Manifiesto a la Naci?n. Discurso pronunciado en Morelos el 20 de octubre de 1912

Todo esto por lo que respecta al origen de la revoluci?n, por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por s? solos una fuerza suprema, la ?nica con que contamos para ser invencibles, la ?nica que hace inexpugnables estas monta?as en que las libertades tienen su reducto.
Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgir? inevitablemente ante vosotros: la revoluci?n es lo ?nico que puede salvar a la Rep?blica.



Manifiesto a la Naci?n
Emiliano Zapata

Publicado por La Haine
Ayer se cumplieron cien a?os del asesinato del m?ximo dirigente de la Revoluci?n Mexicana: Emiliano Zapata Salazar

Firme defensor de los derechos de los indios mexicanos y de la reforma agraria, lo recordamos con uno de sus discursos m?s conocidos, el “Manifiesto de Emiliano Zapata a la Naci?n”, en Morelos, el 20 de octubre de 1912:

“La victoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los ?ltimos combates y en estos instantes solemnes, de pie y respetuosamente descubiertos ante la naci?n, aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan, seg?n el uso que hacen de la soberan?a conquistada, esa soberan?a por tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de la revoluci?n volver? ilesa, tal como se ha conservado y la hemos defendido aqu?, en las monta?as que han sido su solio y nuestro baluarte. Volver? dignificada y fortalecida para nunca m?s ser mancillada por la impostura ni encadenada por la tiran?a.

Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea est?ril, por nuestra parte, estamos bien dispuestos a no dejar ni un obst?culo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y cualquiera que sean las circunstancias en que se presente, hasta haber levantado el porvenir nacional sobre una base s?lida, hasta haber logrado que nuestro pa?s, amplia la v?a y limpio el horizonte, marche sereno hacia el ma?ana grandioso que le espera.

Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con plena consciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un instante la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos hasta el fin, aceptando ante la civilizaci?n y ante la historia, las responsabilidades de este acto de suprema reivindicaci?n.

Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras, han empleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos para combatir a la revoluci?n, tanto para vencerla en la lucha armada, como para desvirtuarla en su origen y desviarla de sus fines.

Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de este movimiento. M?s de treinta a?os de dictadura, parec?an haber agotado las energ?as y dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo periodo de esclavitud y enervamiento, estall? la revoluci?n de 1910, como un clamor inmenso de justicia que vivir? siempre en el alma de las naciones como vive la libertad en el coraz?n de los pueblos para vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyecci?n a la que no puede estar condenada la especie humana.

Fuimos de los primeros en tomar parte de aquel movimiento, y el hecho de haber continuado en armas despu?s de la expulsi?n de Porfirio D?az y de la exaltaci?n de Madero al poder, revela la pureza de nuestros principios y el perfecto conocimiento de causa con que combatimos y demuestra que no nos llevaban mezquinos intereses, ni ambiciones bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no busc?bamos ni buscamos la pobre satisfacci?n del medro personal, ni anhel?bamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa, consistente en la implantaci?n de los principios, la realizaci?n de los ideales y la resoluci?n de los problemas, cuyo resultado tiene que ser la salvaci?n y el engrandecimiento de nuestro pueblo.

La fatal ruptura del Plan de San Luis Potos? motiv? y justific? nuestra rebeld?a contra aquel acto que invalidaba todos los compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos los esfuerzos y esterilizaba todos los sacrificios y truncaba, sin remedio, aquella obra de redenci?n tan generosamente emprendida por los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de sus venas. El Pacto de Ciudad Ju?rez devolvi? el triunfo a los enemigos y la v?ctima a sus verdugos; el caudillo de 1910 fue el autor de aquella amarga traici?n, y fuimos contra ?l, porque, lo repetimos: ante la causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la situaci?n para dejarnos enga?ar por el falso triunfo de unos cuantos revolucionarios convertidos en gobernantes; lo mismo que combatimos a Francisco I. Madero, combatiremos a otros cuya administraci?n no tenga por base los principios por los que hemos luchado.

Roto el Plan de San Luis, recogimos su bandera y proclamamos el Plan de Ayala. La ca?da del gobierno pasado no pod?a significar para nosotros m?s que un motivo para redoblar nuestro esfuerzo, porque fue el acto m?s vergonzoso que pueda registrarse; ese acto de abominable perversidad, ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y ecandalizados a los dem?s pa?ses que nos observan y a nosotros nos ha arrancado un estremecimiento de indignaci?n tan profunda, que todos los medios y todas las fuerzas juntas no bastar?an a contenerla, mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a los culpables.

Todo esto por lo que respecta al origen de la revoluci?n, por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por s? solos una fuerza suprema, la ?nica con que contamos para ser invencibles, la ?nica que hace inexpugnables estas monta?as en que las libertades tienen su reducto.

La causa por la que luchamos, los principios e ideales que defendemos, son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su mayor?a se han agrupado en torno de esta bandera de redenci?n de este l?baro santo del derecho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de Villa de Ayala. Ah? est?n contenidas las m?s justas aspiraciones del pueblo, planteadas las m?s imperiosas necesidades sociales, y propuestas las m?s importantes reformas econ?micas y pol?ticas, sin cuya implantaci?n, el pa?s rodar?a inevitablemente al abismo, hundi?ndose en el caos de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.

Es terrible la oposici?n que se ha hecho al Plan de Ayala, pretendiendo, m?s que combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que se alimenta su impudicia y arrastra su abyecci?n. Y sin embargo, la revoluci?n, incontenible, se encamina hacia la victoria.

El gobierno, desde Porfirio D?az a Victoriano Huerta, no ha hecho m?s que sostener y proclamar la guerra de los ah?tos y los privilegiados contra los oprimidos y los miserables, no ha hecho m?s que violar la soberan?a popular, haciendo del poder una prebenda; desconociendo las leyes de la evoluci?n, intentando detener a las sociedades y violando los principios m?s rudimentarios de la equidad arrebatando al hombre los m?s sagrados derechos que le di? la naturaleza. He all? explicada nuestra actitud, he all? explicado el enigma de nuestra indomable rebeld?a y he all? propuesto, una vez m?s, el colosal problema que preocupa actualmente no s?lo a nuestros conciudadanos, sino tambi?n a muchos extranjeros. Para resolver este problema, no hay m?s que acatar la voluntad nacional, dejar libre la marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los atributos humanos.

Por otra parte, y concretando lo m?s posible, debemos hacer otras aclaraciones para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del presente y del porvenir.

La naci?n mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir todav?a no explotada, consiste en la agricultura y la miner?a; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a m?s de quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantosmiles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso ego?smo, el hacendado, el terrateniente y el minero, explotan esa peque?a parte de la tierra, del monte y de la vera, aprovech?ndose ellos de sus cuantiosos productos y conservando la mayor parte de sus propiedades enteramente v?rgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la Rep?blica. Es m?s, el burgu?s, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie participa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su trabajo al obrero y al pe?n, despoja al indio de su peque?a propiedad y no satisfecho a?n, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el juez, ?nica esperanza del d?bil, h?llase tambi?n al servicio de la canalla; y ese desequilibrio econ?mico, ese desquiciamiento social, esa violaci?n flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.

El capitalista, el soldado y el gobernante hab?an vivido tranquilos, sin ser molestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio y sin porvenir, que estaba condenado a trabajar sin descanso y a morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus energ?as en producir tesoros incalculables, no le era dado contar ni con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades m?s perentorias. Semejante organizaci?n econ?mica, tal sistema administrativo que ven?a a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo para la naci?n y un insulto, una verg?enza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por m?s tiempo y surgi? la revoluci?n, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aqu? tuvo su origen el Plan de Ayala.

Antes de ocupar don Francisco I. Madero la presidencia de la Rep?blica, mejor dicho, a ra?z de los Tratados de Ciudad Ju?rez se crey? en una posible rehabilitaci?n del d?bil ante el fuerte, se esper? la resoluci?n de los problemas pendientes y la abolici?n del privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos elementos corruptos con que el caudillo de Tuxtepec, durante m?s de seis lustros, extorcion? a la naci?n.

Aquello era un absurdo, una aberraci?n, y sin embargo, se esper? porque se confiaba en la buena fe del que hab?a vencido al dictador. El desastre, la decepci?n no se hicieron esperar. Los luchadores se convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar su conquista dentro de esa organizaci?n morbosa y apolillada, que necesariamente hab?a de tener una crisis antes de derrumbarse definitivamente: la ca?da de Francisco I. Madero y la exaltaci?n de Victoriano Huerta al poder.

En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al pa?s con ese sistema administrativo sin desarrollar una pol?tica enteramente contraria a los intereses de las mayor?as, y siendo, adem?s, imposible la implantaci?n de los principios por que luchamos, es ocioso decir que la Revoluci?n del Sur y Centro, al mejorar las condiciones econ?micas, tiene, necesariamente, que reformar de antemano las instituciones, sin lo cual, fuerza es repetirlo, le ser? imposible llevar a cabo sus promesas.
All? est? la raz?n de por qu? no reconoceremos a ning?n gobierno que no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra causa.

Puede haber elecciones cuantas veces se quiera; pueden asaltar, como Huerta, otros hombres la silla presidencial, vali?ndose de la fuerza armada o de la farsa electoral, y el pueblo mexicano puede tambi?n tener la seguridad de que no arriaremos nuestra bandera ni cejaremos un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la justicia y como consecuencia la libertad econ?mica.

Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y listones, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos y la consciencia, realizan con mengua de la ley la repugnante mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no s?lo ante el nuestro sino ante los pueblos todos de la Tierra, la m?s en?rgica de nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que se haga a la Constituci?n del 57.

T?ngase, pues, presente que no buscaremos el derrocamiento del actual gobierno para asaltar los puestos p?blicos y saquear los tesoros nacionales, como ha venido sucediendo con los impostores que logran encumbrar a las primeras magistraturas, s?pase de una vez por todas, que no luchamos contra Huerta ?nicamente, sino contra todos los gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y sobre todo, recu?rdese siempre que no buscamos honores, que no anhelamos recompensas, quevamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraido dando pan a los desheredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones del porvenir.

Mexicanos: si esta situaci?n an?mala se prolonga; si la paz, siendo una aspiraci?n nacional, tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros hogares, nuestra ser? la culpa y no de nadie. Un?monos en un esfuerzo tit?nico y definitivo contra el enemigo de todos, juntemos nuestros elementos, nuestras energ?as y nuestras voluntades y opong?monos cual una barricada formidable a nuestros verdugos; contestemos dignamente, en?rgicamente ese latigazo insultante que Huerta ha lanzado sobre nuestras cabezas;rechacemos esa carcajada burlesca y despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados que morimos de hambre en el arroyo.

No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda, no es fuerza que todos hagamos sacrificios iguales en la revoluci?n; lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el inter?s com?n y a rescatar la parte de soberbia que se nos arrebata.

Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgir? inevitablemente ante vosotros: la revoluci?n es lo ?nico que puede salvar a la Rep?blica.

Ayudad, pues, a la revoluci?n. Traed vuestro contingente, grande o peque?o, no importa c?mo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y ser?is dignos; defended vuestro derecho y ser?is fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que despu?s la patria se alzar? satisfecha sobre un pedestal inconmovible y dejar? caer sobre vuestra tumba un pu?ado de rosas.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley