes de joves proletaris, els suburbis i el contrapoder informal,
en el seminario ?Nous protagonismes socials?, octubre y noviembre de
2007.
22 Carta de una lectora (Natalia Fern?ndez D?az) publicada en El Peri?dico de
Catalunya (11/11/2009).
M
Cuaderno central, 61
Fronteras
culturales
La ciudad y el anonimato
Cuaderno central, 63
El anonimato est? en el fondo inscrito en la forma de la
metr?polis moderna desde sus or?genes. A Georg Simmel
(Die Gro?stadt und das Geistesleben, 1903) debemos uno de los
an?lisis m?s sugestivos del car?cter impersonal de los
encuentros entre ?extranjeros? que constituyen el tejido
social de la ?gran ciudad?. La naturaleza invasiva de las relaciones
sociales organizadas en torno a la mediaci?n del dinero,
la divisi?n y la parcelaci?n del trabajo, la sincronizaci?n
de los tiempos de vida, produce un espacio social sustancialmente
indiferente a la especificidad y a la individualidad de
los ?nombres?, rechazados en el ?mbito privado y dom?stico.
Hombres y cosas ?escribe Simmel?, en la metr?polis se
tratan de acuerdo con una actitud de ?mera neutralidad objetiva
simple?, una actitud en la cual ?una justicia formal se
une con frecuencia a una dureza inescrupulosa?.
El ensayo de Simmel fue el origen de mucha literatura
cr?tica sobre la metr?polis moderna, a menudo de orientaci?n
abiertamente reaccionaria. Lejos de ?hacer libre?, como quer?a
el viejo proverbio alem?n (Stadtluft macht frei), el ?aire de la ciudad?
parece m?s bien consignar al individuo al dominio de
potentes dispositivos de ?despersonalizaci?n?, reductibles en
?ltima instancia al espacio objetivo de la mediaci?n de sus relaciones,
operada por el dinero. Miedo, oportunismo, cinismo, parecen
sustituir a las tonalidades emotivas ?c?lidas?, los encuentros
?cara a cara? que regulaban la vida social en las comunidades
?tradicionales?, en su mayor?a situadas en el campo.
Otro gran protagonista de la sociolog?a cl?sica alemana,
Max Weber, hab?a advertido que detr?s de la ?calidez? de las
relaciones personales entre los trabajadores agr?colas y su
patr?n se ocultaba el espectro de una forma patriarcal de
dominio. Y que esta forma patriarcal de dominio sofocaba la
subjetividad del trabajador, y controlaba cada uno de sus
movimientos de manera minuciosa, se infiltraba incluso en
su casa y en su familia. Tanto es as? que decenas de miles de
trabajadores agr?colas hu?an del campo y emigraban hacia la
ciudad, o a las Am?ricas, prefiriendo evidentemente la ?dureza
sin escr?pulos? de la metr?polis a la dura escrupulosidad del
se?or terrateniente; el car?cter ?objetivo? de la relaci?n salarial
y del dominio capitalista, a la personal ?responsabilidad? y a
la arbitraria ?generosidad? del patrono rural. Aquellos trabajadores
agr?colas que con sus migraciones contribuyeron a la
configuraci?n y a la expansi?n del espacio metropolitano
moderno iban buscando libertad. Pero, como Weber no dejaba
de se?alar, esa b?squeda se hab?a demostrado ?ilusoria?, en el
sentido en que la fuga de la condici?n de sujeci?n ?personal?
los hab?a conducido a exponerse a las condiciones de dominaci?n
impersonal que constituyen el modo de producci?n capitalista.
Esa fantas?a de libertad apunta a una nueva subjetividad
y podr? incluso ser, para citar todav?a al cient?fico social
alem?n, ?el primer inicio de la movilizaci?n para la lucha de
clases?. De Weber, decisivamente influido por Marx, tambi?n
se hac?a eco el joven Lenin en 1899, en su pol?mica con los
populistas: ?Nosotros ?se lee en El desarrollo del capitalismo en
Rusia?, en repudio de la teor?a populista, afirmamos que las
?migraciones? de los obreros no s?lo presentan ventajas ?puramente
econ?micas? para los propios trabajadores, sino que
tambi?n deben ser consideradas como un fen?meno progresivo
en general. […] Los campesinos son atra?dos por la emigraci?n
por ?razones de orden superior?, esto es, por la vida aparentemente
m?s avanzada y m?s refinada de los habitantes de
San Petersburgo; intentan ir a ?donde se est? mejor??.
?Podemos asumir este movimiento de fuga de las relaciones
sociales marcado por la l?gica ?personal? del patriarcado (en el
sentido que asigna Weber al t?rmino) como clave interpretativa
de al menos una parte de las motivaciones subjetivas que se
encuentran en la base de los movimientos migratorios modernos?
A menudo he sostenido esta tesis, a partir de mi libro de
2001 Derecho de fuga. Agregar aqu? que, para una parte importante
de las mujeres y los hombres protagonistas de las migraciones,
la fuga en cuesti?n debe ser interpretada tambi?n como
fuga de los nombres que organizan, alrededor de la identidad fija
y preestablecida, el sistema de las funciones y de la experiencia
social. Por poderosos que sean los elementos de coacci?n, de
ciega violencia, en el origen de los desplazamientos de pobla-
Texto Sandro Mezzadra Profesor de Estudios Coloniales y Poscoloniales y de las Fronteras
de la Ciudadan?a en la Facultad de Ciencias Pol?ticas de la Universidad de Bolonia
La migraci?n es un campo ambivalente, en el cual heterog?neas
pr?cticas de subjetivaci?n nutren la b?squeda de espacios
?an?nimos? de libertad y de igualdad. La migraci?n se dirige hacia
la metr?polis; es una fuerza subjetiva que produce metr?polis.
Sobre la fuga de nombres:
migraci?n y metr?polis
ciones, la migraci?n es de todos modos un campo ambivalente,
en el cual heterog?neas pr?cticas de subjetivaci?n nutren la
b?squeda de espacios ?an?nimos? de libertad y de igualdad.
Una vez m?s, por tanto, la migraci?n es una poderosa fuerza
subjetiva que produce metr?polis (por otra parte, ninguna metr?polis
?Barcelona o Buenos Aires, Londres o Calcuta? puede ser
productiva prescindiendo de la inmigraci?n).
Las migraciones contempor?neas, con m?s fuerza que en
el pasado, producen continuamente nuevos espacios sociales
y culturales, determinando m?s bien, para retomar las palabras
usadas en 1991 por el antrop?logo Roger Rouse, una
?cartograf?a alternativa del espacio social?. Los rasgos que
normalmente muestran los soci?logos para caracterizar la
peculiaridad y novedad de los movimientos migratorios ante
los cuales nos encontramos hoy ?la multiplicidad de las
direcciones seguidas por los flujos, las feminizaciones y
diversificaciones de su composici?n, la multiplicaci?n de los
modelos migratorios, la distribuci?n sobre una multiplicidad
de espacios en el sentido de pertenencia de los inmigrantes ?
convergen todos en producir una profunda desestabilizaci?n
del ?sentido del lugar? y contribuyen a acelerar el proceso de
transformaci?n de las coordenadas geogr?ficas que constituye
uno de los rasgos principales de la ?globalizaci?n?. Los
circuitos ?transnacionales? de las migraciones desempe?an
papeles fundamentales en la circulaci?n a nivel global de
cultura, bienes y servicios: est?n muy lejos de ser ?mbitos de
los cuales se pueda dar una imagen id?lica y ?rom?ntica? (en
su interior circulan tambi?n cuerpos engrillados, dispositivos
de explotaci?n y modelos de dominaci?n), pero sin embargo
representan un ?recurso? mediante el cual una proporci?n
creciente de la poblaci?n subalterna organiza hoy la propia
existencia; y a veces, las propias formas de resistencia.
El espacio metropolitano, considerado a trav?s del prisma
de los movimientos migratorios, se presenta sin embargo
como profundamente heterog?neo. Pero al primer factor de
diversificaci?n que hemos mencionado (la producci?n continua
del espacio por los propios inmigrantes), se agrega un
segundo: la proliferaci?n de las fronteras que dividen el territorio
de la metr?polis, constituyendo la se?al de la diseminaci?n
de dispositivos de explotaci?n, dominio y control. La
renta inmobiliaria y financiera produce continuamente no go
areas para quien no tiene la piel del color adecuado y promueve
procesos de formaci?n de guetos desde el punto de vista
habitacional; diligentes polic?as se encargan de patrullar las
fronteras de la ciudadan?a, controlando documentos y obligando
a realizar carreras de obst?culos a quienes no los tienen;
centros de detenci?n surgen amenazantes, para recordar
a miles de habitantes de la metr?polis que viven en un estado
de ?deportabilidad?; sol?citos inspectores vigilan fronteras
que, seg?n la nacionalidad o el estatuto de inmigraci?n, organizan
el mercado del trabajo.
La experiencia social en el interior de la metr?polis contempor?nea
?y en primer lugar la experiencia de los hombres y las
mujeres inmigrantes? est? cada vez m?s marcada por este
proceso de multiplicaci?n de las fronteras, que interviene para
dividir el espacio com?n, para organizar los territorios de explotaci?n
y la valorizaci?n del capital. Tambi?n este proceso,
impulsado en primer lugar por los rendimientos financieros
e inmobiliarios, presenta rasgos ?an?nimos?, ya que pretende
aparecer como inscrito ?en las propias cosas?. En ?ltima
instancia, sin embargo, esto opera a trav?s de una l?gica identitaria,
es decir, predispone un sistema de encasillamiento en
identidad fija, cada una correspondiente a un nombre: en primer
lugar, en las metr?polis occidentales, ciudadanos ?blancos?
(entre los que se diferencian los ciudadanos de bien y los
marginales, categor?a que se presta a incluir ?pobres? y rebeldes)
y ?no blancos?; inmigrantes ?legales?? e ?ilegales?; y adem?s,
subsaharianos y magreb?es, senegaleses y marroqu?es…
Bajo el perfil de la experiencia migratoria se han identificado
tres momentos esenciales de construcci?n del espacio
metropolitano: en primer lugar, el impulso subjetivo que he
definido como ?fuga de los nombres? configura la metr?polis
como espacio ?an?nimo? de libertad e igualdad; en segundo
lugar, la ?cartograf?a alternativa del espacio social? producida
por los movimientos migratorios inscribe en el interior de la
metr?polis procesos de transnacionalizaciones y diversificaciones
sociales, econ?micas, culturales; en tercer lugar, el proceso
de multiplicaci?n de las fronteras imprime el signo de la
explotaci?n y la dominaci?n sobre la heterogeneidad del
espacio metropolitano, de acuerdo con una l?gica en ?ltima
instancia identitaria. Por supuesto que estos tres momentos
son analizados conjuntamente, dando cuenta de su uso
simult?neo y las tensiones que derivan de ello: la l?gica identitaria
sostenida en la multiplicaci?n de las fronteras, por
ejemplo, se basa sin lugar a dudas (de manera selectiva) en los
procesos de producci?n y reproducci?n de las estructuras
comunitarias y de formas de pertenencia que caracterizan el
segundo momento identificado. Pero el impulso subjetivo en
la b?squeda de libertad e igualdad tambi?n puede valerse
(tambi?n en este caso selectivamente) de algunas de aquellas
estructuras y de aquellas formas, dirigi?ndolas contra la multiplicaci?n
de las fronteras.
Me parece que el sistema aqu? propuesto puede dar cuenta
de algunas de las tensiones m?s significativas ?y de los factores
de ambivalencia m?s relevantes? que caracterizan hoy la
relaci?n entre los movimientos migratorios y los espacios
metropolitanos. Esto es particularmente cierto en cuanto respecta
a los planos de la ?identidad? y de la ?cultura?, a los cua-
64, Fronteras culturales
? Proliferan las fronteras que dividen la metr?polis.
Diligentes polic?as, sol?citos inspectores… vigilan
fronteras que organizan el mercado de trabajo?.
les reconduce necesariamente una reflexi?n sobre la categor?a
de ?anonimato?. Es notable la fortuna que en los ?ltimos a?os
ha tenido la expresi?n ?multiculturalismo?: filosof?a pol?tica,
antropolog?a y sociolog?a han venido acumulando una gran
cantidad de investigaciones te?ricas y emp?ricas en torno a
este concepto, mientras que el espacio urbano se ha asumido
en muchos casos como ?mbito privilegiado de experimentaci?n
de pol?ticas ?multiculturales?. Huelga decir que, sin
embargo, la propia palabra tiene significados muy diversos
seg?n el contexto y las orientaciones te?ricas. Para simplificar,
propongo distinguir entre un significado descriptivo y un
significado normativo de ?multiculturalismo?, y a?adir? que el
primero me parece mucho m?s interesante y prometedor que
el segundo. Afirmar que vivimos en una sociedad (o en una
ciudad) multicultural ?al poner en evidencia el trivial dato de
que dentro de la misma sociedad (o ciudad) viven hombres y
mujeres de lenguas, costumbres y religiones diversas? plantea
un desaf?o a la perduraci?n del dominio de una determinada
lengua, de determinadas costumbres, de una religi?n particular:
de una determinada cultura. Esta afirmaci?n se coloca, para
retomar nuestro esquema, entre el primer y el segundo
momento aludidos antes, y abre un campo en el cual el an?lisis
y la construcci?n de pr?cticas de culturalismo ?vern?culo?
(Paul Gilroy) puedan poner las condiciones para una nueva
libertad y una nueva igualdad, articuladas materialmente en
procesos de cotidiana exposici?n al car?cter incierto y aleatorio
de toda ?identidad?. Entendida como teor?a normativa, a la
manera de las propuestas de fil?sofos pol?ticos como Will
Kymlicka y Charles Taylor, el multiculturalismo se presenta en
cambio como rico en insidias, y en particular, siempre obligado
a responder a una pregunta que lo impele a una peligrosa
proximidad con el tercer momento de nuestro esquema:
?d?nde est?n las fronteras que delimitan la pertenencia a las
culturas singulares a las cuales deber?an atribuirse derechos?
En las patrullas de vigilancia de estas fronteras entre culturas
(venerando sumisamente el nombre) podemos encontrar
fogosos imanes, notables griguimen1 ??tnicos? o voluntariosos
administradores democr?ticos: pero su (voluntaria o involuntaria)
alianza s?lo podr? consolidar otras fronteras y otras
jerarqu?as, atribuy?ndoles una cierta legitimidad ?comunitaria?.
Sobre todo en un momento de crisis como el que estamos
viviendo, en el cual para muchas y muchos inmigrantes es
fuerte la tentaci?n de buscar abrigo de la riada racista y las dificultades
econ?micas en las ?c?lidas? redes comunitarias. El
precio de este refugio, sin embargo, es con frecuencia la renuncia
a la b?squeda de aquella libertad e igualdad ?sin nombre?
que sigue viviendo en la trama subjetiva de los movimientos
migratorios. S?lo la continuidad de un movimiento de desidentificaci?n
puede mantener la fidelidad a esta investigaci?n, pero
construir las bases materiales de este movimiento a partir de
una reinvenci?n y de una reapropiaci?n de las condiciones
comunes de la cooperaci?n y de la vida social no es una tarea
que pueda atribuirse s?lo a los inmigrantes.
Nota del traductor
1 Hombres-amuleto, hechiceros animistas del ?frica subsahariana (cf. Costa
de Marfil. Sierra Leona, Angola?). Palabra compuesta por una ra?z africana
(grigui, que significa ?amuleto?) y otra inglesa (men).
Las migraciones
contempor?neas
producen nuevos
espacios sociales
y culturales,
determinando una
?cartograf?a
alternativa
del espacio social?,
seg?n palabras del
antrop?logo Roger
Rouse.
En la imagen, los
creyentes
musulmanes hacen
cola para asistir a
oraci?n en el
polideportivo de la
calle Sant Pau. En la
p?gina de apertura
del art?culo, lo
antiguo y lo nuevo se
ajustan en el distrito
22@.
M
?Lazarillos?
urbanos
La ciudad y el anonimato
Cuaderno central, 67
La novela es un g?nero literario estrechamente vinculado con
la experiencia urbana y con los imaginarios metropolitanos.
En cierta medida, la novela moderna surge de un modo paralelo
al auge de las ciudades. Esta vecindad responde a una raz?n
obvia de ?ndole hist?rica: mientras la l?rica tradicional se asocia
a los mundos idealizados, a la novela le corresponde descender
al mundo de lo real y no hay escenario m?s completo que la
ciudad para dar cuenta de las complejas e idiotas tramas que se
conjugan en la realidad. Por esta sencilla ecuaci?n, la tradici?n
novel?stica se antoja como una herramienta privilegiada para
reconstruir las vicisitudes de la vida (urbana) en todas sus formas.
Sin embargo, esta asociaci?n ?ntima entre la novela y la
urbanidad parece que toca a su fin. De un modo ralentizado
pero inequ?voco, tanto la novel?stica como la vida urbana
denotan unas nuevas pulsiones que las distancian una de otra.
Mientras la novela se est? desplazando hacia el registro
autobiogr?fico, en el interior de las ciudades se acrecienta el
per?metro del anonimato. Este doble giro agranda constantemente
la distancia entre la literatura y la ciudad pero, a pesar
de todo, en ambos territorios pudiera responder a la misma
inquietud: una conciencia de culpabilidad con la historia o,
cuanto menos, una clara desafecci?n frente a nuestras propias
formas de progreso y bienestar. En efecto, cuando desde
la novel?stica se apela a la propia biograf?a, lo que trasluce es
una cierta necesidad por expresar una exculpaci?n particular
frente a los desatinos colectivos y, en la misma direcci?n, el
perfil del creciente anonimato urbano, lejos de responder a
una simple disoluci?n de particulares en la magnitud sublime
de las megal?polis, lo que refleja es una expl?cita deserci?n
de las reglas del juego. La novela autobiogr?fica, en esta
nueva tesitura, ya no es tanto un relato inscrito en la ciudad
como lugar de lo com?n, como la narraci?n de una singularidad
mal acoplada al escenario social, pol?tico y cultural que
se articula en la ciudad.
De forma paralela, el anonimato urbano ya no es solo el
resultado de un vulgar crecimiento demogr?fico por el cual
?ramos multiplicados como clones de una ciudadan?a desactivada,
sino que, por el contrario, en el anonimato urbano de
hoy late la negativa a reproducirnos iguales. Quiz?s sobre este
deseo de dejar de ser como aurora de una nueva subjetividad,
puedan idearse las narrativas adecuadas para otra literatura. En
la historia de la novela de los siglos XIX y XX, se podr?an hallar
todos los detalles y ejemplos para una correcta reconstrucci?n
del tradicional anonimato urbano. En los prosaicos retratos
literarios de la vida mundana, desde la oscuridad de la revoluci?n
industrial hasta la nocturnidad de los bares posmodernos,
se suceden de una forma amanerada y constante las referencias
a los sinsabores que comporta el anonimato convencional.
Apenas es necesario ilustrarlo a golpe de citas; baste
decir que en esta historia (literaria) del anonimato urbano
cabr?a distinguir al menos dos relatos bien distintos. De un
lado, la concepci?n del anonimato como una anomal?a; del
otro, por el contrario, la definici?n del anonimato como paradigma
del contrato social.
De espacio an?malo a espacio disciplinado
El crecimiento decimon?nico de las ciudades organizado bajo
la tutela del proceso industrial ven?a a cumplir una promesa de
bienestar material y personal que, sin embargo, no pod?a encubrir
su lado oscuro. Junto al desarrollo econ?mico, en efecto, la
industrializaci?n comport? a su vez la aparici?n de un espacio
p?blico imprevisto y absolutamente ajeno al de los impolutos
caf?s amenizados con coristas emplumadas. El espacio p?blico
de las primeras ciudades industrializadas muy pronto se convirti?
en el escenario donde se amontonaron todos los sobrantes
de la plusval?a traducidos en restos sociales: la pobreza, la
prostituci?n, las barricadas y, sobre todo, la multitud an?nima.
Como puede suponerse, la bater?a de personajes literarios que
laten en este mismo proceso es ingente y, en consecuencia,
garantiz? un excelente porvenir para la novela. Por primera
vez, la modernidad tropezaba con los b?rbaros en su propio
territorio y, esa novedad, deb?a explotarse aun con todos sus
riesgos; como el de que los consumidores de esas mismas
novelas decidieran quedarse en casa desayunando al sol.
En efecto, hasta ese momento el espacio p?blico burgu?s
era, por excelencia, el escenario en el que las clases m?s
pudientes ejerc?an la exhibici?n de su identidad; pero esa protocolaria
gimnasia social se antojaba ya cancelada. A partir de
ese momento, el espacio p?blico se identifica con lo an?malo
e inquietante, cual lugar de las desviaciones morales y pol?ti-
———————————————-
Texto Mart? Peran Profesor titular de Teor?a del Arte de la Universidad de Barcelona1
La asociaci?n ?ntima entre novela y urbanidad toca a su fin. En la
novela de los siglos XIX y XX se podr?an hallar todos los detalles
para una correcta reconstrucci?n del tradicional anonimato urbano.
Pero no se han escrito a?n las novelas sobre el nuevo.
An?nimos o algo
——————————
cas y, ante todo, como el escenario que ha sido apropiado por
una masa an?nima compuesta por sujetos difusos y potencialmente
peligrosos. En esta coyuntura, la burgues?a decidi?
replegarse en el espacio interior para construir un mundo a
su medida dentro de su refugio privado; una tarea para la cual
disfrutaron de la eficaz complicidad de unas artes decorativas
en creciente expansi?n. El espacio p?blico, reducido a la condici?n
de exterioridad an?mala, qued? estigmatizado como
el terreno de las fuerzas an?nimas sobre las que lanzar todas
las redes de gobierno y medidas de control que estuvieran al
alcance. En esta perspectiva, no es arbitrario que para entonces
se aceleraran las investigaciones cient?ficas que permitir?an
establecer un sistema de identificaci?n con fines judiciales.
En el interior del espacio an?malo de lo an?nimo, hab?a
que introducir las herramientas necesarias para corregirlo
mediante mecanismos de reconocimiento que amortiguaran
su magnitud y sus imprevisibles comportamientos. Esa
misma tensi?n entre la anomal?a an?nima y multitudinaria,
por un lado, y, por el otro, el irrefrenable desarrollo de medidas
de control e identificaci?n, ha definido desde entonces la
gesti?n convencional del espacio p?blico.
La enorme cantidad de redes de control e identificaci?n
lanzadas sobre las mareas del espacio p?blico, aun con su
variable fortuna y eficacia, acab? por propiciar un giro en la
concepci?n misma del anonimato urbano. Si en su primera
versi?n lo an?nimo era id?ntico a lo an?malo, pronto lo an?nimo
se convierte en un sin?nimo de lo acallado y disciplinado
a golpe de sacudidas para homogeneizarlo. Como puede
f?cilmente adivinarse, este giro no vaticina un gran desarrollo
literario, al menos en primera instancia ya que el vuelco es
perfectamente factible: solo es necesario elevar a los nuevos
antih?roes novelescos a los altares del tedio, el aburrimiento y
la desesperaci?n frente a la monoton?a del bienestar an?nimo
y silencioso. El anonimato urbano de la modernidad madura
ya no ser? lo potencialmente peligroso, sino, por el contrario,
lo ajustado a la regla de evitar cualquier estridencia que interrumpa
el ritmo del crecimiento. Son los largos a?os de la
ret?rica de la prosperidad, de la confianza tecnol?gica y de los
planes de pensiones; un escenario que, si bien es escaso en
recursos literarios, dispone sin embargo de ese rico reverso
del hast?o frente a la paz perpetua que, de manera inapelable,
jam?s puede personalizar lo justo o adecuado.
Los personajes de las novelas urbanas que corresponden a
este cap?tulo batallan in?tilmente por labrarse una biograf?a
o, por decirlo con otras palabras, por salir del anonimato plano
en el que han quedado instalados. La geograf?a urbana y social
de las ciudades por las que discurren sus esfuerzos se regula
por unos protocolos favorables a la indeterminaci?n y a la
ignorancia de la identidad singular. En cada lugar y a cada
momento todos saben de antemano c?mo deben actuar y qu?
tipo de expectativas han de satisfacer. La p?tina del anonimato,
de alg?n modo, se convierte en la mejor garant?a para conservar
intactas las reglas del contrato social. La trama literaria
tiene as? un horizonte de posible desarrollo muy preciso:
intentar una biograf?a singular y, sobre todo, relatar con todo
lujo de detalles el inevitable fracaso de esta misma tentativa.
No hay lugar fuera del anonimato concebido ahora como el
m?s adecuado modo de ser y de estar en la ciudad. El mismo
anonimato es lo que garantiza el mejor perfil est?tico de lo
urbano en tanto que forma universal y adecuada al canon: un
lugar organizado por el que transitan ordenadamente los distintos
actores sociales.
?Lazarillos? invisibles pero transformadores
Todav?a no se han escrito las novelas sobre el nuevo anonimato
urbano. Como hemos planteado en la introducci?n, la
novela est? derivando hacia lo autobiogr?fico, y el nuevo anonimato
ya no responde tanto a las dificultades por construirse
una biograf?a como al deseo mismo de ni siquiera quererla.
El anonimato urbano contratado para la paz social se ha
agrietado en todas sus partes. Si hasta hace poco asist?amos a
la representaci?n de lo urbano como si se tratara de una coreograf?a
perfectamente pautada y con partitura previa, hoy proliferan
las acciones imprevistas, los movimientos disconformes
con lo previsto y las acciones parasitarias sobre el espacio
reglado. De alg?n modo, parece agotada la ?pica impl?cita en
esos esfuerzos modernos y posmodernos por forjarse un destino,
por dise?arse una vida propia capaz de destacar del
magma del anonimato disciplinado y, en su lugar, se percibe
el rumor de una poderosa actividad min?scula, igualmente
an?nima, pero te?ida de un talante p?caro, dotada de peque?as
habilidades para subsistir y para satisfacer toda suerte de
necesidades, ya sean materiales o arraigadas en una nueva
econom?a de deseos. Una legi?n de lazarillos inunda un espacio
p?blico reformulado como una regi?n de la imaginaci?n,
convirti?ndolo en espacio de juego, en rinc?n para encuentros
fugaces, en lugar de trapicheos y compraventa informal, en
refugio improvisado o en espacio l?dico ajeno a la l?gica
imperante del consumo. Toda esta actividad p?cara, clandestina,
no constituye todav?a un material para la literatura, sino
una colecci?n de ?ndices de las desigualdades y, ante todo, un
signo de la potencia antagonista del nuevo anonimato.
Acorde con la l?gica de la premoderna novela picaresca, el
lazarillo es aquel que vela por su supervivencia al margen del
68, Lazarillos urbanos
? La actividad p?cara no constituye todav?a
material para la literatura, sino un ?ndice de las
desigualdades y un signo de la potencia
antagonista del nuevo anonimato?.
cumplimiento de los c?digos sociales y morales dominantes.
Para ello, al contrario de la obsesi?n de los hidalgos por el
ascenso social, el p?caro deserta frente a esa tentaci?n y se
aplica exclusivamente en el desarrollo de todo su ingenio al
comp?s de sus necesidades inmediatas. Ello conlleva una l?cida
destreza en todos sus actos y una enorme habilidad para
pasar desapercibido, para escapar de las redes de la identificaci?n
que pudieran corregirlo y devolverlo a la regla. En esta
direcci?n el lazarillo ejerce un anonimato met?dico, pertinaz
en su invisibilidad, pero al mismo tiempo se trata de un anonimato
con una enorme pregnancia transformadora, perfectamente
capaz de insinuar nuevos modos de ser y de estar en la
ciudad. Si el espacio social, m?s all? de su organizaci?n comunal
establecida, est? compuesto tambi?n por un torrente de
acontecimientos espont?neos e ingobernables, el nuevo anonimato
es el principio de acci?n del que proceden esos mismos
acontecimientos que, en caso de ser examinados y auscultados,
rebelar?an otros mundos posibles.
Este antagonismo latente en el anonimato urbano, acaso
escaso, limitado al ejercicio de saberes subterr?neos para escapar
de lo esperado, descansa pues en su intr?nseca negatividad.
Se trata de una fuerza an?nima precisamente porque no
est? constituida como un posible nuevo agente social. No hay
ninguna pulsi?n comunitaria que pudiera cohesionar a los
dispares lazarillos urbanos; aunque pudieran componer una
legi?n, no aspiran a articularse como un colectivo inquieto
por incorporarse como tal al di?logo social establecido. Su
fuerza radica en mantenerse en el anonimato, donde todav?a
son s?lo algo difuso, irreductible a ser reconocido como nada
preciso. Apenas algo, apenas un aviso.
A los pocos d?as de librar esta nota a los editores tropiezo
con el magn?fico trabajo ?La subalternidad borrosa?, de
Manuel Asensi, que introduce la edici?n castellana del cl?sico
?Pueden hablar los subalternos?, de Gayatri Chakravorty Spivak
(MACBA. Barcelona, 2009). En el mencionado texto Asensi
repasa los debates suscitados por el libro de Spivak en torno a
la figura del subalterno y a sus limitaciones para ?hacerse o?r?.
Tras un atinado balance cr?tico, el autor sugiere una correcci?n
por la cual el subalterno deber?a identificarse con aquel que
permanece en el espacio invivible y absolutamente precario
desde el cual no puede ni hablar ni, m?s importante, revertir
su situaci?n.
El modelo de este sujeto subalterno ?llevado a los l?mites
de la mortalidad? se encarna en el Lazarillo de Tormes. No hay
equivalencia posible entre el rigor del an?lisis de Asensi y el
informal acercamiento que nosotros nos hemos propuesto.
Sin embargo, si nuestro elogio de la picaresca como paradigma
de la esfera de los acontecimientos an?nimos en el espacio
social tomaba al Lazarillo como modelo, ello ha de interpretarse
precisamente como un signo del acierto y de la magnitud
de las posibilidades que quedaron apuntadas en la acertada
intuici?n lanzada por Manuel Asensi.
Nota
1 Coeditor de Roulotte. Entre sus ensayos: Mira c?mo se mueven. 4 ideas sobre
movilidad (2005); Glasskultur ?qu? pas? con la transparencia? (2006); After
architecture. Tipolog?as del despu?s (2009).
Mientras la novela
se est? desplazando
hacia el registro
autobiogr?fico,
en el interior de
las ciudades se
acrecienta
el per?metro del
anonimato.
En las im?genes,
diferentes zonas
perif?ricas de
Barcelona. En
portada, arriba, el
edificio Tit?nic en
el Tur? de la Peira.
Abajo, vistas de la
ciudad desde el
Guinard?. Sobre
estas l?neas, una
mujer sin hogar
duerme sobre un
banco en Passeig de
Gr?cia / Mallorca.
M
Cuaderno central, 69
Cuestionar
el consenso
La ciudad y el anonimato
Cuaderno central, 71
Recordemos brevemente la distinci?n que hace el fil?sofo
J. Ranci?re entre polic?a y pol?tica. La polic?a no es un poder
que reprime cuerpos o conciencias, sino una configuraci?n
(de lo) sensible que estructura jer?rquicamente todo el espacio
social: lo visible y lo invisible, la palabra y el ruido, lo real
y lo irreal. Nos asigna a todos y cada uno un lugar, definido
por una competencia, un t?tulo o una aptitud (o su ausencia).
Establece un marco, un mapa de lo que es posible ver,
nombrar, pensar y hacer. Busca la comp letitud: vigila y gestiona
permanentemente ese statu quo para que ning?n punto
vac?o lo fisure. Su pasi?n es la pasi?n del UNO.
La pol?tica, por el contrario, ocurre cada vez que una pr?ctica
colectiva desarregla el mapa policial de lo posible, desplaza
las fronteras, reconfigura las maneras de ver y organizar lo
real. Quienes bajo la gesti?n policial han ca?do del lado de la
incapacidad, lo invisible o el ruido entran disruptivamente en
escena, afirmando su capacidad para ver y hacer ver, decir y
escuchar, fabricar mundo com?n.
A lo largo de un trabajo m?s bien solitario y (comprensiblemente)
sin mucho eco, el periodista Guillem Mart?nez
ha definido y descrito a la polic?a local como Cultura de la
Transici?n (CT). La CT nace con los Pactos de la Moncloa, es
la cultura que se impuso sobre la derrota de los sue?os de
emancipaci?n y comunismo de los a?os 70. Cultura en el
sentido fuerte del t?rmino: configuraci?n (de lo) sensible
que estructura decisivamente el juego pol?tico, la universidad,
los medios de comunicaci?n, la producci?n de obras y
nuestra misma percepci?n de las cosas.
La CT es una cultura esencialmente consensual, pero no en
el sentido de que llegue a acuerdos haciendo dialogar los desacuerdos,
sino de que prescribe de entrada los l?mites de lo
posible: la democracia-mercado como ?nico marco concebible,
practicable y deseable para la vida en com?n. Consensual equivale
pues a policial. Asimismo se trata tambi?n de una cultura
esencialmente desproblematizadora: los problemas son fisuras
potenciales en el statu quo y su reparto de lugares, tareas y
poderes (qui?n puede hablar y qui?n no, qui?n puede decidir y
qui?n debe obedecer, qu? palabra tiene valor y qu? otra es
mero ruido, qu? propuestas son serias y cu?les insensatas,
etc.). Desproblematizadora equivale pues a despolitizadora.
A su particular pasi?n del UNO la CT la llama cohesi?n. Esa
cohesi?n pasa porque todos y cada uno aceptemos identificarnos
con el papel que nos toca en el reparto de lugares bajo
el marco de la CT: la pol?tica, para los pol?ticos; la palabra,
para los media; las alternativas, para los movimientos sociales
en los m?rgenes; los afectos, al ?mbito de lo privado; y el
?s?lvese quien pueda?, en la sociedad.
La CT se asegura la exclusividad de la producci?n de sentido
y de realidad mediante tres monopolios:
? Monopolio de la(s) palabra(s): durante a?os organizado
mediante un sistema de informaci?n centralizado y unidireccional
en el que s?lo las voces medi?ticas ten?an la(s) palabra(
s) autorizada(s). Esas palabras autorizadas por la CT son
como fetiches que suspenden y aplazan los problemas en
lugar de permitir asumirlos y elaborarlos. Desde la derecha
extrema hasta la extrema izquierda, la pugna consiste en
apropiarse e identificarse con una serie de grandes t?rminos
vac?os que funcionan con piloto autom?tico, sin que experiencias
sociales concretas los encarnen ni validen: democracia,
libertad, ciudadan?a, unidad, Constituci?n, progreso, etc.
En realidad, su ?nico contenido efectivo es la misma legitimaci?n
de la CT como marco exclusivo de lo posible: lo que hay
es lo que hay.
? Monopolio de los temas: prescribir en torno a qu? debemos
pensar y en qu? t?rminos. Dice Guillem Mart?nez: ?En la CT,
el nacionalismo ?y no la econom?a, la historia o la pol?tica?
es el ?nico tema posible de discusi?n? (?y en qu? t?rminos!).
Por tanto, el monopolio de los temas implica tambi?n una
decisi?n sobre qui?n es el enemigo: los temas y los t?rminos
demonizados. Pero, atenci?n: el enemigo no es ?lo otro? de
la CT, lo que queda excluido, sino que est? perfectamente
incluido en tanto que enemigo.
? Monopolio de la memoria: durante a?os ha consistido en una
pura y simple neutralizaci?n del pasado siempre inc?modo y
——————————
Texto Amador Fern?ndez-Savater Investigador independiente, editor de Acuarela Libros
y autor de http://blogs.publico.es/fueradelugar
Los espacios de anonimato son pr?cticas sin autor que se dibujan a s?
mismas, enigmas que nos interpelan: ?cu?ndo aparecen?, ?qui?n se
junta?, ?para qu?? Espacios donde hacer huelga de nuestra identidad
y aceptar el desaf?o de lo imprevisible.
El arte de esfumarse: crisis
de la cultura consensual
————————————–
ahora en una gesti?n institucional del recuerdo que pretende
apuntalar la CT desactivando la potencia del pasado para
abrir preguntas y sacudir nuestro presente (me refiero, por
ejemplo, a la operaci?n de redefinir a todos los luchadores
contra el franquismo como ?m?rtires de la democracia?).
El acontecimiento del 11-M
Habitar los m?rgenes fue durante mucho tiempo la mejor
opci?n, aunque sin duda la CT gestionaba con eficacia la
distancia entre centro y periferia. Pero lo que hoy ha entrado
en crisis es la misma configuraci?n del espacio de la CT: su
monopolio del sentido, su capacidad para desproblematizar y
extinguir preguntas, para trazar fronteras y asignar lugares.
Siguiendo el esquema de Ranci?re, el poder clasificador
de la polic?a queda interrumpido y trastocado por las irrupciones
de la pol?tica. ?Eso es lo que est? pasando? S? y no. S?,
porque ciertos desplazamientos est?n abriendo sin duda los
posibles prescritos por la CT. No, porque esos desplazamientos
no siempre se hacen visibles exactamente a trav?s de
una ruptura, una escena p?blica y un discurso, sino que
muchas veces son opacos, no polarizan y reh?yen directamente
comunicar, no afirman expl?citamente otros principios
para la vida en com?n, ni se proponen como alternativa.
De ah? que haya quien detecta la crisis severa de la CT,
pero se refiera a ella como la simple implosi?n de lo que se
viene abajo por su propio peso. De ah? tambi?n la dificultad
para interrogar y componernos con lo que est? pasando.
El 11-M es el acontecimiento que hace visible la crisis y
los desplazamientos. La CT se puso firme esos d?as como un
solo hombre para mantener todo bajo control. Pero el 11-M
no se convirti? en otro 11-S. El estado de sitio informativo
no funcion?, el racismo no se organiz?, la l?gica de la seguridad
no prendi? y la l?nea divisoria amigo/enemigo se desdibuj?.
Nada de esto se entiende sin valorar la reacci?n
social a los atentados: la gente com?n tom? las calles para
expresar su duelo, protesta y anhelos sin dejar que el miedo
organizara la acci?n, hundiendo el monopolio de los temas
(??Qui?n ha sido??, ?Queremos la verdad?) y revocando de
forma fulminante el reparto de lugares y funciones de la CT.
Frente al monopolio de la palabra, se afirm? una toma de
palabra masiva que no se organiz? bajo las formas tradicionales
de lo colectivo: partido, sindicato o movimiento
social. Palabras de duelo, de apoyo, de protesta. Consignas,
poemas, condenas. En santuarios improvisados, en la calle,
en la red. En castellano, en ?rabe, en rumano. Alternadas
con silencios, abrazos, l?grimas, gritos, ruido de cacerolas.
Lo que ocurri? esos d?as nos habla de la emergencia de
una nueva forma de politizaci?n que, resumiendo:
? No encuentra necesariamente su sentido en la dicotom?a
izquierda / derecha.
El monopolio de
la memoria ha
consistido en una
neutralizaci?n del
pasado siempre
inc?modo.
Abriendo el art?culo,
dos detalles de la
muralla del Castillo
de Montju?c:
la imagen superior
recoge la se?al de
un disparo, y la
inferior corresponde
al lugar donde fue
ejecutado Llu?s
Companys.
Bajo estas
l?neas, una de las
manifestaciones
autoconvocadas
tras los atentados
terroristas del 11-M
en Madrid (11 de
mar? de 2003).
72, Cuestionar el consenso
? No extrae su fuerza de la ideolog?a, sino de la afectaci?n en
primera persona.
? No se deja representar ni que otros acumulen poder a su
costa.
? Piensa con el cuerpo y se hace preguntas por el sentido.
? Produce sus propios saberes.
? No pretende la cohesi?n, sino recrear lo com?n: un ?nosotros?
abierto, incluyente y gozoso.
? Transforma el mapa de lo posible.
? No anuncia otro mundo posible, sino que lucha para que
no se deshaga el ?nico que hay (?en ese tren ?bamos todos?).
Espacios de anonimato
Decir que vivimos a?n en el acontecimiento del 11-M significa
afirmar que los efectos, ecos y resonancias de esa nueva
forma de politizaci?n persisten hoy difusos en el tiempo y en
el espacio, como un movimiento s?smico que erosiona los
pilares de la CT. Si nos cuesta ver (detectar, sentir, valorar) ese
movimiento s?smico es porque sus agentes activos no son
actores inmediatamente identificables y reconocibles. No es
una Cultura con may?sculas, sino de signo opuesto: con sus
intelectuales cr?ticos, sus periodistas conscientes, sus artistas
comprometidos. La figura cl?sica del Gran Vig?a que concentraba
los anticuerpos de la cr?tica y manten?a alerta a la sociedad
queda en un segundo plano. Tampoco son exactamente
?nuevos o nov?simos movimientos sociales?. Pensarlos como
tales supondr?a echar en falta la estructura organizativa, la
identidad del ?nosotros?, la ideolog?a, las reivindicaciones, la
relaci?n de fuerzas, la alternativa de sociedad, etc. En realidad,
se trata m?s bien de movimientos sociales que no son movimientos
sociales. Los llamamos espacios de anonimato.
En la crisis de la CT, las palabras, los temas y los recuerdos
proliferan. Rebosan hasta hacer estallar los l?mites de las instituciones
tradicionales: partido, sindicato, museo, universidad.
Por doquier afloran extra?as constelaciones que piensan,
producen y crean a partir de sus propias vidas sacudidas
y problemas situados. Blogs, espacios Facebook, nuevas formas
de cultura popular (cultura convergente y filosof?a 2.0),
empresas de lo com?n, movilizaciones sociales de nuevo tipo
(smart mobs y flash mobs), comunidades de afectados (diversos
f?sicos, cel?acos, electrosensibles…) que toman la calle y afirman
en voz alta: ?nada sobre nosotros sin nosotros?.
Multitud de experiencias que piensan a su manera: profana y
sin autor, emp?rica y en proceso, hundiendo las fronteras
entre g?neros y disciplinas, poniendo en juego otras racionalidades,
sensibilidades, evidencias y valoraciones.
La crisis de los centros jer?rquicos de sentido no es un
proceso unilateral de emancipaci?n. Trae consigo ruido, fraude,
paranoias. Grupos que sostienen y difunden la creencia en
todo tipo de conspiraciones. Patrullas ciudadanas que autogestionan
el miedo en los barrios. Una Nueva Derecha 2.0. que
arraiga con mucha fuerza en el malestar social y lo convoca a la
calle una y otra vez. Es el reverso tenebroso de la autoorganizaci?n
social: el anonimato oscuro. Contra ?l, los perros guardianes
de la CT nos advierten mediante el discurso del miedo: querr?an
imponernos una alternativa entre la sabia verticalidad de la
CT y el caos horizontal, como si no pudieran existir modos de
autorregulaci?n de lo com?n colectivos y distribuidos.
?C?mo aprender a escuchar e impregnarse de la fuerza del
anonimato? Se trata de despolitizarse para politizarse. Es decir,
conectar con sus mismos centros de energ?a, que no son la
identidad y la ideolog?a, sino la afectaci?n en primera persona
y el anonimato colectivo. ?A qu? llamamos afectaci?n en primera
persona? A una sacudida que atraviesa la existencia,
suspende y desequilibra la normalidad, abre preguntas sobre
el sentido de la vida que llevamos, hace que las cosas y los
otros importen realmente porque s?lo con ellos podremos
encontrar respuestas, imprime pasi?n y verdad en la banalidad
ambiental, nos exige una elaboraci?n de sentido. Sentirse
afectado es sentir que tu vida no puede continuar igual, que
algo pasa y que has de hacer algo con eso que (te) ocurre.
Por su lado, llamamos anonimato colectivo al arte de
esfumarse. Leonardo consigui? la enigm?tica expresi?n de la
Gioconda mediante la t?cnica del esfumado, que consist?a en
difuminar los contornos de las figuras para lograr una especie
de neblina sobre la obra. As?, Leonardo no s?lo se rebelaba con
esas pinceladas borrosas contra la nitidez y las l?neas precisas
que imperaban en la pintura acad?mica de su ?poca, sino que
planteaba una profunda propuesta creativa: la aceptaci?n de la
incertidumbre y lo ambiguo como estrategia para mantener la
mente flexible y abierta ante los cambios y lo inesperado.
En el caso de los espacios de anonimato no hay creador.
Son pr?cticas sin autor que se dibujan a s? mismas. Pero
tambi?n son enigmas que nos interpelan: ?cu?ndo aparecen?,
?qui?n se junta?, ?para qu?? Se esfuman, pero esfumarse como
hemos visto no significa desaparecer, sino aparecer borroso:
camuflarse en las reglas del juego para romperlas desde dentro,
difuminar los contornos para saltar las fronteras sociol?gicas
e ideol?gicas que nos dividen cotidianamente, facilitando
as? que cualquiera pueda implicarse en nombre propio.
Provocar una neblina protectora contra las etiquetas (?antisistema?,
etc.) que nos vuelven gobernables y previsibles, una
huelga de identidades donde ensanchar juntos lo posible.
Rebelarnos contra las exigencias de nitidez y l?neas precisas
(izquierda / derecha, etc.) que imperan en las miradas dominantes
sobre lo pol?tico y aceptar el desaf?o de mezclarnos con
lo imprevisible y ambivalente hasta el punto incluso de llegar
a preguntarnos si seguimos siendo de los nuestros.
? En los espacios del anonimato, nuevas movilizaciones
sociales toman la calle y la palabra. El reverso de la
autoorganizaci?n social es el discurso del miedo?.
Primero fue el ciberespacio, el nuevo hogar de la mente. Luego
lleg? Internet, dejando fuera un sinf?n de conexiones. A Internet
le sucedi? la Web, arrinconando lo que no empezara por
?http?. Y, en esta carrera contra la complejidad, llega la Web 2.0.
A cada vuelta de tuerca se actualiza la pregunta por el qui?n:
?Qui?n es? ?Qui?n hace?… Parece que el triunfo de la Web 2.0,
con la cesi?n masiva de datos e informaciones personales que
exige, ha acabado con las posibilidades de anonimato. Pero
s?lo lo parece, porque detr?s del ?I am what I am? est? activa la
fuerza de un parad?jico anonimato en primera persona.
Mientras el mundo se polarizaba en dos bloques que divid?an
el planeta, en el Instituto Tecnol?gico de Massachusetts
un reducido grupo de chicos compart?a una contracultura
propia. Eran los hackers; su cultura, la ?tica hacker; su mundo,
la comunidad; y su legado, Internet.
Sea el origen de Internet militar o acad?mico, la d?cada de
los sesenta estuvo marcada por la hegemon?a militar: la
Uni?n Sovi?tica hab?a lanzado el Sputnik, la guerra fr?a tambi?n
se libraba en el frente tecnol?gico y estallaba la guerra
del Vietnam. Se hablaba de conspiraci?n tecnol?gica. Ah?
naci? la contracultura hacker.
Parece un milagro que el imaginario militar no haya trasladado
apenas ning?n aspecto, ni simb?lico ni t?cnico, a
Internet. La contracultura hacker levant? un muro forjado de
pasi?n, adicci?n, superioridad y virtuosismo t?cnico que
impidi? que lo militar se filtrara al ciberespacio.
En lugar de asumir la seguridad, los sistemas funcionaban
sin contrase?a. El acceso a los ordenadores deb?a ser ilimitado.
Toda la informaci?n ten?a que ser libre. En lugar de asumir
la amenaza militar, creaban arte y belleza con las computadoras.
En lugar de asumir la autoridad, descentralizaban.
Bajo la consigna ?manos a la obra?, violaban los l?mites. El
juego y el goce eran inseparables de la innovaci?n y el virtuosismo.
Los hackers tatuaron esa ?tica en el ADN de Internet.
Si hoy existe la Web 2.0 y si podemos imaginar desarrollos
futuros, es porque Internet es descentralizada, abierta y flexible.
Horizontalidad, simetr?a, ausencia de autoridad central,
igualdad de los nodos entre s? e inteligencia en los extremos
no son cualidades intangibles que otorgan a Internet una
imagen de marca amable y conveniente. Son caracter?sticas
materiales inscritas en su c?digo, en su arquitectura. El dinero
puede romper la simetr?a con el hardware, pero el c?digo es
libre y est? hecho para la libertad.
Junto a un c?digo desterritorializante, los hackers inventaron
su manera de hacer lo com?n: la comunidad. El conocimiento
debe ser compartido y los desarrollos individuales
deben ser devueltos al com?n. Privatizar el conocimiento es
matar la comunidad. La comunidad es garante de la libertad.
Como hacker en comunidad, eres libre. Del resto, nada que
hablar. La comunidad no tiene que convencer al mundo. Es
superior, y eso basta. El objetivo de la comunidad es recursivo,
ya que tambi?n es su precondici?n: alcanzar la inteligencia
social, colectiva, nutrida por aportaciones individuales
seg?n una l?gica de cooperaci?n.
?Qu? clase de anonimato destilar?a la comunidad? Ninguno,
pues es un espacio liberado. Y, sin embargo, sostiene y retroalimenta
un parad?jico individualismo cooperativo que deviene
autor?a colectiva y enturbia la pregunta por el qui?n: ?Qui?n
hizo Internet? ?Qui?n hace Internet?
Autor?a colectiva no significa anonimato individual.
Intenet es el caso primigenio de autor?a colectiva, no porque
no sepamos qui?n program? cada pedazo de c?digo, sino
porque es fruto de un grupo humano que se organiza con
voluntad de cooperaci?n: la voluntad hacker. Voluntad que da
un giro a los referentes colectivos heroicos, pues no siente
nostalgia por una comunidad pol?tica. La comunidad es cooperaci?n,
pero es mucho m?s que cooperaci?n. Es, sobre
todo, subjetividad hacker, una intersubjetividad capaz de
cuestionar las instituciones, capaz de hacer c?digo para la
libertad desafiando al mundo de bloques.
La conceptualizaci?n de la ?tica hacker se da en los a?os ochenta,
cuando la comunidad ya est? desarticulada. La lista de textos
de referencia de esos a?os es enorme: en 1986, The Mentor
publica su Manifiesto Hacker. Stephen Levy, en 1984, su Hackers:
Heroes of the Computer Revolution. Bruce Sterling, en 1992, su
Hacker Crackdown. El t?rmino ?ciberespacio? pertenece a esa
Texto Margarita Padilla Hacker1
Los espacios 2.0, hechos por todos y por nadie, est?n saturados de
primeros planos, de identidades digitales reflejo de las materiales.
Y esa saturaci?n, parad?jicamente, los convierte en espacios de
anonimato. Un anonimato que deslumbra por demasiada exposici?n.
La Web 2.0 y el anonimato
en primera persona
?poca2. En 1984, Richard Stallman funda la Free Software
Foundation, contra las restricciones de copia, redistribuci?n y
modificaci?n de los programas de ordenador, y por el software
libre. En 1990, tres grandes de la red, Mitch Kapor, John
Gilmore y John Perry Barlow fundan la Electronic Frontier
Foundation para defender a los hackers ca?dos en la primera
redada policial contra el underground inform?tico.
En 1985, con su Manifiesto para Cyborgs, la feminista Donna
Haraway denuncia la inform?tica de la dominaci?n y celebra la
tecnoliberaci?n. En 1990, se celebra en Florencia el primer
Hackmeeting. En 1993, en el marco de la campa?a ?Cincuenta
a?os bastan?, surgen en Espa?a las primeras infraestructuras
telem?ticas de car?cter social. En 1999, inspirado en la telem?tica
antagonista italiana, se crea sindominio.net para sortear la
dependencia de las operadoras y disfrutar de un servidor
administrado horizontalmente con software libre.
?Underground?, Matrix y el ?hacking? negro
?Por qu? desde el underground hasta el hacktivismo, pasando
por los derechos civiles, todo se activa a una velocidad de v?rtigo?
Porque desde los a?os ochenta, y en Espa?a desde los
noventa, las computadoras han salido a la calle ensambladas
como PC y son un producto de mercado gracias, en gran
medida, a la actividad de los hackers del hardware, sobre todo
en California, que impulsaron proyectos para poner los ordenadores
al alcance de los mortales, de donde surgieron
empresas como la conocida Apple. Los sue?os de los hackers
del hardware abrieron un mercado y, en paralelo, surgi? el mercado
del software, sobre todo videojuegos. Y los virus, la pirater?a,
el crackeo. Bill Gates empieza a decir que sus programas
se tienen que pagar. El hacking se convierte en intrusi?n y
sabotaje. Se publican agujeros de seguridad. Es la ?poca de
los crackers medi?ticos, adolescentes que colapsan sistemas.
La ?poca del underground y de la criminalizaci?n. El Neo de
Matrix antes de ser liberado. El hacking negro.
El mercado, reticente al principio, se frota las manos imaginando
un suculento reparto del pastel. Los grandes consorcios
medi?ticos intentan convertir la red en un medio tradicional,
vertical, dividido entre unos pocos emisores corporativos
y una masa de receptores / consumidores pasivos. Es la
Internet modelo Portal, la del ocio m?s banal. Lo intentan,
pero no lo consiguen. El ciclo se salda con la crisis de las
?puntocom?. Fracasan. No calcularon hasta qu? punto
Internet es descentralizada, abierta y flexible. No contaron
con la voluntad comunitaria.
Mientras la narrativa ciberpunk exalta esos chicos instalados
en el lado oscuro de las nuevas tecnolog?as en una
atm?sfera de control social profundamente pesimista, nov?simos
movimientos sociales luchan por abrir en la red Zonas
Temporalmente Aut?nomas (ZAT), que encuentran sus
correlatos en los centros sociales okupados a plena luz del d?a,
en los reclaim the streets que convierten el mundo en una fiesta,
o en cualquier espacio de relaci?n social no mediada por la
coerci?n. El lado oscuro se salpica de colores y algo hace que
entre pr?cticas de tonos muy dispares, e incluso contrapuestas,
se construyan puentes que permitan circular de un lado a
otro, haciendo que lo nocturno no sea opuesto a lo diurno, ni
viceversa. Hacer juntos cosas diferentes. Extra?as alianzas
basadas en afinidades imposibles. Pero las ZAT no son la vanguardia
de una masa informe deficitaria de conciencia y de
proyecto. El hacking oscuro tambi?n aporta en esas alianzas, y
mucho. Sobre todo, conexi?n vital con una realidad nueva: la
de la posmodernidad.
Posmodernidad significa que el intento de lograr la emancipaci?n
de la humanidad ha sido derrotado. Entonces, ?c?mo
luchar?, ?por qu? luchar? Desde las esquinas del punk se responde
a estas preguntas: seguir luchando para nada, pero
seguir luchando. Esta resistencia crea posibilidades de vida y
aporta una energ?a que las ZAT visibilizan y retroalimentan.
Saberse hijos de la misma derrota permite un afecto entre hermanos
que, aunque no comparten los mismos tonos vitales,
habitan, sufren y gozan en el mismo mundo desintegrado y
ruinoso, donde los recorridos lineales son imposibles, donde
el propio yo est? fragmentado, y donde la tecnociencia, el ciberespacio,
son rincones habitables y relativamente seguros, si
est?s dispuesto a dejar de ser lo que eres. Ya seas de la tribu, ya
seas de la comunidad, el nik, el alias, ser? tu verdadera identidad.
En un mundo ruinoso, nada de la vida real merece ser
migrado al ciberespacio: edad, sexo, nacionalidad o etnia, todo
lo que tenga que ver con la materialidad, es algo a desechar. El
anonimato se dota de m?scaras, y el ciberespacio se puebla de
seres que superan la guerra fronteriza entre m?quina y orga-
————————————
La Web 2.0 no tiene
una frontera clara,
ya que no se trata
de una tecnolog?a
sino de una actitud.
Participaci?n 2.0.,
inteligencia 2.0.,
marketing 2.0…
Espacios de
anonimato que
cuando se activan
(como la llamada
de ??P?salo!? del
13-M a trav?s del
m?vil, en la imagen
de portada) tienen
gran capacidad de
interpelaci?n social.
Sobre estas l?neas
y en la p?gina
siguiente, capturas
de pantalla
de diferentes
servicios 2.0.
————————-
nismo, que cantan al placer de la confusi?n de esas fronteras, y
que desobedecen las leyes de los gigantes de carne y acero
para crear un espacio social global liberado de las tiran?as.
Web 2.0, m?s que una tecnolog?a, una actitud
En la posmodernidad no hab?a hechos, s?lo interpretaciones.
Pero la ca?da de las Torres Gemelas dej? a la posmodernidad
herida de muerte. El mundo se hab?a globalizado. El 11 de septiembre
de 2001 fue un hito en la historia de la publicaci?n
abierta. Slashdot, sitio web de publicaci?n abierta, recog?a testimonios
de miles de personas que ofrec?an m?s y mejor informaci?n
que los grandes medios. La publicaci?n abierta es s?lo
una de esas iniciativas de compartici?n que proliferaron en la
?poca de las ?puntocom?. A mediados de los noventa ya eran
comunes los foros. En 1999, surgi? Napster, un invento de
garaje para compartir MP3. Para ese mismo a?o ya hab?a portales
dedicados a proveer de blogs, al estilo de Blogger. En el a?o
2000, ya se pod?an usar los RSS para publicar los contenidos
web de unos sitios en otros, y las novedades se pod?an agregar.
En 2001, se cre? Wikipedia. Despu?s llegaron MySpace
(2003), Flickr (2004), YouTube (2005), del.icio.us (2005),
Facebook (2006)…, muchos de ellos iniciados tambi?n como
proyectos de garaje. Y Google fue reinvent?ndose al ritmo de
este v?rtigo de contenidos y relaciones, que requer?a de buscadores
capaces de extraer el grano de la paja.
Extraer el grano de la paja exige tener un criterio. Y es aqu?
donde triunfa el concepto de Web 2.0, propuesto por Tim
O?Reilly en 20043. Como dice su autor, Web 2.0 no tiene una
frontera clara, ya que no se trata de una tecnolog?a sino de
una actitud: participar en lugar de publicar (blogosfera); confianza
radical (Wikipedia); descentralizaci?n radical (p2p);
prestigio (PageRank); el usuario como colaborador (rese?as
de Amazon); marcar con etiquetas, no con taxonom?as
(Flickr, del.icio.us)… Un n?cleo gravitacional que se sintetiza
en arquitectura de la participaci?n y aprovechamiento de la
inteligencia colectiva. Aunque se autoemparenta con la ?tica
hacker, Web 2.0 es un concepto para emprendedores. No habla
de libertad, habla de valor.
?Qu? es participaci?n 2.0? El paradigma de participaci?n es
el modelo p2p (peer to peer, red de igual a igual): el usuario, si
quiere obtener un buen rendimiento, est? obligado a compartir
sus descargas. Es su propio ?ego?smo? lo que revaloriza
la base de datos. Esta manera de crear valor es mejor que los
llamamientos al voluntariado, ya que s?lo una minor?a de
usuarios se tomar? la molestia de a?adir valor mediante
acciones expl?citas. O?Reilly tiene muy claro que ?una arquitectura
es una pol?tica?. Y se decanta por una pol?tica de creaci?n
de valor a pesar de la voluntad: valor como subproducto
autom?tico. Una urdimbre de ?ego?smos? que funciona.
?Qu? es inteligencia colectiva 2.0? Una capacidad a explotar.
Ante la sobredosis informativa, lo m?s valioso es el tiempo. La
inteligencia colectiva es el filtro que permite una econom?a de
la atenci?n: si muchas webs enlazan a una es que esa es interesante
(PageRank); si mucha gente marca una direcci?n web
con la misma etiqueta es que ese significado es relevante
(del.icio.us). Microdecisiones individuales puestas en red
crean cerebros colectivos que ?piensan? con m?s eficiencia que
el cerebro individual y permiten ahorrar tiempo. O?Reilly reconoce
las comunidades hacker como expresiones de inteligencia
colectiva. Pero, en su pol?tica, no es preciso ser virtuoso para
contribuir a esa inteligencia. As? se obtiene valor de los extremos,
de lo que no es central, de lo residual. M?s valor.
?Por qu? Web 2.0, un concepto de marketing, ha tenido
tanta fortuna? La respuesta debe tener en cuenta un mundo
globalizado en el que s?lo hay una realidad: el mercado. El
ciberespacio ya no es un rinc?n habitable y seguro. Lo virtual
refleja lo real. El yo ya no est? fragmentado. No hay separaci?n
entre lo p?blico y lo privado, entre lo personal y lo profesional.
Los amigos son los contactos. El blog es el mejor curr?culum.
El mundo globalizado vive de las ideas, las produce y las
consume. El mensaje es: airea tus ideas; si son buenas, triunfar?s.
Pero la precariedad, econ?mica y vital, pone en duda
esta promesa de ?xito. Hay que airear las ideas, s?, pero procurando
que produzcan valor para uno mismo y no para agendas
ajenas. Los espacios 2.0, hechos por todos y por nadie
(blogosfera, MySpace, Twitter, Facebook, YouTube…), proporcionan
recursos gratuitos para poner en circulaci?n, en red,
las ideas, para que comuniquen entre s?, para que hablen
unas con otras, para que no se sequen. Y, sobre todo, contribuyen
a que el valor de estas retorne hacia su autor, ya que
impiden que las autoridades acad?micas, medi?ticas, pol?ticas
o culturales capturen la representaci?n. Los espacios 2.0,
hechos por todos y por nadie, est?n saturados de primeros
planos, de identidades digitales reflejo de las materiales. Y esa
saturaci?n de primeros planos, parad?jicamente, los convierte
en espacios de anonimato, espacios en los que no circula la
representaci?n. Un anonimato que deslumbra por demasiada
exposici?n. Un anonimato en primera persona.
Web 2.0 es un concepto para emprendedores. En un mundo
globalizado todos somos emprendedores, como m?nimo
freelances de nuestro yo. Ahora bien, el hecho de que todos
seamos emprendedores, freelances que tienen que airear cualidades,
capacidades y saberes… ?explica todas las pr?cticas de
compartici?n? Rotundamente no. Muchos bienes inmateriales
se comparten sin obtener beneficio. De nuevo la voluntad
comunitarista, el goce por la expresividad directa, la alegr?a
del don gratuito, el autorreconocimiento horizontal…
Usar el mercado contra el mercado
Las pr?cticas de puesta en com?n que no se explican por el
paradigma 2.0 abren dos opciones. O bien hay realidades que
quedan fuera del mundo globalizado y no todo es mercado,
o bien, si todo es mercado, la propia idea de mercado debe
reformularse porque, afectado por todo lo que antes estaba
fuera y ahora est? dentro, el mercado toma m?s dimensiones
que la mercantil. Estas dos opciones no son excluyentes, pero
de cada una se deducen estrategias distintas. La primera tratar?
de visibilizar las fronteras entre el dentro y el fuera, vaciar el
dentro, vigorizar el fuera y construir un discurso cr?tico. La
segunda tratar? de utilizar el mercado contra el mercado. La
primera es m?s conocida, m?s n?tida, y ha elaborado su propio
discurso. La segunda es ambigua, dubitativa, interrogativa. Por
eso merece la pena detenerse en ella.
Utilizar el mercado contra el mercado puede ser el actual
uso masivo del correo de Gmail, reapropi?ndose de un recurso
privatizado. Seg?n esta visi?n, los servicios Google son un
gasto m?s que una inversi?n. Adem?s, lo social, con sus escasos
medios, no podr?a satisfacer una demanda de recursos
telem?ticos que crece exponencialmente. Por tanto, el balance
es positivo a favor de la sociedad, dejando a un lado el
hecho de que el software no es libre y que no hay control sobre
los datos personales. Esta visi?n afirma que todav?a no hay
un modelo de negocio definido para los servicios 2.0, y quiz?s
nunca lo haya. ?No se hundieron las ?puntocom? por el comportamiento
de los usuarios? Tal vez ese comportamiento
impida consolidar modelos de negocio antisociales. Para eso
est? la inteligencia colectiva.
La licencia GPL, promovida por la Free Software Foundation
para el software libre, podr?a ser otra forma de utilizar el mercado
contra el mercado. Y qu? decir de las licencias Creative
Commons. Esas licencias son una manera de usar el copyright
contra el copyright. Y, en vista de c?mo se est?n endureciendo
las leyes de propiedad intelectual, de una manera
bastante incisiva.
La utilizaci?n del mercado contra el mercado no se ce?ir?a
s?lo a la Red. El ?top manta? abre un mercado peligroso para el
mercado, a juzgar por la desproporcionada dureza del C?digo
Penal, que condena con penas de prisi?n efectiva a decenas de
personas por la mera exposici?n en la calle de unos CD piratas.
Usar el mercado contra el mercado conlleva una fuerte
carga de anonimato. An?nimos, en tanto que indistintos,
78, Compartir por ego?smo
Cuaderno central, 79
gente cualquiera pululando bajo los focos, primeros planos
quemados por tanta luz. Espacios de anonimato que, cuando
se activan, tienen gran capacidad de interpelaci?n social y pueden
rebosar los contenedores virtuales irrumpiendo y afectando
la vida y la pol?tica del mundo real, como ha ocurrido en las
autoconvocatorias del Prestige, del 13-M, de la V de Vivienda,
de los botellones… Pero tambi?n tropiezan con l?mites.
En primer lugar carecen de un lenguaje propio. El vocabulario
que se maneja, tanto desde la empresa como desde lo cultural
o lo social, es el del marketing 2.0, que reduce todas las
pr?cticas de cooperaci?n a producci?n de valor mercantil. En
segundo lugar, las arquitecturas para la participaci?n provocan
hartazgo, sin que se dibujen l?neas que demarquen territorios
autodeterminados para modular esa participaci?n. En tercer
lugar, el ciberespacio se va configurando como un espacio
de comunicaci?n, conversacional, en el que lo importante es lo
que se dice. Reapropiarse de las tecnolog?as se ha convertido
en reapropiarse de los recursos (YouTube, Blogspot… como
recurso). El software como servicio aplasta el ?h?ztelo t?
mismo?, tan importante en la ?tica hacker. Se abre camino un
peligroso olvido de la importancia de la tecnolog?a en s?
misma, ya que lo social no puede estar separado de lo t?cnico.
Se olvida la importancia del c?digo y de que este sea libre.
Finalmente, estar?a la alt?sima concentraci?n, cercana al
monopolio. La gesti?n de estos espacios comunicativos est?
en manos privadas. Ello permite, como ya ha ocurrido, que los
estados negocien con estos servicios los t?rminos de acceso
o uso en determinadas zonas geogr?ficas o circunstancias
sociales o pol?ticas. La concentraci?n permite el apag?n.
La telem?tica antagonista no es ajena al fen?meno 2.0.
Indymedia ?red de publicaci?n abierta para el periodismo
ciudadano creada en 1999 con software libre como parte del
movimiento antiglobalizaci?n contra la cumbre de la OMC en
Seattle? se?ala un punto de inflexi?n. Los continuos ataques
provocadores han minado estos sitios de publicaci?n abierta.
Sin embargo, es posible mantener la publicaci?n abierta sin
que los contenidos basura constituyan una amenaza. La
potencia de la publicaci?n abierta est? en la base de muchos
servicios 2.0, tales como YouTube, por ejemplo. ?Qu? es lo que
hace que YouTube, MySpace o Flickr sean inmunes a las provocaciones?
Estos sitios tambi?n albergan contenidos basura,
?y muchos! Pero consiguen que esto no mengue su valor.
Ahora bien, para conseguir esta inmunidad tienen que hacerse
an?nimos, ser de todos y de nadie, algo que no est? en los
planes de Indymedia.
Los espacios alternativos que proveen servicios telem?ticos
se han visto desbordados. No han podido crecer al ritmo de la
demanda. El conocimiento que garantiza estos servicios no se
ha diseminado a la velocidad necesaria. Visto por el otro lado,
los colectivos pol?ticos o sociales no han apostado por disponer
de proyectos telem?ticos aut?nomos. En resumen, el
boom 2.0 descoloca al hacktivismo pol?tico.
Anonimato en primera persona: ego?smo y cooperaci?n
La Web 2.0 proclama que la gente sigue autom?ticamente las
reglas de su propio ?ego?smo? si se le proporciona un tablero
suficientemente intuitivo. Pero el ego?smo no lo explica todo.
En ?poca de precariedad econ?mica y vital, el anonimato en
primera persona encuentra una manera de contribuir a un
com?n sin que ello contradiga la gesti?n del yo. Una v?a de
coexistencia entre cooperar y competir, para que el individualismo
no sea la ?nica experiencia. Subsistir, pero no a codazo
limpio. Cooperar y a la vez competir, en los mismos espacios,
con el mismo password. Porque competencia y cooperaci?n se
alimentan mutuamente y no pueden separarse con nitidez.
Pero este equilibrio entre competencia y cooperaci?n es
inestable y fr?gil. Las alianzas entre hackers, ZAT, underground,
activistas de los derechos digitales y contribuidores al procom?n
que se forjaron en los a?os noventa se han desvanecido y
la iniciativa parece estar en el lado de las empresas. El mayor
defensor del anonimato en primera persona est? resultando
ser el marketing neoliberal 2.0, que le ofrece cuidados y espacios
en los que florecer, a cambio de intentar hacerse con el
valor y el poder que estos espacios de anonimato producen.
Pero el marketing neoliberal puede cambiar de rumbo y cerrar,
cooptar o aplastar esos espacios. En tales circunstancias, es
urgente pensar de qu? est? hecho ese anonimato para hablar y
reconectar con ?l, reformular estrategias que le den autonom?a
y valor, conceptualizarlo con palabras que le sean propias,
activarlo, hacerle pensar, llevarlo a los l?mites… La arquitectura
de Internet es descentralizada y las pr?cticas 2.0 no son s?lidas
e irreversibles. Son maleables, modificables, son de todos y de
nadie, pueden empoderarse, pueden cambiar. El yo an?nimo,
que somos todos y cada cual, sigue teniendo la fuerza del anonimato.
Una fuerza colectiva que ser? m?s potente cuanto m?s
elabore c?mo, d?nde y con qui?n se aplica.
Notas
1 La autora explica que aprendi? GNU/Linux y los usos de las nuevas tecnolog?as
en centros sociales okupados, algo que en la universidad nunca le ense?aron.
Desde entonces no ha dejado de indagar la relaci?n entre acci?n
pol?tica, transformaci?n social y nuevas tecnolog?as.
2 El ciberespacio es una alucinaci?n consensual, una representaci?n gr?fica de
la complejidad inimaginable de la informaci?n. A esta matriz de complejidad
se puede acceder mediante la consola del ordenador, pero tambi?n mediante
implantes, electrodos o, simplemente, proyectando la existencia dentro del
ciberespacio, conectando directamente con la mente.
3 El concepto est? explicado por su autor en el documento ?Web 2.0. Patrones
del dise?o y modelos del negocio para la siguiente generaci?n del software?,
disponible en Internet http://oreilly.com/web2/archive/what-is-web-20.html.
? La licencia GPL, las licencias Creative Commons, el ?top
manta?… Distintas maneras de usar el mercado contra el
mercado que conllevan una fuerte carga de anonimato?.
El fantasma de la desafecci?n recorre Europa. As? hablan,
preocupados, analistas, expertos y pol?ticos en los medios
de comunicaci?n. La presencia ausente de quienes no participan
es percibida con inquietud por parte de las voces que
legitiman el sistema. Las redes sociales crecen, millones de
vidas particulares, con sus fotos, lecturas, preocupaciones y
preferencias llenan el laberinto de la Web 2.0. Y sin embargo,
un silencio an?nimo amenaza la salud del sistema representativo
y de la vida participativa de la ciudad.
?D?nde est?n los que no votan? ?Qui?nes son los que no
acuden cuando son convocados? ?Qu? piensan los que se
abstienen de participar, de escoger y de opinar? Desertores
invisibles, desertores que ni siquiera dicen ?no?, los an?nimos
se esconden bajo el caparaz?n de su vida privada. La
desafecci?n, el silencio de los an?nimos, es percibida como
el fallo de la democracia. Frente a ello, expertos y pol?ticos
ofrecen soluciones urgentes: nuevos canales de participaci?n,
saneamiento de la clase pol?tica, m?s proximidad de
las decisiones administrativas, reformas de la ley electoral?
Son soluciones aparentes que giran sobre su propio vac?o: el
vac?o que ha abierto la desmovilizaci?n generalizada.
Insistir en la pregunta por la desafecci?n, por sus causas y
por su soluci?n, s?lo puede acrecentar este vac?o.
La pregunta por la desafecci?n es la que plantean quienes
no quieren saber que el silencio es en realidad murmullo y
que la desmovilizaci?n es un posicionamiento. Son el murmullo
y el posicionamiento de quienes se saben ninguneados,
de quienes s?lo cuentan ?en cifras? para no contar, de quienes
han sido expropiados de todo poder de hacer y deshacer el
mundo junto a los otros. Condenados a escoger entre objetos
de consumo, estilos de vida y partidos pol?ticos, hacen de su
abstenci?n su fuerza. No es la fuerza de una protesta ?nicamente.
Va m?s all? del castigo a las fuerzas pol?ticas o del boicot
a determinados bienes de consumo. Es algo m?s. Es lo que
Maurice Blanchot hab?a llamado, en los a?os cincuenta, la
?fuerza an?nima del rechazo?1: esa voz sin lenguaje com?n
que se articula en retirada. Es una fuerza que act?a vaciando,
desocupando los lugares de la movilizaci?n. Carente de propuestas
y de alternativas, es la voz de un ?no? sin discurso en
la que resuenan una multiplicidad de rechazos particulares
unidos por un com?n malestar: rechazo al descr?dito de los
pol?ticos, a la precariedad sufrida en nombre y carne propios,
al precio de la vivienda, a la falta de expectativas? Pero en su
com?n rechazo hay un descubrimiento: el descubrimiento de
que el dentro/ fuera sobre el que se organiza la sociedad puede
ser cuestionado. O participas o no te quejes. O te conectas o
est?s muerto. O te mueves o caducas? Son los mensajes de
una sociedad en la que la inclusi?n es de direcci?n ?nica y las
v?as de expulsi?n, m?ltiples. La fuerza an?nima del rechazo
rompe el l?mite dentro/fuera imponiendo otro l?mite: act?o
(consumo, trabajo, me relaciono?) pero ?hasta aqu??, soy visible
(circulo, me comunico, gasto?) pero s?lo ?hasta aqu??. Este
?hasta aqu?? se?ala un lugar que no est? adentro, pero tampoco
se pone en fuga ni se conforma con la exclusi?n.
Des/afecto
Lo que la l?gica binaria de la participaci?n, basada en el
?recuento? (?cu?ntos hay?), no logra escuchar ni entender es
el mapa de relaciones de afecto y de desafecto que componen
la ciudad an?nima. La ciudad an?nima no es una ciudad
desarticulada. Est? compuesta de mundos que se atraen y
se repelen, de mundos abiertos o cerrados, de mundos por
componer, de mundos incompatibles. ?Qu? me afecta y qu?
no? ?Qu? me concierne y qu? me resulta indiferente? ?Para
qui?n cuento? ?Qui?n necesita de m?? ?A qu? me debo? Con
estas preguntas emerge otra geometr?a, la geometr?a del
des/afecto, para la cual los an?nimos ya no son contados
desde la neutralidad de un lugar vac?o, sino que pueden aparecer
con toda la espesura de sus cuerpos.
La geometr?a del des/afecto es la que nos sit?a en un mapa,
nunca neutro, de inmunidades y de implicaciones, de distancias
y de proximidades. Inmunidad e implicaci?n no son dos
t?rminos opuestos, mutuamente excluyentes. Responden a
grados distintos de afecto y de desafecto. ?Cu?nta distancia es
—————————–
Geometr?a del des/afecto
Texto Marina Garc?s Profesora de Filosof?a de la Universidad de Zaragoza y de la
UOC y miembro de Espai en Blanc
La geometr?a del des/afecto nos sit?a en un mapa de inmunidades
y de implicaciones. Desde la implicaci?n, el anonimato pierde su
distancia inmunizante. Los sin nombre somos todos cuando nos
relacionamos desde nuestra potencial complicidad.
————————————
necesaria para sentirse ajeno a la desgracia de otro? ?Cu?nta
distancia necesita la indiferencia? ?Cu?nta proximidad asegura
mi implicaci?n en algo com?n? ?C?mo medir las proximidades
de aquello que me concierne o de las personas con las
que cuento? ?Y c?mo se construyen estas distancias y proximidades?
Para la geometr?a del des/afecto, el individuo no es
una unidad (un voto, una silla, un comprador), sino un
umbral de relaciones que se componen y articulan con otros,
conocidos o desconocidos, en una situaci?n.
Como ha desarrollado el fil?sofo italiano Roberto
Esposito en sus ?ltimos libros, la inmunidad es una de las
categor?as que articulan la constituci?n de las sociedades
modernas y la configuraci?n del individuo como unidad
b?sica de su orden y funcionamiento. El dentro/fuera que
organiza el Estado-naci?n y la vida de sus ciudadanos no
s?lo depende de una determinada gesti?n de las identidades
personales o colectivas. Pasa necesariamente por la delimitaci?n
y blindaje de los cuerpos, por su separaci?n e impermeabilizaci?n
hacia todo aquello que pueda penetrar en ellos y
alterar su naturaleza. En el paradigma inmunitario, la proximidad
de lo desconocido es codificada como una amenaza y
su distancia es tolerada con indiferencia. Los ejemplos son
parte de nuestra vida cotidiana: la suerte de un inmigrante
me es indiferente (no me afecta) mientras no se acerque
demasiado a m? (a mi casa, a mi puesto de trabajo, a las amistades
de mis hijos?). De la misma manera, los atentados que
cada d?a asuelan las ciudades de Oriente Medio me son indiferentes
(no me afectan) hasta que un tren o un autob?s
estalla en mi ciudad o en una ciudad que podr?a ser la m?a.
En una sociedad articulada, principalmente, por relaciones
de inmunidad, los an?nimos toman cuerpo bajo dos
figuras: la del cuerpo-amenazante y la del cuerpo-v?ctima. En
los dos casos, tenemos cuerpos sin nombre que necesitamos
mantener a distancia: cuerpos acechantes y cuerposresiduo
de los que nos tenemos que proteger o de los que
no queremos saber nada. Son los cuerpos del desafecto: o
tememos ser afectados por ellos (los repelemos) o ya no tienen
nada por lo que nos puedan afectar (los desechamos).
Contra este anonimato, la sociedad inmunitaria se blinda.
No s?lo construye muros, controles de seguridad o firewalls.
Toda ella se organiza como la ?ciudad de los permisos?2: permiso
para entrar (en un pa?s, en un espacio de consumo, en
una red social?), permiso para usar (una calle, una canci?n,
un software, un medicamento…), permiso para estar, permiso
para existir. El dentro/fuera de las sociedades modernas se
ha fractalizado en una gesti?n permanente de nuestros permisos.
Documentos de identidad, permisos de residencia,
de trabajo, de repatriaci?n, c?digos de registro, usernames y
passwords, PINs, derechos de lectura, uso y reproducci?n?
Con todos estos dispositivos, la ciudad de los permisos
organiza su espacio f?sico y simb?lico conjurando el anonimato,
aisl?ndolo como aquello con lo que no hay que tener
relaci?n (el ilegal, el pirata, la v?ctima?).
Implicaci?n
Cuanta m?s inmunidad, m?s inseguridad. Cuanto m?s aislamiento,
m?s inestabilidad. La vida inmunizada no persiste,
no crece, no crea. S?lo puede seguir matando para poder
La fuerza an?nima
del rechazo rompe
el l?mite
dentro/fuera
imponiendo otro
l?mite: act?o
(consumo, trabajo,
me relaciono?) pero
?hasta aqu??, soy
visible (circulo, me
comunico, gasto?)
pero s?lo ?hasta
aqu??.
Sobre estas l?neas,
edificio de oficinas.
En la p?gina
siguiente, publicidad
urbana.
Cuaderno central, 81
sobrevivir3. Nuestros cuerpos tanto personales como colectivos
s?lo pueden vivir exponi?ndose a ciertos grados de
implicaci?n. La implicaci?n es el reverso de la distancia
inmunitaria. Es el l?mite convertido en v?nculo, en relaci?n,
en campo com?n de afecci?n. Es el l?mite experimentado no
como frontera, sino como inconclusi?n.
?Qu? significa estar implicado? En primer lugar, es un
descubrimiento, un aprendizaje que no depende exclusivamente
de una decisi?n libre. Uno se descubre implicado
cuando est? dispuesto a reaprender su lugar en el mundo y
junto a los dem?s desde una relaci?n de continuidad. En
segundo lugar, es hacer de la vulnerabilidad propia, la de
cada uno solo protegi?ndose, una fuerza com?n que pasa
por la complicidad y la alianza. En tercer lugar, estar implicado
es una p?rdida de control sobre lo que vemos y lo que
sabemos. Contra la ficci?n de la seguridad, que pretende
verlo y preverlo todo, la perspectiva de la implicaci?n, inscrita
en las situaciones materiales que nos constituyen realmente,
no puede verlo ni saberlo todo. Act?a m?s all? de lo
que sabe, a la vez que sabe m?s all? de lo que ve.
Por eso, desde la implicaci?n, el anonimato pierde su
distancia inmunizante. Los sin nombre somos todos cuando
nos relacionamos desde nuestra potencial complicidad.
No s? qui?n cuenta conmigo. Ignoro al due?o de la voz que
gritar? un d?a conmigo. No s? qui?n posee los derechos de la
canci?n que tarareo. No s? qu? manos cuidar?n de la vejez
de mis hijos ahora peque?os. Mis c?mplices, m?s all? de la
vida que controlo, no tienen nombre, pero est?n. Frente a
los grandes nombres de la historia y las bases de datos que
escanean el presente, la vida real de los hombres y las mujeres
es radicalmente an?nima, necesariamente an?nima.
Cada uno de nosotros es a la vez singular y an?nimo, conocido
y desconocido, visible e invisible.
Por eso, el anonimato tiene en nuestras sociedades una
doble potencia: contra el ?recuento? de los est?ndares participativos,
es resistencia, desocupaci?n, vaciamiento de una
presencia codificable y monitorizada. Contra el juego de
permisos y de representaciones que nos mantienen a distancia
tanto de las amenazas como de las v?ctimas sin nombre,
el anonimato es la condici?n de la vida misma cuando
se plantea, colectivamente, como problema com?n.
Notas
1 Blanchot, M.: Escritos pol?ticos, de pr?xima publicaci?n en Acuarela.
2 Lessig, L.: C?digo 2.0, Traficantes de sue?os, Madrid, 2009.
3 Es imprescindible, en esta l?nea, el escrito de Judith Butler Vulnerability,
survivability, CCCB, 2009.
? ?Cu?nta distancia hace falta
para sentirse ajeno a la
desgracia de otro? ?Cu?nta
proximidad asegura mi
implicaci?n en algo com?n??
Entre biograf?as
Texto Santiago Eraso Colaborador de la productora cultural BNV y miembro de
UNIA arteypensamiento
Nuestro trabajo consiste en una b?squeda colectiva de
herramientas para conquistar espacios de pensamiento dentro
y, por qu? no, tambi?n al margen de los sistemas actuales.
La Transici?n es el nombre de la reforma pol?tica que condujo
de la dictadura franquista a los tiempos de normalizaci?n
democr?tica. Seg?n el diagn?stico de Guillem Mart?nez, la cultura
de la transici?n fue la gran aportaci?n de las izquierdas a
aquel periodo de la historia reciente de Espa?a. Posiblemente,
?fue lo ?nico ?o, al menos, lo m?s ganso? que aportaron?,
a?ade el autor de Barcelona rebelde. Gu?a hist?rica de una ciudad.
Desde su punto de vista, el esfuerzo de cohesi?n social y construcci?n
de consenso, necesarios para el ?xito de determinada
transformaci?n democr?tica, supuso la desarticulaci?n de la
cultura como territorio de lo problem?tico y, en consecuencia,
su ordenaci?n bajo el paraguas protector del Estado y sus instituciones
benefactoras. Cualquier manifestaci?n ajena a ese
compromiso democr?tico qued? relegada a la marginaci?n.
Si alguien perdiera el tiempo investigando mi trayectoria
profesional, estoy seguro de que llegar?a a la conclusi?n de que
mi biograf?a puede representar muy bien ese paradigma de la
cultura. Desde mi primer trabajo, como bibliotecario de Tolosa,
hasta el actual, como miembro de UNIA arteypensamiento o
responsable de la redacci?n del anteproyecto cultural de la candidatura
de Donostia/San Sebasti?n para Capital Europea de
la Cultura 2016, pasando por los veinte a?os de director de
Arteleku, mi vida ha sido una constante ?fuga hacia adelante?;
una especie de devenir iluso y precipitado, para intentar hacer
mejor la vida desde dentro de las instituciones, convencido de
que la cultura y la educaci?n son capaces de cambiar el mundo.
Sin embargo, como dice un miembro an?nimo del colectivo
Espai en Blanc: ?No hay nada peor que tener un curr?culum
pegado al culo?. Pero, por otro lado, llevarlo a rastras es una
carga de la que dif?cilmente se puede uno zafar, aunque a
84, La ciudad y el anonimato
veces lo pretenda. No hay vuelta atr?s. Cuando se intenta
regresar a los lugares de la memoria, nunca se puede volver,
siempre se est? en otro sitio. Queda la sombra de un tiempo
pasado que, en cierto modo, tan s?lo es presente.
Al fin y al cabo, toda interpretaci?n del pasado, cualquier
reminiscencia nost?lgica de otro tiempo, no es m?s que una
recreaci?n, siempre invenci?n, un nuevo quehacer del ?nico
transitar que puede ser habitado: la vida. Pero eso s?, una vida
sin l?mites, siempre en el discurrir de las fronteras que permitan
la posibilidad de crear, de hacer de nuestra existencia una
constante acci?n ?performativa?, que se hace y deshace desde
la inmanencia misma de su propia concepci?n.
Crear es siempre recrear y vivir, tambi?n, revivir. Cualquier
restituci?n del pasado es una ficci?n, una construcci?n intencionada
de vida que se presupone real, porque tampoco hay
presente, tan solo ?devenir?, ?devivir? con los dem?s. M?s all?
de la existencia individual nos queda la vida en com?n. Las
biograf?as compartidas, los relatos escritos con muchas
manos. Una apuesta por ?lo com?n? en cultura, educaci?n y
pensamiento con la apertura a una dimensi?n an?nima de la
vida y de la creatividad.
No hay nada m?s in?til que un cuerpo aislado y nada m?s
infecundo que una idea original. La creaci?n se produce cuando
las ideas dejan de ser asignables a unos u otros y se establecen
circulaciones in?ditas, sin ?autoridad? reconocible. El
est?mulo para pensar siempre viene de fuera. El conocimiento
se hace potencia cuando reconocemos nuestra deuda con los
dem?s. Si alguien pretende convertirnos en individuos pensantes
bien delimitados, separados, clasificables, controlables,
se equivoca, porque somos criaturas entre criaturas, carne viva
tejiendo la carne del mundo.
Porque, ?qu? es un curr?culo, m?s all? de un p?lido reflejo
de lo mucho que debemos a los dem?s? ?No debiera ser lo primero
que habr?a que ocultar e intentar mostrar que el conocimiento
que tratamos de presentar a trav?s de nuestras haza?as
es un bien com?n?
Frente a la vocaci?n privatizadora del conocimiento surge
un nosotros que reclama el derecho a la palabra. La suma de t? y
yo no es dos. Es un entre en el que puede aparecer cualquiera.
Por tanto, en gran medida, nuestro trabajo consiste en una
b?squeda colectiva de herramientas para conquistar espacios
de pensamiento dentro y, por qu? no, tambi?n al margen de
los sistemas actuales; un combate contra la despotenciaci?n
de la cr?tica; un intento desesperado por activar contextos
capaces de regenerar las categor?as pol?ticas, que han huido de
la realidad para refugiarse en una especie de carnaval de las
palabras en el que nadie sabe bien lo que significan. No hay
m?s que observar c?mo las mayores empresas depredadoras
del planeta o las instituciones que financian sus delirios de
crecimiento se acogen a la marca de la sostenibilidad o invocan
la innovaci?n para seguir haciendo m?s de lo mismo, sin ninguna
verg?enza.
En definitiva, se trata de hacer frente a esa evidencia que
ahora se disfraza bajo la ?crisis? y que, en un alarde de ingenier?a
inmoral, quieren tambi?n que todos asumamos como propia.
La realidad camuflada se impone y nos deja sin argumen-
tos porque las ideas se han vaciado de significado. Esa forma
de vida culpable a la que nos empujan es, lamentablemente,
tambi?n una manera de aceptar su lenguaje, los consensos
sociales en los que quieren que habitemos, las guerras que
afrontamos. Somos v?ctimas o c?mplices silentes porque permitimos
que hablen en nuestro nombre, que secuestren el
significado de las palabras.
Irse y volver de otra manera
Vivimos en el centro de un clamoroso silencio porque las palabras
m?s desprovistas de sentido focalizan los discursos dominantes.
Una especie de totalitarismo sem?ntico se ha impuesto
y ha terminado por neutralizar nuestro derecho a levantar la
voz, tomar la palabra. El triunfo del simulacro y el privilegio de
la superficie impregnan la vida pol?tica y cultural. La irrupci?n
de un eterno presente de fascinaci?n que nos impide ver m?s
all? de la ret?rica publicitaria o la simpleza medi?tica de la propaganda.
Frente a esa perturbaci?n del lenguaje Roberto
Esposito nos anima a viajar al interior de las palabras, donde a
veces se produce un verdadero conflicto por la conquista del
significado m?s intenso, una guerra interior que las hace irreductibles
a la linealidad de su significado superficial.
En esa batalla por reconocer el valor de las palabras, me
expreso desde un yo inestable, heredero de una memoria
compartida, y tambi?n afectado por el mayor de los pesimismos,
porque adem?s oponer otro sentido a la crisis de sentido
muchas veces est? abocado al fracaso.
Pero a pesar de ello, en lugar de tomarme en serio la idea
de desertar, como nos propone Comit? Invisible en La insurrecci?n
que viene, sigo actuando desde las pulsiones que me permiten
ciertas alianzas transformadoras; afinidades que, m?s
all? de las biograf?as personales, encuentros y desencuentros,
?xitos intangibles y fracasos sonados, se configuran como un
espacio-tiempo com?n de conocimiento o pr?cticas art?sticas
y pol?ticas en permanente movimiento; un desplazamiento
de conexiones, a la manera en que funcionan los servidores
de software libre; una red de saberes en cuerpos expuestos que
reclaman otros mundos, otras escenas, otros relatos; una
serie de compromisos para desarrollar todas las posibilidades
que nos da el arte, contra la vida que nos obligan a vivir, o las
formas, contra la belleza que nos imponen gozar. En definitiva,
propuestas que abren un campo infinito de peque?as
revoluciones inauditas, de relatos parad?jicos, de lenguajes
renovados y ficciones imposibles.
No se puede huir porque no hay un afuera desde donde
juzgar el mundo. Tan s?lo hay lugares que se pueden atravesar.
Deleuze hablaba en Mil mesetas sobre la gente que necesit?
hacer un agujero en la monta?a para salir del otro lado. En
cierto modo, se trata de poder irse y volver de otra manera.
Penetrar por las grietas que el sistema no puede controlar,
generar fracturas en la s?lida apariencia institucional, alterar
los sentidos de los discursos convencionales, promover
nuevas narrativas.
Mi experiencia no es m?s que la sombra de una obstinaci?n
personal y colectiva por encontrar lugares estrat?gicos del pensamiento;
el espejismo de una vida que, desde una consciencia
pol?tica plenamente integrada (alguien dir?a socialdem?crata o
reformista), ha vivido obsesionada por cambiar la vida, eso s?
paulatinamente, mientras a?oraba las revoluciones, por transformar
el mundo, sin sobresaltos, mientras so?aba un levantamiento
capaz de destruir las cadenas. Construir desplazamientos,
como nos propone Suely Rolnik, puesto que ninguno de
nosotros habla ya en t?rminos de revoluci?n, aunque sigamos
esperando la gran invenci?n revolucionaria. En ese caminar
desplazado tienen lugar peque?as modificaciones de gran significado
que se expanden con mucha fragilidad. Porque nada
es lineal; todo acontece en un sinf?n de pliegues. Debajo del
gran juego macropol?tico se produce una mir?ada de interacciones
micropol?ticas a las que siempre hay que estar ligado, porque
all? siempre se reabren posibilidades inusitadas.
Avanzamos siendo conscientes de que en ese combate la
vida misma se torna inevitablemente un campo de batalla en
el que casi siempre ganan los mismos; aqu?llos que adem?s
son los que financian nuestras ilusas empresas de transformaci?n,
probablemente para que nada cambie. Pero tambi?n,
luchando para que no siempre sea as?.
En ese mar de contradicciones hay un desaf?o permanente
que no podemos dejar de abordar, a pesar de las dificultades
que entra?a. Hay que partir de la decepci?n, como se?ala la
artista Alejandra Riera, y enfrentarse a la fragilidad porque ah?,
en esa inestabilidad, se encuentra la verdadera salud.
Hacernos cargo de nuestros propios miedos e incertidumbres
nos permitir? levantarnos contra las verdades reveladas.
No se trata de renunciar, sino m?s bien de empezar por despejar
las falsas expectativas del voluntarismo excesivo ?que
tan bien sienta a nuestro narcisismo activista?, que nos impiden
ver lo que pasa alrededor, detectar los impasses, el cansancio,
la repetici?n. Dejar de so?ar con un mundo mejor y asumir
que nuestra existencia es mucho m?s ordinaria, pero a la vez
m?s desafiante. Parafraseando a Peter Pal Pelbart, autor de
Filosof?a de la deserci?n, una cierta desilusi?n o, m?s bien, una
decepci?n que implica la ruina de ciertas utop?as y esperanzas
puede ser la condici?n para percibir otras fuerzas que piden
paso. Se trata de pensar en el derecho de aquello que todav?a
no ha nacido. Lo que importa no es tanto la definici?n de lo
que viene, sino la apertura de nuevas posibilidades ignotas,
traves?as inexploradas que nos permitan vislumbrar un devenir
que no agote la potencia de la cultura y la educaci?n.
? Somos v?ctimas o c?mplices porque permitimos que
hablen por nosotros. Un totalitarismo sem?ntico se
impone y neutraliza nuestro derecho a tomar la palabra?.
M
Terreno de
inquietud
La ciudad y el anonimato
Cuaderno central, 87
Un nuevo protagonismo social viene modificando durante la
?ltima d?cada las perspectivas del hacer pol?tico en buena
parte de Am?rica Latina y en particular en Argentina. En estas
p?ginas intentamos plantearnos potencialidades y ambig?edades
de estos procesos, denominados ?posneoliberales?
desde algunas perspectivas, esclarecer los desaf?os para el
pensamiento en el contexto de la crisis, y proponer el impasse
actual como terreno de inquietud, en el que se desenvuelven
las pr?cticas sobre fondo colectivo, an?nimo y difuso. Al
final, ocho hip?tesis para la militancia de investigaci?n.
Los movimientos sociales fueron protagonistas en Am?rica
Latina de una conmoci?n pol?tica que, con diferentes intensidades
y escalas, llegaron a cuestionar el mando directo de las
?lites globales. Para comprender este contexto resulta imprescindible
atender a los rasgos centrales del ciclo de luchas que
despleg? la acci?n multitudinaria capaz de coaligar actores tan
dis?miles entre s? como movimientos de desocupados, poblaciones
originarias, pobres urbanos y campesinos y movimientos
comunitarios contra la privatizaci?n de lo p?blico. En general,
estas insubordinaciones desarrollaron sus din?micas por
fuera de los instrumentos tradicionales de organizaci?n.
Los llamados gobiernos progresistas, as? como las premisas
posneoliberales2 de gesti?n de la vida colectiva que se extendieron
por la regi?n en los ?ltimos a?os, resultan impensables
fuera de este proceso de desobediencia.
Pero m?s importante que el signo de los gobiernos es el
hecho de que la irrupci?n de este nuevo protagonismo social
puso en discusi?n la distribuci?n de los recursos econ?micos,
sociales y simb?licos. A su vez, en algunos pa?ses la situaci?n
de democratizaci?n pol?tica (especialmente a trav?s de asambleas
constituyentes) dio lugar a procesos de refundaci?n parcial
de la voluntad de intervenci?n del Estado.
M?s all? de la discusi?n sobre la calidad de las reformas (lo
que en ellas hay de avances y lo que hay de meras concesiones
de las ?lites), cabe la pregunta por la novedad pol?tica de
estos movimientos, que tal vez haya quedado formulada de
modo m?s preciso en el ?mandar obedeciendo? de los zapatistas,
que, por un lado, extiende y vuelve contempor?neo un
rasgo perteneciente a las culturas comunitarias (la proximidad
y la reversibilidad de las relaciones de mando y obediencia)
y, por otro, provee nuevas im?genes para pensar la relaci?n
entre institucionalidad pol?tica y poder popular desde
abajo (buen gobierno), cuando ya no se postula de manera real y
cre?ble la hip?tesis de la toma revolucionaria del poder.
Podemos delimitar en la secuencia que va del poder destituyente
a la exigencia de buen gobierno el punto m?s alto de visibilidad
de este trayecto singular.
En buena parte del continente los cambios son extremadamente
moderados y mixturan continuidades profundas del
neoliberalismo con una mayor interlocuci?n con la agenda
de los movimientos sociales. Llamamos ?nueva gobernabilidad?
a esta interfase de avances y retrocesos que consiste en
una dial?ctica de reconocimientos parciales, que posibilita
puntos de innovaci?n en la b?squeda de un momento posneoliberal,
favorecido por la coyuntura de mayor autonom?a
regional esbozada en Sudam?rica.
Y, sin embargo, no alcanza con pensar la relaci?n entre
movimientos sociales y gobiernos progresistas a la hora de
captar la llamada anomal?a latinoamericana. Se requiere incluir
la pluralidad de los tiempos y las lenguas de la descolonizaci?n,
de la comunidad, de la metr?poli enmara?ada, con sus
periferias y las diversas capas de migraci?n, que constituyen
los ritmos de base de cualquier tentativa de creaci?n de nuevas
hip?tesis emancipatorias.
La crisis del a?o 2001 en Argentina implic? el fin de la legitimidad
de las instituciones del modelo neoliberal tal como
hab?a sido anticipado por la ?ltima dictadura militar y desarrollado
por d?cadas de una democracia castrada. A partir de
mediados de los noventa convergen diversas luchas de tipo
asambleario y dadas a la acci?n directa (desocupados, derechos
humanos, trabajadores de f?bricas recuperadas, movimientos
de lucha por la tierra, asambleas barriales y de sectores
medios perjudicados con la expropiaci?n de sus ahorros)
en una compleja coyuntura pol?tica que acab? con la ca?da de
tres gobiernos en unos pocos d?as. El rasgo determinante de
este movimiento heterog?neo fue la din?mica destituyente respecto
de la institucionalidad neoliberal. A partir del a?o 2003
un nuevo gobierno crea expectativas sobre el proceso pol?tico
Texto Diego Sztulwark, Ver?nica Gago y Sebasti?n Scolnik Colectivo Situaciones
Se entiende por ?impasse? el atasco de las din?micas de innovaci?n
de lo pol?tico, que nos arroja a un espacio de consistencia fangosa y a
una temporalidad en suspenso. Un tiempo que no podemos asumir
meramente como ?tr?nsito a?, sino como transcurso de lo parad?jico.
Protagonismo social
en [desde] el ?impasse?
al tejer al mismo tiempo los deseos de trasladar el lenguaje y
las demandas de los movimientos al nivel del Estado junto al
anhelo, igualmente extendido, de normalizaci?n de la vida
social, econ?mica y pol?tica.
Seis a?os despu?s, en las perseverantes marcas que los
movimientos dejaron impresas en las instituciones pol?ticas
encontramos las claves para comprender la ambig?edad del
proceso actual: junto a rasgos de normalizaci?n y debilitamiento
de los movimientos, permanece vivo el juego de los
reconocimientos parciales y ambivalentes. Tal juego de reconocimientos
ha permitido recomponer fuerzas para enfrentar
a algunos actores poderosos de las ?lites neoliberales y, al
mismo tiempo, ha excluido o debilitado la perspectiva m?s
radical de reapropiaci?n aut?noma de lo com?n.
Sobre este campo se juega la reinterpretaci?n constante
de los enunciados democr?ticos que surgieron de la crisis.
Podemos considerar dos axiomas fundamentales: la recusaci?n
del lenguaje neoliberal (fundado en la idea de la subordinaci?n
a la hegemon?a de las finanzas globales y las privatizaciones)
y de la represi?n al conflicto social, apoyado en
una recuperaci?n de la narraci?n de las luchas de la d?cada
de los setenta y de los derechos humanos.
La tendencia m?s fuerte, en este sentido, es la que se
constituye desde un paradigma neodesarrollista, capaz de reinterpretar
la genealog?a del cuestionamiento de las relaciones
salariales y de la forma-Estado-neoliberal por parte del
nuevo protagonismo social, concibi?ndolas como demandas
de reproletarizaci?n. As?, una problematizaci?n central de
nuestra ?poca pas? de ser pensada como necesidad de un
?trabajo digno? (consigna creada por los movimientos
piqueteros) a ser reinscrita dentro de la mitolog?a fordista
del pleno empleo (bajo el eslogan de ?empleo decente?). La
valiosa informaci?n producida por los movimientos sociales
(es decir, las formas colectivas de organizaci?n del trabajo
que tend?an a independizar producci?n de valor de empleo)
fue usada por el Estado para reorganizar su pol?tica social y
para gestionar la crisis del trabajo.
Llamamos impasse al atascamiento de las din?micas de
innovaci?n de lo pol?tico, que nos arroja a un espacio de consistencia
fangosa y a una temporalidad en suspenso, de reversibilidades
y desplazamientos inconclusos. Un tiempo que no
podemos asumir meramente como ?tr?nsito a?, sino como
transcurso mismo de lo parad?jico. El protagonismo social se
presenta hoy bajo formas de ?abigarramiento?, anonimato y
?promiscuidad? (t?rmino sin ninguna connotaci?n moral), en
las que se imbrican componentes de valorizaci?n capitalista y
de autonom?a: de servilismo y rebeli?n, de subordinaci?n y
activaci?n, de producci?n de estereotipos y su desacato.
La duraci?n en el impasse adquiere una modalidad esencialmente
ambivalente: la presencia de lo abierto al pensamiento
y las pr?cticas se nos presenta junto a un simult?neo ?encapsulamiento?
de las potencias; los hechos y las narraciones se
sit?an a medio camino entre el dej? v? y la innovaci?n, entre
una sensaci?n claustrof?bica de lo presente como ya-vivido y la
intuici?n de un presente abierto al acto.
La lengua de lo pol?tico es la primera afectada: se pliega
sobre significantes ?tiles del ciclo de luchas de los setenta y
asume las coyunturas polarizadas como din?mica de referencia
absoluta. A la vez, su problematizaci?n aut?noma queda
atorada por razones propias cuando prescinde de un balance
profundo y realista de las apor?as del ciclo de luchas previo.
Asumiendo el impasse pasamos de la im-potencia (ausencia
de todo posible concreto) a la in-quietud (ausencia de todo
conformismo).
La inquietud en el impasse es acto profano (l?dico, humor?stico,
antagonista): desacraliza ?desplegando un materialismo
perceptivo sensible a la m?nima variaci?n de los signos
y las asimetr?as? todo aquello que la l?gica productora
de estereotipos consagra como jerarqu?a. Proponemos ocho
hip?tesis para desarrollar la in-quietud en el impasse:
a. Abrirse paso entre el gueto y la microempresa, ambas
modalidades de acorralar y encapsular la potencia. No se
trata de figuras que podamos rechazar o aceptar de modo
inocente. Son t?cnicas de gesti?n de la diferencia que activan
de inmediato estas dos opciones: el aislamiento, el
microgrupo, la jerga; o bien la aceptaci?n de las reglas del
mercado como modo de participar de lo social (el ?proyecto
personal? o las islas del reconocimiento). Estas modalidades
se ofrecen tanto para los ?peque?os grupos? como para
la gesti?n individual de la propia vida metropolitana.
b. Trabajar planteando asimetr?as sin estetizarlas. La asimetr?a
se presenta como diferencia real en las situaciones, mientras
que la estetizaci?n opera una pseudodiferencia sin filo. La asimetr?a
es problematizante (y se aproxima al t?rmino de verdaddesplazamiento
que presenta L?pez Petit), mientras que la estetizaci?n
nos tranquiliza con la apariencia de lo ya-resuelto; ya
que la estetizaci?n resuelve en el nivel de la apariencia lo que
en la realidad permanece como frustrado. Al cancelar el car?cter
problem?tico de la diferencia, la estetizaci?n ?al igual que
la estereotipaci?n? suprime la ambivalencia de la asimetr?a,
sea a trav?s de un realismo estigmatizador, sea por la v?a de
una apolog?a que la presenta como aproblem?tica.
c. Ubicar una diferencia entre grupos y colectivo: llamamos
grupo a la agregaci?n de personas, y colectivo, a una instancia
de individuaci?n en la cual los individuos participan a partir de
su in-completud. En fases en que la potencia deviene p?blica, el
88, Terreno de inquietud
? Asumiendo el ?impasse? pasamos de la im-potencia
(ausencia de todo posible concreto) a la in-quietud
(ausencia de todo conformismo)?.
grupo puede fluir a la creaci?n. Pero en momentos de encapsulamiento,
en los cuales carecemos de c?digos comunes
(aunque el capital nos los ofrece bajo la forma de clich?s), la
disposici?n a la apertura se dificulta y nacen todo tipo de patolog?as
grupales-individuales. Lo colectivo, en cambio, es esa
apertura p?blica motivada ?y no inhibida? por la falta de lenguajes
comunes previos (disponibilidad en la desorientaci?n).
d. Inversi?n de la relaci?n entre micropol?tica y macropol?tica.
Si en la fase previa el valor micropol?tico de las luchas era
deducible del cuadro macropol?tico completo, hoy el mecanismo
puede invertirse y la potencia micropol?tica puede
abrir espacios ante el cierre ?consensual? o ?polarizado? del
espacio macropol?tico. Esta perspectiva implica asumir procesos
de politizaci?n en el coraz?n mismo del movimiento
parad?jico del presente. Por ejemplo, mientras los gobiernos
latinoamericanos desarrollan una integraci?n positiva por
arriba, por abajo se profundizan procesos de racializaci?n y
guetificaci?n funcionales a econom?as esclavas a gran escala.
?C?mo desarrollar momentos de desplazamiento o desestereotipaci?n
ante la difusi?n de imaginarios medi?ticos (centralmente
sobre el trabajo) que compiten con la apertura de
efectos democr?ticos por abajo?
e. Una nueva relaci?n entre regla y praxis. Si lo propio de la
crisis (como espacio-tiempo permanente y no como momento
transitorio o deficitario) es la dificultad de imponer reglas
exteriores a la praxis ?es decir, que la crisis es el momento en
que la instituci?n no cuenta con una obediencia a priori
(cosa que hemos visto muy de cerca en Argentina)?, se nos
presentan ahora al menos tres modos positivos de concebir
esa desobediencia de la praxis respecto de la instituci?n: la
que enfatiza la ?creaci?n? de nuevas instituciones con una
relaci?n m?s interna con la praxis; el ?atravesamiento? que
supone una potencia heterog?nea penetrando y modificando
por dentro las instituciones seg?n el juego de la praxis; el
?camuflaje?, como modo d?bil del atravesamiento y diferencia
m?nima con la crisis.
f. La fabulaci?n como modo de crear realidad. No ya la oposici?n
ideolog?a/ciencia o alienaci?n/conciencia, sino una
capacidad de inventar lenguaje y afectos a partir de los recursos
de la imaginaci?n colectiva, en competencia abierta con el
orden imaginario capaz de racionalizar el mundo objetivo de
las cosas y los afectos (performatividad del capital).
g. Desarrollar una disponibilidad en la desorientaci?n: en el
contexto de encapsulamiento, una nueva transversalidad
surge a partir de la inquietud. Consiste en una inclinaci?n
hacia los otros que se hace posible a pesar de la carencia de
un c?digo previo compartido (es decir, desistiendo/pervirtiendo
los c?digos que el capital oferta).
h. La capacidad de reconocer procesos en la discontinuidad. En
la promiscuidad, se trata de operar en la ambivalencia de
todo signo. De crear, all?, asimetr?as. Pero los procesos son
discontinuos (por momentos, ef?meros) y no siempre se perciben
en la distancia, sea ?sta cr?tica o simplemente panor?mica.
A su vez, la proximidad necesaria respecto de los procesos
est? siempre ante el riesgo de nuevos encapsulamientos
y endogamias. Llamamos inmanencia por cercan?a a un tipo de
aproximaci?n sensible que intenta restituir capacidad p?blica,
o capacidad de variaci?n (o de desplazamiento), a la
potencia com?n atrapada en c?psulas de realidad.
Notas
1 Para una exposici?n m?s extensa de los conceptos ver: Colectivo Situaciones,
?Inquietudes en el impasse?. Dicho texto, adem?s, introduce a una serie de
entrevistas que el colectivo mantuvo con L. Rozitchner, T. Negri, F. Berardi
(Bifo), P. Pal Pelbart, S. Rolnik, S. Mezzadra, A. Escobar, R. Guti?rrez, M. Hardt y
S. L?pez Petit. El libro Conversaciones en el impasse. Dilemas pol?ticos del presente,
Tinta Lim?n, Buenos Aires, 2009, reune el conjunto de estos textos.
2 El lenguaje del ?posneoliberalismo? es deliberadamente ambiguo. Nombra
de modo simult?neo dos realidades en pugna: la b?squeda de paradigmas
gubernamentales por fuera del liberalismo y la recomposici?n remozada de
un neoliberalismo de poscrisis.
Una de las
propuestas para
desarrollar la
in-quietud establece
una distinci?n entre
grupos y colectivo.
Arriba,
manifestantes en
favor de una
vivienda digna
(Barcelona,
septiembre de
2006).
M
Cuaderno central, 89
90, Propuestas / respuestas
Propuestas /
respuestas
El anonimato no es nada nuevo
en las ciudades. Adem?s, aun
pareciendo contradictorio,
sociabilidad y anonimato se
combinan en la ciudad. Entre estos
dos polos, se mueven las reflexiones
de los tres autores de Propuestas /
respuestas que explican su
percepci?n del anonimato.
Bawens lo hace desde el an?lisis
del peer-to-peer, un sistema para
compartir y sumar esfuerzos
individuales en la red destinados a
obras colectivas. Le Blanc, por su
parte, se cuestiona si a?n podemos
tener una vida an?nima en las urbes
a pesar de la proliferaci?n de las
c?maras de vigilancia por doquier. Y,
finalmente, la experiencia de Peter
P?l Pelbart con un grupo teatral
surgido en un psiqui?trico se revela
como laboratorio de nuevas
relaciones personales y colectivas.
Relacionalidad
?peer-to-peer?
Texto Michel Bawens Fundador de la Foundation
for Peer-to-Peer Alternatives
La observaci?n del desarrollo hist?rico de la relacionalidad puede
llevarnos a cuestionar cualquier identificaci?n simplista de la
relacionalidad peer-to-peer (de igual a igual o p2p) con el anonimato.
La relacionalidad peer-to-peer es un tipo de relacionalidad en la
que los individuos pueden congregarse libremente alrededor de
unos objetivos comunes, aprovechando las posibilidades de los
nuevos tipos de tecnolog?as de interconexi?n en red1.
La proposici?n de que el individuo se considera como una parte
siempre dispuesta de varios campos sociales, como una entidad
compuesta singular que ya no necesita socializaci?n, sino individuaci?n,
parece ser uno de los principales logros del ?pensamiento
posmoderno?. El individualismo atom?stico se sustituye por la
visi?n de un ser relacional, un nuevo equilibrio entre la acci?n
individual y la comuni?n colectiva. Otro aspecto importante de la
condici?n de la posmodernidad, as? como de sus interpretaciones
?psicol?gicas?, es el de la fragmentaci?n del individuo. En lugar
de considerarse un ser integrado, el individuo posmoderno se
describe como un ser compuesto de muchos procesos paralelos,
cada uno con una autonom?a relativa, y no necesariamente integrados.
En el posmodernismo cl?sico, ello se ve como una especie
de ?realizaci?n? o manifestaci?n final, como la revelaci?n de la
verdad sobre la condici?n humana, as? como el resultado de las
condiciones sociales prevalentes bajo el ?capitalismo tard?o?.
Adem?s, crea un cierto ?desespero? en torno a la condici?n humana,
ya que la fragmentaci?n no es siempre una cualidad deseable.
Sin embargo, considero oportuno proponer una segunda fase
de la posmodernidad que ya no sea deconstructiva del yo y de la
sociedad, sino reconstructiva, y ver la emergencia de la relacionalidad
peer-to-peer como una expresi?n de este esfuerzo reconstructivo.
El peer-to-peer debe considerarse como una socialidad con objetivos
concretos, en la que las personas-fragmentos cooperan para
la creaci?n de un valor com?n. En efecto, lo que conecta a los individuos
que participan en proyectos abiertos y compartidos de
conocimientos, software o dise?o es la capacidad de conectar sus
propios fines con una meta colectiva trascendente (construir un
sistema operativo universal, confeccionar una enciclopedia gratuita
universal, crear un coche de c?digo abierto, etc.). En los proyectos
peer-to-peer, los individuos agregan una apasionada afici?n
particular a un proyecto colectivo.
Se trata de un aspecto importante, porque, mientras que en
las visiones individualistas del mercado, la mano invisible crea
Cuaderno central, 91
indirectamente un beneficio p?blico (por lo menos en teor?a e
ideolog?a), en el peer-to-peer la intencionalidad del proyecto colectivo
se integra en el propio esfuerzo. Quienes realizan contribuciones
a Wikipedia o Linux no ven el resultado final como una
consecuencia indirecta de las transacciones individuales, sino
como el resultado de un dise?o social particular, que armoniza
el esfuerzo individual y el objetivo colectivo, de modo que la
integraci?n de ambos no se considera contradictoria. Ello da a la
relacionalidad peer-to-peer un fuerte aspecto colectivo que estaba
ausente en la ?poca individualista previa. Nada impide que el
bien p?blico se convierta en un objeto peer-to-peer similar, de
modo que no sea tan solo la uni?n de los proyectos parciales
existentes, sino el objeto de una atenci?n particular por s?
mismo. Interpretado positivamente, el peer-to-peer se convierte
en una mezcla global ?c?smica?, en la que los individuos fragmentados
de la posmodernidad recrean la unidad y la identidad
a trav?s de su implicaci?n en esfuerzos colectivos que pueden
destinarse a bienes c?vicos p?blicos. En esta interpretaci?n se
preserva la individualidad, se a?ade la relacionalidad y surge una
dimensi?n colectiva en una unidad superior, en la que el aspecto
individual y colectivo, la acci?n personal y la comuni?n ?o participaci?n
en com?n?, ya no se oponen entre s?.
El anonimato no es nada nuevo en las ciudades; forma parte
de la modernidad y de sus intercambios y transacciones ?neutrales?
y contractuales. El anonimato del individuo moderno, ?liberado?
de sus v?nculos locales y tradicionales, es un fen?meno
bien conocido. Aunque las ciudades son, sin duda, espacios de
socialidad, tambi?n son espacios con una falta de socialidad, en
los que, como suele decirse, ?la gente no conoce a sus vecinos?.
Una gran parte de nuestra vida en la ciudad ya es an?nima.
Para que un nuevo sistema social sustituya estructuralmente
a sus predecesores debe ?trascender e incluir?, en un nivel superior
de integraci?n, los aspectos clave de las modalidades previas
que sustituye o complementa (aunque no lo haga del todo bien).
Por ello, en nuestra explicaci?n concreta, debemos esperar que
las relaciones personales t?picas de la premodernidad, as? como la
neutralidad/anonimato de la sociedad de mercado moderna,
sean ?trascendidas e incluidas? en la relacionalidad p2p. Esto significa
que, en nuestra visi?n, el p2p permite que se den simult?neamente
el anonimato y la personalizaci?n. En efecto, por un
lado podemos constatar que el peer-to-peer permite una colaboraci?n
estigm?rgica2 entre individuos que no se conocen, como por
ejemplo la cooperaci?n en Wikipedia, y permite que la ?confianza
en desconocidos? se d? m?s f?cilmente, como por ejemplo en el
proyecto Couchsurfing.com, en el que desconocidos pueden
compartir un sof?, porque conf?an en el sistema y en los controles
basados en la reputaci?n. Por otro lado, cualquier cooperaci?n
profunda requiere una implicaci?n y un compromiso personal
m?s ?ntimo en los proyectos peer-to-peer, y muchas redes sociales,
como Facebook o LinkedIn, se promocionan mediante la negaci?n
del anonimato. La relacionalidad p2p, por tanto, libera de las
limitaciones de la personalizaci?n forzada y el anonimato, dando
una libertad flexible a los participantes en las redes.
Sin embargo, al potenciar y permitir la relacionalidad y explotar
el n?mero de relaciones posibles3, es decir, la posibilidad de
que los fragmentos se encuentren, cambiar? sin duda la vida
urbana, dotando a los urbanitas de un mayor potencial. Ello, con
toda seguridad, crear? problemas y plantear? desaf?os, y finalmente
revelar? el lado oscuro de la hiperrelacionalidad, especialmente
si se impone como una nueva norma social, una expectativa
b?sica de comportamiento est?ndar, y se ponen de manifiesto
los desaf?os relacionados de transparencia forzosa y vigilancia
impuesta. Asimismo, lo que pueda resultar natural para las nuevas
generaciones puede ser considerado un comportamiento del
todo negativo e inquietante por las generaciones previas.
Un aspecto todav?a m?s interesante es que la relacionalidad
p2p no se restringir? a otros seres humanos, sino que se extender?
al ?Otro M?quina?, es decir, el Internet de las cosas, con objetos
equipados con sensores, y seguramente llegar? a la era poscalentamiento,
con la recuperaci?n de la relacionalidad con otros seres
vivos y el entorno natural. La vida en la ciudad, an?nima o no, se
volver? sin duda muy interesante en las pr?ximas d?cadas, cuando
se despliegue el pleno potencial de esta relacionalidad.
Notas
1 Una definici?n m?s restrictiva, empleada en nuestro trabajo en la Fundaci?n p2p, sigue
la tipolog?a de Alan Page Fiske e identifica la relacionalidad peer-to-peer con un intercambio
no rec?proco ?generalizado?, en el que el individuo realiza el intercambio s?lo
con un com?n, con una totalidad, y no con otros individuos de los que se exige una
reciprocidad. Alan Page Fiske lo denomina ?communal shareholding?, o ?inter?s
com?n?, y es el tipo de relacionalidad predominante en los entornos de producci?n
peer-to-peer. V?ase http://p2pfoundation.net/Relational_Model_Typology_-_Fiske
2 V?ase http://p2pfoundation.net/Stigmergy
3 Para conocer, por ejemplo, la Ley de Metcalfe y la Ley de Reed sobre las redes formadoras
de grupos, v?ase http://p2pfoundation.net/Metcalfe%27s_Law
M
Propuestas / respuestas
Vigilar y partir
Texto Guillaume Le Blanc Profesor de Filosof?a en la
Universidad Michel de Montaigne Burdeos 3
?Todav?a tenemos la posibilidad de llevar una vida an?nima,
invisible en las ciudades de hoy que parecen acosarnos, exigir
de nosotros comportamientos de plena luz, de plena normalidad?
?Todav?a podemos llevar una vida min?scula que no sea
feudo de l?gicas de vigilancia hoy desmultiplicadas, enloquecidas
en sus correas de transmisi?n? Existen cada vez m?s anticipaciones
de la ciudad global, vigilancia generalizada, ligera en
inmuebles sin fallos y con aperturas inteligentes, en bancos de
datos de toda clase. La ciudad-mundo de Mike Davis es una ciudad
infinitamente abierta a pesar de sus barreras y sus portales
electr?nicos; despliega sus ficciones polic?acas sin la sombra de
un m?nimo escondrijo. Para una ciudad semejante, la noche no
tiene futuro puesto que ya no oculta nada m?s y las c?maras
infrarrojas han reemplazado a los neones de las grandes avenidas.
Las ciudades globales son sue?os de papel. Ellas no tienen
en cuenta las noches grises, los d?as fraudulentos.
Las vidas an?nimas se afligen en las ciudades de hoy cuando
se exhiben ante las c?maras y los ilimitados puestos de control.
Est?n desmultiplicadas en las im?genes triviales y apagadas de
las tiendas abiertas los domingos, en los drugstores, im?genes
borrosas de la restauraci?n r?pida, sin relieve. Las vidas an?nimas
se convierten en vidas ilimitadas pero sin espesor. Son
objeto de extra?as metamorfosis, se eclipsan en ficciones vagabundas
que surgen sobre los monitores de control que nadie
mira. En las ciudades de hoy estamos rodeados de ficciones sin
espectadores, de espect?culo sin autor, como si una ciudad
fuese hoy una serie de im?genes apareciendo sobre monitores
que vigilantes fatigados no se toman el tiempo de mirar. Se
crea una escenograf?a de l?neas de vagabundeo de las vidas
ordinarias que capta viajes ordinarios en los diferentes lugares
de un mundo ordenado.
?Hay que idolatrar esas escenograf?as o reconsiderarlas en
funci?n de su empleo cotidiano? Tom?ndolas en esta segunda
vertiente, lo que aparece no es tanto la mec?nica aplicada sobre
lo vivo de una ciudad como un reciclaje de im?genes basura
dirigidas hacia aparatos de control dispersos. No estamos tanto
en la maquinaria futurista de la noche de la vigilancia como en
las chapuzas de control incoherente que producen circuitos de
ficci?n para nada, transform?ndonos en siluetas furtivas fijadas
un breve momento en una calle junto a una tienda de lujo o
cerca de un lugar p?blico, sujetos despistados, urdidos en la
nada. No vivimos en la ciudad global de la vigilancia generaliza-
Cuaderno central, 93
da, sino en ciudades que reciclan la ciudad global en peque?os
bancos de datos para tiendas vetustas pero eficaces. Esos reciclajes
no prescinden de trastiendas caducas, pero sugieren que
una ciudad no reside jam?s s?lo en su cuadriculado disciplinario
ni en sus tejidos telem?ticos. Una ciudad, incluso si se
sue?a (pesadilla) esp?ritu para hacer las veces de semejante en
la vigilancia, sigue siendo un cuerpo ilimitado de miembros
enmara?ados, hecha de ritmos comunes y singulares, di?stole,
s?stole. La ciudad es un mundo de individuaciones que se descomponen
y se recomponen, conforman combinaciones que se
inscriben en dispositivos. El dispositivo molar de la vigilancia
no puede anular los arreglos moleculares que lo desbordan. La
ciudad global est? desterritorializada de ese modo por usos
minoritarios que son composiciones precarias inventadas por
las vidas an?nimas.
As?, por m?s que las ciudades sean desmultiplicadores de
vigilancia, siguen siendo espacios sociales fracturados, con
patios delanteros y patios traseros, universos de distinci?n y
periferias. Y por otra parte, ?para qu? ser?a necesario vigilar si no
hay ning?n asunto juzgado recalcitrante, si los ruidos y las furias
de las clases identificadas como clases peligrosas no ascienden
por callejas oscuras y apartadas? La vigilancia est? acosada por el
gesto de la gran rebeli?n que, no importa qui?n, una vida, puede
bruscamente afirmar en su espl?ndido aislamiento o en su fuerza
desmultiplicada. Al convertirse en inmateriales, los puestos
de control no han desaparecido, pero se han conectado con los
aparatos polic?acos y de seguridad m?s visibles.
S?lo si no hay exterior, exterior a la disciplina que diese fe de
un gran rechazo, hay peque?as rebeliones, levantamientos,
motines, manifestaciones que reclaman a la ciudad vivida, la
ciudad materia, ciudad de trabajo, de desempleo, ciudad de
clase, de dominaci?n, pero tambi?n de placer, de sue?o, de disfrute.
Esta ciudad est? cosida con las acciones m?s comunes y
aflora en los monitores de control, pero viene de otra parte: del
poder creativo de las vidas ordinarias, de los estilos de acci?n
que se apartan de las normas y las tejen de manera singular.
Las ciudades no son s?lo controladores sobre fondo de divisiones
sociales irreductibles, sino que siguen siendo medios de
anonimato para las vidas min?sculas. En ellas todav?a es posible
errar, marcharse, partir. El anonimato no es una cualidad
extraordinaria, es lo neutro de las ciudades, es por eso por lo
que se producen individuaciones microsc?picas, volviendo a
caminos comunes o apart?ndose de ellos; son peque?as variaciones
que se desplazan fuera del encuadre de la vigilancia. Una
ciudad no es s?lo un plano, el ordenamiento detallado por
todas las c?maras que hacen ficci?n, por todos los aparatos
digitales de control. Una ciudad tampoco es un espacio secuestrado,
sujeto a fronteras, a muros, lugar de segregaci?n. Una
ciudad sigue siendo un medio de anonimato que hace lo neutro
de las vidas.
Lo neutro, por cierto, est? mermado por las desigualdades
sociales: est? maltratado por lo precario de las vidas, por las
diversas formas de dominaci?n y tambi?n por las violencias
?tnicas. Por ello, el anonimato puede tornarse invisibilidad
social de las vidas en curso de exclusi?n, designadas como
extranjeras. Ser invisible no es ser an?nimo, es ya no ser percibido.
Y, sorpresa, a pesar de todos los dispositivos de vigilancia,
hay una invisibilidad acrecentada que se debe a defectos de
percepci?n de las vidas que ya no se incluyen en la red autorizada
de las percepciones, no son siquiera vidas exc?ntricas, sino
vidas sin ataduras, sin domicilio fijo. Esta invisibilidad, reforzada
por la privaci?n de voz de la vida que no cuenta m?s, est? en
su apogeo cuando a una vida ya no se le reconoce actividad. La
inactividad no es el resultado de la abolici?n del poder de
actuar de una vida, sino un defecto de percepci?n de la obra de
la vida maltratada. No ser visto es una posibilidad vital muy
buscada en las ciudades: sustraerse a los contadores identificatorios,
retirarse de las corrientes de visibilidad mayoritarias.
Preferir?a no ser visto es un enunciado corriente que da sentido a
muchas pr?cticas urbanas, pero ese enunciado corriente es
maltratado por las formas de la invisibilidad social que merman
ese deseo de invisibilidad y arruinan la posibilidad del
anonimato. Si el anonimato es lo neutro de las ciudades, lo
vuelven precario los tipos de hegemon?a que aseguran a la ciudad-
comercio sus posibilidades de reduplicaci?n.
En consecuencia, vivir aqu? ya no da m?s de s? desde que la
ciudad pierde esa calidad de neutra que hace la estructura del
anonimato, en provecho de la vigilancia general que intenta
captar los peligros sociales de la ciudad de clases, y bajo la cual
se deslizan, en ausencia prolongada, los sujetos invisibles,
aquellos que no se quieren ver m?s. Honrar la vida an?nima es
cavar lo neutro de las ciudades, que deriva a otras historias,
aquellas de cualquiera, algo as? como una ?vida-instrucciones
de uso? desmultiplicada.