La minoridad
junio 10, 2019
Ra?l Prada Alcoreza
La ilustraci?n o iluminaci?n, en alem?n Aufkl?rung, est? asociada con la cr?tica, en el sentido kantiano. La cr?tica se realiza respecto al conocimiento, a los l?mites del conocimiento y lo que puede el conocimiento, sus posibilidades; se trata de colocar al conocimiento en sus condiciones de posibilidad. La iluminaci?n o ilustraci?n tiene que ver con el uso cr?tico de la raz?n, aunque tambi?n con las condiciones de posibilidad de la raz?n; pero, sobre todo, con la posici?n cr?tica respecto a la gubernamentalidad. Se trata de no dejarse de gobernar, salvo por uno mismo; se dir?a un autogobierno. A esto llamaba Emmanuel Kant adquirir la mayor?a de edad, cuando la ?nica autoridad que se reconoce es la raz?n. El no querer ser gobernado por una autoridad que no sea la raz?n equivale, si se quiere, al ejercicio de la libertad. En el transcurso tambi?n puede darse el cuestionar la forma de gobierno, que no se considera el del buen gobierno; el buen gobierno vendr?a a ser el adecuado a lo que se quiere como voluntad propia. Entonces, la cr?tica del conocimiento se convierte en cr?tica de la gubernamentalidad.
Para decirlo radicalmente, el no ser gobernado por otro equivale al ejercicio pleno de la libertad; tambi?n al ejercicio de la cr?tica y de la ilustraci?n, de la mayor?a de edad. En otras palabras, no ser dependiente, no estar subordinado, ni sometido ni ser sumiso. Podemos decir que aqu? radica el problema de la pol?tica, de la genealog?a pol?tica, pues, en la pr?ctica, la pol?tica institucionalizada ha generado formas de gobierno en los t?rminos del gobierno de unos, los representantes, sobre los otros, los representados. En consecuencia, se termina aceptando o forzando la aceptaci?n de que la mayor?a acepte el gobierno de unos pocos, por m?s que sean elegidos por la mayor?a. Al hacerlo, efectivamente se pone l?mites a la libertad, as? como a la cr?tica y a la ilustraci?n.
A pesar de que la modernidad reivindica la ilustraci?n como su alborada, la paradoja es que el ejercicio de la modernidad, por as? decirlo, pone l?mites a la ilustraci?n, a la cr?tica y a la libertad; es decir, al uso cr?tico de la raz?n. En consecuencia, la modernidad, a pesar de que reclama la mayor?a de edad, como un gran logro de la educci?n moderna, lo que en efecto termina haciendo es conformar distintas modalidades de minoridad; es decir, de dependencia. Esta situaci?n se agudiza cuando se dan formas de gubernamentalidad que, de manera descarnada, se oponen a la ilustraci?n y a la cr?tica, al uso cr?tico de la raz?n, es decir, a la mayor?a de edad. Esto ocurre cuando postulan formas de gubernamentalidad carism?ticas, encarnadas en la convocatoria del mito, el caudillo. Esta forma de gubernamentalidad, elevadamente patriarcal, promueve la dependencia en los gobernados, los constituye como sujetos dependientes, los congela en la minoridad.
Si bien las formas extremas de promoci?n de la minoridad se dan en formas de gubernamentalidad carism?ticas, marcadamente patriarcales, la minoridad no deja de promoverse en las formas de gubernamentalidad no carism?ticas, vinculadas, por ejemplo, a la democracia formal, a las formas de gubernamentalidad liberal. Entre estas formas de gubernamentalidad que promueven la minoridad, menos evidentes o explicitas, y las otras formas de gubernamentalidad, que tambi?n lo hacen, solo que, de una manera descarnada, hay genealog?as que las conectan y articulan. El problema que se comparte en ambas formas de gubernamentalidad es se promueve la minoridad para conformar y consolidar las formas de gobierno.
Al respecto, quiz?s sea m?s ilustrativo considerar las formas de promoci?n de la minoridad en las formas de gubernamentalidad carism?ticas, pues en estos casos sobresale de manera explicita la inclinaci?n y la compulsi?n a la dependencia de los representados. La minoridad es enaltecida como lealtad, fidelidad, incluso, en sus formas m?s dram?ticas, como la entrega incondicional al caudillo o al l?der. Las masas encarnan cuantitativamente la voluntad del caudillo; en la convocatoria del mito, en el caudillo, las masas creen encontrar la realizaci?n acabada de sus propias voluntades agregadas, convertidas en la voluntad general o la voluntad del pueblo. En estos escenarios pol?ticos se pierde toda posibilidad al uso cr?tico de la raz?n, incluso, haciendo uso de t?rminos cl?sicos, aunque desgastados, no hay condiciones de posibilidad para la formaci?n de la opini?n p?blica. Lo que se impone es el discurso dominante, el discurso de la raz?n de Estado, que viene a ser, en las formas de gubernamentalidad carism?ticas, el culto a la personalidad, la apolog?a del caudillo, convertido en padre de la patria y del pueblo. El pueblo masivamente se convierte en el hijo o en los hijos demandantes, pero tambi?n dependientes y sumisos.
Este es el extremo de la minoridad, cuando su conformaci?n, constituci?n y consolidaci?n es un hecho masivo, popular. En estas condiciones de posibilidad o, mas bien, dicho de mejor manera, condiciones de imposibilidad hist?ricas, culturales y pol?ticas se da lugar lo que podemos llamar el c?rculo perverso de la econom?a pol?tica del chantaje. El caudillo chantajea al pueblo y el pueblo chantaje al caudillo con su lealtad. Ambos se comprometen en un laberinto afectivo alterado, que sustituye al ejercicio de la pol?tica. La pol?tica, como tal, como ejercicio democr?tico, desaparece, para ser sustituida por el juego enardecido de chantajes emocionales.
Ahora bien, considerando lo que configura la exposici?n, el esquematismo impl?cito, que a la vez ilustra y a la vez explica o interpreta el acontecimiento pol?tico y el acontecimiento del conocimiento, conformado por las relaciones de fuerza y por la fenomenolog?a de la percepci?n convertida en fenomenolog?a conceptual, la intensidad del acontecimiento se encuentra en la emergencia de la experiencia social extrema denominada revoluci?n. En este sentido, la revoluci?n expresa la radicalidad de la cr?tica y la critica radical, la desmesura de la ilustraci?n como acontecimiento de autogobierno; el uso cr?tico de la raz?n se involucra creativamente en la realizaci?n de la libertad, que es creaci?n. La mayor?a de edad o la responsabilidad plena se constituye en la liberaci?n de la potencia social, convertida en autonom?a creativa. Sin embargo, teniendo en cuenta la experiencia social en las historias pol?ticas de la modernidad, los desenlaces parad?jicos de las revoluciones derivaron en lo sim?tricamente opuesto al entusiasmo y liberaciones m?ltiples y creativas de las revoluciones; derivaron en el totalitarismo, usando un t?rmino discutible y harto abusado, empero, qu puede permitirnos jugar con los contrastes de lo parad?jico.
Como hemos anotado varias veces, cuando era menester hacerlo, no recurrimos a las hip?tesis triviales o tesis banales relativas a la ?traici?n a la revoluci?n?, argumentaciones que caen en los efluvios de la consciencia desdichada, desgarrada y culpable, acompa?ada por el esp?ritu de venganza. Argumentaciones cuya funci?n es la de la catarsis, de ninguna manera la de la interpretaci?n y la explicaci?n, menos la de la reflexi?n, que abrir?a puertas a la investigaci?n esclarecedora. Nuestra tarea ha sido encontrar en las din?micas de la revoluci?n la inmanencia y la inherencia de lo que contiene como espesor complejo de contradicciones. Bajo este enfoque, en Paradojas de la revoluci?n[1], interpretamos los decursos parad?jicos de este acontecimiento intenso. Dijimos que las revoluciones, que expresan, en el imaginario radical, la utop?a contenida en los anhelos y la potencia social, no dejan de ser eventos singulares de la modernidad, como acontecimiento cultural de la experiencia social de la vertiginosidad debocada. En este sentido, realizan la tendencia radical de la modernidad, en tanto suspensi?n de lo dado, as? como transformaci?n estructural, institucional y cultural, adem?s de transvaloraci?n de los valores. Todo se desvanece en el aire. Empero, esta experiencia de la vertiginosidad y la suspensi?n se asienta, arraiga y emerge de un z?calo conservador de la sociedad; de la cohesi?n social institucionalizada. La utop?a no persigue otra cosa que dar lugar, dar nacimiento, a una conformaci?n institucional arm?nica; es decir, a un equilibrio ut?pico, que no puede ser otra cosa que la estructura institucional final, ?ltima, plena; en pocas palabras, el fin de la historia.
Este anhelo del fin de la historia es conservador, a pesar de sus pretensiones contrarias, revolucionarias. El fin de la historia realizada es el mismo origen de la historia o, si se quiere su previo, la utop?a del origen arc?dico. En t?rminos de figura filos?fica se puede decir que el fin de la historia es el retorno a la matriz a?orada en la nostalgia inmensa del sujeto hist?rico insatisfecho. En este c?rculo hist?rico, expresado de varias maneras por la filosof?a de la historia, Nos encontramos con la consecuencia hist?rica-pol?tica-cultural corroborada de que la revoluci?n es tambi?n la restauraci?n, el retorno al origen conservado en la memoria imaginaria y mitol?gica.
En este sentido, parad?jico, lo revolucionario, es decir, su realizaci?n, se complementa con lo m?s propiamente conservador, el mito del origen. No hablamos aqu? de las formas ideol?gicas conservadoras, menos de sus expresiones ?derechistas?, que son, mas bien, formaciones discursivas inconclusas y fragmentarias, adem?s de banales. Hablamos de la conservaci?n como memoria. Tambi?n las formas ideol?gicas revolucionarias, las denominadas ?izquierdistas?, son tambi?n formaciones discursivas y fragmentarias, aunque un poco m?s elaboradas que las ?derechistas?. En este caso, hablamos de transformaci?n como consecuencia de la repetici?n misma de la conservaci?n, en el juego din?mico integral y complementario entre azar y necesidad. Lo que parece ocurrir que esta proliferaci?n creativa entre azar y necesidad se circunscribe, en los imaginarios sociales, a tramas y narrativas esquem?ticas dualistas, imaginarios sostenidos en estructuras y mallas institucionales cristalizadas como f?siles obstaculizadores, opuestos a la creatividad de la potencia social.
Sobre todo, en lo que podemos reconocer como civilizaci?n moderna, con todas sus diversidades singulares concurrentes, la obsesi?n por los esquematismos dualistas y la fosilizaci?n institucional se convierte no solo en un anclaje sino en un peligro, pues ha inhibido la potencia social y ha embarcado la captura de fuerzas sociales en una competencia compulsiva por la dominaci?n, no-utop?a, sino idea imposible del poder absoluto. En otras palabras, por esta obsesi?n labrada, las sociedades modernas se encaminan hacia su propio suicidio.
Podemos decir, especulativamente, interpretando te?ricamente, que este decurso hist?rico de la humanidad se da por el error de confundir el mundo efectivo con el mundo de las representaciones, por confundir los instrumentos que construye con la realizaci?n esencial de la humanidad, con los principios y finalidades de la sociedad, cuando solamente son medios provisionales de la sobrevivencia humana; por lo tanto, cambiables y vencibles.
Volviendo a las paradojas de la modernidad, entre las que se encuentran las paradojas de la revoluci?n, la explicaci?n de que la revoluci?n derive en la restauraci?n, por lo tanto, en la expresi?n pol?tica conservadora, contrastante respecto al entusiasmo transformador de la explosi?n misma de la revoluci?n, puede encontrarse en que sigue siendo un evento hist?rico.
La crisis, que enfrentan las sociedades modernas contempor?neas, no se circunscriben, como antes, en el imaginario ideol?gico, en las crisis pol?ticas, sociales, culturales y econ?micas, sino que las exceden. Se trata de la crisis ecol?gica planetaria. Las din?micas complejas de la sincronizaci?n ecolog?a planetaria no son interpretables desde la perspectiva hist?rica; se trata de la simultaneidad din?mica del tejido complejo del espacio-tiempo. Frente a la crisis ecol?gica, el concepto de revoluci?n resulta altamente reductivo en lo que respecta a las soluciones y reducciones de la problem?tica y la complejidad.
La respuesta te?rica que hemos dado con relaci?n a la crisis ecol?gica es que las sociedades humanas, si quieren sobrevivir, tienen la responsabilidad de reinsertarse a los ciclos vitales ecol?gicos planetarios. Esta reinserci?n exige otra cr?tica radical, que va m?s all? de la cr?tica del conocimiento, de la ilustraci?n, de la interpelaci?n a las formas de gubernamentalidad. La cr?tica integral y ecol?gica exige la cr?tica de la humanidad misma, en tanto econom?a pol?tica que separa humano de no-humano, valorizando lo humano y desvalorizando lo no-humano.
Hay que salir no solo del c?rculo vicioso del poder sino de la condici?n humana, demasiado humana. Es menester integrarse a la condici?n ecol?gica planetaria, as? como a la condici?n del tejido del espacio-tiempo del multiverso, en sus distintas escalas. Este planteamiento puede aparecer como m?stico o como las configuraciones simb?licas de los mitos ind?genas del continente de Abya Yala, pero, aparte de los parecidos, lo que parece crucial es que la experiencia de la crisis ecol?gica no solo devela nuestra vulnerabilidad expuesta, sino que nos muestra lo que somos y estamos m?s ac? y m?s all? de nuestros imaginarios sociales. Somos singularidades existenciales de la sincronizaci?n compleja del multiverso. Planetariamente participamos de la integraci?n din?mica de los ciclos vitales. Para decirlo literalmente, de una manera teatral, nuestro destino est? ?ntimamente a los destinos de los otros m?ltiples seres que habitan el planeta.
Ya no se trata pues de cr?tica, que no deja de ser racional, en el sentido del uso cr?tico de la raz?n. Ya no se trata de ilustraci?n, en el sentido del cuestionamiento a las formas de gubernamentalidad, ya no se trata de revoluci?n, que es la utop?a racional de la idea radical de liberaci?n, sino se trata de la reincorporaci?n del ser humano a su seno planetario.
Apoyando estas elucubraciones interpretativas y cr?ticas, en pleno desborde la crisis ecol?gica, contamos con las propias interpretaciones de las ciencias f?sicas, matem?ticas, biol?gicas y ecol?gicas, en su condici?n presente, dadas sus propias transformaciones epistemol?gicas. La mirada micro-biol?gica nos coloca en la recurrencia de las din?micas moleculares; la mirada f?sica nos coloca en la relatividad y en la virtualidad cu?ntica; la mirada ecol?gica nos coloca en la complejidad din?mica de los nichos y eco-sistemas. Es cuando nos damos cuenta que no somos los individuos, que creemos ser, sino los nichos ecol?gicos singulares, las articulaciones multidimensionales de un asombroso multiverso, hecho en distintas escalas integrales. Ante esta evidencia crucial nuestra dram?tica historia, sobre todo moderna, resulta un anecdotario de pretensiones de las subjetividades humanas, dadas en m?ltiples historias de las sociedades humanas.
Nada que se encuentra en el ser humano que no se halla ya en el multiverso, en distintas manifestaciones, asociaciones y composiciones, en diferentes escalas. Nuestro paso en el multiverso es un trazo posible en la multiplicidad innumerable de trazos posibles de las asociaciones y composiciones de las m?nadas, en sus distintas escalas. Somos uno de los rasgos de los tejidos complejos del espacio-tiempo en constante devenir. No es que nadie nos va a recordar en la ingratitud y la inmensidad infinita del multiverso, como dec?a Friedrich Nietzsche lapidariamente, sino que somos huella e informaci?n en la memoria compleja y din?mica del multiverso.
Para concluir, en los t?rminos de esta exposici?n, la minoridad parece cong?nita a la condici?n humana, a la finitud del ser humano, a la consciencia de esta finitud, en tanto el ser ?humano? no supere esta condici?n. Cuando deje de ilusionare que es un ser separado de la naturaleza, de la materialidad y energ?a del universo, cuando comprenda que es parte ?ntimamente integrante de la naturaleza, de la materialidad din?mica y energ?tica del universo, abandonar? espont?neamente esta minoridad para asumir su responsabilidad en el mundo, en el planeta y en el multiverso.
[1] Paradojas de la revoluci?n
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_de_la_revoluci__n.