Es fácil dudar que exista la izquierda y el centro, nadie duda que existe la derecha

Recurriendo a la brocha gorda, podríamos identificar varias izquierdas: una izquierda anarquista, que suele ser libertaria y frescas, pero también indisciplinada, inoportuna y autodisolvente; una izquierda comunista, que suele ser eficaz, tiene una ideología clara y es previsible al tiempo que autoritaria, burócrata y eurocéntrica; una izquierda trotskista, que suele tener sensibilidad para los movimientos sociales y mantiene un discurso democrático, pero es sectaria, voluntarista y, por tanto, infantil; una izquierda socialdemócrata, con capacidad de gobierno, pero muy flexible con los principios y con una enorme tendencia a ser una mera gestora del capitalismo; una izquierda maoísta, muy solidaria con los más humildes —se acerca a la izquierda cristiana—, aunque maximalista, muy amiga de las divisiones. La izquierda tiene al sujeto en cuarentena.



Es fácil dudar que exista la izquierda y el centro, nadie duda que existe la derecha

Manuel Taibo
Aporrea
Miércoles, 26/06/2019 10:07 AM

“Izquierda, derecha y centro son categorías cuya validez está en el límite. Para encontrar algo más de luz, conviene aproximarse a la derecha y a la izquierda políticas por lo que hacen y no solo por su discurso. El socialismo ha mantenido una lucha constante contra el liberalismo “practico” desde sus inicios. Porque el liberalismo nació, negando a los sectores populares su condición de ciudadanos”.

Para ser centrista hay que quitar hierro a los conflictos. Hay que despolitizar, hay que buscar el consenso. Como decía Habermas burlándose de los centristas tentados por la inocencia, la mitad de culpas para Hitler y la otra mitad para los judíos.

La pérdida de hegemonía de la izquierda le ha dado al espacio simbólico del centro una gloria inmerecida. Una de las claves del neoliberalismo ha sido generar desconfianza por la política (hasta que la recuperaron con el populismo de derechas). El centro es el lugar de la “pospolítica” toda vez que desaparece. Pero que desaparezca del relato no significa que desaparezca de la realidad. Cuando desde la izquierda se repite el juego retórico del centrismo, por causa de una mal entendida transversalidad, la ideología se convierte en mera táctica electoral. Ese abandono ha ido minando la posibilidad de hacer políticas socialistas. Sí desaparece el polo izquierdista, el centro se desplaza necesariamente hacia la derecha. Hoy, ser socialdemócrata te convierte en un feroz bolchevique y la gente de centro coquetea con ideas que ayer pertecía a la extrema de recha.

Recurriendo a la brocha gorda, podríamos identificar varias izquierdas: una izquierda anarquista, que suele ser libertaria y frescas, pero también indisciplinada, inoportuna y autodisolvente; una izquierda comunista, que suele ser eficaz, tiene una ideología clara y es previsible al tiempo que autoritaria, burócrata y eurocéntrica; una izquierda trotskista, que suele tener sensibilidad para los movimientos sociales y mantiene un discurso democrático, pero es sectaria, voluntarista y, por tanto, infantil; una izquierda socialdemócrata, con capacidad de gobierno, pero muy flexible con los principios y con una enorme tendencia a ser una mera gestora del capitalismo; una izquierda maoísta, muy solidaria con los más humildes —se acerca a la izquierda cristiana—, aunque maximalista, muy amiga de las divisiones. La izquierda tiene al sujeto en cuarentena.

El socialismo del siglo XX, como referencia por excelencia de la izquierda (tanto la social demócrata como la comunista, que son las que han construido gobiernos), ha brindado un mapa de navegación útil para la izquierda del siglo XXI. Según esta bitácora, el socialismo del siglo pasado tuvo cuatro grandes rasgos: eficiencia, heroísmo, atrocidad e ingenuidad. La eficiencia tiene que ver con su capacidad para incorporar a una parte considerable de la humanidad a la modernidad (La Rusia feudal, la China imperial, zonas deprimidas de Centroeuropa, África o Asia), así como con haber dotado a nuestras constituciones de buena parte de lo mejor que las acompaña: el sufragio universal real, la sanidad y la educación públicas, la renuncia a la guerra y ls violencia, la igualdad ante la ley, el derecho al trabajo y a una vivienda digna, las pensiones, la igualdad de las mujeres y el derecho sobre su cuerpo y, prácticamente, toda la panoplia de derechos y libertades del constitucionalismo de posguerra, incluyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

¡La Lucha sigue!