La crisis de la escolarización en México, y en todas partes

La escuela, como hoy la conocemos, no nació para hacer más felices, libres, curiosos, autónomos, productivos y creativos a los niños y jóvenes. Ni a sus maestros. Además, la escuela no encuentra el sentido de su existencia en la comunidad urbana o rural donde se encuentra, está ahí como parte de un sistema enorme, ajeno, de decenas de millones, uniforme, complejo, vertical, muchas veces represivo burocratizado. Y sabemos que sus objetivos reales (crear identidad nacional, fuerza de trabajo e ideología) porque apuntan a la docilidad son un obstáculo a la emancipación, el conocimiento y bienestar de personas y comunidades. Y esa es su crisis.



“Nueva escuela” o alternativa
Hugo Aboites *
La Jornada

La escuela, como hoy la conocemos, no nació para hacer más felices, libres, curiosos, autónomos, productivos y creativos a los niños y jóvenes. Ni a sus maestros. Además, la escuela no encuentra el sentido de su existencia en la comunidad urbana o rural donde se encuentra, está ahí como parte de un sistema enorme, ajeno, de decenas de millones, uniforme, complejo, vertical, muchas veces represivo burocratizado. Y sabemos que sus objetivos reales (crear identidad nacional, fuerza de trabajo e ideología) porque apuntan a la docilidad son un obstáculo a la emancipación, el conocimiento y bienestar de personas y comunidades. Y esa es su crisis.

No siempre fue así. Hubo un tiempo –años veinte y treinta del siglo pasado– en que la presencia de la escuela era profundamente significativa para las comunidades rurales y urbanas. Porque retomó y dio respuesta a necesidades sociales de conocimiento muy profundas pero igualmente concretas: tierra, derechos laborales, trabajo y la expectativa de bienestar. Fue incluso llamada la Casa del Pueblo, un espacio donde los grandes y pequeños concurrían a aprender y la escuela albergaba muchos saberes, los viejos y los que traía consigo una revolución social y un gobierno decidido a construir otro país desde abajo y con los de abajo.

El sistema creció, pero sin un dispositivo democrático de conducción nacional, local y escolar, y sin un proceso educativo emancipador en manos de maestros y estudiantes, abandonó a la comunidad. El sistema se volvió burocrático-corporativo y se hizo rígido y ajeno. Incluso contra sus propios estudiantes y maestros. No pudo entonces convertirse en un paraguas, un espacio capaz de contener en un propósito nacional significativo, la multitud de regiones y expresiones de la cultura y de las necesidades también abundantes de vida, trabajo, bienestar y conocimiento de México.

Se propuso como alternativa la alianza gobierno-empresarios en el contexto neoliberal. La promesa de eficiencia, globalización, excelencia y calidad bajo la visión empresarial del país marcó lo que debían aprender niñas, niños y jóvenes. Y se afianzó la conducción neoliberal mexicana y al autoritario régimen burocrático-corporativo se unió a la verticalidad unidimensional de la visión empresarial. La educación se hundió en una dinámica de selección y exclusión, exigencia, valores degradados, desprecio y represión hacia la mitad pobre del país y sus representantes maestras y maestros. Vino la rebelión y, luego, la sacudida electoral y social de 2018. Se abrió la posibilidad de que, ante el fracaso del neoliberalismo pudiera, por fin, repensarse la educación toda. En torno a varias ideas fundacionales, como partir de los estudiantes, sus comunidades urbanas y rurales y sus necesidades de conocimiento. Concebir la escuela como expresión avanzada del conocimiento de la comunidad. Abandonar la idea de enseñanza-aprendizaje (unos enseñan y otros aprenden) y centrarse en el diálogo educativo horizontal que busca formar integralmente mediante la construcción colectiva de conocimiento. Pensar la educación desde una amplia diversidad de expresiones, culturales y sociales. Integrar a los adultos, borrar los peldaños artificiales (”grado escolar”) que separan artificialmente. Establecer el autogobierno escolar, incluyendo a los niños, niñas y jóvenes, junto con respetuosos maestros y padres de familia. Conocer la historia, luchas locales y nacionales, identificar quiénes somos en sociedad, lenguajes, números, nueva tecnología, filosofía, y el mundo mediante medios convertidos en horizontes culturales. Autoevaluarse y evaluarse con el apoyo de otras escuelas y comunidades, solidariamente, desde abajo. Democratizar de arriba a abajo la conducción, flexibilizar y minimizar la catedralicia Secretaría de Educación Pública (SEP). Dignificar a los niños, jóvenes y, laboral y sindicalmente, a sus maestros y normalistas.

Sin embargo, es claro que hoy la SEP y los partidos no pretenden rescatar la escuela de la crisis de la conducción neoliberal gobierno-empresarios. Es cierto, no hay evaluación-despido; se ha iniciado un diálogo informal y acuerdos con la CNTE y en la propuesta de nueva Ley General de Educación se les halaga: “agentes fundamentales del proceso educativo” cuya “contribución a la transformación social” se reconoce (artículo 90). Pero se descalifica a normalistas; maestras y maestros seguirán fuera del 123 constitucional; se les diagnosticará con exámenes estandarizados y se “corroborará” que no maltraten (artículos 123, I y 115, XIV). Y se mantiene la alianza neoliberal que considera indispensable que “actores sociales involucrados en la educación” (léase empresariales) contribuyan a “determinar para toda la República los principios rectores y la orientación de la educación”; a definir también, “el contenido de los proyectos y programas” (artículo 113) y “opinar en asuntos pedagógicos” (artículos 133ss). La “nueva escuela”.

*UAM-X