Resistencia
Una breve radiograf?a
Abya Yala / DOSSIER / Abril de 2019
Y?snaya Elena A. Gil
https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/80ee3de7-f0fc-4a8d-a97e-c97d32c0beb6/resistencia
Para Mardonio Carballo, un ariete en el asedio.
?Como pueblos ind?genas, estamos orgullosos de nuestros quinientos a?os de resistencia?, escuchamos hace ya tiempo en una charla ofrecida en el marco de un congreso internacional. Una amiga se dirigi? a m? y, susurrando, me dijo: ?Yo, sobre todo, m?s que orgullosa estoy cansada de resistir?. Determinamos despu?s hacer un ejercicio de imaginaci?n en el que nos plante?bamos mundos donde los motivos que nos obligaban a la resistencia simplemente no exist?an. No llegamos, en ese entonces, demasiado lejos. Nos dimos cuenta de que la resistencia era una narrativa que configuraba de ra?z nuestra experiencia de habitar el mundo como pueblos ind?genas y que, de resistir una y otra vez, los escenarios radicalmente ut?picos hab?an abandonado nuestra imaginaci?n. Mis utop?as se hallaban configuradas casi siempre dentro de los l?mites que implica tener en cuenta la existencia omnipresente de los sistemas de opresi?n: fantaseaba con cambios legales, radicales si se quiere, pero siempre inscritos dentro del marco del Estado, por citar un ejemplo. Me pareci? entonces un ejercicio urgente reconquistarle a la tierra de la utop?a un valle de posibilidades inefables hasta ahora. Sin embargo, parad?jicamente, tratar de imaginar esos escenarios radicales se convirti? en otra especie de resistencia narrativa. Parec?a atrapada.
Necesitaba imaginar mundos radicalmente distintos porque incluso las narraciones que me atraviesan funcionaban para evitarlo. Resist?a imaginando no resistir, imaginando no tener que resistir. Resist?a queriendo escapar a las narrativas de resistencia que eran siempre moldeadas a modo de respuestas a los sistemas de opresi?n. Entend?a, por ejemplo, que la existencia de una bandera mixe (tricolor tambi?n), de un escudo propio, de un himno ayuujk y de una ceremonia en la que se les rinde honores significaba un desaf?o simb?lico a la bandera tricolor del Estado mexicano, a su escudo, a su himno, a sus rituales; la existencia de estos s?mbolos cimbraba los cimientos mismos de la narrativa nacionalista mexicana, pero, al imitarlos, replicaba su estructura y era esta narrativa la que venc?a: un mundo en el que los s?mbolos de una naci?n, como la mixe en este caso, deben ser banderas, escudos e himnos. ?Hay otras maneras de simbolizar? Buscar otras alternativas se convert?a entonces en una reacci?n, en un acto de resistencia a la creaci?n de s?mbolos propia de una categor?a de opresi?n, como lo es el Estado mexicano para los pueblos ind?genas. ?Es imposible obviar la resistencia porque siempre es imposible obviar la opresi?n?
En este tipo de ejercicios aprend? a apreciar el inventario l?xico y los mecanismos gramaticales que me ofrece una lengua radicalmente distinta a ?sta en la que ahora escribo: la diferencia entre ind?gena y mestizo es una oposici?n que ni siquiera est? captada de manera l?xica en mi lengua materna: el ayuujk, tambi?n conocido como mixe. No hay palabras que correspondan a esas categor?as ni remotamente; la diferencia, y no es la primera vez que lo apunto, se relaciona con ser ayuujk j???y (mixe) y ser ak?ts (no mixe) que parte el mundo de las identidades colectivas de un modo bastante distinto al que ind?gena y mestizo lo hacen. Aprecio que mi lengua me provea de breves espacios ut?picos, l?xicos y gramaticales, que no sean necesariamente una reacci?n a categor?as de opresi?n y donde se puede parcelar el mundo con categor?as l?xicas distintas; sin embargo, en este contexto, incluso hablar mi lengua materna es ya un acto de resistencia considerando las pol?ticas de castellanizaci?n forzada que fueron ferozmente impuestas.
La resistencia, estemos orgullosos de ella o cansados de resistir, configura las relaciones y las experiencias de un mundo ordenado por medio de estructuras de opresi?n profundamente mezcladas, imbricadas entre s?. Es la prueba evidente de la opresi?n, pero es tambi?n lo que la niega, lo que promete destruirla. En la actualidad los pueblos ind?genas resistimos el racismo, los intereses capitalistas que nos despojan de nuestros territorios y fuentes de vida, y al Estado que ha implementado una pol?tica integracionista que procura borrar nuestra existencia como naciones distintas de la mexicana que el mismo Estado cre? a golpe de nacionalismo.
?De qu? maneras resistimos? Me parece ingenuo tratar de clasificar los tipos y los modos de resistencia de los pueblos ind?genas, dado que, si los sistemas de opresi?n est?n tan profundamente imbricados entre s? que es casi deshonesto analizarlos por separado, las resistencias de los pueblos ind?genas se hallan tambi?n entretejidas y crean una red compleja que se opone din?micamente a los sistemas de opresi?n. El resto de las l?neas de este texto ser?a una demostraci?n de esta ingenuidad.
Asamblea de Artistas Revolucionarios de Oaxaca, sin t?tulo, 2013
La resistencia frontal
Escribo estos p?rrafos en los d?as en los que se conmemoran 500 a?os de la llegada de Hern?n Cort?s a lo que hoy llamamos M?xico. No hay manera as?ptica de nombrar este desembarco. Lo que le sigui? fue la guerra y el comienzo del orden colonial que se extiende hasta la actualidad. Los pueblos y naciones que habitaban estas tierras quedaron desde entonces clasificados, racializados y colocados dentro de las categor?as que entonces surgieron. Antes no hab?a indios, sino una multitud de pueblos, naciones, estructuras sociales en relaciones complejas y en constante cambio y reconfiguraci?n. La categor?a indio se sostiene a partir de las oposiciones que surgieron y que se relacionan tambi?n estrechamente con el comercio de esclavos desde el continente africano: espa?ol (y m?s tarde criollo), negro y el sistema de castas que crearon a partir de ello. Indio es una etiqueta que testimonia 500 a?os de opresi?n y 500 a?os de resistencia; esta ambivalencia permite que sea rechazada como categor?a de opresi?n en la misma medida que es reivindicada como una de resistencia. En el libro Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra Am?rica, Francesca Gargallo apunta que ?las y los mapuche se niegan a ser llamados indios y rechazan el apelativo de ind?genas, pues son mapuche, una naci?n no colonizada, pero las y los aymaras afirman que ?si como indios nos conquistaron, como indios nos liberaremos??.1 Esto sucede tambi?n con otras categor?as que, surgidas de la opresi?n, oscilan entre el rechazo y la reivindicaci?n cuando son enunciadas desde la categor?a del oprimido: joto, negro, indio.
Dentro del nuevo ordenamiento, las resistencias al proceso de colonizaci?n fueron frontales. Pero no es posible afirmar que la llamada Guerra de Conquista haya concluido en alg?n momento. A lo largo de 300 a?os de Colonia, la resistencia violenta y las rebeliones fueron fen?menos frecuentes. En 1662, la poblaci?n mixe que hab?a visto su territorio partido en tres alcald?as mayores bajo el gobierno espa?ol protagoniz? motines y asaltos a las sedes espa?olas desde las cuales se ejerc?a el control de su territorio. En 1692 el escritor Carlos Sig?enza y G?ngora describi? el gran mot?n que protagoniz? la poblaci?n ind?gena en la Ciudad de M?xico: ???Ea, se?oras!?, se dec?an las indias en su lengua unas a otras, ??vamos con alegr?a a esta guerra, y como quiera Dios que se acaben en ella los espa?oles no importa que muramos sin confesi?n! ?No es nuestra esta tierra? Pues ?qu? quieren en ella los espa?oles???. Entre 1734 y 1737 se llev? a cabo la Rebeli?n de los Peric?es dentro del actual territorio de Baja California Sur para liberarse de los abusos de los espa?oles. Nombres como el del maya Jacinto Canek, el zapoteco Ger?nimo Flores, o el caxc?n Francisco Tenamaztle no tienen un lugar preponderante en la historia oficial que se decanta por hablar del comienzo de un mestizaje necesario que justifica el posterior establecimiento del Estado mexicano, mayoritariamente. Casi siempre, quienes encabezaron estos alzamientos fueron castigados ejemplarmente y en muchos casos sus restos fueron desperdigados en lugares p?blicos para mayor escarmiento.
Las rebeliones de pueblos ind?genas contra el Estado mexicano a lo largo de su existencia son numerosas. La Guerra de Castas en la pen?nsula de Yucat?n que comenz? en 1847; la llamada Rebeli?n de Chamula en Chiapas en 1869 y la Guerra del Yaqui en Sonora, que dur? entre 1870 y 1880 son algunos ejemplos. El Estado no fue menos violento en la manera en que sofoc? y castig? estas rebeliones que se opon?an al sistema de opresiones establecido. Estas resistencias armadas pueden rastrearse hasta llegar al muy reciente levantamiento del Ej?rcito Zapatista de Liberaci?n Nacional en 1994.
Estos modos de resistencia cuestionan la definici?n misma de ella: ?puede llamarse s?lo resistencia a un levantamiento armado que pretende subvertir el orden establecido de la manera m?s inmediata posible? Aun con el peso de las terribles represiones que han sufrido las rebeliones de los pueblos ind?genas, ?stas siguen manifestando vocaci?n por la lucha armada en un choque directo contra las estructuras de opresi?n; una lucha que, ante un combate frontal, castiga brutal y ejemplarmente al modo colonial. En la lava caliente de la resistencia cotidiana, las rebeliones y la confrontaci?n abierta son el borboteo que se desborda, quema y horada por m?s ef?mero que sea. En las resistencias actuales ni siquiera es necesario el uso de la fuerza o de las armas. Cualquiera, abierta y frontal, por m?s pac?fica que sea, pone en riesgo la vida misma. Enfrentar directamente al Estado, a la empresa minera o al Ej?rcito para resistir el despojo implica poner el cuerpo. En la ?ltima d?cada m?s de 83 ind?genas fueron asesinados por defender sus territorios, sin contar a aquellos que han sido hostigados, secuestrados, encarcelados, torturados o desaparecidos.
Kosme Garc?a M?ximo, Monta?a sagrada, 2012. Cortes?a del artista
La resistencia insospechada
En un sistema opresor que trabaja por que desaparezcas, seguir existiendo es ya resistencia. Para lograrlo es posible capitular en apariencia y utilizar las estructuras impuestas para subvertirlas y convertirlas en medios para resistir. Con el gradual desmantelamiento de muchas estructuras sociopol?ticas del mundo mesoamericano, especialmente en lo que hoy llamamos Oaxaca, surgi? una estructura que, en apariencia, era la aceptaci?n de una instituci?n tra?da por los colonizadores: el cabildo. Los pueblos ind?genas de la Sierra Norte, en particular, poco a poco fueron tomando estos elementos mientras creaban y fortalec?an uno de los sistemas de resistencia m?s importantes en la actualidad: la comunalidad, bautizada y descrita detalladamente por el antrop?logo mixe Floriberto D?az y el antrop?logo zapoteco Jaime Luna.
Las comunidades tienen como m?xima autoridad una asamblea general conformada por sus habitantes, que poseen la tierra de manera comunal, y utilizan el apoyo mutuo institucionalizado para gestionar la vida en com?n. En Oaxaca, y particularmente en ciertas comunidades de la Sierra Norte, es posible observar la bisagra que une las categor?as del Estado con las de resistencia insertadas en el mismo sistema al que se oponen: las autoridades comunitarias elegidas en asambleas son tambi?n autoridades municipales. Son al mismo tiempo una unidad de gobierno propio y un nivel de gobierno reconocido en la Constituci?n Pol?tica del Estado Mexicano. Esta situaci?n tiene como consecuencia que este tipo de municipios funcione de manera distinta: no existen partidos pol?ticos que se disputen el poder, por lo que no hay campa?as para la elecci?n, los funcionarios municipales son a su vez autoridades comunitarias que no reciben salario por su servicio y responden directamente a la asamblea. Buscar activamente ser parte del cabildo suele levantar sospechas y es socialmente sancionado. Estos municipios cuentan, pues, con un sistema normativo propio, distinto al del resto de los municipios del pa?s. La comunidad como n?cleo de resistencia ha subvertido la estructura del cabildo colonial para luego insertarse en la figura estatal del municipio y resistir desde ese lugar. Esta doble articulaci?n como cabildo tradicional que responde a la comunidad y como ayuntamiento municipal que pareciera responder al Estado al mismo tiempo permite crear una resistencia constante dentro del propio sistema, pero lo expone tambi?n a las din?micas oficiales. Por un lado, le permite un margen de acci?n, pues como comunidad ind?gena con sistema normativo propio tiene el control de la instituci?n municipal, pero por el otro, recibe las presiones a las que esta instituci?n se ve sometida. Muchas comunidades ind?genas de otras regiones del pa?s pertenecen a municipios con cabeceras municipales mestizas que eligen a sus funcionarios por medio del sistema de partidos pol?ticos y que en muchos casos perpet?an el colonialismo estatal sobre las comunidades ind?genas de manera f?rrea. En el caso de muchos de los pueblos serranos de Oaxaca es la comunidad la que se ha convertido tambi?n en municipio.
Esta estrategia que evita la confrontaci?n directa suele presentar aspectos muy interesantes, pues retoma elementos impuestos por el orden colonial y por el Estado y los usa a su favor. A trav?s de la historia, tal estrategia ha sido utilizada para enfrentar ataques a la propiedad comunal de la tierra, por mencionar uno de los m?s frontales. Dentro de las Leyes de Reforma del siglo XIX en M?xico, la Ley Lerdo supuso la desamortizaci?n de las tierras comunales que en su mayor?a eran propiedad de las comunidades ind?genas. En muchos casos, diversas comunidades implementaron medidas para acatar en apariencia las nuevas disposiciones y volvieron a adquirir sus tierras como peque?a propiedad en las orillas del territorio para mantenerlas en el interior como propiedad comunal. Cuando el control del Estado sobre las finanzas de las comunidades-municipio en Oaxaca pretende ser absoluto mediante la fiscalizaci?n hacendaria, estas comunidades mantienen ciertos recursos econ?micos propios fuera de su control a trav?s de diferentes mecanismos que le permiten seguir conservando su autonom?a. Las estrategias que suponen un acato simulado al Estado son muy comunes en diferentes ?mbitos de la resistencia de las comunidades y protegen de la represalia que una confrontaci?n directa podr?a acarrear y en la que la correlaci?n de fuerzas nos pone en desventaja. Este ardid, que implica desacatar acatando, ha sido una de las estrategias de resistencia m?s importantes, duraderas y exitosas. La negociaci?n constante de aquello que se acata, la b?squeda de las estrategias para evitar la obediencia a aquello que nos supone una afrenta requiere una gran creatividad y un esfuerzo sostenido que ha dado buenos frutos de resistencia. Este modo de resistir explica, en gran parte, la existencia continua de los pueblos ind?genas en un pa?s que se ha empe?ado durante siglos en integrarnos y desaparecer nuestras organizaciones sociopol?ticas, territorios, lenguas, culturas y formas de vida. Sin embargo, siempre queda una duda sobre los efectos que esta negociaci?n constante puede tener sobre los pueblos ind?genas y en qu? medida al tomar los elementos del sistema opresor, ?stos no impactan en las estructuras propias. Este tipo de resistencia puede volverse abierta y de confrontaci?n cuando las circunstancias lo ameritan, cuando est? en peligro la integridad del territorio, por ejemplo. Esto explica que las mujeres de Magdalena Teitipac, un pueblo de los valles de Oaxaca, hayan enfrentado a la minera que envenenaba sus tierras poniendo el cuerpo para evitar que las maquinarias entraran a su comunidad cuando ya no quedaba otra opci?n.
La resistencia como inclusi?n
Insertarse dentro del sistema legal del Estado para, desde ah?, utilizar sus propios mecanismos y obligarlo a respetar a los pueblos ind?genas ha sido una de las estrategias m?s importantes en los ?ltimos tiempos. El activismo judicial ha logrado que leyes, tratados y cambios a la propia Constituci?n Pol?tica de M?xico se hayan convertido en medios de defensa de los pueblos y los territorios. Sin embargo, la duda acompa?a tambi?n estos procesos: ?de qu? manera implican un fortalecimiento del aparato estatal? ?Hasta qu? punto estas medidas deben plantearse como un mecanismo necesario sin que el reconocimiento legal se convierta en el ?nico horizonte posible que sacrifique otras utop?as m?s radicales?
En ciertas ocasiones los sistemas de validaci?n de la estructura opresora admiten y celebran la inclusi?n de individuos. El caso de Yalitza Aparicio, protagonista de la pel?cula Roma nominada al ?scar como mejor actriz, y el reconocimiento que esta nominaci?n supone dentro del sistema de producci?n cinematogr?fica occidental puede leerse, como toda resistencia, de maneras ambivalentes. Por un lado, su inclusi?n abre debates necesarios que de otro modo no se plantear?an en ?mbitos privilegiados y, por el otro, fija en el imaginario que los sistemas de validaci?n importantes son los que plantea la cultura opresora que excluye sistem?ticamente, pero incluye de manera individual de vez en cuando. La inclusi?n individual parece sugerir que estos sistemas cerrados de validaci?n pueden cambiar, que pueden desmontarse usando los micr?fonos y los reflectores que ofrecen, pero tambi?n parece afirmar que los sistemas de validaci?n no occidental son inexistentes o irrelevantes. Resistir implica tambi?n sostener y crear sistemas alternativos de validaci?n. El estruendo de la inclusi?n individual en sistemas de validaci?n occidental oculta la exclusi?n colectiva en la generaci?n de estos sistemas y en eso reside su riesgo. Infiltrarse en el sistema que ejerce la opresi?n como acto de resistencia entra?a el peligro, inminente siempre, de ser utilizado para legitimarlo.
Las resistencias pol?ticas, culturales, ling??sticas o de cualquier tipo se pueden llevar a cabo por confrontaci?n, por acato aparente o por infiltraci?n, pero es verdad que nunca han sido de un solo modo y que son complejas, se tejen y se ejercen al mismo tiempo de formas contradictorias, din?micas, creativas y muchas veces inconscientes. Nuestra existencia como pueblos ind?genas ya es resistir.
En un mundo ideal la resistencia no existe porque no existen las opresiones que la motiven. En un mundo ideal nunca existieron. Tratamos de imaginarlo, detalladamente. Y eso tambi?n es resistencia.