Electoralismo, populismo y adulaci?n

Votar contra todo eso (se vote lo que se vote) es votar por conservar lo que nos va quedando (nos van dejando) de democracia.



Electoralismo, populismo y adulaci?n

Santiago Alba Rico
Ensayista y fil?sofo
P?blico
05/04/2019

Como es sabido, en la famosa Atenas de Pericles la asamblea ciudadana ten?a entre sus atribuciones la de condenar al destierro por mal gobierno o mala conducta a cualquiera de sus miembros: es lo que se llamaba ?ostracismo?, por el soporte (un trozo de terracota u ostraka) donde se escrib?a el nombre del cuestionado.

Pues bien, en sus Historias curiosas el historiador griego Claudio Eliano cuenta la an?cdota de un candidato pol?tico que hab?a sorprendido a un campesino escribiendo su nombre en un cascote. ?Pero, ?por qu??? se hab?a escandalizado el pol?tico, ??si nadie me conoce!?. La respuesta fue tajante: ?pues por eso?, justific? el campesino, ?porque no quiero que llegues a ser conocido?. Los atenienses sab?an muy bien que el conocimiento p?blico implicaba y alimentaba una cristalizaci?n de poder que (como qued? claro en el caso de Alcib?ades) pod?a amenazar las propias instituciones. As? que, al menos idealmente, invert?an la advertencia paterna tradicional (?conf?a solo en los conocidos?) en su formulaci?n opuesta: ?(en pol?tica) s?lo puedes fiarte de los desconocidos?.

Esta l?gica griega presidi? el 15-M y se traslad? tambi?n al primer Podemos, que tuvo que darse a conocer, sin embargo, en los mismos medios de comunicaci?n, casi siempre feroces, en los que se hizo luego el harakiri. El 15-M impugnaba una clase pol?tica ?demasiado conocida?, pero tambi?n las v?as de acceso a la autoridad p?blica: el cursus honorum de los aparatos de partido y una televisi?n que promocionaba el populismo o populacherismo m?s encarnizadamente mercantil.

Ahora bien, mientras dur? el bipartidismo esos dos mundos discurr?an en mundos casi paralelos. Ocurr?a, es cierto, que los pol?ticos en televisi?n imitaban a las estrellas del bal?n o a las tertulianas del coraz?n (y fue por esa grieta por la que se col? Podemos); pero nunca, al rev?s, que las estrellas del bal?n o los tertulianos del coraz?n se dedicaran a la pol?tica. El electoralismo era un populismo de Estado; el populismo era un electoralismo de mercado. Digamos que los pol?ticos profesionales del r?gimen del 78 se dedicaban tranquilamente al electoralismo mientras las televisiones se dedicaban tranquilamente al populismo; y solo en momentos de excepcional peligro esos dos mundos se mezclaban. Recordemos, por ejemplo, la campa?a para el referendum europeo de 2005, cuyo protagonismo, lejos de las explicaciones y los debates, se encomend? a Butrague?o, Cruyff, Natalia S?nchez o Loquillo. El 77% del electorado (con una alt?sima abstenci?n, claro) vot? a favor de la propuesta del bipartidismo.

Un funcionario coloca los mazos de papeletas en un colegio electoral en Madrid. REUTERS
Un funcionario coloca los mazos de papeletas en un colegio electoral en Madrid. REUTERS
El 15-M, en todo caso, pertenece a otra ?poca. En estos ?ltimos ocho siglos han ocurrido, entre un fragor de acontecimientos, todos ellos ?hist?ricos?, al menos dos cosas de calado estructural. Por un lado la saludable irrupci?n de Podemos acab? con el bipartidismo y sus escenificaciones electorales, lo que fue vivido por los ?conocidos de siempre? (por evocar al rev?s el t?tulo de un cl?sico del cine italiano) como un grave peligro ante el que hab?a que reaccionar. Por otro lado, el populismo de los medios se generaliz? a trav?s de las redes, inoculadas ahora en las venas de los pol?ticos, de tal manera que pasaron a coincidir, como nunca antes, la autoridad p?blica y la autoridad popular. Es como si el atinado sue?o errejonista se hubiera convertido en pesadilla, haciendo ya imposible la ?resignificaci?n? del concepto mismo de ?populismo?, pues ha colapsado precisamente, demasiado lleno de otra cosa, por el uso ?ultrapopulista? que han hecho de ?l sus detractores electoralistas. En el espacio hegem?nico de los influencers, donde el reconocimiento p?blico se construye como un fin en s? mismo y una categor?a vac?a, la ?autoridad? ha quedado completamente desconectada de la pol?tica; y los pol?ticos en peligro (y sus inquietos grupos de presi?n en la sombra) se ven obligados a disputar ese territorio y, m?s radicalmente, a fundirse con ?l para recabar su ayuda. Como en el cuentecito de Kierkegaard de la princesa fugitiva y el enano calzado con botas de siete suelas, de un solo paso hemos dejado la pol?tica muy atr?s.

Bajo el bipartidismo la pol?tica la hac?an pol?ticos profesionales formados en el cursus honorum de los partidos cl?sicos, modelo impugnado por el 15-M y por la llegada de Podemos, que del modo m?s parad?jico, a trav?s del liderazgo medi?tico de Pablo Iglesias, llen? el Parlamento de ?desconocidos?.

Ninguno de estos dos modelos (el de los pol?ticos profesionales y el de los desconocidos griegos) est? ya vigente, al menos en t?rminos electorales. La fusi?n entre una clase pol?tica en peligro y una autoridad p?blica popular mercantil ha impuesto un nuevo marco de reconocimiento p?blico, un retorno de los ?conocidos de siempre? bajo un formato distinto. ?Nuevo? quiere decir que esa ?autoridad p?blica?, muy fluida y vol?til, quema a sus iluminados en pocos d?as. ?Distinto? quiere decir que no mantiene ninguna relaci?n, o apenas muy leve, con el espacio pol?tico que pretende ocupar.

El desprestigio de los partidos se pone de manifiesto en la necesidad del ?fichaje?, met?fora futbol?stica muy elocuente que indica ya externalizaci?n, despolitizaci?n y pragmatismo comercial: la cantera deja lugar a la contrataci?n de estrellas que pueden ayudar a ganar la liga. El desprestigio de la pol?tica, por su parte, se evidencia en el hecho de que estas estrellas, en muchos casos, son recogidas directamente de los caladeros del populismo medi?tico mercantil: tauromaquia, deporte, televisi?n. Es verdad que algunos ?fichajes? expresan una nueva pugna ideol?gico-cultural (el torero versus el astronauta), pero en todo caso dejan ya atr?s la batalla pol?tica de 2015, donde parec?an enfrentarse m?s bien dos maneras de hacer pol?tica: el gobierno de los pol?ticos y el gobierno de la ?gente?. El 28 de abril no habr? que elegir, no, entre profesionales y desconocidos, como en la asamblea griega. Las estrellas fichadas por los partidos fuera de los partidos no son ?gente?: son esa gente que leg?timamente admira la gente por razones no pol?ticas, una ?lite parapol?tica que representa el mundo del deporte, el mundo de los toros, el mundo de la televisi?n y quiz?s el mundo autorreferencial de la celebridad p?blica, pero que ser?n escogidos menos para representar a los espa?oles que para ocultar o se?alar a otros representantes (y a algunos poderosos ausentes).

No hace falta decir (pero lo dir? para evitar malentendidos) que la Constituci?n reconoce a todos los espa?oles el derecho a elegir y ser elegidos; y que nada impide que tanto los desconocidos como los toreros, para bien y para mal, puedan acabar haciendo pol?tica parlamentaria; y hasta deviniendo ?pol?ticos? (tambi?n para bien o para mal). S?lo pretendo se?alar un desplazamiento en los marcos culturales polemistas de las campa?as electorales: del electoralismo al populismo?a la adulaci?n.

La rep?blica romana distingu?a entre autoridad, poder e imperio, tres instancias por encima de las cuales solo estaba la ?majestad?, que encarnaba el pueblo de Roma. Es decir, la soberan?a. Un extra?o deslizamiento sem?ntico ha hecho que asociemos hoy ?soberano? y ?majestad? a la figura de los reyes, con los que se manten?a y mantiene en los palacios una relaci?n de adulaci?n temerosa. Al pueblo soberano s?lo se le teme en per?odo de elecciones, y m?s en el contexto de crisis presente, donde votar s? significa algo; de ah? que (al tiempo que se cruzan l?neas rojas discursivas y subterr?neas) se adule sin cesar al soberano, lo que es una manera de despreciarlo (como se desprecia tambi?n, por cierto, al candidato estrella fichado para esa misi?n).

Adular al soberano es todo lo contrario de consultarle, hacerle pensar, darle informaci?n o ayudarle a formarse. Eso ya era bastante incompatible con el electoralismo del bipartidismo PSOE-PP contra el que el 15-M reclam? lentitud y respeto; y contra el que Podemos reivindic? a la ?gente normal?, hoy un agotado eslogan de los viejos pol?ticos. Pero, ?qu? decir de este populismo twittero adulador que, sobre todo desde la derecha radicalizada, rompe todo anclaje con la pol?tica para situarse, tambi?n en el plano electoral, en el terreno muy salviniano y trumpista del mensaje directo en la mand?bula, la familiaridad sin discurso, la lisonja sin debate, el gag sin relato, la respuesta sin preguntas?

Votar contra todo eso (se vote lo que se vote) es votar por conservar lo que nos va quedando (nos van dejando) de democracia.