La mujer rota I

Primera parte: La edad de la discreci?n
Segunda parte: Mon?logo
… ?Dios m?o! ?Haz que existas! Haz que haya un cielo y un infierno me pasear? por los senderos del para?so con mi hijo y con mi hija querida y ellos se retorcer?n en las llamas de la envidia los mirar? tostarse y gemir reir? y los ni?os reir?n conmigo. Me debes esa revancha Dios m?o. Exijo que me la des.



LA A M MU UJ JE ER R R RO OT TA A

S Si im mo on ne e d de e B Be ea au uv vo oi ir r

T?tulo original: L’Age de la discretion Monologue La femme rompue
Traducci?n de Dolores Sierra y Neus S?nchez Revisi?n de Sanjos?-Carbajosa
Dise?o de la cubierta: Edhasa basado en una idea original de Mabel (Tribugr?fica)
Primera edici?n en colecci?n Diamante: abril de 2007
Simone de Beauvoir La mujer rota
3
LA EDAD DE LA DISCRECI?N
Simone de Beauvoir La mujer rota
4
?Mi reloj est? parado? No. Pero las agujas no dan la sensaci?n de girar. No mirarlas. Pensar en otra cosa, en cualquier cosa: en este d?a detr?s de m?, tranquilo y cotidiano, a pesar de la agitaci?n de la espera. Enternecimiento al despertar. Andr? estaba acurrucado en la cama, los ojos cubiertos con una venda, la mano apoyada en la pared, con gesto infantil, como si en la confusi?n del sue?o hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo. Me he sentado al borde de la cama, he apoyado la mano sobre su hombro. Se ha arrancado la venda, una sonrisa se ha dibujado sobre su rostro atolondrado. ?Son las ocho. He instalado en la biblioteca la bandeja del desayuno; he tomado un libro recibido la v?spera y ya a medias hojeado. ?Qu? fastidio todas esas cantinelas sobre la incomunicaci?n! Si uno quiere comunicarse, generalmente se logra. No con todo el mundo, ciertamente, pero s? con dos o tres personas. A veces oculto a Andr? caprichos, nostalgias, inquietudes menores; sin duda ?l tambi?n tiene sus peque?os secretos, pero a grandes rasgos no ignoramos nada el uno del otro. He servido en las tazas, t? de China muy caliente, muy cargado. Lo hemos bebido revisando nuestro correo; el sol de julio entraba a raudales en el cuarto. ?Cu?ntas veces nos hab?amos sentado frente a frente ante esta mesita, delante de las tazas de t? muy cargado, muy caliente? Y otra vez ma?ana, dentro de un a?o, dentro de diez a?os… Ese instante ten?a la dulzura de un recuerdo y la alegr?a de una promesa. ?Ten?amos treinta a?os, o sesenta? Los cabellos de Andr? se han encanecido tempranamente: en otra ?poca, esa nieve que realzaba la frescura mate de su piel parec?a una coqueter?a. Sigue siendo una coqueter?a. La piel se ha endurecido y agrietado, viejo cuero, pero la sonrisa de la boca y de los ojos ha conservado la luz. A pesar de los desmentidos del ?lbum de fotograf?as, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy: mi mirada no le conoce edad. Una larga vida con risas, l?grimas, c?leras, abrazos, confesiones, silencios, impulsos, y a veces parece que el tiempo no hubiera pasado. El porvenir todav?a se extiende hasta el infinito. Se ha levantado: ?Buena suerte con el trabajo ?me ha dicho. ?T? tambi?n: buen trabajo. No ha contestado. En esa clase de b?squeda, forzosamente hay per?odos en
Simone de Beauvoir La mujer rota
5
los cuales no se adelanta; uno se resigna a eso con menos facilidad que antes. He abierto la ventana. Par?s ol?a a asfalto y a tormenta, abrumado por el pesado calor del verano. He seguido a Andr? con la mirada. Es quiz? durante esos instantes, cuando lo veo alejarse, cuando ?l para m? existe con la m?s trastornadora evidencia; la alta silueta se empeque?ece, dibujando a cada paso el camino de su regreso; desaparece, la calle parece vac?a pero en realidad se trata de un campo de fuerzas que lo conducir? otra vez hacia m? como a su sitio natural; esta certidumbre me conmueve a?n m?s que su presencia. Me he quedado un largo rato en el balc?n. Desde mi sexto piso descubro un gran pedazo de Par?s, el vuelo de las palomas por encima de los techos de pizarra y esas falsas macetas que son chimeneas. Rojas o amarillas, las gr?as (cinco, nueve, diez, cuento diez) obstruyen el cielo con sus brazos de hierro; a la derecha, mi mirada tropieza con una alta muralla perforada por peque?os agujeros: un inmueble nuevo; descubro tambi?n torres prism?ticas, rascacielos recientemente edificados. ?Desde cu?ndo el terrapl?n del bulevar Edgar-Quinet se transform? en un p?rking? La frescura de ese paisaje me salta a la vista, y sin embargo, no me acuerdo de haberlo visto distinto. Me gustar?a contemplar uno al lado de otro los dos grabados: antes, despu?s, y asombrarme de sus diferencias. Pero no. El mundo se crea bajo mis ojos en un eterno presente; me habit?o tan r?pidamente a sus rostros que no advierto que cambian. Sobre mi mesa, los ficheros, el papel blanco me invitaban a trabajar; pero las palabras que bailaban en mi cabeza me imped?an concentrarme. ?Philippe estar? aqu? esta noche.? Casi un mes de ausencia. He entrado en su habitaci?n, donde todav?a hab?a libros, papeles, un viejo pul?ver gris, un pijama violeta, este dormitorio que no me decido a transformar porque no tengo tiempo ni dinero, porque no quiero creer que Philippe haya dejado de pertenecerme. He vuelto a la biblioteca impregnada por un gran ramo de rosas frescas e inocentes como lechugas. Me sent?a sorprendida de que este apartamento jam?s me hubiera parecido desierto. Nada faltaba. Miraba cari?osamente los colores ?cidos y tiernos de los cojines diseminados sobre los divanes; las mu?ecas polacas, los bandoleros eslovacos, los gallos portugueses ocupaban modosamente sus sitios. ?Philippe estar? aqu?…? Me he quedado desamparada. La tristeza puede llorarse. Pero la impaciencia de la alegr?a no es f?cil de conjurar. He decidido salir a respirar el olor del verano. Un negro alto, vestido con un impermeable azul el?ctrico y cubierto con un gorro gris, barr?a indolentemente la acera: antes, era un argelino color gris oscuro. En el bulevar Edgar-Quinet me he unido al bullicio de las mujeres. Como ya casi no salgo por la ma?ana, el mercado me parec?a ex?tico (tantos mercados por la ma?ana, bajo tantos cielos). Una viejecita renqueaba de una carnicer?a a otra con sus mechones tirados hacia atr?s, apretando el asa de su bolsa vac?a. En otros tiempos no me inquietaba por los ancianos; los tomaba por muertos cuyas piernas a?n caminan; ahora los veo: hombres, mujeres, apenas un poco m?s
Simone de Beauvoir La mujer rota
6
viejos que yo. A ?sta ya la hab?a observado el d?a en que hab?a pedido sobras para sus gatos al carnicero. ??Para sus gatos! ?dijo cuando ella sali??. No tiene gato. ?Va a cocinarse uno de esos guisotes!? Al carnicero le parec?a divertido. Luego recoger?a los desperdicios bajo las tablas de la carne antes de que el enorme negro hubiera barrido todo a la alcantarilla. Sobrevivir con ciento ochenta francos por mes: hay m?s de un mill?n en ese mismo caso; y otros tres millones apenas menos necesitados. He comprado frutas, flores, he callejeado. Jubilarse, suena un poco como ser tirado al canasto; la palabra me helaba. La extensi?n de mis ocios me horrorizaba. Estaba equivocada. El tiempo me queda un poco holgado de hombros, pero me las arreglo. ?Y qu? placer vivir sin consigna, sin apremio! En ocasiones, a pesar de todo, el estupor me gana. Me acuerdo de mi primer puesto, mi primera clase, las hojas muertas que cruj?an bajo mis pies en el oto?o provinciano. Entonces el d?a de la jubilaci?n ?que un lapso dos veces tan largo, o casi, como mi vida anterior separaba de m?? me parec?a irreal como la muerte misma. Y he aqu? que hace un a?o que ha llegado. He cruzado otras l?neas, pero m?s imprecisas. Esta tiene la rigidez de una trampa de hierro. He regresado, me he sentado a mi mesa: sin trabajo, hasta esta alegre ma?ana me hubiera parecido insulsa. Hacia la una hice un alto para poner la mesa en la cocina: totalmente igual a la cocina de la abuela, en Milly ?quisiera volver a ver Milly? con su mesa de granja, los bancos, los cobres, el techo con las vigas al descubierto; s?lo que hay un horno de gas en lugar de una cocina de hierro fundido, y un frigor?fico. (?En qu? a?o aparecieron en Francia los frigor?ficos? Compr? el m?o hace diez a?os, pero ya era un art?culo corriente. ?Desde cu?ndo? ?Antes de la guerra? ?Inmediatamente despu?s? De nuevo una de esas cosas de las que ya no me acuerdo.) Andr? ha llegado tarde, me hab?a avisado: al salir del laboratorio hab?a tomado parte en una reuni?n sobre la fuerza disuasiva. He preguntado: ??Ha estado bien? ?Hemos estado redactando un nuevo manifiesto. Pero no me hago ilusiones. No tendr? m?s eco que los otros. A los franceses les importa un pito. La fuerza disuasiva, la bomba at?mica en general, todo. A veces tengo ganas de salir volando a otra parte: a Cuba, a Mal?. No, seriamente, sue?o con ello. All? uno quiz? pueda ser ?til. ?No podr?as trabajar m?s. ?No ser?a una gran desgracia. He dejado sobre la mesa la ensalada, el jam?n, el queso, la fruta. ??Tan descorazonado est?s? No es la primera vez que no dan en el clavo. ?No. ?… ?Entonces? ?No quieres comprender. Me repite a menudo que ahora todas las ideas nuevas vienen de sus colaboradores, que est? demasiado viejo para inventar: no lo creo.
Simone de Beauvoir La mujer rota
7
??Ah!, veo lo que piensas ?dije?. No lo creo. ?Est?s equivocada. Tuve mi ?ltima idea hace quince a?os. Quince a?os. Ninguno de los per?odos de depresi?n que ha atravesado ha durado tanto tiempo. Pero en el punto al que ha llegado, sin duda, tiene necesidad de esta pausa para reencontrar una inspiraci?n nueva. Pienso en los versos de Val?ry:
Cada ?tomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro.
De esta lenta gestaci?n van a nacer frutos inesperados. Esta aventura de la cual he participado apasionadamente no ha terminado: la duda, el fracaso, el tedio de los estancamientos, luego una luz entrevista, una esperanza, una hip?tesis confirmada; despu?s de semanas y meses de paciencia ansiosa, la embriaguez del ?xito. No comprend?a gran cosa de los trabajos de Andr?, pero mi confianza testaruda fortificaba la suya. Permanece intacta. ?Por qu? ya no puedo comunic?rsela? Me niego a creer que nunca m?s ver? brillar en sus ojos la alegr?a febril del descubrimiento. Dije: ?Nada prueba que no tengas un segundo empuje. ?No. A mi edad uno tiene h?bitos mentales que frenan la invenci?n. Y de a?o en a?o me vuelvo m?s ignorante. ?Volveremos a hablar dentro de diez a?os. Har?s tal vez tu m?s grande descubrimiento a los setenta a?os. ?Siempre tu optimismo: te garantizo que no. ??Siempre tu pesimismo! Nos hemos re?do. Sin embargo, no hay de qu? re?r. El derrotismo de Andr? es infundado, por una vez carece de rigor. S?, Freud escribi? en sus cartas que a una cierta edad no se inventa nada m?s y que es desolador. Pero ?l era entonces mucho m?s viejo que Andr?. No importa: injustificada, esta morosidad no me entristece menos. Si Andr? se abandona a ella significa que de una manera general est? en crisis. Me sorprende, pero el hecho es que no se resigna a haber sobrepasado los sesenta a?os. A m?, miles de cosas me divierten todav?a; a ?l, no. Antiguamente se interesaba por todo; ahora es toda una historia arrastrarlo a ver una pel?cula, a una exposici?n, a casa de amigos. ?Qu? l?stima que ya no te guste pasear ?he dicho?. ?Los d?as son tan hermosos! Hace un momento pensaba que me hubiera gustado volver a Milly y al bosque de Fointainebleau. ?Eres sorprendente ?me ha respondido con una sonrisa?. ?Conoces toda Europa y querr?as volver a ver los alrededores de Par?s! ??Por qu? no?, la colegiata de Champeaux no es menos hermosa porque yo haya subido a la Acr?polis.
Simone de Beauvoir La mujer rota
8
?Bueno, cuando el laboratorio cierre, dentro de cuatro o cinco d?as, te prometo un gran paseo en coche. Tendr?amos tiempo para hacer m?s de uno, puesto que nos quedamos en Par?s hasta principios de agosto. ?Pero tendr? ganas? Le he preguntado: ?Ma?ana es domingo. ?No est?s libre? ??No, por desgracia! Ya sabes, por la noche hay esa conferencia de prensa sobre el apartheid. Me han tra?do una cantidad de documentos que todav?a no he mirado. Prisioneros pol?ticos espa?oles, detenidos portugueses, iran?es perseguidos, rebeldes congole?os, cameruneses, guerrilleros venezolanos, peruanos, colombianos, siempre est? dispuesto a ayudarlos en la medida de sus fuerzas. Reuniones, manifiestos, m?tines, octavillas, delegaciones, nada le desanima. ?Trabajas demasiado. ??Por qu? demasiado? ?Qu? otra cosa hacer? ?Qu? hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda m?s que matar el tiempo. Yo tambi?n atraves? un mal per?odo, hace diez a?os. Estaba asqueada de mi cuerpo, Philippe se hab?a vuelto un adulto, despu?s del ?xito de mi libro sobre Rousseau me sent?a vac?a. Envejecer me angustiaba. Y despu?s emprend? un estudio sobre Montesquieu, logr? que Philippe se diplomara, hacerle comenzar una tesis. Me confiaron unas clases en la Sorbona que me interesaron a?n m?s que el liceo. Me resign? a mi cuerpo. Me pareci? resucitar. Y actualmente, si Andr? no tuviera una conciencia tan aguda de su edad, olvidar?a f?cilmente la m?a. Ha vuelto a salir y me he quedado todav?a un largo rato en el balc?n. He mirado girar sobre el fondo azul del cielo una gr?a color minio. He seguido con la mirada a un insecto negro que trazaba en el azul un ancho surco espumoso y helado. La perpetua juventud del mundo me corta el aliento. Cosas que amaba han desaparecido. Muchas otras me han sido dadas. Ayer al anochecer, sub?a por el bulevar Raspail y el cielo era carmes?; me parec?a caminar sobre un planeta extra?o donde la hierba habr?a sido violeta, la tierra azul: los ?rboles escond?an el parpadeo rojizo de un cartel de ne?n. Andersen se maravillaba, a los sesenta a?os, de atravesar Suecia en menos de veinticuatro horas mientras que en su juventud el viaje duraba una semana. He conocido semejantes deslumbramientos: ?Mosc? a tres horas y media de Par?s! Un taxi me ha conducido al parque Montsouris, donde ten?a cita con Martine. Al entrar en el jard?n el olor de la hierba cortada me ha llegado al coraz?n: olor a los pastos de alta monta?a por donde caminaba, mochila a la espalda con Andr?, tan conmovedor por tratarse del olor de las praderas de mi infancia. Reflejos, ecos, repiti?ndose hasta el infinito: he descubierto la dulzura de tener tras de m? un largo pasado. No tengo tiempo de narr?rmelo, pero a menudo fortuitamente lo percibo como transparente en el fondo del momento presente; le da su color, su luz, como las rocas o las arenas se reflejan en el tornasolado mar. Otras veces me ilusionaba con proyectos, promesas; ahora la
Simone de Beauvoir La mujer rota
9
sombra de los d?as idos amortiguaba mis emociones, mis placeres. En la terraza del caf?-restaurante, Martine beb?a un zumo de lim?n. Espesos cabellos negros, ojos azules, un vestido corto con franjas anaranjadas y amarillas, tirando un poco a violeta: una hermosa y joven mujer. Cuarenta a?os. A los treinta a?os yo hab?a sonre?do, cuando el padre de Andr? hab?a tratado de ?hermosa y joven? a una cuarentona; y las mismas palabras me ven?an a los labios a prop?sito de Martine. Actualmente, casi todo el mundo me parece joven. Me ha sonre?do: ??Me ha tra?do su libro? ?Por supuesto. Ha mirado la dedicatoria: ?Gracias ?me ha dicho con voz emocionada, y ha agregado?: Tengo mucha impaciencia por leerlo. Pero este final de curso est? muy cargado. Tendr? que esperar al catorce de julio. ?Me gustar?a conocer su opini?n. Tengo gran confianza en su juicio: es decir, que estamos casi siempre de acuerdo. Me sentir?a en un plano de mayor igualdad con ella si no conservara a?n hacia m? esa vieja deferencia entre alumna y profesora, si bien ella ya lo es, adem?s de estar casada y ser madre de familia. ?Es dif?cil hoy d?a ense?ar literatura. Sin sus libros, no sabr?a verdaderamente c?mo arregl?rmelas. ?Me ha preguntado t?midamente?: ?Est? contenta con ?ste? Una pregunta permanec?a en sus ojos sin que osara formularla. He tomado la iniciativa. Sus silencios me animan a hablar m?s que muchas preguntas atolondradas. ?Usted sabe lo que he querido hacer: a partir de una reflexi?n sobre las obras cr?ticas publicadas desde la guerra, proponer un nuevo m?todo que permita penetrar en la obra de un autor de una manera m?s exacta de lo que hasta ahora se ha hecho. Espero haberlo logrado. Era m?s que una esperanza: una convicci?n. Me llenaba de sol el coraz?n. Qu? hermoso d?a, y me gustaban esos ?rboles, ese c?sped, estas alamedas donde tan a menudo me hab?a paseado con mis camaradas, con amigos. Algunos han muerto o bien nuestras vidas se han alejado. Por suerte, al contrario de Andr?, que ya no ve a nadie, he seguido unida a algunos alumnos y a colegas j?venes; los prefiero a las mujeres de mi edad. Su curiosidad vivifica la m?a, y me arrastran tras de su porvenir, m?s all? de mi tumba. Martine ha acariciado el volumen con la palma de la mano. ?A pesar de todo, voy a echarle un vistazo esta misma noche. ?Lo ha le?do alguien? ?S?lo Andr?. Pero la literatura no le apasiona. Ya nada le apasiona. Y es tan derrotista conmigo como con ?l mismo. Sin dec?rmelo, en el fondo est? convencido de que todo cuanto yo haga en adelante no a?adir? nada a mi reputaci?n. No me perturba porque s? que se equivoca.
Simone de Beauvoir La mujer rota
10
Acabo de escribir mi mejor libro y el segundo tomo ir? todav?a m?s lejos. ??Su hijo? ?Le envi? un paquete de pruebas. Me hablar? de ello: regresa esta noche. Hemos hablado de Philippe, de su tesis, de literatura. Como yo, ella ama las palabras y las personas que saben servirse de ellas. Lo que pasa es que se deja devorar por su profesi?n y su hogar. Me ha acompa?ado hasta casa en su peque?o Austin. ??Vuelve pronto a Par?s? ?No creo. De Nancy ir? directamente a descansar a Yonne. ??Trabajar? algo durante las vacaciones? ?Me gustar?a mucho. Pero siempre estoy corta de tiempo. No tengo su energ?a. No es una cuesti?n de energ?a, me dije al dejarla: no podr?a vivir sin escribir. ?Por qu?? ?Y por qu? me he encarnizado en hacer de Philippe un intelectual, cuando Andr? lo hubiera dejado lanzarse a otros caminos? Ni?a, adolescente, los libros me salvaron de la desesperaci?n; eso me ha persuadido de que la cultura es el m?s alto de los valores, y no logro considerar esta convicci?n con mirada cr?tica. En la cocina, Marie-Jeanne se atareaba en preparar la cena: en el men?, los platos preferidos de Philippe. He verificado que todo fuera bien, he le?do los diarios y resuelto unos dif?ciles crucigramas que me han retenido tres cuartos de hora; a veces me divierte quedarme largo rato inclinada sobre un casillero donde las palabras est?n virtualmente presentes, aunque invisibles; para hacerlas aparecer, empleo mi cerebro como un revelador; me parece arrancarlas de la espesura del papel, donde se habr?an escondido. Rellena la ?ltima casilla, he elegido en mi guardarropa mi vestido m?s bonito, de seda gris y rosa. A los cincuenta a?os mis vestidos me parec?an siempre demasiado tristes o demasiado alegres; ahora s? lo que me est? permitido o prohibido, me visto sin problemas. Sin placer tambi?n. Esa relaci?n ?ntima, casi tierna, que antes ten?a con mi ropa ha desaparecido. Sin embargo, he contemplado con satisfacci?n mi silueta. Fue Philippe quien un d?a me dijo: ?Vaya, est?s engordando?. (Casi no parece haber notado que he recuperado la l?nea.) Me somet? a un r?gimen, compr? una balanza. Antes no me imaginaba que me inquietar?a alguna vez por mi peso. ?Y aqu? estoy! Cuanto menos me reconozco en mi cuerpo, m?s obligada me siento a ocuparme de ?l. Est? a mi cargo y lo cuido con una dedicaci?n aburrida, como a un viejo amigo poco favorecido, algo disminuido, que tuviera necesidad de m?. Andr? ha tra?do una botella de Mumm que he puesto a enfriar, hemos charlado un poco y llamado por tel?fono a su madre. Lo hace a menudo. Ella est? m?s sana que una manzana; a?n milita en?rgicamente en las filas del PC; pero, con todo, tiene ochenta y cuatro a?os, vive sola en su casa de Villeneuvel?s-Avignon: ?l se inquieta un poco por ella. Re?a en el tel?fono, yo les escuchaba lanzar exclamaciones, protestar, pero pronto se callaba: Manette es
Simone de Beauvoir La mujer rota
11
voluble cada vez que se le presenta la ocasi?n. ??Qu? ha dicho? ?Est? cada vez m?s convencida de que de un d?a a otro cincuenta millones de chinos van a franquear la frontera rusa. O si no, arrojar?n una bomba en cualquier parte por el placer de hacer estallar una guerra mundial. Me acusa de tomar partido por ellos: imposible convencerla de que no. ??Est? bien? ?No se aburre? ?Estar? encantada de vernos; en cuanto al aburrimiento, ignora lo que es. Maestra, tres hijos, la jubilaci?n ha sido una felicidad que todav?a no ha agotado. Hablamos de ella y de los chinos, sobre quienes estamos tan mal informados como todo el mundo. Andr? ha abierto una revista. Y aqu? estoy, mirando mi reloj cuyas agujas no dan la sensaci?n de girar. Ha aparecido de pronto; cada vez me sorprende encontrar en su rostro, armoniosamente fundidos, los rasgos dis?miles de mi madre y de Andr?. Me ha abrazado muy fuerte diciendo palabras joviales y me he abandonado a la ternura de la chaqueta de franela contra mi mejilla. Me he separado de ?l para abrazar a Ir?ne; ella me sonre?a con una sonrisa tan helada que me ha sorprendido sentir bajo mis labios una mejilla dulce y c?lida. Ir?ne. La olvido siempre; est? siempre all?. Rubia, ojos gris-azul, boca suave, ment?n agudo, y en su frente demasiado amplia algo al mismo tiempo vago y obstinado. La he borrado r?pidamente. Estaba sola con Philippe, como en aquel tiempo cuando le despertaba cada ma?ana con una caricia sobre la frente. ??Ni siquiera una gota de whisky? ?ha preguntado Andr?. ?Gracias. Tomar? un zumo de fruta.??Qu? razonable es! Vestida, peinada con una razonable elegancia, el cabello liso, un mech?n que oculta su gran frente, maquillaje ingenuo, trajecito austero. Me sucede a menudo, cuando hojeo una revista femenina, decirme: ??Vaya! Es Ir?ne?. Al verla tambi?n me ocurre reconocerla con dificultad. ?Es mona?, afirma Andr?. Ciertos d?as estoy de acuerdo: delicadeza de las orejas y de las fosas nasales, la ternura nacarada de la piel que subraya el azul oscuro de las pesta?as. Pero si mueve un poco la cabeza, el rostro huye, no se percibe m?s que esa boca, ese ment?n. Ir?ne. ?Por qu?? ?Por qu? Philippe siempre se ha relacionado con esa clase de mujeres, elegantes, distantes, esnobs? Sin duda, para probarse a s? mismo que era capaz de seducirlas. No se ataba a ellas. Yo pensaba que si se atara… Pensaba que no se atar?a, y una noche me dijo: ?Voy a anunciarte una gran noticia?, con el aspecto algo sobreexcitado de un ni?o que en un d?a de fiesta ha jugado demasiado, re?do demasiado, gritado demasiado. Hubo ese golpe de gong en mi pecho, sangre en mis mejillas, todas mis fuerzas tensas para reprimir el temblor de mis labios. Una noche de invierno, las cortinas corridas, la luz de las l?mparas sobre el arco iris de los almohadones y ese abismo de ausencia repentinamente abierto. ?Te gustar?: es una mujer que trabaja.? Ella trabaja de vez en cuando como scriptgirl. Conozco a esas j?venes ?a la moda?.Tienen una vaga profesi?n, pretenden
Simone de Beauvoir La mujer rota
12
cultivarse, hacer deportes, vestirse bien, mantener impecable su apartamento, educar perfectamente a sus hijos, llevar una vida mundana; en una palabra, ?xito en todos los planos. Y no tienen verdadero inter?s por nada. Me hielan la sangre. Hab?an partido para Cerde?a el d?a en que la facultad cerraba sus puertas, a principios de junio. Mientras cen?bamos alrededor de esta mesa donde tan a menudo he hecho comer a Philippe (vamos, termina esa sopa; toma otro poco de carne; come algo antes de salir para tu clase), hemos hablado de su viaje ? hermoso regalo de bodas ofrecido por los padre de Ir?ne, ellos tienen dinero?. Ella callaba mucho, como una mujer inteligente que sabe esperar el momento de colocar una observaci?n astuta, algo sorprendente; de vez en cuando soltaba una frasecita, sorprendente ?en mi opini?n, al menos? por su tonter?a o su banalidad. Hemos vuelto a la biblioteca. Philippe ha echado un vistazo sobre mi mesa. ??Has trabajado mucho? ?Todo va bien. ?No has tenido tiempo de leer mis pruebas? ?No, fig?rate. Lo siento much?simo. ?Leer?s el libro. Tengo un ejemplar para ti. Su negligencia me ha entristecido un poco, pero no lo he demostrado; le he dicho: ??Y ahora, vas a volver seriamente a tu tesis? No ha respondido. Ha cambiado una rara mirada con Ir?ne. ??Qu? hay? ?Volv?is a salir de viaje? ?No. ?Nuevamente un silencio, y ha dicho con un poco de fastidio?: ?Ah!, vas a enfadarte; me lo reprochar?is, pero durante este mes he tomado una decisi?n. Resulta muy pesado conciliar un puesto de asistente y una tesis. Ahora bien, sin tesis, la universidad no me ofrece un porvenir interesante. Voy a dejarla. ??Qu? est?s diciendo? ?Voy a abandonar la universidad. Soy a?n lo bastante joven como para orientarme en otro sentido. ?Pero no es posible. A esta altura no vas a perderlo todo ?dije con indignaci?n. ?Compr?ndeme. Antes, el profesorado era una profesi?n de oro. Ahora soy el ?nico que encuentra imposible ocuparse de sus alumnos y trabajar para s?: son demasiado numerosos. ?Eso es cierto ?dijo Andr??.Treinta alumnos es treinta veces un alumno. Cincuenta es una multitud. Pero seguramente se puede encontrar una salida que te permita tener m?s tiempo para ti y terminar tu tesis. ?No ?dijo Ir?ne con tono tajante?. La ense?anza, la investigaci?n, realmente est?n muy mal remuneradas. Tengo un primo qu?mico. En el CNRS*

* Centre National de la Recherche Scientifique: Consejo Superior de Investigaciones Cient?ficas.
Simone de Beauvoir La mujer rota
13
ganaba ochocientos francos por mes. Ha entrado en una f?brica de colorantes: gana tres mil. ?No es solamente una cuesti?n de dinero ?dijo Philippe. Por supuesto. Tambi?n cuenta estar en la realidad. En peque?as frases mesuradas ella ha dado a entender lo que pensaba de nosotros. Eso s?: lo ha dicho con tacto, ese tacto que uno ve venir de lejos. (No quiero de ninguna manera herirlos, no me tengan rabia, ser?a injusto, sin embargo hay cosas que hace falta decirles y si no me contuviera dir?a bastantes m?s.) Andr?, desde luego, es un gran sabio, y yo para ser mujer, no he tenido poco ?xito. Pero vivimos separados del mundo, en laboratorios y bibliotecas. La joven generaci?n de intelectuales quiere estar en contacto directo con la sociedad. Philippe, con su dinamismo, no est? hecho para nuestro g?nero de vida, hay otras carreras donde podr?a dar mucho m?s la medida de su capacidad. ?En fin, una tesis es algo caduco ?concluy?. ?Por qu? a veces ella profiere tales enormidades? Ir?ne no es tan est?pida. Existe, cuenta, ha anulado la victoria que yo hab?a obtenido con Philippe, contra ?l, para ?l. Un largo combate, a veces tan duro para m?. ?No logro hacer esta disertaci?n, me duele la cabeza, ponme una nota diciendo que estoy enfermo.? ?No.? El dulce rostro de adolescente se crispaba, envejec?a, los ojos verdes me asesinaban: ?No eres amable?. Andr? interven?a. ?Por una vez…? ?No.? Mi desamparo en Holanda durante esas vacaciones de Pascuas en las que dejamos a Philippe en Par?s. ?No quiero que tu diploma sea una chapuza.? Y ?l hab?a gritado con odio: ?No me lleves, me importa tres pitos, no escribir? una l?nea?.Y luego sus ?xitos, nuestra armon?a. Nuestra armon?a que Ir?ne est? quebrando. Me lo arranca por segunda vez. No quer?a estallar delante de ella, me he dominado. ?Entonces, ?qu? tienes intenci?n de hacer? Ir?ne iba a responder, Philippe la ha cortado. ?El padre de Ir?ne tiene en vista diferentes cosas. ??De qu? tipo? ?En los negocios? ?Es impreciso todav?a. ?Has hablado de eso con ?l antes de tu viaje. ?Por qu? no nos has dicho nada a nosotros? ?Quer?a reflexionar. He tenido un sobresalto de c?lera; era inconcebible que no me hubiera consultado desde que la idea de abandonar la universidad hab?a brotado en su cabeza. ?Vosotros me censur?is naturalmente ?dijo Philippe con aire irritado. El verde de sus ojos tomaba ese color de tormenta que conozco bien. ?No ?dijo Andr??. Hay que hacer lo que uno tiene ganas de hacer. ??T? me censuras? ?Ganar dinero no me parece una finalidad exaltante. Estoy sorprendida. ?Te he dicho que no se trataba solamente de dinero.
Simone de Beauvoir La mujer rota
14
??De qu?, estrictamente? Prec?salo. ?No puedo. Es necesario que vuelva a ver a mi suegro. Pero aceptar? lo que me proponga s?lo si encuentro inter?s en ello. He discutido a?n un poco, lo m?s serenamente posible, tratando de convencerlo del valor de su tesis, record?ndole antiguos proyectos de ensayos, de estudios. Ha respondido cort?smente, pero mis palabras resbalaban sobre ?l. No, no me pertenec?a ya, para nada. Incluso su aspecto f?sico hab?a cambiado: otro corte de pelo, ropa m?s a la moda, el estilo del distrito XVL. Yo he sido quien ha dado forma a su vida. Ahora, asisto a ella desde fuera como un testigo distante. Es la suerte com?n a todas las madres: ?pero, qui?n no se ha consolado nunca dici?ndose que su suerte es la suerte com?n? Andr? ha esperado el ascensor con ellos y yo me he desplomado sobre el div?n. Este vac?o, otra vez… El bienestar del d?a, esa plenitud en el centro de la ausencia no era m?s que la certeza de tener a Philippe aqu? por algunas horas. Lo hab?a esperado como si ?l regresara para no volver a irse: volver? a irse siempre. Y nuestra ruptura es mucho m?s definitiva de lo que hab?a supuesto. Yo no participar? en su trabajo, ya no tendremos los mismos intereses. ?Es que el dinero cuenta hasta ese punto para ?l? ?O no hace m?s que ceder ante Ir?ne? ?La ama tanto? Habr?a que conocer sus noches. Sin duda ella sabe colmar a la vez su cuerpo y su orgullo: bajo sus apariencias mundanas, la imagino capaz de desenfrenos. Tengo tendencia a subestimar la importancia del lazo que crea en una pareja la felicidad f?sica. La sexualidad para m? ya no existe. Llamaba serenidad a esta indiferencia; repentinamente, la entend? de otra manera: es una carencia, la p?rdida de un sentido; eso me vuelve ciega a las necesidades, a los dolores, a las alegr?as de quienes la poseen. Me parece no saber ya nada de Philippe. Una sola cosa es segura: ?c?mo va a faltarme! Es quiz? gracias a ?l que yo me adaptaba, o algo as?, a mi edad. Me arrastraba a su juventud. Me llevaba a las Veinticuatro Horas de Le Mans, a las exposiciones de op-art, y hasta a un happening. Su presencia agitada, inventiva, colmaba toda la casa. ?Me acostumbrar? a este silencio, al curso formal de los d?as que ning?n imprevisto quebrar? ya? He preguntado a Andr?: ??Por qu? no me has ayudado a hacer entrar en raz?n a Philippe? Has cedido enseguida. Tal vez entre los dos podr?amos haberlo convencido. ?Es necesario dejar a la gente en libertad. Nunca ha tenido muchas ganas de ser profesor. ?Pero su tesis le interesaba. ?Hasta cierto punto, muy incierto. Lo comprendo. ?Comprendes a todo el mundo. En el pasado, Andr? era tan intransigente para con los dem?s como para consigo mismo. Ahora, sus posiciones pol?ticas no han cedido, pero en su vida privada no reserva m?s que para s? su severidad; excusa, explica, acepta a la gente. Algunas veces hasta el punto de exasperarme. He continuado:
Simone de Beauvoir La mujer rota
15
??Crees que ganar dinero es un objetivo suficiente en la vida? ?No s? demasiado bien cu?les han sido nuestros objetivos ni si eran suficientes. ?Pensaba lo que dec?a o se divert?a provoc?ndome? Le ocurre cuando me encuentra demasiado obstinada en mis opiniones y mis principios. En general, dejo de buena gana que me hostigue, entro en el juego. Pero en esta oportunidad no estaba de humor para bromear. Mi voz subi? de tono: ??Por qu? hemos vivido como lo hemos hecho, si te parece igualmente bien vivir de otra manera? ?Porque nosotros no hubi?ramos podido. ?No hubi?ramos podido, porque nuestro g?nero de vida nos parec?a v?lido. ?No. Para m?, conocer, descubrir, era una man?a, una pasi?n, o incluso una especie de neurosis, sin ninguna justificaci?n moral. Nunca he pensado que todo el mundo deber?a imitarme. En el fondo, yo pienso que todo el mundo deber?a imitarnos, pero no he querido discutirlo. ?No se trata de todo el mundo, sino de Philippe. Va a transformarse en un hombre de negocios, y yo no lo he educado para eso. Andr? reflexionaba. ?Es molesto para un joven tener padres que todo lo han conseguido demasiado bien. No se atreve a creer que marchando sobre sus huellas los igualar?. Prefiere apostar a otros n?meros. ?Philippe empezaba muy bien. ?Lo ayudabas, trabajaba a tu sombra. Francamente, sin ti no habr?a ido lejos y es bastante perspicaz para darse cuenta. Siempre hab?a habido esta sorda oposici?n entre nosotros, a prop?sito de Philippe. Quiz?s Andr? se hab?a sentido contrariado por el hecho de que ?l hubiera elegido las letras y no la ciencia; o era la cl?sica rivalidad padre-hijo que se manifestaba: hab?a tenido siempre a Philippe por un mediocre, lo que era una manera de aguijonearlo hacia la mediocridad. ?Ya s? ?he dicho?. Nunca le has tenido confianza. Y si duda de s? es porque se ve por tus ojos. ?Puede ser ?dijo Andr? con tono conciliador. ?De todas maneras, la gran responsable es Ir?ne. Es ella quien lo incita. Desea que su marido gane mucho. Y est? demasiado contenta de alejarlo de m?. ??Ah!, no te hagas la suegra. Ir?ne vale tanto como cualquier otra. ??Qu? otra? Ha dicho disparates. ?Suele ocurrirle. Pero a veces es maliciosa. Es signo de un desequilibrio afectivo m?s que de falta de inteligencia. Por otra parte, si lo que quer?a m?s que nada era dinero, no se hubiera casado con Philippe, que no es rico. ?Ella ha comprendido que ?l podr?a llegar a serlo. ?En todo caso, lo ha elegido antes que a cualquier peque?o esnob.
Simone de Beauvoir La mujer rota
16
?Si ella te agrada, tanto mejor. ?Cuando uno siente inter?s por alguien, debe dar un poco de cr?dito a la gente que ese otro ama. ?Es cierto ?he dicho?. Pero Ir?ne me descorazona. ?Hay que ver de qu? ambiente sale. ?Lamentablemente, no sale. Esos grandes burgueses podridos de pasta, influyentes, importantes, me parecen m?s detestables todav?a que el medio fr?volo y mundano contra el cual se rebel? mi juventud. Durante un momento hemos guardado silencio. Detr?s de los cristales de la ventana, el letrero de ne?n saltaba del rojo al verde, los ojos de la gran muralla brillaban. Una hermosa noche. Hubiera bajado con Philippe para tomar una ?ltima copa en una mesa de la terraza… In?til sugerirle a Andr? que viniera a dar una vuelta, visiblemente comenzaba a tener sue?o. ?Me pregunto por qu? Philippe se ha casado con ella. ??Oh!, sabes que desde fuera uno no comprende jam?s esas cosas. Hab?a contestado con aire indiferente. Su rostro estaba agobiado, apoyaba un dedo contra su mejilla, a la altura de la enc?a: un tic que hab?a contra?do desde hac?a alg?n tiempo. ??Te duelen las muelas? ?No. ?Entonces ?por qu? te manoseas la enc?a? ?Verifico que no me duele. El a?o pasado, se tomaba el pulso cada diez minutos. Es verdad que hab?a tenido un poco de hipertensi?n, pero un tratamiento lo ha estabilizado en 17, lo que para nuestra edad es perfecto. Conservaba el dedo apoyado contra su mejilla, sus ojos estaban vac?os, se hac?a el viejo, iba a terminar por convencerme de que lo era. Por un instante he pensado con horror: ??Philippe se ha ido y yo voy a terminar mi vida con un anciano!?. He tenido ganas de gritar: ?Basta, no quiero?. Como si me hubiera escuchado, me sonri?, volvi? a ser ?l mismo y nos hemos ido a dormir. Duerme todav?a; voy a despertarlo, beberemos t? de China muy oscuro, muy fuerte. Pero esta ma?ana no se parece a la de ayer. Necesito reaprender que he perdido a Philippe. He debido saberlo. Me ha dejado desde el instante en que me ha anunciado su casamiento; desde su nacimiento: una nodriza hubiera podido reemplazarme. ?Qu? he imaginado? Porque ?l era exigente yo me he cre?do indispensable. Porque ?l se dejaba influir f?cilmente, ha cre?do haberlo creado a mi imagen. Este a?o, cuando le ve?a con Ir?ne o con su familia pol?tica, tan diferente de lo que es conmigo, me parec?a que se prestaba al juego: yo era quien detentaba su verdad. Y ?l elige apartarse de m?, romper nuestras complicidades, rechazar la vida que al precio de tantos esfuerzos le hab?a edificado. Se volver? un extra?o. ?Vamos! Yo, a quien Andr? con frecuencia acusa de optimismo ciego, acaso
Simone de Beauvoir La mujer rota
17
estoy atorment?ndome por nada. Con todo, no pienso que fuera de la universidad no haya salvaci?n, ni que hacer una tesis sea un imperativo absoluto. Philippe ha dicho que no aceptar?a sino un trabajo interesante… Pero yo desconf?o de las oportunidades que el padre de Ir?ne puede ofrecerle. Desconf?o de Philippe. Ya se le ha ocurrido otras veces ocultarme cosas, o mentirme; conozco sus defectos, he sacado mis conclusiones; ya hasta me conmueven como podr?a hacerlo un defecto f?sico. Pero ahora estoy indignada de que no me haya tenido al corriente de sus proyectos. Indignada y ansiosa. Hasta ahora, cuando ?l me apenaba, siempre sab?a consolarme: no estoy segura de que esta vez lo consiga.
?Por qu? Andr? se hab?a retrasado? Hab?a trabajado cuatro horas seguidas, mi cabeza estaba pesada, me he tendido sobre el div?n. En tres d?as Philippe no hab?a dado se?ales de vida; no es su costumbre; su silencio me sorprend?a tanto m?s ya que, cuando ?l teme haberme herido, multiplica las llamadas telef?nicas y las notas. No comprend?a, sent?a un peso en el coraz?n y mi tristeza se extend?a como una mancha de aceite; ensombrec?a el mundo que, para compensar, la alimentaba. Andr?. Se estaba volviendo cada vez m?s hura?o. Vatr?n era el ?nico al que a?n aceptaba ver y se hab?a irritado porque yo le hab?a invitado a almorzar: ?Me aburre?. Todo el mundo lo aburr?a. ?Y yo? Me hab?a dicho, hace mucho, mucho tiempo: ?Puesto que te tengo, jam?s podr? ser desdichado?. Y no ten?a aspecto feliz. Ya no me amaba como antes. ?Qu? significaba amar, para ?l, hoy d?a? Estaba aferrado a m? como a una vieja costumbre, pero yo no le aportaba ya ninguna alegr?a. Acaso era injusto, pero le guardaba rencor: ?l acced?a a esta indiferencia, se instalaba en ella. La llave ha girado en la cerradura, me ha abrazado, ten?a aspecto preocupado. ?Me he retrasado. ?Algo. ?Es que Philippe ha venido a buscarme a la Escuela Normal. Hemos tomado una copa juntos. ??Por qu? no lo has tra?do aqu?? ??l quer?a hablar en privado. Para que sea yo quien te diga lo que quer?a decirnos. ??Qu? es? (?Part?a para el extranjero, muy lejos, por a?os?) ?No va a gustarte. No se atrevi? a confesarlo la otra noche, pero es cosa hecha. Su suegro le ha encontrado una posici?n. Lo har? entrar en el Ministerio de Cultura. Me ha explicado que a su edad ?se es un puesto magn?fico. ?Pero te das cuenta de lo que eso supone? ?Es imposible. ?Philippe! Era imposible. ?l compart?a nuestras ideas. Hab?a corrido grandes riesgos
Simone de Beauvoir La mujer rota
18
durante la guerra de Argelia (esa guerra que nos hab?a asolado y que ahora parec?a no haber ocurrido nunca); se hab?a hecho apalear en manifestaciones antigaullistas; hab?a votado igual que nosotros en las ?ltimas elecciones… ?Ha dicho que ha evolucionado. Ha comprendido que el negativismo de la izquierda francesa no la hab?a llevado a nada, que estaba acabada, que ?l quer?a estar en la realidad, tener contacto con el mundo, obrar, construir. ?Uno creer?a estar escuchando a Ir?ne. ?Pero era Philippe quien hablaba ?ha dicho Andr? con voz dura. Bruscamente me he dado cuenta. Me ha ganado la c?lera. ?Entonces ?qu?? ?Es un arribista? ?Un chaquetero? Espero que le hayas echado una bronca. ?Le he dicho que lo desaprobaba. ??No has intentado hacerle cambiar de opini?n? ?Por supuesto que s?. Discut?. ??Discutir! Hac?a falta intimidarlo, decirle que no volver?amos a verlo m?s. Has sido demasiado blando, te conozco. De pronto todo se me ven?a encima, una avalancha de sospechas, de malestares que hab?a rechazado. ?Por qu? nunca hab?a tenido sino mujeres demasiado bien vestidas, encopetadas, esnobs? ?Por qu? Ir?ne y ese casamiento con bombos y platillos, por la Iglesia? ?Por qu? se mostraba tan sol?cito, tan halagador con su familia pol?tica? Se mov?a en ese ambiente como pez en el agua. Yo no hab?a querido plantearme preguntas, y cuando Andr? arriesgaba una cr?tica, yo defend?a a Philippe. Toda esa terca confianza se transformaba en rencor. De golpe Philippe hab?a cambiado de rostro. Un chaquetero, un intrigante. ?Voy a hablarle. He ido hacia el tel?fono. Andr? me ha detenido. ?Primero c?lmate. Una escena no arreglar? nada. ?Me aliviar?. ?Te lo ruego. ?D?jame. He marcado el n?mero de Philippe. ?Tu padre acaba de decirme que te incorporas al gabinete del Ministerio de Cultura. Felicitaciones. ??Ah! Por favor ?me dijo?, no adoptes ese tono. ??Y qu? tono deber?a adoptar? ?Deber?a regocijarme cuando ni siquiera te atreves a hablarme cara a cara?, ?tanta verg?enza te da? ?No tengo verg?enza en absoluto. Uno tiene derecho a corregir sus opiniones. ??Corregir! Hace seis meses condenabas radicalmente la pol?tica cultural del r?gimen. ??Y bien, justamente voy a intentar cambiarla! ??Vamos! No tienes peso, y lo sabes. Har?s el juego prudentemente, te
Simone de Beauvoir La mujer rota
19
procurar?s una hermosa carrera. Es la ambici?n lo que te empuja, nada m?s. Ya no s? lo que le he dicho; ?l gritaba: ?C?llate, c?llate?. Yo continuaba, ?l me cortaba la palabra, su voz se volv?a odiosa. Ha terminado por decirme con furor: ?Uno no es un sinverg?enza porque se niegue a compartir vuestras obstinaciones seniles. ??Basta! ?No volver? a verte nunca m?s en mi vida! He colgado, me he sentado, ba?ada en sudor, temblando, las piernas flojas. M?s de una vez nos hemos peleado a muerte, pero esto era serio: no volver?a a verlo m?s. Su cambio de partido me asqueaba, y sus palabras me hab?an herido porque hab?an querido ser hirientes. ?Nos ha insultado. Ha hablado de nuestras obstinaciones seniles. No volver? a verle jam?s y no quiero que vuelvas a verlo. ?T? tambi?n has sido muy dura. No has debido colocarte en un terreno pasional. ??Y por qu? no? ?l no ha tenido para nada en cuenta nuestros sentimientos; prefiere su carrera a nosotros, acepta pagarla con una ruptura… ?No ha pretendido una ruptura. Y por lo dem?s, no ocurrir?, me opongo. ?En lo que a m? respecta, est? hecho: todo ha terminado entre Philippe y yo. Me he callado: continuaba temblando de c?lera. ?Desde hace alg?n tiempo Philippe andaba en cosas raras ?dijo Andr??. No quer?as admitirlo, pero yo me daba perfecta cuenta. Sin embargo, no hubiera cre?do que llegar?a a esto. ?Es un sucio ambicioso de medio pelo. ?S? ?dijo Andr? con tono perplejo?. Pero ?por qu?? ??C?mo por qu?? ?Lo dec?amos la otra noche: seguramente tenemos nuestra parte de responsabilidad. ?Vacil??: Eres t? quien le ha insuflado la ambici?n; de por s?, ?l era m?s bien indiferente. Y sin duda yo he desarrollado en ?l un antagonismo. ?Toda la culpa es de Ir?ne ?prorrump??. Si no se hubiera casado con ella, si no hubiera entrado en ese ambiente, jam?s habr?a transigido. ?Pero se cas? con ella en parte porque ese ambiente le impon?a respeto. Hace ya mucho tiempo que sus valores no son los nuestros. Veo muchas razones para ello. ?No vas a defenderlo. ?Trato de explic?rmelo. ?Ninguna explicaci?n me convencer?. No volver? a verlo. No quiero que vuelvas a verlo. ?No te equivoques. Lo censuro. Lo censuro profundamente. Pero volver? a verlo. T? tambi?n. ?No. Y si t? me fallas, despu?s de lo que me ha dicho por tel?fono, te
Simone de Beauvoir La mujer rota
20
guardar? rencor como nunca te lo he guardado. No me hables m?s de ?l. Pero tampoco pod?amos hablar de otra cosa. Hemos cenado casi en silencio, muy r?pidamente, y luego cada uno ha cogido un libro. Guardaba rencor a Ir?ne, a Andr?, al mundo entero. ?Seguramente tenemos nuestra parte de responsabilidad.? ?Ah! era ocioso buscar razones, excusas. ?Obstinaciones seniles?, me hab?a gritado esas palabras. Estaba tan segura de su amor por nosotros, por m?; en verdad yo no contaba demasiado, no era nada para ?l, un vejestorio que se arrincona en el compartimiento de los accesorios; no me quedaba otra soluci?n que arrinconarle a ?l tambi?n all?. Durante toda la noche me ha sofocado el rencor. Por la ma?ana, una vez que Andr? ha salido, he entrado en la habitaci?n de Philippe, he destrozado los viejos diarios, los viejos papeles; he llenado un ba?l con sus libros; en otro he amontonado el pul?ver, el pijama, todo lo que quedaba en los armarios. Ante los estantes desnudos, se me han llenado los ojos de l?grimas. Tantos recuerdos emocionantes, conmovedores, deliciosos se despertaban en m?. Los har?a desaparecer. ?l me hab?a abandonado, traicionado, escarnecido, insultado. Nunca se lo perdonar?a. Han pasado dos d?as sin que habl?ramos de Philippe. La tercera ma?ana, cuando examin?bamos nuestro correo, le he dicho a Andr?: ?Una carta de Philippe. ?Supongo que se excusa. ?Pierde su tiempo. No la leer?. ??Oh!, a pesar de todo m?rala. Sabes c?mo le cuesta dar los primeros pasos. Dale una oportunidad. ?Nada de eso. He metido la carta en un sobre en el que he escrito la direcci?n de Philippe. ?D?jala en un buz?n, por favor. Siempre hab?a cedido demasiado f?cilmente a sus bellas sonrisas, a sus lindas frases. Esta vez no ceder?a. Dos d?as despu?s, en las primeras horas de la tarde, Ir?ne ha llamado al timbre. ?Querr?a hablarle cinco minutos. ?Vestido muy sencillo, los brazos desnudos, los cabellos sueltos: ten?a el aspecto de una jovencita, fresca y t?mida. Todav?a no la hab?a visto nunca en ese papel. La he hecho entrar. Por supuesto, ven?a a defender la causa de Philippe. La devoluci?n de la carta le hab?a afligido. Se excusaba de lo que hab?a dicho por tel?fono, no pensaba una sola palabra de todo eso, pero yo conoc?a su car?cter, se encolerizaba r?pidamente, entonces dec?a cualquier cosa y todo se lo llevaba el viento. Quer?a por todos los medios explicarse conmigo. ??Por qu? no ha venido ?l mismo? ?Ten?a miedo de que usted le cerrase la puerta en las narices. ?En efecto, es lo que hubiera hecho. No quiero volver a verlo. Punto. Punto final. Ella insist?a. ?l no soportaba que yo estuviera disgustada con ?l, no hab?a
Simone de Beauvoir La mujer rota
21
imaginado que yo me hubiera tomado las cosas tan a pecho. ?Entonces se ha vuelto idiota; ?que se vaya al diablo! ?Pero usted no se da cuenta; lo que pap? logr? para ?l es una proeza; a su edad, un puesto as?, es algo completamente excepcional. Usted no puede exigir que ?l sacrifique su porvenir. ??l ten?a un porvenir limpio, conforme a sus ideas. ?Perd?neme: a las ideas suyas. Ha evolucionado. ?Evolucionar?, ya conocemos esa m?sica; pondr? sus opiniones de acuerdo con sus intereses. Por el momento chapotea en la mala fe: no piensa m?s que en tener ?xito. Reniega y lo sabe, eso es lo que es feo ?he dicho con arrebato. Ir?ne me ha clavado los ojos: ?Supongo que su vida siempre ha sido impecable, y que eso la autoriza a juzgar a todo el mundo desde muy alto. Me he puesto en guardia: ?He tratado de ser honesta. Quer?a que Philippe lo fuese. Lamento que usted lo haya desviado. Se ech? a re?r. ?Se dir?a que se ha vuelto ladr?n, o falsificador. ?Dadas sus convicciones, no encuentro honorable su elecci?n. Ir?ne se ha puesto de pie: ?A pesar de todo, es curiosa esta severidad ?ha dicho con lentitud?. Su padre, que pol?ticamente est? mucho m?s comprometido que usted, no ha roto con Philippe. Y usted… La he cortado: ?No ha roto… ?Quiere usted decir que han vuelto a verse? ?No s? ?ha dicho vivamente?. S? que ?l no hab?a hablado de romper cuando Philippe lo puso al corriente de su decisi?n. ?Eso fue antes de la llamada telef?nica. ?Pero despu?s? ?No s?. ??Usted no sabe a qui?n ve ni a qui?n deja de ver Philippe? ?No ?ha respondido con aire terco. ?Est? bien. No tiene importancia. La he acompa?ado hasta la puerta. He repasado en mi cabeza nuestras ?ltimas r?plicas. ?Ella se hab?a contradicho por perfidia o por torpeza? De todos modos, mi convicci?n estaba hecha. Casi hecha. No lo suficiente para que la c?lera me liberase. Bastante como para que la angustia me sofoque. No bien Andr? hubo llegado, yo ataqu?: ??Por qu? no me has dicho que hab?as vuelto a Ver a Philippe? ??Qui?n te ha contado eso? ?Ir?ne. Vino a preguntarme por qu? no vuelvo a verlo, ya que t? te ves con ?l. ?Te hab?a advertido que volver?a a verlo.
Simone de Beauvoir La mujer rota
22
?Yo te previne que te guardar?a rencor a muerte. ?T? le has persuadido de que me escriba. ?Claro que no. ?Desde luego que s?. Te has burlado bien de m?. ?Sabes c?mo le cuesta dar los primeros pasos.? ?Y t? los hab?as dado! A escondidas. ?Respecto a ti, ?l ha dado el primer paso. ?Empujado por ti. Vosotros hab?is conspirado a mis espaldas. Me hab?is tratado como a una ni?a, como a una enferma. No ten?as derecho. De pronto hab?a humaredas rojas en mi cabeza, una niebla roja delante de mis ojos, algo rojo que gritaba en mi garganta. Mis rabietas contra Philippe me son familiares, me reconozco en ellas. Pero con Andr?, cuando (raramente, muy raramente) entro en c?lera contra ?l, es un tornado que me arrastra a miles de kil?metros de ?l y de m? misma, a una soledad a la vez quemante y helada. ??Nunca me hab?as mentido! Es la primera vez. ?Pongamos que he cometido un error. ?Error de volver a ver a Philippe, error de hacerte c?mplice en mi contra, con ?l y con Ir?ne, error de enga?arme, de mentirme. Eso suma muchos errores. ?Escucha… ?Quieres escucharme, serenamente? ?No. No quiero hablarte m?s, no quiero verte m?s, necesito estar sola, voy a tomar el aire. ?Ve a tomar el aire y trata de calmarte ?me ha dicho secamente. He salido a la calle, he caminado como a veces lo he hecho para apaciguar temores, c?leras, para conjurar im?genes. Solamente que ya no tengo veinte a?os, ni siquiera cincuenta; la fatiga se ha adue?ado de m? r?pidamente. He entrado en un bar, he bebido un vaso de vino, los ojos lastimados por la luz cruel del ne?n. Philippe estaba acabado. Casado, se hab?a pasado al otro bando. Ya no me quedaba nadie m?s que Andr?, a quien, justamente, no ten?a. Nos cre?a transparentes el uno para el otro, unidos, soldados como hermanos siameses. Se hab?a desligado de m?, me hab?a mentido: volv?a a encontrarme sobre este taburete, sola. A cada segundo, al evocar su rostro, su voz, atizaba un rencor que me devastaba. Como en esas enfermedades en las que uno se forja su propio sufrimiento, cada inspiraci?n desgarra los pulmones y sin embargo uno est? obligado a respirar. He vuelto a la calle, he seguido caminando. ?Y entonces qu??, me preguntaba atontada. No ?bamos a separarnos. Continuar?amos viviendo uno al lado del otro, solitarios. As? que enterrar?a mis agravios, esos agravios que no quer?a olvidar. La idea de que alguna vez mi c?lera me podr?a abandonar me exasperaba m?s a?n. Cuando he regresado, he encontrado un mensaje sobre la mesa: ?Me he ido al cine?. He empujado la puerta de nuestra habitaci?n. Sobre la cama estaba el pijama de Andr?, en el suelo los mocasines que le sirven de pantuflas, un paquete de tabaco y sus medicamentos contra la hipertensi?n sobre la mesilla de noche. Durante un momento ?l ha existido de una manera punzante, como si
Simone de Beauvoir La mujer rota
23
hubiera estado alejado de m? por una enfermedad o un exilio y volviera a encontrarlo en esos objetos abandonados. Los ojos se me han llenado de l?grimas. He tomado un somn?fero y me he acostado. Cuando me he despertado por la ma?ana, dorm?a encogido, la mano apoyada en la pared. He apartado la vista. Ning?n impulso hacia ?l. Mi coraz?n estaba helado y sombr?o como una capilla secularizada en la que no alumbra la m?s m?nima llama. Las pantuflas, la pipa ya no me conmov?an; no evocaban a un ausente querido; no eran m?s que una prolongaci?n de este extranjero que viv?a bajo el mismo techo que yo. Atroz contradicci?n de la c?lera nacida del amor y que mata el amor. No le he hablado; mientras ?l beb?a su t? en la biblioteca, yo estaba en mi habitaci?n. Me ha llamado antes de salir, me ha preguntado: ??No quieres que nos expliquemos? ?No. No hab?a nada que explicar. Esta c?lera, este dolor, esa rigidez de mi coraz?n, quebrar?an las palabras. Durante todo el d?a he pensado en Andr? y por momentos algo vacilaba en mi cabeza. Como cuando uno ha recibido un golpe en el cr?neo y la visi?n se ha turbado y uno percibe dos im?genes del mundo a alturas diferentes, sin poder situar lo de arriba y lo de abajo. Las dos im?genes que ten?a de Andr?, en el pasado y en presente, no se ajustaban entre s?. Hab?a un error en alguna parte. Ese instante ment?a: no era ?l, no era yo, esta historia se desarrollaba en otra parte. O entonces el pasado era un espejismo: yo me hab?a equivocado respecto a Andr?. Ni lo uno, ni lo otro, me dec?a cuando ve?a claro nuevamente. La verdad es que ?l hab?a cambiado. Envejecido. Ya no otorgaba tanta importancia a las cosas. Antes la conducta de Philippe lo hubiera sublevado: se contentaba con desaprobar. No hubiera maniobrado a mis espaldas, no me hubiera mentido. Su sensibilidad, su moralidad se han embotado. ?Continuar? por esta pendiente? Cada vez m?s indiferente… No quiero. Llaman indulgencia, sabidur?a, a esta inercia del coraz?n: es la muerte que se instala en nosotros. No todav?a, no ahora. Aquel d?a apareci? la primera cr?tica de mi libro. El autor me acusaba de parloteo. Es un viejo imb?cil que me detesta; no hubiera debido ser sensible a su cr?tica. Pero, como estaba de humor irritable, me he irritado. Me hubiera gustado hablar de eso con Andr?, pero habr?a sido necesario hacer las paces; no quer?a. ?Hab?amos decidido pasar este mes en Par?s ?respond? secamente. ?Habr?as podido cambiar de opini?n. ?No lo he hecho. El rostro de Andr? volvi? a cerrarse. ??Vas a continuar mucho tiempo poni?ndome mala cara? ?Me temo que s?. ??Bueno!, est?s equivocada. No guarda proporci?n con lo que ha sucedido. ?Cada uno tiene sus medidas.
Simone de Beauvoir La mujer rota
24
?Las tuyas son aberrantes. Eres siempre la misma. Por optimismo, por voluntarismo, te ocultas la verdad y cuando finalmente te salta a la vista, te derrumbas o explotas. Lo que te exaspera, y yo pago las consecuencias, es haber sobrestimado a Philippe. ?T? siempre lo has subestimado. ?No. Simplemente, no me he hecho muchas ilusiones sobre sus capacidades ni sobre su car?cter. Y, en suma, a?n me hac?a demasiadas. ?Un ni?o no es algo que se compruebe con una experiencia de laboratorio. Se convierte en aquello que sus padres hacen de ?l. T? has apostado por ?l como perdedor, eso no lo ha ayudado. ?T? apuestas siempre por el ganador. All? t?. Pero a condici?n de saber trag?rtelo cuando pierdes. Sin embargo, no sabes. Buscas falsas escapatorias, coges rabietas, acusas a aqu?l y al de m?s all?, cualquier cosa es buena para no reconocer tus errores. ??Dar cr?dito a alguien no es un error! ??Oh, el d?a en que reconozcas que te has equivocado! Ya s?. En mi juventud se me ha dicho tanto que estaba equivocada, tener raz?n me ha costado tanto, que rechazo equivocarme. Pero no estaba de humor para convenir en ello. Agarr? la botella de whisky. ??Incre?ble, t? eres quien me sienta en el banquillo! Llen? un vaso, que he tomado de un trago. El rostro de Andr?, su voz; el mismo, otro, amado, odiado, esta contradicci?n descend?a por mi cuerpo; mis nervios, mis m?sculos se contra?an en una especie de t?tanos. ?Desde el principio te has negado a discutir serenamente. En lugar de eso te has arrojado a los temblores… ?Y ahora vas a emborracharte? Es rid?culo ? dijo cuando yo comenzaba un segundo vaso. ?Me emborrachar? si quiero. No te concierne, d?jame en paz. He llevado la botella a mi habitaci?n. Me he metido en la cama con una novela de espionaje, pero imposible leer. Philippe. Su imagen hab?a empalidecido un poco, tanto me obsesionaba mi c?lera contra Andr?. Repentinamente, a trav?s de los vapores del alcohol, me sonre?a con una intolerable dulzura. Sobrestimado: no. Le hab?a querido en sus debilidades: menos caprichoso, menos indolente, habr?a tenido menos necesidad de m?. No habr?a sido tan deliciosamente tierno si no hubiera tenido nada que hacerse perdonar. Nuestras reconciliaciones, sus l?grimas, nuestros besos. Pero entonces no se trataba m?s que de peque?as faltas. Ahora, era otra cosa. He tragado un gran sorbo de whisky, las paredes han empezado a dar vueltas y me he ido a pique. La luz se filtr? a trav?s de mis p?rpados. Los he mantenido cerrados. Ten?a la cabeza pesada, estaba mortalmente triste. No recordaba mis sue?os. Me hab?a hundido en espesuras negras; era l?quido y sofocante, como alquitr?n, y esta ma?ana emerg?a apenas. He abierto los ojos. Andr? estaba sentado en un sill?n a los pies de la cama, me miraba sonriendo.
Simone de Beauvoir La mujer rota
25
?Querida, no vamos a continuar as?. Era ?l, en el pasado, en el presente, el mismo, lo reconoc?a. Pero esa barra de hierro permanec?a en mi pecho. Mis labios temblaban. Endurecerme m?s, irme a pique, hundirme en las espesuras de soledad y de noche. O intentar agarrar esa mano que se me tend?a. Hablaba con esa voz equilibrada, apaciguadora, que me gusta. Admit?a sus errores. Pero era en inter?s m?o que hab?a hablado con Philippe. Nos sab?a tan tristes a los dos que hab?a decidido intervenir enseguida, antes de que nuestro disgusto se hubiera consolidado. ??T?, que siempre eres tan alegre, no te imaginas cu?nto me entristec?a verte angustiada! Comprendo que en ese momento me hayas tenido rabia. Pero no olvides lo que somos el uno para el otro, no vas a guardarme indefinidamente rencor. He sonre?do d?bilmente, se aproxim?, pas? un brazo alrededor de mis hombros, me he abrazado a ?l y he llorado suavemente. C?lida voluptuosidad de las l?grimas resbalando sobre la mejilla. ?Qu? descanso! Es tan fastidioso detestar a alguien a quien se ama. ?S? por qu? te he mentido ?me dijo un poco m?s tarde?. Porque envejezco. Sab?a que decirte la verdad ser?a una historia; en otra ?poca no me hubiera detenido, ahora, la sola idea de una disputa me fatiga. He tomado un atajo. ??Quiere decir eso que me mentir?s cada vez m?s? ?No, te lo prometo. Por lo dem?s no ver? con frecuencia a Philippe, ya no tenemos gran cosa que decirnos. ?Las disputas te fatigan: sin embargo, anoche me rega?aste. ?No soporto que me pongas mala cara: vale m?s rega?arte. Le he sonre?do. ?Quiz? tengas raz?n. Hab?a que salir de eso. Me ha tomado por los hombros: ??Hemos salido, verdaderamente salido? ?Ya no me guardas rencor? ?Absolutamente. Se acab?, se acab?. Se hab?a acabado; est?bamos reconciliados. ?Pero nos lo hab?amos dicho todo? Yo, en todo caso, no; algo me quedaba en el coraz?n: esa manera que Andr? ten?a de abandonarse a la vejez. No quer?a hablarle ahora de eso, primero era necesario que el cielo se hubiera vuelto totalmente sereno. ?Y ?l? ?Ten?a reservas? ?Me reprochaba seriamente lo que llamaba mi voluntarismo? Esa tormenta hab?a sido demasiado breve para que algo cambiara entre nosotros: pero ?no era la se?al de que, desde hac?a alg?n tiempo (?cu?nto?), imperceptiblemente, algo hab?a cambiado?
Algo ha cambiado, me dec?a mientras corr?amos a ciento cuarenta por hora sobre la autopista. Estaba sentada al lado de Andr?, nuestros ojos ve?an la misma calzada, el mismo cielo, pero hab?a, invisible, una capa aislante entre
Simone de Beauvoir La mujer rota
26
nosotros. ?Se daba cuenta de ello? Sin duda, s?. Si hab?a propuesto este paseo, era con la esperanza de que, al resucitar los de antes, terminar?a por reconciliarnos; no era parecido porque ?l no esperaba personalmente ning?n placer del paseo. Hubiera debido agradecerle su gentileza; pero no, me sent?a apenada por su indiferencia. La hab?a captado tan bien que poco falt? para que rehusara, pero ?l hubiera tomado ese desaire como una prueba de mala voluntad. ?Qu? nos suced?a? En nuestra vida hab?a habido disputas, pero por razones serias; por ejemplo, a prop?sito de la educaci?n de Philippe. Se trataba de verdaderos conflictos que liquid?bamos en la violencia, pero r?pida y definitivamente. Esta vez hab?a sido un torbellino humeante, humo sin fuego, y a causa de su misma inconsistencia, en dos d?as no se hab?a disipado totalmente. Hay que decir tambi?n que antes ten?amos en la cama reconciliaciones fogosas; en el deseo, la turbaci?n, el placer, los rencores in?tiles quedaban calcinados; nos volv?amos a encontrar uno frente al otro, nuevos y alegres. Ahora est?bamos privados de ese recurso. Vi el letrero, abr? desmesuradamente los ojos. ??Qu?? ?Es Milly? ?Ya? Hace veinte minutos que partimos. ?Hemos corrido mucho ?dijo Andr?. Milly. Cuando mam? nos tra?a a ver a la abuela, ?qu? expedici?n! Era el campo, inmensos campos de trigo dorado al borde de los cuales recog?amos amapolas. Este pueblo lejano estaba ahora m?s pr?ximo de Par?s que Neuilly o Auteuil en tiempos de Balzac. Andr? tuvo dificultades para aparcar el coche, era d?a de mercado: un hormigueo de coches y peatones. He reconocido el viejo mercado, el hotel Lion d’Or, las casas y sus tejas con los colores deste?idos. Pero los puestos levantados en la plaza lo transformaban. Los utensilios de pl?stico, los juguetes, las telas, las latas de conserva, los perfumes, las alhajas no evocaban las antiguas ferias de pueblo: esparcidos al aire libre, eran Monoprix, Inno. Con puertas y paredes de cristal, una gran librer?a reluc?a colmada de libros y revistas con las cubiertas plastificadas. La casa de la abuela, situada antiguamente un poco fuera del pueblo, era reemplazada por un edificio de cinco pisos, encerrado en la aglomeraci?n. ??Quieres tomar una copa? ??Oh!, no ?dije?. Esto ya no es mi Milly. Decididamente, ya nada era parecido: ni Milly, ni Philippe, ni Andr?. ?Y yo? ?Veinte minutos para venir a Milly, un milagro ?dije cuando volvimos al coche?. S?lo que ya no es Milly. ?Eso es. Ver cambiar el mundo es a la vez milagroso y desolador. He reflexionado: ?Una vez m?s, te burlar?s de mi optimismo: para m? es sobre todo milagroso. ?Pero para m? tambi?n. Lo desolador, cuando uno envejece, no est? en las
Simone de Beauvoir La mujer rota
27
cosas sino en uno mismo. ?No me lo parece. Con eso tambi?n se pierde, pero se gana. ?Se pierde mucho m?s de lo que se gana. A decir verdad, no veo qu? es lo que se gana. ?Puedes dec?rmelo? ?Es agradable tener detr?s de s? un largo pasado. ??Crees que lo tienes? Para m? el m?o. Trata de cont?rtelo. ?S? que est? ah?. Da densidad al presente. ?Sea. ?Y qu? m?s? ?Intelectualmente, se dominan mejor las preguntas; se olvida mucho, de acuerdo, pero incluso lo que se olvida queda a nuestra disposici?n, en cierto modo. ?Tal vez en tu profesi?n. Yo cada vez soy m?s ignorante de todo lo que no es mi especialidad. Para ponerme al corriente de la f?sica cu?ntica, tendr?a que volver a la universidad como un simple estudiante. ?Nada te lo impide. ?Tal vez lo haga. ?Curioso ?dije?. Estamos de acuerdo en todos los puntos; y no en esto: no veo qu? es lo que se pierde con envejecer. Sonri?: ?La juventud. ?No es un bien en s?. ?La juventud y eso que los italianos designan con una palabra tan bella: la stamina. La savia, el fuego que permite amar y crear. Cuando has perdido eso, lo has perdido todo. Hab?a hablado con un acento tal que no me atrev?a a acusarlo de complacencia. Algo lo corro?a, que yo ignoraba. Que no deseaba conocer, que me espantaba. Acaso eso era lo que nos separaba. ?Nunca creer? que ya no puedas crear ?dije. ?Bachelard escribi?: ?Los grandes sabios son ?tiles a la ciencia en la primera mitad de su vida, nocivos en la segunda?. Se me tiene por un sabio. Por lo tanto, todo lo que puedo hacer actualmente es tratar de no ser demasiado nocivo. No he respondido nada. Verdadero o falso, cre?a en lo que dec?a; protestar hubiera sido f?til. Comprend?a que mi optimismo a menudo lo irritara: era una manera de eludir su problema. ?Pero qu? hacer? No pod?a enfrentarlo en su lugar. Lo mejor era callarse. Anduvimos en silencio hasta Champeaux. ?Esta nave es verdaderamente hermosa ?dijo Andr? cuando entramos en la iglesia?. Se parece mucho a la de Sens, pero las proporciones est?n a?n m?s logradas. ?S?, es hermosa. Ya no recuerdo la de Sens. ?Es la misma alternancia de gruesas columnas aisladas y de delgadas columnas geminadas. ??Qu? memoria tienes!
Simone de Beauvoir La mujer rota
28
Miramos concienzudamente la nave, el coro, el crucero. La colegiata no era menos bella porque yo hubiera subido a la Acr?polis, pero mi humor no era el mismo que en el tiempo en que en un viejo cacharro recorr?amos palmo a palmo l’Ille-de-France. Ninguno de nosotros dos estaba en aquello. No me interesaba verdaderamente en los capiteles esculpidos, en la siller?a del coro cuyas comas antiguamente nos hab?an divertido tanto. Al salir de la iglesia, Andr? me ha preguntado: ??Crees que la Truite d’Or existe todav?a? ?Vamos a ver. Antes era uno de nuestros lugares favoritos, esa peque?a hoster?a, al borde del agua, donde se com?an platos simples y exquisitos. Ah? hab?amos festejado nuestras bodas de plata y despu?s no hab?amos vuelto. Silencioso, pavimentado con peque?as piedras, este pueblo no ha cambiado. Hemos recorrido la calle central en ambos sentidos: la Truite d’Or hab?a desaparecido. El restaurante donde nos detuvimos, en el bosque, nos desagrad?: quiz? porque lo compar?bamos con recuerdos. ?Y ahora, ?qu? hacemos? ?dije. ?Hab?amos hablado del castillo de Vaux, de las torres de Blandy. ?Pero ?tienes ganas de ir? ??Por qu? no? Le daba lo mismo y entonces a m? tambi?n, pero ninguno de los dos se atrev?a a decirlo. ?En qu? pensaba, exactamente, mientras ?bamos por los senderos olorosos de follaje? ?En el desierto de su porvenir? No pod?a seguirlo. Le sent?a solo a mi lado. Yo lo estaba tambi?n. Philippe hab?a intentado muchas veces telefonearme. Yo hab?a colgado en cuanto reconoc?a su voz. Me interrogaba a m? misma. ?Hab?a tenido para con ?l demasiada exigencia? ?Andr?, demasiada indulgencia desde?osa? De esta discordancia, ?hab?a sufrido ?l las consecuencias? Hubiera querido discutirlo con Andr?, pero tem? volver a provocar una disputa. El castillo de Vaux, las torres de Blandy: pusimos en ejecuci?n nuestro programa. Dec?amos: ?Me acordaba?, ?no me acordaba?, ?esas torres son soberbias…?. Pero, en un sentido, ver cosas es ocioso. Es necesario que un proyecto o una pregunta nos ligue a ellas. Yo no percib?a m?s que piedras amontonadas unas sobre otras. Aquel d?a no nos hab?a acercado, nos sent?a a ambos defraudados y muy lejos uno del otro mientras volv?amos hacia Par?s. Me parec?a que no podr?amos hablarnos m?s. ?Ser? pues verdad lo que cuentan sobre la incomunicaci?n? Como lo hab?a entrevisto durante la c?lera, ?est?bamos consagrados a la soledad, al silencio? ?Lo hab?amos estado siempre, era por mi terco optimismo que hab?a pretendido lo contrario? ?Es necesario hacer un esfuerzo?, me dije mientras me acostaba. ?Ma?ana por la ma?ana charlaremos. Trataremos de llegar al fondo de las cosas?. Si nuestra disputa no estaba liquidada, quer?a decir que no hab?a sido nada m?s que un s?ntoma. Era necesario volverlo a
Simone de Beauvoir La mujer rota
29
tomar todo, desde la ra?z. En particular no temer volver a hablar de Philippe. Un solo tema prohibido, y todo nuestro di?logo resulta bloqueado. He servido el t? y buscaba mis palabras para iniciar la explicaci?n cuando Andr? me dijo: ??Sabes de qu? tengo ganas? De ir enseguida a Villeneuve. Descansar? mejor que en Par?s. ?He aqu? la conclusi?n que ?l hab?a extra?do de ese d?a malogrado: en lugar de buscar un acercamiento, hu?a! Suele suceder que pase algunos d?as sin m? en casa de su madre, por cari?o hacia ella. Pero ahora era una manera de escapar de nuestra conversaci?n. Me sent? herida en lo m?s vivo. ?Excelente idea ?dije secamente?. Tu madre estar? encantada. Vete, pues. Con desgana pregunt?: ??No quieres venir? ?Sabes muy bien que no tengo ningunas ganas de dejar Par?s tan pronto. Ir? en la fecha prevista. ?Como quieras. De todas maneras, me hubiera quedado; quer?a trabajar y tambi?n ver c?mo ser?a acogido mi libro; hablar de ?l con los amigos. Pero qued? desconcertada de que no insistiera. Pregunt? fr?amente: ??Cu?ndo piensas irte? ?No s?; pronto. No tengo nada que hacer aqu?. ?Pronto, ?qu? quiere decir: ma?ana, pasado ma?ana? ??Por qu? no ma?ana por la ma?ana? As? que estar?amos separados durante quince d?as: nunca me dejaba m?s de tres o cuatro, excepto por los congresos. ?Me hab?a mostrado tan desagradable? Tendr?a que haberlo discutido conmigo en lugar de huir. Sin embargo, las escapatorias no figuraban en su estilo. Yo no ve?a m?s que una explicaci?n, siempre la misma: envejec?a. Molesta, he pensado: ?Que vaya a cultivar su vejez a otra parte?. Ciertamente no iba a mover un dedo para retenerlo. Convinimos en que se llevar?a el coche. Ha pasado la ma?ana en el garaje, haciendo compras, hablando por tel?fono; se ha despedido de sus colaboradores. Apenas lo he visto. Cuando al d?a siguiente subi? al coche, intercambiamos besos y sonrisas. Me he encontrado en la biblioteca, atontada. Ten?a la impresi?n de que, al dejarme plantada all?, Andr? me castigaba. No; simplemente hab?a querido librarse de m?. Pasada la primera sorpresa, me he sentido aliviada. La vida entre dos exige que uno decida: ??A qu? hora las comidas? ?Qu? te gustar?a comer??. Se formulan proyectos. En la soledad, los actos se realizan sin premeditaci?n, uno descansa. Me levantaba tarde, me quedaba acurrucada en la tibieza de las s?banas, procurando atrapar al vuelo jirones de mis sue?os. Le?a el correo bebiendo mi t?, y canturreaba: ?me lo paso… me lo paso… me lo paso muy bien sin ti?. Entre mis horas de trabajo, paseaba.
Simone de Beauvoir La mujer rota
30
Ese estado de gracia ha durado tres d?as. En la tarde del cuarto, llamaron a la puerta con peque?os timbrazos precipitados. Solamente una persona llama as?. Mi coraz?n se puso a latir con violencia. Pregunt? a trav?s de la puerta: ??Qui?n es? ?Abre ?grit? Philippe?. Dejo el dedo en el timbre hasta que abras. Abr? y enseguida sus brazos estuvieron alrededor de m?, su cabeza inclinada sobre mi hombro. ?Mi peque?a, mi querida, te lo ruego, no me detestes. No puedo vivir disgustado contigo. Te lo ruego. ?Te quiero tanto! ?Tan a menudo esa voz suplicante ha hecho desaparecer mis rencores! Lo dej? entrar en la biblioteca. Me quer?a, no pod?a dudarlo. ?Es que otra cosa contaba? Las viejas palabras me ven?an a los labios: ?Mi peque?o?, pero las rechac?. No era un cr?o. ?No lo intentes, es demasiado tarde. Lo has estropeado todo. ?Escucha, quiz? me he equivocado, quiz?s he actuado mal, ya no lo s?, no puedo dormir. ?Pero no quiero perderte, ten piedad de m?, me haces tan desdichado! L?grimas infantiles brillaban en sus ojos. Pero ya no era un ni?o. Un hombre, el marido de Ir?ne, un se?orito. ?Ser?a demasiado c?modo ?dije?. Preparas el golpe en silencio, sabiendo perfectamente que cavas un abismo entre nosotros. ?Y querr?as que lo tragara con una sonrisa, que todo volviera a ser como antes! No, y no. ?Verdaderamente eres demasiado dura, demasiado sectaria. Hay padres e hijos que se quieren sin tener las mismas opiniones pol?ticas. ?No se trata de una divergencia de opiniones. Cambias de partido por ambici?n, por conveniencia. Eso es lo feo. ?Que no. ?Mis ideas han cambiado! Tal vez soy influenciable, pero es verdad que me puse a ver las cosas desde otro ?ngulo. ?Te lo juro! ?Entonces has debido prevenirme mucho antes. No hacer tus tejemanejes a mis espaldas y enseguida meterme por las narices el hecho consumado. Jam?s te perdonar? eso. ?No me atrev?. Tienes una manera de mirarme que me da miedo. ?Siempre dec?as eso: jam?s fue una excusa. ?Sin embargo, me perdonabas. Perd?name tambi?n esta vez. Te lo suplico. No soporto estar mal contigo. ?No puedo hacer nada. Has actuado de tal manera que ya no puedo estimarte. La tormenta retumb? en sus ojos: lo prefer?a. Su c?lera sostendr?a la m?a. ?Tienes expresiones que me matan. No me he preguntado nunca si te estimaba o no. Si hicieras idioteces, no por eso te querr?a menos. Para ti, el amor hay que merecerlo. Pues s?: bastante trabajo me he tomado para no desmerecer. Todos mis deseos (ser aviador, o corredor de autom?viles, o reportero, la acci?n, la aventura) los tomabas como caprichos; los he sacrificado para
Simone de Beauvoir La mujer rota
31
complacerte. La primera vez que no cedo ante ti, te peleas conmigo. Lo interrump?: ?Te escapas por la tangente. Tu conducta me indigna, ?se es el motivo por el que no quiero verte m?s. ?Te indigna porque contradice tus proyectos. Sin embargo, no iba a obedecerte toda mi vida. Eres demasiado tir?nica. En el fondo no tienes coraz?n, solamente voluntad de poder. ?Hab?a rabia y l?grimas en su voz?. ?Y bien!, adi?s, despr?ciame todo lo que quieras, prescindir? de ti. Camin? hacia la puerta, la golpe? tras de s?. He permanecido de pie en el vest?bulo, pensando: ?Volver??. Siempre volv?a. No hubiera tenido el coraje de resistir, hubiera llorado con ?l. Al cabo de cinco minutos regres? a la biblioteca, me sent? y he llorado sola. ?Mi peque?o…? ?Qu? es un adulto? Un ni?o inflado de edad. Lo despojaba de su edad, volv?a a encontrar sus doce a?os, imposible guardarle rencor. Y sin embargo, no, era un hombre. Ninguna raz?n para juzgarlo menos severamente que a otro. ?Tengo coraz?n duro? ?Hay gente capaz de querer sin estimar? ?D?nde empieza, d?nde termina la estima? ?Y el amor? Si hubiera fracasado en su carrera universitaria, si hubiera tenido una vida mediocre, jam?s le habr?a faltado mi ternura: porque habr?a tenido necesidad de ella. Si me hubiera vuelto in?til para ?l pero en la dignidad, habr?a continuado queri?ndolo alegremente. Pero, al mismo tiempo, se me escapa y le condeno. ?Qu? hacer por ?l? La tristeza hab?a vuelto a caer sobre m? y ya no me ha dejado. En adelante, si por la ma?ana me demoraba en la cama, es porque me costaba trabajo despertar sin ayuda al mundo y a mi vida. Vacilaba en zambullirme sola en la monoton?a de la jornada. Una vez de pie, a veces me sent?a tentada de volver a acostarme hasta la noche. Me sumerg?a en el trabajo, permanec?a muchas horas seguidas ante mi mesa, aliment?ndome de zumos de fruta. Cuando finalmente me levantaba, al mediod?a, ten?a la cabeza ardiente y los huesos doloridos. A veces me dorm?a tan pesadamente sobre el div?n que al despertar experimentaba un estupor angustiado: como si mi conciencia, al emerger an?nimamente de la noche, dudara antes de reencarnarse. O contemplaba con mirada incr?dula el decorado familiar: reverso ilusorio y tornasolado del vac?o donde me hab?a sumergido. Mi mirada se deten?a sorprendida en los objetos que hab?a tra?do de los cuatro rincones de Europa. Mis viajes, el espacio no conservaba huella de ellos, mi memoria desde?aba evocarlos; y las mu?ecas, los vasos, las baratijas estaban all?. Una nada me fascinaba, me obsesionaba. Encontrar un pa?uelo de seda roja y un almohad?n violeta: ?cu?ndo he visto por ?ltima vez fucsias, su vestido de obispo y cardenal, su largo sexo fr?gil? La campanilla luminosa, la simple rosa silvestre, la madreselva desgre?ada, los narcisos, abriendo en su blancura grandes ojos at?nitos, ?cu?ndo? Pod?an no existir ya en el mundo y no lo sabr?a. Ni nen?fares en los estanques, ni trigo sarraceno en la campi?a. La tierra est? a mi alrededor como una vasta hip?tesis que ya no verifico.
Simone de Beauvoir La mujer rota
32
Me arrancaba de esas brumas, bajaba a la calle, miraba al cielo, las casas mal blanqueadas. Nada me conmov?a. Claros de luna y crep?sculos, olor de primavera mojada, de alquitr?n caliente, resplandores y estaciones, he conocido instantes de un puro destello de diamante; pero siempre sin haberlos solicitado. Surg?an por sorpresa, tregua inesperada, promesa impensada, a trav?s de ocupaciones que me exig?an; gozaba de ellos, precipit?ndome, al salir del liceo, o de una boca del metro, en mi balc?n entre dos sesiones de trabajo, en el bulevar cuando me apresuraba para encontrarme de nuevo con Andr?. Ahora, marchaba por Par?s, disponible, atenta y helada de indiferencia. El exceso de mis ocios, al entregarme al mundo, me imped?a verlo. As?, en las c?lidas siestas, el sol que estalla a trav?s de las persianas cerradas hace brillar en m? todo el esplendor del verano; me ciega si me enfrento a ?l en su crudeza t?rrida. Volv?a a casa, llamaba por tel?fono a Andr?, o ?l me llamaba. Su madre estaba m?s combativa que nunca, ?l volv?a a verse con viejos camaradas, se paseaba, se dedicaba a la jardiner?a. Su cordialidad regocijada me deprim?a, yo me dec?a que volver?amos a encontrarnos exactamente en el mismo punto, con ese muro de silencio entre nosotros. El tel?fono no acerca, confirma las distancias. No se es dos como en una conversaci?n puesto que no se ve. No se est? solo como delante del papel, que permite hablarse habl?ndole al otro, buscar, encontrar la verdad. He tenido ganas de escribirle: ?pero qu?? A mi fastidio se mezclaba una inquietud. Los amigos a quienes hab?a enviado mi ensayo tendr?an que haberme escrito habl?ndome de ello: ninguno lo hac?a, ni siquiera Martine. La semana siguiente a la partida de Andr?, de repente hubo un gran n?mero de art?culos sobre mi libro. Los del lunes me defraudaron, los del mi?rcoles me irritaron, los del jueves me aterraron. Los m?s severos hablaban de charlataner?a, los m?s benevolentes de interesante repetici?n. A todos se les hab?a escapado la originalidad de mi trabajo. ?No hab?a sabido ponerla en claro? He llamado a Martine. Las cr?ticas eran est?pidas, me dijo, era preciso no tenerlas en cuenta. En cuanto a su propia opini?n, quer?a esperar a terminar el libro para d?rmela, iba a terminarlo y a reflexionar esa misma noche, al d?a siguiente vendr?a a Par?s. Al colgar el auricular ten?a la boca amarga. Martine no hab?a querido dec?rmelo por tel?fono: por lo tanto, su juicio era desfavorable. Yo no comprend?a. Por lo com?n no me enga?o sobre lo que hago. Hab?an pasado tres semanas desde nuestro reencuentro en el parque Montsouris (tres semanas que se cuentan entre las m?s desagradables de mi vida). Normalmente hubiera estado contenta ante la idea de volver a ver a Martine. Pero me sent?a m?s angustiada que cuando esperaba los resultados de la licenciatura. Despu?s de r?pidos cumplidos, arremet?: ?Entonces, ?usted qu? piensa? Me respondi? con frases ponderadas, que una sent?a cuidadosamente preparadas. Ese ensayo era una excelente s?ntesis, elucidaba ciertos puntos oscuros, pon?a ?tilmente en claro lo que mi obra hab?a aportado de nuevo.
Simone de Beauvoir La mujer rota
33
?Pero el ensayo en s? mismo, ?aporta algo de nuevo? ?No es ?se el objetivo. ?Era el m?o. Se turb?; insist?, la acos?. Seg?n ella, los m?todos que propon?a los hab?a aplicado ya en mis estudios anteriores; en muchos pasajes, incluso los hab?a netamente explicitado. No, no innovaba. M?s bien se trataba, como hab?a dicho P?lissier, de un s?lido resumen. ?Hab?a querido hacer otra cosa completamente distinta. Me sent?a a la vez alterada e incr?dula, como sucede a menudo cuando una mala noticia se abate sobre uno. La unanimidad del veredicto era aplastante y sin embargo me dec?a: ?No puedo haberme equivocado tanto?. En el jard?n donde cenamos, a las puertas de Par?s, hice un gran esfuerzo para disimular mi contrariedad. Termin? por decir: ?Me pregunto si a partir de los sesenta a?os una no est? condenada a repetirse. ??Qu? idea! ?Pintores, m?sicos, incluso fil?sofos que se hayan superado a la vejez, hay muchos; pero escritores, ?puede citarme alguno? ?V?ctor Hugo. ?Sea. ?Pero qu? otro? Montesquieu pr?cticamente se detuvo a los cincuenta y nueve a?os, con El esp?ritu de las leyes, que hab?a concebido desde hac?a muchos a?os. ?Debe de haber muchos casos. ?Pero no se le ocurre ninguno. ??Vamos!, no va a descorazonarse ?me dijo Martine con reproche?. Toda obra comporta altibajos. Esta vez no ha conseguido todo lo que deseaba: tendr? su revancha. ?En general, mis fracasos me estimulan. Esta vez es diferente. ?No veo en qu?. ?A causa de la edad. Andr? afirma que los sabios est?n acabados antes de los cincuenta a?os. En literatura, sin duda, tambi?n llega un momento en el que ya no se puede adelantar. ?En literatura estoy segura de que no ?dijo Martine. ??Y en las ciencias? ?De eso no s? nada. Volv? a ver el rostro de Andr?. ?Hab?a experimentado el mismo tipo de decepci?n que yo? ?Una vez, definitivamente, o en varias ocasiones? ?Usted tiene cient?ficos entre sus amigos. ?Qu? piensa de Andr?? ?Que es un gran sabio. ??Pero c?mo juzgan lo que hace en este momento? ?Tiene un excelente equipo, sus trabajos son muy importantes. ??l dice que todas las ideas nuevas vienen de sus colaboradores. ?Es posible. Parece que los sabios descubren solamente en la plenitud de
Simone de Beauvoir La mujer rota
34
la vida. En las ciencias casi todos los premios Nobel son hombres j?venes. Suspir?: ?Entonces Andr? tiene raz?n: no descubrir? nada m?s. ?No se tiene derecho a prejuzgar el porvenir ?dijo Martine cambiando bruscamente de tono?. Despu?s de todo, no hay m?s que casos particulares. Las generalidades no prueban nada. ?Quisiera creerla ?confes?. Y desvi? la conversaci?n. Al irse, Martine me dijo con un aire de duda: ?Voy a releer su libro. Lo he le?do demasiado r?pidamente. ?Lo ha le?do, y es un fracaso. Pero, como usted dec?a, no es muy grave. ?Nada grave en absoluto. Estoy segura de que a?n escribir? mucho, muy buenos libros. Estaba aproximadamente segura de lo contrario, pero no quise contradecirla. ??Usted es tan joven! ?agreg?. Me lo dicen a menudo y me siento halagada. De pronto, la palabra me irrit?. Es un cumplido ambiguo que anuncia penosos d?as futuros. Conservar vitalidad, alegr?a, presencia de esp?ritu, es permanecer joven. Por lo tanto, la parte que le toca a la vejez es la rutina, la morosidad, la chochez. No soy joven, estoy bien conservada, es muy distinto. Bien conservada y quiz?s acabada. He tomado un somn?fero y me he metido en la cama. Al despertar me he encontrado en un extra?o estado, m?s febril que ansioso. He dejado el tel?fono descolgado, he acometido la relectura de mi Rousseau y de mi Montesquieu. He le?do diez horas seguidas, interrumpi?ndome apenas para comer dos huevos duros y una loncha de jam?n. Curiosa experiencia: reanimar esos textos nacidos de mi pluma y olvidados. Por momentos me interesaban, me sorprend?an como si otra los hubiera escrito; sin embargo, reconoc?a ese vocabulario, esos cortes de frase, esos comienzos, esas elipsis, esos tics; esas p?ginas estaban totalmente impregnadas de m?, era una intimidad repugnante como el olor de una habitaci?n donde uno ha estado confinado demasiado tiempo. Me obligu? a tomar el aire, a cenar en el peque?o restaurante de al lado; en casa me he bebido unas tazas de caf? muy fuerte y he abierto mi ?ltimo ensayo. Lo ten?a bien presente y sab?a de antemano cu?l ser?a el resultado de esa comprobaci?n. Todo lo que ten?a que decir hab?a sido dicho en mis dos monograf?as. Me limitaba a repetir bajo otra forma aquellas ideas que ten?an inter?s. Me hab?a equivocado cuando cre?a progresar. E inclusive, separados del contenido singular al que los hab?a aplicado, mis m?todos perd?an algo de su sutileza, de su flexibilidad. No aportaba nada nuevo; absolutamente nada. Y sab?a que el segundo tomo no hac?a m?s que prolongar ese moverse en el mismo sitio. As? es: hab?a pasado tres a?os escribiendo un libro in?til. No solamente errado, como algunos otros en los cuales, a trav?s de torpezas y tanteos, abr?a perspectivas. In?til. Para echar al fuego. No prejuzgar el porvenir. F?cil de decir. Lo ve?a. Se extend?a delante de m?
Simone de Beauvoir La mujer rota
35
hasta perderse de vista, vac?o, desnudo. No m?s proyectos, no m?s deseos. No escribir? m?s. ?Entonces qu? har?? Qu? vac?o en m?, alrededor de m?. In?til. Los griegos llamaban a sus ancianos abejorros. ?Abejorro in?til?, se dice H?cuba en Las troyanas. Se trata de m?. Estaba aniquilada. Me preguntaba c?mo se logra vivir todav?a cuando no se espera nada m?s de s?. Por amor propio no quise adelantar mi partida y por tel?fono no le habl? a Andr? de nada. ?Pero qu? largos han parecido los tres d?as siguientes! Discos insulsos en sus fundas de colores vivos, y vol?menes apretados sobre los estantes de madera, ni la m?sica ni las frases pod?an hacer nada por m?. Antes esperaba de ellas un est?mulo o un descanso. No ve?a m?s que un entretenimiento cuya gratuidad me asqueaba. ?Ir a una exposici?n, volver al Louvre? Hab?a deseado tanto tener tiempo cuando me faltaba. Pero si diez d?as atr?s no hab?a sabido ver en las iglesias y los castillos m?s que piedras apiladas, ahora ser?a peor todav?a. Entre el cuadro y mi mirada no pasar?a nada. Sobre la tela no ver?a m?s que colores escupidos por un tubo y esparcidos por un pincel. Pasearme me aburr?a, ya lo hab?a comprobado. Mis amigos estaban de vacaciones y, por otra parte, no deseaba ni su sinceridad ni sus mentiras. Philippe… ?con cu?nto dolor lo echaba de menos! Apartaba de m? su imagen, me llenaba los ojos de l?grimas. As? que me he quedado en casa, a rumiar mis pensamientos. Hac?a mucho calor; aunque bajara las cortinas me ahogaba. El tiempo se estancaba. Es terrible ?tengo ganas de decir: es injusto? que pueda pasar a la vez tan r?pida y tan lentamente. Franqueaba la puerta del liceo de Bourg, casi tan joven como mis alumnas, miraba con compasi?n a los viejos profesores de cabellos grises. ?Y zas! Me he vuelto una vieja profesora, y despu?s la puerta del liceo se ha cerrado. Durante a?os mis clases me dieron la ilusi?n de no cambiar de edad: en cada nueva temporada escolar las reencontraba, igualmente j?venes, y me identificaba con esa inmovilidad. En el oc?ano del tiempo yo era una roca batida por las olas siempre nuevas y que no se mueve ni se desgasta. Y repentinamente el flujo me arrastra y me arrastrar? hasta que me hunda en la muerte. Mi vida se precipita tr?gicamente. Y no obstante, en este momento, con qu? lentitud gotea (hora a hora, minuto a minuto). Hay que esperar siempre que el az?car se disuelva, que el recuerdo se esfume, que la herida cicatrice, que el sol se oculte, que el fastidio se disipe. Extra?o corte entre esos dos ritmos. Al galope mis d?as huyen y en cada uno de ellos languidezco. No me quedaba m?s que una esperanza. Andr?. ?Pero podr?a colmar ese vac?o en m?? ?En qu? est?bamos? Y en principio, ?qu? hab?amos sido el uno para el otro, a lo largo de esta vida que llaman en com?n? Quer?a decidir sin hacer trampas. Para eso era preciso recapitular nuestra historia. Siempre me promet?a hacerlo. Lo intent?. Arrellanada en un profundo sill?n, los ojos en el techo, me relat? nuestros primeros encuentros, nuestro casamiento, el nacimiento de Philippe. No me enteraba de nada que ya no supiera. ?Qu? pobreza! ?El desierto del pasado?, dijo Chateaubriand. ?Tiene raz?n,
Simone de Beauvoir La mujer rota
36
desgraciadamente! Me hab?a m?s o menos imaginado que mi vida, detr?s de m?, era un paisaje en el cual podr?a pasearme a mi gusto, descubriendo poco a poco sus meandros y sus repliegues. No. Soy capaz de recitar nombres, fechas, como un escolar declama una materia bien aprendida sobre un tema que le es extra?o. Y de tarde en tarde, resucitaban im?genes mutiladas, descoloridas, tan abstractas como las de mi vieja historia de Francia; se recortan arbitrariamente, sobre un fondo blanco. El rostro de Andr? no cambia nunca a trav?s de las evocaciones. Me detuve. Lo que hac?a falta era reflexionar. ?Me ha amado como yo lo amaba? Al principio, pienso que s?, o m?s bien la pregunta no se planteaba para ninguno de los dos: nos entend?amos bien. Pero cuando su trabajo dej? de satisfacerle, ?se dio cuenta de que nuestro amor no le bastaba? ?Se sinti? decepcionado por eso? Pienso que me considera como un invariable, cuya desaparici?n lo desconcertar?a pero que no podr?a modificar en nada su destino, ya que la partida se juega en otra parte. Entonces ni siquiera mi comprensi?n le aportar? gran cosa. ?Otra mujer lograr?a darle algo m?s? La barrera entre nosotros, ?qui?n la hab?a levantado? ??l, yo, ambos? ?Hab?a posibilidad de derribarla? Estaba cansada de interrogarme. Las palabras se descompon?an en mi cabeza: amor, entendimiento, desacuerdo, ruidos carentes de sentido. ?Nunca lo hab?an tenido? Cuando tom? el expreso del sur, a principios de una tarde, no sab?a en absoluto lo que esperaba.
?l me esperaba en el and?n de la estaci?n. ?Despu?s de tantas im?genes y palabras, y esa voz desencarnada, de pronto la evidencia de una presencia! Curtido por el sol, m?s delgado, los cabellos reci?n cortados, vestido con un pantal?n de dril y con una camisa de mangas cortas, era algo diferente del Andr? que hab?a dejado, pero era ?l. Mi alegr?a no pod?a ser falsa, no pod?a aniquilarse en unos pocos instantes. ?O s?? Ten?a gestos afectuosos para instalarme en el coche, y sonrisas llenas de gentileza mientras nos dirig?amos hacia Villeneuve. Pero estamos tan habituados a hablarnos amablemente que ni los gestos ni las sonrisas significaban gran cosa. ?Estaba verdaderamente contento de volver a verme? Manette puso su mano seca sobre mi hombro, un beso r?pido sobre mi frente. ?Buenos d?as, ni?a m?a?. Cuando ella est? muerta, nadie m?s me llamar? ?ni?a m?a?. Me resulta dif?cil pensar que tengo quince a?os m?s que en su primera aparici?n. A los cuarenta y cinco a?os ella me parec?a casi de la misma edad que ahora. Me sent? en el jard?n con Andr?; las rosas maltratadas por el sol exhalaban un olor penetrante como un quejido. Le dije: ?Has rejuvenecido. ??Es la vida del campo! ?C?mo andas t?? ?F?sicamente bien. ?Pero has visto mis cr?ticas? ?Algunas.
Simone de Beauvoir La mujer rota
37
??Por qu? no me has advertido de que mi libro no val?a nada? ?Exageras. Es menos diferente de los otros de lo que pensabas. Pero est? lleno de cosas interesantes. ?No te ha interesado tanto. ??Oh!, yo… ya nada me cautiva. No hay peor lector que yo. ?Incluso Martine lo juzga severamente; y, pens?ndolo bien, yo tambi?n. ?Tratabas de hacer algo muy dif?cil, anduviste un poco a tientas. Pero supongo que ahora ves claro; te desquitar?s en el segundo volumen. ?Lamentablemente, no. Lo errado es la concepci?n misma del libro. El segundo volumen ser? tan malo como el primero. Abandono. ?Es una decisi?n muy apresurada. Dame a leer tu manuscrito. ?No lo he tra?do. S? que es malo, cr?eme. Me mir? perplejo. Sabe que no me descorazono f?cilmente. ??Qu? vas a hacer en lugar de eso? ?Nada. Cre?a tener pan en el horno para dos a?os. Bruscamente, el vac?o. Puso su mano sobre la m?a. ?Comprendo que est?s abatida. Pero no te atormentes demasiado. Por el momento se impone forzosamente el vac?o. Y despu?s, un d?a, una idea aparece. ?Ves c?mo uno es optimista cuando se trata de otros. Insisti?, era su papel. Cit? autores de los cuales hubiera sido interesante hablar. ?Pero volver a comenzar mi Rousseau, mi Montesquieu, para qu?? Hab?a querido encontrar otro ?ngulo: no lo encontrar?a. Recordaba las cosas que Andr? hab?a dicho. Esas resistencias de las cuales me hab?a hablado, las reencontraba en m?. Mi aproximaci?n a los problemas, mis h?bitos de pensamiento, mis perspectivas, mis presuposiciones, eran yo misma, no imaginaba un cambio. Mi obra estaba detenida, terminada. Con ello mi vanidad no sufr?a. Si hubiera tenido que morir durante la noche, habr?a estimado que mi vida era un logro. Pero estaba aterrada por ese desierto a trav?s del cual iba a arrastrarme hasta desembocar en la muerte. Durante la cena me esforc? por poner buena cara. Felizmente, Manette y Andr? discutieron apasionadamente acerca de las relaciones chino-sovi?ticas. Sub? a acostarme temprano. Mi habitaci?n ol?a a lavanda, tomillo y hojas de pino: me parec?a haberla dejado la v?spera. ?Un a?o ya! Cada a?o pasa m?s r?pidamente que el precedente. No tendr?a mucho que esperar antes de dormirme para siempre. Mientras tanto, ya sab?a c?mo las horas pueden arrastrarse lentamente. Y a?n amo demasiado la vida para que la idea de la muerte me consuele. En el silencio campestre he dormido, a pesar de todo, con un sue?o apaciguador. ??Quieres dar un paseo? ?me pregunt? Andr? al d?a siguiente por la ma?ana. ?Desde luego. ?Voy a mostrarte un lindo rinc?n que he vuelto a descubrir. Al borde del
Simone de Beauvoir La mujer rota
38
Gard. Lleva el traje de ba?o. ?No tengo. ?Manette te prestar? uno. Vas a ver, te sentir?s seducida. Seguimos en coche a trav?s de landas con angostos caminos polvorientos. Andr? hablaba con volubilidad. Desde hac?a muchos a?os no hab?a pasado aqu? una temporada tan larga. Hab?a tenido tiempo para explorar de nuevo la regi?n, para volver a ver a sus compa?eros de infancia. Parec?a decididamente mucho m?s joven y alegre que en Par?s. Yo no le hab?a hecho falta en absoluto, se ve?a. ?Durante cu?nto tiempo hab?a estado alegremente sin m?? Detuve el coche: ??Ves esa mancha verde, abajo? Es el Gard. Forma una especie de hondonada, es ideal para ba?arse y el sitio es encantador. ?Pero, f?jate hay una buena distancia. Hay que volver a subirla. ?No es cansado, lo he hecho con frecuencia. ?Descendi? la cuesta, muy r?pidamente, con seguridad. Lo segu? desde lejos, fren?ndome, y tropezando un poco: una ca?da, una fractura, a mi edad no ser?a nada divertido. Pod?a subir r?pidamente, pero nunca hab?a sido muy buena para las bajadas. ??No es bonito? ?Muy bonito. Me sent? a la sombra de un pe?asco. No para ba?arme. Nado mal. Y hasta delante de Andr? detesto mostrarme en traje de ba?o. Un cuerpo de viejo es, a pesar de todo, menos feo que un cuerpo de vieja, me dije vi?ndolo chapuzarse en el agua. Agua verde, cielo azul, olor a monte: aqu? habr?a estado mejor que en Par?s. Si ?l hubiera insistido, habr?a venido antes: pero eso es justamente lo que ?l no hab?a querido. Se sent? junto a m? sobre la arenilla. ?Has hecho mal. ?Estaba fant?stica! ?Estaba muy bien aqu?. ??C?mo has encontrado a mam?? Es sorprendente, ?eh? ?Sorprendente. ?Qu? hace durante todo el d?a? ?Lee mucho; escucha la radio. Le he propuesto comprarle un televisor, pero se ha negado; me dijo: ?No dejo entrar a cualquiera a mi casa?. Cuida el jard?n. Va a las reuniones de su c?lula. No se inquieta nunca, como ella dice. ?En suma, es el mejor per?odo de su vida. ?Seguramente. Es uno de esos casos en que la vejez es una edad feliz: cuando uno ha llevado una vida dura y m?s o menos devorada por los dem?s. Cuando comenzamos a subir de nuevo hac?a mucho calor; el camino era m?s largo, m?s arduo de lo que hab?a dicho Andr?. Caminaba a largas zancadas; y yo, que antes trepaba tan gallardamente, me arrastraba lejos detr?s de ?l, era humillante. El sol me barrenaba las sienes, la agon?a estridente de las amorosas cigarras me perforaba los o?dos; jadeaba. ?Caminas demasiado r?pido ?dije. ?No te apresures. Te espero arriba.
Simone de Beauvoir La mujer rota
39
Me detuve, ba?ada en sudor. Segu?. Ya no era due?a de mi coraz?n, de mi aliento; mis piernas apenas me obedec?an; la luz me lastimaba los ojos; el canto de amor y de muerte de las cigarras, en su monoton?a obstinada, me hac?a rechinar los nervios. Llegu? al coche con el rostro y la cabeza ardiendo, al borde de la congesti?n, me parec?a. ?Estoy muerta. ?Deber?as haber subido. ?Tratar? de acordarme de tus caminitos f?ciles. Regresamos en silencio. Hac?a mal en irritarme por una nader?a. Siempre he sido col?rica: ?me volver?a agria? Era preciso que tuviera cuidado. Pero no consegu?a vencer mi despecho. Y me sent?a tan mal que tem? una insolaci?n. Com? dos tomates y fui a descansar a la habitaci?n, donde la sombra, el embaldosado, la blancura de las s?banas daban una falsa impresi?n de frescura. Cerr? los ojos, en el silencio escuch? el tic tac de un reloj de p?ndulo. Hab?a dicho a Andr?: ?No veo lo que se pierde al envejecer?. ?Y bien! Ahora lo ve?a. Siempre me he negado a enfocar la vida a la manera de Fitzgerald, como un ?proceso de degradaci?n?. Pensaba que mi relaci?n con Andr? no se alterar?a jam?s, que mi obra no cesar?a de enriquecerse, que Philippe se parecer?a cada d?a m?s al hombre que yo hab?a querido hacer de ?l. Por mi cuerpo no me inquietaba. Y cre?a que incluso el silencio ten?a frutos. ?Qu? ilusi?n! La expresi?n de Sainte-Beuve es m?s verdadera que la de Val?ry: ?Uno se endurece por partes, se pudre en otras, jam?s se madura?. Mi cuerpo me abandonaba. Ya no era capaz de escribir; Philippe hab?a traicionado todas mis esperanzas y lo que me apesadumbraba todav?a m?s era que entre Andr? y yo las cosas estaban deterior?ndose. ?Qu? enga?o, ese progreso, esa ascensi?n con la que me hab?a embriagado, puesto que viene el momento del hundimiento! Ya se hab?a iniciado. Y ahora ser?a muy r?pido y muy lento: nos volver?amos unos ancianos. Cuando baj?, el calor se hab?a apaciguado; Manette le?a, cerca de una ventana que daba sobre el jard?n. La edad no la hab?a disminuido, ?pero qu? pasaba en el fondo de ella misma? ?Pensaba en la muerte? ?Con resignaci?n, con temor? No me atrev?a a pregunt?rselo. ?Andr? ha ido a jugar a la petanca ?me dijo. Me he sentado frente a ella. De todas maneras, si yo llegase a los ochenta a?os, no me parecer?a a ella. No me imaginaba llamando libertad a mi soledad y aprovechando tranquilamente cada instante. A m?, la vida iba poco a poco a sacarme todo lo que me hab?a dado; ya hab?a comenzado. ?As? que ?me dijo?, Philippe ha abandonado la ense?anza; no es bastante bueno para ?l; quiere volverse un gran se?or. ?Desgraciadamente, s?. ?Esta juventud no cree en nada. Hay que reconocer que vosotros no cre?is tampoco en gran cosa. ??Andr? y yo? Pues claro que s?.
Simone de Beauvoir La mujer rota
40
?Andr? est? contra todo. ?se es el error. Por eso Philippe se ha encaminado mal. Es necesario estar a favor de algo. No se ha resignado nunca a que Andr? no se afiliara al Partido. Yo no ten?a ganas de discutirlo. Cont? el paseo de la ma?ana y pregunt?: ??D?nde ha guardado las fotos? En un ritual, todos los a?os miro el viejo ?lbum. Pero no est? nunca en el mismo lugar. Lo ha dejado sobre la mesa, as? como una caja de cart?n. Hay pocas fotos, muy viejas. Manette, el d?a de su boda, con un largo vestido austero. Un grupo: ella con su marido, sus hermanos, sus hermanas, toda una generaci?n de la cual es la ?nica sobreviviente. Andr? ni?o, el aire testarudo, decidido. Ren?e a los veinte a?os, entre sus dos hermanos. Pens?bamos que no nos consolar?amos nunca de su muerte; veinticuatro a?os y esperaba tanto de la vida. ?Qu? hubiera obtenido de ella? ?C?mo hubiera soportado su vejez? Mi primer encuentro con la muerte, c?mo llor?. Despu?s he llorado cada vez menos: mis padres, mi cu?ado, mi suegro, los amigos. Tambi?n eso es envejecer. Tantos muertos detr?s de uno, echados de menos, olvidados. A menudo, cuando leo el peri?dico, me entero de una nueva muerte: un escritor querido, una colega, un viejo colaborador de Andr?, uno de nuestros camaradas pol?ticos, un amigo perdido de vista. Uno debe de sentirse extra?o cuando queda, como Manette, como el ?nico testigo de un mundo abolido. ??Miras las fotos? Andr? se inclinaba sobre mi hombro. Hoje? el ?lbum y me se?al? una imagen que lo representaba, a los once a?os, con los compa?eros de su clase. ?M?s de la mitad est?n muertos ?me dijo?. A ?ste, Pierre, he vuelto a verle. A aqu?l tambi?n. Y a Paul, que no est? en la foto. Hace ya veinte a?os que no nos hab?amos visto. Apenas los reconoc?. No se dir?a que tienen exactamente mi edad: se han transformado en ancianos. Mucho m?s deslucidos que Manette. Para m? fue un golpe. ??A causa de la vida que han llevado? ?S?. Ser campesino, en un rinc?n as?, es algo que gasta a un hombre. ?En comparaci?n, te sentiste joven. ?No joven. Pero s? injustamente privilegiado. ?Volvi? a cerrar el ?lbum? : Te llevo a tomar el aperitivo a Villeneuve. ?De acuerdo. En el coche me ha hablado de la partida de petanca que acaba de ganar, hab?a hecho grandes progresos desde su llegada. Su humor parec?a inalterablemente bueno, mi irritaci?n no lo hab?a perturbado, lo comprob? con algo de amargura. Detuvo el coche junto a un terrapl?n con sombrillas azules y anaranjadas bajo las cuales la gente beb?a anisados; el olor del an?s flotaba en el aire. Pidi? lo mismo para nosotros. Hubo un largo silencio. Dijo: ?Es alegre este sitio. ?Muy alegre.
Simone de Beauvoir La mujer rota
41
?Lo dices con un aire l?gubre. ?A?oras Par?s? ??Oh, no! En este momento los lugares me importan un comino. ?La gente tambi?n, tengo la impresi?n. ??Por qu? dices eso? ?No est?s muy locuaz. ?Disc?lpame. Me siento mal. He tomado demasiado sol esta ma?ana. ?Por lo com?n, eres tan sufrida. ?Envejezco. Mi voz no era amable. ?Qu? hab?a esperado de Andr?? ?Un milagro? ?Que un golpe de varita m?gica hubiese vuelto mi libro bueno, las cr?ticas favorables? ?O que cerca de ?l mi fracaso se volviera indiferente? Hab?a hecho para m? muchos peque?os milagros; en la ?poca que viv?a tenso hacia su porvenir, su ardor animaba el m?o. Me daba, me devolv?a confianza. Hab?a perdido ese poder. Aunque hubiera conservado la fe en su propio destino, no habr?a sido suficiente para fortalecerme respecto del m?o… Sac? una carta del bolsillo. ?Philippe me ha escrito. ??C?mo sab?a d?nde estabas? ?Le habl? por tel?fono el d?a de mi partida, para despedirme. Me cuenta que lo echaste. ?S?. No me arrepiento. No puedo querer a alguien que no estimo. Andr? me sonri?. ?No s? si obras de muy buena fe. ??C?mo? ?Te colocas en un plano moral, cuando es sobre todo en el plano afectivo que te sientes traicionada. ?Las dos cosas. Traicionada, abandonada, s?; una herida demasiado sangrante como para que soporte hablar de ella. Volvimos a quedarnos en silencio. ?Iba a instalarse definitivamente entre nosotros? Una pareja que contin?a porque ha empezado, sin otra raz?n: ?era eso lo que est?bamos a punto de volvernos? ?Pasar todav?a quince a?os, veinte a?os, sin agravio particular, sin animosidad, pero cada uno en su enojo, atado a su problema, rumiando su fracaso personal, toda palabra transformada en vana? Hab?amos empezado a vivir a destiempo. En Par?s yo estaba contenta, ?l sombr?o. Le guardaba rencor por estar contento ahora que yo me hab?a ensombrecido. Hice un esfuerzo: ?Dentro de tres d?as estaremos en Italia. ?Te gusta? ?Si te gusta a ti. ?Me gusta si te gusta. ??Por qu? a ti los lugares definitivamente te importan un bledo? ?Con frecuencia, tambi?n a ti te importan un bledo. No contest? nada. Algo se hab?a interpuesto en nuestro di?logo: cada uno interpretaba al rev?s lo que dec?a el otro. ?Terminar?amos alg?n d?a? ?Por qu? ma?ana m?s que hoy, en Roma m?s que aqu??
Simone de Beauvoir La mujer rota
42
??Y bien!, volvamos ?dije al cabo. Matamos la tarde jugando a las cartas con Manette. Al d?a siguiente no quise exponerme al sol y al chirrido de las cigarras. ?Para qu?? Ante el castillo de los papas o el puente del Gard, sab?a que permanecer?a tan indiferente como en Champeaux. Pretext? un dolor de cabeza para quedarme en la casa. Andr? hab?a tra?do una docena de obras nuevas, se zambull? en una de ellas. Yo estoy al d?a, las conoc?a todas. Examin? la biblioteca de Manette. Los cl?sicos Garnier, algunos Pl?iades que le hab?amos regalado. Durante mucho tiempo no hab?a tenido la ocasi?n de volver a esos textos, los hab?a olvidado. Y sin embargo, sent?a pereza ante la idea de releerlos. Uno se acuerda a medida que hace falta, o por lo menos se hace la ilusi?n. La frescura primera est? perdida. ?Qu? ten?an que darme, esos escritores que me hab?an hecho lo que era y ya no dejar?a de ser? Abr?, hoje? algunos vol?menes; todos ten?an un sabor casi tan nauseabundo como el de mis propios libros: sabor a polvo. Manette ha levantado la vista de su diario. ?Empiezo a creer que ver? con mis ojos hombres en la Luna. ??Con tus ojos? ?Har?s el viaje? ?pregunt? Andr? con voz riente. ?Me comprendes muy bien. Sabr? que est?n all?. Y ser?n rusos, hijito m?o. Los yanquis la han pifiado con su ox?geno puro. ?S?, mam?, ver?s a los rusos en la Luna ?dijo Andr? cari?osamente. ?Pensar que comenzamos en las cavernas, exactamente con nuestros diez dedos a nuestro servicio ?continu? enso?adoramente Manette?. Y hemos llegado donde estamos: reconoce que es alentador. ?Es cierto que la historia de la humanidad es hermosa ?dijo Andr??. L?stima que la de los hombres sea tan triste. ?No lo ser? siempre. Si tus chinos no hacen saltar la Tierra, nuestros nietos conocer?n el socialismo. Vivir? todav?a cincuenta a?os para verlo. ??Qu? salud! La est?s escuchando ?me dijo Andr??. Volver?a a enrolarse por cincuenta a?os. ??T? no, hijo m?o? ?No mam?, francamente, no. La historia sigue por tan curiosos caminos que apenas s? tengo la impresi?n de que me concierne. Me siento en la superficie. Entonces, ?dentro de cincuenta a?os…! ?Lo s?, ya no crees en nada ?dijo Manette reprobadoramente. ?Eso no es totalmente cierto. ??En qu? crees? ?En el sufrimiento de la gente, y que es abominable. Es necesario hacer todo lo posible para suprimirlo. A decir verdad, ninguna otra cosa me parece importante. ?Entonces ?pregunt??, ?por qu? no la bomba, por qu? no la aniquilaci?n? Que todo salte en pedazos, que se termine. ?A veces uno se siente tentado de desearla. Pero prefiero so?ar que la vida
Simone de Beauvoir La mujer rota
43
podr?a ser sin dolor. ?La vida para hacer algo con ella ?dijo Manette con aire batallador. El tono de Andr? me hab?a helado; no estaba tan despreocupado como parec?a. ?L?stima que la de los hombres sea tan triste.? ?Con qu? voz lo hab?a dicho! Le mir?, tuve tal ?mpetu hacia ?l que repentinamente me invadi? una certeza. Nunca ser?amos dos extra?os. Uno de estos d?as, ma?ana quiz?, nos reencontrar?amos puesto que mi coraz?n ya lo hab?a encontrado. Despu?s de la cena, fui yo quien propuso salir. Nos dirigimos lentamente hacia el fuerte SaintAndr?. Pregunt?: ??Piensas verdaderamente que nada cuenta sino suprimir el sufrimiento? ??Qu? otra cosa? ?No es alegre. ?No. Mucho menos cuando no se sabe c?mo combatirlo. ?Call? un momento?: Mam? acaba de decir que no creemos en nada. Pero pr?cticamente ninguna causa es por completo nuestra: no estamos con la URSS y sus compromisos; tampoco con China; en Francia ni por el r?gimen ni por ninguno de los partidos de la oposici?n. ?Es una situaci?n inc?moda ?dije. ?Eso explica un poco la actitud de Philippe: estar contra todo, a los treinta a?os, no es nada exaltante. ?A los sesenta tampoco. No es una raz?n para renegar de sus ideas. ??Eran verdaderamente ?sus? ideas? ??Qu? quieres decir? ??Oh!, por supuesto, las grandes injusticias, las grandes porquer?as, eso le subleva. Pero nunca ha estado totalmente politizado. Adopt? nuestras opiniones porque no pod?a hacer otra cosa, ve?a el mundo a trav?s de nuestros ojos: ?pero hasta qu? punto estaba convencido? ??Y los riesgos que corri? durante la guerra de Argelia? ?Eso lo asqueaba sinceramente. Y adem?s, las maletas, las manifestaciones, era la acci?n, la aventura. Eso no prueba que haya sido profundamente de izquierdas. ?Curiosa manera de defender a Philippe: demoli?ndolo. ?No. No lo demuelo. Cuanto m?s reflexiono, m?s excusas le encuentro. Mido cu?nto hemos pesado sobre ?l; ha terminado por tener necesidad de afirmarse en nuestra contra, a cualquier precio. Y despu?s hablas de Argelia: lindamente defraudado. Ninguno de los tipos por los que se comprometi? le ha dado se?ales de vida. Y all? el gran hombre es De Gaulle. Nos sentamos sobre la hierba, al pie del fuerte. Escuchaba la voz de Andr?, calma y convincente; de nuevo podr?amos hablarnos y algo se desanudaba dentro de m?. Por primera vez pensaba en Philippe sin c?lera. Sin alegr?a tambi?n, pero apaciblemente: tal vez porque Andr? estaba repentinamente tan pr?ximo que la imagen de Philippe se desdibujaba. ?Hemos pesado sobre ?l, s? ?dije con buena voluntad. Pregunt??:
Simone de Beauvoir La mujer rota
44
?Piensas que debo volver a verlo? ?Lo apenar?a enormemente que siguieras enojada con ?l: ?para qu? le servir?a? ?No me propongo causarle pena. Me siento vac?a, eso es todo. ??Oh! Por supuesto, ya nunca ser? lo mismo entre ?l y nosotros. Mir? a Andr?. Entre ?l y yo me parec?a que ya todo hab?a vuelto a ser lo mismo. La luna brillaba y tambi?n la peque?a estrella que la escolta fielmente, y una gran paz descendi? en m?: ?Estrellita te veo. / Que la luna atrae a s??. Volv?a a encontrar las viejas palabras en mi garganta, tal como hab?an sido escritas. Me un?an a los siglos pasados, cuando los astros brillaban exactamente como hoy. Y ese renacimiento y esa permanencia me daban una impresi?n de eternidad. La tierra me parec?a fresca como en las primeras edades y ese instante se bastaba. Yo estaba all?, miraba a nuestros pies los techos de tejas ba?ados por el claro de luna, sin raz?n, por el placer de mirarlos. Este desinter?s ten?a un encanto punzante. ?Tal es el privilegio de la literatura ?dije?. Las im?genes se deforman, palidecen. Las palabras, uno se las lleva consigo. ??Por qu? piensas en eso? ?pregunt? Andr?. Le cit? los dos versos de Aucassin et Nicolette. Agregu? con nostalgia: ??Qu? hermosas son las noches aqu?! ?S?. Es lamentable que no hayas podido venir antes. Me sobresalt?: ??Es lamentable! ?Pero si no quer?as que viniera! ??Yo? ??sa s? que es buena! Fuiste t? quien se neg?. Cuando te dije: ?Por qu? no salir enseguida para Villeneuve??, me contestaste: ?Buena idea. Vete pues?. ?No fue as?. Dijiste, lo recuerdo textualmente: ?De lo que tengo ganas es de ir a Villeneuve?. Estabas harto de m?, todo lo que quer?as era escaparte. ??Est?s loca! Evidentemente quer?a decir: ?Tengo ganas de que vayamos a Villeneuve?. Y me contestaste ?vete pues?, con una voz que me hel?. A pesar de todo insist?. ??Oh!, de labios para afuera; sab?as que me negar?a. ?Absolutamente no. Ten?a un aspecto tan sincero que me asalt? la duda. ?Hab?a podido equivocarme? La escena estaba fija en mi memoria, no pod?a cambiarla. Pero estaba segura de que ?l no ment?a. ? Qu? tonto es ?dije?. Fue un duro golpe cuando vi que hab?as decidido partir sin m?. ?Es tonto ?dijo Andr??. ?Me pregunto por qu? cre?ste eso! Reflexion?: ?Desconfiaba de ti. ??Porque te hab?a mentido? ?Desde hac?a alg?n tiempo me parec?as cambiado.
Simone de Beauvoir La mujer rota
45
??En qu?? ?Te hac?as el viejo. ?No me lo hac?a. Ayer t? misma me dijiste: Envejezco. ?Pero te abandonabas. En un mont?n de cosas. ??Por ejemplo? ?Ten?as tics; esa manera de manosearte la enc?a. ??Ah!, eso… ??Qu?? ?Mi mand?bula est? un poco infectada en ese sitio; si es algo serio, mi puente se debilitar?, tendr? que usar dentadura postiza. ?Te das cuenta! Me doy cuenta. En sue?os a veces todos mis dientes se vienen abajo en mi boca y de golpe la decrepitud se me viene encima. Dentadura postiza… ??Por qu? no me lo dijiste? ?Hay disgustos que uno guarda para s?. ?Quiz? sea un error. Es as? como se llega a los malentendidos. ?Puede ser. ?Se puso de pie?. Vamos, cogeremos fr?o. Yo tambi?n me puse de pie. Descendimos lentamente la pendiente herbosa. ?Sin embargo, tienes algo de raz?n al decir que me hac?a el viejo ?dijo Andr??. Exageraba la nota. Cuando vi todos esos tipos mucho m?s ajados que yo y que toman las cosas como vienen, sin montarse historias, me llam? a la realidad. He decidido reaccionar. ??Ah, entonces es eso! Pens? que era mi ausencia la que te hab?a devuelto tu buen humor. ??Qu? idea! Al contrario, por ti m?s que nada me he impuesto sobreponerme. No quiero ser un viejo pu?etero. Viejo, ya es bastante, pu?etero no. Agarr? su brazo, lo apret? contra el m?o. Hab?a reencontrado a Andr?, a quien nunca hab?a perdido y a quien jam?s perder?. Entramos en el jard?n, nos sentamos sobre un banco, al pie de un cipr?s. La luna y su estrellita brillaban encima de la casa. ?Sin embargo, es verdad que la vejez existe ?dije?. Y no es tan divertido decirse que uno est? acabado. Puso su mano sobre la m?a. ?No te lo digas. Creo que s? por qu? fracasaste en ese ensayo. Partiste de una ambici?n vac?a: innovar, superarte. Eso es algo que no perdona. Comprender y hacer comprender a Rousseau, Montesquieu era un proyecto concreto que te llev? lejos. Si est?s en vena otra vez, a?n puedes hacer un buen trabajo. ?A grandes rasgos, mi obra quedar? como est?: he visto mis l?mites. ?Desde un punto de vista narcisista, no tienes gran cosa que ganar, es cierto. Pero a?n puedes interesar a los lectores, enriquecerlos, hacerlos reflexionar. ?Ser?a de desear.
Simone de Beauvoir La mujer rota
46
?Por mi parte, he tomado una decisi?n. Un a?o m?s e interrumpo todo. Vuelvo a meterme en el estudio, me pongo al d?a, lleno mis lagunas. ??Piensas que despu?s volver?s a empezar por buen camino? ?No. Pero hay cosas que ignoro, y que quiero saber. Nada m?s que para saberlas. ??Te bastar?? ?En todo caso, durante un tiempo. No miremos demasiado lejos. ?Tienes raz?n. Siempre hab?amos mirado lejos. ?Ser?a necesario aprender a vivir al d?a? Est?bamos sentados uno al lado del otro bajo las estrellas, acariciados por el olor amargo del cipr?s, nuestras manos se tocaban; por un instante el tiempo se hab?a detenido. Se echar?a a correr otra vez. ?Y entonces? ?S? o no, yo pod?a trabajar todav?a? ?Mi rencor en contra de Philippe se desdibujar?a? ?Volver?a a asaltarme la angustia de envejecer? No mirar demasiado lejos. A lo lejos estaban los horrores de la muerte y de los adioses; los postizos, las ci?ticas, las invalideces, la esterilidad mental, la soledad en un mundo extra?o que ya no comprendemos y que continuar? su curso sin nosotros. ?Lograr? no alzar mi vista hacia esos horizontes? ?O aprender? a percibirlos sin espanto? Estamos juntos, ?sa es nuestra posibilidad. Nos ayudaremos a vivir esta ?ltima aventura de la cual no regresaremos. ?Eso nos la har? tolerable? No s?. Esperemos. No tenemos elecci?n.
Simone de Beauvoir La mujer rota
47
MON?LOGO
Ella se venga por el mon?logo FLAUBERT
Simone de Beauvoir La mujer rota
48
?Imb?ciles! He corrido las cortinas la luz idiota de los faroles y de los ?rboles de Navidad no entra en el apartamento, pero los ruidos atraviesan las paredes. Los motores los frenos y ahora se ponen a tocar la bocina se creen campeones al volante de sus 404 modelo familiar semisport de tres al cuarto, de sus Dauphine lastimosos, de sus cabriol?s blancos. Un cabriol? blanco con cojines negros eso s? que es bonito y los tipos silbaban cuando yo pasaba unos impertinentes oblicuos sobre mi nariz un pa?uelo de Herm?s en la cabeza. ?Y ellos que creen enloquecerme con sus caras mal lavadas y los aullidos de sus bocinas! Si se hicieran papilla justo aqu? bajo mi ventana eso s? que me divertir?a. Asquerosos, me rajan los t?mpanos y yo ya no tengo tapones; los dos ?ltimos amortiguan la campanilla del tel?fono est?n completamente asquerosos y prefiero tener las orejas rotas antes que escuchar sonar el tel?fono. Suprimir ese esc?ndalo ese silencio: dormir. Y no cerrar? un ojo ayer no pude sent?a terror de que fuera la v?spera de hoy. He tomado tantos somn?feros que ya no hacen efecto y ese m?dico es un s?dico me los da en supositorios no puedo cargarme como un ca??n. Tengo que descansar es preciso ma?ana quiero tener mi oportunidad con Tristan; nada de l?grimas ni gritos. ?Esta situaci?n es anormal. ?Incluso desde el punto de vista de la pasta hasta que fracas?! Un hijo tiene necesidad de su madre.? Voy a pasar otra noche en blanco tendr? los nervios de punta fallar? otra vez. ?Asquerosos! Me cabalgan por la cabeza los veo los oigo. Se ceban de foie-gras podrido y pavo quemado y se relamen Albert y la se?ora Nanard Etiennette sus mocosos mi madre; es contra natura que mi propio hermano mi propia madre prefieran a mi ex marido. Todos ellos me importan un bledo ?nicamente que no me impidan dormir; una se vuelve apta para la jaula confiesa todo lo verdadero y lo falso que con eso no cuenten tengo una fuerte naturaleza no podr?n conmigo. ?Qu? cagada sus fiestas; ya todos los d?as es bastante feo! Siempre he detestado la Navidad las Pascuas y el 14 de julio. Pap? colgaba a Nanard de su hombro para que viera los fuegos artificiales y yo la mayor quedaba abajo apretada entre sus cuerpos justo a la altura del sexo de todos en medio del olor a sexo de esa multitud en celo y mam? dec?a ?otra vez lloriqueando? me encajaba un helado en la mano para qu? co?o lo quer?a lo tiraba ellos suspiraban no pod?an darme una bofetada en una noche de 14 de julio. ?l no
Simone de Beauvoir La mujer rota
49
me tocaba yo era su preferida: ?Maldita chiquilla? pero cuando ?l revent? ella ya no se tom? la molestia y me encajaba los anillos contra la cara. Ni una vez yo le he atizado una bofetada a Sylvie. Nanard era el rey. Ella lo met?a en su cama a la ma?ana yo los escuchaba hacerse cosquillas ?l dice que no es cierto que soy sucia evidentemente no va a confesarlo nunca lo confiesa quiz?s hasta lo haya olvidado para olvidar lo que los molesta son astutos y yo le hago la pu?eta porque me acuerdo; ella se paseaba por su burdel de dormitorio casi en pelotas dentro de una bata de seda blanca manchada y agujereada por las quemaduras de cigarrillos ?l se pegaba a sus muslos dan n?useas las madres con sus cachorros deber?a haberme parecido a ellos eso s? que no. Yo quer?a chicos muchos ni?os limpios y que Francis no se volviera un marica como Nanard. Nanard con sus cinco hijos as? y todo es un bujarr?n a m? no me enga?an hay que detestar a las mujeres para haberse casado con ese gordinfl?n. La cosa sigue. ?Cu?ntos son? Por las calles de Par?s centenares de miles. Y lo mismo en todas las ciudades por toda la tierra; tres mil millones y ser? peor todav?a; el hambre no basta cada d?a son m?s numerosos; hasta el cielo est? infestado muy pronto se atropellar?n en el espacio como en las autopistas y la luna uno no podr? mirarla sin pensar que hay imb?ciles que est?n diciendo idioteces. Me gustaba la luna se me parec?a; y la ensuciaron como ensucian todo algo horrible esas fotos; una pobre cosa polvorienta y gris?cea que cualquiera podr? pisotear. Yo era limpia, pura, intransigente. Desde la infancia lo tuve metido en la sangre: no hacer trampas. Vuelvo a ver a esa extra?a chica con su vestidito arrugado mam? me cuidaba tan mal y la vieja que susurra: ??As? que queremos mucho al hermanito??. Y yo contest? serenamente: ?Lo detesto?. El fr?o; los ojos de mam?. Que yo haya sido celosa es normal todos los libros lo dicen; lo sorprendente lo que me gusta es que yo lo haya admitido. Nada de concesi?n nada de comedia: vuelvo a verme en esa chiquilla. Soy limpia soy verdadera no sigo el juego; eso los cabrea no les gusta que una vea claro en ellos quieren que uno crea sus lindas palabras o por lo menos que haga como que. Ah? est?n con una de sus mascaradas: los galopes por la escalera las risas las voces maravilladas. ?A qu? viene eso de lanzarse por los aires en una fecha fija a hora fija, porque se cambia de calendario? Toda mi vida me ha asqueado ese tipo de historia. Deber?a contar mi vida. Tantas mujeres lo hacen las imprimen se habla de ellas se pavonean y mi libro ser?a m?s interesante que sus idioteces; las he pasado putas pero he vivido y sin mentiras sin tongos; la rabia que les dar?a al ver mi nombre y mi foto en los escaparates y el mundo sabr?a la verdad la verdadera. Volver?a a tener un mont?n de tipos a mis pies son tan esnobs la peor birria si es c?lebre a ella se arrojan. Quiz?s encuentre uno que sepa amarme. Mi padre me amaba. Nadie m?s. Todo sali? de ah?. Albert no pensaba m?s que en salir volando yo lo quer?a con amor loco pobre loca. ?Lo que he podido soportar joven e intacta como era! Entonces uno hace estupideces forzosamente;
Simone de Beauvoir La mujer rota
50
?a lo mejor era una artima?a que me prueba que ?l no conoc?a a Olivier? Una combinaci?n asquerosa que me dej? rota. Se ve?a venir bailan encima de mi cabeza. As? pues me estropean la noche ma?ana estar? hecha polvo tendr? que grifarme para ver a Tristan y todo se ir? al carajo. ?No puede ser! ?Cochinos! No tengo m?s que eso en la vida el sue?o. Cochinos. Tienen derecho a despellejarme los o?dos y pisotearme se aprovechan. ?La pu?etera de abajo no puede vocear es fin de a?o.? Re?ros ya encontrar? un medio de agarraros la pu?etera os va a joder nunca me he dejado pisotear. Albert estaba furibundo: ??No hay necesidad de hacer esc?ndalo!?; ??S? precisamente!?. ?l bailaba con Nina sexo contra sexo ella instalaba sus enormes pechos apestaba a perfume pero se sent?a por debajo el olor a bid? y ?l se estremec?a se le endurec?a como a un cerdo. Esc?ndalos bastantes he hecho en mi vida. He seguido siendo esa adolescente que hab?a contestado ?lo detesto?, franca intr?pida intacta. Van a reventar el techo y se me caer?n encima. Ya los estoy viendo es demasiado asqueroso se frotan uno contra otro sexo contra sexo eso los humedece las tipas las mujeres se pavonean porque el tipo tiene la picha al aire. Y cada uno se prepara para poner los cuernos a su mejor amigo su mejor amiga lo har?n esta misma noche en el cuarto de ba?o sin ni siquiera tirados en el suelo vestido levantado sobre los muslos sudorosos cuando alguien vaya a mear tendr? que caminar sobre la leche como en casa de Rosa la noche del esc?ndalo. Posible que esto va a ser una org?a de la leche la pareja de arriba son cincuentones a esa edad necesitan cosas raras para enhebrarse. Estoy segura de que Albert y su dama hacen cama redonda. Cristina tiene una cara para todo con ella no tiene que melindrear. Pobre idiota que yo era a los veinte a?os demasiado ingenua demasiado p?dica. Era conmovedora esa torpeza hubiera merecido que me amaran. ?Ah! he sido asquerosamente frustrada la vida no me ha hecho regalos. Mierda reviento de sed tengo hambre pero levantarme de mi sill?n ir a la cocina me mata. Una se hiela en este agujero solamente que si aprieto el bot?n de la calefacci?n el aire se secar? por completo ya no tengo saliva en la boca y la nariz me quema. Qu? inmundicia su civilizaci?n. Son capaces de ensuciar la luna pero no de calentar un apartamento. Si fueran astutos inventar?an robots que ir?an a buscarme un zumo de fruta cuando tuviera ganas tendr?an la casa ordenada sin que yo est? obligada a ser amable y escuchar sus bla-bla-bla. Mariette ma?ana no viene tanto mejor me tiene harta el c?ncer de su viejo padre. A esa tambi?n la he metido en cintura m?s o menos se mantiene en su lugar. Hay algunas que se calzan guantes de goma para fregar la vajilla y que se hacen las se?oras no lo soporto. Tampoco quiero que sean zaparrastrosas que uno encuentre pelos en la ensalada y marca de dedos en las puertas. Tristan es un imb?cil. Trato muy bien a las criadas. Pero quiero que hagan su trabajo limpiamente sin historias y sin contarme sus vidas. Para eso hay que domarlas como se doma a los ni?os para hacer de ellos adultos que valgan.
Simone de Beauvoir La mujer rota
51
Tristan no ha domado a Francis; la ro?osa de Mariette me deja a dos velas; el sal?n quedar? inmundo despu?s de la visita. Van a aparecer con su regalo de chicha y nabo nos besaremos servir? los dulces y Francis me dar? las respuestas que su padre ya le habr? soplado miente como una persona mayor. Yo hubiera hecho de ?l un buen chico. Voy a decirle a Tristan: un ni?o privado de su madre siempre termina mal se volver? un golfo o un marica t? no quieres eso. Me da n?useas mi voz ponderada; tendr?a ganas de aullar: ?es contra natura separar a un hijo de su madre! Pero dependo de ?l. ?Amen?zalo con el divorcio?, dec?a D?d?. Bromeaba. Los hombres se ayudan tanto entre ellos la ley es tan injusta y ?l tiene tantas influencias que el divorcio ser?a pronunciado en mi contra. ?l se quedar?a con Francis m?s dinero encima y en cuanto al apartamento ?se jodi?! Nada que hacer contra ese chantaje asqueante: una pensi?n y el apartamento a cambio de Francis. Estoy en sus manos. Sin pasta una no puede defenderse una es menos que nada un doble cero. ?Qu? idiota fui desinteresada aturdida burl?ndome de la pasta! No les he hecho rascarse los bolsillos lo suficiente. Si me hubiera quedado con Florent me habr?a agenciado un lindo fajo. Tristan me agarr? con el cuento de la pasi?n tuve l?stima de ?l. ?Y aqu? estoy! Ese engre?do que se hace Napole?n el chiquito me plant? porque no soy una hist?rica no ca? de rodillas ante ?l. Lo pescar?. Voy a decirle que voy a contarle la verdad al ni?o: no estoy enferma vivo sola porque el ro?oso de tu padre me ha dejado plantada me engatus? y despu?s me tortur? lleg? hasta a levantarme la mano. Pescar una crisis de nervios delante del chico abrirme las venas sobre el felpudo de su puerta eso u otra cosa tengo armas voy a utilizarlas volver? a m? no me pudrir? sola en esta barraca con esa gente all? arriba que me pisotea y los vecinos que me despiertan todas las ma?anas con su radio y nadie para traerme algo que comer cuando tengo hambre. Todas esas putas tienen un hombre para protegerlas hijos para servirlas y yo cero: esto no puede seguir as?. Hace quince d?as que el fontanero me encamela una mujer sola se creen que todo les est? permitido es algo tan cobarde la gente cuando uno est? por el suelo le pisotean. Me sublevo les hago frente pero a una mujer sola le escupen encima. El portero se parte de risa. A las diez de la ma?ana es l?cito hacer funcionar la radio: si cree que me deja pasmada con sus sermones. Los he jorobado bien con el tel?fono cuatro noches seguidas sab?an que era yo pero imposible pescarme me divert? en grande; lo han contrarrestado con el tel?fono ocupado ya encontrar? otra cosa. ?Pero qu?? Duermen de noche currelan de d?a los domingos se pasean no hay por d?nde agarrar a ese tipo de ganado. Un hombre bajo mi techo. El fontanero habr?a venido el portero me saludar?a gentilmente los vecinos instalar?an una sordina. ?Mierda! Quiero que se me respete quiero mi marido mi hijo mi hogar como todo el mundo. Una monadita de once a?os ser?a bonito llevarlo al circo o al zool?gico lo educar?a r?pidamente. ?l era m?s f?cil que Sylvie. Me ha dado mi buen trabajo remolona y ladina como esa babosa de Albert. ?Oh!, no le guardo rencor pobre lechuza todos se dedicaban a volverla en contra de m? y ella estaba en la edad
Simone de Beauvoir La mujer rota
52
en que las jovencitas detestan a su madre lo llaman ambivalencia pero es odio. Otra de esas verdades que los hacen refunfu?ar. Etiennette sudaba de rabia cuando le dije que mirara el diario ?ntimo de Claudie. Prefiri? no mirar como esas mujeres que no van al m?dico por miedo a tener un c?ncer y entonces se sigue siendo la gentil mam? de una gentil jovencita. Sylvie no era gentil me he percatado al leer su diario; pero yo miro las cosas de frente. No me aflig? demasiado sab?a que bastaba esperar que un d?a ella comprender?a y que ante sus narices y barbas me dar?a la raz?n. Yo ten?a paciencia jam?s le he levantado la mano. Por supuesto me defend?a. Le dije: ?No me echar?s el guante?. Testaruda como una mula gimiendo horas d?as por un capricho no hab?a ning?n motivo para que ella volviera a ver a Tristan. Una chica necesita un padre nadie lo sabe mejor que yo; pero nadie dijo que le hicieran falta dos. Ya Albert era bastante molesto hac?a todo lo que la ley le acordaba y m?s tambi?n yo ten?a que luchar cent?metro a cent?metro le habr?a arruinado si yo no hubiera armado camorra. Los vestidos que le compraba era inmoral. Yo no quer?a que mi hija se volviera una puta como mi madre. ?A los setenta a?os faldas por la rodilla, pintura por toda la cara! Cuando el otro d?a la vi por la calle cambi? de acera. Con esa facha si me hubiera hecho la comedia de la reconciliaci?n yo habr?a estado lista. Seguro que su apartamento sigue tan puerco como siempre con la pasta que gasta en la peluquer?a podr?a pagarse una criada. Se acabaron los bocinazos era preferible ese estruendo que escuchar esa barah?nda en la calle; las puertas de los coches golpean gritan se r?en algunos cantan ya qu? tajada tienen y arriba sigue el foll?n. Me enferman, tengo la boca pastosa esos dos granitos en el muslo me aterran. Me cuido ?nicamente como productos diet?ticos pero as? y todo siempre hay alguien que los manosea con manos m?s o menos limpias la higiene no existe en este mundo el aire es impuro no s?lo a causa de los coches y de las f?bricas sino a causa de esos millones de bocas sucias que lo graban y lo vuelven a escupir desde la ma?ana a la noche; cuando pienso que estoy sumergida en sus alientos tengo ganas de huir al fondo de un desierto; c?mo conservar un cuerpo limpio en un mundo tan asqueroso uno se contamina por todos los poros de la piel y sin embargo yo era sana limpia no quiero que me infecten. Si tuviera que meterme en cama ni uno se molestar?a en cuidarme. Puedo dictarlas con mi pobre coraz?n fatigado nadie sabr?a nada me entra cagueta. Detr?s de la puerta encontrar?n una carro?a apestar? me habr? cagado encima, las ratas me habr?n comido la nariz. Reventar sola vivir sola no quiero. Necesito un hombre quiero que Tristan vuelva porquer?a de mundo gritan se r?en y aqu? estoy consumi?ndome de tristeza; cuarenta y tres a?os es demasiado temprano es injusto quiero vivir. La gran vida yo estaba hecha para eso: el cabriol? el apartamento los vestidos y todo lo dem?s. Florent largaba la pasta y nada de comedia ?s?lo un poco en la cama cuando hace falta hace falta? quer?a nada m?s que acostarse conmigo y exhibirme en las discotecas elegantes yo era atractiva mi mejor ?poca todas mis amigas reventaban de envidia. Me hace mal recordar esa ?poca nadie me saca
Simone de Beauvoir La mujer rota
53
ya me quedo plantada dej?ndome cagar. Estoy harta, estoy harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta harta. Asqueroso Tristan quiero que me invite al restaurante al teatro se lo exigir? yo no exijo lo que deber?a todo lo que sabe hacer es aparecer por aqu? solo o con el ni?o me dedica grandes sonrisas maquilladas y al cabo de una hora alza el vuelo. ?Ni siquiera esta noche ni se?ales! ?Asqueroso! Me aburro enormemente no es humano. Si durmiera matar?a el tiempo. Pero ese ruido afuera. Y se burlan de mi jeta: ?Est? sola?. No van a guasear cuando Tristan vuelva a m?. Volver? lo forzar? a volver. Ir? otra vez a los modistos dar? fiestas c?cteles publicar?n mi foto en Vogue con un gran escote mis pechos no tienen nada que temer. ??Has visto la foto de Murielle?? Estar?n bastante jodidos y Francis les contar? nuestras salidas al zoo al circo al parque de diversiones lo tratar? bien les har? tragarse sus calumnias y mentiras. ?Qu? odio! L?cida demasiado l?cida. A ellos no les gusta que uno vea claro; y tengo raz?n yo no sigo el juego arranco las caretas. No me lo perdonan. Una madre celosa de su hija una ha visto de todo. Me arroj? en los brazos de Albert para deshacerse de m? por otros motivos tambi?n no no quiero creerlo. Qu? cabronada haberme empujado a ese casamiento yo tan ardientemente apasionada una llama y ?l tan estirado burgu?s el coraz?n fr?o el sexo como un tallar?n. Yo hubiera sabido cu?l era el hombre que conven?a a Sylvie. Yo la dominaba con mano firme pero era cari?osa siempre dispuesta a charlar con ella yo quer?a ser su amiga y habr?a besado las manos de mi madre si se hubiera conducido conmigo as?. ?Pero qu? car?cter ingrato! Est? muerta ?y qu?? Los muertos no son santos. Ella no cooperaba no confiaba en m? para nada. Hab?a alguien en su vida un muchacho o a lo mejor una chica esta generaci?n es tan torcida vaya uno a saber. Pero iba con tiento. Ni una carta en sus cajones y los dos ?ltimos a?os ni una p?gina de diarios; si segu?a redact?ndolo lo ocultaba tremendamente bien y ni siquiera despu?s de su muerte he encontrado nada. Furiosa porque yo cumpl?a con mis deberes de madre. Yo ego?sta mi inter?s cuando se fug? hubiera sido dej?rsela a su padre. Sin ella me quedaba una oportunidad de rehacer mi vida. Fue por su bien que me rebel?. A Christine con sus tres pitusos les hubiera venido bien una ni?a mayor de quince a?os a la que le hubiera encajado todos los trabajos pobrecita no se daba cuenta esa crisis de nervios que simul? delante de la poli. Claro, la poli. Seguro que iba a molestarme. No est? hecha para los perros la polic?a. ?Albert ofreci?ndome dinero para que yo renunciara a Sylvie! Siempre la pasta si podr?n ser cortos los hombres creen que todo puede comprarse para empezar con su dinero yo ten?a nada que hacer eran migajas al lado de lo que me larga Tristan. Y ni siquiera en la miseria hubiera yo vendido a mi hija. ?D?jala, esa chica no te da m?s que preocupaciones?, me dec?a D?d?. Ella no
Simone de Beauvoir La mujer rota
54
comprende lo que es una madre jam?s ha pensado m?s que en sus placeres. Pero una no puede recibir siempre hay que saber tambi?n dar. Yo ten?a mucho para dar a Sylvie hubiera hecho de ella una buena chica; y no le exig?a nada. Era toda devoci?n. ?Qu? ingratitud! Era normal que yo pidiera ayuda a esa profesora. Seg?n su diario Sylvie la adoraba y yo pens? que cerrar?a el pico esa sucia intelectual de pacotilla. Sin duda que entre ellas hab?a mucho m?s de lo que yo imaginaba he sido siempre tan c?ndida jam?s veo el mal esas cerebrales son todas tortilleras. Los chillidos de Sylvie despu?s de eso y mi madre que me declara por tel?fono que no tengo derecho a inmiscuirme en las amistades de mi hija. Dijo la palabra textual inmiscuirme. ?Ah por eso t? no te inmiscu?as. Y te ruego no empezar.? As? secamente. Y colgu?. Mi propia madre es contra natura. Sylvie hubiera terminado por darse cuenta. Esa es una de las cosas que me atormentaban en el cementerio. Me dec?a: ?Un poco m?s tarde me hubiera dado la raz?n?. Qu? recuerdo espantoso el cielo azul todas esas flores Albert en l?grimas delante de todo el mundo uno guarda las formas por Dios. Yo las guard? y sin embargo sab?a que de ese golpe jam?s levantar?a cabeza. Era a m? a quien enterraban. Estoy enterrada. Todos se han unido para hundirme. Ni siquiera esta noche ni se?ales de vida. Saben bien que las noches de fiesta cuando todo el mundo se divierte engulle y jode los solitarios los enlutados tienen el suicidio f?cil. Les vendr?a cojonudo que yo desapareciera aunque me hayan arrinconado sigo siendo un cardo borriquero. ?Ah no!, no les dar? ese placer. Quiero vivir quiero revivir. Tristan volver? a m? me har?n justicia saldr? de toda esta mierda. Si le hablara ahora me sentir?a mejor quiz? podr?a dormir. Debe de estar en su casa es como las gallinas dormil?n, se reserva. Estar en calma amistosa no hacerle frente si no mi noche est? lista. No contesta. No est? o no quiere contestar. Ha dejado descolgado el tel?fono no quiere escucharme. Me juzgan me condenan y nadie me escucha. Jam?s he castigado a Sylvie sin haberla escuchado era ella la que se cerraba la que no quer?a hablar. Ayer a?n ?l no me dej? decir ni la cuarta parte de lo que ten?a que decirle y yo lo escuchaba dormitar al otro lado del hilo. Es descorazonador. Razono explico demuestro; paso a paso pacientemente los obligo a la verdad me figuro que me siguen y luego pregunto: ??Qu? es lo que acabo de decir??. No saben se taponan mentalmente las orejas y si una frase se filtra a trav?s contestan pijadas. Vuelvo a empezar acumulo nuevos argumentos: lo mismo. Para eso Albert era un campe?n pero Tristan tampoco es nada lerdo. ?Tendr?as que llevarme de vacaciones con el chico.? No contesta y habla de otra cosa. Los ni?os forzosamente tienen que escuchar pero se desenvuelven olvidan. ??Qu? es lo que he dicho Sylvie?? ?Has dicho que cuando uno es desordenado en las peque?as cosas lo es tambi?n en las grandes y que debo arreglar mi dormitorio antes de salir.? Y despu?s al d?a siguiente no lo arreglaba. Cuando obligo a Tristan a escucharme y ?l no puede replicarme nada ?un hijo tiene necesidad de su madre una madre no puede estar sin su hijo es tan evidente con la peor mala fe no se puede negar? entonces agarra la
Simone de Beauvoir La mujer rota
55
puerta se larga se traga los pelda?os de cuatro en cuatro mientras yo grito por el hueco de la escalera y enseguida me detengo por miedo de que los vecinos me tomen por una chiflada; es tan cobarde sabe bien que detesto el esc?ndalo que tengo una bonita reputaci?n en la casa forzosamente sus comportamientos son tan raros ?desnaturalizados? que algunos de los m?os tambi?n lo son. ?Ah! Mierda si ya no guardaba las formas me romp?a el culo por Tristan y su falta de modales su risa ruidosa su gruesa voz me hubiera gustado que reventara cuando escandalizaba en p?blico con Sylvie. ?El viento! De pronto se puso a soplar como un tornado c?mo me gustar?a un gran cataclismo que barriera todo y a m? tambi?n un tif?n un cicl?n morirme descansar?a si no quedara nadie para pensar en m?; ?abandonarles mi cad?ver mi pobre vida no! Pero zambullir a todos juntos en la nada ser?a bonito; estoy cansada de luchar contra ellos hasta cuando estoy sola me persiguen es agotador; ?que esto se acabe! ?L?stima! No tendr? mi tif?n nunca tengo nada de lo que quiero. No es m?s que un vientecillo bien banal habr? arrancado algunas tejas algunas chimeneas todo es mezquino en este mundo la naturaleza como los hombres. No hay nadie m?s que yo que sue?e a lo grande y mejor me hubiera resultado cortarlos todo me decepciona siempre. Quiz? debiera atiborrarme el culo de mis chismes y acostarme. Pero estoy demasiado inquieta me agitar?a en la cama. Si lo hubiera pillado por tel?fono si hubi?ramos hablado como buenos amigos me habr?a calmado. Le importa un comino. Aqu? estoy destrozada por recuerdos desgarradores lo llamo y no contesta. No gritarle no empezar por gritarle todo se ir?a al carajo. Tengo miedo por ma?ana. Tendr? que estar lista antes de las cuatro no habr? pegado ojo bajar? a buscar dulces que Francis aplastar? sobre la alfombra romper? uno de mis bibelots no est? domado ese chico y falto de habilidad como su padre que echar? la ceniza por todas partes y si hago alguna observaci?n Tristan me llenar? de injurias jam?s pudo admitirlo as? y todo es gigantesco que logre tener limpia mi casa. En ese momento est? impecable este sal?n ordenado lustrado brillante como la luna de anta?o. Ma?ana a la noche a las siete todo estar? asqueroso deber? chuparme una gran limpieza quedarse hecha un trapo. Me dejar? hecha un trapo volver a explicarle todo de la a a la z. Es correoso. ?Qu? idiotez fue dejar a Florent por ?l! Nos entend?amos Florent y yo ?l aflojaba yo me acostaba era m?s limpio que esas historias en que uno se cuenta historias. Soy demasiado sentimental me parec?a una gran prueba de amor que ?l me ofreciera casamiento y estaba Sylvie la peque?a ingrata yo quer?a que tuviera un verdadero hogar y una madre irreprochable una mujer casada la mujer de un banquero. Yo estaba hasta las narices de hacerme la se?ora de frecuentar folloneros. Nada sorprendente si de vez en cuando yo explotaba. ?No sabes tratar a Tristan?, me dec?a D?d?. Y despu?s: ??Te lo hab?a dicho!?. Es cierto que soy ?ntegra que les doy con la puerta en las narices no me controlo. A lo mejor hubiera aprendido a adaptarme sin todas esas frustraciones. Tristan me hac?a la pu?eta se lo he indicado. La gente no acepta que se le diga sus verdades.
Simone de Beauvoir La mujer rota
56
Quieren que se crea sus lindas palabras o por lo menos que uno haga como si. Yo soy l?cida soy franca arranco las caretas. La tipeja que susurra: ??As? que quiere mucho a su hermanito??, y yo con mi vocecita serena ?Lo detesto?. He seguido siendo esa adolescente que dice lo que piensa que no hace trampas. Se me part?a el coraz?n escucharlo pontificar y todos esos infelices de rodillas delante de ?l. Yo aparec?a con mis grandes zuecos sus palabras solemnes quedaban desinfladas: el progreso la prosperidad el porvenir del hombre la felicidad de la humanidad la ayuda a los pa?ses subdesarrollados la paz del mundo. No soy racista pero me importan un pito los ?rabes los jud?os los negros exactamente como me importan un pito los chinos los rusos los yanquis los franchutes. Me importa un pito la humanidad qu? es lo que ella ha hecho por m? me gustar?a saberlo. Si son lo bastante est?pidos como para degollarse bombardearse tirarse napalm exterminarse no gastar? mis ojos llorando. Un mill?n de ni?os degollados ?y qu?? Los ni?os nunca son otra cosa que semillas de canallas y as? se descongestiona un poco el planeta reconocen que est? superpoblado ?y entonces qu?? Si yo fuera la tierra me dar?a asco toda esa gusanada en mi espalda me la sacudir?a. Si todos revientan yo quiero reventar. Los ni?os que no son nada para m? no voy a enternecerme por ellos. Mi hija est? muerta y me han robado a mi hijo. Yo la hubiera conquistado. Yo hubiera hecho de ella una persona correcta. Pero me hubiera hecho falta tiempo. Tristan no me ayudaba al sucio ego?sta nuestras disputas lo aburr?an me dec?a: ?D?jala tranquila?. Una no tendr?a que tener hijos en cierto sentido. D?d? tiene raz?n no nos traen m?s que l?os. Pero si una los tiene hay que educarlos correctamente. Tristan tomaba siempre el partido de Sylvie; aunque estuviera equivocada ?pongamos que me haya sucedido? pedag?gicamente es detestable que uno de los padres desautorice al otro. ?l la apoyaba hasta cuando yo ten?a raz?n. El asunto de la peque?a Jeanne; me enternece volver a pensar en ella en su mirada h?meda y adoradora; una ni?a puede ser tan gentil me recordaba mi infancia mal vestida descuidada abofeteada maltratada por su madre portera siempre al borde de las l?grimas; yo le parec?a hermosa acariciaba mis pieles me hac?a peque?os favores y yo le pasaba algunas monedas a escondidas le daba bombones pobre chica. Ten?a la edad de Sylvie yo hubiera querido que fueran amigas Sylvie me decepcion?. Protestaba: ?Con Jeanne me aburro?. Yo le explicaba que ten?a mal coraz?n la rega?aba la castigaba. Tristan la defend?a con el pretexto de que la amistad no se ordena esa pelea dur? mucho tiempo yo quer?a que Sylvie aprendiera a ser generosa Jeanne al fin se larg?. All? arriba se han calmado un poco. Pasos voces en la escalera puertas de coches que golpean todav?a este tambi?n idiota pero ya no bailan. Ya lo estoy viendo. ?ste es el momento en que joden en las camas en los divanes por el suelo en los coches la hora de las grandes vomitadas cuando vuelven a arrojar el pavo y el caviar es inmundo tengo la impresi?n de que hay olor a vomitada voy a quemar un incienso. Si pudiera dormir no tengo sue?o el amanecer est?
Simone de Beauvoir La mujer rota
57
todav?a lejos es una hora l?gubre y Sylvie se ha muerto sin haberme comprendido jam?s me consolar?. Este olor a incienso es el mismo que el del servicio f?nebre; los cirios las flores el catafalco: mi desesperaci?n. Muerta. ?Era imposible! Durante horas y horas me qued? sentada cerca de su cad?ver pensando va a despertarse voy a despertarme. Tantos esfuerzos luchas dramas sacrificios: en vano. La obra de mi vida volatilizada. Yo no dejaba nada al azar; y el m?s cruel azar se atraves? en mi camino. Sylvie ha muerto. Cinco a?os ya. Est? muerta. Para siempre. No lo soporto. Socorro me siento mal me siento demasiado mal que me saquen de aqu? no quiero que vuelva a empezar la ca?da a pique no ay?denme no puedo m?s no me dejen sola… ?A qui?n llamar? Albert Bernard colgar? en el acto; lloriqueaba delante de todo el mundo pero esta noche habr? tragado y divertido y soy yo quien recuerda y llora. Mi madre; una madre es siempre una madre no le hice nada ella fue la que me arruin? la infancia me insult? se atrevi? a decirme… quiero que retire lo que dijo no seguir? viviendo con ese grito en mis o?dos una hija no soporta ser maldecida por su madre aunque sea la ?ltima de las putas. ??Fuiste t? la que ha llamado…? Tambi?n a m? me sorprende pero en fin hubiera podido ser una noche as? que pensaras en mi pena y te dijeras que entre madre e hija no es posible seguir peleadas hasta la muerte; sobre todo que verdaderamente no veo lo que puedes reprocharme… No grites as?…? Colg?. Quiere que la dejen en paz. La zorra me tira vitriolo y yo tengo que cerrar el pico. ?Qu? odio! Siempre me ha odiado, mat? dos p?jaros de un tiro al casarme con Albert: aseguraba sus placeres y mi desgracia. Yo no quer?a admitirlo soy demasiado limpia demasiado blanca pero salta a la vista. Es ella quien lo enganch? durante el curso de gimnasia y se lo lig? as? asquerosa como era no era nada apetitoso met?rsela pero con los hombres que le hab?an pasado por encima deb?a conocer trucos y posturas como la de dejarse poner a caballo por el tipo. Ya la estoy viendo es tan inmunda la manera de joder de las tipas. Era demasiado vieja como para conservarlo se sirvi? de m? se burlaban a mis espaldas y siguieron con el asunto; el d?a que yo entr? de improvisto, ella estaba toda colorada. ?A qu? edad habr? parado? A lo mejor se liga gigol?s es menos pobre de lo que dice habr? guardado alhajas y las va soltando poco a poco. A m? me parece que a partir de los cincuenta a?os hay que tener la decencia de renunciar; yo he renunciado mucho antes de mi luto. Ya no me interesa estoy cerrada ya no pienso m?s en esas cosas ni en sue?os. Esa momia estremece imaginar su entrepierna se ba?a en perfumes por debajo huele se maquillaba se acicalaba no se lavaba lo que yo llamo lavarse cuando aparentaba ducharse era para mostrarle el culo a Nanard. Su hijo su yerno: dan ganas de vomitar. Me dir?an: ?Tienes lodo en la cabeza?. Saben arregl?rselas. Si se les hace notar que chapotean en la mierda gritan que es una la que tiene los pies sucios. Mis buenas amigas hubieran querido ponerme los cuernos las mujeres son todas esti?rcol y ?l que me gritaba: ?Eres innoble?. Los celos no son innobles el verdadero amor tiene pico y garras. Yo no era de ?sas que aceptan el reparto o
Simone de Beauvoir La mujer rota
58
la cama redonda como Christine yo quer?a que fu?ramos una pareja limpia una pareja correcta. S? guardar las formas pero no soy mema los esc?ndalos nunca me han dado miedo. No permit? que me escarnecieran puedo volver sobre mi pasado: nada sucio nada equ?voco. Pero soy un mirlo blanco. Pobre mirlo blanco: solo en el mundo. Eso es lo que los cabrea: soy alguien demasiado correcto. Querr?an suprimirme me han enjaulado. Encerrada entre cuatro paredes acabar? por morir de aburrimiento realmente morir. Parece que eso les ocurre hasta a los beb?s cuando nadie se ocupa de ellos. El crimen perfecto que no deja huellas. Ya cinco a?os de este suplicio. Este est?pido Tristan que me dice: viaja tienes bastante dinero. Bastante dinero para viajar piojosamente como antes con Albert: no volver?n a peg?rmela. ?La pobreza siempre es fea pero viajando! No soy esnob, los hoteles de lujo con las mujeres enjoyadas y los melindrosos porteros ya le demostr? a Tristan que eso no me deslumbra. ?Pero cuartos cochambrosos y las tascas eso s? que no! S?banas dudosas manteles mugrientos dormir encima del sudor mierdoso de los dem?s en su pringue comer con cubiertos mal fregados como para coger ladillas o viruela y los olores me hacen vomitar; sin contar que me vuelvo estre?ida a muerte porque los retretes en donde todo el mundo caga me bloquean en el acto; la fraternidad de la mierda muy poco para m?. Y adem?s ?qu? sentido tiene andar pase?ndose sola? Con D?d? nos divert?amos queda elegante dos hermosas muchachas en descapotable los cabellos al viento; en Roma de noche en la Piazza del Popolo hac?amos un adulado espect?culo. Con otros amigos tambi?n me he divertido. ?Pero sola!, a mi edad ?qu? aspecto tiene una en las playas, en los casinos si no se tiene un hombre al lado? Los museos de ruinas con Tristan ya estoy hasta la coronilla. No soy una hist?rica no caigo en trance delante de columnas o de viejas barracas desvencijadas. La gente de los siglos pasados me importa un bledo est?n muertos es su ?nica superioridad sobre los vivos pero en su ?poca tambi?n ellos eran cargantes. Lo pintoresco no me seduce; mugre que apesta ropa de cama sucia troncos de coliflor ?si habr? que ser esnob para pasmarse! Y siempre por todas partes es lo mismo sea que coman patatas fritas, paella o pizza la misma cala?a una sucia ralea de ricos que lo aplastan a uno de pobres que quieren vuestra pasta de viejos que chochean de j?venes que se burlan de hombres que se pavonean de mujeres que abren las piernas. Prefiero quedarme en mi agujero leyendo una de la serie negra aunque se hayan vuelto insulsas. ?La tele tambi?n qu? banda de tarados! Yo estaba hecha para otro planeta, me equivoqu? de destino. ?Por qu? tienen que venir a armar jaleo justo bajo mi ventana? Se quedan all? al lado de los coches no se deciden a levantar el vuelo. ?Qu? es lo que pueden decirse? Mocosos mocosas grotescas con sus faldas mini y pantalones ce?idos ojal? revienten ?es que no tienen madre? Y los muchachos con los pelos por el pescuezo. Vistos desde lejos parecen limpios. Pero a todos esos beats que amaestran piojos si el comisario de polic?a tuviera cojones los meter?a en chirona. ?Qu? juventud! Se drogan joden entre s? no respetan nada. Voy a
Simone de Beauvoir La mujer rota
59
echarles un balde de agua sobre la cabeza. Son capaces de violar mi puerta romperme la jeta estoy indefensa m?s vale cerrar la ventana. La chica de Rose parece que es de ese tipo y Rose juega a la hermana mayor no se dejan ni un minuto son inseparables. Sin embargo la ten?a en un pu?o y hasta le daba sus buenas zurras no se tomaba el trabajo de hacerla razonar la chica era caprichosa arbitraria; detesto los caprichos. ?Oh! Rose se prepara un hermoso futuro. D?d? tiene raz?n se ve venir que Danielle le aparecer? pre?ada… Yo hubiera hecho de Sylvie una buena chica. Le regalar?a vestidos joyas estar?a orgullosa de ella saldr?amos juntas. No hay justicia. Eso es lo que vuelve loca: la injusticia. ?Cuando pienso la madre que he sido! Tristan lo reconoci?; le he obligado a reconocerlo. Y despu?s de eso, me grita que est? dispuesto a todo para no dejar conmigo a Francis; se burlan de la l?gica dicen cualquier cosa y se escapan corriendo. Se traga los pelda?os de cuatro en cuatro mientras yo grito por el hueco de la escalera. As? no va a ganarme. Le obligar? a hacerme justicia: lo juro sobre mi propia cabeza. Me devolver? mi lugar en su hogar mi lugar en la tierra. Har? de Francis un chico bien ya ver?n qu? madre soy. Me hacen reventar los asquerosos. La juerga de ma?ana me mata. Quiero ganar. Lo quiero lo quiero lo quiero lo quiero lo quiero. Voy a echarme las cartas. No. En caso de mala suerte me tiro por la ventana no quiero eso los har?a gozar demasiado. Pensar en otra cosa. En cosas alegres. El peque?o de Burdeos. No esper?bamos nada uno del otro nos hac?amos preguntas no nos hac?amos promesas nos met?amos en la cama y hac?amos el amor. Dur? tres semanas y se fue para ?frica llor? llor?. Es un recuerdo que me descansa. Ese tipo de cosas no suceden m?s que una vez en la vida. ?L?stima! Cuando vuelvo a pensarlo me digo que si hubieran sabido quererme habr?a sido la ternura misma. Las canallas me partieron por el eje les importa un coj?n todo cada uno puede reventar en su rinc?n los maridos poner los cuernos a sus mujeres las madres tirar fetos, nada de l?o boca cerrada me asquea esa prudencia y que no tengan el coraje de sostener sus opiniones. ?Tu hermano es demasiado taca?o? es Albert quien me lo ha hecho notar yo tengo demasiada nobleza para reparar en esas cosas pero es verdad que tragaban tres veces m?s que nosotros y que divid?amos la cuenta y dos mil cosas por el estilo. Y despu?s me lo reprochan: ?No hubieras debido repet?rselo? todo eso en la playa hab?a estado chupado. Etiennette lloraba sobre sus mejillas las l?grimas parec?an grasa. ?Ahora que lo sabe se corregir?? le contest? era ingenua cre?a que pod?an corregirse que haci?ndolos razonar uno pod?a educarlos. ?Vamos Sylvie reflexiona. ?Sabes cu?nto cuesta este vestido y cu?ntas veces vas a pon?rtelo? Vamos a devolverlo.? Siempre hab?a que volver a empezar me agotaba. Nanard ser? taca?o hasta el fin de sus d?as. Albert cada vez m?s socarr?n mentiroso mezquino. Tristan siempre tan suficiente pontificador. Me romp?a el culo para nada. Cuando intent? ense?ar a Etiennette a vestirse Nanard me chill?: ?la chica ten?a veintid?s a?os y yo la disfrazaba de maestra solterona! Sigui? disfraz?ndose con vestidos de colorines. Y Rose que me grit?: ??Eres mala!?. Yo
Simone de Beauvoir La mujer rota
60
le hab?a hablado por lealtad las mujeres tienen que ayudarse unas a otras. ?Qui?n me lo ha agradecido? Les he prestado dinero sin pedirles inter?s nadie ha sabido agradecerme algunos hasta gritaron cuando reclam? que me lo devolvieran. Las amigas que llenaba de regalos me acusaban de darme pisto. Y hay que ver c?mo desaparec?a la gente a quien hab?a hecho favores sin embargo Dios sabe que no abusaba. No soy de los que creen que todo les est? permitido. La t?a Marguerite: ??Mientras est?s de viaje este verano puedes prestarnos tu apartamento??. ?Ah, no, mierda! Los hoteles no han sido inventados para los perros y si no pod?an pagarse su estancia en Par?s, no ten?an m?s que quedarse en su agujero. Un apartamento es algo sagrado me hubiera parecido una violaci?n. Es como D?d?: ?No hay que dejarse comer vivo? me dice. Pero ella me tragar?a con mucho gusto. ??No tienes un abrigo de noche para prestarme? No sales nunca.? No salgo nunca pero he salido; son mis vestidos mis abrigos me recuerdan un mont?n de cosas no quiero que una zorra ocupe mi lugar. Y adem?s apestan. Si yo muriera mam? y Nanard se repartir?an mis harapos, ?ah no!, quiero vivir hasta que las polillas lo hayan devorado todo o si tengo un c?ncer tirar? todo a la basura. Bastante se han aprovechado de m? D?d? la primera. Se tomaba mi whisky se pavoneaba en mi descapotable. Ahora, se hace la amiga que tiene un gran coraz?n. Pero ni siquiera se ha molestado en llamarme desde Courchevel esta noche. Cuando su cornudo viaja y ella se aburre entonces s? entonces desplaza su enorme culo y aparece aunque yo no tenga gana. Pero es Nochevieja estoy sola y me consumo. Ella baila lo pasa en grande ni por un minuto ha pensado en m?. Nunca piensa en m?. Como si estuviera borracha del mundo. Como si no hubiera existido nunca. ?Es que acaso existo? ?Oh! Me he pellizcado tan fuerte que se me va a hacer un cardenal. ?Qu? silencio! Ni un coche ni un paso por la calle ni un ruido en la casa un silencio de muerte. El silencio de la c?mara mortuoria y sus miradas sobre m? que me condenaban sin haberme escuchado y sin apelaci?n. ?Ah!, se pasan de la raya. Todos sus remordimientos los encajaron sobre mi espalda el chivo expiatorio ideal y por fin pod?an inventar un pretexto para su odio. Mi desgracia no los ha ablandado. Sin embargo me parece que Sat?n en persona me hubiera tenido l?stima. Toda mi vida ser?n las dos de la tarde un martes de junio. ?La se?orita duerme muy profundamente no puedo despertarla.? Mi coraz?n salt? me precipit? a los gritos: ?Sylvie ?est?s enferma??. Parec?a dormir todav?a estaba tibia. Todo hab?a terminado hac?a varias horas me dijo el m?dico. Chill? di mil vueltas por el dormitorio como una loca. ?Sylvie Sylvie por qu? me has hecho esto! Vuelvo a verla tranquila pl?cida y yo perdida y esa nota para su padre no significaba nada la romp? formaba parte del decorado no era m?s que un decorado, ?estaba segura estoy segura ?una madre conoce a su hija? de que ella no quiso morir pero hab?a aumentado la dosis, estaba muerta qu? horror! Es demasiado f?cil con esas drogas que se consiguen de cualquier manera; esas chiquillas por una peque?ez juegan al suicidio; Sylvie sigui? la moda: no se
Simone de Beauvoir La mujer rota
61
despert?. Y llegaron ellos besaban a Sylvie ninguno me bes? a m? y mi madre grit?: ??T? la has matado!?. Mi madre mi propia madre. La hicieron callar pero sus rostros ese silencio el peso de sus silencios. S?, si yo fuera de esas madres que se levantan a las siete de la ma?ana la habr?a salvado yo vivo a otro ritmo no es un crimen. ?C?mo hubiera adivinado? Yo estaba siempre all? cuando ella volv?a del liceo muchas madres no pueden decir lo mismo dispuesta a charlar con ella a interrogarla ella era la que se encerraba en su cuarto con el pretexto de estudiar. Jam?s le he fallado. ?Y mi madre ella que me abandon? me descuid? ella s? se atrevi?! No supe qu? contestar mi cabeza daba vueltas ya no ve?a nada claro. ?Si hubiera ido a darle un beso esta noche al volver…? Pero yo respetaba su sue?o y por la tarde me hab?a parecido casi alegre. ?Qu? suplicio esos d?as! Veinte veces cre? que iba a desmoronarme. Los compa?eros los profesores depositaban ramos sobre el ata?d sin decirme palabra; si una chica se mata la madre es la culpable; as? razonan ellas por odio contra sus propias madres. La arrebati?a. Casi me dej? atrapar. Despu?s del entierro ca? enferma. Me repet?a: ?Si me hubiera levantado a las siete… Si hubiera ido a darle un beso al volver…?. Me parec?a que todo el mundo hab?a escuchado el grito de mi madre ya no me atrev?a a salir de mi casa me arrastraba contra las paredes el sol me crucificaba cre?a que la gente me miraba que murmuraban que me se?alaban con el dedo basta basta prefiero morir aqu? mismo que revivir esas horas. Adelgac? diez kilos, un esqueleto perd?a el equilibrio titubeaba. ?Psicosom?tico? dijo el m?dico. Tristan me dio dinero para la cl?nica. Es la locura las preguntas que me hac?a a m? misma hubiera podido volverme loca. Un falso suicidio hab?a querido probar a alguien: ?a qui?n? Yo no la hab?a vigilado bastante hubiera debido no separarme ni un paso hacerla seguir investigar desenmascarar al culpable un muchacho una chica a lo mejor esa zorra de la profesora. ?No se?ora no hab?a nadie en su vida.? No dijeron ni p?o las dos p?coras sus miradas me asesinaban; se sostienen todas unas a otras la conspiraci?n de la mentira hasta m?s all? de la muerte. Pero no me convencieron. Yo s?. A su edad con las costumbres de hoy en d?a imposible que no haya habido nadie. ?A lo mejor estaba embarazada o hab?a ca?do en manos de una marimacho o en medio de una banda de degenerados alguno la chantajeaba y se aprovechaba de ella amenaz?ndola con cont?rmelo todo? ?Ah! No quiero imaginar nada. Podr?as dec?rmelo Sylvie m?a yo te hubiera sacado de esa sucia historia. Seguramente era una sucia historia para que le hubiera escrito a Albert: ?Pap? te pido perd?n pero no puedo m?s?. A ?l no pod?a hablarle ni a los dem?s; la mimaban pero eran extra?os. S?lo a m? hubiera podido confiarse.
Si ellos. Si su odio. ?Asquerosos! Casi me la pegan pero no lo han conseguido. Yo no soy vuestro chivo expiatorio. Me he sacudido los remordimientos. Os he gritado la verdad a todos vosotros a cada uno su parte y no tengo miedo de
Simone de Beauvoir La mujer rota
62
vuestro odio paso a trav?s de ?l. ?Asquerosos! Ellos fueron los que han matado. Me cubr?an de fango la educaron en mi contra la trataban como a una m?rtir eso la halagaba a todas las chicas les gusta hacerse las m?rtires; se tom? el papel en serio desconfiaba de m? no me contaba nada. Pobre chiquilla. Necesitaba mi apoyo mis consejos la privaron de eso la condenaron al silencio no supo arregl?rselas sola prepar? esa comedia y de resultas muri?. ?Asesinos! Mataron a Sylvie a mi Sylvette a mi chiquilla querida. Yo te quer?a. Ninguna madre m?s devota que yo; no pensaba sino en tu bien. ?Abro el ?lbum de fotograf?as miro todas las Sylvies!, ese rostro de ni?a algo arisco, ese rostro secreto de adolescente. A la chica de diecisiete a?os que me asesinaron le digo mir?ndola a los ojos: ?He sido la mejor de las madres. M?s tarde me lo habr?as agradecido?. Llorar me ha aliviado y empiezo a tener sue?o. No dormirme en este sill?n volver?a a despertarme y ser?a fastidioso. Ponerme los supositorios acostarme. Poner el despertador a mediod?a tener tiempo para prepararme. Es preciso que gane. Un hombre en casa mi peque?o lo besar? por las noches toda esta ternura que no sirve para nada. Y adem?s ser?a la rehabilitaci?n. ?Qu?? Me estoy durmiendo digo tonter?as. Para ellos va a ser una bofetada en plena cara. Tristan es alguien lo respetan. Quiero que testimonie por m?: se ver?n obligados a hacerme justicia. Voy a llamarlo. Convencerlo esta misma noche… ?Has sido t? quien me ha llamado… ?Ah!, cre? que hab?as sido t?. Dorm?as disc?lpame pero me alegro de o?r tu voz es tan desagradable una noche as? nadie ha dado se?ales de vida sin embargo saben cuando uno ha tenido una gran desgracia uno no soporta las fiestas todo ese ruido esas luces te has dado cuenta nunca Par?s ha estado tan iluminado como esta noche tienen dinero para derrochar mejor har?a rebajando los impuestos me encierro en casa para no ver todo eso. No logro dormir estoy demasiado triste demasiado sola cambio las cosas es necesario que discuta contigo, sin pelearse sobre todo como buenos amigos esc?chame bien es verdaderamente muy importante lo que tengo que decirte no pegar? un ojo hasta que el asunto est? arreglado. ?Me escuchas, s?? Toda la noche he estado pensando no ten?a otra cosa que hacer y verdaderamente te aseguro es anormal esta situaci?n, no vamos a seguir as? en fin seguimos casados qu? derroche estos dos apartamentos volver?s a vender el tuyo por veinte millones por lo menos y yo no te molestar?a no tengo miedo no es cuesti?n de recomenzar la vida conyugal ya no nos queremos no estamos enamorados yo me encerrar?a en la habitaci?n del fondo no me interrumpas podr?as tener todas las mujeres que quieras me deja fr?a pero puesto que seguimos siendo amigos no hay raz?n para que no vivamos bajo el mismo techo. Y es preciso por Francis. Piensa un poco en ?l no he hecho otra cosa en toda la noche y me destrozo. Es malo para un ni?o tener padres separados se vuelven hip?critas viciosos mentirosos tienen complejos no se desarrollan. Quiero que Francis crezca. No tienes derecho a privarle de un verdadero hogar… Pero s? volvamos a hablar del asunto siempre te escapas pero esta vez quiero que me escuches. Es demasiado ego?sta hasta un poco monstruoso:
Simone de Beauvoir La mujer rota
63
privar a un hijo de su madre a una madre de su hijo. Sin motivo. No tengo vicios no bebo no me drogo y has reconocido que era la m?s devota de las madres. ?Entonces? No me interrumpas. Si piensas en tus amor?os te repito que no te impedir? joder. No me contestes que no se puede vivir conmigo que yo te devoraba que te destrozaba. S? yo era algo dif?cil de llevar es mi modo de protestar; pero si hubieras tenido un poco de paciencia si hubieras tratado de comprender y sabido hablarme en lugar de emperrarte todo habr?a marchado mejor entre nosotros dos t? tampoco eres un santo no te creas eso; en fin el pasado es el pasado; he cambiado; te das perfecta cuenta: he sufrido he madurado soporto cosas que no soportaba d?jame hablar no tienes que tener miedo de los esc?ndalos convivir?amos amablemente y el ni?o ser?a feliz como tiene el derecho de serlo no veo qu? es lo que puede objetar… ?Por qu? ?sta no es una hora para hablar? Es una hora que me viene muy bien. As? y todo puedes sacrificarme cinco minutos de sue?o yo no pegar? ojo hasta que la cuesti?n est? resuelta no seas siempre ego?sta es tener mala leche impedir que la gente duerma se vuelva loca no quiero. Siete a?os que me pudro sola como una maldita y la sucia banda se burla me debes una revancha d?jame hablar tiene muchas deudas para conmigo sabes porque con todo no es muy limpia la manera como te has comportado; me hiciste la comedia de la pasi?n dej? plantado a Florent y romp? con mis amigos y despu?s me abandonaste todos tus amigos me dieron la espalda; ?por qu? simulaste que me amabas? A veces me pregunto si no era algo planeado… S? un asunto planeado: es tan incre?ble ese gran amor y despu?s ese abandono… ?No te hab?as dado cuenta? ?De qu?? No me repitas que me cas? por inter?s ten?a a Florent y pod?a tener pasta a montones y fig?rate que ser tu mujer no me deslumbraba no eres Napole?n a pesar de lo que creas, no me lo repitas o chillo no dices nada pero te oigo rumiar las palabras en la boca no las digas es mentira es falso completamente falso imaginaste el cuento del amor loco y me dej? atrapar… No me digas escucha Murielle conozco de memoria tus respuestas me has dado la lata cien veces basta de cuentos conmigo esto no marcha y no pongas esa cara de hast?o s? digo esa cara de hast?o te veo por el auricular. Has sido a?n m?s asqueroso que Albert ?l era joven cuando nos casamos t? ten?as cuarenta y cinco a?os deb?as medir tus responsabilidades. En fin est? bien el pasado es el pasado. Te prometo que no te har? reproches. Borramos todo y recomenzamos con el pie derecho puedo ser dulce y gentil bien lo sabes si no me hacen la pu?eta. Vamos dime que estamos de acuerdo ma?ana arreglaremos los detalles… ??Cerdo! Te vengas me torturas porque no se me cay? la baba al verte pero a m? la pasta no me deslumbra ni los aires de grandeza ni las grandes palabras. “Jam?s por nada en el mundo” eso queda por ver Me defender?. Hablar? con Francis le dir? qui?n eres. ?Y si me matara en su presencia crees que le dejar?a un buen recuerdo?… No eso no es chantaje sucio asqueroso para la vida que llevo poco me costar?a liquidarme. No hay que acorralar a la gente hasta el final se vuelve capaz de todo hasta hay madres que se suicidan con su hijo…
Simone de Beauvoir La mujer rota
64
??Cerdo! ?Canalla!? Ha colgado… No contesta no va a contestar. Asqueroso. ?Ah!, el coraz?n me falla voy a reventar. Me siento mal muy mal me matan a fuego lento ya no puedo m?s me matar? en su propia sala de estar me abrir? las venas volver?n habr? sangre por todas partes y estar? muerta… ?Ah!, me he golpeado muy fuerte me he hecho un tajo en el cr?neo a ellos hay que golpearlos. La cabeza contra las paredes no no me volver? loca no van a agarrarme me defender? ya encontrar? armas. Qu? armas asquerosos me voy a ahogar el coraz?n va a fallarme tengo que calmarme… … ?Dios m?o! ?Haz que existas! Haz que haya un cielo y un infierno me pasear? por los senderos del para?so con mi hijo y con mi hija querida y ellos se retorcer?n en las llamas de la envidia los mirar? tostarse y gemir reir? y los ni?os reir?n conmigo. Me debes esa revancha Dios m?o. Exijo que me la des.