Digna rabia tierna
Gustavo Esteva
La Jornada
No fue una marcha más. Fue síntoma de un parteaguas.
Las marchas de mujeres contra la violencia de género de la semana pasada suscitaron muy diversas reacciones, muchas negativas y otras ambiguas. Debemos ponerlas en perspectiva y tratar de imaginar su horizonte.
Hace tiempo cunde la convicción de que es preciso modificar las formas de la lucha social. Debemos, por ejemplo, aquilatar el valor actual de las protestas multitudinarias.
Por una parte, los gobiernos han aprendido a no hacer caso de las expresiones populares de descontento y reivindicación. Además, han creado múltiples dispositivos para contrarrestarlas. Usan la represión directa, ampliando y modificando los recursos de las policías antimotines, y también recurren a provocadores e infiltrados y a una gran variedad de métodos, muy conocidos en nuestro país, para socavar desde adentro las iniciativas y desprestigiarlas. Todo el repertorio se aplicó sistemáticamente contra los chalecos amarillos, en Francia, desde noviembre de 2018… y se sigue empleando en México.
Por otra parte, se ha puesto en cuestión el valor de esa forma de lucha en las actuales circunstancias. Occupy Wall Street expresó con claridad lo que hay de por medio cuando se le preguntó por sus demandas. “Uno presenta demandas cuando piensa que el gobierno puede satisfacerlas. Nosotros no creemos que lo podrá hacer. Por eso no las tenemos”.
En muchas ocasiones, sin embargo, las marchas no buscan sus interlocutores arriba, sino abajo. Se conciben horizontalmente y con ellas se busca ante todo la propia afirmación, ver el propio número, la fuerza y dignidad de quienes participan. Y se busca también que todo mundo se entere que ahí están… y que seguirán estando.
No estamos, en este siglo, ante crisis circunstanciales o problemas de algunos funcionarios o gobiernos. Experimentamos el colapso de una era, el colapso climático y el sociopolítico, el colapso de todas las instituciones. Se han hecho enteramente evidentes las raíces patriarcales, capitalistas, racistas, sexistas y antropocéntricas del régimen dominante. Es claramente autodestructivo, pero también arrasa con todo a su paso, acaba con todo lo vivo. La era termina en un clima de inmensa violencia, en que se usan todos los recursos legales e ilegales en la cuarta guerra mundial, la primera guerra total de la historia, en la cual amplias capas de la población son identificadas como el enemigo. Se creó una clase de personas que se consideran desechables. Y están siendo desechadas.
Como siempre, son las mujeres quienes más padecen la violencia, junto con niños y niñas y personas de mayor edad. No es proporcional a la que padecen los hombres; se multiplica, se amplía y adquiere formas de degradación humana insoportables. Se intensifica hasta grados abyectos la violencia doméstica y aumentan cada día los feminicidios. La mitad de éstos son cometidos por cónyuges, compañeros, familiares…
Desde hace años, un número creciente de mujeres decidió decir ¡basta! Con inmensa dignidad y coraje se pusieron de pie y acordaron no sólo enfrentar esa situación atroz, sino recrear el mundo. Se ocupan, una vez más, de cuidar la vida. Van más allá de antiguas reivindicaciones feministas, sólo asociadas con la igualdad. No buscan recibir el mismo trato que los hombres, en la explotación y la opresión, aunque denuncien la discriminación reinante. Quieren cambiar los términos de la vida social, para fundarla sobre otras relaciones.
La lucha recurre a procedimientos jurídicos, aunque se tenga conciencia que el estado de derecho está roto. Se presentan también reivindicaciones puntuales, aunque se reconozca la incompetencia y corrupción de las autoridades. No se renuncia a derechos ni al valor de la presión pública.
Pero la lucha va más allá y está tomando forma en la vida cotidiana, en las relaciones de todos los días, en la continua reacción de las mujeres ante el abuso constante, ante comportamientos que habían “normalizado” actitudes inaceptables.
No siempre lo hacen suavemente. A veces estalla la rabia y se hace incontrolable. Incurren en violencias como las que combaten. Y las defienden: “No nos vamos a parar ni a pedir disculpas por los vidrios rotos y las paredes pintadas”, expresaron en Oaxaca. Hay quienes pretenden “perdonar” o “justificar” esos excesos y otros los condenan como delitos. No parece pertinente ni una cosa ni otra, desde una “autoridad moral” por lo menos cuestionable.
Es hora de entender y acompañar. Se trata de acostumbrarnos a la idea de que las mujeres están tomando el liderazgo de un cambio largamente esperado ante una situación infame. No basta solidarizarnos. Es preciso, además, reconocer la magnitud y hondura del desafío actual… y admitir nuestro fracaso y responsabilidad como varones, autores o cómplices de algo insoportable.
Necesitamos aprender a dejarnos guiar por la digna rabia tierna que hoy se está expresando y puede ser la única, última opción ante el desastre.
gustavoesteva@gmail.com