Brujas, creadoras de ciencia y comunidad
Sorkin
https://www.pikaramagazine.com
15-08-2019
Rebeldes, transgresoras, defensoras de cuerpos y territorios. A pocas feministas nos pueden ya seguir contando el cuento de que las brujas son las malas de la historia, pero ¿somos conscientes de hasta qué punto su caza marcó la manera en la que entendemos la ciencia y participamos en ella?.
Hoy podemos afirmar que la caza de brujas fue una persecución organizada, financiada y ejecutada por Iglesias —católica y protestantes— y Estados en buena parte de Europa occidental y que traspasó fronteras con la colonización de América. Ejercieron una violencia sistémica sin precedentes contra las mujeres —al menos el 85% de las personas acusadas lo eran—, al tiempo que se impuso un mandato social que sembró el pánico y cosechó el mayor feminicidio conocido hasta la fecha, con miles de ellas asesinadas, sobre todo entre los siglos XV y XVII. Su gran “pecado” fue organizarse y resistir. Desafiaron una concepción de feminidad basada en la mujer sumisa y domesticada, se negaron a que otros tomasen decisiones sobre sus propios cuerpos y no se doblegaron sin más ante los avances de una incipiente economía capitalista que las relegaba a la esfera privada y ya amenazaba la sostenibilidad de la vida.
Curanderas, parteras o herboleras
Antaño, la palabra “bruja” quería decir “mujer sabia”. Y así, entre los muchos motivos que, desde la investigación feminista, buscan una explicación a este trágico episodio, la expulsión de las mujeres del conocimiento legitimado y la minusvaloración de sus aportes a la ciencia están entre los más remarcables. Como curanderas, parteras o herboleras, pasaron a ser triplemente peligrosas: por ser mujeres, por disponer de saberes denostados por las normas eclesiásticas y por rivalizar con el conocimiento científico masculino.
Las mujeres han participado activamente en el progreso de la ciencia a lo largo de la historia; si no conocemos sus contribuciones es porque han sido invisibilizadas. Sólo en el siglo XVI y en un territorio como Euskal Herria, varios nombres salen a la luz: Martija de Jáuregui, María Joan Périz, María de Zozaya, La Bargotena, La Galdeana o Epifanía de Arboníes. Todas ejercían entonces distintas ramas de la medicina. Resulta descorazonador que no hayan pasado a la historia por el prestigio de sus dotes curativas o sus aportes al ámbito de la salud. Si han llegado hasta nuestros oídos es porque todas fueron torturadas, desterradas o asesinadas en procesos inquisitoriales.
Hay un denominador común entre las mujeres que fueron acorraladas por brujas: eran personas empíricas que confiaban más en sus sentidos que en la doctrina, creían en la experimentación y en las relaciones causa-efecto. Tenían una actitud indagadora que las llevaba a encontrar formas de actuar sobre enfermedades, embarazos y partos, y otros muchos saberes —científicos— asociados al cuidado de sus comunidades y entorno.
Basta con fijarse sólo en algunas de las recetas que empleaban para entender la ciencia que había detrás: para curar el dolor de muelas, nuestras mujeres sabias mezclaban vino con hojas de hiedra, saúco y sal. La experimentación colectiva había evidenciado que el saúco tiene propiedades antisépticas y bactericidas, la hiedra es cicatrizante y analgésica, y la sal ejerce de desinfectante y sedante. Además, saúco y hiedra pueden ser altamente tóxicos si no se preparan de la forma adecuada o no se aplican las cantidades precisas. Por ello, utilizar esta receta requiere nociones científicas avanzadas que permitan no sólo conocer los principios activos de cada planta, sino identificar cuál es el momento idóneo para su recolección, los procedimientos mecánicos para la extracción, las concentraciones, los tiempos y las temperaturas óptimos para su preparación o cuál es el método de elaboración idóneo —infusionar, macerar, destilar, diluir, amalgamar, cocer, etc.—. Éste es sólo un ejemplo entre los centenares de tisanas, aceites, alcoholes, jarabes, pomadas o cataplasmas que podían emplear. Y ni siquiera entraremos en las decenas de técnicas de asistencia paliativa, parto, traumatismos o cirugías menores, entre otras, que solían realizar. Deja patente que, durante mucho tiempo, la farmacología y la medicina estuvieron en sus manos.
Nuestras ancestras hacían ciencia y se las persiguió por ello. Las consecuencias son más de las que puede parecer. En aquella época, la marginación y el menosprecio hacia estas mujeres y sus saberes implicó que se dejaran de usar remedios y prácticas con fundamento científico para ser sustituidas por las de médicos que, en la Europa de finales de la Edad Media, obtenían su carrera dedicando varios años al estudio de Platón, Aristóteles y la teología cristiana, mientras sus conocimientos científicos se limitaban poco más que a estudiar las obras de Galeno, del siglo I. Durante su formación, rara vez veían a las personas enfermas ni mucho menos recibían ningún tipo de enseñanza experimental. Es fácil suponer que empeoró la salud de la población en general y de las personas más vulnerables en particular, con apenas recursos para acceder a médicos con licencia, dado que antes el pago a las brujas era, en muchos casos, poco más que un simbólico trueque que les permitía vivir en los márgenes de lo establecido: solas e independientes, todo un desafío a las normas. Además, el ejercicio de los médicos adoctrinados conllevaría para las mujeres perder la posibilidad de controlar activamente la natalidad, a la par que sus procesos fisiológicos naturales (menstruación, parto, embarazo, etc.) pasarían a ser tratados como patológicos.
A eso se suma que su participación en el ámbito profesional en la incipiente ciencia moderna se vio profundamente restringida, mientras se desvirtuaban sus capacidades y se conferían, cada vez más, al ámbito privado, usurpando sus saberes y su conocimiento acumulado. Pero las repercusiones no sólo se quedaron ahí. Francis Bacon, padre del método científico moderno, llegó a expresar que para obtener sus secretos, los hombres debían actuar con la naturaleza de la misma forma que la Inquisición lo hacía con las mujeres: conquistadas, descubiertas o violadas eran palabras que aparecían en su argumentario sobre las bases filosóficas de la ciencia moderna. Juicios de valor como éstos excluirían a las mujeres de la construcción sociocultural de la nueva concepción de ciencia, lo que generó enormes desigualdades en las relaciones de poder derivadas. A partir de entonces, qué se investigaba y qué no, cómo se hacía y por quién, se regiría por un enfoque marcadamente androcéntrico y heteropatriarcal.
La fuerza de la hermandad y de la solidaridad
Uno de los inquisidores que llevó a cabo el proceso de Zugarramurdi —población del Pirineo navarro donde se dio el mayor número de condenas por brujería de la Península— utilizó por primera vez la hoy común palabra “aquelarre” para designar el lugar de encuentro de las brujas para sus hechizos y lo que llamó maldades varias. Akelarre era el nombre del lugar donde se reunían las mujeres. Su traducción literal del euskera es “prado del macho cabrío”. El significado que cobró vida a partir de entonces designaría cualquier supuesto encuentro de brujas. No hay cómo dar crédito a los inverosímiles testimonios y las confesiones arrancadas bajo amenazas o torturas, pero sí tenemos que atribuirles un mérito porque, en su ataque contra las mujeres, percibieron que gran parte de su fuerza y poder radicaban en su capacidad de hermanarse, en los mecanismos de organización y solidaridad que poseían y en las diversas formas ideadas para compartir, transmitir saberes y ponerlos en práctica desde los márgenes, tejiendo lazos al servicio de la comunidad. Así, acabar con las brujas implicó destruir toda una serie de relaciones comunitarias y colaborativas, sistemas de organización social y de transmisión de conocimiento científico.
No fue hasta los años 70 del siglo XX cuando el Movimiento de Liberación Feminista —movimiento que aglutinó a varios grupos feministas de ideología socialista—, revisó la caza de brujas, la visibilizó y la resignificó como una lucha de resistencia ante el poder patriarcal. Propuestas de entonces, como el Movimiento de guerrilla feminista W.I.T.C.H., Women Inspired to Tell their Collective History, nacido en Nueva York en 1968, o la actual campaña impulsada por Silvia Federici y Traficantes de Sueños por la memoria de las mujeres asesinadas acusadas de brujería, pretenden alejar la imagen grotesca y folclórica que persiste e instarnos a dignificar el papel de esas mujeres.
Queda claro que las brujas fueron pioneras de lo que hoy llamamos feminismo, rebeldes que defendieron su independencia y su forma de ser y de estar en el mundo desde el empoderamiento colectivo y dando sentido al concepto de sororidad. Creadoras de ciencia y comunidad, darles el reconocimiento que merecen pasa por redefinir la noción de ciencia desde otras miradas, que pongan la vida en el centro y valoren la que practicaban nuestras antecesoras, las brujas. Nosotras nos sumamos haciendo nuestra una de las consignas de las W.I.T.C.H.: “Pasa la palabra, hermana”.
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA
• Enrenreich, Bárbara; English, Deirdre: Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de sanadoras, La Sal, Barcelona, 1981.
• Federici, Silvia: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de Sueños, Madrid, 2010.
• Iziz, Rosa; Iziz, Ana: Historia de las mujeres en Euskal Herria, Txalaparta, Navarra, 2016.
Sorkin es una asociación que quiere contribuir a transformar la sociedad hacia una más equitativa y sostenible mediante propuestas educativas que resignifiquen los saberes que ponen la vida en el centro. http://www.sorkinsaberes.org/
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2019/07/brujas-ciencia-comunidad/