El imbécil y el apocalipsis

Pienso en mis hijas, que no quieren traer niños a este mundo porque ya no lo merece, pienso en mi bronca ante ese argumento. Les digo que en la Franja de Gaza, la cárcel más infame del planeta, la esperanza tiene rostro de embarazo porque sobrevivir y prolongarse es parte de la resistencia. Que los palestinos han resistido al acoso israelí engendrando hijos cada 15 minutos, con una de las tasas de natalidad más altas del orbe, y que por eso Palestina hoy es una nación joven: el promedio de edad de sus habitantes es de 17 años.
Tratarán de hacernos creer que el incendio del Amazonas a lo más es un default del modelo económico y de sociedad que nos somete. Pero, aunque parecemos, nosotros no somos imbéciles, y sabemos que ver la reserva más rica del planeta ardiendo no es un error ni un defecto: es la trágica imagen del mundo al que uno y muchos más imbéciles, desde la apropiación económica y política, nos ha llevado hasta tocar con los dedos el Apocalipsis.



El imbécil y el apocalipsis

Marcelo Mendoza
El Mostrador
1 septiembre, 2019

Tengo tantas cosas urgentes que hacer y me bombardean imágenes de la Amazonía quemándose. Dejo todo de lado, no puedo desviar la mirada, no puedo pensar en otra cosa. Pienso en mis hijas, que no quieren traer niños a este mundo porque ya no lo merece, pienso en mi bronca ante ese argumento. Les digo que en la Franja de Gaza, la cárcel más infame del planeta, la esperanza tiene rostro de embarazo porque sobrevivir y prolongarse es parte de la resistencia. Que los palestinos han resistido al acoso israelí engendrando hijos cada 15 minutos, con una de las tasas de natalidad más altas del orbe, y que por eso Palestina hoy es una nación joven: el promedio de edad de sus habitantes es de 17 años. Pero estos ridículos argumentos no levantan ningún árbol caído de los millones que ahora están ardiendo en el Amazonas. Son palabra, también, muerta. Y ni yo me creo que de las cenizas levante vuelo Ave Fénix alguno.

Eros y Tánatos. Estamos en la cornisa, ente la vida y la muerte.

Hablo de esto porque veo el Apocalipsis. Y eso que nunca fui un pesimista recalcitrante, a lo más un humorista crítico.

Los satélites muestran que arde por los cuatro costados. Las noticias informan que Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y afectado directo con este colapso, no está afectado de nada y se mofa del impacto que tiene en el mundo la debacle. Que lo que pase en la Amazonia es un asunto suyo.

Los primeros días hace caso omiso a combatir los incendios. De candidato, en plena campaña, había anunciado que propiciaría la deforestación de la Amazonia y ahora millones de hectáreas con flora y fauna quemándose le echaban una mano a su proyectada deforestación en favor de negocios y negociados. Confrontadas las imágenes del infierno amazónico con las de su burdo semblante mientras habla, uno perfectamente puede concluir que este imbécil es Lucifer. Pero un Lucifer elegido democráticamente. Con los días uno, con más indignación que asombro, ve que otros presidentes como Piñera y Trump, también elegidos por votación popular, justifican al imbécil, seguramente porque son meritorios de la misma condición. Donald Trump, guaripola de los imbéciles, incluso se resta de participar de reuniones sobre los devastadores efectos del cambio climático porque la sequía del mundo le importa un comino.

Pasan los días y sigue ardiendo el Amazonas. Se hace brasas el territorio de mayor biodiversidad del planeta, el mayor refugio de plantas y animales, la casa de miles de tribus originarias, algunas de las cuales nunca han tenido contacto con extranjeros. El mundo llora ante el dramatismo que la imagen proporciona al estado terminal de la Tierra. Los millennials con toda razón reiteran: ya lo habíamos dicho, no queremos llegar a ser padres para entregarles inconscientemente hijos a este mundo cruel. Mis hijas me dejan callado ante cualquier argumento para justificar la prolongación de la especie. La globalización del sistema, con efecto Mariposa o sin efecto alguno, ha llevado a la ruina total. Paradoja de paradojas: el esmero por el orden global (con tratados de libre comercio, con normativas internacionales para regular el trabajo, la salud, los derechos humanos, los derechos de madres y mujeres e incluso la educación formal) devino en el caos total. Entropía. Anomia. El orden democrático llevó al poder a un puñado de imbéciles que hoy tienen la sartén por el mango para aniquilar todo el tejido social y natural que con miles de años de esfuerzo la humanidad había ido urdiendo.

Estaban a punto de convencernos de que el capitalismo (es decir entregar la vida en común a un puñado de empresarios cuyo leit motiv es generar ganancias para sí pues esa creencia supersticiosa llevaría al desarrollo del pueblo), después de tantas disputas, era la vía humana para llegar al cielo. La escalera economicista, donde se impuso el dogma de que la suma de los egoísmos nos llevaría a la felicidad colectiva, lejos de llevarnos siquiera al Purgatorio nos aparece en la imagen dantesca del fuego dejando en cenizas el pulmón del mundo. Veo a Evo Morales con traje de bombero intentando apagar un rinconcito de la debacle, pero resulta una estampilla insignificante al lado de la desfachatez del imbécil ex militar brasileño que no para de lanzar bravatas minimizando lo que todos vemos. La foto de un oso hormiguero chamuscado, a punto de fenecer, nos violenta más en contra del imbécil.

Tratarán de hacernos creer que el incendio del Amazonas a lo más es un default del modelo económico y de sociedad que nos somete. Pero, aunque parecemos, nosotros no somos imbéciles, y sabemos que ver la reserva más rica del planeta ardiendo no es un error ni un defecto: es la trágica imagen del mundo al que uno y muchos más imbéciles, desde la apropiación económica y política, nos ha llevado hasta tocar con los dedos el Apocalipsis.