La paliza a Macri y un futuro sin certezas
Raúl Zibechi
La Haine
16/08/2019
La pregunta es si el impago lo declarará Macri (algo que los Fernández debe desear), o será un fruto envenenado que recogerá el próximo Gobierno
Si algo se merecía la soberbia clasista de Mauricio Macri es una derrota contundente, aplastante, a manos de los adversarios que tanto ha fustigado en los últimos años.
Perder por 15 puntos (42 a 37% a escala nacional) y hacerlo por dos puntos adicionales en la provincia de Buenos Aires, donde competía su pupila más aventajada, María Eugenia Vidal, otra soberbia pero con perfil más popular, estaba fuera los cálculos del poder y también de la oposición.
Como enseñan los resultados por provincia y por distritos, las clases acomodadas de la capital federal y del norte de la provincia, siguieron apostando por Macri. Una parte considerable de las clases medias lo abandonó, pero los sectores populares fueron los que le otorgaron el triunfo aplastante a la oposición. En efecto, en algunas secciones del cinturón pobre de las grandes ciudades la diferencia a favor de Alberto Fernández fue de hasta 40 puntos.
Se trató de una decisión masiva y maciza de aquella porción de la población que más sufrió el “sinceramiento” de las tarifas de los servicios públicos (gas, electricidad, transporte), que tuvieron aumentos superiores al 1000% en los cuatro años macristas.
En ese sentido, se puede afirmar que fue una derrota del neoliberalismo salvaje, el que no se veía en ese país desde la década en la que gobernó Carlos Menem (1989-1999), con su secuela de privatizaciones y la desarticulación del aparato productivo de un país que décadas atrás había figurado entre las naciones más desarrolladas y, sin duda, el que contaba con la industria más potente de América Latina.
Aquel neoliberalismo no fue solo económico. Encarnó un ataque sin precedentes a los derechos humanos, hasta que llegó la actual ministra de Interior, Patricia Bullrich. Hubo mano blanda con los militares que torturaron y desparecieron en dictadura (1976-1983), represión de la protesta social y ataques mediáticos a los organismos de derechos humanos y a los sindicatos opositores, completaron un panorama de neoliberalismo social que nunca se había practicado, de forma tan extrema, en nombre del peronismo.
Los cuatro años de Macri serán recordados, además, por la brutal escalada del dólar que abrió el 2018 a 18 pesos, trepó hasta los 40 a mediados de ese año y ahora pegó otro salto hasta superior los 60 pesos.
Una devaluación que tendrá impactos muy negativos en los precios internos, en la inflación, pero también en la pequeña y mediana empresa, que siguen siendo las que más empleo aportan.
La innecesaria sumisión del Gobierno Macri al FMI y, personalmente, a su todavía directora, Christine Lagarde, hicieron más bochornoso aún el pedido de préstamos que deja a la Argentina en una situación de gran dependencia, con altas probabilidades de impago de su deuda. Un nuevo default dejaría al país en una situación de enorme vulnerabilidad, algo que el mercado global ya está previendo.
La pregunta es si el impago lo declarará Macri (algo que el tándem Alberto y Cristina Fernández debe desear), o será un fruto envenenado que recogerá el próximo Gobierno. Lo cierto es que, cuando el riesgo país supera los 1.500 puntos y la economía está paralizada, las empresas argentinas cayeron hasta un 60% en Wall Street y la Bolsa de Buenos Aires se desplomó un 37%, el descalabro es mera cuestión de tiempo.
Pero aquí no se terminan los problemas. Son apenas el comienzo. La impresión es que en las elecciones presidenciales de octubre ganará el neo-kircherismo en primera vuelta, ya que la diferencia de votos es irreversible en apenas dos meses.
Encuentro varios problemas que me permiten concluir que el neoliberalismo salvaje derrotado en las urnas dará paso a un neoliberalismo más suave, pero en modo alguno a un post-neoliberalismo, como estiman algunos comentaristas.
El primero es que la situación global cambió profundamente en los últimos años, con una guerra comercial implacable que coloca a la economía global al borde de la recesión, incluyendo países tan importantes como Alemania. Cuando Macri ganó las elecciones en 2015, no gobernaba Trump ni había un Brexit duro a la vuelta de la esquina. Esta coyuntura no concede mucho margen de maniobra a ningún gobierno del mundo.
La segunda es que, en consecuencia, el capital financiero (esa realidad que los analistas denominan los mercados) está más nervioso e intransigente que antes. La consultora Bloomberg describe de este modo la coyuntura argentina: “Los inversores no están dispuestos a dar al líder opositor Alberto Fernández —presumiblemente, el próximo presidente de Argentina— el beneficio de la duda”.
Esta realidad llevó a Alberto Fernández a asegurar, una y otra vez, la “absoluta voluntad de pago” de un eventual gobierno peronista. Solo atinó a decir que habrá que negociar algunos aspectos del acuerdo firmado por Macri con el FMI.
El tercer asunto es que la sombra de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015) sigue planeando sobre la sociedad argentina y, de modo muy particular, sobre las clases medias. En la actual campaña electoral los voceros de la candidatura opositora se empeñaron en asegurar que aprendieron de los errores del pasado, que no van a imponer un nuevo cepo cambiario ni a promover la intervención del Estado en la economía, que provocó fuertes distorsiones en las tarifas de los servicios públicos y alejó a los inversores del país.
El problema es que más allá de las afirmaciones de los candidatos, la duda sigue existiendo para una parte importante de la población, que recuerda además la corrupción que envolvió al Gobierno de Cristina. Eso explica que, a pesar de la desastrosa situación económica, un 32% de los argentinos se hayan pronunciado por el continuismo macrista.
La cuarta y última, es que la población más pobre y vulnerable ha sido duramente castigada por la política económica de Macri y no parece estar dispuesta a aceptar cualquier solución a sus reclamos. En los últimos cuatro años, los sindicatos y los movimientos territoriales de las periferias urbanas estuvieron de forma casi ininterrumpida en la calle, un escenario que no van a abandonar hasta que no vean satisfechas por lo menos algunas de sus demandas.
Este conjunto de factores hace que, sea cual sea el color del próximo gobierno, no habrá mucho margen para el optimismo.
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