Crónicas del siglo 21 (Parte 38). Enero de 2005, Argentina: Cambios cualitativos de las asambleas vecinales autónomas, destituir la representación y destituir el yo por el nosotros

En las asambleas aprendimos a ser con el otro, a aceptar que las cosas nos pasan a todos.
En uno de los grandes aprendizajes colectivos de las asambleas, aprendimos a destituir la representación, a destituir al yo por el nosotros.
Los asambleístas aprendimos también a tomar los asuntos en nuestras manos: aquellas cosas que tal vez para el poder son pequeñeces y que para nosotros son la vida.
“Es que estamos hartos de que los que gobiernan nos digan qué tenemos que hacer”.



Las múltiples formas del espíritu asambleario

Ronda de Asambleas Autónomas en Eneroautónomo
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02.Feb.05

Muchos nos conocemos, ya hemos saldado la charla del año anterior, en la que nos preguntábamos si habían muerto las asambleas y la prueba estuvo en la gran cantidad de experiencias que compartimos además de las reflexiones que fueron surgiendo: revistas, boletines, ollas, merenderos, programas de radio, obras de teatro, emprendimientos productivos, articulaciones con otros colectivos.

¿Qué pasó con el movimiento asambleario?

¿Hay desmovilización asamblearia?

¿Qué son hoy las asambleas?

Alguien comenzó recordando a Rubén Dri y su idea de que es difícil sostener una movilización multitudinaria: las asambleas se han asentado y están haciendo otro trabajo.

Los asambleístas aprendimos a juntarnos con otros para accionar, después de muchos años de actuar individualmente. Empezamos buscando los motivos para movilizarnos y aprendimos que lo mejor es estar juntos, para mirarnos. La gente se asusta con esto, porque mirarnos, soportar nuestras diferencias es lo que nos moviliza mucho, pero hacia adentro, como personas.

En su surgimiento el movimiento tenía una expectativa de poder inmediato que no se dio en la práctica y fue por eso que la gente fue dejando de participar, tal vez porque sentía que no servía para nada.

La movilización se puede sostener generando expectativas no tan inmediatas.

Un compa propuso pensar que fuimos nosotros, los asambleístas, los que nos fuimos de la asamblea.

Que nosotros, los más cabezas duras, decidimos seguir persistiendo en la actitud de reunirnos, conocernos, participar. Pero la gente que sigue en su casa con sus problemas, cuando se replegó se llevó consigo el espíritu. Por ejemplo en el caso Cromagnon, la gente: los familiares, amigos y vecinos, toman aspectos de ese espíritu: nadie quiere reconocer una dirigencia.

Por eso, casos como éste, son indicadores de que el movimiento asambleario no está solo en los que persisten, sino también en los que continúan en sus actividades cotidianas: frente a un problema como un corte de agua los vecinos hacen asambleas, ya no buscan al intendente.

Entonces la asamblea existe, pero de otra forma.

El número es un problema del capitalismo. Lo más importante es como se puede estar hoy en una actitud de construcción territorial, en vez de en una movilización de queja y demanda. Además hay asambleas en las que quedaba un grupo reducido y mediante proyectos concretos, han crecido en número: “somos más”.

En las asambleas aprendimos a ser con el otro, a aceptar que las cosas nos pasan a todos.

En uno de los grandes aprendizajes colectivos de las asambleas, aprendimos a destituir la representación, a destituir al yo por el nosotros.

A partir del 19 y 20 y el que ‘se vayan todos’, el poder se dirige hacia el conjunto siempre pensando en los límites que le impone ésta consigna que está en la cabeza de la gente, que es la potencia del 19 y 20.

Los asambleístas aprendimos también a tomar los asuntos en nuestras manos: aquellas cosas que tal vez para el poder son pequeñeces y que para nosotros son la vida.

“Es que estamos hartos de que los que gobiernan nos digan qué tenemos que hacer”.

Desde el 19 y 20 hasta Cromagnón, el espíritu asambleario surge de un descalabro, de una situación de mucha crisis.

Una compañera, autodefinida no asambleísta, cuenta los problemas de su barrio (basura, contaminación) y se queja de que sus vecinos parecen ciegos, sordos y mudos; y nos pregunta: ¿cómo se forma un grupo sin que haya un problema grave?

¿Y cómo responder a ésta pregunta cuando es esa situación a la que nos enfrentamos cada día en los barrios?- nos preguntamos en voz alta.

Le contestamos que podría intentar juntarse al menos con algún vecino y pensarlo juntos; que podrían hacer teatro en la plaza denunciando los problemas del barrio… Cuando alguien nos interrumpe: es que hay un problema educacional que inhibe a la gente a pensar en lo no inmediato, es que la realidad que es cada vez más mediática, es también cada vez más falsa.

Los problemas reales de los barrios no se ven, ni se trabajan comunitariamente porque hay también una tendencia a la comodidad: “mientras no se nota mucho, seguimos jugando al truco”. Entonces debe ser difícil que algo surja sin un cataclismo.

“¡Podemos vivir enojados con gente!”- se queja uno.

Los asambleístas nos tiramos a la pileta y empezamos a hacer cosas, entonces ¿cuál es el déficit?

Que seguimos atravesamos por la lógica de la ganancia, que no llegamos a grandes sectores de la población porque los medios de comunicación están apropiados por el enemigo y no construyen subjetividad.

Y el compa se entusiasma y propone armar TVs barriales para antagonizar. Lo artesanal nos priva a veces de llegar con un mensaje subversivo a grandes sectores de población, es que el asunto es: ¿cómo desnaturalizamos ésta mierda de sistema?

Tenemos que generar nuevas formas de lucha.

Marchar tiene que ver con evidenciar al enemigo, hacia fuera… pero el mal también está adentro.

Las asambleas que han perdurado son las que se propusieron proyectos concretos: una olla, una revista. Si encaramos un proyecto demasiado desmedido, que implica mucha energía, ante el posible fracaso quedaríamos muy desanimados.

“Las tareas no son medidas o desmedidas, son gratificantes o no”- exclaman, cuando una compañera de EEUU toma la palabra. Ella participa en un colectivo de mujeres jóvenes, latinas y negras en Nueva York. Cuenta que a ellas les costó mucho organizarse, que llevaban ocho años de construcción cuando pudieron sentir que al fin era “una cosa de quererse y quedarse por eso”.

Mientras le cambiaba el pañal a su beba de diez meses, nos dijo que ella ve en argentina, que el trabajo es un trabajo de hormiga, bien lento y que tuvimos dos días donde avanzó mucho la cosa y que “que lindo que fue tan rápido, deberían sentirse bien con lo que han logrado”.

Pero sin bien es cierto aquello, la gente sigue con el chupete electrónico para olvidar los problemas cotidianos, y éstos problemas siempre terminan en tragedias como Cromagnon.

“Que se vayan todos…”, pero los políticos se reciclaron y la corrupción sigue enquistada.

Es que la gente sigue buscando las soluciones en otro, vienen a las asambleas a plantear sus problemas para que nosotros le demos la solución.

¿Cuál es nuestro foco: lo territorial, lo universal?

¿Cómo son los puentes que hay que construir con la gente?

¿En qué nos equivocamos?

Hay que construir espacios de intersección con los otros, que no necesariamente se sumen a la asamblea.

La gente le tiene rechazo a la política.

Las cosas que hacemos tienen que estar ligadas con el deseo, pero todavía hay muchas cosas que nosotros estamos haciendo por el deber ser.

“¡Pero todo lo hacemos a pulmón!”- dijo uno al tiempo que se preguntaba – “¿cuál es el objetivo de las asambleas?”

Visualizar la existencia de los problemas que nos aquejan- nos contestamos –Vivimos en la cultura de la visión.

Nuestro objetivo es poner en crisis las conducciones tradicionales, y para ello el “que se vayan todos” es insuficiente.

Nuestro objetivo en dar la batalla cultural.

Un compa piensa en voz alta que las asambleas ocurren desde antes del 2001, desde que la gente se autoconvoca para resolver los problemas.

El espíritu asambleario no está solamente en nuestras reuniones, la gente sabe cuando moverse: la gente sale cuando entiende que es posible.

Los asambleísta, como los piqueteros, descubrimos una metodología, un método por el cual pueden lograrse cosas.

Lo interesante es que somos vecinos autoconvocados, que no queremos que nos impongan nada, que queremos construir nosotros.

Ya un lluvia que duró lo que tardamos en refugiarnos, nos comenzaba a dispersar cuando la última voz se dejó oír: “seguimos hablando de la gente… ¿nosotros no somos gente?”

Y nos narró la última escena de una obra de teatro del grupo de arte en el que participa:

“Se trata de una obra acerca del descubrimiento de América. Al final, todos los personajes y compas que hacían la parte técnica, aparecen atados con cinta de peligro. Están en el programa de Susana Jiménez, al que ha invitado a Juan Carlos Blumberg. Ellos están contentos de que estén todos presos, hasta que los artistas comienzan a cantar y danzar dando brincos, rompiendo la cinta que los encerraba.

Susana- ¿qué creen que están haciendo? Esto no estaba en el libreto.

Uno- ¡estamos bailando la danza de la lluvia!

Susana- ¡mirá Jazmín que lindo éstos negritos, creen que bailando van a hacer llover!

Otro- no es para hacer llover, es para organizarnos. Bailamos y festejamos, así creamos lazos entre nosotros.

Otro- cuando venga la lluvia, nos va a encontrar diferentes.”

Ver el resto de las Crónicas del siglo 21 en:
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