La mujer rota II

Tercera parte
La Mujer rota
Una puerta cerrada, algo que acecha detr?s. No se abrir? si no me muevo; jam?s. Detener el tiempo y la vida. Pero s? que me mover?. La puerta se abrir? lentamente y ver? lo que hay detr?s de la puerta. Es el porvenir. La puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente. Estoy en el umbral. No hay m?s que esta puerta y lo que acecha detr?s. Tengo miedo. Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio. Tengo miedo.



LA MUJER ROTA
Simone de Beauvoir La mujer rota

Lunes 13 de septiembre. Las Salinas
Extraordinario decorado el de ese esbozo de ciudad abandonada en los confines de un pueblo y al margen de los siglos. He bordeado la mitad del hemiciclo, he subido por las escalinatas del pabell?n central: he contemplado largo rato la sobria majestad de estas construcciones edificadas con fines utilitarios y que nunca han servido para nada. Son s?lidas, son reales: y sin embargo, su abandono las transforma en un simulacro fant?stico: una se pregunta de qu?. La hierba c?lida, bajo el cielo de oto?o, y el olor de las hojas muertas me aseguraban que no hab?a abandonado este mundo, pero hab?a retrocedido doscientos a?os atr?s. Fui a buscar unas cosas al coche; extend? en el suelo una manta, unos cojines, puse la radio a transistores, y he fumado mientras escuchaba a Mozart. Detr?s de dos o tres ventanas polvorientas adivino presencias: sin duda, son oficinas. Un cami?n se ha detenido ante uno de los portones, unos hombres los han abierto, han cargado unos sacos en la parte trasera del veh?culo. Ninguna otra cosa ha alterado el silencio de esta siesta: ni un visitante. Terminado el concierto, me he puesto a leer. Doble sensaci?n de desorientaci?n: me iba muy lejos, a orillas de un r?o desconocido; alzaba la vista y volv?a a encontrarme en medio de estas piedras, lejos de mi vida. Porque lo m?s sorprendente es mi presencia aqu?, la alegr?a de esta presencia. La soledad de este regreso a Par?s me atemorizaba. Hasta ahora, a falta de Maurice, las ni?as me acompa?aban en todos mis viajes. Cre?a que iba a echar de menos los entusiasmos de Colette, las exigencias de Lucienne. Y resulta que me es devuelta una calidad de alegr?a olvidada. Mi libertad me rejuvenece veinte a?os. A tal punto que, cerrado el libro, me he puesto a escribir para m? misma, como a los veinte a?os. Nunca dejo a Maurice sin apenarme. El congreso dura solamente una semana y, sin embargo, mientras ?bamos en coche desde Mougins hasta el aeropuerto de Niza, ten?a la garganta anudada. ?l tambi?n estaba emocionado. Cuando el altavoz llam? a los pasajeros para Roma, me abraz? fuertemente: ?No te mates con el coche?. ?No te mates en el avi?n.? Antes de desaparecer, volvi? una vez m?s la cabeza hacia m?: en sus ojos hab?a una ansiedad que me ha conquistado. El despegue me pareci? dram?tico. Los cuatrimotores alzan
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vuelo lentamente, en un largo hasta la vista. El jet se alej? de la pista con la brutalidad de un adi?s. Pero pronto he empezado a alegrarme. No, la ausencia de mis hijas no me entristec?a: al contrario. Pod?a conducir tan r?pidamente, tan lentamente como quer?a, ir a donde deseaba, detenerme cuando me daba la gana. He decidido pasar la semana vagabundeando. Me levanto con la luz. El coche me espera en la calle, en el patio, como un animal fiel; est? h?medo de roc?o; le seco los ojos y atravieso alegremente el d?a que comienza a solearse. A mi lado est? el bolso blanco con los mapas. Michelin, la Gu?a Azul, libros, un cardigan, cigarrillos: es un compa?ero discreto. Nadie se impacienta cuando pregunto a la patrona de la hoster?a su receta del pollo con cangrejos. Va a caer la noche pero al atardecer est? todav?a templado. Es uno de esos instantes conmovedores en que la tierra est? tan de acuerdo con los hombres que parece imposible que no sean todos felices.
Martes 14 de septiembre
Una de las cosas que encantaban a Maurice es la intensidad de lo que ?l llamaba mi ?atenci?n a la vida?. Durante esta breve intimidad conmigo misma se ha reanimado. Ahora que Colette est? casada, Lucienne en Norteam?rica, tendr? tiempo para cultivarla. ?Vas a aburrirte. Deber?as conseguir un empleo?, me dijo Maurice en Mougins. Insisti?. Pero, por el momento, en todo caso, no tengo ganas. Quiero vivir por fin un poco para m?. Y aprovechar con Maurice esta soledad de dos de la cual tanto tiempo hemos estado privados. Tengo un mont?n de proyectos en la cabeza.
Viernes 17 de septiembre
El martes llam? por tel?fono a Colette: estaba con gripe. Protest? cuando le dije que volv?a enseguida a Par?s, Jean-Pierre la cuida muy bien. Pero yo estaba inquieta, regres? ese mismo d?a. La encontr? en cama, muy enflaquecida; tiene fiebre todas las noches. Ya en agosto, cuando la acompa?? a la monta?a, su salud me inquietaba. No veo la hora de que Maurice la examine y me gustar?a que consultara a Talbot. Aqu? estoy, con otra protegida a mi cuidado. Cuando dej? a Colette, el mi?rcoles despu?s de cenar, el tiempo era tan agradable que fui en coche hasta el Barrio Latino; me sent? en las sillas de la terraza, fum? un cigarrillo. En la mesa de al lado hab?a una chiquilla que devoraba con los ojos mi paquete de Chesterfield; me pidi? un cigarrillo. Le habl?; eludi? mis preguntas y se levant?
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para irse; alrededor de quince a?os, ni estudiante ni prostituta, me intrigaba; le propuse llevarla a su casa en coche. Se neg?, vacil? y termin? por confesar que no sab?a ad?nde ir a dormir. Por la ma?ana se hab?a escapado del centro en el cual la hab?a alojado la Asistencia P?blica. La he tenido en casa dos d?as. Su madre, m?s o menos retrasada mental, su abuelo, que la detesta, han renunciado a sus derechos sobre ella. El juez que se ocupa de su caso le ha prometido enviarla a un hogar adonde le ense?ar?n un oficio. Mientras tanto, vive ?provisoriamente? desde hace seis meses en esa casa de la cual no sale nunca ?salvo el domingo para ir a misa, si quiere? y donde no le dan ninguna tarea para hacer. Est?n all?, unas cuarenta adolescentes, materialmente bien cuidadas, pero que languidecen de aburrimiento, de desgana, de desesperaci?n. Por la noche se le da a cada una un somn?fero. Se las arreglan para no tomarlo y guardarlo. Y un buen d?a se tragan de golpe toda la reserva. ?Una fuga, una tentativa de suicidio: es lo que hace falta para que el juez se acuerde de una?, me dijo Marguerite. Las fugas son f?ciles, frecuentes, y si no duran mucho tiempo no acarrean consecuencias. Le he jurado que remover?a cielo y tierra para conseguir que la transfieran a un hogar y se dej? convencer para regresar al centro. Yo herv?a de c?lera cuando la vi franquear la puerta, cabizbaja y arrastrando los pies. Es una hermosa jovencita, nada tonta, muy gentil, y que no pide otra cosa que poder trabajar: le est?n destrozando su juventud; a ella y a millares de otras. Ma?ana le hablar? por tel?fono al juez Barron. ?Qu? duro es Par?s! Aun en estos pegajosos d?as de oto?o esa dureza me oprime. Esta noche me siento vagamente deprimida. He hecho planes para transformar la habitaci?n de las chicas en una sala m?s ?ntima que el despacho de Maurice y la sala de espera. Y me doy cuenta de que Lucienne ya no vivir? nunca m?s aqu?. La casa estar? tranquila, pero muy vac?a. Me atormento sobre todo por Colette. Felizmente, Maurice regresa ma?ana.
Mi?rcoles 22 de septiembre
Esta es una de las razones (la principal) por las cuales no tengo ningunas ganas de atarme a una tarea: dif?cilmente soportar?a no estar totalmente a disposici?n de quienes me necesitan. Paso casi todo el d?a a la cabecera de la cama de Colette. Su fiebre no baja. ?No es grave?, dice Maurice. Pero Talbot pide que le hagan an?lisis. Ideas aterradoras me pasan por la cabeza. El juez Barron me ha recibido esta ma?ana. Muy cordial. El caso de Marguerite Drin le parece lamentable: y hay millares parecidos. El drama es que no existe ning?n lugar para alojar a estas chicas, no hay personal capaz de ocuparse de ellas adecuadamente. El gobierno no hace nada. Entonces, los esfuerzos de los jueces, de las asistentes sociales se estrellan contra una pared.
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El centro donde se encuentra Marguerite no es m?s que un lugar de tr?nsito; al cabo de tres o cuatro d?as, deber?an haberla mandado a otra parte. ?Pero ad?nde? No hay nada. Las chicas se quedan all?, donde no se ha previsto nada para ocuparlas en algo ni para distraerlas. As? y todo, tratar? de encontrar un lugar, en alg?n sitio, para Marguerite. Y va a recomendar a las asistentes del centro que me autoricen verla. Los parientes no han firmado el papel que los privar?a definitivamente de sus derechos, pero no se trata de que nuevamente se hagan cargo de la ni?a; ellos no lo desean y tambi?n para ella ser?a la peor soluci?n. Sal? de los tribunales irritada contra la incuria del sistema. El n?mero de delincuentes j?venes aumenta; y no se contempla otra medida que redoblar la severidad. Como me encontraba ante la puerta de la Sainte-Chapelle, entr?, sub? por la escalera de caracol. Hab?a turistas extranjeros y una pareja que contemplaba los vitrales, cogidos de la mano. En lo que a m? respecta, no mir? muy bien. Nuevamente pensaba en Colette y me inquietaba. Y me inquieto. Imposible leer. La ?nica cosa que podr?a aliviarme ser?a conversar con Maurice: no estar? aqu? antes de medianoche. Desde su regreso de Roma pasa las veladas en el laboratorio con Talbot o Couturier. Dice que se est?n acercando al objetivo. Puedo comprender que lo sacrifique todo a sus investigaciones. Pero es la primera vez en la vida que tengo una gran preocupaci?n sin que ?l la comparta.
S?bado 25 de septiembre
La ventana estaba a oscuras. Me lo esperaba. Antes (?antes de qu??), cuando por excepci?n yo sal?a sin Maurice, al volver hab?a siempre un rayo de luz entre las cortinas rojas. Yo sub?a los dos pisos corriendo, tocaba el timbre, demasiado impaciente para buscar mi llave. Sub? sin correr, met? la llave en la cerradura. ?Qu? vac?o estaba el apartamento! ?Qu? vac?o est?! Evidentemente, puesto que no hay nadie adentro. Pero no, de costumbre, cuando regreso a casa encuentro a Maurice, aun en su ausencia. Esta noche las puertas se abren ante habitaciones desiertas. Las once. Ma?ana se sabr?n los resultados de los an?lisis y tengo miedo. Tengo miedo, y Maurice no est? aqu?. Ya lo s?. Es preciso que sus investigaciones lleguen a su fin. As? y todo, estoy enfadada con ?l. ??Te necesito y no est?s aqu?!? Tengo ganas de escribir estas palabras sobre un papel que dejar?a a la vista en el vest?bulo, antes de irme a acostar. Si no, me callar?, como ayer, como anteayer. ?l estaba siempre aqu? cuando ten?a necesidad de ?l. … He regado las plantas; he empezado a arreglar la biblioteca y me he parado. Me sorprendi? su indiferencia cuando le habl? de instalar este sal?n. Tengo que confesarme la verdad; siempre he deseado la verdad, si la he
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obtenido es porque la quer?a. ?Pues bien! Maurice ha cambiado. Se ha dejado devorar por su profesi?n. Ya no lee. Ya no escucha m?sica. (Me gustaba tanto nuestro silencio y su rostro atento cuando escuch?bamos Monteverdi o Charlie Parker.) Ya no nos paseamos juntos por Par?s y los alrededores. Ya casi no tenemos verdaderas conversaciones. Empieza a parecerse a sus colegas, que no son m?s que m?quinas de hacer carrera y ganar dinero. Soy injusta. El dinero, el ?xito social, se r?e de ello. Pero desde que, en contra de mi opini?n, hace diez a?os decidi? especializarse, poco a poco ?y eso es precisamente lo que yo tem?a? se ha empobrecido. Incluso en Mougins, este a?o, me pareci? lejano: ?vido por reencontrar la cl?nica y el laboratorio; distra?do y hasta moroso. ?Vamos!, mejor decirme a m? misma la verdad hasta el fin. En el aeropuerto de Niza sent?a el coraz?n oprimido a causa de esas sombr?as vacaciones dejadas detr?s de nosotros. Y si en las salinas abandonadas conoc? una felicidad tan intensa, fue porque Maurice, a cientos de kil?metros, volv?a a serme cercano. (Curiosa cosa, un diario: lo que se calla es m?s importante que lo que se anota.) Se dir?a que su vida privada ya no le concierne. La primavera pasada, ?con qu? facilidad renunci? a nuestro viaje por Alsacia! Sin embargo, mi decepci?n lo afligi?. Le dije alegremente: ??La curaci?n de la leucemia bien merece algunos sacrificios!?. Pero, antes, para Maurice la medicina significaba personas de carne y hueso que hab?a que aliviar. (Estaba tan decepcionada, tan desamparada durante mi permanencia en Cochin, por la fr?a benevolencia de los jefes de sala, por la indiferencia de los estudiantes: y en los hermosos ojos melanc?licos de ese externo encontr? una angustia, una rabia semejante a la m?a. Creo que le am? desde ese instante.) Tengo miedo de que ahora para ?l sus enfermos no sean sino casos. Saber le interesa m?s que curar. Y hasta en sus relaciones con quienes lo rodean se vuelve abstra?do, ?l, que era tan vivaz, tan alegre, tan joven a los cuarenta y cinco a?os como cuando lo encontr?… S?, algo ha cambiado puesto que escribo acerca de ?l, de m?, a sus espaldas. Si ?l lo hubiera hecho, me sentir?a traicionada. ?ramos el uno para el otro una absoluta transparencia. A?n lo somos; mi c?lera nos separa: le ser? f?cil desarmarla. Necesitar? un poco de paciencia: despu?s de los per?odos de agotamiento viene la bonanza. El a?o pasado tambi?n trabajaba frecuentemente por las noches. S?, pero yo ten?a a Lucienne. Y, sobre todo, nada me atormentaba. Bien sabe ?l que en este momento no puedo leer ni escuchar discos, porque tengo miedo. No dejar? ninguna nota en el vest?bulo, pero hablar? con ?l. Al cabo de veinte ? veintid?s? a?os de matrimonio, una concede demasiado al silencio: es peligroso. Pienso que me he ocupado demasiado de las ni?as todos estos ?ltimos a?os: Colette era tan afectuosa y Lucienne tan dif?cil. Yo no estaba tan disponible como Maurice pod?a desearlo. Hubiera debido hac?rmelo notar en lugar de lanzarse a trabajos que ahora lo alejan de m?. Tenemos que explicarnos. Medianoche. Tengo tanta prisa por verle, por ahogar esta c?lera que todav?a protesta dentro de m?, que dejo los ojos clavados en el reloj de pared. La
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aguja no avanza; me exaspero. La imagen de Maurice se deshace; ?qu? sentido tiene luchar contra la enfermedad y el sufrimiento si uno trata a su propia mujer con tanto descuido? Eso es indiferencia. Dureza. Es in?til rabiar. Basta. Si los an?lisis de Colette son desfavorables, ma?ana voy a necesitar toda mi sangre fr?a. Entonces, debo tratar de dormir.
Domingo 26 de septiembre
As? que ocurri?. Me ocurri?.
Lunes 27 de septiembre
?Pues s?! Me sucedi?. Es normal. Debo persuadirme de eso y controlar esta c?lera que me ha sacudido durante todo el d?a de ayer. Maurice me ha mentido, s?; eso tambi?n es normal. Hubiera podido continuar en lugar de hablarme. Aunque tard?a, debo agradecerle su franqueza. El s?bado termin? por dormirme: de vez en cuando, tend?a la mano hacia la cama gemela; la s?bana estaba lisa. (Me gusta dormirme antes que ?l, mientras trabaja en su escritorio. A trav?s del sue?o, oigo correr el agua, huelo un ligero olor a agua de colonia, tiendo la mano, su cuerpo hincha las s?banas y naufrago en la beatitud.) La puerta de entrada son? ruidosamente. Grit?: ??Maurice!?. Eran las tres de la ma?ana. No hab?an trabajado hasta las tres, hab?an bebido y charlado. Me ergu? en la cama: ??A qu? hora vuelves? ?Qu? hora es? Se sent? en un sill?n. Ten?a un vaso con whisky en la mano. ?Son las tres, ya s?. ?Colette est? enferma, yo me muero de inquietud, y t? regresas a las tres. No hab?is trabajado hasta las tres. ??Colette ha empeorado? ?No mejora. ?No te importa! Evidentemente, cuando se est? a cargo de la salud de toda la humanidad, una hija enferma no pesa mucho. ?No seas hostil. Me miraba con una gravedad algo triste, y me derret? como me derrito siempre que ?l me envuelve en esa luz sombr?a y c?lida. Pregunt? con dulzura: ?Dime por qu? vuelves tan tarde. No contest? nada. ??Estuviste bebiendo? ?Jugando al p?quer? ?Salisteis? ?Te has olvidado de la hora? Continuaba callado, con una especie de insistencia, haciendo girar el vaso
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entre sus dedos. Lanc? al azar palabras absurdas para hacerlo salir de sus casillas y arrancarle una explicaci?n: ??Qu? sucede? ?Hay una mujer en tu vida? Sin dejar de mirarme, dijo: ?S?, Monique, hay una mujer en mi vida. (Todo era azul encima nuestro y bajo nuestros pies; a trav?s del estrecho se percib?a la costa africana. ?l me abrazaba. ?Si me enga?aras, me matar?a.? ?Si t? me enga?aras, no tendr?a necesidad de matarme. Morir?a de pena.? Hace quince a?os. ?Ya? ?Qu? son quince a?os? Dos y dos suman cuatro. Te amo, no amo a nadie sino a ti. La verdad es indestructible, el tiempo no la modifica en nada.) ??Qui?n es? ?No?llie Gu?rard. ??No?llie! ?Por qu?? Alz? los hombros. Evidentemente. Yo sab?a la respuesta: bonita, brillante, seductora. El tipo de aventura sin consecuencias y que halaga a un hombre. ?Necesitaba ser halagado? Me sonri?: ?Estoy contento de que me hayas preguntado. Detestaba mentirte. ??Desde cu?ndo me mientes? Apenas vacil?: ?Te ment? en Mougins. Y desde mi regreso. Desde hac?a cinco semanas. ?En Mougins pensaba en ella? ??Te has acostado con ella cuando te has quedado solo en Par?s? ?S?. ??La ves frecuentemente? ??Oh, no! Sabes bien que trabajo… Ped? algunas precisiones. Dos veladas y una tarde desde su regreso, me parece que eso es frecuentemente. ??Por qu? no me avisaste enseguida? Me mir? t?midamente y me dijo, con pesar en la voz: ?Dec?as que morir?as de pena… ?Son cosas que se dicen. De pronto tuve ganas de llorar: no me morir?a por eso, era lo m?s triste. A trav?s de brumas azules mir?bamos ?frica, a lo lejos, y las palabras que pronunci?bamos no eran nada m?s que palabras. El estupor me vaciaba la cabeza. Necesitaba un plazo para comprender lo que me suced?a. ?Vamos a dormir?, dije. La c?lera me despert? temprano. Qu? aspecto inocente ten?a, los cabellos enmara?ados encima de la frente rejuvenecida por el sue?o. (En agosto, durante mi ausencia, ella se despert? a su lado: ?no logro creerlo! ?Por qu? acompa?? a Colette a la monta?a?) ?Durante cinco semanas me has mentido! ?Esta noche hemos dado un gran paso adelante.? Y volv?a de casa de No?llie. Tuve ganas de
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sacudirlo, de insultarlo, de gritar. Me domin?. Dej? una nota sobre la almohada: ?Hasta esta noche?, segura de que mi ausencia lo enternecer?a m?s que cualquier reproche; uno no puede responder con nada a la ausencia. Camin? al azar por las calles, obsesionada por estas palabras: ?Me ha mentido?. Se me atravesaban im?genes: la mirada, la sonrisa de Maurice para No?llie. Las ahuyentaba. No la mira como me mira. No quer?a sufrir, no sufr?a, pero el rencor me sofocaba: ??Me ha mentido!?. Yo dec?a: ?Me morir?a de pena?; s?, pero ?l me lo hac?a decir. Hab?a puesto m?s ardor que yo en concluir nuestro pacto; nada de compromiso, nada de licencia, ?bamos en coche por el camino de Saint-Bertrand-de-Comminges y ?l me abrazaba: ??Te colmar? siempre??. Se irrit? porque yo no contestaba con bastante ardor (?pero qu? reconciliaci?n en el dormitorio de la vieja hoster?a con el olor de las madreselvas que entraba por la ventana! Hace veinte a?os; fue ayer). ?l me colm?, no he vivido m?s que para ?l. ?Y ?l, por un capricho, ha traicionado nuestros juramentos! Me dec?a a m? misma: exigir? que rompa, enseguida… Fui a casa de Colette; todo el d?a me ocup? de ella, pero interiormente herv?a. Regres? a casa, agotada. ?Voy a exigir que rompa.? ?Pero qu? significa la palabra ?exigencia? despu?s de toda una vida de amor y cordialidad? Nunca he pedido para m? nada que no quisiera tambi?n para ?l. Me tom? en sus brazos con aspecto algo extraviado. Hab?a llamado por tel?fono varias veces a casa de Colette y no hab?a contestado nadie (para que no la molestaran, yo hab?a descolgado el tel?fono). Estaba enloquecido de inquietud. ??No se te habr? ocurrido, as? y todo, que iba a suicidarme? ?Se me ha ocurrido cualquier cosa. Su ansiedad me lleg? al coraz?n y le escuch? sin hostilidad. Seguro, es culpa suya haberme mentido, pero es preciso que yo comprenda: uno ya no se atreve a confesar, porque hay que confesar tambi?n que uno ha mentido. El obst?culo es a?n m?s infranqueable para las personas que, como nosotros, dan tanta importancia a la sinceridad. (Lo reconozco: con qu? encarnizamiento yo hubiera mentido para disimular una mentira.) Nunca he hecho concesiones a la mentira. Las primeras mentiras de Lucienne y de Colette me dejaron fuera de combate. Me cost? admitir que todos los ni?os mienten a su madre. ?A m? no! No soy una madre a la que se miente; no soy una mujer a la que se miente. Orgullo imb?cil. Todas las mujeres se creen diferentes; todas piensan que ciertas cosas no pueden sucederles, y todas ellas se equivocan. Hoy he reflexionado mucho. (Es una suerte que Lucienne est? en Norteam?rica. Hubiera tenido que hacerle una comedia. No me hubiera dejado en paz.) Y fui a hablar con Isabelle. Me ayud?, como siempre. Ten?a miedo de que me comprendiera mal, ya que ella y Charles han apostado a la carta de la libertad, y no como Maurice y yo a la de la fidelidad. Pero eso no le ha impedido, me dijo, coger algunas rabietas contra su marido, ni sentirse a veces en peligro: crey?, hace seis a?os, que ?l iba a dejarla. Me ha aconsejado tener
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paciencia. Siente mucha estima por Maurice. Le parece natural que haya querido tener una aventura, excusable que al principio me lo haya ocultado; pero seguramente se cansar? pronto del asunto. Lo que da atractivo a ese tipo de asuntos es la novedad; el tiempo trabaja en contra de No?llie; el prestigio que ella pueda tener a los ojos de Maurice se desvanecer?. Eso s?, si quiero que nuestro amor salga indemne de esta prueba, no tengo que hacerme la v?ctima ni la energ?mena. ?S? comprensiva, s? alegre. Antes que nada, s? amistosa?, me dijo. Es as? como finalmente ella reconquist? a Charles. La paciencia no es mi virtud dominante. Pero, efectivamente, debo esforzarme. Y no s?lo por t?ctica: por moral. He tenido exactamente la vida que deseaba: tengo que merecer ese privilegio. Si flaqueo ante el primer tropiezo, todo lo que pienso acerca de m? misma no es sino ilusi?n. Soy intransigente, me parezco a pap?, y Maurice me estima por eso; pero con todo quiero comprender a los dem?s y saber adaptarme. Que un hombre tenga una aventura despu?s de veintid?s a?os de matrimonio, Isabelle tiene raz?n, es normal. Yo ser?a la anormal (infantil, en suma) no admiti?ndolo. Al dejar a Isabelle casi no ten?a ganas de ir a ver a Marguerite; pero me hab?a escrito una nota conmovedora, no quise decepcionarla. Tristeza de ese locutorio, de esos rostros de adolescentes oprimidos. Me mostr? unos dibujos, nada feos. Querr?a hacer decoraci?n; o al menos ser escaparatista. De todos modos, trabajar. Le he repetido las promesas del juez. Le dije qu? diligencias hab?a hecho para obtener la autorizaci?n para salir el domingo con ella. Tiene confianza en m?, me tiene cari?o, tendr? paciencia: pero no indefinidamente. Esta noche salgo con Maurice. Consejos de Isabelle y del correo del coraz?n: para recuperar a su marido, sea hermosa, elegante, salgan solos los dos. No tengo que recuperarlo: no lo he perdido. Pero tengo todav?a muchas preguntas que hacerle y la conversaci?n ser? m?s sosegada si cenamos fuera. Por encima de todo, no quiero que parezca una intimidaci?n. Un detalle idiota me inquieta: ?por qu? ten?a un vaso de whisky en la mano? Yo llam?: ?Maurice! Despierta a las tres de la ma?ana, ?l adivin? que iba a interrogarle. Por lo com?n, no cierra tan ruidosamente la puerta de entrada.
Martes 28 de septiembre
He bebido demasiado; pero Maurice se re?a y me dijo que estaba encantadora. Es curioso; ha sido preciso que me haya enga?ado para que resucitemos las noches de nuestra juventud. Nada peor que la rutina: los choques despiertan. Saint-Germain-des-Pr?s ha cambiado desde 1946: el p?blico es diferente. ?Y es otra ?poca?, dijo Maurice con algo de tristeza. Pero yo no hab?a puesto los pies en una discoteca desde hace cerca de quince a?os, y todo me encant?. Hemos bailado. En un momento dado me dijo, apret?ndome muy fuertemente: ?Nada
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ha cambiado entre nosotros dos?. Y hemos charlado, sin ton ni son: pero yo estaba medio mareada, algo se me hab?a olvidado. A grandes rasgos, es lo que yo supon?a; No?llie es una abogada brillante y devorada por la ambici?n; es una mujer sola (divorciada, con una hija) de costumbres muy libres, mundana, muy a la moda: justo lo contrario de m?. Maurice tuvo ganas de saber si pod?a gustar a ese tipo de mujer. ?Si yo quisiera…?: me planteaba esa pregunta cuando flirteaba con Quillan; el ?nico ligue de mi vida, y enseguida lo termin?. En Maurice, como en la mayor?a de los hombres, dormitaba un adolescente nada seguro de s? mismo. No?llie lo tranquiliz?. Y es tambi?n evidentemente una cuesti?n epid?rmica: ella es apetecible.
Mi?rcoles 29 de septiembre
Era la primera vez que Maurice, que yo supiera, pasaba la velada con No?llie. Fui con Isabelle a ver un viejo film de Bergman y comimos una fondue en Hochepot. Con ella siempre me gusta estar. Ha conservado el ardor de nuestra adolescencia, cuando cada film, cada libro, cada cuadro era tan importante; ahora que mis hijas se han ido, la acompa?ar? m?s a menudo a exposiciones, a conciertos. Ella tambi?n dej? los estudios al casarse, pero ha conservado una vida intelectual m?s intensa que la m?a. Hay que decir que ha tenido solamente un hijo que educar, y no dos hijas. Y adem?s no est? llena de ?protegidos?, como yo; con un marido ingeniero, tiene pocas ocasiones de encontrar alguno. Le dije que hab?a adoptado f?cilmente la t?ctica de la sonrisa, ya que estoy convencida de que efectivamente esta historia no cuenta tanto para Maurice. ?Nada ha cambiado entre nosotros dos?, me dijo anteayer. De hecho, m?s me atorment? hace diez a?os: si ten?a ambiciones nuevas, si su trabajo en Simca (rutinario, mal pagado pero que le dejaba tiempo libre y que ?l cumpl?a con tanta dedicaci?n) no le bastaba era porque en casa se aburr?a, porque sus sentimientos hacia m? hab?an flaqueado. (El futuro me prob? lo contrario. ?nicamente lamento no participar para nada en lo que hace. Me hablaba de sus enfermos, me se?alaba los casos interesantes, yo trataba de ayudarlos. Ahora estoy excluida de sus investigaciones y sus clientes del policl?nico no necesitan de m?.) Isabelle me fue ?til tambi?n en aquel momento. Me convenci? de respetar la libertad de Maurice. Era renunciar al viejo ideal que mi padre hab?a encarnado y que sigue vivo en m?. Era m?s duro que cerrar los ojos ante una cana al aire. Pregunt? a Isabelle si era feliz. ?No me planteo la pregunta, as? que supongo que la respuesta es s?. En cualquier caso, se despierta contenta. ?Me parece una buena definici?n de la felicidad! Tambi?n yo, todas las ma?anas, cuando abro los ojos sonr?o.
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Esta ma?ana tambi?n. Antes de acostarme hab?a tomado un poco de Nembutal y me dorm? enseguida. Maurice me dijo que hab?a regresado hacia la una. No le hice ninguna pregunta. Lo que me ayuda es que no estoy f?sicamente celosa. Mi cuerpo ya no tiene treinta a?os, el de Maurice tampoco. Se encuentran con placer ?raramente, a decir verdad? pero sin fiebre. ?Oh!, no me enga?o. No?llie tiene el atractivo de la novedad; en su cama Maurice rejuvenece. Esta idea me deja indiferente. Desconfiar?a de una mujer que diera algo a Maurice. Pero mis encuentros con No?llie y lo que he o?do decir de ella me han informado lo suficiente. Encarna todo lo que nos disgusta: la avidez por llegar, el esnobismo, el gusto por el dinero, la pasi?n de aparentar. No tiene ninguna idea personal, carece radicalmente de sensibilidad: sigue la moda. Hay tanto impudor y exhibicionismo en sus coqueter?as que hasta me pregunto si no es fr?gida.
Jueves 30 de septiembre
Colette ten?a 36,9? esta ma?ana, se levanta. Maurice dice que es una enfermedad que en este momento es com?n en Par?s: fiebre, adelgazamiento, y despu?s se pasa. No s? por qu?, al verla ir y venir por ese apartamentito, he comprendido un poco el pesar de Maurice. No es menos inteligente que su hermana; la qu?mica le interesaba, sus estudios iban bien, es una l?stima que los haya dejado. ?Qu? va a hacer todos los d?as? Deber?a aprobarla; ha escogido la misma v?a que yo: pero yo ten?a a Maurice. Ella tiene a Jean-Pierre, evidentemente. Un hombre al que no se ama es dif?cil imaginar que basta para colmar una vida. Larga carta de Lucienne, apasionada por sus estudios y por Norteam?rica. Buscar una mesa para el sal?n. Ir a ver a la viejecita paral?tica de Bagnolet. ?Por qu? continuar este diario puesto que no tengo nada que anotar en ?l? Lo empec? porque mi soledad me desconcertaba; lo he continuado por malestar, porque la actitud de Maurice me confund?a. Pero ese malestar se ha disipado ahora que veo las cosas con claridad, y creo que voy a dejar esta libreta.
Viernes 1 de octubre
Por vez primera he reaccionado mal. A la hora del desayuno. Maurice me dijo que de ahora en adelante, cuando salga por la noche con No?llie, se quedar? toda la noche en su casa. ?Es m?s decente tanto para ella como para m??, asegura ?l.
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?Ya que aceptas que tenga este l?o, d?jamelo vivir correctamente. Teniendo en cuenta la cantidad de tardes que pasa en el laboratorio, la cantidad de almuerzos que se salta, dedica a No?llie casi tanto tiempo como a m?. He protestado. Me ha aturdido con c?lculos. Si hacemos la cuenta en horas, de acuerdo, est? m?s tiempo conmigo. Pero durante muchas de esas horas trabaja, lee revistas; o bien estamos con amigos. Cuando est? cerca de No?llie, se dedica solamente a ella. He terminado por ceder. Puesto que he adoptado una actitud comprensiva, conciliadora, debo atenerme a ella. No hacerle frente. Si le arruino su aventura, la embellecer? a distancia, tendr? nostalgia. Si le permito vivirla ?correctamente? se cansar? pronto. Es lo que Isabelle me ha asegurado. Me repito: ?Paciencia?. Con todo, tengo que reconocer que a la edad de Maurice una historia epid?rmica es algo que cuenta. En Mougins, evidentemente, pensaba en No?llie. Comprendo esa ansiedad en su mirada, en el aeropuerto de Niza: se preguntaba si yo sospechaba algo. ?O sent?a verg?enza por haberme mentido? ?Era verg?enza o ansiedad? Recuerdo su rostro pero lo descifro con dificultad.
S?bado 2 de octubre. Por la ma?ana
Est?n en pijama, beben caf?, sonr?en… Esta visi?n me lastima. Cuando uno se golpea contra una piedra, al principio siente el golpe; el sufrimiento viene despu?s: con una semana de retraso, empiezo a sufrir. Antes, estaba m?s bien estupefacta. Razonaba, alejaba ese dolor que esta ma?ana me asalta: las im?genes. Doy vueltas por el apartamento: a cada paso invoco otra imagen. He abierto su armario. He mirado sus pijamas, sus camisas, sus calzoncillos, sus camisetas; y me he echado a llorar. Que otra pueda acariciar su mejilla contra la suavidad de esa seda, la ternura de ese pul?ver, no lo soporto. No he tenido cuidado. Pens? que Maurice se estaba volviendo un hombre mayor, que trabajaba en exceso, que yo ten?a que adaptarme a su tibieza. Empez? a considerarme algo as? como una hermana. No?llie ha despertado sus deseos. Que tenga o no temperamento, con seguridad que sabe c?mo comportarse en una cama. ?l ha vuelto a encontrar la orgullosa alegr?a de colmar a una mujer. Acostarse no es solamente acostarse. Entre ellos hay esa intimidad que no pertenec?a sino a m?. Al despertar, ?la cobijar? en su hombro llam?ndola mi gacela, mi p?jaro del bosque? ?O le ha inventado otros nombres que le dice con la misma voz? ?Se afeita, le sonr?e, los ojos m?s oscuros y m?s brillantes, la boca m?s desnuda bajo la m?scara de espuma blanca? Aparec?a en el marco de la puerta teniendo en los brazos, envuelto en celof?n, un gran ramo de rosas rojas: ?le llevar? flores? Me est?n serrando el coraz?n con un serrucho de dientes muy agudos.
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S?bado por la noche
La llegada de la se?ora Dormoy me arranc? de mis obsesiones. Estuvimos charlando y le di para su hija las cosas que Lucienne dej?. Despu?s de haber tenido una criada medio ciega, una mit?mana que me abrumaba con el relato de sus desgracias, una retrasada que me robaba, aprecio a esta mujer honesta y equilibrada: la ?nica que no he contratado para hacerle un favor. He ido a hacer las compras. Casi siempre callejeo largo rato por esa calle llena de olores, de ruidos y de sonrisas. Trato de inventarme deseos tan variados como las frutas, las verduras, los quesos, los pat?s, los pescados desde sus canastos. En la florister?a compro el oto?o por brazadas. Hoy mis gestos eran mec?nicos. He llenado apresuradamente mi bolsa. Sentimiento que no hab?a experimentado nunca: la alegr?a de los dem?s me pesaba. Durante el almuerzo, dije a Maurice: ?En suma, no hemos hablado. No s? nada sobre No?llie. ?C?mo no, te he dicho lo esencial. Es cierto que me habl? de ella en el Club 46: lamento haberlo escuchado tan mal. ?Aun as?, no comprendo qu? le encuentras de especial: hay muchas mujeres tan bonitas como ella. Reflexion?: ?Tiene una cualidad que te gustar?a; una manera de darse a fondo en lo que est? haciendo. ?Es ambiciosa, ya s?. ?Es otra cosa que ambici?n. Se detuvo, molesto sin duda por hacer en mi presencia el elogio de No?llie. Hay que decir que yo no deb?a de tener un aspecto muy animado.
Martes 5 de octubre
Ahora que no est? ya enferma, paso un poco demasiado tiempo en casa de Colette. A pesar de su gran gentileza, advierto que mi solicitud arriesga importunarla. Cuando uno ha vivido tanto para los dem?s, es un poco dif?cil reconvertirse, vivir para s? mismo. No caer en las trampas de la devoci?n: s? muy bien que las palabras dar y recibir son intercambiables y cu?nta necesidad ten?a yo de la necesidad que mis hijas tuvieron de m?. En ese punto nunca he enga?ado. ?Eres maravillosa ?me dec?a Maurice (me lo dec?a tan frecuentemente, con un pretexto u otro)?, porque al dar gusto a los otros te das gusto a ti.?Yo me re?a: ?S?, es una forma de ego?smo?. Esa ternura en sus ojos: ?La m?s deliciosa que existe?.
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Mi?rcoles 6 de octubre
Ayer me entregaron la mesa que encontr? ?l domingo en ?el mercado de las pulgas?; una verdadera mesa de granja de madera rugosa, algo remendada, pesada y ancha. Este sal?n es mucho m?s bonito a?n que nuestro dormitorio. A pesar de mi tristeza, ayer por la noche (cine, Nembutal, es un r?gimen del cual pronto me cansar?) me regocijaba del placer que ?l tendr?a esta ma?ana. Por cierto, me ha felicitado. ?Y qu?? Hace diez a?os, hab?a arreglado esta habitaci?n durante su estancia en casa de su madre enferma. Me acuerdo de su rostro, su voz: ??Qu? agradable que ser? ser feliz aqu?!?. Encendi? un gran fuego de le?a. Baj? a comprar champ?n; y tambi?n me trajo rosas rojas. Esta ma?ana miraba, aprobaba con un aspecto ??c?mo decirlo?? de buena voluntad. Entonces ?ha cambiado de veras? En un sentido, su confesi?n me hab?a tranquilizado: tiene un l?o, todo se explica. ?Pero tendr?a un l?o si hubiera seguido siendo el mismo? Ya lo hab?a presentido, y ?sa fue una de las oscuras razones de mi resistencia: no se modifica la vida sin modificarse uno mismo. Dinero, un medio brillante: se hasti?. Cuando and?bamos a salto de mata, mi ingeniosidad lo admiraba: ??Eres maravillosa!?. Una simple flor, una hermosa fruta, un pul?ver que le hab?a tejido: eran grandes tesoros. Este sal?n, que arregl? con tanto amor, ?y eso?, no tiene nada de extraordinario comparado con el apartamento de los Talbot. ?Y el de No?llie? ?C?mo es? Seguramente m?s lujoso que el nuestro.
Jueves 7 de octubre
En el fondo, ?qu? he ganado con que me haya dicho la verdad? Ahora pasa las noches con ella: les conviene. Me pregunto… Pero es demasiado evidente. Esa puerta ruidosamente cerrada, ese vaso de whisky: todo era premeditado. ?l provoc? mis preguntas. Y yo, pobre idiota, cre? que me hablaba por lealtad… … ?Dios m?o!, qu? dolorosa es la c?lera. He cre?do que no lograr?a dominarla antes de su vuelta. De hecho, no tengo ning?n motivo para ponerme en semejante estado. ?l no sab?a c?mo hacerlo, fue astuto con sus dificultades: eso no es un crimen. As? y todo yo querr?a saber si habl? por m? o por su propia comodidad.
S?bado 9 de octubre
Estaba contenta de m? misma, esta noche, porque hab?a pasado dos d?as serenos. He tenido que escribir otra carta a la asistencia social indicada por el
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juez Barron. He encendido un delicioso fuego de le?a y he empezado a tejerme un vestido. Hacia las diez y media son? el tel?fono. Talbot preguntaba por Maurice. Dije: ?Est? en el laboratorio. Cre?a que usted tambi?n estaba all?… ?… Es decir… ten?a que ir, pero estoy con gripe. Pensaba que Lacombe ya estar?a de vuelta, voy a llamarle al laboratorio, disc?lpeme por haberla molestado. Las ?ltimas frases muy r?pidamente, con tono animado. Yo no o?a sino ese silencio: ?… Es decir?. Y todav?a otro silencio despu?s. Me he quedado inm?vil, la mirada clavada en el tel?fono. He repetido diez veces las dos r?plicas, como un viejo disco cansado: ?Que usted tambi?n estaba all??, ?… Es decir…?. E implacablemente, cada vez, ese silencio.
Domingo 10 de octubre
Ha regresado un poco antes de medianoche. Le dije: ?Talbot llam? por tel?fono. Yo cre?a que estaba contigo en el laboratorio. Respondi? sin mirarme. ?No estaba. Dije: ?Y t? tampoco. Hubo un breve silencio. ?As? es. Estaba en casa de No?llie. Me hab?a suplicado que pasara a verla. ??Pasar! Te has quedado tres horas. ?Te sucede frecuentemente, eso de ir a su casa cuando me dices que tienes que trabajar? ??C?mo! Pero si es la primera vez ?me dijo con tono tan indignado como si nunca me hubiera mentido. ?Entonces es una vez que sobra. ?Y para qu? haberme dicho la verdad si sigues mintiendo? ?Tienes raz?n. Pero no me atrev?… Esa frase me hizo dar un salto: tantas c?leras reprimidas, semejante esfuerzo para guardar las apariencias de la serenidad. ??No te atreviste! ?Como si yo fuera un energ?meno! ?Mu?strame alguna mujer tan tolerante como yo! Su voz se volvi? desagradable. ?No me atrev? porque el otro d?a empezaste a echar cuentas: tantas horas para No?llie, tantas horas para ti… ??Es el colmo! ?Fuiste t? quien me aturdi? con c?lculos! Vacil? un segundo y dijo con aspecto arrepentido. ??Bueno!, me declaro culpable. No mentir? nunca m?s. Le pregunt? por qu? No?llie insist?a tanto en verlo.
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?La situaci?n no es divertida para ella ?me contest?. De nuevo me gan? la c?lera: ??Es el colmo! ?Sab?a que yo exist?a cuando se acost? contigo! ?No lo olvida: es justamente eso lo que le es penoso. ??La incomodo? ?Te querr?a todo para ella? ?Me quiere… ?No?llie Gu?rard, esa peque?a arribista glacial, haci?ndose la enamorada, era demasiado! ??Puedo desaparecer, si os va mejor! ?le dije. Puso la mano sobre mi brazo: ??Te ruego, Monique, no tomes las cosas as?! Ten?a aspecto desdichado y fatigado pero yo ?yo, que enloquezco por un suspiro suyo? no estaba de humor para compadecerlo. Dije secamente: ??Y c?mo quieres que las tome? ?Sin hostilidad. Est? bien, es mi culpa haber comenzado este l?o. Pero ahora que est? hecho es preciso que trate de arregl?rmelas sin hacer demasiado da?o a nadie. ?No te pido piedad. ??No se trata de piedad! Muy ego?stamente, causarte pena me destroza. Pero comprende que tambi?n tengo que tener en cuenta a No?llie. Me puse de pie, sent?a que ya no me controlaba. ?Vamos a acostarnos. Y esta noche me digo que Maurice est? quiz? contando esa conversaci?n a No?llie. ?C?mo no se me hab?a ocurrido a?n? Hablan de ellos, por lo tanto de m?. Entre ellos hay connivencia, como entre Maurice y yo. No?llie no es ?nicamente un engorro en nuestra vida: en el idilio de ellos yo soy un problema, un obst?culo. Para ella no se trata de algo pasajero; pretende una relaci?n seria con Maurice, y es h?bil. Mi primer impulso era el acertado; hubiera debido ponerle fin inmediatamente, decir a Maurice: o ella o yo. Me hubiera guardado rencor durante un tiempo, pero enseguida me lo hubiera agradecido, sin duda. No fui capaz de hacerlo. Mis deseos, mis voluntades, mis intereses nunca se han diferenciado de los suyos. Las escasas veces en que me he opuesto a ?l, era en su nombre, para su bien. Ahora ser?a preciso alzarme directamente en su contra. No tengo fuerzas para empezar ese combate. Pero no estoy segura de que mi paciencia no sea una torpeza. Lo m?s amargo es que Maurice casi no parece agradec?rmelo. Pienso que con una bonita falta de l?gica masculina me guarda rencor por los remordimientos que siente a mi respecto. ?Ser?a preciso ser a?n m?s comprensiva, m?s indiferente, m?s sonriente? ?Ah!, ya no s? nada. Nunca he vacilado tanto sobre una conducta a seguir. ?S?!, respecto a Lucienne. Pero entonces le ped?a consejo a Maurice. Lo m?s desconcertante es mi soledad frente a ?l.
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Jueves 14 de octubre
Me est?n manipulando. ?Qui?n dirige la maniobra? ?Maurice, No?llie, los dos juntos? No s? c?mo hacerla fracasar, si fingiendo ceder a ella o resisti?ndola. ?Y ad?nde me llevan? Ayer, al regresar del cine, Maurice me dijo, con tono precavido, que ten?a que pedirme un favor: quiere partir de viaje de fin de semana con No?llie. En compensaci?n, se las arreglar? para no trabajar todas estas noches, tendremos mucho tiempo para nosotros. Tuve un sobresalto de rebeld?a. Su rostro se endureci?: ?No hablemos m?s?. Volvi? a mostrarse amable, pero yo estaba trastornada por haberle negado algo. ?l me juzgaba mezquina o al menos hostil. No dudar?a en mentirme la semana siguiente: entre nosotros se consumar?a la separaci?n… ?Trata de vivir esta historia con ?l?, me dice Isabelle. Antes de ir a dormir, le dije, que pens?ndolo bien, lamentaba mi reacci?n: le dejaba libre. No pareci? alegre, al contrario, me pareci? ver desolaci?n en sus ojos: ?Bien s? que te pido mucho; te pido demasiado. No creas que no tengo remordimientos. ??Oh, los remordimientos! ?Para qu? sirven? ?Para nada, por supuesto. Te lo digo, nada m?s. A lo mejor es m?s limpio no tenerlos. Me qued? despierta largo rato; ?l tambi?n, me pareci?. ?En qu? pensaba? En lo que a m? respecta, me preguntaba si hab?a tenido raz?n al ceder. ?De concesi?n en concesi?n, hasta d?nde ir?? Y por el momento no saco ning?n beneficio. Es demasiado pronto, evidentemente. Antes que esa relaci?n se estanque, hay que dejarla madurar. Me lo repito. Y tan pronto me creo prudente, tan pronto me acuso de cobard?a. En realidad estoy desarmada porque nunca he imaginado que tendr?a derechos. Espero mucho de las personas que amo ?demasiado, quiz??. Espero y hasta pido. Pero no s? exigir.
Viernes 15 de octubre
Hace mucho tiempo que no hab?a visto a Maurice tan alegre, tan tierno. Encontr? dos horas esta tarde para acompa?arme a la exposici?n de arte hitita. Sin duda, espera conciliar nuestra vida y su aventura: si no va a durar mucho, est? bien.
Domingo 17 de octubre
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Ayer se desliz? de la cama antes de las ocho de la ma?ana. Sent? el olor de su agua de colonia. Cerr? muy suavemente la puerta del dormitorio y la del apartamento. Desde la ventana le vi limpiar el coche con minuciosa alegr?a; me pareci? que canturreaba. Hab?a un tierno cielo de verano, por encima de los ?ltimos follajes de oto?o. (La lluvia de oro de las hojas de acacia, a los costados de una carretera rosa y gris, al volver de Nancy.) Subi? al coche; puso en marcha el motor y yo miraba mi lugar a su lado; mi lugar en el que No?llie iba a sentarse. Aceler?, el coche desapareci? y sent? que mi coraz?n se aflojaba. Marchaba muy r?pido, desapareci? de mi vista para siempre. No volver? nunca. No ser? ?l quien vuelva. He matado el tiempo lo mejor posible. Colette, Isabelle. He visto dos films: dos veces seguidas el de Bergman, a tal punto me conmovi?. Esta noche he puesto un disco de jazz, he encendido la chimenea, me he puesto a tejer mirando las llamas. En general la soledad no me aterra. Y en peque?as dosis hasta me distiende: las presencias que me son caras me fatigan d coraz?n. Me inquieto por un gesto, por un bostezo. Y para no ser inoportuna ?o rid?cula? debo callar mis aprensiones, reprimir mis impulsos. Pensar en ellos, de lejos, constituye una tregua que descansa. El a?o pasado, cuando Maurice estuvo en un coloquio en Ginebra, los d?as me parec?an cortos: este fin de semana no termina nunca. He abandonado el punto porque no me proteg?a: ?qu? hacen, d?nde est?n, qu? se dicen, c?mo se miran? Hab?a cre?do que sabr?a preservarme de los celos: pero no. He hurgado en sus bolsillos y en sus papeles, sin encontrar nada, por supuesto. Seguramente ella le habr? escrito cuando ?l estaba en Mougins: iba a buscar las cartas a la oficina de correos ocult?ndose de m?. Y las ha guardado en alg?n lado en la cl?nica. Si quisiera leerlas, ?me las mostrar?a? Pedirle… ?a qui?n? ?A ese hombre que se pasea con No?llie, de quien no puedo siquiera imaginar (de quien no quiero imaginar) el rostro ni las palabras? ?A ese que amo y que me ama? ?Es el mismo? Ya no lo s?. Y no s? si me hago una monta?a de un mont?culo o si tomo una monta?a por un mont?culo. … He buscado un refugio en nuestro pasado. Instal? delante del fuego las cajas llenas de fotos. Encontr? ?sa de Maurice con su brazalete: qu? unidos est?bamos ese d?a cuando cerca del muelle Grand-Augustins cuid?bamos a los soldados heridos. Por el camino del cabo Corse, aqu? est? el viejo coche jadeante que su madre nos hab?a regalado. Me acuerdo de esa noche, cerca de Corse, cuando tuvimos una aver?a. Nos quedamos inm?viles intimidados por la soledad y el silencio. Dije: ?Habr?a que tratar de repararlo?. ?Primero b?same?, me dijo Maurice. Nos besamos fuertemente, largamente, y nos parec?a que ni el fr?o ni la fatiga, que nada en el mundo pod?a alcanzarnos. Es curioso. ?Eso significa algo? Todas las im?genes que regresan a mi coraz?n tienen m?s de diez a?os: la cima de Europa, la liberaci?n de Par?s, el regreso de Nancy, nuestra inauguraci?n de la casa, esa aver?a por la carretera de Corse. Puedo evocar otras: nuestros ?ltimos veranos en Mougins, Venecia,
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cuando cumpl? cuarenta a?os. Ninguna me conmueve del mismo modo. A lo mejor los recuerdos m?s lejanos parecen siempre los m?s hermosos. Estoy cansada de plantearme preguntas, de ignorar las respuestas. Pierdo pie. Ya no reconozco el apartamento. Los objetos tienen aspecto de imitaciones de s? mismos. La pesada mesa del sal?n: est? vac?a. Como si hubieran proyectado a la casa y a m? en una cuarta dimensi?n. No me sorprender?a si al salir me encontrara en una selva prehist?rica o en una ciudad del a?o 3000.
Martes 19 de octubre
Tensi?n entre nosotros. ?Por mi culpa o la de ?l? Lo recib? con mucha naturalidad; me cont? su fin de semana. Estuvieron en Sologne; parece que a No?llie le gusta Sologne. (?Tendr?a gustos y todo?) Tuve un sobresalto cuando me dijo que hab?an comido y pasado la noche en el albergue de Forneville: ??En ese lugar tan esnob y tan caro? ?Es muy bonito ?me dijo Maurice. ?Isabelle me dijo que era pintoresco al uso norteamericano: lleno de plantas verdes, de p?jaros y de falsas antig?edades. ?Hay plantas verdes, p?jaros y antig?edades verdaderas o falsas. Pero es muy bonito. No insist?. Hab?a captado el endurecimiento de su voz. En general, lo que le gusta a Maurice es descubrir una tasca sin mucha apariencia exterior donde se coma bien, un hotel poco frecuentado en un hermoso rinc?n perdido. Bueno, admito que una vez, al pasar, haga una concesi?n a No?llie: pero no tiene necesidad de pretender apreciar las vulgaridades que a ella le encantan. A menos que no est? ganando influencia sobre ?l. Vio el ?ltimo film de Bergman con ella en el mes de agosto, en funci?n privada (No?llie solamente va a funciones privadas o de gran gala), y no le pareci? bueno. Ha debido demostrarle que Bergman estaba pasado de moda, ella no tiene otro criterio. Lo deslumbra porque pretende estar al corriente de todo. Vuelvo a verla en esa cena en casa de Diana el a?o pasado. Dio un curso sobre los happenings. Y despu?s habl? largamente del proceso Rampal, que acababa de ganar. Un n?mero verdaderamente rid?culo. Luce Couturier parec?a molesta y Diana me hab?a hecho un gui?o de connivencia. Pero los hombres escuchaban, boquiabiertos: Maurice entre otros. Sin embargo, no va con ?l eso de dejarse atrapar por esa clase de baladronadas. No deber?a atacar a No?llie, pero por momentos es m?s fuerte que yo. Acerca de Bergman no discut?. Pero por la noche, a la hora de cenar, inici? una querella est?pida porque Maurice me sostuvo que muy bien se pod?a tomar vino tinto con el pescado. Reacci?n t?pica de No?llie: saber tan perfectamente lo que se debe hacer que uno no lo hace. Entonces defend? la regla que asocia
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pescado y vino blanco. La discusi?n subi? de tono. ?Qu? lastimoso! De todas maneras no me gusta el pescado.
Mi?rcoles 20 de octubre
La noche que Maurice me habl?, cre? que tendr?a que superar una situaci?n desagradable pero n?tida. E ignoro d?nde estoy, contra qu? tengo que luchar, si cabe luchar y por qu?. En casos an?logos, ?las dem?s mujeres est?n tan desamparadas? Isabelle me repite que el tiempo trabaja a mi favor. Quisiera creerla. A Diana, desde el momento en que su marido se ocupa amablemente de ella y de sus hijos, le es indiferente que la enga?en o no. Ser?a incapaz de darme un consejo. As? y todo, le he hablado por tel?fono, porque quer?a informaciones sobre No?llie: ella la conoce y no la estima (No?llie hizo insinuaciones a Lemercier, quien las rechaz?: no le gusta que se le echen a los brazos). Le he preguntado desde cu?ndo sab?a lo concerniente a Maurice. Fingi? estar sorprendida y pretendi? que No?llie no le hab?a hablado de nada; ellas no son en absoluto amigas ?ntimas. Me cont? que No?llie a los veinte a?os hab?a hecho una boda ventajosa, su marido se divorci? (sin duda, porque estaba harto de ser enga?ado), pero ella obtuvo una considerable pensi?n alimenticia; le saca magn?ficos regalos, se entiende muy bien con la nueva mujer y frecuentemente pasa largas temporadas en su chalet de La Napoule. Se ha acostado con un mont?n de tipos (en general ?tiles para su carrera) y ahora debe de tener ganas de una uni?n s?lida. Pero dejar? plantado a Maurice si logra atrapar a un hombre m?s rico y m?s conocido que ?l (yo preferir?a que ?l tomara la iniciativa). Su hija tiene catorce a?os y est? educada de la manera m?s esnob: equitaci?n, yoga, vestidos de Virginie. Est? en la escuela alsaciana con la segunda hija de Diana y se da unos aires incre?bles. Al mismo tiempo, se queja de que su madre la descuida. Diana dice que No?llie pide a sus clientes honorarios exorbitantes, que cuida de manera formidable su publicidad y que est? dispuesta a todo para tener ?xito. Hemos hablado de sus aspavientos del a?o pasado. Est?pidamente, ese deg?ello me aliviaba. Se parec?a a un embrujo m?gico: all? donde uno planta las agujas, la rival ser? mutilada, desfigurada, y el amante ver? sus heridas repelentes. Me parec?a imposible que nuestro retrato de No?llie no se impusiera ante Maurice como una evidencia (hay una cosa que voy a decirle: no fue ella la que habl? en la defensa de Rampal).
Jueves 21 de octubre
Enseguida Maurice se puso a la defensiva:
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??Ya estoy escuchando a Diana! ?Detesta a No?llie! ?Es cierto ?dije?. Pero si No?llie lo sabe, ?por qu? la frecuenta? ??Y por qu? Diana ve a No?llie? Son relaciones sociales. ?Entonces? ?me pregunt? algo desafiante?. ?Qu? es lo que cont? Diana? ?Vas a decir que es malevolencia. ?Seguramente: las mujeres que no hacen nada no soportan ni el olor de las que trabajan. (?Las mujeres que no hacen nada?: se me ha quedado grabado en el coraz?n. No es una expresi?n de Maurice.) ?Y a las mujeres casadas no les gusta que se echen al cuello de sus maridos. ??Ah? ?Esa es la versi?n de Diana? ?me dijo Maurice divertido. ?No?llie pretende lo contrario, evidentemente. A cada uno su verdad… Mir? a Maurice. ?Y en tu caso, ?qui?n se ech? al cuello del otro? ?Ya te cont? c?mo ocurri?. S?, en el Club 46 me cont?, pero no era muy claro. No?llie le llev? a su hija que ten?a anemia, ?l le propuso salir juntos por la noche, ella acept? y se encontraron en la cama. ?Oh!, me da lo mismo. Segu?: ?Si quieres saberlo, Diana piensa que No?llie es interesada, ambiciosa y esnob. ??Y t? crees que es as?? ?En todo caso es mentirosa. Habl? del asunto Rampal, a quien pretende haber defendido, cuando ella era s?lo la pasante de Br?vant. ?Pero nunca dijo lo contrario. Considera que es su proceso en la medida en que trabaj? mucho en el asunto, es todo. O ment?a o hab?a trapicheado sus recuerdos. Estoy segura casi de que ella hab?a hablado de su defensa. ?De todos modos, ella se atribu?a todo el ?xito del asunto. ?Escucha ?dijo alegremente?, si tiene todos los defectos que le atribuyes, ?c?mo te explicas que pueda pasar cinco minutos con ella? ?No me lo explico. ?No voy a hacerte su apolog?a. Pero te aseguro que es una mujer estimable. En todo lo que yo diga contra No?llie, Maurice ver? el efecto de mis celos. M?s vale callarme. Pero me es muy antip?tica. Me recuerda a mi hermana: la misma seguridad, la misma arrogancia, la misma elegancia falsamente descuidada. Parece que esa mezcla de coqueter?a y dureza gusta a los hombres. Cuando yo ten?a diecis?is a?os y ella dieciocho, Maryse me soplaba todos los pretendientes. Hasta tal punto que yo estaba crispada de miedo cuando le present? a Maurice. Tuve una pesadilla horrible en la cual ?l ca?a enamorado de ella. ?l se indign?: ??Es tan superficial, tan falsa! Falsos brillantes, oropeles. T?
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s? que eres una verdadera alhaja?. Aut?ntica: era una palabra de moda en aquella ?poca. Dec?a que yo era aut?ntica. En todo caso era a m? a quien amaba, y ya no tuve m?s envidia de mi hermana, estuve contenta de ser quien era. ?Pero entonces c?mo puede estimar a No?llie que es de la misma especie que Maryse? Se me escapa por completo si le gusta estar con alguien que me disgusta tanto ?y que si fuera fiel a nuestro c?digo deber?a disgustarle?. Decididamente, ha cambiado. Se deja embaucar por los falsos valores que despreci?bamos. O, simplemente, se equivoca respecto de No?llie. Quisiera que abriera los ojos pronto. La paciencia empieza a faltarme.
?Las mujeres que no hacen nada no soportan ni el olor de las que trabajan.? La expresi?n me sorprendi? y me hiri?. A Maurice le parece bien que una mujer tenga una profesi?n; sinti? mucho que Colette eligiera el matrimonio y la vida de hogar, hasta me guard? un poco de rencor por no haberla hecho desistir. Pero en fin, admite que para una mujer hay otras maneras de realizarse. Nunca pens? que no hiciera ?nada?; al contrario, se sorprend?a de que me ocupara tan seriamente de los casos que ?l me se?alaba sin por eso dejar de cuidar de la casa y seguir de cerca a nuestras hijas; y esto sin parecer nunca tensa o agotada. Las otras mujeres le parec?an siempre demasiado pasivas o demasiado agitadas. En lo que a m? respecta, yo llevaba una vida equilibrada; incluso dec?a: armoniosa. ?En ti todo es armonioso.? Me resulta insoportable que haga suyo el desd?n de No?llie por las mujeres que ?no hacen nada?.
Domingo 24 de octubre
Empiezo a ver claro el juego de No?llie: trata de reducirme al papel de mujer casera amante y resignada que uno deja en casa. Me gusta quedarme con Maurice cerca del fuego; pero encuentro irritante que sea siempre a ella a quien lleva a conciertos, al teatro. El viernes protest? cuando me dijo que hab?a ido con ella a la apertura de una exposici?n: ??Detestas las inauguraciones! ?me contest?. ?Pero me gusta la pintura. ?Si hubiera sido buena, habr?a vuelto contigo. F?cil de decir. No?llie le presta libros; se hace la intelectual. Conozco menos que ella la literatura y la m?sica modernas, de acuerdo. Pero en conjunto no soy menos culta que ella ni menos inteligente. Maurice me escribi? una vez que confiaba en mi juicio m?s que en ning?n otro porque es, a la vez, ?esclarecido e ingenuo?. Trato de expresar exactamente lo que pienso, lo que siento: ?l tambi?n; y nada nos parece m?s precioso que esa sinceridad. Es preciso que no deje que No?llie deslumbre a Maurice con sus fanfarronadas. He pedido a Isabelle que me ayude a volver a ponerme al d?a. A escondidas de Maurice,
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evidentemente; si no, se burlar? de m?. Ella sigue exhort?ndome a la paciencia; me asegura que Maurice no ha desmerecido, que debo conservarle mi estima y mi amistad. Me ha hecho bien que me diga eso de ?l; a fuerza de interrogarme a su respecto, de desconfiar, de censurarlo, he terminado por no reconocerlo. Es cierto que en los primeros a?os, entre su consultorio en Simca y el apartamentito donde berreaban las ni?as, su vida habr?a sido austera si no nos hubi?ramos amado tanto. As? y todo, es por m?, ha dicho ella, que renunci? al internado; hubiera podido sentir la tentaci?n de guardarme rencor. En eso estoy de acuerdo. La guerra lo hab?a retrasado; los estudios empezaban a hartarlo, quer?a llevar una vida de adulto. De mi embarazo fuimos responsables los dos, y bajo el gobierno de P?tain no era cuesti?n de arriesgarse a un aborto. No, el rencor hubiera sido injusto. Nuestro matrimonio lo hizo tan feliz como a m?. Sin embargo, uno de sus m?ritos es haber sabido mostrarse tan alegre, tan tierno, en condiciones ingratas y hasta dif?ciles. Hasta este l?o yo nunca hab?a tenido ni la sombra de un reproche que dirigirle. Esa conversaci?n me ha dado valor: he pedido a Maurice que pasemos juntos el pr?ximo fin de semana. Quer?a que volviera a encontrar conmigo una alegr?a, una intimidad que ha olvidado un poco; y tambi?n que recordara nuestro pasado. Propuse volver a Nancy. Pareci? perplejo y apesadumbrado como el tipo que sabe que del otro lado habr? escenas. (Me gustar?a que ella le demostrara que el reparto es imposible.) No dijo ni s? ni no: depende de sus enfermos.
Mi?rcoles 27 de octubre
Decididamente, no podr? dejar Par?s este fin de semana. Eso quiere decir que No?llie se opone. Me rebel?. Por primera vez he llorado delante de ?l. Pareci? consternado: ??Oh!, no llores. ?Tratar? de encontrar un sustituto!?. Acab? prometi?ndome que se las arreglar?a: tambi?n tiene ganas de pasar el fin de semana juntos. Ser? cierto o no. Pero lo que es cierto es que mis l?grimas lo han alterado. He pasado una hora con Marguerite en el locutorio. Pierdo la paciencia. ?Qu? largos deben de ser los d?as! La asistente es gentil, pero no puede dejarla salir conmigo sin esa autorizaci?n que no llega. Sin duda, simplemente por negligencia, puesto que yo ofrezco todas las garant?as de moralidad.
Jueves 28 de octubre
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Entonces nos vamos s?bado y domingo. ??Me las arregl?!?, me dijo triunfalmente. Estaba visiblemente orgulloso de haber hecho frente a No?llie: demasiado orgulloso. Eso significaba que la lucha fue ardua; por consiguiente, que ella es muy importante para ?l. Me pareci? nervioso durante toda la velada. Tom? dos vasos de whisky en lugar de uno y fum? cigarrillo tras cigarrillo. Mostraba un entusiasmo excesivo en establecer nuestro itinerario y mi reserva lo decepcion?. ??No est?s contenta? ?Claro que s?. Lo estaba s?lo a medias. ?No?llie ocupa tanto lugar en su vida como para que ?l deba pelearse con ella para salir un fin de semana? ?Y yo misma he llegado al punto de considerarla como una rival? No. Me niego a las recriminaciones, los c?lculos, las perfidias, las victorias, las derrotas. Voy a prevenir a Maurice: ?No te disputar? a No?llie?.
Lunes 1 de noviembre
Era tan parecido al pasado: casi cre?a que el pasado iba a renacer de esa semejanza. Fuimos en coche a trav?s de la niebla, despu?s bajo un hermoso sol fr?o. En Barle-Duc, en Saint-Mihiel, volvimos a ver con la misma emoci?n de anta?o las obras de Ligier Richer; fui yo quien hizo que las conociera; despu?s viajamos bastante, vimos muchas cosas y el ?Descarnado? nos sorprendi? nuevamente. En Nancy, ante las verjas de la plaza Stanislas, sent? algo agudo en el coraz?n: una felicidad dolorosa a fuerza de haberse vuelto ins?lita. En las viejas calles provincianas yo apretaba su brazo bajo el m?o; o a veces ?l lo pasaba sobre mis hombros. Hablamos de todo, de nada y mucho de nuestras hijas. No logra comprender que Colette se haya casado con Jean-Pierre; qu?mica, biolog?a, ?l hab?a pensado en una carrera brillante para ella y le hubi?ramos dejado la m?s amplia libertad sentimental y sexual, ella lo sab?a. ?Por qu? se encaprich? con ese muchacho tan mediocre, al punto de sacrificar su porvenir? ?Est? contenta as? ?dije. ?Me hubiera gustado que fuera de otro modo. La partida de Lucienne, su preferida, lo entristece todav?a m?s. Sin dejar de aprobar su modalidad independiente, ?l hab?a querido que se quedara en Par?s, que estudiara medicina y fuera su colaboradora. ?Entonces no habr?a sido independiente. ?Pues s?. Habr?a tenido una vida propia al mismo tiempo que trabajaba conmigo. Los padres nunca tienen exactamente las hijas que desean, porque se hacen de ellas una cierta idea a la cual ellas tendr?an que plegarse. Las madres las
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aceptan tal como son. Colette ten?a, sobre todo, necesidad de seguridad y Lucienne de libertad; las comprendo a las dos. Cada una a su modo: Colette tan sensible, tan humana; Lucienne tan en?rgica, tan brillante; me parecen totalmente realizadas. Fuimos al mismo hotelito de hace veinte a?os, y era ?quiz?s en otro piso? la misma habitaci?n. Yo me acost? primero y lo miraba ir y venir con su pijama azul, los pies descalzos sobre la alfombra ra?da. No parec?a ni alegre ni triste. Y la imagen me ceg?, cien veces evocada, petrificada, pero no desgastada, a?n brillante de frescura: Maurice caminando descalzo sobre esa alfombra, con su pijama negro; se hab?a alzado el cuello, las puntas encuadraban su rostro, hablaba desordenadamente, con una excitaci?n infantil. Comprend? que yo hab?a ido all? con la esperanza de reencontrar a ese hombre loco de amor: desde hace a?os y a?os no he vuelto a encontrarlo, aunque siempre acabe por superponerse ese recuerdo, como una muselina di?fana, a las visiones que tengo de ?l. Esa noche, precisamente porque el marco era el mismo, al contacto con el hombre de carne y hueso que fumaba un cigarrillo, la vieja imagen se hizo polvo. Entonces tuve una revelaci?n fulminante: el tiempo pasa. Y me ech? a llorar. Se sent? en la cama, me abraz? tiernamente: ?Querida m?a, peque?a, no llores, ?por qu? lloras? Acariciaba mi pelo. Me besaba fugazmente en la sien. ?No es nada, ya pas? ?le dije?. Estoy bien. Estaba bien, la habitaci?n ba?ada en agradable penumbra, los labios, las manos de Maurice eran suaves; mi boca se pos? sobre la suya, deslic? la mano bajo la chaqueta del pijama. Y de pronto estaba de pie, me hab?a rechazado con un sobresalto. Murmur?: ??Te doy tanto asco? ??Est?s loca, querida!, pero estoy muerto de cansancio. Es el aire libre, la caminata. Necesito dormir. Desaparec? bajo las s?banas. Se acost?. Apag? la luz. Me parec?a estar en el fondo de una tumba, la sangre petrificada en mis venas, incapaz de moverme o de llorar. No hemos hecho el amor desde Mougins; y con todo, si eso se llama hacer el amor… Me dorm? hacia las cuatro de la madrugada. Cuando me despert?, ?l volv?a a la habitaci?n, completamente vestido, eran cerca de las nueve. Le pregunt? de d?nde ven?a. ?He ido a dar una vuelta. Pero fuera llov?a y no ten?a puesto el impermeable; no estaba mojado: hab?a ido a llamar por tel?fono a No?llie. Ella exigi? que la llamara; no tuvo siquiera la generosidad de dej?rmelo todo para m? un m?sero fin de semana. El d?a se arrastr?. Cada uno se daba cuenta de que el otro hac?a esfuerzos para ser amable y estar contento. Nos pusimos de acuerdo en volver a Par?s y terminar la velada en un cine. ?Por qu? me ha rechazado? Todav?a me siguen por la calle, me rozan la rodilla en el cine; he engordado un poco: no mucho. Mis pechos se han
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estropeado despu?s del nacimiento de Lucienne; pero hace diez a?os Maurice los consideraba conmovedores. Y Quillan, hace dos a?os, reventaba de ganas de acostarse conmigo. No. Si Maurice se sobresalt? fue porque tiene a No?llie metida en la piel; no soportar?a acostarse con otra. Si la tiene tan metida, hasta ese punto, y al mismo tiempo se deja deslumbrar por ella, las cosas son mucho m?s graves de lo que imaginaba.
Mi?rcoles 3 de noviembre
La gentileza de Maurice me es casi penosa: lamenta el incidente de Nancy. Pero ya nunca me besa en la boca. Me siento perfectamente miserable.
Viernes 5 de noviembre
Me comport? bien, ?pero con qu? esfuerzo! Por suerte, Maurice me hab?a avisado. (Diga lo que diga, sigo pensando que ?l hubiera debido impedirle venir.) Por poco me quedo en casa; ?l insisti?, no salimos tan frecuentemente, no ten?a por qu? privarme de ese c?ctel, no se explicar?an mi ausencia. ?O pensaba que se la explicar?an demasiado bien? Yo miraba a los Couturier, los Talbot, todos esos amigos que tan frecuentemente han venido a casa y me preguntaba en qu? medida estaban al corriente, si a veces No?llie los recib?a con Maurice. Talbot, Maurice no es ?ntimo de ?l; pero evidentemente desde la noche que meti? la pata por tel?fono, adivin? que algo pasaba a mis espaldas. Couturier, Maurice no le oculta nada. Escucho su voz c?mplice: ?Se supone que estoy en el laboratorio contigo?. ?Y los otros, sospechan algo? ?Ah!, yo estaba tan orgullosa de nuestra pareja: una pareja modelo. Demostr?bamos que un amor puede durar sin aletargarse. ?Cu?ntas veces sal? en defensa de la fidelidad integral! ?Hecha a?icos la pareja ejemplar! Se queda en un marido que enga?a a su mujer, y una mujer abandonada a la que se miente. Y debo esta humillaci?n a No?llie. Me parece a duras penas cre?ble. S?, es posible encontrarla seductora pero, sin prejuicios, ?qu? fanfarrona! Su sonrisita de costado, la cabeza algo inclinada, ese modo de beber las palabras del interlocutor y de pronto, la cabeza echada para atr?s, la linda risa perlada. Una mujer con todas las de la ley y no obstante tan femenina. Con Maurice era exactamente como el a?o pasado en casa de Diana: distante e ?ntima, y ?l ten?a el mismo aspecto de admiraci?n est?pida. Y como el a?o pasado, esa idiota de Luce Couturier me miraba molesta. (?Es que ya el a?o pasado Maurice se sent?a atra?do por No?llie?, ?ya entonces se notaba? Yo hab?a advertido su aspecto maravillado, s?, pero sin pensar que la cosa tuviera consecuencias.) Dije, con tono divertido:
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?Opino que No?llie Gu?rard es encantadora. Maurice tiene buen gusto. Abri? desmesuradamente los ojos. ??Ah!, ?est? usted al corriente? ??Por supuesto! La he invitado a tomar una copa en casa la semana pr?xima. Querr?a saber qui?n est? al tanto, qui?n no, desde cu?ndo. ?Me tiene l?stima, se burlan de m?? Quiz? sea mezquina, pero querr?a que se murieran todos para que desapareciera la lamentable imagen que hoy por hoy se hacen de m?.
S?bado 6 de noviembre
Esa conversaci?n con Maurice me dej? desarmada porque ?l estaba tranquilo, amistoso y parec?a actuar de buena fe. Volviendo al c?ctel de ayer le dije, con toda buena fe tambi?n yo, lo que me molestaba de No?llie. Para empezar, la profesi?n de abogado no me gusta; se defiende a un tipo contra otro por dinero, aunque el otro sea quien tenga raz?n. Es inmoral. Maurice me contest? que No?llie ejerce su profesi?n de manera muy simp?tica; que no acepta cualquier tipo de causa, que pide grandes honorarios a la gente rica, s?, pero que hay un mont?n de personas a las cuales asiste por nada. Es falso que sea interesada. Su marido la ayud? a comprar el bufete; ?por qu? no, puesto que se han mantenido en excelentes relaciones? (?Pero no las habr? mantenido para que ?l le financiara el bufete?) Ella quiere ser alguien: no tiene nada de miserable desde el momento en que elige los medios. En esto me cost? trabajo conservar la calma: ?Dices eso; y nunca has tratado de llegar a ser alguien importante. ?Cuando decid? especializarme fue porque estaba harto del estancamiento. ?Para empezar, no te estancabas. ?Intelectualmente s?. Estaba lejos de sacar de m? todo lo que pod?a. ?Concedido. En todo caso, no actuaste por ambici?n: quer?as progresar intelectualmente y hacer avanzar ciertos problemas. No era una cuesti?n de dinero o de carrera. ?Para un abogado, llegar a algo es tambi?n otra cosa que la pasta o la reputaci?n; uno defiende causas cada vez m?s interesantes. Dije que, de todos modos, para No?llie el aspecto mundano contaba enormemente. ?Trabaja mucho, necesita distracci?n ?me contest?. ?Pero, ?por qu? las fiestas de etiqueta, las premi?res, las discotecas de moda?, me parece absurdo. ??Absurdo, a t?tulo de qu?? Todas las diversiones tienen algo de absurdo. Eso me fastidi?. ??l, que detesta tanto como yo la vida mundana!
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?En fin, no hay m?s que o?rla hablar cinco minutos para darse cuenta de que No?llie no es alguien aut?ntico. ?Aut?ntico… ?qu? quiere decir eso? Es una palabra de la que se ha abusado tanto. ?T? el primero. No contest?. Insist?. ?No?llie me hace recordar a Maryse. ?Claro que no. ?Te aseguro que se le parece; es el tipo de persona que jam?s se detiene para mirar un crep?sculo. Se ri?: ?Te dir? que tampoco a m? me ocurre con mucha frecuencia. ??Vamos!, la naturaleza te gusta tanto como a m?. ?Admit?moslo. Pero no veo por qu? todo el mundo deba tener nuestros gustos. Su mala fe me sublev?: ?Escucha ?le dije?, debo prevenirte de una cosa: no pelear? contigo por No?llie; si la prefieres a m?, cosa tuya. No voy a luchar. ??Qui?n te habla de luchar? No luchar?. Pero de pronto tuve miedo. ?Ser?a posible que Maurice la prefiriera a m?? Esta idea no se me hab?a ocurrido nunca. S? que tengo (bueno, dejemos de lado la palabra autenticidad que a lo mejor es pedante) una cierta calidad que ella no tiene. ?Eres de buena calidad?, me dec?a pap? orgullosamente. Y Maurice tambi?n, en otros t?rminos. Es esa calidad que aprecio antes que nada en la gente (en Maurice, en Isabelle); y Maurice es como yo. No. Imposible que prefiera a alguien tan afectado como No?llie. Ella es cheap, como dicen en ingl?s. Pero me inquieta que ?l acepte de ella tantas cosas que juzgo inaceptables. Por primera vez, me doy cuenta de que una distancia se ha instalado entre nosotros.
Mi?rcoles 10 de noviembre
Anteayer hab?a llamado por tel?fono a Quillan. ?Oh!, no estoy precisamente orgullosa. Necesitaba asegurarme de que un hombre todav?a puede encontrarme a su gusto. Comprobado. ?Y de qu? me sirve? No por eso me ha sido devuelta la estima por s? misma. No estaba en absoluto decidida a acostarme con ?l: ni tampoco a no hacerlo. Dediqu? mucho tiempo a arreglarme: sales perfumadas en el ba?o y me pint? las u?as de los pies. ?Para llorar! En dos a?os ?l no ha envejecido pero se ha afinado, su rostro es m?s interesante. No me acordaba de que fuera tan guapo. Seguramente no ser? porque no gusta que puso tanta insistencia en invitarme.
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Hubiera podido ser en recuerdo del pasado, y yo tem?a ?mucho? que se sintiera decepcionado. Pero no. ?En suma, ?se siente feliz? ?Lo ser?a si la viera m?s frecuentemente. Era en un restaurante agradable detr?s del Panth?on: viejos discos Nueva Orleans, artistas de variedades muy originales, cantantes con un buen repertorio de tipo anarquista. Quillan conoc?a a casi todo el mundo en la sala: pintores como ?l, escultores, m?sicos, j?venes en su mayor?a. ?l mismo cant?, acompa??ndose con una guitarra. Recordaba qu? discos, qu? platos me gustaban; me compr? una rosa; tuvo mil atenciones y advert? c?mo Maurice actualmente tiene muy pocas. Y me hac?a tambi?n esos peque?os cumplidos un poco tontos que ya no escucho nunca: sobre mis manos, mi sonrisa, mi voz. Poco a poco me dej? acunar por esa ternura. Olvid? que en ese momento Maurice sonre?a a No?llie. Despu?s de todo, tambi?n yo ten?a mi parte de sonrisas. Sobre una servilleta de papel dibuj? un bonito retrato m?o en miniatura: verdaderamente, no ten?a el aspecto de un viejo trasto. Beb? un poco, no mucho. Y cuando me pidi? subir a tomar una copa a casa, acept?. (Le hab?a dicho que Maurice estaba fuera.) Serv? dos whiskies. ?l no hac?a ni un gesto pero sus ojos me acechaban. Me pareci? absurdo verle sentado all? donde Maurice se sienta habitualmente; mi alegr?a desapareci?. Me estremec?. ?Tiene fr?o. Voy a encender el fuego. Dio un salto hacia la chimenea, con tanto impulso y tanta torpeza que tir? la estatuilla de madera que compr? con Maurice en Egipto y que me gusta tanto. Lanc? un grito: ?Estaba rota! ?Se la arreglar? ?me dijo?, es muy f?cil. Pero parec?a consternado: por mi grito, sin duda; hab?a gritado muy alto. Al cabo de un momento dije que estaba cansada, que ten?a que irme a dormir. ??Cu?ndo volveremos a vernos? ?Le llamar? por tel?fono. ?No me llamar?. Concertaremos una cita ahora mismo. Dije una fecha al azar. Me excusar?. Se fue, yo me qued? est?pida con un pedazo de mi estatua en cada mano. Y me puse a sollozar. Me parece que Maurice puso mala cara cuando le dije que hab?a vuelto a ver a Quillan.
S?bado 13 de noviembre
Cada vez creo que ya he tocado fondo. Y despu?s me hundo a?n m?s profundamente en la duda y la desdicha. Luce Couturier se dej? atrapar como una ni?a: a tal punto que me pregunto si no lo ha hecho a prop?sito… Esta historia dura desde hace m?s de un a?o. ?Y No?llie estaba en Roma con ?l en
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octubre! Ahora comprendo el rostro de Maurice en el aeropuerto de Niza: el remordimiento, la verg?enza, el temor de ser descubierto. Uno tiene tendencia a forjarse presentimientos despu?s de que las cosas han pasado. Pero aqu? no invento nada. Algo ol?, puesto que la partida del avi?n me arranc? el coraz?n. Una pasa en silencio molestias, irritaciones para las cuales no encuentra palabras, pero que existen. Al dejar a Luce, camin? largo rato sin saber ad?nde ir. Estaba estupefacta. Ahora me doy cuenta: saber que Maurice se acostaba con otra mujer no me ha sorprendido tanto. No fue totalmente al azar que hice la pregunta: ?Hay una mujer en tu vida? Sin llegar a formularse nunca, vaga y fugitiva, la hip?tesis se?alaba un vac?o, a trav?s de las distracciones de Maurice, sus ausencias, su frialdad. Ser?a exagerado decir que yo lo sospechaba. Pero, en fin, no me ca? de las nubes. Mientras Luce me hablaba, yo ca?a, ca?a y me encontr? completamente hecha pedazos. Todo este a?o, tengo que revisarlo a la luz de este descubrimiento: Maurice se acostaba con No?llie. Se trata de una larga relaci?n. El viaje a Alsacia que no hicimos. Dije: ?Me sacrifico por la cura de la leucemia?. ?Pobre idiota! Era No?llie quien lo reten?a en Par?s. En la ?poca de la comida en casa de Diana ya eran amantes, y Luce lo sab?a. ?Y Diana? Tratar? de hacerla hablar. ?Qui?n sabe si este l?o no viene todav?a de m?s lejos? No?llie hace dos a?os viv?a con Louis Bernard; pero a lo mejor acaparaba amantes. ?Cuando pienso que estoy reducida a las hip?tesis! ?Y se trata de Maurice y de m?! ?Todos los amigos estaban al tanto, evidentemente! ?Oh! ?Qu? importa? Ya no estoy para preocuparme del qu? dir?n. Estoy demasiado radicalmente aniquilada. Me importa un pito la imagen que puedan hacerse de m?. Se trata de sobrevivir. ??Nada ha cambiado entre nosotros!? Qu? ilusiones me hice con esta frase. ?Quer?a decir que nada hab?a cambiado puesto que me enga?aba ya desde hac?a un a?o? ?O no quer?a decir nada en absoluto? ?Por qu? me minti?? ?Me cre?a incapaz de soportar la verdad, o sent?a verg?enza? Entonces ?por qu? me habl?? ?Sin duda porque No?llie estaba cansada de la clandestinidad? De todas maneras, esto que me ocurre es espantoso.
Domingo 14 de noviembre
?Ah!, mejor hubiera sido callarme. Pero nunca he tenido nada oculto a Maurice; en fin, nada serio. No he podido ocultar en mi coraz?n su mentira y mi desesperaci?n. Golpe? la mesa: ??Todos esos chismes!?. Su rostro me impresion?. Le conoc?a ese rostro de c?lera, me gusta; cuando a Maurice le piden un compromiso, su boca se crispa, su mirada se endurece. Pero esta vez yo era el objetivo, o casi. No, No?llie no estaba en Roma con ?l. No, no se acost?
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con ella antes de agosto. La ve?a de vez en cuando, hab?an podido verlos juntos, no quer?a decir nada. ?Nadie os ha visto; pero te confiaste a Couturier, que se lo cont? a Luce. ?Dije que ve?a a No?llie, no que me acostaba con ella. Luce deform? todo. Llama a Couturier, enseguida, preg?ntale la verdad. ?Bien sabes que es imposible. Llor?. Me hab?a prometido no llorar pero llor?. Dije: ?Mejor har?as cont?ndomelo todo. Si conociera verdaderamente la situaci?n, podr?a tratar de encararla. Pero sospechar todo, no saber nada, es intolerable. Si te limitabas a ver a No?llie, ?por qu? hab?rmelo ocultado? ?Bueno. Voy a decirte la verdad completa. Pero, entonces, cr?eme. Me acost? tres veces con No?llie el a?o pasado y verdaderamente no contaba. No estuve en Roma con ella. ?Me crees? ?No s?. ?Me has mentido tanto! Hizo un amplio gesto de desesperaci?n: ??Qu? quieres que haga para convencerte? ?No puedes hacer nada.
Martes 16 de noviembre
Cuando entra, cuando me sonr?e, cuando me besa diciendo: ?Buenos d?as, querida?, es Maurice; son sus gestos, su rostro, su calidez, su olor. Y en m?, durante un instante, una gran dulzura: su presencia. Quedarse as?, no intentar saber: casi comprendo a Diana. Pero es m?s fuerte que yo. Quiero saber qu? pasa. Y para empezar, cu?ndo va realmente al laboratorio; ?por la noche?, ?cu?ndo va a verla? No puedo llamar por tel?fono, lo sabr? y se exasperar?. ?Seguirlo? ?Alquilar un coche y seguirlo? ?O, muy simplemente, verificar d?nde est? el suyo? Es sucio, es envilecedor. Pero necesito ver un poco claro en todo esto. Diana pretende no saber nada. Le ped? que hiciera hablar a No?llie: ?Es demasiado astuta; no contar? nada. ?Usted est? al tanto del asunto por m?. Si usted le habla de eso, se ver? obligada a contestar algo. ?De todos modos, me prometi? informarse sobre No?llie: ellas dos tienen amigos comunes. ?Si descubriera cosas que la destruyan a los ojos de Maurice! Es in?til volver a hablar con Luce Couturier. Maurice la habr? hecho amonestar por su marido. Y ?ste contar? a Maurice que he vuelto a verla… No, ser?a una torpeza.
Jueves 18 de noviembre
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La primera vez que fui a espiar a Maurice al laboratorio, el coche estaba en el p?rking. La segunda, no. Me hice llevar hasta la casa de No?llie. No tuve que buscar mucho: ?qu? golpe! Quer?a a nuestro coche, era un fiel animal dom?stico, una presencia c?lida y tranquilizadora; y de pronto serv?a para traicionarme; lo detest?. Me qued? de pie bajo una puerta cochera, idiotizada. Pens? aparecer bruscamente ante Maurice, cuando saliera de casa de No?llie. No servir?a m?s que para encolerizarlo, pero me sent?a tan perdida que era preciso que hiciera algo, cualquier cosa. Trat? de ser razonable. Me dije: ?Miente para no herirme. Si no quiere herirme, es porque le importo mucho. En cierto modo, ser?a m?s grave si le importara un pito?. Casi hab?a logrado convencerme cuando recib? otro golpe: sal?an juntos. Me ocult?. No me vieron. Fueron a pie por el bulevar hasta una gran cervecer?a. Caminaban cogidos del brazo, r?pidamente y riendo. Cien veces habr?a podido imaginarlos caminando cogidos del brazo, riendo. En realidad no lo hab?a hecho. No m?s de lo que los imagino realmente en la cama, no tengo valor. Y no es lo mismo verlo. Me puse a temblar. Me sent? en un banco a pesar del fr?o. Me qued? temblando un largo rato. Al regresar me acost?, y cuando ?l volvi? a medianoche yo simulaba dormir. Pero cuando ayer a la noche me dijo: ?Voy al laboratorio?, pregunt?: ??De veras? ?Seguro. ?El s?bado estabas en casa de No?llie. Me mir? con una frialdad a?n m?s aterradora que la c?lera: ??Me esp?as! Los ojos se me llenaron de l?grimas: ?Se trata de mi vida, de mi felicidad. Quiero la verdad. ?Y sigues minti?ndome! ?Trato de evitar las escenas ?me dijo con aspecto agotado. ?No hago escenas. ??No? Llama escenas a cada una de nuestras explicaciones. Y en ese momento, al protestar, mi voz subi? de tono y tuvimos una escena. Volv? a hablar de Roma. De nuevo lo neg?. ?Ella no estuvo? ?O, al contrario, estaba tambi?n en Ginebra? La ignorancia me corroe.
S?bado 20 de noviembre
Escenas, no. Pero soy torpe. Me controlo mal, hago observaciones que lo irritan. Debo confesarlo, basta que ?l d? una opini?n para que yo adopte la contraria, suponiendo que ella se la ha sugerido. De hecho, no tengo nada contra el op art. Pero la complacencia de Maurice para someterse a ese ?sadismo ?ptimo? me irrit?: evidentemente, era No?llie quien le hab?a indicado ir a esa exposici?n.
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Sostuve, tontamente, que eso no era pintura, y como ?l discuti? lo ataqu?: ?cree rejuvenecerse adoptando todas las modas? ?No debes enfadarte. ?Me enfado porque quieres estar a la moda, de manera tal, que pierdes todo sentido cr?tico. Alz? los hombros sin contestar.
Domingo 21 de noviembre
Sobre su relaci?n con Maurice, No?llie ?al menos seg?n Diana, de la cual desconf?o un poco? no dijo m?s que cosas insulsas. La situaci?n es penosa para todo el mundo, pero sin duda se llegar? a un equilibrio. Por supuesto que yo soy una mujer muy buena, pero la diversidad gusta a los hombres. ?C?mo encara el porvenir ella? Contest?: ?El que viva, ver??, o algo as?. Estaba sobre aviso. Diana me cont? una historia, pero demasiado oscura para que la utilice. No?llie estuvo a punto de ser acusada ante el consejo de abogados porque se gan? la confianza de un cliente de una colega, un cliente importante que retir? a la otra la administraci?n de sus negocios para pas?rsela a No?llie. Son procedimientos que en el Palacio de Justicia se consideran inaceptables y a los cuales No?llie estar?a acostumbrada. Pero Maurice me contestar?a: ??Chismes!?. Le dije que la hija de No?llie se quejaba de que su madre la descuidaba. ?Todas las ni?as se quejan de su madre a esa edad: recuerda tus dificultades con Lucienne. En realidad, No?llie no descuida a su hija en absoluto. Le ense?a a arregl?rselas sola, a vivir por s? misma, y tiene mucha raz?n. Eso era una pu?alada dirigida a m?. Con frecuencia ?l se ha burlado de mi lado madre-clueca. Hasta hemos tenido algunas disputas sobre el asunto. ??Y a esa ni?a no la molesta que un hombre pase las noches en la cama de su madre? ?El apartamento es grande, y No?llie tiene mucho cuidado. Por lo dem?s, ella no le ha ocultado que despu?s de su divorcio hay hombres en su vida. ?Extra?as confidencias de una madre a su hija. Francamente, ?no te parece un poco chocante? ?No. ?Jam?s se me hubiera ocurrido tener esa clase de relaciones con Colette o Lucienne. No contest? nada; su silencio implicaba claramente que los m?todos de educaci?n de No?llie eran tan v?lidos como los m?os. Me sent? herida: resulta demasiado claro que No?llie se conduce de la manera que le viene mejor, sin preocuparse de los intereses de la ni?a. En tanto que yo siempre he hecho lo
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contrario. ?En suma ?dije?, todo lo que No?llie hace est? bien hecho. ??Ah, no me hables todo el tiempo de No?llie! ??C?mo impedirlo? Est? en tu vida y tu vida me concierne. ??Oh!, de mi vida t? eliges algunas cosas y dejas de lado otras. ??C?mo es eso? ?Mi vida profesional: no parece concernirte. Jam?s me hablas de ella. Era un contraataque desleal. Sabe perfectamente que al especializarse avanz? por un terreno en el cual no puedo seguirlo. ??Qu? podr?a decirte? Tus investigaciones me superan totalmente. ?Ni siquiera mis art?culos de divulgaci?n, no los lees… ?La medicina como ciencia nunca me ha interesado mucho. Lo que me apasionaba era la relaci?n viva con los enfermos. ?As? y todo, podr?as sentir curiosidad por lo que hago. Hab?a rencor en su voz. Le sonre? tiernamente. ?Es que te amo y te estimo m?s all? de todo lo que puedas hacer. Si te vuelves un gran sabio, c?lebre y todo, eso no me extra?ar?, seguramente eres capaz de eso. Pero confieso que a mis ojos eso no a?adir?a nada. ?No me comprendes? ?l tambi?n sonri?: ?Claro que s?. No es la primera vez que se queja de mi indiferencia ante su carrera, y hasta ahora no me sent?a descontenta de que eso lo irritara un poco. De pronto me digo que es una torpeza. No?llie lee sus art?culos, los comenta, la cabeza algo inclinada, una sonrisa algo admirativa en los labios. Pero ?c?mo modificar mi actitud? Se notar?a de lejos. Toda esa conversaci?n me fue penosa. Estoy segura de que No?llie no es una buena madre. Una mujer tan seca, tan fr?a, no puede dar a su hija lo que yo he dado a las m?as.
Lunes 22 de noviembre
No, no debo tratar de seguir a No?llie sobre su propio terreno, sino luchar en el m?o. Maurice era sensible a todos los cuidados de que yo lo rodeaba, y ahora lo descuido. Pas? el d?a poniendo orden en los armarios. Coloqu? definitivamente la ropa de verano, saqu? la naftalina y ventil? los vestidos de invierno, hice un inventario, ma?ana ir? a comprarle los calcetines, los pul?veres, los pijamas que necesita. Tambi?n le har?an falta dos buenos pares de zapatos: los elegiremos juntos cuando ?l tenga un momento libre. Es reconfortante, los armarios bien llenos con cada cosa en su sitio. Abundancia, seguridad… Las pilas de finos pa?uelos, de calcetines, de pul?veres me dieron la impresi?n de que el futuro no pod?a fallarme.
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Martes 23 de noviembre
Estoy enferma de verg?enza. Deber?a haberlo pensado. Maurice ten?a su rostro de los d?as malos cuando regres? a casa para almorzar. Casi enseguida me lanz?: ?Hiciste mal en confiar en tu amiga Diana. Le contaron a No?llie que estaba haciendo una verdadera investigaci?n sobre ella en los ambientes de abogados y entre sus relaciones comunes. Y dice por todas partes que eres t? quien se lo ha encargado. Me ruboric? y me sent? mal. Maurice no me juzgaba nunca, era mi seguridad: ?y aqu? estoy ante ?l, culpable, qu? miseria! ?Simplemente dije que me gustar?a saber qui?n es No?llie. ?Mejor hubieras hecho pregunt?ndomelo antes que dar lugar a comadreos. ?Crees que no veo a No?llie tal como es? Te equivocas. Conozco sus defectos tan bien como sus cualidades. No soy un colegial enamorado. ?As? y todo, no pienso que tu opini?n sea muy objetiva. ??Y piensas que Diana y sus compinches son objetivas? Son la malevolencia misma. Puedes estar segura de que t? tampoco te salvar?s. ?Bueno ?dije?, voy a decirle a Diana que se calle la boca. ??Te lo aconsejo! Hizo un esfuerzo para cambiar de conversaci?n. Conversamos cort?smente. Pero la verg?enza me quema. Yo misma me desmerezco ante sus ojos.
Viernes 26 de noviembre
En presencia de Maurice ya no puedo dejar de sentirme ante un juez. Piensa de m? cosas que no me dice: eso me da v?rtigo. Me miraba en sus ojos tan tranquilamente. No me ve?a a m? misma m?s que por sus ojos: una imagen demasiado halagadora quiz?, pero ni la cual, a grandes rasgos, me reconoc?a. Ahora me pregunto: ?A qui?n ve? ?Me cree mezquina, celosa, indiscreta y hasta desleal, ya que hago averiguaciones a sus espaldas? No es justo. ?l, que deja pasar tantas cosas a No?llie, ?no puede comprender mi inquieta curiosidad respecto a ella? Detesto los comadreos, fui causante de uno, de acuerdo, pero creo tener excusa. Por otra parte, ?l no ha hecho ninguna otra alusi?n a ese asunto; se muestra de una gentileza perfecta. Pero me doy cuenta de que ya no me habla con el coraz?n en la mano. A veces me parece leer en su mirada… no exactamente l?stima; se dir?a: ?una ligera burla? (Esa curiosa mirada que me ech? cuando le cont? mi salida con Quillan.) S?, es como si me viera con toda claridad y me encontrara conmovedora y algo rid?cula. Por ejemplo, cuando me sorprendi? escuchando Stockhausen; tuvo un tono indefinible para preguntar. ??Vaya! ?Te dedicas a la m?sica moderna?
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?Isabelle me pas? unos discos que le gustan. ??Le gusta Stockhausen? Es una novedad. ?Es una novedad, s?. Suele ocurrir que los gustos cambien. ??Y a ti te gusta? ?No. No entiendo nada. Se ri?, me abraz? como si mi franqueza lo hubiera tranquilizado. En realidad era calculada. Comprend? que ?l hab?a comprendido por qu? escuchaba esa m?sica y no me habr?a cre?do si hubiera pretendido que me gustaba. Resultado: no me atrever? a hablarle de mis recientes lecturas, a pesar de que, de hecho, un cierto n?mero de esas ?nuevas novelas? me hayan gustado. Inmediatamente pensar?a que quiero ganarle la partida a No?llie. ?Qu? complicado se vuelve todo desde que una empieza a tener segundas intenciones! Explicaci?n confusa con Diana. Jura por la vida de sus hijos no haber dicho que se informaba por encargo m?o. Es una hip?tesis que debe de haber hecho la misma No?llie. Reconoce haber dicho a una amiga: ?S?, en este momento me intereso por No?llie Gu?rard?. Pero realmente no era comprometido para m?. Por supuesto que fue una torpeza. Le ped? que abandonara todo, pareci? resentirse.
S?bado 27 de noviembre
Tengo que aprender a controlarme, a observarme, ?pero est? tan poco en mi naturaleza! Era espont?nea, transparente; y tambi?n serena, mientras que ahora tengo el coraz?n lleno de ansiedad y rencor. Cuando abri? una revista, no bien se levant? de la mesa, pens?: ?Eso no lo hace en casa de No?llie?, y fue m?s fuerte que yo, dije violentamente: ??No lo har?as en casa de No?llie! Por sus ojos pas? un rel?mpago. ?Quer?a solamente echar un vistazo a un art?culo ?me dijo con tono medido?. No te pongas as? por insignificancias. ?No es culpa m?a: todo me enoja. Hubo un silencio: en la mesa le hab?a contado mi d?a y no encontraba nada que decirle. Hizo un esfuerzo: ??Terminaste las Cartas de Wilde? ?No. No las he continuado. ?Dec?as que era interesante… ??Si supieras que me importa un pito Wilde, y qu? pocas ganas tengo de hablarte de ?l! Fui a poner un disco en el gram?fono:
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??Quieres que escuchemos la cantata que me trajiste? ?De acuerdo. No la escuch? mucho tiempo; los sollozos me sub?an a la garganta; la m?sica ya no era m?s que una excusa. Ya no ten?amos nada que decirnos, obsesionados por la misma historia de la que ?l se negaba a hablar. Me pregunt? con voz paciente: ??Por qu? lloras? ?Porque conmigo te aburres. Porque ya no podemos hablarnos. Has puesto barreras entre nosotros. ?Quien las levanta eres t?: no dejas de rumiar acusaciones. Lo exaspero cada d?a un poco m?s. No querr?a. Y aun as?, una parte de m? misma le quiere. Cuando parece alegre y despreocupado, me digo: ?As? es muy f?cil?. Y cualquier pretexto me sirve para alterar su tranquilidad.
Lunes 30 de noviembre
Me sorprend?a que Maurice todav?a no hubiera hablado de las vacaciones de invierno. Ayer por la noche, al volver del cine, le pregunt? ad?nde le gustar?a ir este a?o. Me contest? evasivamente que no lo hab?a pensado. Ol? algo raro. Comienzo a tener olfato, y no es dif?cil; por otra parte, siempre hay algo malo. Insist?. Dijo muy r?pidamente, sin mirarme: ?Iremos a donde quieras; pero debo prevenirte de que cuento pasar tambi?n algunos d?as con No?llie en Courchevel. Siempre espero lo peor; y siempre es peor de lo que esperaba: ??Cu?ntos d?as? ?Unos diez. ??Y cu?ntos d?as te quedar?s conmigo? ?Unos diez d?as. ??Es demasiado! ?Me coges la mitad de nuestras vacaciones para d?rselas a No?llie! La c?lera me cortaba la palabra. Logr? articular: ??Hab?is decidido eso juntos, sin consultarme? ?No, todav?a no le he hablado de ello ?me respondi?. Dije: ??Y bien, contin?a as?! No le hables de ello. Me dijo con voz mesurada: ?Tengo ganas de esos diez d?as con ella. Hab?a en esas palabras una amenaza apenas velada: si me privas de esto, nuestra estancia en la monta?a ser? un infierno. Me daba n?useas la idea de que yo iba a ceder a ese chantaje. ?Basta de concesiones! No me sirve para nada y me da asco. Hay que mirar las cosas de frente. No se trata de una aventura. Divide
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su vida en dos partes y a m? no me toca la mejor. Ya basta. Dentro de un rato le dir?: ?O ella o yo?.
Martes 1 de diciembre
As? que no me equivocaba: ha sido una maniobra. Antes de llegar a una confesi?n completa, me ?cans??, como se cansa al toro. Confesi?n sospechosa que en s? misma es una maniobra. ?Hay que creerla? No he estado ocho a?os ciega. Despu?s ?l me dijo que eso era falso. ?O es en ese momento cuando ment?a? ?D?nde est? la verdad? ?A?n existe? ?En qu? estado de c?lera lo he puesto! ?He estado verdaderamente tan insultante? Uno no recuerda bien las cosas que dice, sobre todo en el estado en que yo me encontraba. Quer?a herirlo, es cierto; lo he logrado demasiado bien. Sin embargo, comenc? con mucha calma: ?No acepto el reparto: hay que elegir?. Tuvo el aspecto abrumado del tipo que se dice: ??Listo! ?Ten?a que suceder! ?C?mo me escapo!?. Adopt? su voz m?s acariciante: ?Te ruego. No me pidas romper ahora con No?llie. No ahora. ?S?, ahora. Esta historia ya ha durado bastante; he tolerado demasiado. Lo mir? desafiante: ?En fin, ?qui?n te importa m?s?, ?ella o yo? ?T?, por supuesto ?dijo con voz neutra. Y agreg??: Pero No?llie tambi?n me importa. Vi todo rojo: ?Entonces confiesa la verdad. ?Ella te importa m?s! ?Y bien, vete a buscarla! Vete de aqu?. Vete enseguida. Toma tus cosas y vete. Saqu? su maleta del ropero, desordenadamente ech? en ella ropa interior, descolgu? cinturones. Me tom? por el brazo: ??Basta!?. Segu?. Quer?a que se fuera; verdaderamente lo quer?a, era sincera. Sincera porque no cre?a que lo har?a. Era como un espantoso psicodrama en el que uno juega a la verdad. Es la verdad, pero uno juega. Grit?: ?Vete a buscar a esa zorra, esa intrigante, esa abogadita turbia. Me sujet? por las mu?ecas: ?Retira lo que acabas de decir. ?No. Es una tipa asquerosa. Te ha conseguido con halagos. La prefieres a m? por vanidad. Sacrificas nuestro amor a tu vanidad. ?l repet?a: ?C?llate?. Pero yo segu?a. Confusamente dec?a todo lo que pensaba de No?llie, y tambi?n de ?l. S?, lo recuerdo vagamente. Le dije que se dejaba enga?ar lastimosamente, que se volv?a esnob y ambicioso, que ya no era el hombre que yo hab?a querido, que antes ten?a coraz?n, se consagraba a los dem?s; ahora era seco, ego?sta, solamente su carrera le interesaba.
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??Qui?n es ego?sta? ?grit?. Y me quit? la palabra. La ego?sta era yo, yo que no hab?a dudado en hacerle dejar el internado, que hubiera querido tenerlo toda la vida en la mediocridad para conservarlo en casa, que estoy celosa de su trabajo: una castradora… Grit?. El internado, lo dej? ?l de buena gana. Me quer?a. S?, pero no quer?a casarse enseguida, yo lo sab?a, y en cuanto al ni?o habr?amos podido arreglarnos. ??C?llate! Hemos sido felices, apasionadamente felices: dec?as que no viv?as m?s que para nuestro amor. ?Era verdad: no me hab?as dejado nada m?s. Deber?as haber pensado que un d?a sufrir?a por ello. Y cuando quise evadirme hiciste lo imposible para imped?rmelo. Ya no me acuerdo de las frases exactas, pero ?ste era el sentido de esa escena espantosa Yo era posesiva, imperiosa, abusiva tanto con mis hijas como con ?l. ?Empujaste a Colette a un casamiento idiota; y para huir de ti, Lucienne se ha ido. Eso me puso fuera de m?; de nuevo grit?, llor?. En un momento dado dije: ?Si piensas tan mal de m?; ?c?mo puedes quererme a?n? Y me ech? en cara: ?Ya no te quiero. ?Despu?s de las escenas de hace diez a?os dej? de quererte! ??Mientes! ?Mientes para hacerme sufrir! ?Eres t? quien se miente. Pretendes amar la verdad: d?jame dec?rtela. Tomaremos una decisi?n despu?s. As? pues, desde hace ocho a?os no me quiere y se ha acostado con mujeres; con la peque?a Pellerin, durante dos a?os; con una paciente sudamericana de la cual lo ignoro todo; con una enfermera de la cl?nica; finalmente, desde hace dieciocho meses con No?llie. Grit?, estaba al borde del ataque de nervios. Entonces me dio un calmante, su voz cambi?: ?Escucha, no pienso lo que acabo de decirte. ?Pero eres tan injusta que me vuelves injusto! Me ha enga?ado, s?, es verdad. Pero nunca he dejado de importarle. Le ped? que se fuera. Me qued? postrada, tratando de comprender esa escena, desenredar lo verdadero de lo falso. Un recuerdo reapareci?. Hace tres a?os, yo hab?a regresado a casa sin que ?l me oyera. Re?a, estaba hablando por tel?fono: era risa tierna y c?mplice que conozco bien. No o? las palabras: ?nicamente esa ternura c?mplice en su voz. El suelo se fundi?: estaba en otra vida en la que Maurice me habr?a enga?ado y yo tendr?a que sufrir hasta gritar. Me acerqu? ruidosamente: ??Con qui?n hablas? ?Con mi enfermera. ?Le hablas muy amistosamente.
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??Ah!, es una joven encantadora, la adoro ?me dijo, con toda naturalidad. Volv? a encontrarme en mi vida, cerca del hombre que me amaba. Por otra parte, si lo hubiera visto en una cama con una mujer, no habr?a dado cr?dito a mis ojos. (Y sin embargo, el recuerdo est? all?, intacto, doloroso.) Se ha acostado con esas mujeres; pero ?ya entonces no me quer?a? ?Y qu? hay de cierto en sus reproches? Sabe muy bien que acerca del internado y nuestro casamiento todo lo decidimos juntos: antes de esta ma?ana, nunca hab?a pretendido lo contrario. Se ha fabricado esas quejas para excusarse de enga?arme: es menos culpable si yo tengo la culpa. As? y todo, ?por qu? ha elegido esas acusaciones? ?Por qu? esa frase acerca de las ni?as? Estoy tan orgullosa de haber tenido ?xito con ellas, cada una de manera diferente, de acuerdo con su propia ?ndole… Colette, como yo, ten?a vocaci?n hogare?a: ?a t?tulo de qu? tendr?a yo que haberla contrariado? Lucienne quer?a volar con sus propias alas: no se lo imped?. ?Por qu? tanto rencor injusto en Maurice? Me duele la cabeza y ya no veo nada claro. Llam? por tel?fono a Colette. Acababa de irse: medianoche. Me hizo bien, me hizo mal, ya no s? d?nde est? mi bien ni mi mal. No, yo no era autoritaria, posesiva, absorbente; me asegur? efusivamente que yo era una madre ideal y que su padre y yo nos entend?amos perfectamente. A Lucienne, como a muchas j?venes, la vida familiar le pesaba, pero no era mi culpa. (Lucienne ten?a relaciones complicadas conmigo porque ella adoraba a su padre, un complejo de Edipo cl?sico: eso no prueba nada en mi contra.) Se irrit?: ?Me parece asqueroso de parte de pap? haberte dicho lo que te ha dicho. Pero ella siempre ha estado celosa de Maurice, a causa de Lucienne; agresiva a su respecto, demasiado apresurada para juzgarlo en falta. Demasiado deseosa de reconfortarme. Lucienne, con su dureza aguda, me hubiera informado mejor. He hablado durante horas con Colette y no por ello he avanzado m?s. Me encuentro en una situaci?n sin salida. Si Maurice es un canalla, he desperdiciado mi vida am?ndolo. Pero a lo mejor ten?a razones para no soportarme m?s. Entonces debo considerarme odiosa, despreciable, incluso sin saber por qu?. Las dos hip?tesis son atroces.
Mi?rcoles 2 de diciembre
Isabelle opina (o por lo menos lo dice) que Maurice no pensaba ni la cuarta parte de lo que dijo. Tuvo aventuras sin confes?rmelas: es banal. Ella siempre me ha repetido que una fidelidad de veinte a?os no era posible para un hombre. Evidentemente, Maurice hubiera hecho mejor hablando, pero se sinti? atado por sus juramentos. Sus quejas en mi contra, sin duda acaba de inventarlas: si se hubiera casado conmigo a desgana, yo me habr?a dado cuenta, no habr?amos
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sido tan felices. Ella me aconseja borrar todo esto. Se obstina en pensar que soy yo quien tiene la sart?n por el mango. Los hombres eligen lo m?s f?cil: es m?s f?cil quedarse con su mujer que aventurarse en una vida nueva. Me hizo concertar una cita por tel?fono con una de sus viejas amigas, que es ginec?loga, que conoce muy bien los problemas de la pareja y que podr? ayudarme, piensa ella, a ver claro en mi historia. Bueno. Maurice est? lleno de atenciones, desde el lunes, como todas las veces en que ha llegado demasiado lejos. ??Por qu? me has dejado vivir ocho a?os en la mentira? ?No quer?a causarte pena. ?Habr?as debido decirme que ya no me quer?as. ?Pero no es verdad: te lo dije por c?lera; siempre te he querido. Te quiero. ?No puedes quererme si piensas la mitad de lo que me dijiste. ?De veras piensas que he sido una madre abusiva? Decididamente, de todas las maldades que me ech? en cara, ?sa es la que m?s me ha sublevado. ?Abusiva es algo exagerado. ??Pero? ?Siempre te dije que mimabas demasiado a las chicas. Colette reaccion? amold?ndose demasiado d?cilmente a ti y Lucienne por un antagonismo que con frecuencia te ha sido penoso. ?Pero que finalmente la ayud? a realizarse. ?Est? contenta de su suerte y Colette de la suya! ?Qu? m?s quieres? ?Si de veras est?n contentas… No insist?. Su cabeza est? llena de segundas intenciones. Pero hay respuestas que no soportar?a escuchar: no hago las preguntas.
Viernes 4 de diciembre
Recuerdos implacables. ?C?mo hab?a logrado alejarlos, neutralizarlos? Una cierta manera de mirar, hace dos a?os, en Mykonos, cuando me dijo: ?Pero c?mprate un traje de ba?o de una pieza?. Ya s?, ya sab?a: algo de celulitis en los muslos, el vientre ya no tan liso. Pero yo cre?a que a ?l no le importaba. Cuando Lucienne se burlaba de las gordas matronas en biquini, ?l protestaba: ??Y qu? pasa? ?A qui?n molesta? Que uno envejezca no es una raz?n para privar al cuerpo de aire y sol?. Yo ten?a ganas de sol y de aire, no molestaba a nadie. Y sin embargo ?quiz?s a causa de las muy hermosas j?venes que frecuentaban la playa? me dijo: ?Pero c?mprate un traje de ba?o de una pieza?. Por otra parte, nunca lo he comprado. Y despu?s hubo esa discusi?n, el a?o pasado, la noche en que los Talbot vinieron a comer con los Couturier. Talbot se daba aires de gran patr?n, felicit?
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a Maurice por un informe sobre el origen de ciertos virus, y Maurice parec?a halagado como un escolar a quien se otorga el premio de excelencia. Eso me irrit? porque Talbot no me gusta; cuando dice de alguien: ??Es un valor!?, lo abofetear?a. Despu?s de su marcha, dije riendo a Maurice: ?Dentro de muy poco tiempo Talbot va a decir de ti: ?Es un valor! ?Qu? suerte tienes! Se enfad?. Me reproch? m?s vivamente que de costumbre no ocuparme de su trabajo y menospreciar sus ?xitos. Me dijo que no importaba ser estimado en conjunto si en detalle nunca me muestro interesada por lo que hace. Hab?a tanta acrimonia en su voz que de pronto se me hel? la sangre: ??Qu? hostilidad! Pareci? desconcertado: ??No digas tonter?as! Despu?s me convenci? de que era una discusi?n parecida a muchas otras. Pero sent? que el fr?o de la muerte me hab?a rozado.
Celosa de su trabajo: debo reconocer que no es falso. Durante diez a?os, a trav?s de Maurice hice una experiencia que me apasionaba: la relaci?n del m?dico con el enfermo. Yo participaba, lo aconsejaba. Ese lazo entre nosotros, tan importante para m?, ?l ha preferido romperlo. Entonces, en asistir desde lejos, pasivamente, a sus progresos, confieso no haber puesto en ello casi ninguna buena voluntad. Me dejan fr?a, s?: lo que yo admiro en ?l es el ser humano, no el investigador. Pero castradora, la palabra es injusta. Solamente me negu? a fingir entusiasmos que no sent?a: a ?l le gustaba mi sinceridad. No quiero creer que haya herido su vanidad. Maurice no tiene peque?eces. ?O las tiene y No?llie sabe explotarlas? Idea odiosa. Todo se entremezcla en mi cabeza. Cre?a saber qui?n era yo, qui?n era ?l: y repentinamente ya no nos reconozco, ni a ?l ni a m?.
Domingo 6 de diciembre
Cuando esto sucede a los dem?s, parece un acontecimiento limitado, f?cil de delimitar, de superar. Y una se encuentra absolutamente sola en una experiencia vertiginosa a la cual la imaginaci?n ni siquiera se ha aproximado. Las noches que Maurice pasa en casa de No?llie temo no dormir y tengo miedo de dormir. Esa cama vac?a al lado de la m?a, esa s?bana lisa y fr?a… Ya puedo tomar somn?feros; de todos modos, sue?o. Con frecuencia en sue?os me desvanezco de desdicha. Me quedo all? bajo la mirada de Maurice, paralizada con todo el dolor del mundo sobre mi rostro. Espero que se precipite hacia m?. Me lanza una mirada indiferente y se aleja. Me despert?, era todav?a de noche; sent?a el peso de las tinieblas, estaba en un corredor, me internaba en ?l, se volv?a cada vez m?s estrecho, yo respiraba apenas; muy pronto har?a falta
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arrastrarse y me quedar?a atrapada all? hasta expirar. Grit?. Y me puse a llamarlo m?s dulcemente, en l?grimas. Todas las noches le llamo; no a ?l: al otro, al que me amaba. Y me pregunto si no preferir?a que estuviera muerto. Me dec?a: la muerte es el ?nico mal irreparable; si me dejara, me curar?a. La muerte era horrible porque era posible, la ruptura soportable porque no me la imaginaba. Pero de hecho, me digo que si estuviera muerto al menos sabr?a a qui?n he perdido y qui?n soy yo. Ya no s? nada m?s. Mi vida anterior se ha desmoronado enteramente, como durante esos temblores de tierra en que el suelo se devora a s? mismo; se hunde a nuestra espalda a medida que uno huye. No hay retorno. La casa ha desaparecido, y la aldea y todo el valle. Incluso si uno sobrevive, nada queda, ni siquiera el lugar que uno ha ocupado en este mundo. Me siento tan deshecha por la ma?ana que, si la criada no viniera a las diez, me quedar?a en cama todos los d?as (como hago los domingos) hasta pasado mediod?a, o a lo mejor, cuando Maurice no viene a almorzar, todo el d?a. La se?ora Dormoy se da cuenta de que algo no anda bien. Al retirar la bandeja del desayuno, me dice en tono de reproche: ??No ha comido nada! Insiste, y a veces como una tostada para que me deje en paz. Pero los bocados no me pasan.
?Por qu? ya no me quiere? Habr?a que saber por qu? me ha querido. Una no se plantea la cuesti?n. Incluso si no se es ni orgullosa ni narcisista, es tan extraordinario ser una misma, justamente una misma, esto es tan ?nico que parece natural que sea ?nico tambi?n para alguien m?s. Me quer?a, es todo. Y para siempre, ya que siempre ser? yo. (Y me he sorprendido, en otras mujeres, de esta ceguera. Raro es que una no pueda comprender su propia historia m?s que ayud?ndose con la experiencia de las dem?s; que no es la m?a, que no ayuda.)
Fantas?as idiotas. Un film visto cuando era chica. Una esposa iba a buscar a la amante de su marido: ?Para usted no es m?s que un capricho. ?Yo le amo!?. Y la amante, conmovida, la enviaba en lugar de ella a la cita nocturna. En la oscuridad su marido la tomaba por la otra y a la ma?ana, arrepentido, volv?a a ella. Era un viejo film mudo, que el cine Studio presentaba con una intenci?n on?rica pero que me hab?a conmovido mucho. Vuelvo a ver el largo vestido de la mujer, sus rodetes. ?Hablar a No?llie? Pero para ella esto no es un capricho: una maniobra. Me dir?a que le ama; y con certeza a ella le importa todo lo que ?l puede dar a una mujer, actualmente. Yo le am? cuando ten?a veintitr?s a?os, un futuro incierto, dificultades. Le am? sin garant?as: renunci? a hacer una carrera yo misma. No lamento nada, por otra parte.
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Lunes 7 de diciembre
Colette, Diana, Isabelle: ?yo, a quien no gustaban las confidencias! Y esta tarde Marie Lambert. Tiene una gran experiencia. Querr?a que pudiera esclarecerme. Lo que se destaca de nuestra larga conversaci?n es hasta qu? punto yo misma comprendo mal mi historia. S? de memoria todo mi pasado y de pronto ya no s? nada. Me pidi? un breve resumen escrito. Probemos. De la medicina, tal como pap? la ejerc?a en su consultorio de Banolet, pensaba que no hab?a ninguna profesi?n m?s hermosa. Pero durante mi primer a?o me sent? impresionada, asqueada, superada por el horror cotidiano. Me di por vencida muchas veces. Maurice era externo y desde la primera mirada lo que le? en su rostro me emocion?. Uno y otro no hab?amos tenido m?s que cortas aventuras. Nos amamos. Fue el amor loco, el amor prudente: el amor. Ha sido cruelmente injusto cuando me dijo el otro d?a que yo lo hab?a alejado del internado: hasta ese momento siempre hab?a tomado la entera responsabilidad de su decisi?n. Estaba harto de ser estudiante. Quer?a una vida de adulto, un hogar. Al pacto de fidelidad que hicimos, era ?l el que se aferraba m?s que yo, porque el nuevo casamiento de su madre le hab?a dejado un horror enfermizo por las rupturas, las separaciones. Nos casamos en el verano de 1944, y el comienzo de nuestra felicidad coincidi? con la alegr?a embriagadora de la Liberaci?n. Maurice se sent?a atra?do por la medicina social. Encontr? un empleo en Simca. Era menos absorbente que ser m?dico de barrio y a ?l le gustaba su clientela de obreros. Maurice se sinti? decepcionado por la posguerra. Su trabajo en Simca comenz? a aburrirlo. Couturier (que hab?a logrado acabar el internado) lo convenci? para entrar con ?l en la policl?nica de Talbot, trabajar en su equipo, especializarse. Sin duda ?Marie Lambert me lo hizo ver? yo luch? demasiado violentamente contra su decisi?n, hace ya diez a?os; sin duda le demostr? demasiado que yo no me hab?a resignado en el fondo de mi coraz?n. Pero no es una raz?n suficiente para haber dejado de amarme. ?Qu? relaci?n hay exactamente entre su cambio de vida y el de sus sentimientos? Ella me pregunt? si con frecuencia me hac?a reproches, cr?ticas. ?Oh!, discutiendo, los dos tenemos la sangre caliente. Pero nunca es grave. Por lo menos para m?. ?Nuestra vida sexual? No s? en qu? momento perdi? su calor. ?Qui?n de los dos se cans? primero? Me ha sucedido irritarme por su indiferencia: de ah? mi flirteo con Quillan. ?Pero quiz? mi frialdad le hab?a decepcionado? Es secundario, me parece. Eso podr?a explicar que se haya acostado con otras mujeres, no que se haya separado de m?. Ni que se haya chiflado por No?llie. ?Por qu? ella? Si por lo menos fuera verdaderamente hermosa, verdaderamente joven, o notablemente inteligente, yo comprender?a. Sufrir?a, pero comprender?a. Tiene treinta y ocho a?os, es agradable sin m?s, y muy
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superficial. ?Entonces, por qu?? Dije a Marie Lambert: ?Estoy segura de que valgo m?s que ella. Sonri?: ?La cuesti?n no es ?sa. ?D?nde est? la cuesti?n? Salvo la novedad y un bonito cuerpo, ?qu? es lo que puede dar a Maurice que yo no le d?? Ella dice: ?Jam?s comprendemos los amores de los dem?s. Pero tengo una convicci?n que expreso con dificultad. Conmigo Maurice tiene una relaci?n en profundidad, que compromete lo que en ?l hay de esencial y que por lo tanto es indestructible. No est? ligado a No?llie sino por sus sentimientos m?s exteriores: cada uno de ellos podr?a amar a otro. Maurice y yo estamos soldados. El fallo consiste en que mi relaci?n con Maurice no es indestructible, ya que ?l la destruye. ?O lo es? ?No siente por No?llie m?s que un antojo que adopta aspectos de pasi?n pero va a disiparse? ?Ah!, esas espinas de esperanza que de vez en cuando me atraviesan el coraz?n, m?s dolorosas que la misma desesperaci?n. Hay otra cuesti?n a la que doy vueltas en mi cabeza, a la que verdaderamente ?l no contest?: ?Por qu? me ha hablado ahora, y no antes? Desde todo punto de vista deber?a haberme prevenido. Yo tambi?n habr?a tenido asuntos. Y habr?a trabajado; hace ocho a?os, habr?a encontrado el valor de hacer algo; no habr?a ese vac?o alrededor de m?. Esto es lo que choc? m?s a Marie Lambert: que por su silencio Maurice me haya negado la posibilidad de afrontar, armada, una ruptura. Desde el momento en que dud? de sus sentimientos, debi? impulsarme a construirme una vida independiente de ?l. Ella supone, y yo tambi?n, que Maurice se call? para asegurar a sus hijas un hogar feliz. Cuando yo me felicitaba de la ausencia de Lucienne, despu?s de sus primeras revelaciones, me enga?aba: no se trataba de un azar. Pero entonces es monstruoso: ha elegido para abandonarme el momento en que ya no ten?a a mis hijas. Imposible admitir que haya consagrado toda mi vida al amor de un hombre tan ego?sta. ?Con seguridad soy injusta! Marie Lambert me lo dijo, por otra parte: ?Habr?a que conocer su punto de vista. En estas historias de ruptura, contadas por la mujer, uno no entiende nunca nada?. Es el ?misterio masculino?, mucho m?s impenetrable que el ?misterio femenino?. Le suger? que hablara con Maurice; se neg?; yo tendr?a menos confianza en ella si ella le conociera. Fue muy amistosa: pero aun as?, con reticencias, con titubeos. Decididamente, la persona que me ser?a m?s ?til es Lucienne, con su sentido cr?tico tan agudo; todos estos a?os ha vivido en un estado de semihostilidad respecto a m? que le permitir?a aclararme las cosas. Pero por carta no me dir?a m?s que banalidades.
Jueves 10 de diciembre
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Al ir a casa de Couturier, que no vive lejos de la de No?llie, cre? reconocer el coche. No. Pero cada vez que veo un Dauphine deportivo verde oscuro, con un techo gris y dentro una manta verde y roja, me parece que es el mismo que el que yo llamaba nuestro autom?vil, que ahora es su autom?vil, puesto que nuestras vidas ya no se confunden. Y siento angustia. Antes yo sab?a siempre exactamente d?nde estaba ?l, qu? hac?a. Ahora puede estar en cualquier parte: justamente all? donde veo ese coche. Era incongruente ir a ver a Couturier, y pareci? muy embarazado cuando le anunci? por tel?fono mi visita. Pero quiero comprender. ?S? que usted es amigo de Maurice antes que nada ?le dije al llegar?. No vengo a pedirle informaciones: ?nicamente a que me d? el punto de vista de un hombre acerca de esta situaci?n. Se tranquiliz?. Pero no me dijo absolutamente nada. El hombre necesita cambios m?s que la mujer. Una fidelidad de catorce a?os ya es algo muy escaso. Mentir es normal: uno no quiera causar pena. Y cuando uno se enfada, dice cosas que no piensa. Seguramente que Maurice todav?a me quiere: se puede querer a dos personas de diferentes modos… Todos os explican lo que es normal, es decir lo que sucede a los dem?s. ?Y yo trato de utilizar esta clave universal! Como si lo que estuviera en juego no fuera Maurice, yo, y lo que hay de ?nico en nuestro amor.
?Si habr? ca?do bajo! Tuve un sobresalto de esperanza al leer en un semanario que en el plano amoroso esta semana los sagitario obtendr?an un ?xito importante. En compensaci?n, me entristec? hojeando en casa de Diana un librito de astrolog?a: parece que sagitarios y capricornios no son de ninguna manera el uno para el otro. Pregunt? a Diana si sab?a cu?l era el signo de No?llie. No. Me guarda rencor desde nuestra desagradable explicaci?n, y se regode? dici?ndome que No?llie le hab?a hablado un poco m?s largamente de Maurice. Ella no renunciar? jam?s a ?l, ni ?l a ella. En cuanto a m?, soy una mujer muy buena (esa f?rmula le gusta, parece), pero no aprecio a Maurice en su verdadero valor. Me cost? contenerme cuando Diana me repiti? esta frase. ?Maurice se habr? quejado de m? a No?llie? ?T?, por lo menos, te interesas por mi carrera.? No, no puede haberle dicho eso, no quiero creerlo. Su verdadero valor… el de Maurice no se reduce a su ?xito social, lo sabe muy bien ?l mismo, es otra cosa lo que a ?l le conmueve de la gente. ?O me equivoco respecto a ?l? ?Tiene un lado fr?volo, mundano que cerca de No?llie se desarrollar?a? He tenido que esforzarme por re?r. Y despu?s dije que, as? y todo, querr?a comprender qu? es lo que los hombres encuentran en No?llie. Diana me dio una idea: hacer analizar nuestras tres caligraf?as; me indic? una direcci?n y me dio una carta (sin inter?s) de No?llie. Busqu? una de las cartas recientes de Maurice, escrib? al graf?logo una nota en la que le ped?a una respuesta r?pida y fui a dejarlo todo en su porter?a.
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S?bado 12
Me siento confundida por los an?lisis del graf?logo. La caligraf?a m?s interesante, seg?n ?l, es la de Maurice: gran inteligencia, amplia cultura, capacidad de trabajo, bastante reservado (resumo). En cuanto a m?, me encuentra muchas cualidades: equilibrio, alegr?a, franqueza, aguda preocupaci?n por los dem?s; tambi?n not? una especie de avidez afectiva que arriesga hacerme algo pesada a los que me rodean. Esto concuerda con lo que me reprocha Maurice: ser absorbente, posesiva. S? muy bien que esa tendencia existe en m?: ?pero la he combatido tan en?rgicamente! He hecho tal esfuerzo para dejar libres a Colette y a Lucienne, no apabullarlas con preguntas, respetar sus secretos. Y a Maurice: ?con tanta frecuencia he reprimido mi solicitud, contenido mis impulsos, evitado entrar en su despacho a pesar de las ganas que ten?a o comerle con los ojos cuando le?a a mi lado! Quer?a estar al mismo tiempo presente y liviana para ellos: ?he fracasado? La grafolog?a revela las tendencias m?s que las conductas. Y Maurice me atac? por c?lera. Su veredicto me deja insegura. De todas maneras, aunque yo sea algo excesiva, demasiado demostrativa, demasiado atenta, en resumen, algo molesta, no es una raz?n suficiente para que Maurice prefiera a No?llie. En cuanto a ella, su retrato, aunque es m?s contrastado que el m?o y supone m?s defectos, me parece a fin de cuentas m?s halagador. Es ambiciosa, le gusta aparentar pero tiene una sensibilidad matizada, mucha energ?a, generosidad y una inteligencia muy viva. No pretende ser alguien extraordinario; pero No?llie es tan superficial que no puede ser superior a m?, aun por la inteligencia. Ser? preciso que haga hacer un an?lisis comparativo. De todos modos, la grafolog?a no es una ciencia exacta. Me torturo. ?C?mo me ven los dem?s? Y objetivamente, ?qui?n soy? ?Soy menos inteligente de lo que imagino? ?ste es el tipo de preguntas que es in?til plantear, nadie se atrever? a contestarme que soy tonta. ?Y c?mo saber? Todo el mundo se cree inteligente, hasta las personas que a m? me parecen est?pidas. Por eso una mujer siempre es m?s sensible a los cumplidos que se le hacen sobre su f?sico que a los que conciernen a su esp?ritu: en lo que hace al esp?ritu, tiene sus evidencias ?ntimas, que todo el mundo tiene y que en consecuencia no prueban nada. Para conocer sus propios l?mites habr?a que poder superarlos: eso es saltar por encima de su propia sombra. Yo comprendo siempre lo que me dicen, lo que leo: ?pero a lo mejor comprendo demasiado deprisa, al no saber captar las riquezas y las dificultades de una idea? ?Esas son las deficiencias que me impiden percibir la superioridad de No?llie?
S?bado por la noche
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?Ser? ?ste el ?xito prometido esta semana a los sagitario? Por tel?fono Diana me comunic? una novedad que puede tener una importancia decisiva: No?llie estar?a acost?ndose con el editor Jacques Vallin. Es la misma se?ora Vallin quien se lo dijo a una amiga de Diana: intercept? unas cartas y detesta a No?llie. ?C?mo hac?rselo saber a Maurice? Est? tan seguro del amor de No?llie, se caer?a de las nubes. Lo que pasa es que no me creer?a. Me har?an falta pruebas. Pero no puedo ir a buscar a la se?ora Vallin, a quien no conozco, y pedirle las cartas. Vallin es muy rico. Entre ?l y Maurice, No?llie lo elegir?a a ?l si consintiera en divorciarse. ?Qu? intrigante! Si al menos pudiera estimarla yo sufrir?a menos. (Ya s?. Otra mujer est? dici?ndose acerca de su rival: si al menos pudiera despreciarla, sufrir?a menos. Por lo dem?s, yo misma he pensado: la estimo demasiado poco como para sufrir.)
Domingo 13
He ense?ado a Isabelle las respuestas del graf?logo: no pareci? convencida, no cree en la grafolog?a. Sin embargo, la avidez afectiva que se?ala el an?lisis encaja muy bien con los reproches de Maurice del otro d?a, le he hecho notar. Y s? que en efecto yo espero mucho de las personas; quiz? les pido demasiado. ?Evidentemente. Como vives mucho para los dem?s, vives tambi?n mucho a trav?s de ellos ?me dijo?. Pero el amor, la amistad, es eso: una especie de simbiosis. ?Pero para alguien que se negara a la simbiosis ?soy abrumadora? ?Se abruma a las personas que no quieren ser queridas cuando se las quiere, es una cuesti?n de situaci?n, no de car?cter. Le ped? que hiciera un esfuerzo, que me dijera c?mo me ve?a ella, qu? pensaba de m?. Sonri?. ?En realidad yo no te veo. Eres mi amiga, est?s ah?. Sostuvo que cuando nada est? en juego, nos gusta o no nos gusta estar con la gente pero no nos hacemos ninguna idea sobre ella. A ella le gusta estar conmigo, eso es todo. ?Con franqueza, muy francamente, ?me encuentras inteligente? ?Claro. Salvo cuando me planteas esta pregunta. Si las dos somos idiotas, cada una de nosotras encuentra a la otra inteligente: ?y eso qu? prueba? Me repiti? que en este asunto mis cualidades y mis defectos no estaban en cuesti?n: lo que atrae a Maurice es la novedad; dieciocho meses; todav?a es novedad.
Lunes 14
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El espantoso descenso al fondo de la tristeza. Por lo mismo que se est? triste, no se tienen ganas de hacer nada alegre. Ya nunca pongo un disco cuando me levanto. Ya nunca escucho m?sica, no voy al cine, no me compro nada que me guste. Me he levantado al o?r llegar a la se?ora Dormoy. He tomado mi t?, he comido una tostada por hacerle un favor. Y miro esta jornada todav?a que voy a tener que vivir. Y me digo… Llamaron al timbre. Un recadero me puso en los brazos un gran ramo de lilas y rosas con una nota: FELIZ CUMPLEA?OS. MAURICE. No bien se cerr? la puerta, me deshice en l?grimas. Me defiendo de la agitaci?n, de t?tricos proyectos, del odio: y estas flores, ese recuerdo de dulzuras perdidas, irremediablemente perdidas, abat?an todas mis defensas. Hacia la una la llave gir? en la cerradura y en mi boca hubo ese gusto espantoso, el sabor del miedo. (Exactamente el mismo que cuando iba a la cl?nica a ver a mi padre agonizante.) Esa presencia familiar como mi propia imagen, mi raz?n de vivir, mi alegr?a, ahora es este extranjero, este juez, este enemigo: mi coraz?n late de terror cuando empuja la puerta. Vino hacia m? r?pidamente, me sonri? al tomarme en sus brazos: ?Feliz cumplea?os, querida. Llor? sobre su hombro, silenciosamente. ?l acariciaba mis cabellos: ?No llores. No quiero que seas muy desdichada. Te quiero tanto. ?Me dijiste que desde hace ocho a?os no me quer?as. ?No. Despu?s te dije que no era verdad. Me importas mucho. ??Pero ya no me amas? ?Hay tantas clases de amor. Nos sentamos, hablamos. Yo le hablaba como a Isabelle o a Marie Lambert, con confianza, amistad, despreocupaci?n: como si no se hubiera tratado de nuestra propia historia. Era un problema que discut?amos imparcialmente, gratuitamente, como hemos discutido tantos otros. Me sorprend? nuevamente de su silencio de ocho a?os. Me repiti?: ?Dec?as que te morir?as de pena… ?T? me autorizabas a decirlo: la idea de una infidelidad parec?a angustiarte hasta tal punto… ?Me angustiaba. Por eso me call?: para que todo pasara como si yo no te enga?ase… Era magia… Y tambi?n ten?a verg?enza, evidentemente… Dije que sobre todo quer?a comprender por qu? este a?o me hab?a hablado. Admiti? que en parte era porque sus relaciones con No?llie lo exig?an, pero tambi?n, dijo, pensaba que yo ten?a derecho a la verdad. ?Pero no dijiste la verdad. ?Por verg?enza de haberte mentido. Me envolv?a con esa mirada sombr?a y c?lida que parece abrirlo ante m? hasta lo m?s profundo de su coraz?n, ?ntegramente entregado, parec?a, inocente y tierno, como anta?o. ?Tu culpa m?s grande ?dije? es haberme dejado aletargar en la
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confianza. Aqu? estoy, a los cuarenta y cuatro a?os, las manos vac?as, sin profesi?n, sin otro inter?s que t? en la vida. Si me hubieras avisado hace ocho a?os, me habr?a organizado una vida independiente y aceptar?a m?s f?cilmente la situaci?n. ??Pero Monique! ?me dijo estupefacto?. Insist? much?simo, hace siete a?os, para que aceptaras ese puesto de secretaria en la Revista m?dica. Se te presentaba muy bien y pod?as llegar a un puesto interesante: ?no quisiste! Casi hab?a olvidado esta proposici?n a tal punto me hab?a parecido inoportuna: ?Pasar el d?a lejos de casa y de las ni?as por cien mil francos al mes no ve?a qu? inter?s pod?a tener ?dije. ?Eso fue lo que me contestaste. Insist? mucho. ?Si me hubieras dicho tus verdaderos motivos, que ya no era todo para ti y que ten?a tambi?n yo que tomar mis precauciones, habr?a aceptado. ?En Mougins, de nuevo te propuse trabajar. ?Te negaste otra vez! ?En ese momento tu amor me bastaba. ?A?n est?s a tiempo ?dijo?. Me ser? f?cil encontrarte una ocupaci?n. ??Crees que eso me consolar?a? Hace ocho a?os me hubiera parecido menos absurdo; hubiera tenido m?s posibilidades de llegar a algo. Pero ahora… Machacamos largo rato sobre el asunto. Me doy perfecta cuenta que aliviar?a su conciencia si me ofreciera algo qu? hacer. No tengo ningunas ganas de aliviarla. Volv? sobre nuestra conversaci?n del primero de diciembre: una fecha; ?me juzga verdaderamente ego?sta, imperiosa, absorbente? ?Aunque estuvieras enojado, ?inventaste todo eso de cabo a rabo? Titube?, sonri?, explic?. Yo tengo los defectos correspondientes a mis cualidades. Soy atenta, vigilante, es algo precioso, pero a veces, cuando uno est? de mal humor, cansa. Soy tan fiel al pasado que el menor olvido parece un crimen, que uno se siente culpable cuando cambia de gusto o de opini?n. Concedido. ?Pero me guarda rencor? Me lo guard? hace diez a?os, lo s? bien, discutimos bastante; pero es algo terminado puesto que hizo lo que quer?a y a la larga yo le di la raz?n. Y nuestro casamiento, ??l considera que yo le forc? la mano? En absoluto; decidimos juntos… ?Pero el otro d?a me reprochaste no interesarme por tu trabajo. ?Lo lamento un poco, es cierto; pero me parecer?a m?s lamentable que te esforzaras por interesarte simplemente para darme ese placer. Su voz era tan alentadora que me atrev? a plantear la pregunta que m?s me angustia: ??Me guardas rencor por Colette y Lucienne? ?Te decepcionan y me responsabilizas a m? de ello? ??Con qu? derecho estar?a decepcionado, y con qu? derecho te guardar?a rencor? ?Entonces ?por qu? me hablaste con tanto odio?
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??Ah!, la situaci?n tampoco es f?cil para m?. Me irrito conmigo y eso se vuelve injustamente contra ti. ?Con todo, ya no me amas como antes. Todav?a me quieres, s?; pero ya no es el amor de nuestros veinte a?os. ?Para ti tampoco es ya el amor de nuestros veinte a?os. A los veinte a?os amaba el amor al mismo tiempo que te amaba a ti. Todo ese lado exaltado que yo ten?a entonces lo he perdido; eso es lo que ha cambiado. Era agradable hablar con ?l amistosamente, como antes. Las dificultades se empeque?ec?an, las preguntas se disipaban en humo, los acontecimientos se fund?an, lo verdadero y lo falso se ahogaban en un tornasol de matices indistintos. En el fondo, no hab?a pasado nada. Acababa creyendo que No?llie no exist?a… Ilusi?n, prestidigitaci?n. De hecho, esta charla no ha valido absolutamente para nada. Hemos llamado a las cosas con otros nombres: las cosas no se han movido. No he aprendido nada. El pasado sigue tan oscuro. El futuro tan incierto.
Martes 15
Ayer por la noche quise continuar la decepcionante conversaci?n de la tarde. Pero Maurice ten?a qu? hacer despu?s de cenar y una vez que termin? quiso acostarse. ?Ya hemos hablado bastante esta tarde. No hay nada que agregar. Ma?ana me levanto temprano. ?No dijimos nada, en realidad. Adopt? un aspecto resignado: ??Qu? m?s quieres que te diga? ??Bueno! Con todo hay algo que quisiera saber: ?c?mo ves nuestro futuro? Se call?. Lo hab?a puesto entre la espada y la pared. ?No quiero perderte. Tampoco quiero renunciar a No?llie. En cuanto al resto, nada… ??Ella est? de acuerdo con esta doble vida? ?Tiene que estarlo. ?S?; como yo. ?Cuando pienso que te atreviste a decirme en el Club 46 que entre nosotros no hab?a cambiado nada! ?No dije eso. ??Est?bamos bailando y me dijiste: ?Nada ha cambiado?! ?Y te cre?! ?Eres t?, Monique, quien me dijo: ?Lo esencial es que no haya cambiado nada entre nosotros?. No dije lo contrario, me call?. Era imposible justo en ese momento ir al fondo de las cosas. ?Lo dijiste. Me acuerdo perfectamente. ?Hab?as bebido mucho, sabes; reconstruiste…
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Abandon?. ?Qu? importancia tiene? Lo importante es que no quiere renunciar a No?llie. Lo s? y no puedo creerlo. Le anunci? bruscamente que hab?a decidido no ir a la nieve este invierno. He pensado mucho en eso y estoy contenta de haber tomado esa decisi?n. Me gustaba tanto la monta?a con ?l, antes. Volver a verla en estas condiciones ser?a un suplicio. Me ser?a insoportable ir all? con ?l en primer t?rmino y partir vencida, expulsada por la otra y cedi?ndole el sitio. No me ser?a menos odioso suceder a No?llie, sabiendo que Maurice la echa de menos, que comparar su silueta y la m?a, mi tristeza con sus risas. Acumular?a las torpezas y ?l no tendr?a m?s que deseos de deshacerse completamente de m?. ?Pasa con ella los diez d?as que le prometiste, y vuelve ?le dije. Es la primera vez en este asunto que tomo una iniciativa, y pareci? muy desconcertado. ?Pero Monique, tengo ganas de llevarte conmigo. ?Hemos pasado en la nieve d?as tan hermosos! ?Justamente. ??No esquiar?s este invierno? ?Sabes, hoy por hoy, los placeres del esqu? no me atraen mucho. Intent? convencerme, insisti?, parec?a desolado. A mi tristeza cotidiana estaba acostumbrado, pero privarme del esqu? le produce remordimientos. (Soy injusta; no se acostumbra; rezuma mala conciencia, toma somn?feros para dormir, tiene cara de enterrado vivo. No me conmuevo por eso, y m?s vale, hasta le guardar?a rencor. Si me tortura con conocimiento de causa y tortur?ndose a s? mismo, es preciso que No?llie le importe much?simo.) Discutimos largo rato. No ced?. Al final ten?a un aspecto tan agotado (los rasgos tensos, ojeras) que lo mand? a dormir. Se entreg? al sue?o como a un puerto apacible.
Mi?rcoles 16
Miro las gotas de agua deslizarse sobre el cristal que hace poco golpeaba la lluvia. No caen verticalmente; parecer?an gusanitos que por razones misteriosas fueran oblicuamente a la derecha, a la izquierda, filtr?ndose entre otras gotas inm?viles, deteni?ndose, continuando como si buscaran algo. Me parece no tener nada que hacer. Siempre ten?a algo que hacer. Ahora, tejer, cocinar, escuchar un disco, todo me parece vano. El amor de Maurice daba importancia a cada momento de mi vida. Es hueca. Todo es hueco: los objetos, los instantes. Y yo. El otro d?a le pregunt? a Marie Lambert si me encontraba inteligente. Su mirada clara se clav? en la m?a. ?Usted es muy inteligente…
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Dije: ?Hay un pero… ?La inteligencia se atrofia cuando no se la alimenta. Deber?a dejar que su marido le buscara trabajo. ?El tipo de trabajo del que soy capaz no me dar?a ning?n resultado. ?Eso no es nada seguro.
Por la noche
Esta ma?ana he tenido una iluminaci?n: todo es culpa m?a. Mi error m?s grave ha sido no comprender que el tiempo pasa. Pasaba y yo estaba pasmada en la actitud de la ideal esposa de un marido ideal. En lugar de reanimar nuestra vida sexual, yo me fascinaba con el recuerdo de nuestras noches pasadas. Me imaginaba haber conservado mi rostro y mi cuerpo de treinta a?os, en lugar de cuidarme, de hacer gimnasia, de acudir a un instituto de belleza. Dej? que mi inteligencia se atrofiara; ya no me cultivaba, me dec?a: m?s tarde, cuando las ni?as se hayan ido. (A lo mejor la muerte de mi padre no es extra?a a esta dejadez. Algo se quebr?. Detuve el tiempo a partir de ese momento.) S?, la joven estudiante con que Maurice se cas?, que se apasionaba por los acontecimientos, las ideas, los libros, era muy diferente de la mujer de hoy cuyo universo cabe entre estas cuatro paredes. Es verdad que ten?a tendencia a encerrar entre ellas a Maurice. Cre?a que su hogar le bastaba, cre?a tenerlo todo para m?. En conjunto, daba todo por acordado: eso debi? molestarlo, a ?l, que cambia y que cuestiona todas las cosas. La irritaci?n es algo que no perdona. No deber?a tampoco haberme emperrado en nuestro pacto de fidelidad. Si hubiera devuelto a Maurice su libertad (y quiz?s utilizado la m?a) No?llie no se habr?a beneficiado de los prestigios de la clandestinidad. Yo habr?a encarado el asunto inmediatamente. ?Hay tiempo todav?a? Dije a Marie Lambert que iba a explicarme sobre todo esto con Maurice y a tomar medidas. Ya me he puesto a leer un poco, a escuchar discos: hacer un esfuerzo m?s serio. Rebajar algunos kilos, vestirme mejor. Charlar m?s libremente con Maurice, rechazar los silencios. Ella me escuch? sin entusiasmo. Quisiera ella saber qui?n, Maurice o yo, fue el responsable de mi primer embarazo. Los dos. En fin, yo en la medida en que me gui? demasiado por el calendario, pero no es mi culpa si me traicion?. ?Insist? yo en tener el ni?o? No. ?En no tenerlo? No. La decisi?n surgi? sola. Me pareci? esc?ptica. Su idea es que Maurice me guarda un serio rencor. Le opuse el argumento de Isabelle: los comienzos de nuestro matrimonio no habr?an sido tan felices si ?l no lo hubiera deseado. Su respuesta me parece muy alambicada: para no confesarse cu?nto lo sent?a, Maurice apost? al amor, quiso la felicidad fren?ticamente; una vez que ?sta desapareci?, volvi? a encontrar el rencor que hab?a acallado. Ella misma advierte que su explicaci?n
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es d?bil. Sus viejos rencores no habr?an reaparecido con bastante virulencia como para alejarlo de m? si no hubiera tenido nuevos. Afirm? que no ten?a ninguno nuevo. A decir verdad, Marie Lambert me irrita un poco. Todos ellos me irritan porque tienen el aspecto de saber cosas que yo no s?. Ya sea que Maurice o No?llie hagan circular su versi?n de los acontecimientos. Sea porque tengan las experiencias de este tipo de l?os y me apliquen sus esquemas. Sea que me ven desde fuera, como yo no logro verme, y que las cosas por eso se vuelvan claras. Se cuidan de m? y siento reparos cuando les hablo. Marie Lambert me aprueba por haber renunciado a las vacaciones de invierno: pero en la medida en que me ahorro sufrimientos; no cree que las intenciones de Maurice cambien por ello.
Dije a Maurice que comprend?a mis errores. Me detuvo con uno de esos gestos crispados a los que empiezo a acostumbrarme. ?No tienes nada que reprocharte. ?No volvamos todo el tiempo al pasado! ??Y qu? otra cosa tengo? Ese pesado silencio. No tengo nada m?s que mi pasado. Pero ya no es ni dicha ni orgullo: un enigma, una angustia. Querr?a arrancarle su verdad. ?Pero uno puede fiarse de su memoria? He olvidado muchas cosas, y parece que a veces hasta he deformado los hechos. (?Qui?n dijo: ?Nada ha cambiado?? ?Maurice o yo? En este diario he escrito que fue ?l. A lo mejor porque quer?a creerlo…) En cierto modo, es por hostilidad que contradije a Marie Lambert. M?s de una vez advert? rencor en Maurice. ?l lo neg?, el d?a de mi cumplea?os. Pero hay palabras, acentos que a?n resuenan en m?; no hab?a querido darles importancia y sin embargo me acuerdo. Cuando Colette decidi? hacer esa boda ?idiota?, est? claro que al mismo tiempo que se irrita con ella, indirectamente me atacaba: su sentimentalismo, su necesidad de seguridad, su timidez, su pasividad, de todo eso me hac?a responsable. Pero sobre todo, la marcha de Lucienne le afect?. ?Es para huir de ti que Lucienne se ha ido.? S? que lo piensa. ?En qu? medida es verdad? ?O es que con una madre diferente (menos ansiosa, menos atenta) Lucienne habr?a soportado la vida familiar? Me parec?a no obstante que todo iba mejor entre nosotros, el a?o pasado, que ella estaba menos crispada: ?por qu? iba a irse? Ya no s? nada. Si he fallado en la educaci?n de mis hijas, toda mi vida no es m?s que un fracaso. No puedo creerlo. ?Pero qu? v?rtigo cuando la duda me roza! ?Maurice se queda conmigo por l?stima? Entonces tendr?a que decirle que se fuera. No me atrevo. Si se queda, a lo mejor No?llie se descorazona, apostando por Vallin o por otro. O si no ?l recuperar? el sentido de lo que hemos sido el uno para el otro. Lo que me agota es la alternancia de su gentileza y de sus morosidades. No s? nunca qui?n abre la puerta. Como si le horrorizara haberme hecho sufrir,
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pero tuviese miedo de haberme dado demasiadas esperanzas, ?tendr? que permanecer en la desesperaci?n? Entonces ?l olvidar?a completamente qui?n he sido y por qu? me ha amado.
Jueves 17
Marguerite se ha fugado de nuevo y no logran encontrarla. Se ha escapado con una chica que es una verdadera p?cara. Va a prostituirse, a robar. Es abrumador. Pero no estoy abrumada. Nada me afecta.
Viernes 18
De nuevo les vi ayer por la noche. Merodeaban alrededor de El a?o 2000, adonde van con frecuencia. Bajaron del descapotable de No?llie; ?l la cogi? del brazo, re?an. En casa, aun en sus momentos de amabilidad, siempre tiene una cara siniestra; sus sonrisas son forzadas. ?La situaci?n no es f?cil…? Cerca de m?, no la olvida un instante. Con ella, s?. ?l re?a, relajado, despreocupado. Tuve ganas de lastimarla. Ya s? que es propio de hembras e injusto, ella no me debe nada: pero es as?.
La gente es cobarde. Ped? a Diana que me hiciera conocer a la amiga a quien la se?ora Vallin habl? de No?llie. Pareci? inc?moda. La amiga ya no est? segura de las cosas. Vallin se acuesta con una joven abogada, muy de moda. La se?ora Vallin no dijo su nombre. Una puede suponer que se trata de No?llie, quien varias veces defendi? causas para la firma. Pero a lo mejor es otra… El otro d?a Diana fue categ?rica. O es la amiga que teme las historias, o es Diana quien tiene miedo de que yo haga una. Me jur? que no; ?no pide otra cosa que ayudarme! Sin duda. Pero todos ellos tienen sus ideas sobre la mejor manera de ayudarme.
Domingo 20
Cada vez que veo a Colette la abrumo a preguntas. Ayer ten?a los ojos llenos de l?grimas por ese motivo. ?En lo que a m? respecta, nunca me pareci? que nos protegieras demasiado, me gustaba ser protegida? ?Qu? pensaba Lucienne de ti el a?o pasado? No ?ramos muy ?ntimas, tambi?n ella me juzgaba. Le parec?amos demasiado sentimentales, ella se hac?a la dura de coraz?n. Por lo dem?s ?qu?
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interesa lo que pensaba ella? No es un or?culo. Ciertamente, Colette no se sinti? nunca molesta, ya que ella se conformaba espont?neamente con lo que yo esperaba de ella. Y, evidentemente, no puede pensar que es lamentable ser lo que ella es. Le pregunt? si no se aburr?a. (JeanPierre es un gran tipo pero no es muy divertido.) No, estar?a un tanto desbordada; es menos simple de lo que ella cre?a tener que atender una casa. Ya no tiene tiempo de leer y escuchar m?sica. ?Trata de hacerlo ?le dije?; si no, uno termina embruteci?ndose.? Le dije que hablaba con conocimiento de causa. Se ri?: si yo soy tonta, ella tambi?n quiere serlo. Me quiere tiernamente, eso por lo menos no podr?n quit?rmelo. Pero ?la he agobiado? Ciertamente, preve?a para ella una existencia totalmente distinta: m?s activa, m?s rica. La m?a, a su edad, al lado de Maurice, lo era mucho m?s. ?Y si se hubiera marchitado para vivir a mi sombra? ?C?mo me gustar?a verme con otros ojos que con los m?os! He ense?ado las tres cartas a una amiga de Colette que hace un poco de grafolog?a. Sobre todo le interes? la caligraf?a de Maurice. Dijo cosas buenas de m?; mucho menos de No?llie. Pero los resultados estaban falseados porque ella seguramente comprendi? el sentido de esta consulta.
Domingo por la noche
He tenido una sorpresa agradable, hace un rato, cuando Maurice me dijo: ?Por supuesto, pasaremos juntos las fiestas de Fin de A?o?. Pienso que me ofrece una compensaci?n por esas vacaciones de invierno a las que renunci?. Poco importa la raz?n. He decidido no aguarme esta alegr?a.
27 de diciembre, domingo
M?s bien es la alegr?a la que me ha aguado. Espero que Maurice no se haya dado cuenta. Hab?a reservado una mesa en el Club 46. Suntuoso men?, excelentes atracciones. Derroch? dinero y gentileza. Yo llevaba un bonito vestido nuevo, sonre?a, pero estaba en intolerable estado de angustia. Todas esas parejas… Bien vestidas, adornadas, peinadas, maquilladas, las mujeres re?an mostrando sus dientes cuidados por excelentes dentistas. Los hombres les encend?an sus cigarrillos, les serv?an champ?n, cambiaban miradas y palabras tiernas. Los otros a?os, el lazo que un?a a cada una con su cada uno, a cada uno con su cada una me parec?a palpable. Yo cre?a en las parejas, porque cre?a en la nuestra. Ahora ve?a individuos dispuestos al azar uno enfrente del otro. De vez en cuando la vieja visi?n resucitaba; Maurice me parec?a estar soldado a mi piel;
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era mi marido, como Colette mi hija, de una manera irreversible; una relaci?n que puede olvidarse, pervertirse, pero nunca anularse. Y despu?s, entre ?l y yo, ya no pasaba nada: dos extra?os. Ten?a ganas de gritar: todo es falso, es una comedia, es una parodia; beber champ?n juntos no es comulgar. Al volver a casa, Maurice me bes?: ??Fue una bonita noche, no es cierto? Ten?a aspecto contento y relajado. Dije que s?, naturalmente. El 31 de diciembre celebramos la Nochevieja en casa de Isabelle.
1 de enero
No deber?a regocijarme por el buen humor de Maurice: la verdadera raz?n es que va a irse diez d?as con No?llie. Pero si a costa de un sacrificio recupero su ternura y su alegr?a, en tanto que frecuentemente est? tenso y gru??n, gano en el cambio. De nuevo ?ramos una pareja cuando llegamos a casa de Isabelle. M?s o menos desiguales, m?s o menos remendados, pero, con todo, unidos, las parejas nos rodeaban. Isabelle y Charles, los Couturier, Colette y Jean-Pierre y otros. Hab?a excelentes discos de jazz, me pas? un poco bebiendo y por primera vez desde… ?cu?nto tiempo?, me sent? alegre. La alegr?a: una transparencia del aire, una fluidez del tiempo, una facilidad para respirar; no ped?a m?s. Ya no s? c?mo llegu? a hablar de las Salinas de Ledoux y a describirlas detalladamente. Escucharon, plantearon preguntas, pero de pronto me pregunt? si no ten?a aspecto de imitar a No?llie, de querer brillar como ella y si Maurice, una vez m?s, no me encontraba irrisoria. Parec?a algo crispado. Tom? a Isabelle aparte: ??He hablado demasiado? ?He hecho el rid?culo? ??Claro que no, era muy interesante lo que has dicho! Estaba abrumada por verme tan inquieta. ?Porque no deb?a estarlo, o porque ten?a raz?n? M?s tarde pregunt? a Maurice por qu? hab?a parecido molesto: ??Pero si no lo estaba! ?Lo dices como si lo estuvieras. ?Pues no. A lo mejor es mi pregunta lo que lo irrita. Ya no s?. Ahora, siempre, por todas partes, detr?s de mis palabras y mis actos hay un reverso que se me escapa.
2 de enero
Ayer por la noche cenamos en casa de Colette. Pobre, se hab?a tomado mucho
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trabajo y nada estaba bien. La miraba con los ojos de Maurice. A su apartamento le falta encanto, es cierto. Incluso para vestirse, amueblar, casi no tiene iniciativa. Jean-Pierre es muy gentil, en adoraci?n ante ella, un gran coraz?n. Pero uno no sabe de qu? hablarle. No salen, tienen pocos amigos. Una vida muy opaca, muy estrecha. De nuevo me pregunt? con terror: ?es mi culpa si la brillante colegiala de quince a?os se ha vuelto esta joven apagada? Metamorfosis frecuente, he visto muchas parecidas: pero quiz?s era siempre culpa de los padres. Maurice estuvo muy alegre, muy amistoso durante toda la noche y al salir no hizo comentarios. Supongo que no por eso lo pensaba menos.
Me pareci? raro que Maurice pasara todo el d?a de ayer en casa, y la noche conmigo en casa de Colette. Tuve una sospecha y hace un rato llam? por tel?fono a casa de No?llie: si ella hubiese contestado, habr?a colgado. Contest? su secretaria: ?La doctora Gu?rard volver? a Par?s ma?ana. ?Si ser? ingenua! No?llie se ha ido, as? pues yo soy un comod?n. Me ahogo de rabia. Tengo ganas de echar a Maurice, de acabar de una buena vez.
Ataqu? violentamente. Me contest? que No?llie se hab?a ido porque ?l hab?a decidido pasar estas fiestas conmigo. ??Claro que no!, ahora me acuerdo: siempre pasa las fiestas con su hija en casa de su marido. ?No pensaba quedarse m?s que cuatro d?as. Me miraba con ese aspecto sincero que le cuesta tan poco. ??De todos modos, lo hab?is combinado juntos! ?Por supuesto que le he hablado de ello. ?Alz? los hombros?: Las mujeres no est?n contentas m?s que cuando lo que uno les da ha sido arrancado a la otra por violencia. Lo que cuenta no es la cosa en s? misma: es la victoria conquistada. Lo decidieron juntos. Y es verdad que eso arruina toda la alegr?a que me dieron estos d?as. Si ella se hubiera rebelado, seguramente ?l habr?a cedido. Entonces, dependo de ella, de sus caprichos, de su grandeza de alma o de su mezquindad: de hecho, de sus intereses. Parten ma?ana por la noche para Courchevel. Me pregunto si mi decisi?n no ha sido aberrante. ?l no se toma m?s que quince d?as de vacaciones en lugar de tres semanas (lo que es un sacrificio, me hizo notar, considerando su pasi?n por el esqu?). As? pues, se queda cinco d?as m?s de lo que pensaba con No?llie. Y yo pierdo diez d?as de intimidad con ?l. Ella tendr? todo el tiempo para embaucarlo. A la vuelta, ?l me dir? que todo ha terminado entre nosotros. ?Acab? de hundirme! Me digo esto con una especie de inercia. Siento que de todos modos estoy perdida. ?l me trata con miramientos, a lo mejor tiene miedo de que me liquide (lo cual est? excluido, no quiero morir), pero su apego a No?llie no disminuye.
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15 de enero
Deber?a abrir una lata. O prepararme un ba?o. Pero entonces seguir?a dando vueltas con mi pensamiento. Si escribo, me ocupo en algo, eso me permite huir. ?Cu?ntas horas sin comer? ?Cu?ntos d?as sin lavarme? He dado vacaciones a la criada, me he encerrado, han llamado al timbre en dos ocasiones, han llamado por tel?fono con frecuencia, no respondo nunca, salvo a las ocho de la noche, a Maurice. Llama todos los d?as, puntualmente, con voz ansiosa: ??Qu? has hecho hoy? Contesto que voy a ver a Isabelle, Diana o Colette, que he estado en un concierto, en el cine: ??Y qu? haces esta noche? Digo que voy a ver a Diana o Isabelle, que ir? al teatro. Insiste: ??Est?s bien? ?Duermes bien? Lo tranquilizo y pregunto c?mo est? la nieve: nada extraordinario; y el tiempo tampoco brillante. Hay morosidad en su voz, como si ejecutara en Courchevel una obligaci?n bastante agotadora. Y s? que tan pronto como cuelgue llegar? riendo al bar en que No?llie lo espera y beber?n martinis mientras comentan con animaci?n los incidentes del d?a. Eso es lo que he querido, ?no es cierto? He elegido enterrarme en mi sepulcro; ya no veo el d?a ni la noche; cuando ando demasiado mal, cuando todo se vuelve intolerable, trago alcohol, sedantes o somn?feros. Cuando va un poco mejor, tomo estimulantes y me zambullo en una novela polic?aca: estoy bien abastecida. Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extra?os. ?A qu? grado de abandono se puede llegar cuando se est? totalmente solo, encerrado! La habitaci?n apesta a tabaco y a alcohol, hay ceniza por todas partes, estoy sucia, las s?banas est?n sucias, el cielo est? sucio, los cristales est?n sucios, esta suciedad es un caparaz?n que me protege, no saldr? de ella nunca m?s. Ser?a f?cil deslizarse algo m?s lejos en la nada, hasta el punto sin retorno. En mi caj?n tengo lo que hace falta. ?Pero no quiero, no quiero! ?Tengo cuarenta y cuatro a?os, es demasiado pronto para morir, es injusto! Ya no puedo vivir m?s. No quiero morir. Durante dos semanas no he escrito nada en este cuaderno porque me he rele?do. Y he visto que las palabras no dicen nada. Las rabias, las pesadillas, el horror, escapan a las palabras. Pongo cosas en el papel cuando recupero fuerzas. En la desesperaci?n o la esperanza. Pero la decepci?n, el embrutecimiento, la descomposici?n no est?n anotadas en estas p?ginas. Y adem?s ?mienten tanto, se equivocan tanto! ?C?mo he sido manipulada! Despacio, despacio, Maurice me llev? a decirle: ??Elige!?, a fin de contestarme:
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?No renunciar? a No?llie…?. ?Oh!, no voy a volver a comentar esta historia. No hay ni una l?nea de este diario que no requiera una correcci?n o un desmentido. Por ejemplo, si lo empec?, en las Salinas, no es a causa de una juventud repentinamente recuperada ni para poblar mi soledad, sino para conjurar una cierta ansiedad que no se confesaba. Estaba oculta en el fondo del silencio y del calor de esa inquietante siesta, ligada a las morosidades de Maurice y a su partida. S?, a todo lo largo de estas p?ginas yo pensaba lo que escrib?a y pensaba lo contrario; y al releerlas me siento completamente perdida. Hay frases que me hacen ruborizar de verg?enza… ?Siempre quise la verdad, si la obtuve es porque la quer?a.? ?Puede alguien enga?arse hasta ese punto respecto a su vida! ?Todo el mundo es tan ciego o soy una tonta entre las tontas? No solamente una tonta. Yo me ment?a. ?C?mo me he mentido! Me relataba que No?llie no contaba para nada, que Maurice me prefer?a y sab?a perfectamente que era falso. Volv? a tomar la pluma no para volver hacia atr?s, sino porque el vac?o era tan inmenso en m?, a mi alrededor, que era preciso este gesto de mi mano para asegurarme de que a?n estaba viva. A veces me asomo a esta ventana desde donde le vi partir, un s?bado por la ma?ana, hace una eternidad. Yo me dec?a: ?No volver??. Pero no estaba segura de ello. Era la intuici?n fulgurante de lo que ocurrir?a m?s tarde, de lo que ha ocurrido. No ha vuelto. No ?l: y un d?a no habr? ni siquiera su simulacro a mi lado. El coche est? ah?, estacionado contra la acera, lo ha dejado. Significaba su presencia y mirarlo me animaba. No indica m?s que su ausencia. Se ha marchado. Se habr? marchado para siempre. No vivir? sin ?l. Pero no quiero matarme. ?Entonces?
?Por qu?? Me golpeo la cabeza contra las paredes de esta trampa. ?No he amado durante veinte a?os a un canalla! ?No soy, sin saberlo, una imb?cil o una fiera! Era real ese amor entre nosotros, era s?lido: tan indestructible como la verdad. ?nicamente que hab?a ese tiempo que pasaba y yo no lo sab?a. El r?o del tiempo, las erosiones debidas a las aguas de los r?os: eso es, ha habido erosi?n de su amor por las aguas del tiempo. Pero entonces, ?por qu? no del m?o? Saqu? del armario las cajas donde guardamos nuestras viejas cartas. Todas las frases de Maurice que s? de memoria tienen por lo menos diez a?os. Es como los recuerdos. Hay que creer entonces que el amor apasionado entre nosotros (por lo menos de ?l hacia m?) no dur? m?s que diez a?os, cuyo recuerdo ha repercutido durante los otros diez a?os, dando a las cosas una resonancia que verdaderamente no ten?an. Sin embargo, ?l ten?a las mismas sonrisas, las mismas miradas durante estos ?ltimos a?os. (?Oh, si solamente recuperara esas miradas y esas sonrisas!) Las cartas m?s recientes son divertidas y tiernas, pero destinadas a sus hijas casi tanto como a m?. De vez en cuando, una frase c?lida contrasta con el tono habitual: pero tienen algo de forzado. Mis cartas…, las l?grimas me cegaron cuando quise releerlas.
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Las he rele?do y me queda un sentimiento de desasosiego. Al principio, son acordes con las de Maurice, ardientes y alegres. M?s tarde suenan curiosamente, vagamente quejosas, casi recriminatorias. Afirmo con demasiada exaltaci?n que nos amamos como el primer d?a, exijo que ?l me tranquilice al respecto, planteo preguntas que dictan las respuestas: ?c?mo pude contentarme con ellas, sabiendo que se las hab?a arrancado? Pero no me daba cuenta, olvidaba. He olvidado muchas cosas. ?Qu? ha sido de esa carta que ?l me mand? y que yo le dije haber quemado despu?s de nuestra conversaci?n por tel?fono? S?lo me acuerdo vagamente; estaba en Mougins con las ni?as, ?l acababa de preparar un examen, le reproch? no escribirme lo bastante, me contest? duramente. Muy duramente. Me lanc? sobre el tel?fono, trastornada; pidi? disculpas, me suplic? que quemara su carta. ?Hay otros episodios que yo haya enterrado? Me imaginaba haber obrado siempre de buena fe. Es horrible pensar que mi propia historia ya no es tras de m? otra cosa que tinieblas.
Dos d?as despu?s
?Pobre Colette! Me hab?a esforzado en hablarle por tel?fono dos veces, con voz alegre, para que no se inquietara. Pero as? y todo la sorprendi? que no fuera a verla, que no le pidiera venir. Llam? al timbre y golpe? con tanta violencia que tuve que abrirle. Tuvo un aspecto tan estupefacto que me vi en sus ojos. Vi el apartamento y qued? estupefacta tambi?n. Me forz? a asearme y a hacer una maleta e ir a instalarme en su casa. La criada pondr? todo en orden. En cuanto Jean-Pierre se marcha, me aferro a Colette, la abrumo a preguntas. ?Discut?amos mucho, su padre y yo? Durante un cierto per?odo, s?, eso la aterr? justamente porque hasta ese momento nosotros nos entend?amos tan bien. Pero a continuaci?n ya nunca m?s hubo escenas, por lo menos en su presencia. ?De todos modos, ?ya no era como antes? Dice que ella era demasiado joven para darse cuenta bien. No me ayuda. Podr?a darme la clave de esta historia si hiciera un esfuerzo. Me parece sentir reticencia en su voz: como si tambi?n ella tuviera segundas intenciones. ?Cu?les? ?Yo me hab?a vuelto muy desagradable? ?Verdaderamente demasiado desagradable? En este momento lo soy, s?: demacrada, los cabellos lacios, el cutis ensombrecido. ?Pero hace ocho a?os? Eso no me atrevo a pregunt?rselo. ?O soy tonta? ?O por lo menos no lo bastante brillante para Maurice? Terribles preguntas cuando no se tiene la costumbre de interrogarse sobre s? mismo.
19 de enero
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?Debo creerlo? ?Ser? recompensada por este esfuerzo de dejar a Maurice libre, de no aferrarme a ?l? Por primera vez despu?s de semanas, he dormido sin pesadillas esta noche y algo se ha roto en mi garganta. La esperanza. Fr?gil todav?a, pero ah? estaba. Fui a la peluquer?a, al instituto de belleza, estaba bien arreglada, la casa reluciente, incluso hab?a comprado flores cuando Maurice volvi?. Sin embargo, su primera frase fue: ??Qu? aspecto tienes! Es verdad que he adelgazado cuatro kilos. Hab?a hecho jurar a Colette no decirle en qu? estado me hab?a encontrado, pero estoy casi segura de que ella se lo ha dicho. ?En fin!, quiz? no ha estado equivocada. ?l me tom? entre sus brazos. ??Mi pobre querida! ?Todo va muy bien ?le dije. (Hab?a tomado Librium, quer?a estar sosegada.) Y para mi estupor, vi l?grimas en sus ojos. ??Me he portado como un canalla! Dije: ?No es una canallada amar a otra mujer. No puedes evitarlo. Dijo alzando los hombros: ??La quiero? Desde hace dos d?as me alimento de esta frase. Han pasado dos semanas juntos en el ocio y la belleza de la monta?a, y ?l vuelve diciendo: ??La quiero??. Es una partida que no me hubiera atrevido a jugar a sangre fr?a; pero mi desesperaci?n me favoreci?. Esa larga conversaci?n ha comenzado a desgastar su pasi?n. Repiti?: ??No quer?a eso! No quer?a hacerte desdichada?. ?se es un clis? que me conmueve poco. Si ?l no hubiera tenido m?s que un impulso de piedad, yo no habr?a vuelto a tener esperanza. Pero pregunt? en voz alta delante de m?: ??La quiero??. Y me digo que quiz?s es el comienzo de la descristalizaci?n que va a separarlo de No?llie y devolv?rmelo.
23 de enero
Ha pasado todas las noches en casa. Ha comprado nuevos discos y los hemos escuchado. Me ha prometido que para fines de febrero har?amos un viajecito por el sur. La gente simpatiza m?s a gusto con la desgracia que con la felicidad. Dije a Marie Lambert que en Courchevel No?llie se hab?a desenmascarado y que Maurice, sin duda, estaba volviendo a m? definitivamente. Dijo con desgana: ?Si es definitivo, tanto mejor. Finalmente no me dio ning?n consejo valedero. Estoy segura de que hablan
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de m? a mis espaldas. Tienen sus ideas sobre mi historia. No me las conf?an. Dije a Isabelle: ?Tuviste raz?n al impedirme crear lo irreparable. En el fondo, Maurice nunca ha dejado de amarme. ?Supongo ?me respondi? con un tono m?s bien dubitativo. Reaccion? vivamente. ??Supones? ?Piensas que ya no me ama? Afirmabas siempre lo contrario… ?No opino nada preciso. Tengo la impresi?n de que ?l mismo no sabe lo que quiere. ??Qu?? ?Has sabido algo nuevo? ?En absoluto. No veo qu? es lo que habr?a sabido. Simplemente, tiene esp?ritu de contradicci?n: me reconfortaba cuando yo dudaba; introduce dudas cuando me vuelve la confianza.
24 de enero
Tendr?a que haber colgado, haber dicho: ?No est? aqu??; o incluso no responder nada. ?Qu? desfachatez! ?Y ese rostro trastornado de Maurice! Hablarle con firmeza dentro de un rato, cuando vuelva. Miraba los peri?dicos a mi lado cuando llamaron por tel?fono: No?llie. Es la primera vez: una vez es demasiado. Muy educada: ?Quisiera hablar con Maurice. Est?pidamente, le pas? el auricular. Hablaba apenas, ten?a aspecto terriblemente fastidiado. Repiti? muchas veces: ?No, es imposible?. Y termin? diciendo: ?Bueno. Voy a ir?. En cuanto hubo cortado grit?: ??No ir?s! Atreverse a buscarte aqu?. ?Escucha. Nos hab?amos peleado violentamente. Ella est? desesperada porque no he dado se?ales de vida. ?Yo tambi?n he estado desesperada a menudo y jam?s te llam? a casa de No?llie. ??Te lo suplico, no me hagas las cosas demasiado dif?ciles! No?llie es capaz de matarse. ??Vamos! ?No la conoces. Caminaba de un lado para otro, dio un puntapi? a un sill?n y comprend? que, de todas maneras, ir?a. Durante d?as nos hab?amos entendido tan bien que de nuevo fui cobarde. Dije: ?Vete?. Pero tan pronto como vuelva, le hablar?. Nada de escenas. Pero no quiero ser tratada como un trapo.
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25 de enero
Estoy destrozada. Me telefone? para decirme que pasaba la noche en casa de No?llie, que no pod?a dejarla en el estado en que ella se encontraba. Protest?, colg?, volvi? a llamar, dej? sonar mucho tiempo y entonces descolgaron. Me falt? poco para saltar a un taxi e ir a llamar al timbre a casa de No?llie. No me atrev? a afrontar el rostro de Maurice. Sal?, camin? en el fr?o de la noche, sin ver nada, sin detenerme, hasta el agotamiento. Un taxi me trajo de vuelta y me derrumb? vestida en el div?n del sal?n. Maurice me despert?: ??Por qu? no te has acostado? ?Hab?a reprobaci?n en su voz. Horrible escena. Dije que hab?a pasado esos d?as conmigo porque se hab?a peleado con No?llie, al primer silbido, ?l acud?a, yo ya pod?a reventar de dolor. ??Eres injusta! ?me dijo con indignaci?n?. Si quieres saberlo, es a causa de ti que discutimos. ??De m?? ?Ella quer?a que prolongara nuestra estancia en la monta?a. ?Di m?s bien que quer?a que terminaras conmigo. Llor?, llor?. ?Sabes que terminar?s por dejarme. ?No.
30 de enero
?Qu? pasa? ?Qu? saben ellos? Ya no son los mismos conmigo. Isabelle anteayer… Estuve agresiva con ella. Le reproch? haberme dado malos consejos. Desde el primer d?a ced? todo, aguant? todo. Resultado: Maurice y No?llie me tratan como a un trapo. Se defendi? un poco: no sab?a al principio que se tratara de una relaci?n ya antigua. Dije: ?Y no quer?as admitir que Maurice es un canalla. Protest?: ?No. ?Maurice no es un canalla! Es un hombre entre dos mujeres: en un caso as? nadie es brillante. ?No debi? meterse en esta situaci?n. ?Sucede en los mejores casos. Ella es indulgente con Maurice porque ha aceptado muchas cosas de Charles. Pero entre ellos era una historia totalmente diferente. ?Ya no creo que Maurice sea un buen tipo ?dije?. Descubro que tiene peque?eces. Lo her? en su voluntad al no maravillarme ante sus ?xitos. ?En eso eres injusta ?me dijo con una especie de severidad?. Si a un hombre le gusta hablar de su trabajo, no es vanidad. Siempre me sorprendi? que te preocuparas tan poco del de Maurice.
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?No tengo nada interesante que decirle. ?No. Pero seguramente ?l hubiera querido ponerte al corriente de sus dificultades, de sus descubrimientos. Me vino una sospecha: ??Le has visto? ?Te ha hablado? ?Te ha convencido? ??T? sue?as! ?Me sorprende que te pongas de su parte. Si es un buen tipo, entonces yo soy quien tiene toda la culpa. ?Claro que no; la gente puede no entenderse sin que nadie tenga la culpa. Ella me hablaba en otro tono, antes. ?Qu? palabras tiene en la punta de la lengua, que no me dice? Volv? descorazonada. ?Qu? reca?da! Pr?cticamente, pasa todo su tiempo con No?llie. Durante los escasos momentos que me concede, evita las conversaciones: me lleva al restaurante o al teatro. Tiene raz?n; es menos penoso que reencontrarnos en lo que ha sido nuestro hogar.
Colette y Jean-Pierre son verdaderamente amables. Se ocupan mucho de m?. Me llevaron a cenar a un restaurante pintoresco de Saint-Germaine-des-Pr?s donde pon?an excelentes discos; son? un blues que he escuchado a menudo con Maurice y comprend? todo mi pasado, toda mi vida, que iba a serme suprimida, que ya hab?a perdido. Bruscamente, me desvanec?, antes de haber, parece, lanzado un grito. Volv? en m? casi enseguida. Pero Colette estaba consternada. Se encoleriz?: ?No quiero que te arruines de esta manera. Teniendo en cuenta el modo como pap? se comporta contigo, deber?as mandarlo a paseo. Que se vaya a vivir con esa mujer, estar?s mucho m?s tranquila. Hace solamente un mes no me habr?a dado ese consejo. El hecho es que, si fuese buena perdedora, dir?a a Maurice que se fuera. Pero mi ?ltima oportunidad es que No?llie por un lado se ponga nerviosa, haga escenas, se muestre tal como es. Y tambi?n que mi buena voluntad conmueva a Maurice. Y despu?s, incluso si su presencia es poco frecuente, aqu? queda de todas maneras su hogar. No vivo en un desierto. Debilidad, lasitud; pero no tengo raz?n para maltratarme, intento sobrevivir. Miro mi estatuilla egipcia: est? bien pegada. La hab?amos comprado juntos. Estaba toda penetrada de ternura, de azul del cielo. Ah? est? desnuda, desolada; la tomo en mis manos y lloro. Ya no puedo ponerme el collar que Maurice me hab?a regalado cuando cumpl? cuarenta a?os. A mi alrededor, todos los objetos, todos los muebles han sido raspados por un ?cido. No queda otra cosa que una especie de esqueleto, lastimoso.
31 de enero
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Pierdo los estribos. Caigo m?s abajo, siempre m?s bajo. Maurice es gentil, sol?cito. Pero oculta mal su alegr?a de haber reencontrado a No?llie. Ya no dir?a: ??La quiero??. Ayer, yo cenaba con Isabelle y me derrumb? sobre su hombro sollozando. Afortunadamente estaba en un bar muy oscuro. Dijo que abuso de los excitantes y de los tranquilizantes, que me trastorno. (Es verdad que me trastorno. He vuelto a sangrar esta ma?ana, quince d?as antes de lo que hubiera debido.) Marie Lambert me aconseja ver a un psiquiatra: no un psicoan?lisis, sino un tratamiento de apoyo. Pero, ?qu? podr? hacer por m??
2 de febrero
En otros tiempos, ten?a car?cter, habr?a echado a Diana, pero no soy m?s que un trapo. ?C?mo he podido frecuentarla? Ella me entreten?a, y en esa ?poca nada ten?a importancia. ??Oh, c?mo ha adelgazado! ?Qu? aspecto tan fatigado tiene usted! Ella ven?a por curiosidad, por maldad, lo sent? enseguida. Hubiera sido preciso no recibirla. Se puso a parlotear, yo no escuchaba. Bruscamente atac?: ?Me causa demasiada pena verla en este estado. Reaccione, cambie de ideas; por ejemplo: salga de viaje. Si no, tendr? una depresi?n nerviosa. ?Estoy muy bien. ??Vamos, vamos!, no se haga mala sangre. Cr?ame, llega un momento en el que es necesario saber retirarse. Puso cara de duda. ?Nadie se atreve a decirle la verdad; yo encuentro que a menudo querer andar con demasiadas contemplaciones, a la gente no le hace m?s que da?o. Es necesario que usted se convenza de que Maurice ama a No?llie: es muy serio. ??No?llie le ha dicho eso? ?No solamente No?llie. Amigos que los han visto con frecuencia, en Courchevel. Parec?an completamente decididos a organizar su vida juntos. Intent? adoptar un aspecto desenvuelto. ?Maurice le miente a No?llie tanto como a m?. Diana me mir? con conmiseraci?n. ?En todo caso, la habr? prevenido. No?llie no es el tipo de chica que se deje embaucar. Si Maurice no le da lo que ella quiere, lo dejar?. Y evidentemente ?l lo sabe. Me asombrar?a que no actuara en consecuencia. Se fue casi enseguida. La estoy oyendo. ??Esa pobre Monique! ?La cabeza que tiene! Se hace todav?a ilusiones.? La zorra. Evidentemente, ?l ama a No?llie; no me torturar?a porque s?.
3 de febrero
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No deber?a hacer preguntas. Son cables que le echo y ?l se agarra enseguida. Pregunt? a Maurice. ??Es verdad lo que cuenta No?llie, que has decidido vivir con ella? ?Ella seguramente no cuenta eso, porque no es verdad. Dud?. ?Lo que yo querr?a (no le he hablado de ello, te concierne a ti) es vivir solo durante alg?n tiempo. Entre nosotros hay una tensi?n que desaparecer? si dejamos (provisionalmente, claro) de vivir juntos. ??Quieres dejarme? ?Claro que no. Nos ver?amos tanto como ahora. ??No quiero! Grit?. Me cogi? por los hombros. ??Basta! ?Basta! ?me dijo con dulzura?. Era una idea en el aire. Si te es tan penosa, renuncio a ella. No?llie quiere que ?l me deje, insiste, hace escenas: estoy segura de ello. Ella es quien lo incita. No ceder?.
6 de febrero, luego sin fecha
?Qu? valent?a in?til para las cosas m?s simples, cuando se ha perdido el gusto de vivir! Por la noche, preparo la tetera, la taza, el hervidor, dispongo cada cosa en su lugar para que por la ma?ana la vida prosiga con el menor esfuerzo posible. Y as? y todo es casi insuperable salir de entre las s?banas, comenzar el d?a. Hago venir a la criada al mediod?a para poder quedarme en la cama todo lo que quiero por la ma?ana. A veces me levanto justo cuando Maurice vuelve a la una para almorzar. O si no vuelve, justo cuando la se?ora Dormoy hace girar la llave en la cerradura. Maurice frunce el ce?o cuando lo recibo a la una, en salto de cama, despeinada. Piensa que le hago la comedia de la desesperaci?n. O que, al menos, no hago el esfuerzo necesario para ?vivir correctamente? la situaci?n. ?l tambi?n me da la lata. ?Deber?as ver a un psiquiatra. Contin?o sangrando. ?Si mi vida pudiera escaparse de m? sin que tenga que hacer el menor esfuerzo para eso! Debe de haber una verdad. Deber?a tomar el avi?n para Nueva York e ir a preguntar a Lucienne la verdad. Ella no me quiere: me la dir?. Entonces borrar?a todo lo que est? mal, todo lo que me perjudica, volver?a a poner las cosas en su sitio entre Maurice y yo. Ayer por la noche, cuando Maurice volvi?, estaba sentada en el sal?n, en la oscuridad, en bata. Era domingo, me levant? al promediar la tarde; com? jam?n y beb? co?ac. Y despu?s me qued? sentada, para seguir unos pensamientos que daban vueltas a mi cabeza. Antes de su llegada, tom? tranquilizantes, y volv? a
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sentarme en el sill?n, sin siquiera ocurr?rseme encender la luz. ??Qu? haces? ?Por qu? no enciendes la luz? ??Para qu?? Me sorprendi?, afectuosamente pero con un fondo de irritaci?n. ?Por qu? no veo a mis amigos? ?Por qu? no he ido al cine? Me cit? cinco pel?culas para ver. Es imposible. Hubo un tiempo en el que pod?a ir al cine, incluso al teatro, sola. Es que no estaba sola. Estaba su presencia en m? y alrededor de m?. Ahora, cuando estoy sola, me digo: ?Estoy sola?. Y tengo miedo. ?No puedes continuar as? ?me dijo. ??Continuar qu?? ?Sin comer, sin vestirte, enterr?ndote en este apartamento. ??Por qu? no? ?Te pondr?s enferma. O chiflada. No puedo ayudarte, porque yo soy la causa. Pero te lo suplico, que te vea un psiquiatra. Dije que no. Insisti?. Al final se impacient?. ??C?mo quieres salir de esto? No haces nada. ??Salir de qu?? ?De este marasmo. Se dir?a que te hundes a prop?sito. Se encerr? en su escritorio. Piensa que le hago una especie de chantaje, para aterrarlo y evitar que me deje. Quiz? tenga raz?n. ?Es que s? qui?n soy? Quiz?s una especie de sanguijuela que se alimenta de la vida de los otros: la de Maurice, la de nuestras hijas, la de todos esos pobres ?perros falderos? a los que pretend?a ayudar. Una ego?sta que reh?sa soltar la presa; bebo, me abandono, me hago la enferma con la intenci?n inconfesada de enternecerlo. Enteramente enga?ada, podrida hasta los huesos, haciendo comedias, explotando su l?stima. Deber?a decirle que viva con No?llie, que sea feliz sin m?. No lo logro.
La otra noche, en sue?os, ten?a un vestido azul cielo y el cielo era azul.
Esas sonrisas, esas miradas, esas palabras, no pueden haber desaparecido. Flotan en el apartamento. Las palabras a menudo las escucho. Una voz dice en mi o?do, muy claramente: ?Mi peque?a, mi querida, mi querida…?. Las miradas, las sonrisas, habr?a que atraparlas al vuelo, tomarlas por sorpresa sobre el rostro de Maurice, y entonces todo ser?a como antes.
Contin?o sangrando. Tengo miedo.
?Cuando se est? tan bajo no se puede m?s que subir?, dice Marie Lambert. ?Qu? estupidez! Siempre se puede descender m?s bajo, y todav?a m?s, y todav?a m?s bajo. Es sin fondo. Dice eso para desembarazarse de m?. Est? harta de m?. Todos est?n hartos. Las tragedias est?n bien un momento, uno se interesa, uno tiene curiosidad, se siente bueno. Y despu?s se repite, se atasca, se vuelve fastidioso;
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es tan fastidioso, incluso para m?. Isabelle, Diana, Colette, Marie Lambert, ya est?n hasta la coronilla; y Maurice…
Un hombre hab?a perdido su sombra. No s? ya lo que le pasaba, pero era terrible. Yo he perdido mi imagen. No la miraba a menudo, pero, en el fondo estaba all?, tal como Maurice la hab?a pintado para m?. Una mujer directa, verdadera, ?aut?ntica?, sin mezquindad ni compromiso pero comprensiva, indulgente, sensible, profunda, atenta a las cosas y a la gente, apasionadamente entregada a los seres que amaba y creando para ellos la felicidad. Una hermosa vida, serena y plena, ?armoniosa?. Est? oscuro, ya no veo. ?Y qu? ven los otros? Quiz?s algo horrible.
Hay concili?bulos a mis espaldas. Entre Colette y su padre, Isabelle y Marie Lambert, Isabelle y Maurice.
20 de febrero
He terminado por doblegarme a ellos. Ten?a miedo de mi sangre que hu?a. Miedo del silencio. Hab?a tomado la costumbre de telefonear a Isabelle tres veces por d?a, a Colette en medio de la noche. Entonces ahora yo pago a alguien para que me escuche, es para morirse de risa. Insisti? en que volviera a escribir este diario. Comprendo bien su truco: intenta devolverme el inter?s por m? misma, restituirme mi identidad. Pero para m? nada m?s que Maurice cuenta. Yo, ?qu? es eso? Nunca me he preocupado mucho de m?. Estaba garantizada, puesto que me amaba. Si ya no me ama… ?nicamente el paso me preocupa: ?por qu? he merecido que ya no me ame? O no lo he merecido, es un canalla, ?y no habr?a que castigarlo y con ?l a su c?mplice? El doctor Marquet toma las cosas por el otro lado: mi padre, mi madre, la muerte de mi padre; quiere que le hable de m?, y yo s?lo quiero hablarle de Maurice y de No?llie. Sin embargo, le pregunt? si me encontraba inteligente. S?, ciertamente, pero la inteligencia no es una facultad separada; cuando doy vueltas con mis obsesiones mi inteligencia ya no est? disponible. Maurice me trata con esa mezcla de delicadeza y de sorda irritaci?n que se tiene con respecto a los enfermos. Es paciente, paciente hasta darme ganas de gritar. Lo que a veces hago. Volverme loca: eso ser?a una buena manera de desligarme. Pero Marquet me asegura que eso no me amenaza, estoy s?lidamente estructurada. Incluso con el alcohol y las drogas, no me extravi? nunca demasiado. Es una salida que se me ha cerrado.
23 de febrero
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La hemorragia se ha detenido. Y logro comer un poco. La se?ora Dormoy resplandec?a, ayer, porque me hab?a tragado todo su sufl? de queso. Me conmueve. Durante esta larga pesadilla de la que emerjo apenas, nadie ha sido m?s acogedor que ella. Cada noche encontraba sobre mi almohada un camis?n bien planchado. Entonces, a veces, en lugar de acostarme completamente vestida, me pon?a el camis?n que por su blancura me obligaba a higienizarme. Ella me dec?a por la tarde: ?Le he preparado un ba?o? y yo lo tomaba. Inventaba platos apetitosos. Sin nunca un comentario ni una pregunta. Y yo ten?a verg?enza, ten?a verg?enza de dejarme llevar siendo como soy rica y ella no teniendo nada. ?Colabore?, pide el doctor Marquet. Quiero, quiero intentar reencontrarme. Me he plantado frente al espejo: ?qu? fea estoy!, ?qu? desagradable es mi cuerpo!, ?desde cu?ndo? En mis fotos de hac?a dos a?os, me encuentro agradable. En las del a?o pasado no tengo aspecto tan desmejorado, pero son fotos de principiantes. ?Es la desdicha de estos cinco meses que me ha cambiado? ?O he empezado a venirme abajo desde hace mucho tiempo? Escrib? a Lucienne, hace una semana. Me respondi? con una carta muy afectuosa. Est? desolada por lo que me ocurre, no pedir?a nada mejor que hablar de ello conmigo, a pesar de que no tenga nada especial que decirme. Sugiere que vaya a verla a Nueva York, podr?a arreglarse para pasar all? dos semanas, charlar?amos y eso adem?s me distraer?a. Pero no quiero partir ahora. Quiero luchar en mi lugar. Cuando pienso que dec?a: ??No luchar?!?.
26 de febrero
He obedecido al psiquiatra, he aceptado el trabajo. Voy a la sala de peri?dicos de la Nationale a expurgar viejas revistas m?dicas por cuenta de un tipo que escribe sobre la historia de la medicina. No s? en qu? puede resolver esto mis problemas. Cuando tengo listas dos o tres fichas por d?a, no experimento ninguna satisfacci?n.
3 de marzo
?Aqu? estamos! Se me ha enviado al psiquiatra, se me ha hecho recuperar fuerzas antes de asestarme el golpe definitivo. Es como esos m?dicos nazis que reanimaban a las v?ctimas para que se volviera a torturarlas. Le grit?: ??Nazi! ?Torturador!?. Ten?a un aspecto agobiado. Verdaderamente, era ?l la v?ctima. Lleg? hasta decirme:
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??Monique, ten algo de piedad de m?! Me explic? de nuevo con mil precauciones que la convivencia no nos serv?a de nada, que ?l no ir?a a instalarse en casa de No?llie, no, pero que tomar?a un apartamento para ?l. Eso no nos impedir?a vernos, incluso pasar una parte de las vacaciones juntos. Dije que no, le insult?. Esta vez no dijo que abandonar?a su idea. ?Qu? cuento chino la ergoterapia! He abandonado ese trabajo idiota. Pienso en el cuento de Poe: los muros de hierro que se acercan, y el p?ndulo en forma de cuchillo que oscila por encima de mi coraz?n. En ciertos momentos se detiene, pero jam?s se eleva. No est? m?s que a algunos cent?metros de mi piel.
5 de marzo
Le he contado al psiquiatra nuestra ?ltima escena. Me dijo: ?Si tiene coraje para ello, convendr? seguramente m?s que, durante alg?n tiempo al menos, usted se aleje de su marido?. ?Es que Maurice le pag? para que me dijera eso? Lo mir? bien de frente. ?Es curioso que no me lo haya dicho antes. ?Esperaba que la idea viniera de usted. ?No viene de m?, viene de mi marido. ?S?. Pero, a pesar de todo, usted me ha hablado de ello. Y despu?s comenz? a embrollarme con historias de personalidad perdida y reencontrada, de distancia a tomar, de retorno a s? mismo. Cuentos.
8 de marzo
El psiquiatra acab? de desmoralizarme. No tengo fuerzas, no intento luchar. Maurice est? buscando un apartamento amueblado: tiene varios en perspectiva. Esta vez ni siquiera he protestado. No obstante, nuestra conversaci?n fue horrible. Dije sin c?lera, completamente abatida, vac?a: ?Mejor habr?as hecho advirti?ndome desde tu regreso, o a?n en Mougins, que hab?as decidido dejarme. ?Para empezar, no te dejo. ?Juegas con las palabras. ?Segundo, no hab?a decidido nada. Una niebla pas? ante mi vista. ??Quieres decir que me has puesto a prueba durante seis meses y que he malgastado mi oportunidad? Es abominable.
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?Claro que no. Se trata de m?. Esperaba arregl?rmelas entre No?llie y t?. Me vuelvo loco. Ya ni siquiera logro trabajar. ?Es No?llie quien exige que te vayas. ?Ella no soporta mejor que t? la situaci?n. ??Si yo la hubiera soportado mejor, te quedar?as? ?Pero no pod?as. Incluso tu gentileza, tu silencio me devastan. ?Me dejas porque sufres demasiado por la l?stima que te inspiro. ??Oh, te lo ruego, compr?ndeme! ?dijo con una voz implorante. ?Comprendo ?repliqu?. Tal vez no ment?a. Quiz? no estaba decidido, este verano; en fr?o, incluso deb?a parecerle atroz la idea de destrozarme el coraz?n. Pero No?llie lo acos?. ?Acaso lo ha amenazado con romper? Entonces, finalmente, ?l me tira por la borda. Repet?: ?Comprendo, No?llie te pone entre la espada y la pared. Me dejas o ella te planta. ?Y bien! Es francamente soez. Hubiera podido aceptar que me guardaras un peque?o hueco en tu vida. ?Pero si te guardo uno, uno grande. Titubeaba: ?negar o reconocer que ced?a a No?llie? Lo provoqu?. ?Nunca hubiera cre?do que ceder?as a un chantaje. ?No hay ni maniobra ni chantaje. Tengo necesidad de un poco de soledad y de silencio, tengo necesidad de un sitio para m?: ver?s como todo ir? mejor entre nosotros. Hab?a elegido la versi?n que le parec?a deb?a hacerme menos da?o. ?Era verdadera? No lo sabr? nunca. Lo que s? en compensaci?n es que dentro de uno o dos a?os, cuando me haya habituado, vivir? con No?llie. ?D?nde estar?? ?En un asilo? Me da lo mismo. Todo me da lo mismo… ?l insiste (y tambi?n Colette e Isabelle, y lo han tramado juntos, y quiz? sugerido a Lucienne su invitaci?n) para que vaya a pasar dos semanas a Nueva York. Me ser? menos penoso si se muda en mi ausencia, me explican. El hecho es que cuando le vea vaciar sus armarios, no me salvar? de una crisis de nervios. Bueno. Cedo una vez m?s. Lucienne me ayudar? quiz?s a comprenderme, aunque ya no tenga ninguna importancia, por hoy.
15 de marzo. Nueva York
No puedo por menos que esperar el telegrama, la llamada telef?nica de Maurice que me anuncie: ?He roto con No?llie?; o simplemente: ?Cambi? de opini?n. Me quedo en casa?. Y por supuesto, no llega. ?Pensar que habr?a sido tan feliz al ver esta ciudad! Y es como si estuviera ciega.
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Maurice y Colette me llevaron al aeropuerto, estaba atiborrada de tranquilizantes. Lucienne se har?a cargo de m? al llegar: un equipaje que no cambia de dep?sito, una inv?lida, o una retrasada. Dorm?, no pens? en nada y aterric? en la niebla. ?Qu? elegante se ha vuelto Lucienne! Ya no es una jovencita: una mujer, muy segura de s?. (Ella que detestaba a los adultos. Cuando le dec?a: ?Reconoce que tengo raz?n?, se enfurec?a: ?Te equivocas en tener raz?n?.) Me condujo en coche a un bonito apartamento que una amiga le ha prestado por dos semanas, en la calle Cincuenta. Y mientras deshac?amos mis maletas yo pensaba: ?La forzar? a explicarme todo. Sabr? por qu? fui condenada. Ser? menos insoportable que la ignorancia?. Me dijo: ?Te queda muy bien haber adelgazado. ??Estaba demasiado gorda? ?Un poco. Est?s mejor. Su voz medida me intimidaba. Aun as?, por la noche trat? de hablarle. (Tom?bamos unos martinis en un bar ruidoso donde hac?a un calor terrible.) ?Nos has visto vivir ?le dije?. Eras muy cr?tica respecto a m?. No tengas miedo de herirme. Trata de explicarme por qu? tu padre ha dejado de quererme. ?Pero mam?, al cabo de quince a?os de matrimonio, es normal que uno deje de querer a su mujer. ?Lo contrario ser?a lo sorprendente! ?Hay gente que se quiere toda la vida. ?Aparentan. ?Escucha, no me respondas como los otros, con generalidades. Es normal, es natural: no me satisface. Seguramente he cometido errores. ?Cu?les? ?Has cometido el error de creer que las historias de amor duraban. Yo ya lo he comprendido; en cuanto empiezo a apegarme a un tipo, me busco otro. ??Entonces no amar?s nunca! ?Seguramente, no. Ya ves a donde lleva. ??Para qu? vivir si uno no ama a nadie! No puedo desear no haber amado a Maurice, ni siquiera hoy no amarle m?s: querr?a que me amara. En los d?as siguientes insist?: ?Sin embargo, mira a Isabelle, mira a Diana, y a los Couturier: hay matrimonios que duran. ?Es una cuesti?n estad?stica. Cuando apuestas al amor conyugal, te adjudicas una oportunidad de quedarte plantada a los cuarenta a?os, con las manos vac?as. Sacaste un n?mero malo; no eres la ?nica. ?No atraves? el oc?ano para que me digas banalidades. ?Tiene tan poco que ver con una banalidad que no hab?as pensado en eso nunca y que ni siquiera quieres creerlo. ??Las estad?sticas no explican lo que me sucede a m?! Alza los hombros, desv?a la conversaci?n, me lleva al teatro, al cine, me muestra la ciudad. Pero yo me encarnizo:
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??Ten?as la impresi?n de que yo no comprend?a a tu padre, que no estaba a su altura? ?A los quince a?os, seguro, como todas las jovencitas enamoradas de su padre. ??Qu? pensabas, exactamente? ?Que no lo admirabas lo suficiente; para m? era una especie de superhombre. ?Seguramente estuve equivocada al no interesarme m?s en sus trabajos. ?Crees que me guardaba rencor? ??Por eso? ?Por eso o por otra cosa. ?No, que yo sepa. ??Disput?bamos mucho? ?No. No en mi presencia. ?En 1955, a pesar de todo; Colette se acuerda… ?Porque ella estaba siempre entre tus faldas. Y era mayor que yo. ??Entonces, por qu? causa supones que tu padre me deja? ?A menudo los hombres, a una edad as?, tienen ganas de empezar una vida nueva. Se imaginan que ser? nueva toda la vida. Verdaderamente, no saco nada de Lucienne. ?Piensa tan mal de m? que le es imposible dec?rmelo?
16 de marzo
?Reh?sas hablarme de m?: ?piensas tan mal? ??Qu? idea! ?Machaco, es verdad. Quiero ver claro en mi pasado. ?El porvenir es lo que cuenta. B?scate un tipo. O cons?guete una ocupaci?n. ?No. Necesito a tu padre. ?Volver? a ti, quiz?. ?Sabes perfectamente que no. Hemos tenido diez veces esta conversaci?n. A ella tambi?n la aburro, la harto. Tal vez si la llevara al l?mite terminar?a por ceder y hablar. Pero es de una paciencia que me descorazona. Qui?n sabe si ellos no le han escrito para exponerle mi caso y exhortarla a soportarme. ?Dios m?o!, es algo tan liso una vida, es n?tido, cuando todo va bien se desliza f?cilmente. Y basta con un tropiezo. Se descubre que es opaca, que no se sabe nada de nadie, ni de s? mismo ni de los otros: lo que son, lo que piensan, lo que hacen, c?mo nos ven. Le pregunt? c?mo juzgaba a su padre.
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??Oh, yo no juzgo a nadie! ??No te parece que se ha comportado como un canalla? ?Francamente, no. Seguramente se hace ilusiones respecto a esta tipa. Es un ingenuo. Pero no un cochino. ??Piensas que tiene derecho a sacrificarme? ?Evidentemente, es duro para ti. ?Pero por qu? deber?a sacrificarse ?l? En cuanto a m?, s? bien que no me sacrificar?a por nadie. Lo dijo como una especie de fanfarronada. ?Es tan dura como quiere aparentar? Me lo pregunto. Me parece mucho menos segura de s? misma de lo que pens? en un primer momento. Ayer la interrogu? sobre ella: ?Escucha, querr?a que fueras sincera conmigo, tengo necesidad de ello (tu padre me ha mentido tanto). ?Es por m? que has venido a Norteam?rica? ??Qu? idea! ?Tu padre est? convencido. Me lo reprocha enormemente. S? que yo te agobiaba. Te he agobiado desde siempre. ?M?s vale, digamos, que no estoy dotada para la vida de familia. ?Era mi presencia lo que no soportabas. Te marchaste para liberarte de m?. ?No exageremos; t? no me oprim?as. No: solamente quise saber si pod?a volar con mis propias alas. ?Ahora lo sabes. ?S?, s? que puedo. ??Eres feliz? Dijo con un tono agresivo: ?Mi vida me conviene perfectamente. Trabajo, salidas, encuentros fugaces: esa existencia me parece ?rida. Ella tiene brusquedades, impaciencias (no solamente conmigo) que me parecen delatar una desaz?n. Eso tambi?n es seguramente por mi error, esa negativa del amor: mi sentimentalismo la descorazon?, se esmer? para no parec?rseme. Hay algo r?gido, casi ingrato en sus maneras. Me present? a algunos de sus amigos y he quedado impresionada por su actitud con ellos: siempre alerta, distante, cortante, su risa no tiene alegr?a.
20 de marzo
Algo no funciona bien en Lucienne. Hay en ella, dudo en escribir la palabra, me da horror, pero es lo ?nico que conviene: maldad. Cr?tica, burlona, mal?vola, siempre la he conocido as?; pero es con una verdadera rabia que despedaza a la gente que llama sus amigos. Se complace en decirles verdades desagradables. De hecho son simples relaciones. Hizo un esfuerzo por presentarme a gente, pero en general vive muy sola. La maldad: es una defensa; ?contra qui?n? En todo caso, no es la muchacha fuerte, brillante, equilibrada, que yo imaginaba
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desde Par?s. ?Es que he fracasado con las dos? ?No, oh, no! Le pregunt?: ??Encuentras como tu padre que Colette ha hecho un matrimonio idiota? ?Ha hecho el matrimonio que deb?a hacer. No so?aba m?s que con el amor, era fatal que se encaprichase por el primer chico que encontrara. ??Era culpa m?a, si ella era as?? Ri?, con su risa sin alegr?a: ?Siempre has tenido un sentido muy exagerado de tus responsabilidades. Insist?. Seg?n ella, lo que cuenta en una infancia es la situaci?n psicol?gica, tal como existe sin que lo sepan los padres, casi a pesar de ellos. La educaci?n, en lo que tiene de consciente, de deliberado, ser?a muy secundaria. Mis responsabilidades ser?an nulas. Magro consuelo. No pensaba tener que defenderme de ser culpable: mis hijas eran mi orgullo. Le pregunt? tambi?n: ??C?mo me ves? Me mir? sorprendida. ?Quiero decir: ?c?mo me describir?as? ?Eres muy francesa, muy soft, como se dice aqu?. Muy idealista tambi?n. Careces de defensa, es tu ?nico defecto. ??El ?nico? ?Claro que s?. Aparte de eso, eres animada, alegre, encantadora. Era m?s bien sumaria su descripci?n. Repet?. ?Animada, alegre, encantadora… Pareci? molesta: ??C?mo te ves t?? ?Como una ci?naga. Todo es tragado por el cieno. ?Te reencontrar?s. No, y es quiz? lo peor. Advierto s?lo ahora cu?nta estima ten?a en el fondo por m? misma. Pero todas las palabras por las cuales intentar?a justificarla, Maurice las ha asesinado; el c?digo seg?n el cual yo juzgaba a los otros y a m? misma, ?l lo ha repudiado. Nunca hab?a so?ado en contestarle; es decir, en contestarme. En el presente me pregunto: ?a t?tulo de qu? preferir la vida interior a la vida mundana, la contemplaci?n a las frivolidades, la devoci?n a la ambici?n? No ten?a otra cosa sino crear felicidad alrededor de m?. No he hecho feliz a Maurice. Y mis hijas tampoco lo son. ?Entonces? No s? nada. No solamente qui?n soy sino c?mo habr?a que ser. El negro y el blanco se confunden, el mundo es un magma y no tengo ya contornos. ?C?mo vivir sin creer en nada, ni en m? misma? Lucienne se escandalizaba de que Nueva York me interesara tan poco. Antes no sal?a mucho de mi c?scara, pero cuando lo hac?a me interesaba por todo: los paisajes, la gente, los museos, las calles. Ahora soy una muerta. ?Una muerta que tiene todav?a cu?ntos a?os para ir tirando? Una jornada, ya, cuando abro un ojo, por la ma?ana, me parece imposible llevarla hasta el fin. Ayer
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cuando me ba?aba, nada m?s que levantar un brazo me planteaba un problema: ?por qu? levantar un brazo, por qu? poner un pie delante del otro? Cuando estoy sola, me quedo inm?vil durante unos minutos sobre el borde de la acera, enteramente paralizada.
23 de marzo
Parto ma?ana. A mi alrededor, la noche est? siempre tan espesa. Telegrafi? para pedir que Maurice no vaya a Orly. No tengo coraje de afrontarlo. Se habr? ido. Vuelvo y ?l se habr? ido.
24 de marzo
Heme aqu?. Colette y Jean-Pierre me esperaban. Cen? en su casa. Me han acompa?ado hasta aqu?. La ventana estaba negra; siempre estar? negra. Subimos la escalera, ellos dejaron las maletas en el sal?n. No quise que Colette se quedara a dormir: tendr? que acostumbrarme. Me he sentado delante de la mesa. Estoy sentada. Y miro esas dos puertas: el despacho de Maurice; nuestra habitaci?n. Cerradas. Una puerta cerrada, algo que acecha detr?s. No se abrir? si no me muevo; jam?s. Detener el tiempo y la vida. Pero s? que me mover?. La puerta se abrir? lentamente y ver? lo que hay detr?s de la puerta. Es el porvenir. La puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente. Estoy en el umbral. No hay m?s que esta puerta y lo que acecha detr?s. Tengo miedo. Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio. Tengo miedo.