Baile de máscaras en la política chilena

Cabieses oculta en Chile la existencia de cientos de experiencias autónomas y comunitarias que muestran que no hay barrio en Chile donde poco a poco, paso a paso se van formando esas experiencias que algunas duran un corto tiempo haciendo experiencias y sembrando los gérmenes de otra sociedad por abajo.
Al escamotear esa realidad con su tradicional arte de birlibirloque de la vieja izquierda revolucionaria confusa por el viraje cubano hacia el más puro estatismo estalinista, el autor sólo piensa en la lucha de la izquierda por acceder al aparato del poder y no dirige su mirada hacia esas nuevas generaciones que estudian e intentan aplicar en sus espacios las lecciones del pasado y las lecciones presentes de experiencias internacionales como los zapatistas y los kurdos. Sus textos parecen gritos de esperanza hacia los restos de aquella izquierda rebelde traicionada que hoy renace en muchas partes de diferentes maneras, con nuevos anhelos, nuevos bríos y nuevos ejemplos, descolgándose de los antiguas vaticanos rojos.



Baile de máscaras en la política chilena
Manuel Cabieses
03/07/2019

“La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa”. (Marco A. Almazán)

Chile es un país de contradicciones, de eso no cabe duda. La clase política, sobre todo, está habituada a caminar contra el tránsito. Mientras la abstención electoral ronda el 70% y el desprestigio de los partidos y sus prácticas se eleva al 95% (CADEM dixit) ¿qué hacen los dirigentes políticos?

Sí, exactamente: se enfrascan en cálculos electorales, levantan candidaturas, proponen alianzas, buscan fondos y riñen entre sí. Viven en su propio mundo que solo mueven particulares intereses, ajenos a las necesidades del pueblo.

El ejemplo más absurdo de este contrasentido de la política lo constituye el prematuro inicio de la competencia por llegar a la Presidencia de la República. El actual mandatario lleva apenas un año y cuatro meses en el cargo –menos de la mitad de un periodo que concluye el 2022- y ya están los galgos presidenciales en la cancha. A lo menos doce pre candidatos se cuentan, desde la extrema derecha hasta el Frente Amplio y el PC, pasando por el PPD (que tiene tres, hasta ahora) y el PS (que se anota con cuatro, incluyendo a Bachelet). No los vamos a nombrar a todos pues hay que dejar que ganen popularidad por sus propios medios. Sin embargo, cada día aparecen –a fuerza de codazos entre si- en la tele, radios y prensa escrita. Son “polemistas” privilegiados de entrevistas y foros en que campean la banalidad y la demagogia. Ellos parecen considerar a su público como pacientes limítrofes de una clínica siquiátrica. Menos mal que la mayoría de la población no los escucha y cambia de canal cuando les ve aparecer en la tele. Ya nadie cree en los políticos profesionales y no oírlos es parte del fenómeno de despolitización masiva que los propios políticos han creado con su adhesión a la economía de mercado.

El anticipado inicio de la carrera presidencial pone fin, en la práctica, al gobierno del presidente Piñera. En adelante tendrá que dedicarse solo a administrar los bienes del Estado tomando cuidado de no estorbar los movimientos de los pre candidatos de su sector. Su tarea más importante será continuar tejiendo la telaraña para comprometer a los partidos de centroizquierda en un nuevo contrato político para remendar la institucionalidad en crisis. En los hechos, hay que reconocerlo, Piñera - probablemente por su olfato de gran empresario- parece ser el político que tiene más clara la profundidad de la crisis de las instituciones civiles y militares, y el agotamiento del modelo económico. Solo lo esboza en algunas intervenciones públicas, quizás para no sembrar el pánico. Pero lo evidencia su metódico trabajo para fortalecer un centro político que se encargue de renovar una institucionalidad desgastada y desprestigiada. La iniciativa está ganando terreno. La DC, el PR y el PPD están en la puerta del horno y una porción del PS también participará cuando culmine la tarea de destazar ese partido en que están empeñados sus dirigentes.

Mientras esas maniobras de “alta política” -o la “cocina” como llaman otros- continúa sigilosamente, la murga de pre candidatos rivaliza en una competencia empobrecida por las traiciones y discursos mil veces repetidos.

Las máscaras ya no pueden ocultar la verdad del baile político. Por eso la mayoría se mantiene al margen. Espera una alternativa que convoque a un cambio profundo. Solo puede darla una Izquierda renacida en la lucha social. Cuando la Izquierda reaparezca habrá sonado la hora del cambio.