PODER, CONTRAPODER Y NO PODER (II) El deseo carnal y la dominación social
Autor: Jaime Yovanovic (Profesor J)
https://clajadep.lahaine.org/?p=3719
08.Nov.04
El contexto de la dominación social no es posible abordarlo (y menos atacarlo) con la permisibilidad de un comportamiento de nuestros cuerpos acorde con las necesidades del poder. Cuando nuestros cuerpos y el contacto con los otros cuerpos funcione de manera liberadora, creadora, plena (o al menos discutiendo, criticando, superando, cayendo, levantándose, practicando, corrigiendo, en fin, hay que planteárselo, no dejarlo), podremos no sólo verificar que las nuevas relaciones sociales son superiores a las viejas, sino defenderlas.
La racionalidad instrumental de la ideología burguesa y de la ideología proletaria se adecuan al desarrollo mecanicista o determinista de las fuerzas productivas, en especial su actual nivel de desarrollo, cada vez más tecnificado y concentrado, mientras la población paupérrima crece proporcionalmente a un ritmo mayor y su contención se asegure desenvolviendo de manera más sofisticada la sociedad de control.
Los oponentes en la dialéctica del capital desarrollan cada uno sus mecanismos de organización, disciplina y control, disputándose la clientela, instalando empresas, ONGs, partidos y otras instituciones desde las cuales suman seguidores que, por su vez, son preparados para ganar, reclutar y organizar otros, siguiendo la estructura y dinámicas del Estado, aparato que debe garantizar no sólo el control, sino la represión.
Ninguna de las dos opciones, por lo tanto, aborda el problema de fondo: la estructura patriarcal y las relaciones verticales, autoritarias y utilitarias entre las personas. El fracaso de los estados llamados socialistas ha desembocado en que la mayoría de sus seguidores bajen las banderas y asuman un discurso y un accionar socialdemócratas, con lo que subordinan sus programas a las corrientes burguesas que dicen representar un sector casi inexistente del capital: las burguesías nacionales y el pretendido potencial de generar márgenes de ganancia que puedan ser distribuidos al mejor estilo del estado de bienestar keynesiano. Esa y no otra es la estrategia Lula-Kirchner-Tavaré, una estrategia de humanización del capitalismo, por lo tanto de su defensa ante la ofensiva de las multitudes insatisfechas que deben ser disciplinadas a las necesidades de continuidad del Estado.
Después de los estancamientos y retrocesos en Brasil y Argentina por el establecimiento de cierta paz social con ilusorias medidas populistas que sólo han servido para enganchar incautos, poco a poco se afirman modalidades de autoorganización local en los más variados territorios que no se quedan en las pequeñas islas autogestionarias que critican los reformistas, ansiosos de cooptar a esa gente, sino que son capaces de encontrarse y actuar juntos en la resistencia desde la diversidad, como en Argentina y Bolivia, donde lentamente se configura un territorio social no adscrito a las pugnas por el poder, aunque no exento de contradicciones internas, en especial por el peso de las ideologías y los proyectos pre-establecidos. Lo mismo sucede en México, Ecuador, Perú, República Dominicana y, últimamente, Chile, donde ha ido surgiendo un potente movimiento que sin articulación crece en la forma de colectivos y dinámicas autónomas barriales y locales. El potencial, digamos la latencia, de la autoorganización en este país se acrecienta cada vez más, como lo indica el aumento de las cifras de los no inscritos en los registros electorales, que van por los dos millones y medio, la abstención, que alcanzó casi un millón de personas, y los votos blancos y nulos, que también casi llegan al millón. Todo un territorio social que no acepta el Estado como órgano regulador de sus vidas.
Es en estos territorios donde germina la autoorganización y sus plazos, contenidos o modalidades no dependen de la acción de los intelectuales, colectivos o individuales, y menos de la racionalidad instrumental de los proyectos y estrategias, sino de cómo se desarrollan los vínculos internos, de las personas, de los cuerpos, en la configuración de un nuevo ser social, que es viejo, pero ha sido disgregado por la acción vertical patriarcal y autoritaria, estructural y funcional.
Por eso, en esta continuación del tema del poder, nos ha parecido importante abordar algo el comportamiento de los cuerpos en la sociedad de control de las personas separadas, y sus posibilidades en las prácticas de encuentro y autoorganización social autónoma en las localidades.
El deseo carnal es biológico, obviamente, aunque se condiciona por la cultura impuesta, que no se refiere sólo a los contenidos de ella, sino también a las prácticas, muchas veces no sistematizadas por el raciocinio y otras ni tan siquiera percibidas por la conciencia. Esta sociedad promueve el deseo de la libido en función de la penetración, esto es, la actividad que puede asegurar que el propietario del pene, el hombre, pueda engendrar un sucesor y asegurar la dependencia, voluntaria o no, de la mujer. El placer debe obtenerse por vía de la acción masculina en el interior fértil de la mujer. Los otros placeres son estigmatizados y enviados al underground, a la clandestinidad de la sociedad hipócrita de la doble moral. Por ejemplo, el hombre que critica a un homosexual por el sólo hecho de serlo, defiende sin saberlo esa cultura.
El macho teme la competencia del que puede dar más satisfacción a su compañera, y ella teme la fragilidad de él de salir corriendo detrás de un par de piernas que prometen un jugoso bocado. La mutua desconfianza está establecida. El recelo y las argucias se instalan en los comportamientos reforzando el utilitarismo de la cultura mercantil que permea la sociedad, donde se trata de extraer el máximo beneficio del otro, sea en la economía formal o en la informal.
Las encuestas e investigaciones muestran que la gran mayoría de los hombres eyaculan a los dos minutos, o menos, de la penetración, y se dice que se trata de problemas sicológicos, inseguridad, complejos, etc, lo que siendo real, es falso por incompleto, puesto que se refiere a un comportamiento cultural generalizado, donde el afecto y la ternura ocupan un lugar muy secundario (cuando están presentes) y debe suplirse con caricias preparatorias que consigan demorar la eyaculación masculina y dar tiempo para preparar el orgasmo femenino, o sea, la racionalidad instrumental en la cama (o en la orilla del río), en vez de volar hacia los infinitos confines del placer.
La ternura, el cariño, en fin, el afecto, son prácticas vedadas en lo social y sólo deben manifestarse en la cama, donde lógicamente no podrá hacerse por la ausencia de una práctica social asentadora de dichos comportamientos. El individualismo, el egoísmo, la ambición, etc. Son los valores y comportamientos generalizados y funcionales a la sociedad de personas separadas y sometidas, a las cuales sólo se las quiere “organizar” en múltiples actividades donde no puedan tocarse, respetando reglas, adoptando la disciplina y el orden del policiamiento, control y dirección del propio cuerpo, cosa que comienza a homogeneizarse en la escuela con los famosos “quédate quieto”, “cállate, no hables”, mira hacia delante”, en fin, el adoctrinamiento del ser sumiso a las órdenes y a los argumentos del más fuerte o del más listo.
El macho es impulsado a ejercitar el poder en la cama, el poder que le otorga el ser propietario del instrumento del placer, y la mujer es impulsada a agarrarse desesperadamente para conseguir el orgasmo en el poco tiempo que le otorgan (o a fingirlo).
La práctica social de la horizontalidad asamblearia entre muchos en un barrio o localidad no puede ser una lucha de competencia o de imposición de las ideas previamente diseñadas, sino la construcción conjunta de formas de vida, decisiones, tareas, actividades, resolución de necesidades, cuidado de los niños, en fin, de manera de establecer el marco necesario del respeto, la valoración del otro, el afecto, las ganas de estar juntos, la ternura la identificación, etc.
Ello permitirá que cuando vayamos a la cama, podamos mirarnos profundamente a los ojos y explorar nuestros cuerpos con la yema de los dedos o con cualquiera de nuestras partes, aprendiendo a conocer las sensaciones del contacto afectivo, ya no sólo carnal en pos de la expansión de la libido para alcanzar el orgasmo, sino para ver y entrar en el corazón de la persona que tenemos al lado, reconocer a alguien ansioso de cariño más que de penetración, volver a ser los niños que juegan con otros, que se tocan investigando los misterios del cuerpo, hacernos cosquillas, reir y reir, volar y soñar. No más la cama como un restaurante al paso, no más la asamblea como espacio de competencia y de estrictas subjetividades. No más la cama como ejercicio de poder, no más la asamblea como ejercicio de poder. No más la cama como expresión de egoísmo, no más la asamblea como expresión de egoísmo. Veamos en la asamblea hacia donde van los pensamientos y los sentimientos de los otros. Veamos en la cama hacia donde van los pensamientos y los sentimientos de nuestra,o compañero,a.
Así, cuando volvamos de las batallas, podemos abrazarnos victoriosos en la cama (o a la orilla del río), llenos del cariño de los otros, llenos del respeto de los otros, llenos de la confianza de los otros. Los problemas, complejos, traumas e inseguridades se irán al carajo y nos moriremos de risa.
Al menos podemos intentarlo.
Seguiremos.
Profesor J
Ver las crónicas anteriores en:
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