El sexo no es la psique
Amanda MacLean
http://www.sinpermiso.info/textos/el-sexo-no-es-la-psique
08/09/2019
Sobre sexo, género, trans, “construcción social”, biología y psicología.
Amanda MacLean responde a Richard Farnos y a Finlay Scott Gilmour
(La semana pasada SP publicó el primer artículo de Amanda MacLean y la respuesta de Finlay Scott Gilmour: aquí).
Veamos, pues, el primer texto de Amanda MacLean, el texto de-respuesta de Finlay Scott Gilmour, y finalmente “El sexo no es la psique” donde nuestra autora responde:
Hombres, mujeres: ¿realidad o ficción “construida socialmente”? Dossier
El siguiente gran artículo publicado en la revista británica Weekly Worker generó un intenso debate sobre las raices materialistas del feminismo, con publicación de diversos artículos en sucesivos números de la revista, como el de Finlay Scott Gilmour que publicamos a continuación. Proximamente publicaremos tambien en Sin Permiso la respuesta de la autora (aquí en inglés) a la carta “Gender Ideology” de Richard Farnos. SP
Desconectadas de la realidad
Amanda MacLean
A continuación, algunos ejemplos recientes del impacto de la ideología de género:
* El maratón de Boston de 2019 ha ampliado su competición femenina a aquellas personas cuyo “sexo asignado al nacer” fue el de “hombre”, incluso si no han pasado por un proceso de cirugía u hormonación.
* La defensora de las lesbianas y estrella del tenis Martina Navratilova ha sido abandonada por una organización deportiva LGBT+ por cuestionar la inclusión de los hombres en los deportes de élite femeninos.
* En Canadá, 16 mujeres esteticistas se enfrentan a un proceso judicial por negarse a encerar el pene y los testículos de alguien que se presentaba como una mujer trans.
* El director ejecutivo de Credit Suisse, Phillip (también conocido como Pippa) Brunc, un “esposo y padre orgulloso” de acuerdo con su perfil de Twitter, figura en el número 21 entre las 50 Mejores Campeonas Femeninas en los Negocios según out-standing.org, y el año pasado obtuvo un galardón similar del Financial Times.
* La semana pasada, los principales medios de comunicación en el Reino Unido informaron que cinco médicos han dimitido del Tavistock Center por temor de que el bullying homofóbico estuviera causando que niños gais o lesbianas se identifiquen como transgénero, hecho que equivale a una “terapia de conversión” médica.
* Y ‘Get the L Out’, un grupo de lesbianas escindido del movimiento LGBT+, ha publicado recientemente Lesbians at ground zero (“Lesbianas en zona cero”), un informe que denuncia gráficamente la exclusión y el acoso periódicos a las lesbianas que se niegan a aceptar a las mujeres trans como posibles parejas sexuales.
La respuesta de la izquierda no ha sido defender los derechos de las lesbianas y de otras mujeres y niñas, sino, junto con todos los partidos políticos mayoritarios, suprimir el debate y acusar a cualquiera que plantee preocupaciones o simplemente pregunte de transfobia, intolerancia y, curiosamente, de fascista. “No hay debate”: las mujeres trans son mujeres, los hombres trans son hombres, los géneros no binarios son reales y válidos. El mero hecho de cuestionar estas afirmaciones, se dice, es una amenaza para la existencia misma de las personas transgénero.
No hay duda de que las personas transgénero existen: hay muchas personas que se ven impulsadas a presentarse ante la sociedad como si fueran miembros del sexo opuesto. Algunas personas transgénero padecen la condición paralizante de la disforia de género, que puede hacer que sea psicológicamente insoportable reconocerse a sí mismo, o ser reconocido en la sociedad como del sexo del que realmente son. Estas personas tienen derecho a acceder a tratamientos hormonales y quirúrgicos cuando sea necesario y médicamente indicado. E, independientemente de si se han hormonado u operado, y de si tienen o no disforia de género, todos los individuos tienen el derecho a llevar la ropa, adoptar los gestos o desempeñar los roles sociales que los hagan sentir cómodos y felices. Cuando estos rasgos se asocian comúnmente con los miembros del sexo opuesto, tienen igualmente el derecho a desarrollarlos sin temor a la discriminación, el abuso o la violencia.
Trabajar por una sociedad que no tolere el comportamiento violento e intimidatorio, en vez de reprimir la expresión de la personalidad, debe formar parte del programa socialista y tendrá beneficios no solo para las personas transgénero, sino también para las mujeres, a quienes frecuentemente se les impide desarrollar su potencial personal, social y económico a causa de una imposición sexista de roles y comportamientos.
Cuando se enmarca de esta manera, parece casi inconcebible que los argumentos alrededor del asunto no oscilen principalmente entre la derecha conservadora y la izquierda progresista, y sin embargo lo hacen, en gran medida, dentro de la propia izquierda: entre activistas del género y feministas de izquierda. Pero el calor del debate se debe a la afirmación –harto discutida– de los ideólogos del género de que las mujeres trans son literalmente mujeres. No son mujeres honorarias, ni viven como si fueran mujeres, o como mujeres –como la mayoría de las personas ha entendido anteriormente–, sino literalmente mujeres. Se nos dice que las mujeres trans son tipos de mujeres exactamente en el mismo sentido que lo son las mujeres negras, discapacitadas o lesbianas. Por lo tanto, excluir a las mujeres trans de cualquier servicio o institución pensada para las mujeres es el equivalente moral a excluir a las mujeres negras o discapacitadas. De hecho, durante el mes de marzo el Vancouver Rape Relief Centre, que está abierto exclusivamente para mujeres clientes, perdió la financiación de su ayuntamiento después de que Morgane Oger, que hace campaña por las personas transgénero, argumentara exactamente eso.
¿Qué es ‘mujer’?
¿Estaba justificado el exitoso desafío de Oger al Vancouver Rape Relief Centre? Eso depende de qué quieras decir con la palabra ‘mujer’. O, en este caso, masculino y femenino. Según Oger, la mujer biológica es un mito. Quienes se oponen a Oger insisten en la realidad de las definiciones del diccionario: un hombre es un macho humano adulto y una mujer es una hembra humana adulta. Pero una parte clave del argumentario de los ideólogos de género es que una mujer trans es una mujer, y siempre lo ha sido, al margen de cirugías o tratamientos hormonales. En otras palabras, un hombre absolutamente intacto es literalmente una mujer si él se cree mujer. Esto se basa en una ‘identidad de género’ autojustificada, que supuestamente es el único indicador fiable del ‘género’ y se afirma que existe independientemente del sexo biológico.
El ‘género’ aquí ya no está determinado por el sexo físico, sino por un sentimiento innato de ser hombre, ser mujer o ser cualquier otra cosa –una identidad no binaria no limitada a estas dos opciones–. Tener este sentimiento innato –un conocimiento fundamental de quién eres, no vinculado al sexo corpóreo– es, supuestamente, común a todos. Por lo tanto, una mujer trans dice tener exactamente el mismo sentimiento de ‘ser mujer’ que todas las mujeres, y debe ser aceptada como tal.
Esta concepción de la ‘identidad de género’ no estaba en la mente de los parlamentarios de Westminster cuando votaron para introducir la Ley de Reconocimiento de Género (GRA) en 2004. La ley fue introducida en respuesta a una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que declaró que denegar el derecho a contraer matrimonio a las personas transexuales era una violación de los derechos humanos. La conclusión obvia debería haber sido que todos los adultos, independientemente de su sexo, deberían tener el derecho a casarse con la pareja que escojan. Pero los parlamentarios decidieron que la población no estaba preparada para ese paso, y las lesbianas y los hombres gais tuvieron que esperar otros 10 años para la Ley de matrimonio igualitario. Sin embargo, la GRA se introdujo en 2004 para permitir que aproximadamente 5.000 transexuales obtuvieran un certificado de reconocimiento de género (GRC) que les permitía cambiar el marcador de sexo en sus certificados de nacimiento. Esto crea la ficción legal de ser del sexo opuesto para así permitir que se casen con una pareja del mismo sexo.
El proceso de adquisición de un GRC implica vivir dos años ‘en el papel’ del sexo deseado, y una serie de evaluaciones médicas y psicológicas –un proceso de filtraje que lobbies como Stonewall consideran intrusivo y humillante–. Como respuesta, en 2017 el gobierno Tory anunció que quería actualizar el GRA para facilitar que a las personas transgénero se les reconociera su género a través de un simple proceso de autodeclaración sin ningún tipo de control médico. El cambio en el lenguaje de ‘transexual’ a ‘transgénero’ es significativo porque se refiere a la identidad de género autodeclarada, no a la transición física. Algunas estimaciones sugieren que hay alrededor de 500.000 personas en el Reino Unido que declararían un cambio de género, y que muchas de ellas no han pasado por una transición física ni tienen la intención de hacerlo.
Esta ideología ha generado un nuevo movimiento de mujeres en todo el mundo que se oponen a la idea de que ‘mujer’ es solo un sentimiento. Muchas mujeres lo ven como una amenaza para derechos que el movimiento feminista ha conseguido después de duras décadas de lucha –en particular, la provisión de instalaciones y servicios para un solo sexo y la representación política–. Si la identidad de género, ahora completamente desconectada del cuerpo, triunfa sobre el sexo en todas las circunstancias, ello daría a las personas que ellas ven como hombres acceso a las selecciones femeninas, premios para mujeres, refugios de mujeres, cárceles de mujeres, baños y vestidores de mujeres. Siendo las agresiones sexuales y el acoso por parte de los hombres hechos cotidianos, muchas ven la autodeclaración de la identidad de género como una amenaza.
Y si cualquier hombre puede declarar ser una mujer, entonces ¿qué significa la palabra ‘mujer’? El debate se ha vuelto desagradable, particularmente en línea. Las lesbianas que rechazan parejas trans son tachadas de ‘fetichistas de la vagina’; a mujeres se les ha prohibido el acceso a Twitter por declaraciones como ‘No existe algo así como el pene femenino’ y en un movimiento preocupante para la libertad de expresión, ha habido una serie de casos donde la legislación por incidentes de odio ha llevado a la policía de Reino Unido a llamar o a visitar personas en sus hogares por hacer declaraciones similares en línea. Cuestionar cualquier parte de la ideología de género implica ser etiquetada como transfóbica, una ‘feminista radical trans-excluyente’ o TERF. Pero ¿es la biología una TERF también?
Categorías
El núcleo del argumentario de género reside en socavar la creencia en la realidad y la significatividad de las categorías tradicionales de hombre y mujer que se basan en el sexo físico del cuerpo. Este ataque a nuestra comprensión cotidiana de los sexos está diseñado para forzar la concesión de que no hay ningún valor en realizar distinciones entre personas sobre la base de su sexo físico –porque este es, para empezar y supuestamente, un concepto muy defectuoso–. La existencia de una clase de personas intersexuales es clave para este argumento. Es importante, por ello, entender qué nos dicen realmente las evidencias; y voy a tratar de analizarlas con cierto detalle.
La experiencia diaria –y la ‘biología de instituto’– nos dicen que hay solo dos sexos: masculino y femenino. Pero la investigación reciente, se dice, revela que los límites entre lo que tradicionalmente hemos entendido como hombre y mujer son vagos, borrosos, mal definidos. ¡Ni los científicos se ponen de acuerdo en qué son realmente ‘hombre’ y ‘mujer’! De hecho, en lugar de ser un par ‘binario’ neto con solo dos categorías discretas, el sexo es ahora un espectro. El ‘espectro del sexo’ está sintetizado en el artículo ‘Sex redefined’ de la periodista científica Claire Ainsworth, publicado en la prestigiosa revista Nature en 2015. ¿Resisten estas afirmaciones un examen?
Ainsworth presenta un extraño y maravilloso caleidoscopio de casos donde los cromosomas sexuales, el perfil de las hormonas sexuales, la anatomía sexual y las gónadas (ovarios y testículos) no se alinean, es decir, donde los individuos se desvían de las combinaciones típicamente masculinas y femeninas de estas características.
Establece un espectro sexual lineal que va del ‘hombre típico’, en un extremo, a la ‘mujer típica’, en el otro, a través de un rango de variaciones conocidas como ‘diferencias de desarrollo sexual’ (DSD –también conocidas como condiciones intersexuales–). El biólogo de DSD Arthur Arnold sintetiza la posición de Ainsworth: “(…) hay casos intermedios que fuerzan los límites y nos interpelan a averiguar dónde está exactamente la línea entre hombres y mujeres… y eso es a menudo un problema muy difícil, porque el sexo se puede definir de varias maneras”; también el clínico de género Eric Vilain: “(…) a fin de cuentas, dado que no hay un parámetro biológico que asuma todos los demás parámetros, la identidad de género parece ser el parámetro más razonable” (el énfasis es mío).
Para el hombre, la mujer o la persona no binaria o de otro género legos en el tema, todo esto suena profundamente convincente cuando su mente se ha quedado completamente aturdida por la mujer de 94 años con ADN masculino en su cerebro y el padre de cuatrillizos con 70 años y una matriz. Pero en lo que Ainsworh falla desde el principio es en explicar de qué estamos hablando realmente cuando hablamos de los sexos. Como dice el zoólogo J. Z. Young en su introducción al clásico texto La vida de los vertebrados:
Es magnífico estar al tanto de muchos detalles, pero solo mediante su síntesis podemos obtener los medios adecuados para manejar tantos datos o conocimiento de las naturalezas que estamos estudiando. Para conocer la vida debemos ver más allá de los detalles de las vidas individuales y tratar de encontrar reglas que lo rijan todo.
En otras palabras, para entender el mundo natural como algo más que un caleidoscopio en espiral de infinitas y confusas variaciones –tal como lo presentan los activistas del género– es necesario dar un paso atrás y observar la foto general, al tiempo que se asume que siempre habrá algunas excepciones a cualquier regla biológica.
Como muchos otros en el debate del género, Ainsworth se sumerge directamente en una discusión sobre las complejidades y confusiones alrededor del sexo sin definir primero sus términos. Además, no distingue entre las diferentes formas en que los científicos usan las palabras ‘sexo’, ‘hombre’ y ‘mujer’ cuando las relacionan con el organismo entero, o con mecanismos dentro del organismo. Estos son errores cruciales.
Las disciplinas reduccionistas que analizan diferentes partes de los organismos –como los genes, los tejidos, la fisiología o la neurobiología– usan las palabras ‘masculino’ y ‘femenino’ como abreviatura para ‘de hombres/mujeres’ o ‘típicas de hombres/mujeres’. Identificamos rasgos como los cromosomas o los perfiles hormonales como típicos de hombres o de mujeres al dividir primero la población en categorías masculinas o femeninas en función de otras características. Hecha esta distinción, entonces podemos comparar los dos grupos y hacer preguntas sobre cómo y por qué difieren. Por lo tanto, la razón por la que llamamos a la combinación del cromosoma XX ‘mujer’ y XY ‘hombre’ es porque cada genotipo juega normalmente un papel importante en la determinación del desarrollo de la anatomía masculina o femenina y, por ende, está estrechamente asociado a estos dos sexos. Pero la razón por la que podemos decir esto es que primero dividimos la población entre hombres y mujeres, utilizando otros criterios, para después verificar qué cromosomas tenían.
Para descubrir qué son esos hombres y mujeres, de los cuales son típicos los cromosomas XX y XY, nos fijamos en aquellas disciplinas científicas que estudian organismos enteros: sus historias de vida, su evolución y comportamiento; cómo se relacionan entre sí y con sus entornos. Fundamentalmente, es esta comprensión de los sexos la que resulta más relevante para las personas en la sociedad y en la política, ya que se refiere a las personas en su conjunto y en cómo interactuamos social y económicamente. En las disciplinas de ‘organismo entero’, el sexo se relaciona al potencial papel reproductivo del organismo: producir esperma (hombre) o producir óvulos (mujer). La evolución ha dado lugar a diferentes planes corporales asociados con estos roles –todos estamos familiarizados con qué son en la especie humana–. En consecuencia, en cualquier discusión sobre los seres humanos como individuos, o como grupos sociales, económicos o políticos, contrariamente a la posición de Vilain, como se ha citado anteriormente, hay un parámetro biológico que asume todos los demás parámetros –esta es la definición que se aplica a todo el organismo: su potencial función reproductiva–.
Se cumpla o no, tener un sistema reproductivo que produzca esperma o geste un feto es significativo, porque está asociado con un conjunto complejo de otras características que, juntas, tienen un efecto dramático en la historia de vida –particularmente, para los seres humanos como mamíferos, la enorme diferencia en la inversión reproductiva y el riesgo reproductivo que se puede esperar, entre otras cosas, cuando se trata de las posibilidades de cargar, literalmente, con el bebé–.
Intersexual
Es en este punto en el que los ideólogos del género se quejarán y dirán: ¿qué pasa con todas esas personas intersexuales? Por tanto, vale la pena considerar la prevalencia de la intersexualidad y preguntarse si es justificable usarla para argumentar que las categorías de hombre y mujer no son válidas.
Las estadísticas sobre la prevalencia de la intersexualidad se airean libremente a medida que aumenta el argumentario de género: 4%, 1,7%, 0,02%. Para la persona profana en el tema, es difícil saber qué credibilidad se debe dar a estas cifras tan diversas o, de hecho, qué significan.
El 4% se puede descartar rápidamente: sus orígenes son apócrifos. Un artículo de 1993 escrito por Anne Fausto-Sterling “citó una cifra atribuida a John Money que decía que la frecuencia de la intersexualidad podía ser tan alta como el 4% de los nacidos vivos, pero Money (1993) respondió que nunca realizó tal afirmación.
El 1,7%, sin embargo, tiene una base sólida: es el resultado de una revisión exhaustiva de la literatura científica mundial hecha por Melanie Blackless et al. en la American Journal of Human Biology (2000), mientras que el 0,02% representa un subconjunto de estos datos. Antes de profundizar en este documento, es importante comprender la definición de ‘intersexualidad’ que maneja. En este contexto, las condiciones intersexuales se definen como una desviación de un ideal platónico de cómo ‘deberían’ ser los cuerpos masculinos o femeninos –la voluntad del artículo es demostrar que las características sexuales, en particular el tamaño y la forma de los genitales, varían naturalmente, como la forma del cuerpo, el tamaño del cuerpo o el timbre de la voz; por lo tanto, la desviación de la norma no requiere una intervención médica para los recién nacidos que no pueden dar su consentimiento para una cirugía que podría cambiarles la vida.
Sin embargo, demostrar que una proporción significativa de la humanidad se desvía del ideal platónico está muy lejos de demostrar que existen múltiples sexos, o que las personas intersexuales no son hombres ni mujeres, o que las personas intersexuales son una mezcla de ambos sexos –afirmaciones que todos los defensores de la ideología de género hacen basándose en la cifra de Blackless et al.–.
La mala noticia para los ideólogos de género es que el 1,7% no dice lo que creen. Sin duda, nos dice que un 1,7% de la población humana tiene que lidiar con unos cuerpos que se diferencian de una manera significativa, y con frecuencia inquietante, de la ‘norma’ esperada para hombres y mujeres. Cuando esto es evidente para los demás a diario, es posible que tengan que lidiar con la vergüenza social, la incomprensión, la intolerancia y la hostilidad; y, al margen de si su condición es o no evidente, con la infertilidad o con las consecuencias de una innecesaria cirugía infantil para toda la vida. Todos estos son graves problemas sociales y personales que requieren apoyo y comprensión. Sin embargo, diferir de la norma para hombres o mujeres no es lo mismo que no ser ni hombre ni mujer o ser ‘un poco de cada’.
Blackless et al. compilan datos sobre la frecuencia de una serie de condiciones intersexuales en la población humana. Algunas de estas condiciones transmiten lo que sugiere el nombre ‘intersexual’ –una combinación de gónadas y anatomía reproductiva masculina y femenina–. Blackless et al. usan el término ‘verdadero hermafroditismo’ para describir la condición intersexual ovotestis –una de las condiciones intersexuales más raras, en la que las gónadas tienen una mezcla de tejido ovárico y testicular, o cuando una gónada es un ovario y la otra un testículo–. (Cabe apuntar que ahora muchos consideran el término ‘hermafrodita’ obsoleto y ofensivo). Esta condición es muy rara y ocurre aproximadamente en uno de cada 100.000 nacidos vivos, o en el 0,001% de la población humana.
Blackless et al. enumeran otras cuatro condiciones que resultan en genitales ambiguos (en las que no está claro al nacer si el niño es hombre o mujer) o una situación en la que las gónadas son masculinas, pero los genitales tienen apariencia femenina, o viceversa:
* Síndrome de insensibilidad androgénica (SIA) parcial o incompleto: una afección muy variable que afecta al 0,00076% de la población. Los afectados tienen testículos y la apariencia externa de los genitales puede ser atípicamente masculina (malformaciones del pene o micropene); ambigua o atípicamente femenina (clítoris agrandado).
* Síndrome de insensibilidad androgénica (SIA) completo: afecta al 0,00760% de la humanidad, y resulta en testículos junto con una anatomía femenina incompleta.
* Hiperplasia adrenal congénita clásica: se da en el 0,00770% de los nacidos vivos; los afectados tienen ovarios y genitales masculinos externos.
* Hiperplasia adrenal idiopática: el 0,00090% tiene características similares a las descritas anteriormente, pero por causa desconocida.
La incidencia total de estas condiciones abarca el 0,017% de la población humana. Sumando la cifra de ovotestis, tenemos un total de 0,018% de la humanidad cuyo sistema reproductivo puede tener características comunes a ambos sexos. Redondeando por arriba, este es el origen del 0,02%. (Cabe apuntar que Blackless et al. no presentan cifras sobre otras dos condiciones: deficiencia de 5-alfa-reductasa –otra afección variable similar a las anteriores– y síndrome del conducto mülleriano persistente, que puede producir una anatomía masculina normal junto con un útero y trompas de Falopio incompletos. La incidencia de estas condiciones todavía es desconocida, pero ambas se consideran raras).
Lo que es obvio es que en ninguna de estas condiciones hay signos de un sexo que no sea masculino ni femenino –en este pequeño porcentaje de la humanidad, todavía estamos hablando de una combinación de rasgos masculinos y femeninos, o de características atípicamente masculinas o femeninas–. En ningún caso hay un tercer gameto, o un papel real o potencial en la reproducción que difiera de los dos que ya conocemos.
En las condiciones intersexuales restantes –que constituyen la mayoría de las investigadas por Blackless et al.– los ovarios siempre están acompañados por órganos reproductivos femeninos, y solo órganos reproductores femeninos. Los testículos están siempre y solo acompañados por órganos reproductores masculinos. Esto significa que el 99,98% de los seres humanos se clasifican claramente en las categorías de sexo ‘masculino’ o ‘femenino’, de acuerdo con la definición que se aplica a organismos completos, como he descrito anteriormente.
Una amplia gama
¿Qué representa el restante 1,68% de la población humana intersexual? Está formado por personas con diversas condiciones que son consideradas intersexuales debido a las variaciones en los cromosomas sexuales o que surgen por causas hormonales. Estas producen una amplia gama de variaciones en las características sexuales: en los hombres, desarrollo atípico del pene o testículos ausentes; en las mujeres, la ausencia de matriz, una vagina cerrada, clítoris agrandado o falta de ovarios; y en ambos sexos las condiciones pueden dar lugar a infertilidad, a fallos durante la pubertad o en el desarrollo de características sexuales secundarias en la pubertad que son más típicas en el sexo opuesto. Estas afecciones son, a menudo, angustiosas, y algunas afectan también a otros aspectos del metabolismo, el crecimiento o el desarrollo óseo. Pero, importante: las personas afectadas por tales condiciones aún entran claramente en las categorías masculina y femenina cuando el sexo se define por tener un sistema reproductor masculino o femenino. Algunos ejemplos de estas condiciones resultarán clarificadores.
En primer lugar, una gran proporción de personas con estas afecciones son mujeres con la afección conocida como hiperplasia suprarrenal congénita (HSC) de inicio tardío (1,5% de un 1,7% de personas intersexuales). Estas mujeres nacen con cromosomas XX, un sistema reproductivo interno y externo femenino y genitales completos, y ovarios. Son mujeres, no hombres –su desarrollo corporal ha seguido claramente la senda femenina y su potencial papel reproductivo solo implicaría gestar un feto, no producir esperma–. Sin embargo, la HSC de inicio tardío se considera una condición intersexual, porque las pacientes tienen un desequilibrio hormonal –un exceso de testosterona– que comienza a afectarlas durante la infancia o la pubertad y puede resultar en un agrandamiento del clítoris y excesivo vello corporal. Los períodos irregulares y los problemas con la fertilidad también son comunes.
Si bien los cuerpos de las mujeres con HSC de inicio tardío pueden desviarse de algún ideal platónico o de cómo debería ser una mujer, y si bien tienen un perfil hormonal que es más típico de los hombres que de las mujeres, no es más razonable argumentar que son hombres, sobre las bases de su excesivo vello corporal y altos niveles de testosterona, de lo que sería afirmar que Ronnie Corbett era una mujer debido a su corta estatura.
De igual modo, tomemos el caso de una mujer con síndrome de Swyer, que no tiene ovarios, pero que por lo demás completa la anatomía femenina y las características sexuales secundarias. ¿Tiene sentido darse la vuelta y decir que ella es ‘realmente masculina’ cuando descubrimos que tiene una combinación de cromosomas XY? Por usar una analogía: imagine que todos los edificios están construidos con una copia del plano incrustada dentro de cada ladrillo. Imagine romper los ladrillos de una casa de campo con techo de paja y encontrar dentro de ellos el plano para un rascacielos. ¿Sería razonable declarar que la cabaña con techo de paja es en realidad un rascacielos? Por supuesto que no –de hecho, sería una locura–. Decir que una mujer con síndrome de Swyer es un hombre sería igualmente ridículo. El cromosoma Y ‘masculino’ interfirió en el desarrollo de sus ovarios, pero claramente no jugó por lo general papel alguno en la construcción de un cuerpo sexuado –no la hizo masculina–. La hizo una mujer infértil, no un tercer sexo.
En síntesis, es a través de la investigación de la composición cromosómica/genética de los individuos que podemos alcanzar una comprensión y explicación de por qué las personas tienen variaciones en su desarrollo sexual. A menudo, se debe a una composición cromosómica u hormonal inusual, que puede ser típica del sexo opuesto. Pero tenerlo no significa que seas del sexo opuesto o que lo seas parcialmente. La mayoría de los casos de intersexualidad se refieren a variaciones en el desarrollo sexual entre los tipos sexuales masculinos o femeninos. Un 99,98% de la población humana tiene rasgos de solo uno u otro tipo, y no de ambos; y no hay ninguna evidencia de un tercer tipo sexual. Cabe señalar, en este punto, que se estima que en un 1% de los nacimientos el desarrollo sexual es atípico; y entre el 0,05% y el 0,07% requiere que un experto investigue los ‘genitales ambiguos’ que son difíciles de identificar. Pero un pene muy pequeño sigue siendo un pene, y es un órgano reproductivo masculino; un clítoris agrandado sigue siendo un órgano femenino. Hay dos sexos y solo dos, y la gran mayoría de las personas encajan claramente en uno u otro.
En este punto, es probable que un defensor del género incorpore el argumento que definir masculino y femenino, u hombre o mujer, en base a la función reproductiva es ofensivo, degradante o excluyente, porque ello (a) reduce a las personas a sus genitales/rol reproductivo y (b) excluye muchas personas que actualmente están incluidas en estas categorías. El primero de estos argumentos es realmente una pista falsa: decir que alguien tiene cierto tipo de cuerpo es simplemente descriptivo. No es decir que toda su existencia consista en ello, o que deba completar su potencial función reproductiva. Este es un intento de invocar el argumento feminista tradicional que las mujeres no deben ser ‘reducidas a’ funciones reproductivas, sin entenderlo –la fuerza del argumento es que las vidas de las mujeres no deben limitarse al parto o la expectativa de este; las mujeres deben poder tomar parte plena y activa en todas las esferas de la sociedad–.
Con respecto al argumento de que las definiciones son excluyentes, ¿puede un hombre seguir siendo considerado un hombre si ha pasado por una vasectomía? Si a una mujer se le ha practicado una histerectomía, ¿debería no volver a ser considerada mujer? Aparentemente, este argumento se aplicaría incluso si la mujer involucrada hubiera tenido ocho hijos, y es en este punto en que debemos empezar a cuestionar la validez de la aplicación de técnicas analíticas posmodernas a categorizaciones científicas. La lógica de género requiere que cada miembro de un grupo deba poseer todos los rasgos definitorios del grupo, no solo algunos de ellos, o debemos abandonar la categorización original. Siguiendo la misma lógica, es posible argumentar que la distinción entre chimpancés y humanos es arbitraria. No todos los chimpancés tienen pulgares oponibles (a veces son mutilados por sus oponentes), no todos los seres humanos tienen lenguaje, algunos humanos nacen completamente cubiertos de vello corporal, etc. –por tanto, dado que siempre podemos encontrar individuos que no satisfacen todas las características por las cuales definimos el grupo, ya no podemos seguir diferenciando entre chimpancés y seres humanos–. Aplicar un enfoque tan sumamente académico y abstracto, posmoderno, a las situaciones de la vida real, no es necesariamente acertado –es probable que nos encontremos con múltiples problemas si decidimos que la distinción chimpancé/humano ya no es válida–.
Cualquier categorización en las ciencias biológicas implica una generalización. Asumimos que algunos individuos pueden ser atípicos, hecho que implica decir que quizá no posean todas las características de otros miembros del mismo grupo. Con todo, ello no les impide ser miembros del grupo si comparten otras características. Por ejemplo, una criatura de tres patas que comparte un parecido con los miembros del grupo conocido como ‘perros’ será clasificada como perteneciente a ese grupo, incluso cuando una de sus características definitorias de un perro es tener cuatro patas. De manera similar, cuando un ser humano adulto tiene un sistema reproductivo femenino incompleto o que no funciona, pertenece todavía al grupo ‘personas con sistemas reproductivos femeninos’ –también conocido como ‘mujeres’–.
Compasivos
Los argumentos ilógicos de los ideólogos de género son ejemplos de sofistería magistral diseñados para confundir a los mal informados con ‘ciencia’, y para persuadir al público de que un hombre completamente formado es mujer, y siempre ha sido mujer, solo porque él dice que lo es. Y a la inversa con las mujeres que afirman ser hombres. Estas afirmaciones se basan en un sentimiento interno subjetivo de ‘identidad de género’, que a veces se invoca como una manifestación de ‘sexo cerebral’: ‘el cerebro de una mujer en el cuerpo de un hombre’.
El sexo cerebral es un asunto muy controvertido en sí mismo, y divide la opinión casi tanto como el transgenerismo. Pero, sea cual sea la posición correcta en el debate sobre el ‘sexo cerebral’, este no puede usarse para apoyar la idea de que un hombre es una mujer. Si cuando se ha dicho y hecho todo nos encontramos con que no hay evidencias concluyentes de un promedio significativo de diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres, entonces claramente no hay una base para decir que se tiene un cerebro de hombre en un cuerpo de mujer o viceversa. Por otra parte, si hay una clara distinción entre ambos sexos, de nuevo, en cuanto a la altura, puede que tengas una inusual para ser un hombre, pero seguirías siendo inequívocamente un hombre porque los criterios para distinguir entre hombres y mujeres son otros.
Todavía no sabemos cuáles son las causas de la disforia de género. Pero, si tener un cuerpo claramente masculino o femenino te causa una incomodidad y ansiedad extremas en situaciones sociales, hay buenos motivos para que la sociedad te trate compasivamente y se adapte en lo que pueda. Debemos aspirar a la creación de una sociedad compasiva que acoja y apoye a quienes padecen la paralizante disforia que los lleva a perseguir la cirugía y manipular sus hormonas. Es fundamental que las personas transgénero puedan sobrevivir, prosperar y funcionar libremente en sociedad sin temor a la discriminación. Es en este enfoque en el que tenemos que enmarcar los problemas de las personas transgénero.
Pero la tolerancia y la comprensión de la experiencia trans fallarán si se basan en malas y falsas interpretaciones de la ciencia. Las personas trans son perfectamente capaces de reconocer la realidad del sexo biológico, aunque tienen dificultades para aceptarlo a nivel personal. Se pueden hacer argumentos sólidos para aceptarlos sin torcer y distorsionar nuestro conocimiento de la humanidad entera y, de hecho, del mundo natural –y hay signos de una reacción trans contra los excesos y la ilógica de los ideólogos de género–.
Si bien reconocemos la realidad material de que solo hay dos sexos, debemos rechazar la visión sexista tradicional de que la autoexpresión, los gestos, los talentos, las ambiciones y los roles vitales –más allá de la reproducción en sí– deban estar limitados por o relacionados con nuestro sexo biológico. El hecho de que gran parte de la izquierda acepte y regurgite incuestionablemente una ideología en la que los sentimientos subjetivos del individuo triunfan sobre las condiciones objetivamente observables es un signo de que hemos abandonado la realidad física y material en la que se basa nuestra política, y la hemos reemplazado por un individualismo subjetivo ajeno a cualquier análisis de clase. El sexo sigue siendo uno de los ejes principales de opresión a nivel mundial: los fetos femeninos son selectivamente abortados por ello, las mujeres son esclavizadas y traficadas para la prostitución, los genitales de las niñas se mutilan y se cosen por ello, a las niñas pobres se les niega la educación por ello. No se preguntó a las alumnas de Chibok cómo se identificaban antes de ser secuestradas y violadas. Sin reconocer la realidad del sexo es imposible siquiera nombrar el sexismo, no importa entenderlo o derrotarlo.
La izquierda debe dejar de fingir que el sexo ni existe ni importa. La mujer biológica no es un mito: es real, está aquí, y está indignada.
Fuente: https://weeklyworker.co.uk/worker/1247/decoupled-from-reality/
Traducción: Andrea Pérez Fernández
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Contra el determinismo biológico. Una respuesta a “Desconectadas de la realidad” de Amanda MacLean
Finlay Scott Gilmour
Recientemente, el Weekly Worker publicó un artículo sobre género y sexo: sobre si uno importa más que el otro y cuál determina la verdadera “naturaleza” de las personas transgénero y de género no binario. Esta defensa de las concepciones tradicionales sobre qué constituye la validez de la identidad de género es un vestigio de perspectivas empirocriticistas y materialistas vulgares sobre el tema. Más aún, sólo ayuda a reforzar nociones reaccionarias de la identidad de género entre marxistas, quienes deberían estar luchando por una concepción sofisticada y altamente desarrollada de la disconformidad de género, y estar en la vanguardia de la lucha por la libertad sexual.
Para empezar, tenemos que hacernos una pregunta importante: ¿son los factores biológicos la causa determinante de nuestra psicología, o está la complejidad de nuestra psicología por encima de nuestra biología? A lo largo de la historia moderna, científicos y profesionales en campos que tratan el cerebro humano y la biología en general han afirmado diferentes formas de entender el concepto de psicología. Pero como marxistas debemos entender con toda certeza que la psicología humana está inherentemente relacionada con la sociedad de clases, y con ella la estructura tradicional de la familia, incluida la heterosexualidad y el binarismo de género, los cuales existen en tanto que producto y motor de esta estructura.
Decir que oponerse radicalmente a las concepciones tradicionales y estructuras del sexo, la sexualidad, el género y las relaciones interpersonales es algo anti-materialista malinterpreta la naturaleza de las relaciones humanas y su desarrollo desde el comienzo de la sociedad de clases. Mi afirmación de que esta forma de determinismo biológico es un vestigio de empirocriticismo puede parecer a primera vista profundamente ingenua. Pero debemos volver al contexto del debate entre marxistas rusos sobre la relevancia de los desarrollos burgueses del marxismo y si estos desplazan al materialismo. Lenin discrepó de los empirocriticistas, Ernst Mach y Richard Avenarius (partidarios del concepto en ciencia) y Alexander Bogdanov (el principal adepto de la idea de empirocriticismo dentro del marxismo). Echemos un vistazo a lo que afirma Lenin sobre la comprensión de la psique humana en el marxismo y el empirocriticismo:
Si los cuerpos son “complejos de sensaciones”, como dice Mach, o “combinaciones de sensaciones”, como afirmaba Berkeley, de esto se deduce necesariamente que el mundo en su totalidad no es más que mi idea. Partiendo de esta premisa, no se puede deducir la existencia de otras personas excepto la de uno mismo: esto es puro solipsismo.
Y Lenin explica este punto de vista:
Ni una reflexión, ni un atisbo de pensamiento, a excepción de que “solo sentimos nuestras sensaciones”. De lo cual solo se puede inferir una cosa, a saber: que “el mundo consiste sólo en mis sensaciones”. Es ilegítmo que Mach use la palabra “nuestras” en lugar de “mis”. Con esta sola palabra Mach revela la misma “indecisión” de la que acusa al resto. Porque si el “supuesto” de que la existencia del mundo exterior es “ocioso”, si el supuesto de que la aguja existe independientemente de mí y de que ocurren interacciones entre mi cuerpo y la punta de la aguja es realmente “ocioso y superfluo”, entonces, en primer lugar, el “supuesto” de la existencia de otras personas es ocioso y superfluo.
Detengámonos un poco más en estas dos citas largas para poder entender la crítica de Lenin al empirocriticismo y cómo se aplica a nuestra discusión. Ante todo, debemos entender el argumento de los empirocríticos en metafísica y, más importante, la concepción del “yo” y cómo vemos la relación entre materia y sensación, esto es, la reacción física. Para empezar, Lenin ataca la idea de los empirocríticos según la cual nuestra existencia está fundamentalmente compuesta de nuestras sensaciones; de que, en tanto que individuo, siento, luego existo. Lo que Lenin indica aquí es que no podemos concebir la materia biológica como separada de la psique que se forma en reacción a tal materia. Lo que podemos extraer de esto es una importante comprensión del materialismo y del análisis del yo: la existencia material es primaria; innegablemente, nuestras reacciones físicas se desarrollan como parte de la existencia de la materia.
Esto, por supuesto, en el campo de las ciencias naturales es una explicación perfectamente razonable, pero debemos dar un paso atrás desde lo “natural” y un paso hacia lo “innatural”: esto es, la existencia de constructos sociales en relación a nuestra psique. Lo natural existe tal y como es –invariable, inmutable– en contraste con lo construido, que existe de forma completamente variable, y sólo en tanto que nosotros permitimos que exista.
Distinción
Aquí es donde comenzamos nuestro análisis del género. Algunos hacen la distinción entre sexo y género, como si se tratara de una gran presa que divide un río. Esto, empero, sólo añade confusión al asunto (trataré el tema del sexo “biológico” más tarde).
¿En qué se basa nuestra comprensión del género? Algunos dicen que es en la disforia de género, aunque la existencia de personas transexuales que carecen de disforia contradice este argumento. Otros dicen que en aquellos que se encuentran en estado de “transición”: es decir, que otros les reconocen por el género con el que se identifican y que por tanto existen de tal modo gracias a las percepciones de otros. Esto también presenta problemas, ya que abre la puerta a muchas preguntas. ¿Entonces alguien que ha nacido y se identifica como hombre pero que tiene complexión y voz femenina no es un hombre? –ya que es la percepción del resto la que debe determinar su identidad–. Este es el primer problema evidente que presenta la concepción tradicional del género, bien resumida en aquello de “Boys will be boys and girls will be girls” –como alegremente señala MacLean–. ¿Hasta qué punto la existencia de uno depende de las percepciones de otros? ¿Y cuán lejos deberíamos llevar esto? Si imponemos normas estrictas en los baños, por ejemplo, de acuerdo al “sexo biológico”, ¿paramos a cualquiera que quiera entrar y le obligamos a mostrar sus genitales? Después de todo, la percepción física está definida por otros: ¿seguro que debemos buscar evidencia empírica antes de permitir que cualquiera entre al servicio?
La cuestión que implica percibir como invariable el funcionamiento de la psicología humana es que se ignoran los desarrollos de la sociedad de clases y su relación con nuestra psique. Es innegable que la realización del comunismo traería una transformación radical de nuestra psicología. No hay ninguna determinación biológica firme en cuanto a cómo percibimos las cosas a nivel consciente: entendemos que lo consciente –esto es, pensamiento independiente– está inherentemente influido por construcciones sociales y nuestro propio desarrollo. Cuando hemos sido criados para ver la heterosexualidad como algo “normal”, entonces nuestra psique reacciona con ira cuando se produce atracción no heteronormativa. El subconsciente suprime la emoción reprimida mediante una forma de catarsis a través del odio consciente de aquello que nos define.
¿Por tanto, cómo se relaciona esto con nuestra comprensión de la psicología y el género en una sociedad de clases capitalista? Lo más importante es que nos proporciona la concepción de que nuestra psique es variable: no nos define nuestra biología; estamos definidos por nuestras influencias sociales. El género existe como construcción social que usa un falso argumento materialista de las “ciencias naturales” para disuadir a otros de intentar analizar la naturaleza del género y la clase.
Hemos sido criados para percibir a las familias nucleares heterosexuales como los pilares de nuestra sociedad, ¿pero cuál es la base de la familia nuclear en los tiempos modernos de la producción capitalista? Uno puede decir que precisamente eso: producción; subconscientemente deseamos tener familias porque la sociedad nos dice que eso significa que alguien nos cuidará cuando enfermemos o envejezcamos. La cuestión es que el desarrollo de la sociedad de clases es intrincado y complejo; el desarrollo exacto de estas construcciones bien puede encontrarse más allá de nuestra comprensión, pero su conexión es fácil de ver.
MacLean insiste en defender el binarismo de género moderno sin la menor idea de lo que conlleva. Cuando nuestros ancestros vivían en tiempos de comunismo primitivo, ¿poseían una definición estricta del género? Existen varias culturas a lo largo del planeta que no son ajenas a la idea de un tercer género –el binarismo de género que hoy conocemos fue en gran medida un constructo colonial sostenido contra las que eran percibidas como culturas “bárbaras” sin la “ciencia exacta” de los colonos europeos. Encontramos este constructo incrustado en la sociedad de clases capitalista y está evidentemente presente hoy en día.
Esto es lo que Amanda MacLean afirma respecto al modo en que percibimos la naturaleza de la existencia transgénero: “Pero la tolerancia y la comprensión de la experiencia transexual fracasarán si están basadas en interpretaciones malas e insinceras de la ciencia”. MacLean también llama la atención sobre algunas ambiguas “vueltas al análisis de clase”, sin darse cuenta de la pobreza y falta de cualquier comprensión real del materialismo en su argumento:
El hecho de que gran parte de la izquierda acepte acríticamente y regurgite una ideología en la cual los sentimientos subjetivos del individuo triunfan sobre condiciones objetivamente observables es un signo de que hemos abandonado la realidad física, material, en la que se basa nuestra política; y la hemos reemplazado por un individualismo subjetivista ajeno a cualquier análisis de clase.
Parece que MacLean no se avergüenza de su descarado positivismo: ¿será siempre acudir a las estadísticas nuestro único as bajo la manga? En realidad, el artículo de MacLean se lee simplemente como utilitarismo de imitación: concede la existencia y la validez de las personas transexuales y de género no binario, mientras que renuncia abordar el verdadero problema en cuestión, esto es, la existencia del género por sí mismo. La matematización de la ética, la adhesión a valores numéricos para abstraer conceptos, el postrero intento de racionalización de la ética humana –todos estos son movimientos parte una tendencia histórica hacia el positivismo–. Y, en una expresión teórica que refleja las relaciones de valor, el positivismo y la racionalidad de la sociedad burguesa son una cobertura ideológica –una máscara metodológica que no refleja ninguna búsqueda franca de conocimiento o de la verdad absoluta. Limita todo a su forma –una que consagra la emergencia del positivismo, la burocratización, la estandarización de la sociedad burguesa de su tiempo. Esta vulgaridad está presente a lo largo del artículo de MacLean y lo devalúa a ojos de cualquier marxista leído.
El tufo positivista es frecuente entre radicales feministas anti-materialistas. MacLean hace a las personas trans y a la lucha por su liberación lo que los teóricos burgueses le hacen a la clase obrera: reconocen sus derechos y niegan su lucha; conceden migajas cicateramente y con repulsión mientras se oponen rigurosamente a cualquier verdadera batalla por la existencia de los transexuales.
La reivindicación que MacLean hace de una superioridad “científica” sobre los percibidos como “generistas” –un término acuñado por aquellos que se oponen a cualquier forma de estudio en profundidad de la transexualidad– es justamente lo que revela la vulgaridad del artículo. Volviendo a la presencia de empirocritisimo en la izquierda, la observamos a lo largo de todo el artículo: se escupen estadísticas y cruda evidencia empírica para reforzar lo esencial y el argumento hilarantemente malo de MacLean. Los pequeños retazos de originalidad que existen son, en el mejor de los casos, irrisorios, y destacan la pobreza del análisis empiricocrítico. MacLean no puede desarrollar un análisis exhaustivo del tema, así que depende de la evidencia empírica como el estadista burgués, que se sirve de todos los números de los imaginativos economistas burgueses. Ese es el polo opuesto del método dialéctico.
Transfobia
Ahora que hemos expuesto una crítica marxista meticulosa de la teoría por sí misma, debemos fijarnos en la parte superficial del artículo, a saber: la presencia directa de retórica biológico-determinista y de lenguaje transfóbico. Comencemos con esta cita:
En otras palabras, un hombre intacto es literalmente una mujer si él mismo cree ser una mujer. Esto se basa en una “identidad de género” autojustificada que, supuestamente, es el único indicador válido del “género” y que se considera que existe independientemente del sexo biológico.
Ya en el primer cuarto del artículo nos encontramos a MacLean dejando claras sus opiniones sobre la cirugía de reasignación de sexo/terapia hormonal en mujeres trans: son hombres que no pueden trucar su sexo. ¿Es esto lo mejor que MacLean puede ofrecer? ¿Prometer su devoción por la defensa de los transexuales mientras les invalida en la misma frase?
De nuevo, MacLean usa una falsedad total para reforzar su argumento:
La respuesta de la izquierda no ha sido pelear por los derechos de las lesbianas y otras mujeres y chicas, sino, en la línea de los principales partidos políticos, suprimir el debate y etiquetar a cualquiera que suscite dudas o incluso haga preguntas con acusaciones de transfobia, intolerancia y, extrañamente, fascismo.
¿Están las principales corrientes de la política burguesa a favor de los transexuales? ¿Qué nivel de disonancia se requiere para pensar tal cosa? La esfera política burguesa utiliza imitaciones de las políticas de la identidad para intentar mantener su relevancia, pero la idea de que la base de los votantes o incluso los líderes del Partido Republicano o de los Conservadores sostienen alguna clase de firme devoción por la existencia trans suena a chiste. La explotación, el abuso y el asesinato de personas transexuales son ignorados por los políticos burgueses. Decir que los políticos burgueses “apoyan” a las personas transexuales es tan irrisorio como decir que los políticos burgueses “apoyan” a la clase obrera mediante concesiones. Nadie niega la explotación y la opresión continuada de las mujeres –hacerlo sería traicionar el fundamento mismo en el que consiste el marxismo–. Pero decir que las personas trans son inválidas, que no están oprimidas por el binarismo de género y por el patriarcado es un chiste.
Esta tradición de “anti-generismo”, activa en la izquierda británica, tiene que parar; de otro modo continuaremos siendo poco más que charlatanes mintiendo a la clase obrera sobre la naturaleza del capitalismo o la realización del comunismo. El marxismo es la ideología de los explotados, los hambrientos, los débiles y aquellos que son pisoteados. La lucha de todos los pueblos contra la naturaleza corrosiva del capitalismo es la lucha que compartimos; y sólo la solidaridad y el apoyo total a la emancipación logrará el cumplimiento de esa lucha.
Esta concepción biológico-determinista de la psique es peligrosa y antimaterialista. Nos porta por el mismo camino que cualquier determinismo biológico en la comprensión de la psicología.
Fuente: https://weeklyworker.co.uk/worker/1249/against-biological-determinism/
Traducción: Iovana Naddim
Amanda MacLean
Doctora en psicología por la Universidad de Oklahoma, ejerce como psicóloga clínica en la Boys Town Washington DC Behavioral Health Clinic.
Finlay Scott Gilmour
escribe en Weekly Worker.
Fuente:
Weekly Worker
Traducción:
AAVV
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El sexo no es la psique
Amanda MacLean
http://www.sinpermiso.info/textos/el-sexo-no-es-la-psique
08/09/2019
Sobre sexo, género, trans, “construcción social”, biología y psicología.
Amanda MacLean responde a Richard Farnos y a Finlay Scott Gilmour.
Mi artículo “Desconectadas de la realidad” (Weekly Worker, 18 de abril) dio pie a una carta de Richard Farnos (25 de abril) y a una respuesta de Finlay Scott Gilmour, titulada “Contra el determinismo biológico” (2 de mayo).
No tengo ningún interés en ocuparme de la mayoría de lo que Finlay Scott Gilmour dijo la semana pasada: si quiere debatir la cantidad de ángeles que pueden bailar sobre un signo de puntuación empírico-crítico positivista tendrá que buscarse otro compañero de debate. Sí que me gustaría corregir algunos de los principales errores en la manera en que tanto él como Farnos reproducen mi forma de pensar. (Sospecho que Gilmour estará tan decepcionado por la falta de originalidad que demuestro a continuación como lo estaba con mi primera propuesta; por desgracia hay poco margen para la originalidad cuando se explica que, a pesar de los rumores, la tierra sigue girando alrededor del sol).
Pero primero, al respecto de Farnos, que solo tiene una crítica a la esencia de mi argumento. Él sugiere que mi comprensión de la biología está obsoleta. No lo suficiente como para marcar la diferencia en este debate. Estuve trabajando en la academia hasta 2002, e invertí una proporción significativa de mi investigación doctoral y postdoctoral estudiando la maduración sexual en peces. Ello conllevó ver muchas más gónadas de salmónidos de las que quisiera volver a ver nunca. Y puedo confirmar que, como los humanos, el salmón y la trucha tienen o testículos u ovarios. Puede que en ese tiempo viera un pez intersexual o dos, pero no es algo que recuerde: aunque notable por su rareza, no habría supuesto ningún misterio.
De lo que Farnos no se da cuenta es de que no existe una “nueva ciencia” para apoyar el argumento del “espectro sexual”. Cuando, hará unos 18 meses, supe por primera vez de esta “nueva ciencia”, he de admitir que quedé asombrada, incluso emocionada. Intrigada, fui en busca de ella, pero resultó decepcionante no encontrar absolutamente nada nuevo. Las condiciones intersexuales –las variaciones hormonales y cromosómicas en las que se basa el argumento del “espectro sexual”– se enseñaban todas a lo largo de las asignaturas de Zoología durante mi primero de carrera, a finales de los 80, cuando La vida de los vertebrados de John Zachary Youg era un manual esencial. Si Farnos cree que mi ciencia está obsoleta porque cito un principio general de ese libro, entonces será mejor que descarte también su “nueva ciencia”.
Farnos también sugiere que me he inventado argumentos falsos a modo de muñeco de paja para poder derribarlos fácilmente. Por desgracia no. No tengo ni el tiempo, ni la imaginación, ni tampoco la voluntad malévola como para inventar argumentos tan estrambóticos como los de que los ideólogos del género (no quienes tienen perspectiva de género) proponen a diario. La mayoría de los argumentos –incluyendo el, francamente racista, de que las mujeres trans son un tipo de mujeres al igual que lo son las mujeres negras– han sido expresados y reiterados por activistas dentro de mi rama del Partido Laborista, no solo en artículos o en profundos recovecos de las redes sociales. Si las personas que defienden esos argumentos realmente quieren decir algo más, ahora sería un buen momento para decirlo.
Determinismo
Volviéndonos hacia Gilmour. Él sugiere que yo argumento que “los factores biológicos [son] la motivación decisiva para nuestra psicología”, y que eso refuerza el binarismo de género, “señalando alegremente” que “los niños serán niños y las niñas serán niñas”. Si Farnos quiere un muñeco de paja, aquí tiene uno. El determinismo biológico es exactamente lo opuesto a mi argumento, y me opongo a él tanto como Gilmour dice hacerlo. El hecho de que Gilmour sea incapaz de comprender esto sugiere que está mucho más aferrado a las construcciones culturales vinculadas al sexo de lo que cree. No puede oír las palabras “niño” y “niña” sin arrastrar con ellas todo el bagaje cultural y expectativas que dice querer desmantelar.
Gilmour es la prueba de mi idea de que la izquierda corre el riesgo de ignorar la realidad del sexo. En la medida en que no responde al meollo de mi artículo, argumenta que este presenta una “comprensión determinista-biológica de la psique”. Parece que no pueda concebir que el cuerpo pueda tener importancia por sí mismo: solo cómo una influencia en la mente puede tener sentido.
Pero mi argumento no dice nada acerca de ningún efecto de la biología en la psique. Es evidente en el día a día que la entera gama de personalidad, pensamiento y comportamiento existe a través de ambos sexos –solo podrías pensar lo contrario si miraras a través de las lentes azules y rosas de las expectativas de género–. ¿Realmente Gilmour piensa que yo quise decir que poseer un cuerpo masculino o femenino genera, de algún misterioso modo, una especie de alma, espíritu o mente masculina o femenina, imposible de alcanzar si tienes otro tipo de cuerpo? Esto es algo que, literalmente, nunca se me había ocurrido, aunque recientemente descubrí que algunas pensadoras feministas del pasado optaban por tal punto de vista. Gilmour simplemente la encontró en mi escrito porque asumió que tenía que estar ahí y quería oponerse a ella –o viceversa–.
Puede que Gilmour lo encuentre vulgar –quizá incluso obsceno–, pero los seres humanos son animales. Evolucionamos desde los animales, y seguimos siendo animales. Los conceptos “macho” y “hembra” significan lo mismo para nuestra especie que para cualquier otra especie sobre la Tierra. Por lo tanto, debería ser inmediatamente evidente que la psique no entra en absoluto en mi argumento –a menos que piense que los ratones domésticos, las anguilas europeas y las langostas también tienen una psique digna de ese nombre. Cuando digo que una persona es macho o hembra –un hombre o una mujer, un niño o una niña–, mi objetivo es simplemente transmitir unos hechos brutos acerca del cuerpo, relacionados con la anatomía sexual y reproductiva y sus funciones. Estos hechos brutos están lejos de ser socialmente construidos. Defiendo el concepto de dos, y solo dos, sexos, porque son verdaderamente hechos de la vida: una restricción en nuestra existencia que no puede ser eludida.
Pero al tiempo que defiendo la realidad del dimorfismo sexual, no defiendo el binarismo de género, donde “género” refleja expectativas sociales y culturales acerca de cómo debería pensar o comportarse cada sexo. Las complejidades del género –por las cuales me refiero a los roles sociales y las expectativas, los significados culturales y simbólicos que las sociedades atribuyen a los sexos, y los cuales son, a menudo, socialmente, y a veces, violentamente impuestos– no eran objeto de mi artículo. Gilmour asume de manera trivial que, como no entré en detalle en ese asunto, debo no entenderlo. Y propone, absurdamente, que en consecuencia creo que las personas trans y no-binarias “no están oprimidas por el binarismo de género y el patriarcado”. Por supuesto que lo están. Esta es la idea: son hombres y mujeres reales que están siendo castigados, intimidados y vilipendiados por actuar de maneras que se consideran inaceptables para hombres y mujeres.
Él argumenta que la noción de dos géneros es un producto del imperialismo occidental, impuesta por los colonizadores a culturas más abiertas que reconocían tres géneros, y a veces más. (Esto puede ser en parte cierto, aunque si lee textos antiguos como La Ilíada, El Poema de Gilgamesh o el Torá verá numerosos ejemplos de culturas extremadamente “binarias” que existieron mucho antes de que Europa invadiera otros continentes). Pero lo que debería ser manifiestamente obvio es que esos terceros sexos son una respuesta a la existencia de facto de solo dos sexos. Por ejemplo, las hijra del sur de Asia –grosso modo equivalentes a las mujeres trans– no son consideradas como mujeres reales. Por el hecho de ser hombres, caen en una categoría distinta y separada, a pesar de actuar y presentarse de manera femenina. De manera similar, los ‘Dos espíritus’ norteamericanos, los Fa’afafine samoanos, y toda la miríada de otros géneros encontrados en culturas tradicionales son una respuesta social creativa para adaptar la disforia de género o la no conformidad para con el género de los individuos en un mundo en el que solo existen dos sexos. Si los ideólogos del género tienen razones para creer que hay (o había) una cultura tradicional en la que había una única categoría simple que incluía tanto a hombres como a mujeres sin distinción, ¿por qué no presentan esas evidencias?
El enfoque transracional al que me referí brevemente en “Desconectadas de la realidad” toma el argumento del tercer género/tercer espacio y lo desarrolla, argumentando que las mujeres trans no son hombres, pero tampoco son mujeres; y que, del mismo modo, los hombres trans son su propio, único género. Una aceptación de que nosotros, como seres humanos, no somos ni mente ni cuerpo, sino ambos indivisiblemente. Hasta que las expectativas y los estereotipos basados en el sexo no se eliminen por completo este es, bajo mi punto de vista, el camino a seguir.
Amanda MacLean
Doctora en psicología por la Universidad de Oklahoma, ejerce como psicóloga clínica en la Boys Town Washington DC Behavioral Health Clinic.
Fuente:
https://weeklyworker.co.uk/w